sábado, 13 de septiembre de 2014

CAPITULO 201




LA llovizna era extrañamente cómoda de camino a casa. Me recordaba a los días sombríos a los que aprendí a acostumbrarme cuando el clima aún era nuevo para mí. Al comienzo, cuando primero me trasladé a Londres, extrañé los rayos del sol de California. Pero mientras florecía en mi nuevo ambiente, sumergiéndome con la universidad y las pesadas influencias culturales a mí alrededor, me encantó más la lluvia de Londres. Así que mientras las gotas de llovizna caían sobre mi sombrero morado y bufanda, no me importó ni un poco. La lluvia siempre se había sentido purificadora para mí.


Caminé más rápido, apresurándome para llegar a casa antes de que Pedro descubriese mi ausencia, y la pregunta que haría sobre dónde había estado. Sabía que aún no estaba lista para hablar de Facundo con él. Poseía la verdad de lo que me había ocurrido hace siete años en la fiesta, y remolerlo de nuevo en una conversación no era algo para lo que estuviese muy preparada por compartir, incluso con Pedro. Él tendría que entender que necesitaba hacer esto a mi manera, y confiar en mí era la mejor decisión para mí. Y, en muchas formas, para nosotros. Pedro debería entender el proceso ahora mientras finalmente estaba en terapia de sí mismo. Ser forzado a volver a vivir eventos traumáticos no siempre ayudaba a la víctima. A veces dolía mucho.


Me empujé a través de las pesadas puertas de cristal de nuestro edificio y saludé a Claude mientras me dirigía al ascensor. Presioné el botón y esperé, sintiéndome un poco más sudada ahora que cuando estuve fuera de la lluvia. Me quité el sombrero e imaginé que ahora llevaba un mega sombrero de pelo, y tuve la esperanza de que no tendría que subirme con alguien, para evitarle a él o a ella la visión de mí.


Las puertas se abrieron y salió una rubia alta a la que había visto antes. Sarah Hastings estaba cubriéndose la esquina del ojo con un pañuelo floral, como si estuviera secándose las lágrimas.


Se detuvo abruptamente, dándose cuenta de que la había visualizado, y era demasiado tarde para fingir que no lo hice.


—Oh, Paula, hola. Soy yo, Sarah. ¿Me recuerdas de la boda de Pablo?


—Sí, por supuesto. Te recuerdo. ¿Cómo estás? —Lo que realmente quería preguntarle era un poco diferente: ¿Por qué estás saliendo de mi edificio, y estabas arriba con Pedro?


Tenía mis motivos para ser precavida con Sarah, sin embargo. Los mensajes de Pedro en su teléfono eran desagradables, pero cuando ella le llamó más tarde esa tarde, mi intuición de esposa se despertó. ¿Y ahora estaba aquí en nuestra casa encontrándose con él? Tenía la sensación de que ella estaba usándole, o posiblemente algo más, y no me gustaba ni una pizca. También sabía cómo de difícil era para Pedro interactuar con ella. El peor trauma de Pedro había sido la perdida de Mauro mientras eran prisioneros. Había sido forzado a ver el asesinato y fue torturado emocionalmente con eso. Era horrible para él tener que revivir los sucesos a través de Sarah cada vez que llamaba, o quería recordar, o lo que maldita sea que ella estuviese intentando hacer con mi marido.


Posó los ojos sobre mí, posados en mi abultado vientre, y demasiado para mi irritación, el pelo revuelto y la piel mojada. Sabía que me veía horrible.


—Oh, ahora me voy, pero estoy bien, gracias. —Parpadeó y miró al suelo. Sus ojos estaban rojos y a mi parecer había estado llorando.


—¿Estás segura? Te ves molesta.


—En realidad, acabo de dejar a tu marido, había, algo que necesitaba… darle.


—¿Puedo preguntar lo que era? —pregunté, con audacia.


—Um… creo que tendrías que preguntárselo a Pedro, Paula. No estoy en la libertad de decirlo. —Sacudió la cabeza y pareció dolida al estar de pie y hablándome. 


Sarah Hastings estaba resentida conmigo, y si tenía que empujarla más lejos, diría que también se sentía culpable por ello. Tal vez envidiaba la vida que Pedro y yo estábamos viviendo juntos… mientras que ella solo tenía recuerdos de Mauro.


