martes, 25 de marzo de 2014

CAPITULO 148




¡Una mierda! Intenté controlarme mientras trataba de pensar en la
manera de volver al tema en cuestión. Me vino a la mente una idea de
cómo podría lograrlo. Podía quitarle la bata de seda amarilla y hacerle el
amor durante una semana, y entonces podríamos tener esta conversación, o
discusión, o lo que demonios fuera esta mierda. Podría funcionar.
En lugar de eso la levanté de la silla por los hombros, apretándole los
brazos a los lados para que no pudiera resistirse. Aun así siguió luchando, a
pesar de que la tenía firmemente sujeta contra mi pecho, nuestras caras a
un centímetro, sus suaves curvas fundiéndose conmigo, haciendo que mi
sexo se endureciera.
—¡Estoy intentando comprender por qué mi chica necesita quitarse la
ropa y dejar que la gente vea fotografías así de ella! —dije con más rabia
de la que quería…, y entonces estampé mi boca contra la suya.
Primero me abrí camino dentro de ella con la lengua. Tendría más
después, pero por ahora solo necesitaba entrar en su interior como fuera.
Necesitaba que me aceptara aún más. Ella seguía gritando como una loca,
pero yo sentí su reacción en el momento en que nos besamos. Era todavía
mi chica y los dos lo sabíamos, mientras yo le sostenía la mandíbula y le
agarraba con fuerza la boca. Labios, lengua y dientes trabajando unidos
para enviar un mensaje muy claro. Eres mía y sé que tú quieres ser mía.
Apenas estaba empezando a poseerla. Esta sesión terminaría de un modo
y solo de uno: con mi sexo enterrado dentro de su dulce sexo en un frenesí
orgásmico.
Tampoco hay excusas para lo que hice después. La tomé. Tomé lo que es
mío y me salí con la mía.
Ella me entregó todo su cuerpo. La parte espiritual tendría que ser
considerada después. «Primero el polvo, luego la charla» había funcionado
con nosotros antes y confiaba en que ahora también lo haría.
La alcé y la llevé a nuestra cama. Ella me miró con los ojos encendidos
mientras la tumbaba, le quitaba la bata de seda y le soltaba el pelo de la
pinza. Sus pechos subían y bajaban y sus pezones se erizaban mientras yo
me deshacía de mi ropa y me quedaba desnudo, con mi sexo tan duro que
podría estallar cuando brotara el semen por primera vez.
Estaba a punto de averiguarlo y más que dispuesto a asumir el riesgo,
porque iba a haber una segunda vez, y posiblemente una tercera.
Estaríamos así un rato.
Cubrí el precioso cuerpo desnudo de Paula, que solo yo debería ver, y
me la follé. Me la follé de forma salvaje. Ella también me folló de manera
salvaje. Follamos hasta que los dos nos corrimos. Y entonces follamos otra
vez, hasta que ya no necesitamos más. Hasta que no quedó nada sino
sumirnos en una nebulosa después de todos los orgasmos, los dos agotados
físicamente por el placer que nos había abrasado con su calor y embriagado
con su aroma… hacia una completa inconsciencia.







