lunes, 24 de febrero de 2014

CAPITULO 53




Entré por la puerta principal hoy después de aparcar porque quería
comprar todos los periódicos principales de EE.UU y rastrearlos para
encontrar cualquier cosa pequeña. Habían estado repletos con calumnias
políticas por ahora, pero la lucha final entre los candidatos estaba lejos
todavía. Las elecciones presidenciales se celebraban a principios de
Noviembre en América, así que quedaban cinco meses más de publicidad.
Sentí una punzada de preocupación y prácticamente la ignoré. No podía
fallar en protegerla. No permitiría un fracaso.
Marta me sonrió cuando pagué por los periódicos. Traté de no
estremecerme al ver sus dientes. —Aquí tienes, cariño —dijo, tendiéndome
una manchada mano con mi cambio.
Le eché un vistazo a esa mano sucia y decidí que necesitaba el
cambio más de lo que yo necesitaba contagiarme. —Quédatelo. —Miré sus
extrañamente hermosos ojos verdes y asentí una vez—. Estaré comprando
todos estos periódicos regularmente a partir de ahora, por si los quieres
tener listos —ofrecí.
—Oh, eres un encanto, sí, señor. Los tendré. Que tengas un buen
día, guapo. —Me guiñó un ojo y me mostró un poco más de esos horribles
dientes. Traté de no mirar demasiado cerca, pero creo que Marta podría
competir conmigo en rastrojo de barba. Pobrecita.
Cuando llegué a mi oficina encendí el buzón. Escuché el mensaje del
hombre que había llamado a Paula. Lo reproduje varias veces.
Americano, de hecho, no conflictivo, y nada en su indagación reveló algo
de lo que pudiera saber. “Hola. Soy Tobias Denton del Washington Review.
Estoy tratando de encontrar a Paula Chaves, quién asistió al instituto
Union Bay, en San Francisco…”
Su mensaje era corto y utilitario, y dejó su información para que lo
llamara de vuelta. El historial mostraba que sólo la llamó una vez, así que
había una buena oportunidad de que no supiera mucho, o de que incluso
Paula no fuera la persona correcta con la que trataba de contactar.
Informé a Francisca sin revelar detalles específicos, le dije que buscara
al tal Tobias Denton en el Washington Review y también que mirara qué más
podía averiguar en los periódicos que había comprado esta mañana.
Estaba sentándome, echándole un vistazo al cajón en donde estaban
escondidos los cigarrillos cuando Pablo entró.
—Pareces muy… humano… esta mañana, amigo. —Se sentó en la
silla y me miró, el indicio de una sonrisilla apareciendo en su mandíbula
cuadrada.
—No lo digas —le advertí.
—Vale. —Sacó el móvil y trató de parecer ocupado con él—. No diré
que sé quién trasnochó anoche. Y definitivamente no diré que los vi
besuqueándose mientras esperaban el ascensor esta mañana por la
cámara de segur…
—¡Vete a la mierda!
Pablo se rió de mí. —Diablos, la oficina está encantada, amigo. Todos
podemos respirar de nuevo sin temor a ser despedazados. El jefe volvió con
su novia. ¡Gracias a los Dioses! —Alzó la vista y levantó las manos—. Han
sido un par de jodidas semanas…
—Me encantaría ver cómo lo hace tu desgraciado trasero si Eliana de
repente decidiera marcharse —interrumpí, ofreciendo una sonrisa falsa, y
esperando un cambio de actitud—. Lo que siempre podría suceder, ya
sabes, dado a que sé todos tus vergonzosos secretos.
Funcionó como un encantamiento. Pablo perdió la postura de
gilipollas en menos de cinco segundos.
—Estamos verdaderamente contentos por ti, Pepe —dijo quedamente. Y
sé que lo decía en serio.
—¿Cómo está yendo la investigación militar sobre el Teniente
Pieres? —pregunté, cediendo y abriendo el cajón del escritorio para sacar
el encendedor y el paquete de Djarums.