Exactamente lo que temía. La sensación de maldecirme no era bienvenida ni complaciente. Me sentía celosa e inútil en el mismo momento. No sabía que decirle por lo que solo asentí y entré en el ascensor. Sarah ya se había marchado cuando las puertas se cerraron.


Cuando llegué al apartamento anticipé que Pedro estaría ahí quitándose los zapatos, pero no lo estaba. Las cosas estaban tranquilas. Pedro sabía que planeé cocinar esta noche para que pudiésemos tener una tarde tranquila juntos antes de que se marchase a su viaje.


Revisé nuestro dormitorio, pensando que podría estar ahí empacando, pero no lo estaba. Me dirigí a la habitación grande hacia el otro lado del apartamento, cuando olí dientes de ajo. La puerta de su oficina estaba cerrada,pero miré sin tocar. La habitación estaba oscura a excepción de dos formas de iluminación: el acuario y la punta ardiente de su Djarum Black.


—Estás aquí. —Mis ojos se adaptaron a la tenue iluminación y capté un destello de su rostro a través de las sombras. Se veía sombrío mientras se sentaba ahí fumando en su estudio. No feliz de verme. Sin autentica aceptación—. ¿Está todo bien? —pregunté, entrando.


—Estás de regreso —dijo perezosamente. Se sentó ahí mirándome, las brillantes luces del tanque enmarcándole desde detrás, Simba y Dory nadando pacíficamente entre los trozos de brillante coral, mientras él ignoraba mi pregunta.


—¿Por qué estás sentándote en la oscuridad? —Me preguntaba si me hablaría sobre la visita de Sarah. Estaba muy claro que estaba enfadado por eso. Tenía a fumar después de un mal sueño o un flashback. Encontrar o hablar con Sarah parecía traerle el mismo tipo de reacciones de copia, pero ahora fumaba exclusivamente fuera, así que hacerlo dentro de su oficina era la primera pista de que algo no estaba bien. Quería que me hablase sobre sus conversaciones, pero de lejos él no las habría compartido. 


No le empujé, como prometí, pero me dolía que Pedro al parecer pudiese hablar con Sarah sobre cosas que no podía conmigo. ¿Ella podía ayudarle pero yo no? No estaba feliz con como su acercamiento a Sarah me hacía sentir, pero se sentía como que no podía reclamarle o molestarle con ello porque solo haría las cosas más difíciles para él. Nunca quise ser la responsable por traer a Pedro más dolor y estrés que con el que tenía que lidiar.


—¿Cómo fue tu paseo? —preguntó, apagando el cigarrillo y poniéndose en pie—. No te quiero aquí respirando esta mierda.


—¿Entonces por qué estás fumando en casa? —Su actitud era muy fría, sentí un temblor de nerviosismo atraparme.


—Mi culpa. —Caminó hacia mí y me condujo fuera con una firme mano en la espalda. No había resistencia o discusión, podía ver eso simple como el día en la rigidez de su postura mientras se movía a mi lado.


Fuimos a la cocina donde me dejó sentarme en el bar. Él solía sentarse ahí mientras yo preparaba la cena, tanto a trabajar en el portátil como para preguntarme por mi día. 


Pero no parecía querer hablar cuando puso el teléfono en la encimera de granito con un ruido seco. Me miró y se cruzó de manos. Sus ojos me decían que estaba enfurecido, volviéndose de un azul oscuro y agudo.


Tragué e intenté de nuevo.


—¿Pedro, ocurrió algo para molestarte?


Levantó una ceja hacia mí, pero no respondió a la pregunta. Me di cuenta de que no había respondido una sola pregunta de las que le había hecho desde que hube llegado a casa.


—¿Dónde fuiste a caminar, nena? —Está respondiendo a todo con preguntas por su cuenta.


—Caminé hasta el Hot Java —dije con lentitud, pero teniendo la sensación de que él ya lo sabía—. ¿Tienes algo que decirme, Pedro?


—No, querida, no, pero pienso mucho en lo que haces. —Cogió su teléfono y levantó la pantalla para que lo viese.
Facundo Pieres abrazándome en la calle.

CAPITULO 200



PAULA



4th de Enero


Londres


La caridad que mi padre defendió cuando estaba vivo envió una notificación a donde sea que una donación hubiese quedado en su nombre. La cantidad de gifs en el mensaje que acababa de leer dejaron molestos a mis globos oculares. Lo revisé de nuevo, contando los dígitos para asegurarme. Todos los seis.


