viernes, 14 de febrero de 2014

CAPITULO 17



Agarré mi brazo y me estremecí, seguro que un pequeño orgasmo
acababa de rodar a través de mi cuerpo. Mis bragas estaban tan húmedas
que podrían haberse deslizado bajo el asiento de cuero si mis botas no
estuvieran clavadas en la alfombra del Rover.
Cuando Pedro se detuvo junto a la acera, yo estaba temblando. Se
levantó y se acercó a abrir mi puerta. No dijo nada y yo tampoco. En el
pórtico busqué mi llave y la deje caer. Pedro la recogió, la metió en la
cerradura y a nosotros en el vestíbulo. Tomó mi mano a través de cinco
tramos de escaleras, ninguno de nosotros dijo una palabra.
Abrí la puerta de mi departamento y Pedro me siguió dentro.
Y como otras veces, al instante en que estuvimos juntos en la
intimidad, un hombre diferente emergió. Un hombre que apenas contenía
su hambre de mí. Estaba segura que yo no me negaría tampoco.
Tenía la espalda contra la pared y estaba alzada sobre mis pies en
dos segundos. La boca de Pedro en la mía, probando y buscando dos
segundos después de eso.
—Envuelve tus piernas alrededor de mí —dijo, apretando su agarre
en mi culo.
Hice lo que me ordenó. Extendida contra la pared, mis botas
purpura colgando a los costados como una rana para disección, me
entregué a lo que sea que él había planeado. Acepte a donde Pedro nos
llevaba… al sexo. Él estaba a cargo de cualquier cosa que le hiciera a mi
cuerpo, y yo anhelaba tanto su toque como para tener dudas en estos
momentos.
—Abre la cremallera y saca mi polla.
Lo hice también. Sus caderas se echaron hacia atrás para darme
acceso, pero su boca y su lengua seguían saqueándome mientras bajaba la
cremallera de sus vaqueros y, sacándolo duro como hueso y revestido en
seda. Acaricié su carne con mi mano lo mejor que pude y me deleite con
sus siseos guturales ante mi toque.
Pedro puso su mano debajo de mi falda y sus dedos debajo de mis
bragas. Arrancó la parte de atrás, rompiendo el material antes de
empalarme con su enorme erección. Grité mientras me llenaba, estirada
con su tamaño, y me convulsioné por la sensación. Él me sostuvo por un
momento, nuestros cuerpos finalmente unidos.
—Mírame y no te detengas —Apretó sus manos debajo de las
mejillas de mi culo y comenzó a bombear dentro de mí. Duro. Profundo.
Castigándome, pero realmente no me importaba. Yo quería esto mientras
me miraba con sus ojos ardientes de fuego azul.
—¡Pedro! —gemí y me retorcí contra la pared de mi casa mientras
me follaba, su polla me poseía de adentro hacia afuera. Mantuve mis ojos
en él. Incluso cuando pude sentir la presión comenzar a construirse en mi
vientre, y la punta de su pene golpeando el lugar más profundo al que
podía llegar, me quedé mirándolo. La intimidad era fuera de serie y no
podía mirar a otro lado ni aunque yo lo hubiera querido. Necesitaba
mantener mis ojos bien abiertos.
—¿Por qué estoy haciendo esto, Paula? —exigió.
—No lo sé, Pedro —Apenas podía hablar.
—Si lo sabes. ¡Dilo, Paula! —Me tensé cuando un orgasmo empezó
a gobernarme, pero él inmediatamente redujo el ritmo, aminorando las
embestidas contra mi sexo.
—¿Decir qué? —grité frustrada.
—Di las palabras que quiero oír. Di la verdad y te dejaré venir —Se
enterró en mi más lento y mordisqueó mi hombro desnudo con sus
dientes.
—¿Cuál es la verdad? —Empecé a sollozar ahora, completamente a
su merced.
—La verdad es —gruñó el resto en tres duras embestidas—, ¡Tu.
Eres. Mía!
Solté un grito ante la estocada final.
Él acelero de nuevo, follándome más rápido. —¡Dilo! —Gruñó.
—¡Soy tuya, Pedro!
En el segundo en el que dije las palabras su pulgar encontró mi
clítoris y el orgasmo se libero, que rompió tan fuerte en mí como una
poderosa ola contra la orilla. Como una recompensa por obedecerlo. Grité
por él, clavada en la pared de mi casa. Pedro todavía seguía duro en mi
interior, dándome placer.

