sábado, 15 de febrero de 2014

CAPITULO 22



Usó su pulgar y frotó con más fuerza. Dos dedos entraron en mí y
comenzaron a frotar. —Estás tan malditamente mojada para mí. —Puso su
boca en la mía, también.
Grité mientras me venía en el regazo de Pedro con sus dedos dentro
de mi vagina y su lengua en mi boca, totalmente abrumada y dominada. Y
muy satisfecha. Me sostuvo firmemente como si tuviera miedo de que
intentara irme, pero no debería preocuparse.
Inspiré hondo, las sensaciones todavía recorriendo mi torrente
sanguíneo mientras intentaba procesar su efecto en mí. No tenía auto-
control con Pedro. Nada.
Lo miré cuando pude hacerlo y me sentí abrumada por sus ojos
increíblemente azules. —Tu mano debe ser un desastre —dije, sabiendo
que lo que él dijo era cierto. Estaba empapada para él.
Sonrió traviesamente y movió sus dedos aún en mí. —Me encanta
que mi mano esté justo donde está ahora. Desearía que en su lugar fuera
esto. —Presionó su polla contra mi trasero y no dudé que lo hacía. Sentí lo
duro que estaba y temblé.
—Pero… estamos en… es tu oficina.
—Lo sé, pero esa puerta tiene cerrojo y nadie puede vernos. Tenemos
privacidad total. —Acarició mi cuello y susurró—: Sólo tú y yo.
Me moví para alejarme de él, pero me sostuvo firmemente con una
mirada de placer en los ojos. Volví a intentarlo y esta vez sí me dejó ir. Me
deslicé al piso de rodillas y enfrenté su entrepierna, mi cuerpo oculto por
su escritorio. Puse mis manos en su erección y la apreté. Lo miré y vi una
mirada de ansias y deseo en sus ojos y supe lo que necesitaba hacer.
—Pedro… quiero chupar…
—¡Sí! —Fue toda la dirección que necesité. Desabroché y liberé mi
premio. Dios, tenía un pene hermoso. Pedro siseó cuando lo tomé con mi
mano y lamí la punta, amando el sabor salado de su carne. Me retiré y lo
miré un poco más. Esto había estado dentro de mí, varias veces, y nunca
lo había mirado realmente. Era grande, duro y suave. Acaricié su longitud
y sonreí. Él mordía su labio y me miraba como si estuviera a punto de
reventar con un poco más de presión.
—Eres perfecto —murmuré, y luego cerré mi boca sobre él y rodeé su
hermoso pene en mí. Pedro se aferró a la silla y empujó hasta el fondo de
mi garganta. Lo trabajé bien, acariciando con mi mano y chupando
profundamente en mi boca. Con mi lengua acaricié la gran vena que
alimentaba su erección y lo oí gemir. No me detuve. Seguiría todo el
camino hasta el final y yo quería salirme con la mía.
Debió haber leído mi mente porque sus manos fueron a mi cabeza y
me sostuvieron mientras follaba mi boca. Lo tomé todo sin atragantarme ni
una vez y, cuando sus bolas se tensaron, supe que no duraría mucho y
aferré sus caderas para que no pudiera retirarse.
—¡Oh, mierda, me voy a correr tan fuerte! —Se tensó y derramó su
cálida esencia por mi garganta, sosteniendo mi cabeza con ambas manos
mientras se corría—. Jesús… Paula. —Respiró hondo varias veces.
Levanté la mirada cuando salió de mi boca. Tragué lentamente y vi
su labio inferior temblar viéndome. Tiró de mi hacia él, desde el piso, con
ambas manos aún en mi rostro y me besó lenta, profunda y tan
dulcemente, que me sentí mucho mejor por haberlo complacido. Me hacía
feliz hacerlo feliz.
De vuelta en su regazo, después de acomodar nuestras ropas, nos
pusimos cómodos y nos sentamos juntos en su silla. Pasó sus dedos por
mi cabello y besó mi cuello. Jugueteé con el corbatero de plata que tenía y
parecía algo vintage. Lo dejé abrazarme así un rato.
—Esto es hermoso —dije.
—Tú eres hermosa —susurró en mi oreja.
—Me encantó tu oficina. Las fotografías de la recepción son
hermosas.
—A mi me encantó que me vinieras a la oficina.
—Lo noté, Pedro. Eres bastante… receptivo. —Sonreí. Me hizo
cosquillas y me dejó retorcerme demasiado en mi opinión. Golpeé sus
manos.
—¿Qué me trajiste de tus compras? Espero un dulce —dijo
estirándose para tomar la bolsa—. Me encantan los caramelos rellenos.
Los de cereza son mis favoritos…
Tomé la bolsa antes de que pudiera mirar. —¡Oye! ¿No sabes que no
hay que espiar las pertenencias de una dama? Podrías encontrar algo que
nos avergüence a ambos.
Apretó los labios y suspiró. —Supongo que podrías tener razón —
dijo demasiado fácilmente. Luego sonrió como un demonio y me quitó la
bolsa de las manos—. ¡Pero de todas formas voy a mirar! —La sostuvo
fuera de mi alcance y comenzó a rebuscar en mis cosas. Se puso silencioso
cuando sacó el cepillo de dientes púrpura y el tubo de pasta dental. Los
puso en su escritorio y volvió a la bolsa. Salió un nuevo cepillo, un
desodorante y un brillo labial. Siguió sacando todas las cosas que compré
en la farmacia. Mi marca de champú, el gel de afeitar, e incluso una
botellita del perfume Dreaming de Tommy Hilfiger acabó con los artículos
de tocador. Alineó todo prolijamente y me miró muy serio. —Pero pensé
que no podías hacerlo, Paula.
—Yo también, —Tomé lo único que había quedado en la bolsa. Mi
prescripción—, pero el doctor me dio estás, y un poco de esperanza de que
sí puedo. —Toqué su cabello—. Son píldoras para dormir, así no me
despertaré como lo hice la última vez. Quiero decir, si soy tu novia,
entonces quiero… intentar quedarme contigo alguna…
Me cortó con un beso antes de que pudiera decir algo más —Oh,
cariño, me haces tan feliz —dijo entre besos—. ¿Está noche? ¿Te quedas
está noche? Por favor, di que sí. —Su expresión me dijo todo lo que
necesitaba saber. Quería que me quedara, a pesar de mis hábitos de gritar
entre sueños.
Bajé la mirada a su corbatero y le hablé al artículo. —Si estás
dispuesto a intentarlo como yo, ¿cómo decirte que no?
—Mírame, Paula.
Lo hice, vi su mandíbula apretada detrás de su barba. Pude ver
todas sus emociones, también. Pedro nunca me las ocultaba. Podría ser
reservado en público, pero en privado conmigo, me mostraba su corazón.
Lo que veías era lo que recibías. Me dijo lo que quería de mí sin
disculparse por su franqueza.
—Quiero que lo veas en mis ojos cuando te digo que estoy muy
dispuesto a intentarlo, y tan feliz de que tú también. —Besó mi cabello—.
Y quiero que elijas una palabra. Algo que puedas decirme si tienes que irte
porque tienes miedo o si hago algo que tú no quieres. —Sostuvo mi rostro
frente al suyo—. Sólo di la palabra y me detendré, o te llevaré a casa. Sólo,
por favor, nunca vuelvas a irte así.
—¿Cómo una palabra de seguridad? —pregunté.
Asintió. —Sí, exactamente así. Necesito que confíes es mí. Necesito
eso, Paula. Pero también necesito confiar en ti. No puedo… no quiero
volver a sentirme así nunca. Cuando te fuiste esa noche… —Tragó con
fuerza. Vi el movimiento de su garganta pulsando y supe que yo era algo
importante para él—. No quiero volver a sentirme como me sentí cuando te
fuiste.
—Lamento haberte dejado así. Estaba abrumada por ti. Me
abrumas, Pedro. Tienes que saberlo porque es la verdad.
Llevó sus labios a mi frente y dijo—: De acuerdo, pero sólo dímelo. Di
tu palabra, sea cual sea y me retiraré. No vuelvas a irte así.
—Waterloo.
Sonrió. —¿Waterloo es tu palabra de seguridad?
Asentí. —Eso es todo. —Miré la comida en la mesa de nuestro
almuerzo e inspiré. China, como dijo Eliana, muy bueno—. ¿Vas a
alimentarme o qué? Creí que en el trato había un almuerzo. —Le golpeé el
pecho—. Una chica necesita más que orgasmos, sabes.
Pedro echó la cabeza hacia atrás, se rió y palmeó firmemente mi
trasero. —Entonces, adelante. Vamos a alimentarte, hermosa chica
americana. Tenemos que mantenerte en forma. Tengo grandes planes para
ti esta noche.
Me sonrió. Sabía que estaba perdida.

