viernes, 21 de marzo de 2014

CAPITULO 136



No pude resistirme a mandarle un mensaje a Pedro a la hora del almuerzo.
Parecía disfrutar de nuestras bromas y solía contestar si no se encontraba
en una reunión, e incluso a veces aunque estuviera en una. Mensajes
traviesos también. Sonreí según tecleaba. Es posible q tenga q ir desnuda
xa casarme contigo. Aún no tengo vestido. Estás comiendo? ».
No tuve que esperar mucho antes de que mi móvil vibrara.
«No, nena. No lo entendiste. Vale a lo de ir desnuda SOLO en la luna de
miel. Vestido indispensable xa la boda. Xx».
Me reí en alto y llamé sin querer la atención de mis amigos. Intenté
disimular revolviendo la ensalada.
Era imposible que funcionase.
—¿Mensajes guarros otra vez? —preguntó Oscar con una sonrisa.
—Lo siento. Sale espontáneo. —Me encogí de hombros y ladeé la
cabeza—. ¿Culpa de las hormonas? —Merecía la pena utilizar en mi
defensa la excusa de las hormonas al menos una vez.
—Te pillé, querida —dijo Oscar con una risita y el radar de cotilla
encendido. Estoy seguro de que podría engatusar a una monja para que se
quitara la ropa si quisiera. Daba miedo el modo en que conseguía las cosas.
—Solo tenían que mirarse el uno al otro para hacer que la sala entrara en
combustión espontánea —añadió Gaby burlonamente mientras le daba un
buen sorbo a su copa de vino.
Me dio rabia no poder unirme a ella con otra copa y decidí que no
pasaba nada si sentía celos inhumanos por ella en ese momento.
—No seas mala, Gaby, ya me estás dando bastante envidia con el vino.
No puedo evitar que Pedro consiga que entre en combustión espontánea.
Gaby se echó a reír y volvió a llenar su copa de Chardonnay.
—No me sorprende que Pedro te dejara embarazada. Imagino que al
principio apenas comían o bebían. Todo lo que hacían era darle como
conejos.
La miré con cara muy seria. Aguanté unos diez segundos antes de
romper a reír.
—Es cierto, es totalmente cierto.
Estábamos bromeando, haciendo el bobo cuando me sonó el teléfono.
¿Mamá? ¿A estas horas? Nunca me llama por la mañana.
—¡Mierda! Me está llamando mi madre. ¿Creén que ha notado que
hablaba mal de ella? —Decidí dejar que saltara el buzón de voz.
—¿La melodía de Psicosis es el tono para tu madre? —preguntó Gaby,
que se había quedado con la boca abierta.
Me encogí de hombros.
Pedro fue quien lo puso. —Silencio incómodo—. Siempre está
jugueteando con aplicaciones y esas cosas. —El silencio se hizo aún más
evidente—. Quiero decir que quien se pica… —Intenté zanjarlo con algo
ligero y gracioso.
Oscar me salvó cuando empezó a reírse y me lo contagió. Dios, si tenía
que aguantar el terrible resentimiento de mi madre, también podía intentar
encontrarle la gracia a hacerlo. Oscar la había conocido y había sobrevivido
para contarlo. Mi madre le toleraba, pero ella adoraba a Gabriela, así que
estoy segura de que Gaby pensaba que estaba siendo muy dura. No lo era.
Oscar era testigo de ello.
Un minuto más tarde vi que tenía un mensaje de voz, lo que no era una
sorpresa. Mi madre me dejaba mensajes de voz todo el tiempo. Sabía que
no le cogía el teléfono y eso le molestaba aún más de lo que ya lo estaba
conmigo. De pronto me sentí cansada. Era agotador mantener esta guerra
entre nosotras. Deseé que hubiese paz. Me pegaría un tiro si tuviese una
relación así de tortuosa con mi hija o hijo.
Mientras me bebía mi limonada me quedé pensativa un rato, contenta de
oír a Gaby y Oscar hablando sobre distintos estilos de velos y los pros y los
contras del blanco y el crema para una novia embarazada. Hasta que me
empezó a invadir la culpa.
¿Qué decía esto de cómo estaba manejando la situación? ¿Y si algún día
mi hija no quisiera hablar conmigo? ¿O si no aguantara estar cerca de mí?
¿O si pensara que era una perra hipócrita?
Me quedé hecha polvo.
Cogí mi móvil y pulsé el buzón de voz.