Un rugido salió de lo profundo de su pecho cuando comenzó a llegar
al clímax; la mirada de sus ojos era casi aterradora. Él empujo con fuerza
una última vez, enterrado hasta la empuñadura cuando su semilla
caliente palpitó hasta empaparme. Aplastó sus labios contra los míos y me
besó, meciéndose lenta y suavemente cuando termino. Sus fuertes brazos
seguían levantándome y yo no sabía como se las arreglaba para hacerlo,
besándome dulcemente y en total contraste con el enloquecido hombre por
el sexo de hace un momento.
—Eres —dijo con voz ahogada—, mía…
Me dejo en la pared, sosteniéndome firmemente hasta que mis pies
recobraron fuerza, y luego salió de mi cuerpo, respirando con dificultad.
Me apoyé contra la pared para sostenerme a mi misma y lo vi meter su
pene nuevamente en sus vaqueros y subir la cremallera. Mi vestido cayó
hacia abajo. Para cualquier persona que entrara en ese momento, no
habría nada que demostrara que acabábamos de follarnos mutuamente
contra el muro. Toda una ilusión.
Pedro llevó una mano a mi mejilla, sosteniéndome cautiva pero
suavemente hacia él. —Buenas noches, mi hermosa chica americana.
Duerme bien y nos vemos mañana.
Llevó su mano a mi cara, sobre mis labios, mentón y garganta y
debajo de mi frente. Su mirada de añoranza me dijo que no quería irse,
pero yo sabia que iba a hacerlo. Pedro me besó en la frente suavemente. Hizo
una pausa y respiro como si me estuviera respirando, y luego salió de mi
piso.
Me quedé allí luego de que la puerta se cerró, mi cuerpo seguía
zumbando por el orgasmo, mi ropa interior rasgada alrededor de mi
cintura, el goteo de semen caliente empezaba a fluir por mi muslo y lo oí.
El sonido de pasos tras su retiro era un sonido que no me gustaba. Ni un
poco.