CAPITULO 21



Quería detenerme en una farmacia para conseguirme una nueva
prescripción, por lo que me bajé del tren dos estaciones después.
Dirigiéndome a la calle, entre en una farmacia llamada Boots y dejé la
prescripción. Tomé una canasta y busqué otras cosas mientras esperaba
que el farmacéutico la llenara. Una idea se formó en mi mente y la seguí,
tomando cosas de los estantes en mi canasta.
En la fila para pagar, noté a un tipo grandote detrás de mí
esperando con una sola botella de agua. Bueno, en realidad, noté su
tatuaje. Tenía una belleza en la cara interna del antebrazo, una perfecta
imitación de la firma de Jimi Hendrix, el gran espiral de la J tan claro
como si lo hubiera dibujado el mismo Jimi. —Lindo tatuaje —dije,
tomando en cuenta lo realmente grande que era. Al menos uno noventa y
cinco, sólidos músculos, con cabello rubio blanquecino y un rostro que
exudaba confianza. Era un tipo con el cual no querías meterte.
—Gracias. —Sus ojos casi negros se suavizaron ligeramente y
preguntó—: ¿Eres una fan?
Su acento británico me tomó desprevenida por algún motivo,
nuevamente, contrario a su apariencia física. —Una gran fan —respondí
con una sonrisa antes de salir al metro.
Busqué mi iPod en el tren. Podría bien escuchar un poco de Jimi
mientras pensaba qué decirle a Pedro cuando lo viera.
Alfonso Security estaba en Bishopsgate, en el centro de Londres
junto con todos los otros rascacielos modernos. De alguna manera, no me
sorprendió mientras me imaginaba a Pedro detrás de un escritorio, con un
sexy traje, oliendo deliciosamente. Salí del sub en la estación de la calle
Liverpool y comencé a subir a la calle. Me tropecé con un desnivel en la
escalera y me aferré a la barandilla. Mis rodillas se detuvieron, pero mi
bolsa con las compras cayó, y su contenido se desparramó. Murmuré una
maldición mientras me volvía para inclinarme y recuperar todo, y me
encontré con el mismo tipo que había visto en la fila de la farmacia con el
tatuaje de Hendrix.
Me ayudó eficientemente con mis cosas y me pasó la bolsa. —
Cuidado por donde caminas —dijo suavemente y continuó subiendo las
escaleras.
—Gracias —grité a su espalda, cuyos músculos se marcaban bajo
una camisa negra. Apenas había llegado a la acera cuando mi teléfono
sonó.