Me despertó la pesadilla. Era una conocida, en la que veía mi vídeo y
quería morirme. Era una imagen espantosa que tenía fija en mi cerebro y
había permanecido intacta en mí a lo largo de los años. No creo siquiera
que sea posible borrarla; estaba condenada a llevar esa imagen conmigo a
lo largo de mi vida. Me pregunté, y no era la primera vez, si los tres
habrían pensado en alguna ocasión sobre el vídeo después de lo sucedido.
No había conocido a los otros dos, pero Facundo ¿habría sentido alguna vez
algún remordimiento por lo que me había pasado? ¿Por lo triste que era mi
vida después de que llevaran a cabo su hazaña? ¿Habría pensado alguna
vez sobre ello? Qué desagradable. Qué sucio y desagradable.
Intenté que la crisis fuera silenciosa en medio de la noche, pero Pedro lo
oía todo. Habíamos tenido un sexo explosivo y habíamos liberado un poco
de rabia y frustración a través de nuestros cuerpos, pero el asunto principal
seguía pendiendo en el aire como una bandera. No habíamos resuelto
prácticamente nada.
Pedro se agitó a mi lado y se acercó a mí. Sentí cómo sus fuertes brazos
me rodeaban y sus labios me besaban en la cabeza. Me acariciaba el pelo y
me abrazaba mientras yo lloraba.
—Te quiero muchísimo. Me mata verte triste. Preferiría que estuvieras
enfadada conmigo antes que hacerte daño así, nena.
—No pasa nada. Sé que me quieres —susurré entre sollozos,
enjugándome los ojos.
—Así es —dijo mientras me daba un dulce beso—. Y siento haber
actuado así hoy con el fotógrafo. —Hizo una pausa—. Pero no me gusta
nada y no quiero que lo hagas más.
—Lo sé…
—Entonces… ¿dejarás de posar? —dijo con una voz llena de esperanza.
Lástima que yo fuera a quitársela.
—No creo que pueda,Pedro. No puedo dejarlo…, ni siquiera por ti.
Esperó después de que aquellas palabras salieran de mis labios. Era
doloroso decirle eso pero tenía que oírlo de mi boca. La verdad en
ocasiones es difícil de escuchar, y supuse que así sería para Pedro, pero
quería que tuviera la versión no censurada. Se lo debía.
—¿Por qué no, Paula? ¿Por qué no puedes dejar de posar? ¿Por qué no
lo harías por mí?
Esas malditas lágrimas aparecieron de nuevo.
—Porque… —lloriqueé—, porque esas fotos que me hacen a… ahora
son tan… tan bo… nitas. Son… ¡algo hermoso de mí!
Pedro se pegó a mí mientras lloraba. Parecía entender que ese era un
gran paso para mí. Hubiera querido que la doctora Roswell estuviera aquí
para presenciarlo.
—Lo son. Tienes razón, Paula. Tus fotos son increíblemente hermosas.
—Me besó con dulzura, moviendo la lengua lentamente contra la mía—.
Pero tú siempre has sido hermosa —murmuró junto a mis labios.
Ahhh, pero él no tenía razón. Pedro nunca había visto eso, de modo que
él no sabía lo mismo que yo.
—No. No me entiendes. —Me sequé las lágrimas—. Está bien, pero tú
no entiendes por qué necesito tener fotos bonitas mías.
Suspiré con fuerza contra su pecho al tiempo que mis dedos empezaron a
remolinear alrededor de sus pectorales.
—Explícamelo para poder entenderlo entonces.
No sé cómo me salieron las palabras, pero de alguna forma lo conseguí.
En mitad del llanto, que se hacía más fuerte, y debido a su callada fuerza y
paciencia mientras me abrazaba y me acariciaba el pelo, al fin le conté a
otra persona mi terrible verdad.
—Porque ese vídeo mío era muy… feo. Las imágenes eran feas. ¡Yo
estaba fea en él! Y si tengo algo bonito con lo que reemplazar esa fealdad,
puedo olvidarme de lo que pasó poco a poco.
Pedro me puso debajo de él y se apoyó sobre mí, sosteniéndome la cara
frente a la suya.
—No hay nada tuyo que sea feo —me dijo.
—Sí. En ese vídeo lo había.
Se quedó en silencio, sus ojos mirando de un lado a otro mientras me
estudiaba.
—¿Es por eso, nena? Esa es la razón por la que intentaste… suicidarte…
—¡Sí! —respondí sollozando contra el pecho de Pedro, y dejé que me
agarrara fuerte. Ahora sabía mi verdad. Mi complejo. Mi problema. Mi
motor diario, que suponía que permanecería conmigo para siempre. Recé
para que pudiera aceptarme a pesar de todo.