CAPITULO 16




No parecía feliz cuando frunció el ceño ante la retirada del pelirrojo y
luego a mí. Pedro llevó su mano a mi espalda y me empujó hacia la mesa.
Noté que estaba molesto. Pero incluso molesto seguía viéndose hermoso en
su camiseta negra, jeans oscuros, chaqueta gris, y esa mirada
terriblemente seria en su rostro.
—¿Por qué estás aquí, Pedro?
—Es jodidamente bueno que esté aquí, ¿verdad? Ese simio estaba
sobre ti. Sus manos ya estaban en tu culo ¡Quien sabe lo que podría haber
intentado después! —Me frunció el ceño cuando me senté, su mandíbula
una línea dura, sus labios tensos.
—Creo que lo manejé muy bien por mi cuenta.
Pedro tomó mi cara en sus manos y me besó, sosteniéndome,
atrapada en su boca, empujando su lengua dentro, exigiendo que le
permitiera acceder. Gemí y le devolví el beso, saboreando la menta y el
débil sabor de cerveza. Aún no podía creer que fumara. Nunca podía olerlo
en él. Incluso si hubiera querido rechazar su beso, decirle no a Pedro era
cercano a lo imposible. Siempre lo quería. Presionaba todos los botones
correctos en mí, y por esa razón él era peligroso.
—Mira —dijo lentamente, sus ojos rastrillaron mi atuendo y
volvieron a mi cara—, es un milagro que no haya cincuenta chicos
intentando ligarte.
—Nop. Solo dos —Pelirrojo y él.
—¿Quién? —Entrecerró sus ojos.
Era mi turno para arquear una ceja. —Oscar estuvo conmigo hasta
hace unos minutos, y dejaré pasar ese asunto por el momento, Pedro. No
estoy segura de que hacer con él. —Crucé mis brazos debajo de mis
pechos—. ¿Se supone que estarías aquí, Pedro? Mejor aún, ¿Cómo sabias
que yo estaría en este club en particular? ¿Estas acosándome ahora?
Pasó una mano por su pelo, y miró lejos de mí. Una camarera rubia
apareció al instante, se ruborizó mientras tomaba su orden de bebidas.
Estoy segura que la señorita-sexo-en-la-playa no podría revolotear las
pestañas más si él le pidiera que se sentase en su regazo. En serio, ¿Cómo
podía incluso llegar a un lugar como éste sin hacer que las mujeres
tropiecen a sus pies?
Cuando Pedro preguntó si quería algo del bar, yo simplemente
sacudí mi cabeza y levanté la copa que Oscar me había comprado.
La camarera me lanzó una mirada mientras se marchaba, sus
caderas balanceándose.
—¿Qué hago para vivir, Paula? —Su voz era acelerada y tuve que
darle algo de crédito por no mirar su culo, considerando que ella
prácticamente lo sacudía para él como una bandera Olímpica, y el hecho
de que él hablara hacia la pista de baile, sin seguirla con la mirada.
—¿Eres el dueño de Alfonso Security International, y tienes las
herramientas a tu disposición para acosar a tus citas? —dije
sarcásticamente, ladeando mi cabeza en pregunta.
Se giró hacia mí y movió sus ojos sobre mi cuerpo. —Oh, hablamos
de algo mucho más que solo una cita, mi belleza —Se inclinó, sus labios
en mi oído—. Cuando follamos en mi cama pasaste a territorio
inexplorado… confía en mí.
Mi corazón tartamudeó al ver su cara y las palabras que acababa de
decir.
Instantáneamente húmeda para él, trate de llevar la conversación
lejos de lo sexual. No sabía porque me moleste, sin embargo; Pedro
probablemente sabía que estaba jadeando por él cuando nos sentamos
juntos.
—¿Cómo sabias que yo estaba aquí?
—Apareció la tarjeta de crédito de Clarkson en el sistema. Fue
cuestión de segundos —Alcanzó mi mano y la acarició con su pulgar—. No
te enojes conmigo por venir. Pensaba mantener distancia de ti y tus
amigos, pero ese maldito vaquero puso sus manos sobre ti.
Pedro llevó mi mano a sus labios, el roce de su barba, un toque que
comenzaba a amar ya, por supuesto. —Quiero que te diviertas. Te veías
tan triste la última vez que te vi en ese taxi.
Pedro  sonrió y su rostro entero cambio.
—Me encanta cuando haces eso —dije.
—¿Hacer qué?
—Cuando besas mi mano.
Bajo la mirada a mi mano, todavía entrelazada en la suya. —Es una
mano muy bonita, y yo estaría devastado si llegara a dañarla.
Sus ojos volvieron a los míos otra vez pero se quedo callado y me
miró, frotando círculos con su pulgar o llevando mi mano hasta sus labios
cuando se le daba la gana. Pedro  necesitaba tocar. Era algo parte de él y
yo lo entendía. Y curiosamente me reconfortaba. No podía explicarlo
realmente, pero sabia como me hacía sentir cuando me tocaba. Suponía
que era algo que debería hablar con la doctora Roswell en mi próxima cita.
La elección de las palabras de Pedro  me pareció extrañas, sin
embargo. Él era definitivamente sobre protector, como si le preocupara
lastimarme. El tren se detuvo en la estación hace seis años, Pedro .
Oscar y Gaby aparecieron, presentándose y saludando a Pedro , y
luego se alejaron casi tan discretamente como adolescentes en una redada,
pensando que estaban siendo geniales. Lo que sea. Estoy segura que se
quedarían especulando toda la noche de todos modos.
Cuando su bebida llegó, usó su mano izquierda para sostenerla.
Pedro  nunca dejo mi mano. No hasta que me metió en su auto para
llevarme a casa.
Siguió mirándome por encima en mi asiento, atrayendo mis ojos a él
repetidamente; excitándome hasta el punto en el que sentía el impulso de
retorcerme para aliviar el dolor entre mis piernas.
—¿Por qué sigues mirándome así? —pregunté finalmente.
—Creo que lo sabes. —Su voz era suave con un borde duro en ella.
—Quiero que me lo digas porque realmente no lo sé.
—Paula, te estoy mirando porque no puedo mantener mis ojos lejos
de ti. Quiero estar dentro de ti. Quiero follarte tanto que apenas puedo
conducir el maldito coche ahora mismo. Quiero estar en tu interior y luego
hacerlo otra vez. Quiero tu dulce coño envuelto alrededor de mi polla
mientras gritas mi nombre porque yo te hice venir. Quiero tenerte conmigo
toda la maldita noche, así puedo hacerte venir una y otra vez hasta que no
recuerdes nada excepto a mí.