Paula, necesito hablar contigo. Es…, es… una emergencia. Intentaré
llamar a Pedro y ver si puedo dar con él.
Un miedo helador me atravesó al instante. Si mi madre se dignaba
llamar a Pedro, entonces se trataba de algo realmente malo. ¡No! No dejes
que se trate de papá. No dejes que se trate de él. Ni podía pensar en eso.
Me quedé congelada mirando el teléfono. Su voz no era normal. Sonaba
como si estuviese llorando. Mi madre nunca lloraba.
Me tembló la mano al apretar las teclas de su número. Me di cuenta de
que Pedro acababa de mandarme un mensaje de texto, pero lo ignoré. Y
entonces el móvil de Oscar se encendió como un árbol de Navidad.
—¿Qué ocurre, Pau? —Gaby se acercó y me tocó el brazo.
—No lo sé. Mi madre… dice que es una emergencia…, estaba llorando.
Las ideas se agolpaban en mi cabeza, mi corazón latía tan fuerte que
podía sentir mi cuerpo temblar. Oscar contestó a su llamada. Su mirada se
cruzó con la mía y dijo:
—Está aquí mismo. Llamando a su madre.
Sabía que Oscar estaba hablando con Pedro, y sabía que eran malas
noticias. Mi mente estaba aturdida cuando escuché la voz de mi madre al
otro lado de la línea. Todo se movía tan rápido que no podía hacer nada por
pararlo. Quería parar el tiempo. Párate. Por favor, para todo esto… No
quiero saber lo que sea que tiene que decirme.
—¿Paula? Cariño, ¿estás con alguien? —Mi madre nunca me llamaba
«cariño» y nunca sonaba como lo hacía ahora mismo.
—¡Mamá! ¿Qué ocurre? Estoy con Oscar y Gaby. Estamos buscando mi
vestido de novia… —Podía oír cómo mi voz se empezaba a quebrar—.
¿Por qué has llamado a Pedro?
El silencio de mi madre fue como la hoja de un cuchillo clavándose en
mi corazón. Sabía que no estaba callada por mi comentario sobre el vestido
de novia. Quería pensar que esa era la razón, pero sabía que no era así.
—Paula…, es tu padre.
—¿Qué le ocurre a papá? ¿Está… bien? —Apenas podía preguntar. Miré
a Oscar y vi su gesto de sincero dolor. Entonces empezó a hablar bajito
por su propio teléfono. No me miraba, mantenía la vista baja. Sabía lo que
estaba haciendo. Oscar estaba hablando con Pedro y diciéndole en qué
restaurante estábamos para que pudiese venir a por mí.
¡Noooooooooo! Eso significaba que algo muy malo había ocurrido.
—Paula, cariño, tu padre se ha ahogado en la piscina. Lo encontró el
servicio de mantenimiento. —Mis oídos escuchaban las palabras, pero mi
cerebro se rebelaba. No podía aceptarlo. No podía.
—¡No! —la interrumpí.
—Paula…, es cierto. Ojalá no lo fuese…, pero lo es.
—Pero no puede ser, mamá. No puede estarlo… ¡No! ¡No, no me digas
eso! Mamá… ¿Mamá?
—Cariño, estuvo en el agua mucho tiempo. Probablemente fue un ataque
al corazón.
—N… no… —gimoteé—. No puede ser cierto. Papá va a venir a
Londres a visitarme. Vendrá a mi boda…, me va a llevar al altar. Él me lo
dijo. Me dijo que estaría aquí…
—Paula…, se ha ido, cariño. Lo siento tanto. —Estaba llorando. Mi
madre estaba sollozando por teléfono y yo estaba estupefacta porque nunca
la había visto u oído llorar antes.
Se me cayó el teléfono y terminó en mi plato de sopa, que salpicó todo
lo que tenía enfrente. Yo solo me quedé mirándolo y lo dejé en el fondo de
la sopa de pollo. Pedro me conseguiría otro. Ese teléfono ya era parte del
pasado. No volvería a tocarlo.
De algún modo me puse en pie, pero no tenía adónde ir. No había ningún
sitio bueno al que ir, estaba atrapada. Así que empecé a flotar como hice
aquella otra vez. Solo yo me di cuenta de lo que me estaba ocurriendo en
ese momento. Agradecí la sensación. La ligereza resulta agradable cuando
tu corazón es tan pesado que te quiere arrastrar hasta la boca del infierno.
Sí, salir de tu cuerpo es mucho más agradable.