La segunda sorpresa fue el mensaje que quedó del donante en la sección de comentarios. 


Por favor déjame hacerlo bien, Paula.
Facundo.


No podía creer lo que estaba viendo. ¿Facundo había hecho esto? ¿Había hecho una obscenamente gran donación en nombre de mi padre a la Fundación Meritus College? ¿Asistencia desamparada, pero motivada para que los niños consigan una educación universitaria?


¿Por qué haría él eso?


En verdad no podía imaginar porque lo haría, pero sabía que necesitaba averiguarlo. Así que fui por mi monedero y rebusqué alrededor en el lado y en los bolsillos del exterior hasta que encontré la tarjeta que me había dado. Le di la vuelta y leí el mensaje que había escrito a mano con bolígrafo azul, solo para asegurarme.


Por favor déjame hacerlo bien, Paula.


Le envié un mensaje con las manos temblando y un corazón latiendo, por miedo a escuchar lo que él quería decirme, pero sabía que el momento de saberlo había llegado.


Pedro estaba en las oficinas, preparándose para su viaje a Suiza al día siguiente. Tampoco le había hablado sobre el intento de Facundo por intentar encontrarse conmigo, en su cama de hospital, y después de mi chequeo prenatal. Había encontrado que cuanto más tiempo pasase, simplemente no quería sacarlo a la luz. ¿A qué propósito serviría? 


Necesitaba continuar y lidiar con el aquí y el ahora en lugar de morar en la mierda que había ido mal hace años.


No se lo dije a Pedro, a pesar de que sabía que probablemente debería haberle dado una advertencia. No estaría cómodo conmigo viendo sola a Facundo, y sería excesivamente territorial hasta el punto de cualquier encuentro, incluyendo su presencia, esto lo haría inútil. No, necesitaba encontrar a Facundo por mi cuenta. Ese era mi territorio. Mi pasado. Y yo era la única que necesitaba enfrentarlo, y ponerlo a descansar.


Así que en su lugar le dejé una nota corta en el mostrador de la cocina. En caso de que llegase a casa antes que yo, encontraría mi nota diciendo que me fui a caminar.


En favor de algo de ejercicio, caminé hasta el Hot Java, la cafetería alrededor de la esquina del apartamento.


Facundo llegó antes que yo y estaba esperando en una ventana ladeada, en una mesa para dos. Se veía como lo hizo la última vez que lo vi —completa y totalmente diferente al chico que había conocido hace una eternidad. En tantas formas que era verdad. Ahora era una celebridad política, el tatuado, hijo-héroe de guerra del Vicepresidente Electo. 


También había tenido un escolta esperándole —mayormente del Servicio Secreto, considerando el riesgo terrorista. Para alguien como él, debía ser enorme.


Se veía miserable sentándose frente a mí, y me preguntaba si aún tenía algún dolor físico por su herida.


—Regresaré a los Estados Unidos muy pronto. Representación de orden por la inauguración. —Se dio golpes en la pierna con un dedo tatuado—. Pero extrañaré Londres. Es un buen lugar en el que desvanecerse.


Si, lo es.


—¿Por qué enviaste esa gran donación en nombre de mi padre? ¿Es de verdad algo en lo que quieres gastar tu dinero, Facundo? —pregunté, poniendo la bolsa de té de frambuesa en mi taza en un pequeño vértice de lo sobre-estimulante. Sin importar cuánto había pensado en ello, no podía por mi vida, ver su motivación por el dinero. Así que, todo con lo que me quedaba era la inimaginable idea de que él realmente podría estar arrepentido.


Importa. Mierda.


Facundo miró fuera de la ventana del café, mirando la concurrida calle con tráfico, y los igualmente ocupados peatones del tráfico, arreglándoselas con la llovizna invernal para ir a sus asuntos.


—Gracias por encontrarme, Paula. Esto es algo que he querido durante mucho tiempo… y además, temido. —Puso los ojos en negro al mirarme cuando terminó de hablar.


—Dijiste… dijiste que querías decirme lo que ocurrió en realidad en la fiesta. —Podía sentir a mi corazón latiendo erráticamente profundo en mi pecho.