«Pedro Alfonso: Estoy preocupado. ¿Dónde estás?»
«Paula Chaves: Casi llego. ¡¡¡Paciencia!!!»


El cartel en el vestíbulo decía Alfonso Security International en los
pisos cuarenta a cuarenta y cuatro, pero Pedro me dijo que fuera al
cuarenta y cuatro. Caminé al escritorio de seguridad y le di mi nombre. El
guardia sonrió levemente y me dio una lapicera para firmar. —El señor
Alfonso la espera, señorita Chaves. Si pasa por aquí, le haré una
tarjeta para que pueda entrar directamente en visitas futuras.
—Oh… de acuerdo. —Dejé que el hombre hiciera su trabajo y en
minutos subía al piso cuarenta y cuatro con mi propia tarjeta de
identificación de Alfonso Security. Mi corazón se iba acelerando
mientras me acercaba a mi destino. Tragué un par de veces y me acomodé
la chaqueta negra de cuero. La falda negra y botas rojas a juego no eran
ropa totalmente inadecuada, aunque tampoco fuera lo ideal para una
oficina. De repente, me sentí demasiado consciente de mí misma y esperé
que la gente no me mirara. Odiaba eso.
Con mi cartera en el hombro y mi bolsa de compras de la farmacia
en una mano, salí del elevador hacia un espacio muy moderno y decorado
artísticamente. Había fotografías con marcos blancos y negros de
maravillas arquitectónicas de todo el mundo en las paredes, grandes
paneles de vidrio con vistas a la ciudad, y una bonita pelirroja detrás del
escritorio.
—Paula Chaves , vine a ver al señor Alfonso.
Me miró bastante concienzudamente antes de levantarse del
escritorio. — La está esperando, señorita Chaves. La llevaré a su oficina.
—Sonrió mientras me sostenía la puerta—. Espero que le guste la comida
china.
La seguí y dejé pasar por alto el comentario, pero no porque no
quisiera responder, sino porque todos nos miraban. Cada cabeza en cada
punto de trabajo giró en nuestra dirección y nos miró. Quería meterme en
una grieta del piso y esconderme. Eso sería después de matar a Pedro.
¿Qué demonios había hecho? ¿Envió un correo electrónico a toda la
compañía de que su novia pasaría para darle un oral en su oficina? Sentí
mi rostro calentarse mientras seguía a la linda recepcionista, quien de
hecho tenía un anillo de compromiso en su mano izquierda.
Probablemente sólo lo noté por mi negativa al ver todos esos rostros.
—Guau… todo un comité de bienvenida—murmuré.
—No te preocupes, sólo quieren saber quién es quien llamó la
atención del jefe. Por cierto, soy Eliana.
—Paula —dije. Ella se detuvo y llamó en un magnífico set de dos
puertas de ébano antes de entrar
—Y ella es Francisca, la asistente del señor Alfonso. Francisca, la
señorita Chaves ha llegado.
—Gracias, Eliana —Francisca sonrió y me miró—. Señorita Chaves,
es un placer conocerla. —Estiró la mano y la sacudió firmemente. Me
pregunté si era muy malo estar encantada con el hecho de que la asistente
de Pedro pareciera mayor que mi madre y amara los trajes de poliéster. Mi
medidor de inseguridad bajó unos niveles y le devolví la sonrisa a Francisca.
Aun así, ella fue amable y confiada, como la dueña de su territorio cuando
me señaló el segundo par de puertas—. Por favor, entra, querida. Te está
esperando.