Floté más alto hasta que pude verme ahí abajo. Vi a Oscar abrazarme y
arroparme en su regazo. Se sentó en el suelo del restaurante sin soltarme.
Gaby estaba a su lado hablando con alguien por teléfono. El camarero se
apresuró para echar una mano.
Pero era todo tan absurdo…
¿Por qué estaban todos en el suelo de un restaurante lujoso londinense
cuando deberíamos estar comiendo? Teníamos que salir de ahí. Tenía que
encontrar un vestido y organizar mi boda. Mi padre iba a llevarme al altar
dentro de siete semanas. La reina de Inglaterra había recibido nuestra
invitación. ¡Santo Dios! ¡No teníamos tiempo de hacer el idiota así!
Finalmente me di cuenta. La ligereza que sentía tan agradable
desapareció y el peso del dolor y la pena volvieron a su lugar.
No quería regresar a la Tierra. Quería quedarme justo donde estaba.
Eso no era cierto. Quería seguir flotando hacia arriba hasta
desintegrarme. Eso sonaba agradable. Desintegrarme…
Lo único que sentía era un odio absoluto hacia el techo. Ese maldito
techo traidor estaba evitando que siguiera flotando.
¡Deja que me vaya! Deja que me vaya flotando…

CAPITULO 135



La expedición de compras demostró mi teoría de que sería una auténtica
locura.
—¿A qué te refieres con que no vas a llevarte estos zapatos? —Oscar
sujetaba lo que resultaban ser unos stilettos de Louboutin de quince
centímetros con cristales incrustados—. Son fabulosos. No puedes no
llevártelos, amor. Harán tus piernas kilométricas.
Puse los ojos en blanco y después le miré.
—Y el objetivo de eso es…
—¿Estar sexi?
Sacudí la cabeza hacia Oscar.
—No, querido. El objetivo de ese día es casarse, no que parezca que
trabajo para un servicio de prostitutas de lujo. —Me señalé vientre—.
Embarazada, ¿recuerdas?
—Sí —dijo sarcásticamente Gaby a mi izquierda—. ¡Aún no me creo
que me ocultaras el secreto durante casi dos semanas!
—Lo siento, no era mi intención ¿y he mencionado que todo esto fue un
shock para mí? En todos los sentidos —le contesté con otra buena dosis de
sarcasmo—. Estoy empezando a sentirme humana. —Fruncí el ceño—.
Enfatizo el empezando.
Gaby sacudió la cabeza.
—Apuesto a que sí —dijo, y miró a lo largo de un perchero lleno de
vestidos con la esperanza de encontrar algo que pudiese servir para pasar
por una dama de honor—. Siete semanas, Pau. Tenemos siete semanas
para organizar esta boda. Es de locos.
—Lo sé. Ojalá pudiésemos tener un poco más de tiempo para planearlo
todo, pero Pedro quiere hacerlo lo antes posible. Tenemos un margen de
dos semanas tras la clausura de las Olimpiadas. —Bajé la voz hasta
reducirla a un susurro—: Cree que si nos casamos con una gran celebración
pública y anunciamos que estamos embarazados, impedirá que quienquiera
que me esté siguiendo haga algo. Solo espero que esté en lo cierto. —Se
me revolvió un poco el estómago, pero me deshice de cualquier miedo. Lo
cierto es que ya no tenía tiempo de preocuparme de quién podría ir tras de
mí. Iba a tener un bebé y era otra persona a la que proteger. Me sorprendió
lo fácil que era asumir ese papel. Me di cuenta de que la fuerza de la
naturaleza era innata en nosotros. Proteger a mi bebé era tan solo un
instinto natural que debía seguir. Respiré hondo y recordé que Pedro me
tenía bien vigilada y que no estaba corriendo ningún riesgo. Nunca más.
No, ese mensaje extraño en mi móvil antiguo me había aterrado
muchísimo, además de la idea de que dos de mis agresores del vídeo
estuviesen muertos con casi total seguridad. Miré hacia donde Leo estaba
haciendo guardia; la tienda de novias no le había frenado en absoluto. Esos
días era mi sombra, al estar Pedro y Pablo tan ocupados con las Olimpiadas.
Le sonreí y vi cómo suavizaba el gesto durante un momento antes de
regresar a sus obligaciones de guardaespaldas, analizando el lugar y
manteniendo a los locos alejados. Gracias a Dios.
Gaby debió de notar mi preocupación, porque me rodeó con el brazo.