CAPITULO 15


Los clubs de Londres son jodidamente impresionantes. No
los visitamos a menudo, pero un buen club era justo lo
que yo necesitaba. Mi pobre psique estaba sobrecargada,
en un conflicto de emociones, miedos, y culpas.
Necesitaba bailar, beber y reír, pero la mayor parte de
todo era que necesitaba olvidarme de toda la mierda. La vida era
demasiado corta para detenerse en las partes oscuras, o al menos eso es lo
que mi terapeuta decía. Tenía una cita con la doctora Rosswell mañana a
las cuatro y una cena con Pedro después. Nuestro primer paso en nuestro
acuerdo de iremos-lentamente que llegamos por teléfono. Me dijo que
quería poner las cartas sobre la mesa y tenía que admitir que eso me
gusto. La verdad funciona mejor para mí. En realidad, yo no tengo nada
que ocultar; era más precauciones lo que yo quería compartir. Y aún no
sabía que tanto debía compartir con Pedro. No había ningún mapa guía
para ayudarme. Tenía que montarme en la ola y esperar no chocar contra
un arrecife y ahogarme.
—Prueba esto. Es magnífico. —Oscar me dio una bebida
anaranjada—. Lo llaman la Llama Olímpica.
Tomé un sorbo. —Agradable —Ambos vimos a Gaby empujar de la
pista de baile a un tipo qué definitivamente no tenía suerte esta noche.
Habíamos ido a tres clubs hasta el momento y mis pies comenzaban a
protestar. Mis botas de color purpura lucían geniales con mi vestido floral
de un hombro, pero tres clubs y ya quería quitármelas—. Creo que mi
fetiche sobre botas volvió para atormentarme. —Sonreí a Oscar y levanté
una bota.
—Tienes como diez pares —Se encogió de hombros—. Creo que se ven sexys. Ya sabes —dijo Oscar pensativamente—, desnuda y sólo con botas serían unas fotografías increíbles —Asintió con la cabeza rápidamente—. Tu cuerpo y tus botas. ¿Correcto? Quiero hacerlo. Con una
iluminación muy oscura y en contraste con unas botas en color. Hay
muchos tonos diferentes…. amarillo, rosa, verde, azul, rojo. Quedarán
geniales. Solo arte, nada evidente. —Me miró—. ¿Lo harás, Pau?
—Bueno… Seguro que lo haré. Si crees que serán buenas fotos,
entonces, por supuesto que firmaré una autorización para mis botas. —Le
saqué la lengua—. Mi madre tendrá un infarto. —Esperé un comentario
sarcástico.
—Tu madre necesita una buena follada. —Oscar no me defraudo.
—Diablos, nadie dijo que tienes que tener un orgasmo para quedar
embarazada, estoy bastante segura que mi madre sólo tuvo sexo una vez
con mi papá.
—Creo que podrías tener razón, cariño —dijo Oscar. El había
conocido a mi mamá un par de veces, así que sabía de lo que yo estaba
hablando—. Si sólo lo hicieron una vez, por lo menos lo hizo bien y te tuvo.
—Bromeó Oscar y me eché a reír más.
Mis padres se divorciaron cuando tenía catorce años
probablemente por la falta de sexo y al descubrir que no tenían
absolutamente ningún interés el uno en el otro, pero para ser justos,
estuvieron juntos hasta que me gradué de la secundaria. Mi madre
cruzaba del charco a Londres cuando su estado de ánimo era bueno y
quería deleitarme con chismes de mis amigos, su estilo de vida y odiosidad
en general hasta que se fastidiaba de está visita. Su nuevo marido, Gerardo,
era mucho más viejo que ella, mucho más rico que mi padre, y
probablemente encantado de que ella lo dejará en San Francisco en cada