—Han estado haciendo cosas muy malas a la gente de Irak y
saliéndose con la suya, pero no estoy seguro de cuánto tiempo
permanecerá esto controlado. Creo que el Senador estará aliviado de que
su hijo esté metiéndose en problemas en Irak y que eso no lo usen en su
contra en la campaña electoral.
Gruñí en acuerdo y aspiré de vuelta mi primera, dulce calada. El
cigarrillo dio un buen tiro, pero estaba acostumbrado a eso. Ahora sólo
dejé que la nicotina hiciera su trabajo y que me hiciera sentir culpable por
lo que estaba adentrando en mi cuerpo. —¿Así que crees que es un militar
de carrera? —Exhalé lejos de Pablo.
Pablo negó con la cabeza. —No lo creo.
—¿Por qué no?
Pablo tenía los instintos más agudos de todos los que conocía. No sólo
era un empleado, no por un largo tiempo. Pablo era mucho, mucho más.
Habíamos sido chicos juntos, ido a la guerra, sobrevivido todo el infierno
de vuelta a Inglaterra, llegando a crecer en el proceso y comenzando un
negocio exitoso. Confiaba en él con mi vida. Lo que significaba que podía
confiar en él todo lo respecto a Paula también. Me alegré de que a ella le
gustara, porque tenía la sensación de que él tendría que vigilarla cuando
saliera. Paula odiaría mucho eso. Pero no tanto como odiaría al equipo de
seguridad, no se desquitaría con Pablo. Mi chica era demasiado buena para
ese tipo de cosas.
No me engañaba a mí mismo tampoco —amigo o no, me alegraba
que Pablo ya tuviera una mujer, y si hubiera estado soltero no habría sido
mi primera elección. Era un tipo atractivo.
—Bueno, esta es la parte interesante. El Teniente Facundo Pieres fue
trasladado sólo un par de semanas después de que el avión se estrellara.
Por lo que he podido averiguar, los EE.UU prácticamente lo cesaron con el
traslado por un año, y sólo un puñado de hombres le sirve ahora.
—¿Estás pensando lo que yo, compañero?
Pablo asintió otra vez. —Tan pronto como el Senador se enteró de que
era el próximo vice-candidato presidencial, trasladó a su único hijo a otro
tour en Irak.
Chasqueé la lengua. —Suena como que el Senador conoce a su hijo
muy bien e imaginó que cuanto más lejos pudiera tenerle de la campaña,
mejores oportunidades tendría de ser elegido—Me recosté en la silla y le di
otra calada al cigarrillo—. Quién mejor para conseguir una orden de
traslado que alguien que tiene conexiones políticas. Estoy empezando a
pensar que el Senador Pieres más bien espera que su hijo nunca regrese
de Irak. Un héroe de guerra y todo eso… se ve sensacional para el
patriotismo. —Agité la mano para dar énfasis.
—Precisamente a dónde estaba yendo. —Pablo le echó un vistazo al
cigarro en mis dedos—. ¿Pensé que ibas a dejarlo?
—Lo hago… en casa. —Lo aplasté en el cenicero—. No fumaré
alrededor de ella. —Y estaba bastante seguro de que Pablo era lo
suficientemente astuto como para entender por qué no lo haría. Pero esa
era la cosa sobre los amigos… si os entendíais el uno al otro, no tenías que
explicar hasta la saciedad sobre la mierda que deseabas poder olvidar,
pero que más o menos sabía que era una parte de ti tanto como la médula
ósea.

CAPITULO 52



Sosteniéndola de esta manera, con mi brazo detrás de su culo,
obligándola a estar más cerca de mí era algo que tenía que hacer. Quería
que entendiera que no podía dejarla ir otra vez. No dejaría que se fuera.
Supongo que era la necesidad de mi interior por poseerla. Antes
necesitaba el control durante el sexo, pero no como esto. Paula me hizo
algo que ni siquiera yo podía comprender. Nada antes me hizo sentir así.
Sólo ella.
Tiré de su peso hacia mis caderas. Ella tuvo la idea y se mantuvo a
sí misma suspendida, lo suficiente como para permitirme bajar la
cinturilla de mis pantalones. No es el más fácil de los trucos, pero era
necesario si quería estar dentro de ella, y ella parecía de acuerdo con mi
plan. Sostuve mi polla hacia arriba y le dije en un tono áspero—: Justo
aquí. Y fóllame bien.
