jueves, 27 de marzo de 2014

AVISO!

NOVELA NUEVA: LA UNICA EN MI VIDA a partir del sabado


LA CHICA BUENA.Paula Chaves no bebe, no se mete en líos y trabaja
muy duro. Cree que ha enterrado su oscuro pasado, pero cuando llega a la
universidad, un rompecorazones conocido por sus ligues de una noche pone en
peligro su sueño de una nueva vida.
EL CHICO MALO. Pedro Alfonso, sexy, musculoso y cubierto de tatuajes,
es justamente el tipo de chico que le atrae a Paula, justamente lo que quiere evitar.
Dedica sus noches a ganar dinero en un club de lucha itinerante, y sus días a ser el
estudiante ejemplar y el seductor más popular del campus. Toda una mezcla
explosiva.
¿UN DESASTRE INMINENTE… Intrigado por el rechazo de Paula , Pedro
intenta colarse en su vida proponiéndole una apuesta que trastocará sus mundos y
lo cambiará todo.
… O EL INICIO DE ALGO MARAVILLOSO?
En cualquier caso, Pedro no tiene la más mínima idea de que ha iniciado un
tornado de emociones, obsesiones y juegos que los terminará dañando,… aunque
puede que también los una para siempre.

AVISO

ESTA NOVELA TIENE UN CUARTO LIBRO QUE SALIO A FINES DE FEBRERO CUANDO LO TENGA VOY A COMENZAR A SUBIR MAS CAPITULOS

CAPITULO 156


—¿Dónde está? ¿¡DÓNDE COJONES ESTÁ!? —grité a ninguna persona en
concreto. Tenía a Tomas, Pablo, Leo y a mi padre de pie mirándome a la
espera de pautas. Sin embargo, no sabía por dónde empezar. Necesité todas
mis fuerzas para no romperme en pedazos y temblar como un flan por
culpa del miedo y la desesperación.
—Hijo, mira esto. Creo que Paula te ha dejado un mensaje oculto. —
Mi padre sostenía mi móvil y lo estaba estudiando.
—¿Qué? ¡Qué pasa! —Le cogí el teléfono y leí de nuevo el mensaje.
—Las mayúsculas —dijo mi padre por encima de mi hombro—, solo
están en mayúsculas algunas palabras. Mira el resto.
Las palabras «Pedro», «Mi», «Antigua», «Teléfono», «Busca» y «Lo»
eran las únicas que empezaban por mayúscula. Mi padre tenía razón. No
podía creerlo. Mi chica me había dejado con éxito un mensaje en código a
pesar de la coacción del secuestro. Cerré los ojos y recé para que ocurriese
otro milagro.
—Y otras palabras que deberían estar en mayúscula las ha dejado en
minúscula, como tu nombre…
—¡Sí, papá, lo he cogido! —le corté y corrí hacia el cajón de mi mesa,
en el que hurgué hasta que localicé su móvil antiguo. Lo enchufé al
cargador y lo encendí. La espera mientras se ponía en funcionamiento fue
una tortura.
No había nada nuevo en él. Mi excitación se vino abajo, pero al menos
ahora surgía algo de esperanza. Una pequeña probabilidad por la que
apostar. Un hilo del que podía tirar y ver las cartas que había debajo.
Entendía ese tipo de probabilidades. Un mensaje significaba esperanza. Un
mensaje significaba que estaba viva. Y si tenía que apostar por Paula,
estaba seguro de que ella lucharía hasta su último aliento para ganar. Mi
chica era así, y ahora mismo no había nadie en quien tuviera más fe que en
ella.
—Me ha enviado un mensaje cifrado —dije otra vez, a nadie en
particular, todavía anonadado de que hubiera reaccionado tan rápido en una
situación terrible.
Subí el volumen y dejé su precioso móvil cargándose en la mesa de mi
despacho. Me senté y observé cómo su luz parpadeaba de forma
intermitente. Tenía que hacerlo. Mi chica iba a llamarme y a decirme
dónde estaba para que pudiera ir a por ella y traerla de vuelta. Vamos,
nena…
Cada hora que pasaba era un siglo para mí. Después me vino a la mente
que no me habían entrado ganas de fumarme un cigarrillo mientras
esperaba a que mi chica me enviara un mensaje desde dondequiera que
estuviese. No pensaba en coger uno, ni en su sabor, ni siquiera sentía el
mono de nicotina. Nada de eso. Jamás en mi vida volvería a coger un
cigarro si eso me devolvía a Paula sana y salva. No era prometer mucho,
lo sé. En realidad era patético. Pero era todo lo que tenía para apostar.
Recé a mi ángel y le pedí otro milagro y esperé que me escuchara por
segunda vez en mi vida. Mamá, necesito otra vez tu ayuda…
Y entonces llegó una foto en un mensaje que emitió el sonido más
maravilloso que jamás había escuchado. Abrí el mensaje y me quedé
mirándolo, asimilando lo que acababa de enviarme.
Paula estaba jugando sus cartas en una situación de vida o muerte y
había aumentado la apuesta poniendo sobre la mesa una cantidad enorme
que podía acabar de cualquier forma. La quería muchísimo por hacerlo y
sentí que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Mi chica había
jugado sus cartas con el instinto de una jugadora experta. Por supuesto que
lo hacía, ella era mi chica.
—¿Papá? —Le tendí el móvil con la mano temblorosa—. ¿Dónde está
ese campanario? Debes saber dónde está. Llévame ahí ahora mismo.
Paula puede verlo desde donde acaba de hacer la foto.