uno de sus viajes. Dudo que también tenga mucho sexo con Gerardo. Tal vez
El tiene aventuras cuando ella está viajando, pero seguramente ella
estaba enterada. Mi madre y yo estábamos en desacuerdo la mayor parte
del tiempo.
Ahora, papá es una historia diferente. Siempre fue muy apegada a
mi padre. Me llamaba regularmente y apoyaba mis decisiones. Me quería
por quien yo era. Y en mis momentos más oscuros, es él la única razón por
la cual sigo caminando sobre la tierra. Me pregunté qué pensaría papá
sobre Pedro.
Oscar se puso a charlar con una linda rubia o posible-acostón y yo me
quedé allí, bebiendo mi Llama Olímpica.
—Hola, señorita encantadora, son unas botas muy lindas las que
usas. —Un chico enorme, pelirrojo, luciendo su propio par de botas,
pantalones vaqueros, y una hebilla de cinturón con la forma y el tamaño
de Texas se cernía sobre mi mesa. Un americano con alta autoestima.
Había un montón de gente en Londres por los Juegos Olímpicos y éste
chico definitivamente lucía como un virgen en Europa.
—Gracias. Colecciono botas vaqueras —Le sonreí.
—¿Coleccionas vaqueros, eh? —Sus ojos me recorrieron
lascivamente—. Entonces, supongo que vine al lugar correcto —Se sentó a
mi lado, su gran cuerpo apretándome en mi asiento—. Seré tu vaquero si
quieres —murmuró con su aliento alcoholizado—, puedes montarme.
Me deslicé sobre el asiento y me alejé.
—¿Cuál es tu nombre, encanto?
—Mi nombre es: «No-estoy-interesada» —Puse mi cara de póquer—.
Y mi segundo nombre es: «Tienes-que-estar-bromeando-borracho-
asqueroso»
—¿Esa es la amable recepción que le dan a sus invitados
americanos? —El cerdo se inclinó más cerca y colocó su brazo sobre el
respaldo del asiento, empujándose contra mi costado, su pierna yaciendo
junto a la mía, su aliento soplando en mi rostro—. No sabes lo que te estás
perdiendo.
—Creo que tengo una idea bastante buena —Me eché hacia atrás lo
más que pude y me deslicé más abajo en el asiento—. ¿No les enseñaron
en Texas que a las chicas no les gusta que los borrachos empalagosos
hagan proposiciones en público?
El pelirrojo no se dio por aludido, o tal vez era demasiado estúpido
para comprender mi pregunta, porque tomó mi mano y se puso de pie,
jalándome. —Baila conmigo, cariño.
Me opuse, pero su agarre era tan fuerte que no tenía ninguna
posibilidad en contra de su enorme masa. Era como un cavernícola peludo
con demasiado alcohol, sacudiéndome contra su cuerpo y deslizándonos a
la pista de baile. Su mano cubrió mi trasero y comenzó a levantar mi falda.
Ahí fue cuando usé mi bota y enterré el tacón tan fuerte como pude en su
pie.
—Quita tu mano de mi culo antes que pisoteé tus pelotas. Tienes
dos bolas y yo tengo dos botas —un tacón para cada bola. —Le di una
falsa sonrisa.
Me gruñó y entrecerró sus ojos. Noté que él contemplaba si iba en
serio o no, y luego hizo una mueca y dio marcha atrás. —Cálmate, perra
inglesa —murmuró, zigzagueando entre la multitud, para acosar a alguna
otra pobre chica.
—¡Soy americana, idiota! ¡De la parte buena del país! —Grité a sus
espaldas antes de girar a la dura pared de un pecho masculino. Un pecho
contra el que yo había estado antes. Un cuerpo que llevaba un aroma de
intoxicación para mí. Pedro.