—Sí. —Se movió en su asiento y pareció abrazarse a sí mismo por lo que quería decir—. Pero primero, quiero que tengas mis más profundas disculpas por cómo te traté, las cosas que te hice, por cuanto te herí. No tengo justificación por todo lo que hice, ni excusas, solo arrepentimiento.


Sus ojos me golpearon, un rastro de anhelo en su expresión —por qué, no estaba segura. ¿Anhelo por mí? ¿Por lo que podría haber ocurrido con nosotros?


—Así que, antes de que te cuente el resto, quería que al menos escuchases esa parte.


Sentí algo extraño más brillante en mi interior, como una grieta cortándose de un lago congelado. No podía siquiera hablar, pero me las arreglé para comprender sus disculpas al asentir con la cabeza.


—¿Viste el video, Paula?


Asentí de nuevo con la cabeza de nuevo y mantuve los ojos en mi taza de té de frambuesas.


—Una vez. Eso fue todo lo que pude ver… —Mi mente se puso en blanco ante las imágenes recordadas que destellaron en mi cabeza. Los otros chicos, yo siendo usada, la risa, la letras de la canción, el tormento de mi cuerpo con objetos, como me hablaban como si fuera una puta que quería todo lo que ellos me estaban haciendo.


—Lo siento mucho… no tenía intención de ir tan lejos —dijo.


—¿Entonces qué maldita intención tenías al filmarnos? —Espeté, levantando la cabeza—. ¿Siquiera recuerdas lo que ese video me hizo? ¿Cómo cambió mi vida? ¿Qué intenté matarme debido a eso? ¿Eres consciente de todo eso, Facundo?


—Sí. —Cerró los ojos y parpadeó—. Paula, si pudiese regresar… solo… estoy muy arrepentido.


Me senté ahí y lo miré, casi sin creer lo que estaba esperando. Durante tanto tiempo había entendido mi oscuro lugar por lo que era. Un hecho malvado, hecho para mí por gente malvada, desprovisto de arrepentimiento, o incluso humanidad por sus acciones. Pero con Facundo ante mí, disculpándose con tanta sinceridad, no parecía tan malo para nada… y era un concepto muy difícil de aceptar.


—Entonces… ¿cuál era tu intención esta noche, Facundo? Si sientes que debes hacer las cosas bien conmigo, entonces imagino que tendré que intentar escucharlo.


—Gracias —susurró, golpeando la parte superior de la mesa con la mano delicada, rítmicamente, solo sus dedos levantándose y bajando. Los tatuajes que le decoraban cubrían toda la superficie de su mano derecha —un esqueleto de huesos en la mano intercalado con telarañas entre los huesos individuales de los dedos.


Me preguntaba lo que Papi-P pensaba de toda la tinta en su hijo.


Después de un momento comenzó a hablar.


—Fui un completo idiota contigo —comenzó—, sé eso, y no tengo excusas, pero cuando salí de Stanford y averigüé que estabas con otros chicos cuando me fui, enloquecí de celos porque cualquier te tendría. Quería castigarte por ello ya que así es como mi mente funcionaba por entonces. —Comenzó a girar el pulgar al lado de su taza de café—. Me emborraché en la fiesta con la intención de filmarnos teniendo sexo, así te lo enviaría como un recordatorio de que eras mi novia, y nadie más se metía en lo que era mío cuando estaba lejos en la universidad. —Se aclaró la garganta y continuó—. Ese fue el alcance de lo que planeé para el video, Paula. Nunca lo habría publicado en algún otro lugar, o mostrárselo a otras personas. Era un recordatorio mío… para ti.


—Pero, esos otros… Luciano Fielding y Eric Montrose, estaban ahí. —No podía mirarle, así que en su lugar simplemente miré fuera de la ventana a la lluviosa acera y a las personas ocupadas.


Sin embargo, seguí escuchando.


—Sí —dijo con tristeza—. Te emborraché, pero estaba incluso más agotado hasta el punto de que pasé después de que… terminé. Esos dos habían venido a casa conmigo durante las vacaciones de fin de semana y sabían que estaba inclinado a enseñarle a mi novia una lección que ella nunca olvidaría. Les dije lo que iba a hacer con el video de sexo. Como un idiota. Era tan arrogante que nunca imaginé que intentarían entrar. Puedes ver con claridad en el video que después de que follo, después de que termino, no estoy de nuevo ahí en la pantalla. Hay un corte en la filmación, y ahí están solo Fielding y Montrose… y tú. Confía en mí, lo vi una y otra vez, horrorizado por lo que hicieron. 
—Aparté la mirada de la ventana y estudié su rostro. Encontró mi cabeza sin protegerse. Vi culpa y arrepentimiento en él—. Paula, yo… yo nunca quise…


Sabía que Facundo me estaba diciendo la verdad.