Abrí la puerta de aspecto pesado y entré en la oficina de Pedro.
Cerré la puerta y colapsé contra ella, encontrándome con él, tenía sus ojos
cerrados y la nariz en alto.
—Está bien. Sigue con lo tuyo. Sí. Quiero que reportes cada hora
cuando estés en el campo. Protocolo… —Estaba al teléfono con alguien.
Abrí los ojos y lo vi desde mi lugar contra la puerta. Tan confiado y
hermoso en su traje gris oscuro. ¡Y miren eso, otra corbata púrpura! Esta
tan oscura que era casi negra, pero maldición, se veía bien en ella. Colgó el
teléfono y me miró. Sentí la puerta hacer un clic detrás de mí. Sonrió con
una ceja alzada. Lo miré.
—¡Toda esa gente mirándome, Pedro! ¿Qué hiciste? ¿Enviaste un
correo a toda la maldita oficina?
—Ven aquí y siéntate en mi regazo. —Se alejó del escritorio para
hacerme espacio. Sin ninguna reacción a mi acusación. Sólo una orden
confiada de esa hermosa boca que esperaba que yo cumpliera
inmediatamente.
Bueno, obedecí. Marché con mis botas rojas hacia él y me dejé caer
donde lo ordenó. Me rodeó con sus brazos y me dio un beso. Eso
ciertamente ayudó a mi mal humor.
—Pude haberles dicho a algunas personas que vendrías. —Puso una
mano bajo mi falda, caliente para mí—. No te enojes. Tardaste una
eternidad en llegar y me la pasé preguntándole a Eliana si ya habías
llegado.
—¿Pedro? ¿Qué estás haciendo? —murmuré contra sus labios
mientras esos largos dedos seguían avanzando. Forzó mis piernas a
separarse para poder meterse entre ellas hasta mi vagina.
—Sólo toco lo que es mío, nena. —Siguió el camino hasta las bragas
rojas que llevaba y las hizo a un lado.
Tensé mis músculos en anticipación y me presioné contra él. —
¿Cuántas veces fuiste a preguntar por mí?
—Sólo unas pocas… cuatro o cinco. —Su dedo encontró mi clítoris y
comenzó a frotarlo en círculos, logrando ponerme incoherente como
siempre.
—Esas son muchas veces, Pedro… —Apenas pude decirlo cuando
fui capturada por el placer de sus mágicos dedos. Abrí un poco más las
piernas y monté su mano—. La puerta…
—Tiene cerrojo, cariño. No pienses en nada que no sea yo y lo que te
estoy haciendo. —Pedro me aferró con una mano. No tenía nada que
hacer, salvo concentrarme a donde me llevaba.

CAPITULO 20



Pedro mantuvo su palabra. Me dio mi beso de buenas noches en mi
puerta. Por supuesto, sus manos habían tomado cierta libertad y tuve una
gran impresión de lo que él tuvo que soportar, pero después de unos
besos, me había dejado como lo prometió.
Después de una ducha caliente, tiro de mi camisa suave para dormir
y me dirijo a mi cama. Tenía la foto de Jimi Hendrix, donde él estaba
sentado en una mesa tomando té en el jardín, en frente de mí; considerada
como la última foto de él que se tomó. Me encantaba este tipo de cosas y
amaba a Jimi, así que le di mucho uso.
Decidí que era hora de reconocer el titulo de mi novio. Agarré mi
laptop, me acomodé en medio de mi cama y tecleé en Google el nombre
que vi en su licencia de conducir cuando me la mostró: Pedro Alfonso
No había tantas cosas sobre él. Tenía una página de Wikipedia y
unos links en el website de Seguridad Alfonso. Pero Wikipedia sí me
sorprendió, era más conocido por su juego de altos limites en el póker.
Había ganado un torneo mundial en las vegas hace 6 años. Con tan sólo
26 años, había generado suficiente dinero para iniciar su propio negocio. Y
con su experiencia militar en las Fuerzas Especiales, debió haber
encontrado su lugar. Ahora tiene 32, hice unos cálculos y es mayor que yo
por 8 años.
Vi algunas imágenes de él en Google, la mayoría ganando un gran
juego de póker. Me pregunto si mi padre ha escuchado de Pedro. Él ama
los torneos de póker y aún los juega.
Seguí desplazándome a través de imágenes hasta que me detuve en
una. Era una foto en donde estaba él con el Primer Ministro y la Reina
¡Jesus!… ¿El Primer Ministro Italiano y el Presidente de Francia? Sentí un
escalofrió recorrer por mi espalda. ¿Acaso Pedro era como James Bond o
algo por el estilo? ¡Qué rayos! ¿Qué tipo de seguridad hizo él? Si esas
fueron las personas que él protegió, entonces era una clientela de alto
perfil. Estaba aturdida. Nota: Preguntarle al padre de Gabriela si había
odio hablar de Pedro la próxima vez que lo vea. Él era policía de Londres y
si alguien sabia, ese era Roberto Hargreave.
No había visto ninguna foto personal de Pedro en una relación con
una mujer. Me pregunté si podía ocultar algo como eso. Como él rebozaba
de sexo, no había manera de que pudiera vivir un estilo de vida célibe, no.
Y si decía la verdad sobre no llevarlas a su casa, entonces, ¿dónde habían
tenido sexo? Ugh, mejor no quiero pensar en eso.
Cerré mi laptop, apagué la luz y me recosté en mi cama. Saqué su
corbata morada debajo de mi almohada y me la lleve a la nariz. El olor
reconfortante de él vino hacia mí al instante. Ahora me sentía aun más
pequeña. En primer lugar, como un hombre como él se fijo en mí. ¿Sólo
por mi retrato en una galería? La idea no me parece creíble.
Traté de vencer mis miedos y pensé sobre lo que me ofreció esta
noche. Y recordé lo bien que se siente cuando estoy con él y cómo enciende
mi cuerpo durante el sexo. No tenía que preocuparme sobre nada
espantoso o turbio con Pedro. Era, sin duda, brutalmente honesto. Estaba
dominada, claro. Pero me gustó. Fue necesaria la presión que tomó un
trozo de mi vida en el que celebró poca confianza. Realmente lo quería,
simplemente no sabía si él me seguiría queriendo una vez que se entere de
mi pasado.