Creo que en realidad podría haber una o dos lágrimas en mis ojos
cuando ella se deslizó hacia abajo sobre mí y empezó a moverse. Sé que
quería. Sentí mis ojos mojarse al primer contacto de su coño alrededor de
mi polla con todo ese calor resbaladizo, exuberante, y durante el viaje por
la zona virgen mientras resistía arriba y abajo, follándome hasta la
inconsciencia. Y entonces de nuevo cuando me descargué en su interior.
Me las arreglé para sacarle otro orgasmo con mi pulgar frotando su punto
dulce, y apreciando cada gemido y el sonido que hizo cuando llego a su
punto más alto un momento después. Ella se corrió con fuerza sobre mí.
Sin embargo, mi nombre en sus labios cuando ocurrió fue lo mejor.
Pedro…
Cuando se derrumbó mi polla todavía tenía espasmos, enterrada
profundamente en su interior, sacudida por las convulsiones mientras sus
músculos internos se contraían. Estaba seguro que podría quedarme en su
interior para siempre.
Nos mantuvimos unidos, sin querer separar nunca nuestros
cuerpos. Nos quedamos en el balcón por un tiempo. La abracé y froté
arriba y abajo su espina dorsal con mis dedos. Ella acarició mi cuello y mi
pecho, y me sentí muy suave y cálido a pesar de ser de noche,
estuviéramos afuera, y ella estuviera totalmente desnuda. Tiré de la manta
de la otra tumbona y la puse a su alrededor.
Por primera vez entendí lo que la gente quería decir cuando decían
que lloraban de felicidad.




Adelántate y escoge la que más te guste para hoy —le dije.
Paula sonrió desde la puerta de mi armario y luego
desapareció en su interior.
—Bueno, me encantan las moradas, pero creo que hoy
optaremos por esta —anunció mientras emergía con una corbata azul en
su mano. Llegó hasta mí y me colocó la seda alrededor del cuello—.
Coincide con tus ojos y amo el color de tus ojos.
Amo cuando dices la palabra «amo» en referencia a algo sobre mí.
Observé su expresión mientras trabajaba anudándome la corbata,
mordiéndose apenas la comisura de su delicioso labio en concentración;
amando sus atenciones y no gustándome el hecho de que obviamente
había practicado con alguien más. Que alguna vez estuvo de pie frente a
otro hombre y le ató la corbata. Lo sabía. Intenté imaginar que no había
sido una mañana cuando ayudó a ese cabrón, y que no había pasado la
noche anterior comiéndole la polla a ese hijo de puta.Era un bastardo
celoso ahora. Nunca estuve celoso con ninguna de las otras chicas con las
que había salido anteriormente, pero de nuevo, Paula no era sólo una
chica para mí. Paula era la chica. Mi chica.
—Amo que estés aquí, haciendo esto por mí —dije.
—Yo también. —Me sonrió por un instante antes de regresar a la
tarea en cuestión.
Había muchas cosas más que quería decir, pero no lo hice.
Presionarla nunca funcionó, y había aprendido la lección en ese sentido,
pero aun así era difícil tomarse las cosas con calma. No quería calma con
Paula. Quería rapidez e intensidad y todo al mismo tiempo. Gracias a
Dios que no dije eso en alto.
—¿Cuáles son sus planes para el día, señorita Chaves? —pregunté
en su lugar.
—Tengo una reunión en el almuerzo con colegas de la Universidad.
Cruza los dedos. Tengo que empezar a pensar sobre conseguir esa visa de
trabajo y ahí podría haber algo para mí. Como un cargo de conservación
en un importante museo de Londres. —Terminó con la corbata y la
acarició—. Ya está. Se ve tan fantástico en su corbata azul, señor
Alfonso. —Alzó sus labios hacia los míos con los ojos cerrados.
Besé con sólo el más pequeño de los besos sus labios fruncidos.
Abrió los ojos y los entrecerró, luciendo un poco decepcionada. —
¿Esperando algo más? —Me encantaba burlarme de ella y hacerla reír.