CAPITULO 155





Sonó una campana. El profundo y sonoro «clong» de un campanario, en
algún lugar de Londres, sonó puntual. Conté siete «clongs» antes de abrir
los ojos y me encontré en una habitación extraña, rezando por haber
despertado de una pesadilla.
No fue así.
Estaba mareada después de haberme desmayado dos veces. La primera
vez no me quedé inconsciente, solo lo suficientemente atontada para que
mi secuestrador captara mi atención y me dijera qué tenía que hacer.
Me había obligado a hacerles cosas terribles y crueles a personas que me
importaban, a personas que quería. Pero había hecho esas cosas confiando
y rezando por poder salvarles la vida. Mi secuestrador no era un extraño
para mí. Le conocía desde hacía muchos años, y en todos los sentidos de la
palabra. Tampoco era ajeno al asesinato. Había asesinado a gente para
llegar a donde estaba ahora. No tenía motivos para pensar que a mí no me
mataría del mismo modo. No tenía nada más que perder.
—Mi preciosidad se despierta —susurró a mi lado; movía las manos por
mi cuerpo con determinación y podía sentir su aliento en mi cuello.
—No…, por favor, no hagas esto, Bruno. Por favor… —le rogué, tratando
de empujarle hacia atrás con las manos.
—Pero ¿por qué no? Follamos muchas veces en el pasado. Entonces te
gustaba. Sé que te gustaba —tarareó—, y entonces solo era un crío. Ahora
sé lo que hago.
Deslizó una mano bajo mi camiseta hasta llegar a mi pecho y apretó.
Arrastró su boca por mi cuello y trató de besarme, pero yo cerré los labios
y volví la cabeza.
Me agarró con fuerza la barbilla y apretó, girándome hacia él.
—No pienses que podrás hacerte de rogar conmigo, Paula —dijo con
voz cruel antes de estampar su boca contra la mía y meter a presión la
lengua, tratando de invadirme.
—Bruno, estoy embarazada…, no, por favor, ¡para, por favor! —rogué
respirando con dificultad.
—Arghhh…, ese engendro bastardo creciendo dentro de ti no es una idea
muy agradable, querida, sobre todo cuando estoy intentando follarte. Sabes
bien cómo cortar el rollo, desde luego —se quejó—, pero, bien, tú misma.
Puedo esperar.
Bruno se apartó de mí y se apoyó en la pared y sus ojos recorrieron mi
cuerpo con lascivia. Se ajustó el paquete y me sonrió sarcástico.
—¿Vas…, vas a matarme? —Traté de no pensar en sus motivos y en qué
sucedería si le salía bien. Luché para mantener la calma y no considerar
huir. Necesitaba que Bruno confiara en mí un poco para poder llevar a cabo
lo que tenía en mente. No huir de él sería el primer paso.
—No lo sé todavía. Quizá sí y quizá no. —Sonrió con maldad—. Si
decides que quieres follar más pronto que tarde, házmelo saber. Eso quizá
te beneficie, cariño.
Intenté ignorar su comentario.
—¿Te ha contratado el senador Pieres para matarme? —Mi corazón
latía con tanta fuerza bajo mis costillas que dolía.
Echó la cabeza hacia atrás en la pared y se rio.
—El senador es un pelele que no sabe hacer la o con un canuto. Mmm…,
no, querida, el senador Pieres no me ha contratado.
—Entonces ¿por qué? ¿Por qué me haces esto, Bruno? Tú siempre
fuiste… bueno conmigo.
—Que te jodan, perra. En siete años no has sabido nada de mí —contestó
con brusquedad, con cara de medio loco. O, mejor dicho, de auténtico loco
—. No soy el chico bueno que recuerdas del instituto —me dijo con aire
satisfecho, sonriendo mientras hablaba, cambiando su comportamiento por
completo, de loco a risueño en cuestión de segundos.
—Entonces dime qué te ha cambiado, Bruno. ¿Por qué no eres ya el buen
chico que recuerdo? —Hice la pregunta y después permanecí callada.
Estudié lo que me rodeaba lo mejor que pude e intenté no pensar en Pedro
ni en qué estaría haciendo en este momento. ¿Habría descifrado ya mi
mensaje? ¿O estaría aún en shock por el dolor de mis palabras, creyendo
que ya no le quería?
¡Como si eso pudiera ocurrir jamás!
Si Pedro había descifrado mi mensaje oculto, ¿tendría yo alguna
oportunidad de darle la única pista que poseía en este momento?
Bruno empezó a hablar. A divagar, en realidad. Se perdió en una diatriba
sobre cómo mató a Eric Montrose e hizo que pareciera una pelea de bar.
Apenas escuchaba. Traté de encontrar un modo de conseguir su móvil, y
sabía lo que haría con él en el momento en que lo tuviera. Solo necesitaría
un momento. Uno solo. Podría hacerlo en un minuto si surgía la
oportunidad.
—Nadie más tenía que morir, ¿sabes?, después de Montrose —dijo.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Es culpa tuya que tuviera que morir más gente. No me apasiona la
parte del asesinato, Paula. Me resulta muy desagradable. —Frunció el
ceño y examinó mi cuerpo de nuevo, pensando sin duda en algo con que
pasar el tiempo en esta habitación en la que me había encerrado.
—Bruno, no…, tú no eres como ellos. Tú no habrías hecho lo que esos
chicos me hicieron en la fiesta.
Entornó los ojos un segundo.
—Tienes razón. Fueron unos cerdos por hacerte eso. Violar a una chica
que está inconsciente no es mi estilo. —Se bajó de la cama, fue hacia la
ventana y miró el cielo oscurecido—. Con el tiempo habrías venido
suplicándome por ello.
Mmmm…, no lo habría hecho, maniaco hijo de puta.
Se giró y me miró como si fuese idiota.
—Estaba aquí, en Londres. Tenía todo planeado. Íbamos a quedar otra
vez y a empezar de nuevo justo donde lo dejamos hace todos estos años.
Habríamos hecho un pacto para hundir a Pieres con la historia de ese
vídeo que grabó el mierda de su hijo —explicó como si estuviera hablando
con un niño pequeño—. Entonces se lo habríamos vendido al equipo de
Pieres, y si no hubiera estado interesado, entonces al equipo rival, y nos
habríamos marchado para disfrutar de una vida feliz en algún lugar bonito
y tranquilo.
—Entonces ¿qué pasó para que cambiaras de opinión? —pregunté en
voz baja.
—¡Tu puto novio es lo que pasó! —gruñó—. De todos los tíos con los
que podrías haber empezado a salir, tuviste que elegir a un tipo de
seguridad con conexiones con la jodida familia real y la inteligencia
militar británica. Gracias por todo, Paula. ¡Qué bien!
—Pero yo no lo encontré, él me encontró a mí. Mi padre contrató a
Pedro para protegerme de… —En el momento en que las palabras salieron
de mis labios, la niebla comenzó a disiparse y la verdad sobre el
fallecimiento de mi padre me fue revelada.
—Lo sé —dijo Bruno sin más; sus ojos oscuros mostraban lo profundas
que eran las raíces de su locura.
—Tú mataste a mi padre, ¿verdad? —Luché por aferrarme a algún
resquicio de pensamiento o acto racional.
No lo conseguí.