—Has sufrido mucho. ¿Cómo has hecho para no enloquecer, Mujer? —
Apenas hizo una pausa para tomar aliento—. ¿Color? ¿Nos quieres en
tonos morados o lavanda?
—Esa es una muy buena pregunta. Una pregunta para la que no tengo
respuesta. —Me encogí de hombros—. Me refiero a lo de por qué no he
enloquecido —le dije suspirando—. Y me encantarían de morado si
encuentras algo que te guste. Quiero que Eliana y tú se sientan cómodas
lleven lo que lleven, Gaby. Y sus vestidos no tienen por qué ser
iguales en absoluto, o incluso del mismo tono o tela. Quiero que lleven lo
que les guste. Estaran preciosas con cualquier cosa.
—Bueno, ya basta de cháchara, señoritas. Tenemos que encontrar un
vestido de novia y el tiempo vuela —anunció Oscar de manera imperiosa
mientras miraba su reloj de forma teatral—. ¿Puedes decirme qué es lo que
buscas en el vestido, querida? Si sé lo que buscas será coser y cantar. —
Chasqueó los dedos de ambas manos haciendo una floritura.
Gaby puso los ojos en blanco ante la afirmación de Oscar.
—Eso es un poco osado, Oscar. Eres un hombre. ¿Qué te hace pensar que
puedes dar con el vestido de Pau entre el millón de tiendas de Londres?
Oscar miró a Gaby y le chistó.
—Soy gay. Con eso es suficiente, mujer. ¿Cuándo te he aconsejado mal?
—Repasó a Gaby de arriba abajo. No era ningún secreto que él siempre le
elegía la ropa y que ella siempre se tomaba sus sugerencias a rajatabla. Oscar
era muy bueno con la moda y el diseño. Dios, les quería tanto a los dos…
—Me gusta lo que sugeriste antes, Oscar . Algo de inspiración vintage,
un encaje sencillo es bonito, y quiero mangas. Pueden ser cortas, pero nada
de un vestido sin mangas. —Hice un gesto con las manos sobre mi vientre
—. Tal vez un talle alto sea lo mejor, por si acaso me empiezo a hinchar.
¿Un toque de morado tal vez?
Oscar miró al cielo.
—Para nada pareces embarazada, querida. —Inclinó la cabeza y dijo,
curioso—: ¿Tendrás barriga el 24 de agosto?
—No lo sé y no empieces, por favor. Todos los invitados saben que
estoy embarazada, así que no es como si intentásemos ocultarlo. Créeme,
ya he tenido que escuchar a mi madre. Como si fingir que no vamos a tener
un bebé fuera a ser más respetable de algún modo. Odio los numeritos que
monta. ¿Por qué no puede tan solo alegrarse por mí? Va a tener un nieto,
¡por el amor de Dios!
Gaby posó su mano en mi hombro.
—Con barriga o sin barriga, estarás preciosa, y tu madre tendrá que
superarlo sin más. La sorprenderemos con una boda maravillosa y una
novia tan radiante que no tendrá otra opción que encantarle todo.
Eran muy monos por decirme eso, pero no tenía muchas esperanzas de
que mi madre cambiara de opinión. No quería oír hablar de Pedro ni de
nuestra relación. De hecho tuvo el valor de decirme que estaba tirando mi
vida a la basura con Pedro y el bebé. Me preguntó para qué habían servido
los últimos cuatro años si todo lo que había hecho era quedarme
embarazada de nuevo. Eso duele. Pensaba muy poco en mí. La primera vez
no fue culpa mía y esta vez…, bueno, no pretendía quedarme embarazada.
Sé que Pedro y yo fuimos irresponsables, pero no me arrepentía de las
consecuencias. No podría arrepentirme. Me toqué el vientre y lo acaricié
de un lado a otro. Este bebé había sido concebido con amor
independientemente de lo que pensara mi madre o lo que yo opinara de mí
misma. Al menos sabía que eso era cierto. Amaba a Pedro y él me amaba a
mí. No tenía más opciones, lo entendiese mi madre o no; no había otra
opción para mí en este mundo.
—Gracias, chicos. De verdad…, no sé cómo habría organizado esto en
tan poco tiempo sin ustedes dos —dije suspirando—. Incluso Eliana y
Luciana están hasta arriba de trabajo. Espero que podamos de verdad sacar
esto adelante.