—Nos vieron… y entonces cuando me marché, se quedaron al cargo. Ni siquiera recuerdo dejarte en esa habitación de juego, Paula. Me desperté a la mañana siguiente en la parte trasera de mi coche. El video ya había sido posteado en una página de compartir y era demasiado tarde. Se distribuyó durante todo el fin de semana. —Se abrazó la cabeza y la sacudió con lentitud—. Y esa música que pusieron ahí…
Intenté recordar la secuencia de imaginería, pero había estado tan traumatizada por mi video visto una sola vez, que en realidad no podía sacar muchos recuerdos de la involucración de Facundo para nada. Sabía que había estado enfadado conmigo por salir con Bruno. Ser una inmadura zorra de diecisiete años no me había dejado con buenas habilidades en donde iba, lo que hice, o con quien lo hice. Tristemente, aprendí la lección de una forma dura, pero aún era remarcable a escuchar esta nueva información de Facundo.


—Entonces, ¿no lo hiciste porque me odiabas? —le hice la pregunta que siempre había querido que se respondiese. 


Era lo que nunca tuvo sentido para mí. Habíamos tenido problemas, pero nunca me había sentido odiada por Facundo antes de esa noche. El video se había sentido como odio hacia mí por todo el intermedio de siete años, y había sido difícil soportarlo porque era demasiado confuso.


—No, Paula. Nunca te odié. Creí que me casaría algún día contigo. —Sus oscuros ojos parpadearon hacia mí, la culpa y tristeza claramente legibles en ellos.


Jadeé, incapaz de responder a lo que acababa de decirme. No tenía opción, así que me senté ahí en silencio y lo miré, incapaz de hacer algo más.


Deslizó su mano hacia adelante como si fuese a coger la mía, pero la apartó a tiempo, dejando a sus dedos a unas pulgadas de distancia de la mesa. Era tan extraño que cogí mi taza de té y lo sostuve con ambas manos para que pudiese darles utilidad.


—Intenté llamarte y verte, pero tu padre y el mío, lo detuvieron. Mi padre me informó de que yo moriría antes de que él me permitiese destruir su carrera política. Me retiró de la universidad y me alistó en el Ejército en dos días. Fui enviado en barco hasta el Fuerte de Benning para Entrenamiento Básico, y no había nada que pudiese hacer. Ni siquiera podía llamarte para decirte que lo sentía, o averiguar cómo estabas. —Extendió la palma arriba en pregunta—. Y ahora con las aspiraciones políticas de mi padre… estoy atrapado en todo ello, realizado sin una forma de salir. Y con él en el Ala Este, estoy más atrapado que antes… —se detuvo con tristeza.


Guao. Solo Guao. Nunca en mis más salvajes sueños habría imaginado esta realidad. No sabía que decirle, o como responder así que nos sentamos ahí en silencio juntos durante un minuto. Él ni siquiera sabía sobre la otra sórdida historia que conectaba todo el desastre —el motivo detrás de las muertes de Montrose y Fielding, el intento de chantaje de Bruno, el asesinato de mi padre —todo era debido al video.Facundo no lo escucharía de mí, tampoco. Los eventos habían evolucionado, y era el momento de ponerlos en el suelo para bien. Nunca nada cambiaría mi más grande perdida, devolverme a mi padre.


Mecí mi estómago protectoramente, necesitando consuelo de algo puro e inocente. Con tanta maldad en mis veinticinco años —sin duda podía encontrar algo hermoso y pacífico moviéndose hacia adelante. Y como un mensaje desde arriba, fui recompensada con un pequeño empujón justo debajo de mis costillas como si dijese “aún estoy aquí y sé que eres mi mamá.” Sí, mi pequeño ángel mariposa, lo soy.


—Entonces, tu vida cambió después de esa noche… al igual que la mía, —dije después de un momento.


—Sí. Las elecciones que hice esa noche cambiaron todo.