el puente de Waterloo me castigó la mañana siguiente.
Llegué a casa con el olor celestial del café hecho por mi
compañera de cuarto. Me crucé con Gaby media hora
después mientras salía a clases.
—¿Vas a ir a la exhibición de Mallerton el día 10? —
preguntó.
—Quiero hacerlo. Estoy conservando uno suyo ahora mismo, Lady
Percival. Esperaba averiguar un poco más sobre su procedencia. Ha
sufrido quemaduras y se derritió la laca sobre el título. Realmente quiero
saber qué libro es. Es como un secreto que debo develar.
—¡Sí! —Aplaudió y saltó—. Es su exhibición de cumpleaños.
Fingí contar con los dedos. —Veamos, ¿Sir Tristan tiene como
doscientos veintiocho?
—Doscientos veintisiete, para ser exactos. —Gabriela estaba muy
metida en su disertación sobre el pintor del romanticismo, Tristan
Mallerton, por lo cual, cuando había cualquier cosa relacionada con él, ella
era la primera en la fila.
—Bien, sólo fallé por un año. Nada mal.
Sonrió ampliamente, revelando perfectos dientes blancos y labios
carnosos que me hicieron preguntarme por qué no era la modelo. Los
destellos en su cabello oscuro combinados con su complexión color oliva la
hacían verse exótica. Los hombres siempre estaban encima de mi
compañera, pero ella no quería saber nada. Igual yo, pensé. Hasta que
Pedro apareció y destruyó mi cómoda existencia.
—Planeemos ir juntas, hacerlo toda una noche. Aunque quiero un
nuevo vestido. ¿Te gustaría añadirle un día de compras? —Gaby se veía y
sonaba demasiado emocionada para que le dijera que no.
—Suena excelente, Gaby. Necesito una distracción en mi
repentinamente complicada vida. —Giré la cabeza y gesticulé la palabra
“Pedro”.
Gaby me miró y se cruzó de brazos. —¿Qué les ocurrió a ustedes
dos?
—Quiere una relación. Una de verdad, de las que dormimos juntos,
cocinamos la cena y miramos televisión.
—Y mucho, mucho sexo orgásmico —añadió Gaby y extendió los
brazos—. Ven aquí. Parece que necesitas un abrazo.
Fui a su abrazo y me aferré con fuerza a ella. —Tengo miedo, Gaby—
susurré a su oído.
—Lo sé, cariño. Pero te he visto con él. He visto como te mira. Quizás
esta vez va enserio. No lo sabrás si no lo intentas. —Tocó mi rostro—. Me
alegro por ti, y creo que debes dar un salto de fe. Hasta ahora, el señor
Alfonso está en mi lista buena. Si eso cambiara, si se atreviera a
lastimar uno solo de tus hermosos cabellos, entonces, sus lindas bolas se
transformarán en aceitunas. Por favor, dile que dije eso.
—¡Dios, te amo, mujer! —Reí y me dirigí a clases, pensando en cómo
se lo diría a Pedro.
Tres horas más tarde, él me envió un mensaje.


«Pedro Alfonso: Te extraño, Paula. ¿Cuándo te veo?»


Sonreí al leerlo. Me extrañaba y no temía decirlo. Debo admitir, el
acercamiento directo de Pedro me tranquilizó con el asunto de una
relación. Me resolví y respondí.


«Paula Chaves: Pronto, si no estás ocupado. ¿Puedo ir
a tu oficina?»


Mi teléfono se ilumino casi al instante con un SI enfático junto con
instrucciones de adónde ir, qué elevador tomar, planes para el almuerzo, el
típico modus operandi de mi Pedro. Eso me hizo sonreír. ¿Acabo de decir
mi Pedro? Sí, eso hice, comprendí mientras me metía en la estación del
subterráneo.