Lo afrontó como si no le importara. —Nah —dijo, encogiéndose de
hombros—. Tus besos son… pasables, supongo. Puedo vivir sin ellos.
Me eché a reír al ver la expresión de su rostro y le hice cosquillas en
el costado. —Es una buena cosa que conserves tus pinturas, mi amor,
porque eres pésima para mentir.
Chilló por las cosquillas y trató de escaparse.
Deslicé los brazos a su alrededor y la arrastré contra mí. —No hay
escape para ti —murmuré sobre sus labios.
—¿Qué si no quiero escapar? —preguntó contra los míos.
—Me parece bien —respondí con un beso real. Fui lento y
minucioso, disfrutando de este mañanero momento a su lado antes de
tener que separarnos por nuestros trabajos. Se derritió en mí tan
dulcemente que tuve que recordarme que ambos teníamos trabajo y que
no había tiempo de llevarla de vuelta a la cama ahora. La cosa buena era
que estaríamos aquí al final del día, y podría dar rienda suelta a mi vívida
imaginación.
Tuve que besarla de despedida un par de veces más antes de que
nos fuéramos por caminos separados: esperando en los ascensores, en el
garaje contra el Rover, y cuando la dejé en el Rothvale. Estos son los
beneficios de tener a alguien con quien quieres estar tan locamente en tu
vida. De nuevo, soy un hombre muy, muy afortunado. Por lo menos soy lo
suficientemente inteligente como para darme cuenta de ello.

CAPITULO 51


Me ronroneó y sus ojos brillaron mientras rozaba su otro pecho
encontrando su pezón floreciendo apretado. Tenía los pezones sensibles y
me encantaba devorarlos. Y hacer que me deseara. Esa era la motivación
real, si era honesto. Hacer que Paula me deseara era mi obsesión.
Moví su pelo al otro lado y me aferré a su cuello con los labios.
Me encantaba el sabor de su piel y como respondía cuando la
tocaba. Teníamos química juntos, y lo supe desde el principio. En ese
momento estaba arqueándose en mi pecho, empujando el suyo más y más
en mi mano. Le pellizqué el pezón y disfruté del sonido que hizo cuando lo
hice. Sabía hacia donde se estaba dirigiendo esto, o hacia donde quería
que se dirigiera. Yo moviéndome dentro de ella, haciendo que se corriera,
consiguiendo esa suave y magnifica mirada de sus ojos después de llegar al
clímax. Vivía por esa mirada en sus ojos. Esa mirada me llevaba a
comportamientos que nunca había considerado antes con una mujer.
Ella comenzó a frotarse en mi regazo. Sus caderas balanceándose
sobre mi “muy excitada” polla bajo la fina tela de los pantalones,
haciéndome imaginar todo tipo de cosas pervertidas para probar. Y
hombre, yo quería probar algunas cosas pervertidas con ella.
Deslicé mi mano a través del canal de los boxers de seda que llevaba
y directamente a su hendidura. Fácil acceso. Y estaba tan jodidamente
mojada para mí que sólo pude avanzar más. Hizo sonidos cuando rocé su
coño y empecé a hacer círculos sobre su apretado capullo de clítoris que
quería mi polla golpeando contra él. Ella me quería. La hice quererme
sexualmente. Si por el momento era lo mejor que tener con ella, entonces
aceptaría lo que pudiese. Sin embargo, yo quería más de mi con Paula.
Mucho más.
Aparté mi boca de su cuello y mi mano de su coño, la levanté de mi
regazo y la puse de pie, delante de mí. Me quedé en la tumbona y encendí
mi mirada sobre ella.
—Desnúdate para mí.
Ella se tambaleó un poco sobre sus pies, mirándome, con expresión
indescifrable. No sabía cómo podría tomarse esa orden, pero no me
preocupó. Estaba a punto de descubrirlo, y la emoción y el desafío me
endurecieron como hierro.
—Pero estamos afuera… —Se giró para mirar por el balcón y
después a mí.
—Desnúdate y ponte de espaldas sobre mí.