CAPITULO 154



Miré el reloj, deseando poder marcharme del estadio Lord’s Cricket
Ground enseguida, pero sabía que me quedaba como mínimo otra hora allí.
Tomas acababa de anunciar el tiro con arco y la gente de los medios de
comunicación había terminado la transmisión, pero todavía estaban
desmontando los puestos y sabía que eso llevaría algo de tiempo. Estaba
proporcionando a mi primo un servicio personal, el mismo que daba a los
miembros de la casa real, y por ahora todo iba bien. Las eliminatorias
individuales masculinas no habían resultado una gran sorpresa y no se me
ocurría nada que quisiera más que volver a casa con mi chica y hacer las
paces. Esta noche me tocaba retractarme… y yo era bueno en eso.
Tomas venía hacia mí cuando sonó mi móvil. Esperaba que fuera Paula.
No había contestado aún a mi mensaje anterior. Sonreí cuando vi su
nombre…, pero leí lo que había escrito en el mensaje.

no puedo seguir contigo. Pedro, anoche nos mataste. Mi Antigua vida es
lo que quiero ahora de vuelta… ya no te quiero… ni quiero tener nuestro
bebé. me voy a casa y quiero estar sola… ¡no vengas por mí ni me
llames por Teléfono! Busca ayuda, Pedro, creo que Lo necesitas
desesperadamente… Paula.