CAPITULO 19


Se inclinó hacia mi lado y llevó su boca hasta mis labios, pero estos
no me tocaron. —Yo siempre sonrío, como tú dices, cuando obtengo lo que
quiero. —Me besó decentemente y se alejó.
—Y cuando no obtienes lo que quieres, eres la persona más
demandante que he conocido en mi vida. —Templaba el sarcasmo con una
pequeña sonrisa de mi parte.
—Cuidado, nena. No tienes idea de la profundidad de lo que quiero
hacer contigo. —Sus ojos se oscurecieron.
Dejé que esa amenaza sensual flotara entre nosotros y traté de
mantener mi respiración constante. —Me asustas un poco cuando dices
cosas como esas, Pedro.
—Sé que lo hago. —Con la punta de su dedo llevo mi mentón hacia
su boca y me besó otra vez. Esta vez, mordió mi labio inferior y me
molestó—.Es por eso que estamos tomando las cosas con calma. No
quiero volver a asustarte. —Sus ojos se movieron tan rápido de ida y
vuelta como si estuviera tratando de leerme, sus labios estaban tan cerca,
pero no me tocaban—. ¿Te das cuenta de que esta es nuestra primera vez
juntos en la cual no te tengo que obligarte para salir conmigo? Tengo algo
de esperanza, ¿te das cuenta? —Me dio un último beso antes de poner las
llaves para encender el auto—. Y esa es, señorita Chaves, la razón por la
cual estoy muy sonriente. —Sus ojos azules bailaban ahora.
—Suficiente lejos, Sr. Alfonso, no podré vivir con eso. —Me ayudó
a ponerme el cinturón de seguridad y salimos del estacionamiento. Me
recosté en el cuero suave y aspiré su olor, permitiéndole que me llevara a
cualquier lugar y confiando por el momento en que todo estaría bien.

—La doctora Roswell se ve muy capaz —dijo Pedro casualmente
mientras volvía a rellenar mi copa de vino—. ¿Desde hace cuanto que eres
su paciente?
Me encontré con sus ojos y me preparé a mí misma. Aquí viene,
ahora, ¿cómo va lidiar con eso? Al respirar, dije—: Cerca de 4 años. Desde
que me mudé a Londres.
—¿Fuiste a verla hoy a causa de lo que está sucediendo conmigo?
—¿Si hablas de ir a mi casa con un completo extraño y dejar que me
folle cuando nunca nos hemos visto? Si, por esa parte lo hice. —Tomé otro
trago de vino.
Su mandíbula se tensó, pero su expresión no cambió para la
siguiente pregunta. —¿Y dejarme a mitad de la noche, es la parte por la
que también lo hiciste?
Mi cabeza se vino abajo y asentí.
—¿Qué te lastima, Paula? —Hizo la pregunta con tanta suavidad
que de hecho consideré contárselo por un segundo, pero aún no estaba
lista.
Dejé mi tenedor en la mesa y supe que mi camarón fettuccini estaba
terminado. El pasado y la comida mezclados definitivamente no van. —
Algo malo.
—Que te puedo decir. Vi tu cara cuando despertaste de la pesadilla.
—Miró mi plato con comida, lo apartó y regreso su mirada a mí—. Siento lo
de esa noche. No te estaba escuchando. —Llegó hasta mi mano y frotó su
dedo pulgar sobre la parte superior de la misma—. Supongo… Yo solo
quiero saber si puedes confiar en mí. Espero que puedas hacerlo. Quiero
estar contigo, Paula.
—¿Quieres una relación o no? —Miro su pulgar frotando mis
nudillos—. Le dijiste a la doctora Roswell que eras mi novio.
—Sí, lo hice. Y te quiero Paula. Quiero una relación. —Su voz se
volvió firme—. Mírame.
Lo miro rápidamente, su belleza tan dura contra el mar de sabanas
blancas detrás de él. —¿Incluso con mi forma de ser, Pedro?
—Tu forma de ser es perfecta para mí.
Quito mi mano de su agarre. Tuve que tirar un poco de él para que
la dejara ir. Así que siendo muy de Pedro, queriendo a su modo todas las
maneras posibles, pero él me permitió regresar a la palma de su mano y
mantenerla así. Estuve trazando sobre su línea de vida y luego sobre su
línea del corazón y me pregunté si alguna de mis líneas era salvable.
—No lo soy, Pedro. Perfecta y mi no van juntas en la misma oración.
—Hablé a la mano.
—La  redacción correcta debería ser perfecta y yo —dijo a