CAPITULO 14


Había estado en el trabajo durante algunas horas cuando Romy llegó
con un jarrón de las más hermosas dalias púrpura que había visto.
Caminó hasta mí con una radiante sonrisa en el rostro. —Una entrega
para usted, Srta. Paula. Tiene un admirador, me parece.
¡Oh, mierda! Hice una doble toma. El moño en el florero no era
realmente un moño. Era su corbata de seda púrpura de anoche. Pedro me
dio su corbata después de todo.
—Gracias por entregármelas, déjalas aquí atrás, Romy. Son
magníficas. —Mi mano tembló cuando alcancé la tarjeta en el soporte de
plástico. La dejé caer dos veces antes de ser capaz de leer lo que él
escribió:

Paula,anoche fue un regalo,Por favor,Perdoname por no escuchar lo que tratabas de decirme.Lo siento mucho.Tuyo,Pedro

Leí su nota varias veces y me pregunté qué hacer.
¿Cómo logró confundirme tan fácilmente? Un momento sentía que
necesitaba huir de Pedro y al siguiente que quería estar con él
nuevamente. Miré una vez más mis flores púrpuras y supe que,
definitivamente, necesitaba reconocer su regalo y esa disculpa manuscrita.
Ignorarlo sería cruel.
¿Texto o llamada? Fue una decisión difícil. Parte de mí quería
escuchar la voz de Pedro, y otra parte le asustaba la idea de escuchar la
mía cuando tuviera que responder a sus preguntas. Al final, decidí un
texto y me sentí como una enclenque total. Tuve que encender primero mi
teléfono y el aluvión de llamadas perdidas y mensajes de alerta que
aparecieron cuando encendió me enfermaron sin siquiera haberlos
escuchado o leído. Era demasiado para mí en este momento, así que
ignoré todo y abrí la opción de texto en blanco.