NOS despedimos en la concurrida calle con más del medio circo que había experimentado antes, con seguridad, y conductores, y fotógrafos. En realidad necesitaba regresar al apartamento para comenzar la cenar para Pedro ya que esta era nuestra última noche juntos durante un fin de semana. Tenía que marcharse a Suiza muy pronto por la mañana.


Todo el encuentro con Facundo había sido un lado bizarro de las cosas, pero me sentí mucho más ligera de culpa después de escuchar su revelación. Aún avergonzada por mi conocimiento de lo que me llevó a estar en esa mesa de billar hace siete años, pero una gran auto carga me era liberada. Me sentí tremendamente aliviada, y por primera vez, sentí como la sensación en realidad podría quedarse conmigo.


—Gracias, Facundo.


Me miró con curiosidad.


—¿Por qué, Paula?


—Por hablarme de tu historia. Por algún motivo, me ayuda a dejar ir… eso. —Descansé la mano sobre mi vientre, incapaz de explicar tal pensamiento privado con algún tipo de comprensión clara, pero lo hacía sentir perfecto para mí—. Pronto seré madre, y quiero que mi bebé tenga una madre que pueda mantener su cabeza en alto, y que sepa que no hará nada malo, que es una buena persona, quien hizo estupideces a lo largo de una línea de estupideces.


—Eres una buena persona, Paula… y desafortunadamente todos hacemos estupideces. Y a veces las cosas malas nos ocurren sin ninguna intervención de las estupideces que hacemos. —Miró a su prótesis.


—¿Qué harás ahora, Facundo?


—Regresaré a casa e imagino que ahora puedo hacer lo que terminé con el Ejército. Aprender a vivir con una pierna. Tal vez regresar a la universidad y finalmente graduarme en un grado de derecho.


—Entonces deberías hacerlo, si eso es lo que quieres. —Sonreí—. Apuesto a que a los estirados profesores de derecho en Stanford les encantarán tus tatuajes.


Se rió.


—Sí, tanto como a las personas en D.C., pero es bueno sacudir las cosas una vez en un tiempo. —Su conductor abrió la puerta del coche, señalando que era el momento de irse.


—Creo que estás siendo convocado —dije, gesticulando hacia el coche.


—Sí. —Parecía que tenía más que decir mientras sus ojos me estudiaban—. ¿Paula?


—¿Sí, Facundo?


—Decirte que tú también me ayudaste. Más de lo que nunca sabrás. Merecías escucharlo de mi parte desde hace mucho tiempo. Así que de nuevo, gracias por verme. —Cogió un profundo respiro como si estuviera reuniendo fuerza—. Eres más hermosa ahora que antes, cuanto tenías diecisiete años, y estoy tan contento de verte embarazada. Vas a ser una maravillosa madre. Y quiero que recuerdes que eres preciosa a pesar de cómo nos vemos a veces. Voy a recordarte justo como eres ahora. —Finalizó con una sonrisa, pero podía ver como toda la confesión estaba comenzando a llegarle. Este encuentro había sido emocional para él, para mí, y ahora era el momento de despedirnos el uno del otro.


No estaba muy segura de cómo responder a sus cumplidos, pero de nuevo, eran alentadores al venir de él.


—Te deseo lo mismo, Facundo—Extendí la mano hacia él—. Espero que consigas la oportunidad de perseguir tus propios sueños ahora.


Tomó mi mano ofrecida y se inclinó hacia mí para un medio abrazo, incluso a presionar su mejilla contra la mía. 


Entonces regresó a la limusina, la ventana tintada tan negra que le hacía invisible para mí en el instante que la puerta se cerró detrás de él.


Y así, Facundo Pieres se fue.

CAPITULO 199



PEDRO



3 de enero


Londres


VIENDO a Paula poniéndose su maquillaje no podía apartar los ojos de ella. Tenía la esperanza de que no me viera mirándola, porque no quería que se sintiera cohibida. Sabía que estaba un poco preocupada, porque su cuerpo había cambiado mucho. Pero para mí, mi chica estaba más hermosa que nunca. Nuestro pequeño arándano estaba creciendo junto con ella, y ahora era una personita diminuta de treinta y dos semanas, que pateaba y se retorcía alrededor de mí todo el tiempo.