sabiendas—, y estoy totalmente en desacuerdo contigo, mi hermosa
americana con acento sexy.
Lo miré otra vez. —Eres demasiado controlador, pero lo haces de
una manera que me hace sentir extrañamente… segura.
—También lo sé, y eso me hace sentir una mierda para ti. Y eso es
porque tú deberías confiar en mí y dejarme cuidar de ti. Yo sé lo que
necesitas, Paula, y eso te lo puedo dar. Sólo quiero saber, tengo que
saber qué es lo que quieres. Qué quieres ser conmigo.
El mesero llego a la mesa. —¿Ya terminó, madame? —preguntó.
Pedro pareció molesto cuando le dije al mesero que se llevara mi plato y él
ordeno un café para mí.
—Apenas comiste nada esta noche. —Podía decir que no estaba
contento.
—Tuve suficiente. No tengo tanta hambre. —Tomé un trago de vino—
. Así que, quieres que sea tu novia, y darte control, y que confíe en que
nunca me harás daño. ¿Es eso lo que realmente quieres, Pedro?
—Si, Paula, eso es exactamente lo que quiero.
—Pero hay muchas cosas aquí que no sabes sobre mí. Cosas que no
sé sobre ti.
—Cuando tú estés lista de compartirlo conmigo, ahí estaré yo para
escucharte. Quiero saber todo sobre ti y si tu quieres saber sobre de mí,
puedes preguntar.
—¿Qué pasa si no quiero darte el control sobre algunas cosas,
Pedro, o no puedo hacerlo?
—Luego me lo dices. Estamos negociando y ambos debemos respetar
nuestros límites.
—De acuerdo.
Él inclino su cabeza y habló suavemente—: Quiero estar contigo en
estos malos momentos. Quiero llevarte a casa conmigo y tenderte en mi
cama y tener horas y horas tu cuerpo envuelto en el mío y hacerte todo lo
quiera. Quiero tenerte ahí en la mañana, así cuando despertemos
puedo hacerte venir diciendo mi nombre. Quiero manejar hasta tu trabajo
y recogerte cuando termines tu turno. Quiero ir a las tiendas contigo y
comprar comida que podamos cocinar para la cena. Quiero ver un
programa tonto de televisión y tenerte cayendo dormida en mi pecho, así
podría verte y oír tu respiración.
—Oh, Pedro...
Mi café llegó y yo realmente quería abofetear al mesero por
interrumpir ese hermoso discurso. Me ocupé con la azúcar y crema. Tomé
un trago y traté de encontrar mis palabras. Para ser honesta, ya estaba
atrapada en él. Gancho, sedal y caña. Quería todas esas cosas con Pedro,
simplemente no estaba segura de si iba sobrevivir.
—¿Es demasiado? ¿Te estoy asuntado?
Sacudí mi cabeza. —No, de hecho suena lindo. Y tú deberías saber
algo, nunca antes, nunca tuve una relación como esta, Pedro.
Él sonrió. —Eso es trabajo para mí, nena. Quiero ser el primero. —
Arqueó su ceja con una mirada llena de insinuaciones sexuales que me
dieron ganas de ir esta noche a su apartamento para iniciar nuestro
acuerdo—. Pero quiero que lo pienses esta noche y me digas lo que
decidiste después. Y tienes que saber que soy muy posesivo con lo que es
mío.
—¿Enserio, Pedro? —Sentí el sarcasmo saliendo de mí—. Nunca me
lo hubiera imaginado anoche cuando salías de mi apartamento.
—Podría tocar tu hermoso trasero ahorita por el labio que me estás
dando. —Me guiñó un ojo—. Simplemente no puedo evitarlo Paula, es
como me siento sobre ti. En mi cabeza, tú eres mía y eso es lo que he
sentido desde la primera vez que te vi. —Suspira—. Así que me voy a
contener por hoy, te llevaré a tu apartamento y te daré el beso de buenas
noches en tu puerta, y espera a que me digas lo contrario. —Le hace una
seña al mesero—. ¿Estás lista para irnos?
Reí ante la imagen que vino a mi cabeza.
—¿Señorita Chaves, acaso se está riendo de mí? Por favor,
compártelo.
—Señor Alfonso, me lo imaginé esperando tocarme, jugando a
contenerse dándome besos de buenas noches en mi puerta.
Gimió y movió sus piernas en la silla, sin duda trataba de controlar
su furiosa erección. —Si mi coche se las arregla para llegar a tu calle,
habrás presenciado un milagro esta noche.