—Como si no pudieramos —se burló Oscar—. Tendrías que detenerme a
punta de pistola para evitar que te ayude con esta boda pija, llena de
famosos y organizada en una mansión ¡a la que Su Majestad ha sido
invitada!
—Sí, bueno, recemos para que no venga. Gracias a Dios que Eliana me
puso en contacto con esa planificadora de bodas, Victoria algo. Me ha
asegurado que se hará cargo de todo lo que tenga que ver con reinas y
príncipes. No sé nada del protocolo a seguir cuando se tiene a la realeza en
la boda de uno. —Miré a Oscar y a Gaby, lancé los brazos al aire y tragué al
pensar en todo—. Creo que me estoy poniendo mala.
—No. Nada de ponerse mala, pequeña —dijo Oscar con determinación,
colocando sus largos brazos sobre mis hombros—. Vamos a sentarnos para
tomar un agradable almuerzo y coger fuerzas para volver a la búsqueda del
vestido perfecto para tu Lujosa y famosa boda campestre. Que tendrá lugar en
siete semanitas. —Oscar miró al cielo y se santiguó—. Podemos hacerlo.

CAPITULO 134





El pelo de su barba jugaba con mi piel. Una lengua cálida se movía
alrededor de mi pezón convirtiéndolo en un duro y sensible bulto. Me
arqueé hacia su boca y gemí de placer, lo que parecía excitarle más.
Alguien estaba bien despierto y dispuesto a hacer que me corriese antes del
desayuno. La mejor manera de empezar el día.
Abrí los ojos y le miré fijamente; mi despertar era como una señal de
tráfico dando permiso para seguir adelante. Me encantaba despertarme con
Pedro así: su peso apretándome, sus caderas colocadas entre mis piernas,
sus manos clavando las mías a la cama. Sus ojos se encendieron cuando me
llenó con una decidida estocada. Expresé mi placer y me arqueé para
juntarme a él todo lo posible. Poseyó mi boca con su lengua y encontró
otra parte de mi cuerpo que reclamar.
Me gustaba que Pedro me reclamara. Me encantaba.
Se movió despacio y constante, marcando el ritmo con las profundas
embestidas que terminaban con un pequeño giro de cadera. Contraje los
músculos internos, sabedora de que le ayudaría y me llevaría al clímax más
rápido. Lo deseaba con todas mis fuerzas últimamente.
—Aún no, nena. Tienes que esperarte esta vez —me dijo gruñendo—,
me correré contigo, y yo te diré cuándo.
Cambió nuestra posición rápidamente, colocándome a mí arriba, pero no
estaba satisfecho con que yo le cabalgara. Pedro se incorporó, se sentó y
me agarró fuerte de las caderas para poder maniobrar conmigo sobre su
sexo, empujándome muy profundo con cada movimiento, nuestras caras a
meros milímetros y nuestros cuerpos conectados. Él podía ver todo lo que
decían mis ojos: cuánto le amaba, cuánto le necesitaba, cuanto le deseaba.
—Ooooh, Dios… —Me estremecí, intentando desesperadamente
controlar el placer que estaba a punto de consumirme, consciente de que
resultaba imposible porque Pedro era un maestro en el arte de dármelo. Era
un maestro también dirigiendo el sexo. Su naturaleza dominante brotaba
con toda su fuerza, controlando cuándo correrme. Me hacía esperar. Hoy
era una de esas ocasiones. Sin embargo, no tenía dudas de adónde me
llevaría. La espera solo hacía que lo que viniese al final fuese mucho
mejor.
—Cuando estoy dentro de ti es como estar en el paraíso —dijo; acto
seguido sus labios encontraron de nuevo los míos y sus palabras quedaron
silenciados por el momento—. Estás tan húmeda para mí… y tu sexo tan
contraído… Adoro tu coño, nena. —Esperaba esa parte del ritual en la que
me decía cosas obscenas. Nada me excitaba más que lo que salía de su
boca. Bueno, tal vez lo que de hecho hacía con ella. Y con su pene. Pedro
podía soltar la palabra «coño» y conseguir que no sonase sucia. De todas
formas, esa palabra no tenía el mismo significado entre los británicos. No
era tan horrible como en Estados Unidos. Los comentarios eróticos de
Pedro me volvían loca de deseo.
Le dejé entrar en mí y que me poseyese, y sentí cómo la fusión de
nuestras lenguas cobraba intensidad a medida que adentraba su sexo en mí
y controlaba mis movimientos, levantándome y dejándome caer una y otra
vez contra su excitado pene. Noté cómo se endurecía y recé para que se
ahogara dentro de mí.