No recuerdo cómo salí de ahí. Sé que Tomas estaba conmigo, así que debió
de ayudarme. Mi padre apareció más tarde. Yo quería volver a casa porque
el GPS decía que Paula estaba ahí. La última señal registrada de su móvil
era de mi piso. Nuestro piso.
Pero no estaba allí.
Cuando descubrí su anillo de compromiso y su móvil en el fondo del
acuario de Simba, quise morirme. Era un mensaje alto y claro. Un mensaje
cruel y terriblemente doloroso, pero que entendí sin reservas.
Nuestro primer encuentro había sido en el acuario, aunque ninguno de
los dos lo supo en ese momento. Paula había visto a Simba antes incluso
de conocerme. Habíamos empezado con Simba. Y también terminaríamos
con Simba. Qué apropiado.
En cualquier caso, la situación no encajaba en absoluto. Mi lado
emocional quería rendirse, pero mi parte pragmática todavía luchaba por
razonar sobre toda esta mierda. Lo de anoche había estado mal, sí, pero
¿era digno de una ruptura? Difícilmente. Paula no era cruel. En todo caso,
tenía más corazón que la mayoría de la gente. Y era muy sincera. Si
hubiese querido dejarlo, me lo habría dicho en persona, nunca mediante
algo tan impersonal como un mensaje. El mensaje no era para nada su
estilo. También me había prometido que jamás me enviaría otro
«Waterloo». Es cierto que no me había puesto esa palabra en el mensaje,
pero me había prometido que nunca más saldría corriendo y me dejaría de
esa manera.
Leo ni siquiera sabía que Paula se había ido del piso. Me dijo que dejó
que el tipo de Fountaine fuera a mi despacho a trabajar en el acuario a las
cuatro en punto, como estaba programado. Sobre las cinco y media, Paula
le escribió pidiéndole que fuera corriendo al Hot Java a traerle un té
especial Masala Chai que le gustaba tomar ahora que estaba embarazada.
Leo fue a la tienda, pero mientras estaba en la cola ella le llamó y le dijo
que no importaba lo del té, dado que yo estaba camino de casa y ya le había
comprado algo. Leo nos relató que cuando volvió al piso, el tipo de
Fountaine al parecer había acabado su trabajo y se había marchado. Pudo
escuchar el agua correr en el baño y dio por hecho que Paula se estaba
duchando.
Hablé por teléfono con Maria y me transmitió un relato de una
Paula perfectamente normal, emocionada con echar un vistazo a unas
muestras de los regalos de los invitados que habían llegado. Encontré el
velo de su vestido de novia cuidadosamente doblado en una bolsa. Eso no
tenía ningún sentido para mí. ¿Por qué estaba emocionada con mirar los
regalos para los invitados si me iba a dejar? ¿Por qué había sacado el velo?
Encontré incluso su vestido morado sobre la cama, como si hubiera estado
escogiendo qué ponerse para la cena. ¿Por qué dejaría preparada la ropa
para una cita si estaba pensando dejarme? Y la parte de que no iba a tener
mi bebé tampoco cuadraba. Paula lo quería. Ella no se desharía de
nuestro niño. Ella ya amaba a nuestro bebé como lo hace una madre. Eso lo
sabía con el corazón, sin importar lo que dijera el mensaje.
Lo otro que me hacía de veras sospechar era que la cámara de seguridad
de la puerta había fallado mientras Leo estaba en la tienda de café. Durante
el mismo lapso de tiempo en el que Oscar debía de haber salido del piso y
en el que el servicio técnico del acuario supuestamente tendría que haberse
ido. Ese tipo de coincidencias simplemente no ocurrían en la vida real.
Solo pasaban en la tele.
Llamé a Fountaine y les pregunté a quién habían enviado para reparar el
acuario de Simba.
Su respuesta me heló la sangre, que se detuvo de golpe en su camino
hacia mi corazón.
—El señor Alfonso nos llamó esta mañana para cambiar el día del
servicio técnico, señor.
Fue entonces cuando supe que la persona que nos había enviado las fotos
de Paula y yo frente a Fountaine había estado en la jodida tienda. Nos
había seguido por todo Londres y había permanecido en la tienda, y me
había escuchado pedir la cita para el servicio técnico. Le había dado la hora
y el lugar, de forma que podía llevarse a mi chica de mi propia casa, a
plena luz del día, delante de mis propias narices.
Maldita sea, joder…