»Paula Chaves: Pedro, las  flores son hermosas. yo ♥ púrpura. –Paula«

Tan pronto como pulsé enviar contemplé apagar mi teléfono, pero
por supuesto no lo hice. La curiosidad mató al gato o en mi caso me hizo
hacer cosas estúpidas.
Me acerqué al jarrón de mis flores en su puesto y quité la corbata del
arreglo. La puse hasta mi nariz e inhalé. Tenía su aroma. El sexy olor de
Pedro que me encantaba. Nunca le devolvería esta corbata. No importa lo
que sucediera o lo que no pasará, la corbata ahora me pertenecía.
Mi teléfono se iluminó y comenzó a zumbar. Mi primer instinto fue
apagarlo, pero yo sabía que él llamaría. Y una parte egoísta de mí quería
escucharlo nuevamente. Puse el teléfono en mi oído.
—Hola.
—¿Realmente amas el púrpura? —La pregunta me hizo sonreír.
—Mucho. Las flores son hermosas y no te devolveré la corbata.
—¿La jodí mucho, no? —Su voz era suave y pude oír un murmullo y
luego exhaló un aliento.
—¿Estás fumando, Pedro?
—Hoy más que de costumbre.
—Un vicio... tienes uno. —Recorrí la corbata extendida en mi
escritorio.
—Tengo varios, me temo. —Hubo un momento de tranquilidad y me
pregunté si me consideraba uno de sus vicios, pero luego habló—, quería ir
a tu apartamento anoche. Casi lo hice.
—Fue bueno que no lo hicieras, Pedro. Necesitaba pensar y me es
muy difícil hacerlo cuando estás cerca. Y no es que hayas hecho algo mal
anoche. No fue tu culpa. Yo… necesitaba espacio después de que
estuvimos... juntos. Esto solo… es solo la realidad sobre mí. Fui yo la que
lo jodió.
—No digas eso, Paula. Sé que no te escuché anoche. Me dijiste lo
que necesitabas y te ignoré. Presioné demasiado, demasiado rápido. Rompí
tu confianza y eso es lo que más lamento. Lo lamento profundamente, no
tienes idea cuánto. Y si esto arruina mis posibilidades de estar contigo
entonces lo merezco.
—No, no. —Mi voz era apenas un susurro y había tanto que quería
decir, pero no tenía las palabras para expresar la frase—. No quieres estar
conmigo, Pedro.
—Sé que sí, hermosa Paula. —Pude oírlo exhalar de su cigarrillo—.
Y ahora la única pregunta es, ¿y tú? ¿Estarás conmigo de nuevo, Paula Chaves?
No pude evitarlo. Sus palabras me quebrantaron. Mi única salvación
era Pedro, no podía verme llorando por teléfono pero yo estaba bastante
segura de que podía oírme.
—Y ahora te he hecho llorar. ¿Es eso bueno o malo, nena? Dime por
favor, porque no sé. —El anhelo en su voz quebró mi resistencia.
—Es bueno... —Me reí torpemente—. Y no sé cuándo. Tengo planes
esta noche con Oscar y Gaby.
—Entiendo —dijo.
¿Accedí a volver a verlo? Ambos sabíamos la respuesta a su
pregunta. La cosa es que Pedro me atraía. Desde la primera noche que
nos conocimos me cautivó. Sí, nos habíamos movido rápido al tener
relaciones sexuales. Sí, me había presionado un poco, pero esto me llevo a
un lugar que se sentía maravilloso y a donde yo podía olvidarme de mi
pasado. Pedro me hacía sentir muy, muy segura, de una manera que me
sorprendía y me obligaba a considerar las razones de ello. No tengo una
tonelada de fe en que nosotros pudiéramos hacerlo funcionar, pero seguro
como el infierno que sería un asunto para recordar.
—¿Podemos ir más lento, Pedro Alfonso?
—Tomaré eso como un sí. Y por supuesto que podemos. —Escuché
una suave exhalación nuevamente. Una pausa, como si estuviera juntando
su valentía—. ¿Paula?
—¿Sí?
—Estoy sonriendo tan ampliamente ahora.
—Yo también, Pedro.