—Por favooor… —rogué con un gemido que él acalló con su boca y su
lengua.
—¿Mi preciosa quiere correrse?
—Sí, ¡me muero de ganas!
Sus manos abandonaron mis nalgas, desde las que me había ido
dirigiendo, y subieron para pellizcarme los pezones.
—Di mi nombre cuando lo hagas. —Las agudas sensaciones me
invadieron, dejando salir la enorme ola de placer que había estado
conteniendo y permitiendo que me inundara.
PedroPedroPedro… —grité, y me derrumbé sobre él, sin ser capaz
de controlar mi cuerpo. Perdí la conciencia tras eso, pero me di cuenta de
cómo se corría. Oí sus duros gruñidos y sentí el calor de su eyaculación
emanando en mi interior, lo que me hizo recordar que así fue cómo
concebimos a nuestro bebé. Justo así. Nuestros cuerpos conectados en un
frenesí maravilloso hasta que el nirvana ocurrió y nada más importó.
Me levantó y giró la cadera despacio para recibir los últimos momentos
de placer de este encuentro. Ronroneé contra su pecho sin querer moverme
de ahí. Nunca.
—Buenos días, señora Alfonso —dijo mientras sonreía con dulzura.
—Mmmmm…, lo han sido, ¿verdad que sí? —Me moví sobre sus
caderas y me contraje aún excitada, alrededor de su sexo, dentro de mí—.
Todavía no soy la señora Alfonso.
—Cuidado, preciosa —jadeó—. No te deshagas de mí antes de que
pueda convertirte en una mujer honrada.
Me reí.
—Creo que yo corro más peligro que tú. Dios, me vuelves loca. —Le
acaricié los labios y la nariz con la mía, disfrutando del tiempo que
pasábamos juntos y de la idea de que Pedro era totalmente mío durante un
ratito antes de que tuviese que irse a trabajar.
Se encontraba tan tenso con las Olimpiadas y trabajaba tanto que yo
estaba decidida a ayudarle en lo que pudiese. Empezar el día con sexo
maravilloso era una de las formas, y yo también disfrutaba de sus
beneficios.
—Me encanta volverte loca. Te quiero. —Me besó suave y dulcemente
—. Y serás la señora Alfonso dentro de nada, así que tal vez deberías
acostumbrarte a que te lo llame.
—De acuerdo, creo que puedo hacer eso por ti. —Extendí la mano
izquierda, miré el anillo otra vez y me fijé en que el morado oscuro de la
piedra parecía casi negro con la luz gris de la mañana—. Y yo también te
quiero. —Aún me asombraba un poco verlo ahí, en mi mano. Estaba
comprometida con Pedro y de verdad íbamos a casarnos. Y de verdad iba a
tener su bebé. ¿Cómo ha podido pasar todo esto? Seguía teniendo que
recordarme que no se trataba de un sueño.
—¿De verdad te gusta el anillo? —me preguntó suavemente—. Sé que te
gustan antiguos y este era tan poco usual que pensé que te gustaría más que
uno moderno. —Tenía mi cara entre sus manos y me acariciaba las
mejillas con el pulgar—. Pero si quieres uno distinto, tan solo dilo. Sé que
no es un anillo de pedida convencional y quiero que estés feliz.
Me cubrí la mano izquierda con la derecha de forma protectora.
—Me encanta mi anillo y nunca lo vas a recuperar —bromeé—
—¿Bien?
—Muy bien, señor Alfonso. Tiene un gusto exquisito para los
regalos, que son demasiado lujosos pero que me encantan igualmente. Me
estás malcriando.
Movió las caderas bajo mi cuerpo, recordándome que aún estábamos
unidos.
—Tengo derecho a hacerlo, y no he hecho más que empezar, nena.
Espera un poco —contestó guiñándome un ojo.
—Yo no te he hecho ningún regalo —dije mientras tiraba de las sábanas
amontonadas bajo mis rodillas.
—Mírame. —Su voz era seria y había dejado de bromear.
Alcé la mirada y me encontré con sus ojos de un azul centelleante.
—No digas eso. No es cierto. Tú me has dado esto. —Me cogió la mano
y la posó sobre su corazón—. Y esto. —Colocó su mano sobre la mía—. Y
esto. —Colocó nuestras manos sobre mi vientre y las dejó ahí—. No hay
regalos mejores, Paula.