—Será mejor que empieces a prepararte o vamos a llegar tarde. Los planes de tía Maria no esperan a ningún hombre... —se interrumpió, sin apartar su concentración del espejo donde se estaba aplicando algún tipo de mancha oscura alrededor de los ojos. Llevaba un atuendo corto de encaje negro que me ponía duro con solo mirarlo, pero solo estaba medio vestida.


Me di cuenta rápidamente, que sería mejor apegarnos al plan o nunca llegaríamos a tiempo a la cena de cumpleaños de papá. Así que me obligué a pensar en algo no muy interesante, como el trabajo en su lugar. No tomó mucho tiempo. El pensar en el joven príncipe Christian de Lauenburg XT de Europa sin duda ayudó a enfriar mi pene. 


Mi viaje era solo en dos días y ya temía dejar a Paula


Ridículo trabajo de mierda.


—Pero me gustaría mucho más observarte —dije.


Ella hizo un sonido suave.
—Bueno, mi trasero está creciendo cada segundo, en competencia directa con mi vientre. Espero que mi trasero no gane. Al final de esta carrera, solo quiero al bebé y no el culo extra. —Me miró por el espejo, su expresión me regalaba un poco de lo que estaba en su mente. Aun así era mi chica. Sin embargo, me encantaba ese aspecto de ella. Me hacía incluso más determinado a estar tan cerca de ella como me fuera posible, para que pudiera tocar, saborear y absorber cada molécula disponible. Mi necesidad de Paula seguía siendo tan fuerte como siempre. No tenía dudas de que jamás cambiaría.


—Tu culo es la perfección y nunca me escucharás quejarme de tener un poco más de ti para agarrar. —Le di un guiño lento y una sonrisa lasciva—. Desde aquí, ni siquiera parece que estuvieras embarazada. —Llegué detrás de ella, mis manos deslizándose por el resto de su panza—. Tengo que hacer esto, para comprobar si realmente tienes algo aquí. —Extendí mis palmas sobre la firme protuberancia redondeada de nuestro bebé creciendo fuerte en su interior.


Se inclinó hacia atrás y descansó su peso contra mí.


—Oh, algo de esto es cierto —dijo— que tú lo pusiste allí.


Me reí en voz baja detrás de ella.


—Realmente disfruté haciéndolo, por cierto.


—Creo recordar que lo hiciste —dijo secamente.


—Oh, tú lo disfrutaste también. —Deslicé mis manos hacia arriba, hasta sus deliciosas tetas y levanté una en cada mano, apretando suavemente—. Ahora, éstas… son una historia diferente. Han cambiado en el buen sentido y malditamente amo la transformación.


—Me he dado cuenta. —Cerró los ojos por un momento e inclinó su cuello, permitiéndome que la tocara a mi antojo. Siempre dándose a sí misma y a mis locas necesidades.


—Mmmm… eso se siente perfecto para mí, Sra. Alfonso y siempre lo será.


—¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me encanta cuando me llamas Sra. Alfonso? —preguntó perezosamente, mirándome con esos hermosos ojos.


—Un par de veces, sí. Y estoy encantado de que te guste tu nuevo nombre. —Le sonreí en el espejo—. Sabes que amo decírtelo. Sabes que amo que mi nombre sea tu nombre ahora. Amo un montón de cosas… ahora.


Alargó la mano para sostener mi mejilla, sin dejar de mirarme en el espejo.


—Pero tú también estás consiguiendo un nuevo nombre. Ya tenemos a alguien que pronto llegará con nosotros y te conocerá por un solo nombre y no será Pedro.


—Papá.


—Sip. Serás el papá de alguien ahora. —Sonrió suavemente, una mezcla de felicidad y tal vez un poco de tristeza ante el pensamiento de su propio padre—. Serás el mejor de todos… —susurró.


Paula siempre me sorprendía con su generosidad —su capacidad para ser tan amorosa incluso al enfrentarse con el dolor y la pérdida. Valiente. Fuerte. Magnífica. La besé en la parte posterior de su cuello y apoyé mi barbilla en su hombro, los dos nos miramos en el espejo.


—Me encanta como suena, papá. Yo soy un papá y tú eres una mamá.


—Lo somos, sin duda


Regresé mis manos a su estómago.


—Amo a nuestra pequeña piña. —La giré para que me mirara y tomé su sonriente rostro en mis manos—.Y te amo, Sra. Alfonso.


—Yo te amo más —dijo.