CAPITULO 18



La doctora Roswell siempre está escribiendo en su libreta
durante nuestras sesiones. Esto parece muy viejo como
la escuela, para mí, pero bueno, esto es Inglaterra y su
oficina está en el edificio desde que Thomas Jefferson
escribió la Declaración de Independencia en Filadelfia.
También está usando una pluma que impresiona totalmente.
Vi como su hermosa y brillante pluma turquesa escribía palabras en
su libreta mientras me escuchaba hablar sobre Pedro. La doctora Roswell
realmente es buena escuchando. De hecho, es más o menos la esencia de
lo que hace. No sé de qué consistirían nuestras sesiones si no le dijera
cosas que podía escuchar.
Sentada detrás de su elegante escritorio francés, ella tenía una
imagen de profesionalismo y genuino interés. Yo diría que está cerca de los
cincuenta con una hermosa piel y cabello blanco, el cual no le envejecía en
nada con respecto a su edad. Ella siempre viste joyería única y trajes
bohemios que la hacen parecer culta y accesible. Mi padre me había
ayudado a encontrarla cuando me mudé por primera vez a Londres. La
doctora Roswell estaba en mi lista de artículos de primera necesidad junto
con: alimentos, ropa y refugio.
—Entonces, ¿por qué crees que reaccionaste así dejando a Pedro a
mitad de la noche?
—Porque tenía miedo de que me viera así.
—Pero, él lo hizo. —Ella escribió algo en su libreta—. Y por lo que me
has dicho, él quería estar ahí a tu lado para consolarte.
—Lo sé, y eso me asusta. Que él quiera que le cuente por qué tengo
esos sueños... —Y este era mi mayor problema. La doctora Roswell y yo lo
hemos estado discutiendo muchas, muchas veces. ¿Qué pensaría un
hombre de mí una vez que lo sepa?—. Él me pregunto si yo quería hablar
sobre eso y le conteste que no. Él es tan intenso que sé que en cuestión de
días, probablemente antes, presionará por más.
—Las relaciones son así, Paula. Tú compartes y ayudas a la otra
persona que sabe sobre ti, inclusive las partes aterradoras.
—Pedro no es lo que usted piensa, él es tan demandante todo el
tiempo. Él quiere… todo de mí.
—¿Y cómo te sientes cuando él pide cosas o quiere que le des todo?
—Aterrorizada por lo que me pasará a mí, Paula. —Tomé una
respiración profunda y las palabras empezaron a salir—. Pero cuando
estoy con él ó cuando me toca… cuando estamos… intimando… me siento
tan segura y querida, como si nada malo me fuera a pasar con él. Por
alguna razón, confió en él, doctora Roswell.
—¿Crees que empezar una relación sexual con Pedro es la razón de
que tus pesadillas hayan vuelto aparecer?
—Sí. —Mi voz sonó trémula y no me gustó el sonido de la misma.
—Paula, eso es algo normal para los sobrevivientes de abuso. El
acto íntimo del sexo es vulnerable a una mujer por su naturaleza. La
hembra acepta al macho dentro de su cuerpo. Él es fuerte y típicamente
más dominante. Una mujer tiene que tener confianza en su pareja o me
imagino que serían pocos de nosotros teniendo sexo en absoluto. Agrégale
esto a tu historia y tienes una mezcla muy bulliciosa y amenazadora
dentro de tu subconsciente.
—¿Incluso cuando tú no recuerdas nada?
—Tu cerebro lo recuerda, Paula. Los temores de despertar esa
revelación están ahí. —Escribe otra nota rápida—. ¿Te gustaría tratar con
medicamentos para dormir? Podríamos ver si esto suprime tus pesadillas.
—¿Funcionará? —Eso seguramente capturó mi atención. La
sugerencia de algo tan simple como el somnífero me hizo reír
nerviosamente. La idea de que podría estar con él toda la noche… o él
conmigo, también me dio un poco de esperanza. Eso es si Pedro aun
quiere tratar de acostarse conmigo. Me acordé de él saliendo de mi
apartamento anoche después del loco sexo contra la pared y cómo no me
gustó que me hubiera dejado. Mis emociones fueron demasiado confusas.
Parte de mí lo quería y la otra parte le temía. Realmente no tenía idea de
qué sería de nosotros. Él te hizo decirle que eras suya.
La doctora Roswell me sonrió. —No lo sabremos hasta que lo
intentemos, querida. Valor es el primer paso y la droga es simplemente
una herramienta para ayudarte a tomar más pasos hasta que hayas hecho
tu curso. Las soluciones no siempre tienen que ser complicadas. —Tomó
su talonario de recetas
—Muchas gracias. —Mi celular comenzó a vibrar en mi bolso. Lo
revisé y vi que era un mensaje de texto de Pedro—. Pedro está aquí, en
recepción. Nos pusimos de acuerdo para que me recogiera en mi cita antes
de llevarme a cenar. Dijo que quería hablar sobre… nosotros.
—Para dos personas siempre es bueno hablar de su relación. La
confianza y honestidad que des ahora hará mucho más fácil resolver sus
diferencias después. —Me da la receta—. Me encantaría conocerlo, Paula.
—¿Ahora mismo? —Los nervios comenzaron a bailar en mi vientre.
—¿Por qué no? Podría salir contigo y conocer a tú Pedro. Me
ayudaría inmensamente ponerle caras a los nombres cuando tenemos
nuestras sesiones.
—Oh… está bien —dije, levantándome de su confortable, barata y
floral silla—, pero él realmente no es mi Pedro, doctora Roswell.
—Ya lo veremos —dijo dándome una suave palmada en mi hombro.
Mi respiración fue capturada en mi garganta cuando lo vi mirando el
arte que se encuentra sobre el muro mientras esperaba por mí. La manera
en que él se quedó allí me recordaba haberlo visto viendo mi portarretrato
de la exhibición de Oscar y quererlo. Quererlo lo suficiente para
comprarlo.
Pedro se dio la vuelta en cuanto entramos a la recepción. Sus ojos
azules iluminaron su rostro y se transformó en una sonrisa blanda
mientras se acercaba a mí. Una ráfaga de alivio atravesó mi corazón.
Pedro lucía muy feliz de verme.
—Pedro, ella es mi terapeuta, la doctora Roswell. Doctora Roswell,
Pedro Alfonso mi…
—Novio de Paula —interrumpió una vez más. Pedro le ofreció la
mano a la doctora Roswell y probablemente le dedicó una sonrisa que
derretiría sus bragas. Como intercambiaban cortesías, tuve un vistazo de
su reacción ante él y debo admitir que fue satisfactorio ver a las mujeres
de todas las edades ser intoxicadas por su belleza masculina. Y me
gustaría recordar utilizarlo en una sesión futura también. Entonces,
doctora Roswell ¿usted piensa que Pedro está fuera de las sexy lista de
éxitos, o no?
—¿Novio? —pregunté tan rápido salimos hacia su carro, sosteniendo
firmemente mi mano en la suya.
—Solo mantén las cosas en positivo, nena. —Sonrió y tiró de
nuestras manos entrelazadas hacia su boca para dejar un beso en la mía
antes de ponerme en su Rover.
—Puedo verlo —dije—. ¿A dónde me llevas y por qué estás tan
sonriente?