CAPITULO 13


   El glorioso olor a café me despertó. Miré mi reloj y supe
que no habría ningún recorrido en el puente de Waterloo
esta mañana. Salí a la cocina con mi brazo sobre mis
ojos.
—Justo como te gusta, Pau, dulce y cremoso. —Mi
ocasional compañera y querida amiga Gabriela deslizó una taza en mi
dirección, la expresión de su rostro claramente legible: Escúpelo todo,
hermana y no te lastimaré.
Me encanta Gaby, pero esta cosa con Pedro me descarriló tanto que
solo quería enterrar el conocimiento de su existencia y fingir que nunca
había sucedido.
Alcancé la taza humeante e inhalé el delicioso aroma. Me recordó a
él por algún motivo y sentí crecer la burbuja de fuertes emociones. Me
senté en la barra de la cocina y envolví mi taza de café como una gallina
madre protegiendo a su polluelo. Mientras me bajé del taburete, el picazón
entre mis piernas solo sirvió como otro recordatorio. Uno de Pedro y su
cuerpo caliente y sus miradas de modelo y el fabuloso sexo... y cómo me
desperté histérica en su cama. Abandoné la broma de tratar de ser valiente
y permití que las lágrimas vinieran.
Tomó algún tiempo, dos tazas de café y moverme al sofá para que
ella consiguiera sonsacarme la historia. Pero Gaby era bastante buena
para esto. Era implacable.
—Silencié tu teléfono hace dos horas. Esa bolsa de lona hacía tanto
maldito ruido que quería patearle. —Gabriela acarició mi cabeza
descansando sobre su hombro.
—Tienes correos de voz y mensajes de texto hasta llenar la memoria.
Creo que el pobrecito estaba a punto de explotar, lo salve de una muerte
catastrófica y desconecté al maldito.
—Gracias, Gaby. Me alegra que estés aquí esta mañana. —Y era
cierto. Ella era como yo en muchas maneras. Nativa de Londres,
estudiante de conservación y huyó de la casa de mierda que la atormentó.
La única diferencia era que su padre vivía actualmente en Londres, por lo
que no estaba totalmente sola aquí en el Reino Unido. Nos conocimos
durante la primera semana de clases casi cuatro años atrás y nunca nos
separamos. Sabe mis oscuros secretos y yo los de ella.
—Yo también —Me acarició la rodilla—. Pide una cita con la doctora
Roswell, y haz planes para irte de juerga con Oscar  y conmigo, y una
parada en una chocolateria para poder atiborrarnos de chocolate
pecaminosamente rico. —Ladeó su cabeza—. ¿Suena bien para ti?
—Suena divino. —Forcé una sonrisa e intenté mantener el control de
mí misma.
—Y quizás deberías darle una oportunidad a este chico, Pau. Es
bueno en la cama y te desea mucho.
Convertí mi falsa sonrisa en un auténtico ceño. —Has estado
cotilleando con Oscar.
Rodó sus ojos hacia mí. —O por lo menos regrésale la llamada. —
Gaby bajó su voz a un susurro—. Él no sabe nada sobre tu pasado...
—Lo sé. —Y Gaby tenía razón. Pedro no sabía nada acerca de mí.
Gaby frotó mi brazo.
—No estuve realmente loca u ofendida por él anoche. Solo tenía que
salir de allí. Desperté gritando en su cama y yo…
Las ganas de llorar ahora mismo ahora eran tan fuertes como antes.
Intenté disminuir el impulso.
—Pero suena como si él quisiera consolarte. No intentó presionarte,
Pau.
—Pero si hubieras visto su rostro cuando irrumpió en el dormitorio
conmigo aullando como una lunática. La forma en que me miró... —Froté
mi sien—. Él es tan intenso. No puedo explicártelo bien, Gaby. Pedro no se
parece a nadie que haya conocido jamás y no sé si podría sobrevivir a él. Si
lo de anoche fue alguna indicación, entonces, sinceramente lo dudo.
Gaby me miró, sus hermosos ojos verdes sonriendo con confianza.
—Eres mucho más fuerte de lo que piensas. Lo sé —Asintió
firmemente—. Te prepararás para el trabajo y luego, después de un día
productivo al servicio de las grandes obras maestras de la Universidad de
Londres, vendrás casa para alistarte para nuestra noche de decadentes
placeres. Oscar ya está a abordo. —Me empujó en el hombro con su
dedo—. Ahora, muévete, hermana.
—Lo sabía. Oscar me descubriría al instante en que me viera —Le
sonreí, la primera sonrisa genuina que sentía en doce horas y empujé mi
trasero fuera del sofá, sonriendo—. Estoy en ello, Gaby—dije, frotando
donde ella me había pinchado—, me rindo.