Comenzó a respirar pesadamente y seguí sin estar seguro de lo que
haría, pero se lo dije de todos modos. A Paula le gustaba cuando era
contundente.
—Nadie puede vernos. Quiero follar aquí mismo, ahora mismo, bajo
las estrellas —dije.
Me miró con esos ojos suyos cuyo color no puede ser nombrado y
llevó las manos a la parte baja de su camiseta. La tiró hacia arriba y hacia
fuera en un abrir y cerrar de ojos, pero la sostuvo en una mano durante
un momento antes de soltar la tela y dejarla caer sobre suelo del balcón.
Esa demora y esa mirada que me dio era puramente y sin adulterar sexy.
Mi chica sabía cómo jugar a este juego. También tenía las tetas más
hermosas del mundo.
Fue a la cinturilla de sus pantalones cortos en el siguiente paso. Sus
pulgares se atrincheraron bajo el elástico. Mi boca se hizo agua mientras
comenzaba a bajarlos. Se inclinó con gracia y salió de mis boxers de seda.
Se puso de pie completamente desnuda para mí, con las piernas
ligeramente separadas y su pelo revuelto violentamente por un sueño,
esperando que le dijera que hacer a continuación.
—Dios, sólo mírate. No hay nada que pudieras decirme que cambie
lo que siento por ti, o hacer que te quiera menos. —Mi polla latía con
corazón propio—. Créeme —dije con mi
tono cargado de ardor.
Tenía una expresión que sugería que mis palabras la aliviaban.
Paula todavía tenía tantas dudas sobre cómo su pasado podría cambiar
mis sentimientos por ella. Tendría que esforzarme para demostrarle que eso
era insignificante para mí.
—Ven aquí, preciosa.
Ella vino a mí y se subió de nuevo en mi regazo, cruzando sus
piernas y situándose justo sobre mi polla con sólo una capa de suave
algodón separando nuestra piel. Primero fui a por sus tetas, ahuecando
una en cada mano y apretándolas. Llenaron mis manos exactamente, no
desbordante, pero un peso suave que tentaba con la promesa de pretender
otra parte de su cuerpo por mi cuenta. Perfección.
Arqueó la espalda cuando le mordí un pezón. Sin fuerza, pero con la
suficiente como para darle una pequeña punzada y luego exhaló un
glorioso gemido cuando lo tranquilicé con mi lengua. Me pregunté cómo lo
haría con unas esposas. Me apuesto que podría hacerla llegar al orgasmo.
De hecho, yo más o menos sabía que podía. Sería algo magnifico de ver
cuando sucediera. Trabajé en el otro pecho y sentí que se le endurecían,
curvándose de nuevo en mis brazos, toda extendida, cálida… y magnifica.
Tenía que estar dentro de ella. Sentir el orgasmo de Paula
alrededor de mis dedos, de mi lengua o de mi polla era una sensación
indescriptible, me había convertido en adicto. Moví mi mano por su
espalda, deslizándola sobre el sendero de su trasero, yendo más abajo y
por debajo para satisfacer su coño mojado por detrás. Jadeó un suave
sonido cuando mis dedos tocaron su coño y gimió cuando penetraron su
calor húmedo en un abrazo profundo.
—Eres mía… —dije en un susurro, a pocos centímetros de su cara—.
Este coño es mío. Todo el tiempo… ya sea de mis dedos… de mi lengua… o
de mi polla.
Me miró ardientemente mientras mis dedos trabajaban. Tomé su
boca y hundí mi lengua todo lo que pude a la par con lo que mis dedos
estaban haciendo entre sus muslos. Esos magníficos muslos extendidos y
abiertos sobre mi regazo porque yo le había dicho que lo hiciera.
Estaba tan cachondo que estoy seguro de que era demasiado duro
con ella, pero no podía controlarlo. Ella no protestó, y si lo hubiera hecho,
yo hubiera parado. Cada respuesta, cada sonido y suspiro, cada vibración
sobre mi polla, me dijo que, de hecho, ella estaba de acuerdo.
A Paula le gustaba que fuera dominante cuando follábamos y yo la
quería exactamente como era conmigo.