CAPITULO 147




—¡Paula! ¡Qué coj…! —Mi voz se interrumpió. Se alzó y se extinguió en
un rápido y mortal silencio en cuanto miré con atención a mi chica
completamente desnuda, con las piernas abiertas, y un pijo con sus manos
sobre ella.
Reaccioné y me moví. Eso es prácticamente todo lo que recuerdo.
Levanté a Paula en volandas y mandé al tipo de la camisa verde al fondo
de la sala.
—¡Pedro! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—¡Tratar de encontrarte! ¿Por qué no contestas al jodido teléfono?
—¡Estaba trabajando! —chilló. Permanecía de pie totalmente desnuda
excepto por unas medias negras y algo que le hacía tener el pelo más largo.
—Has terminado aquí. De hecho, ¡toda esta porquería se ha acabado! —
dije agitando las manos mientras me acercaba a ella—. Vístete, te vas.
—No me voy, Pedro. ¿Qué coño te pasa? ¡Ahora estoy trabajando!
Oh, sí, ¡te vas, cariño! De hecho, estoy seguro de que te vas, porque te
voy a sacar yo mismo de aquí.
El fotógrafo vestido de mil colores decidió hacer algo justo entonces y
sacó el móvil.
—Llama a seguridad…
—Yo soy la seguridad cuando se trata de ella —dije señalando en
dirección a Paula mientras le quitaba el móvil y cortaba la jodida llamada
—. Paula ha terminado aquí. Llama a mi oficina si quieres una
compensación por los problemas causados. Pagaré muy a gusto.
Saqué mi tarjeta y se la lancé. Dio vueltas a través del espacio que nos
separaba y aterrizó en el suelo junto a sus pies. Pensaba que estaba siendo
extraordinariamente pacífico, teniendo en cuenta que…
Miró a Paula, que estaba ahí de pie, contemplándonos con la boca
abierta. ¡Y todavía desnuda, joder!
—¡No la mires, cabrón! —le grité.
Chilló como una nena y volvió la cabeza a un lado, encogido de miedo.
—Simon, siento muchísimo est… —dijo Paula caminando hacia él.
—Oh, no, ¡no lo sientes! —exclamé cogiéndola del brazo mientras la
hacía girar para tapar su cuerpo con el mío—. ¿Quieres ponerte algo
encima? ¡Estás desnuda, joder, por el amor de Dios!
Paula me miró furiosa, lanzándome cuchillos con los ojos, y cogió su
bata. Había estado en una mesa auxiliar todo el tiempo, fuera del alcance
de la cámara. No había reparado en ella hacía un momento. Se la puso y se
la ciñó a la cintura, al tiempo que sus brazos y sus manos hacían
movimientos secos y abruptos mientras me miraba de reojo, dos puñales
marrones que echaban llamas hacia donde yo estaba. Metió la mano por
debajo de su pelo y se detuvo ahí un momento antes de extraer una peluca
larga y ondulada de color castaño. La dejó con cuidado sobre la mesa.
Entonces me dio la espalda y dobló primero una pierna y luego la otra,
quitándose las medias y dejándolas bien dobladas sobre la mesa junto a la
peluca.
Podía asegurar que estaba más que furiosa por lo que había hecho, pero a
mí sencillamente me daba igual. Al menos estaba bien. No podía asegurar
lo mismo sobre su amigo fotógrafo, pero Paula estaba a salvo, conmigo,
y no en manos de secuestradores. Estaba desnuda en una habitación a solas
con un hombre que le estaba sacando fotos, pero al menos mi peor
pesadilla no se había hecho realidad. Ella estaba aquí y podía verla.
El regreso a casa fue bastante silencioso. Solo algún suspiro, el sonido
de nuestros cuerpos en los asientos y poco más. Paula no hablaba y yo no
estaba tampoco con ánimo de discutir. Por no mencionar lo que saldría de
mi boca tal y como me sentía en ese momento. Mejor dejarlo enfriar un
rato.
Una vez que llegamos al piso, ella fue derecha al baño, se encerró y me
dejó fuera. Pude escuchar correr el agua, pero ningún otro sonido. Puse la
oreja en la puerta y escuché. No quería oírla llorar sola si eso es lo que
estaba haciendo, pero yo seguía cabreado. Esto de posar como modelo
debía acabarse. Ya no podía soportarlo más y me volvía completamente
irracional imaginarla posando desnuda para que otros la vieran. Y que
fantasearan con follársela… ¡o algo peor!
Había un millón de cosas que necesitaba hacer en ese momento. Lugares
a los que debía ir y gente con la que debía reunirme, pero ¿llegué siquiera a
sopesar dejar a Paula en casa y volver a la oficina? Negativo. No iría a
ningún sitio ahora mismo.
En lugar de eso caminé hacia el balcón y me acomodé en una tumbona
desde donde podría ver cómo la ciudad cambiaba del día a la noche. Y
fumar un cigarrillo, y otro, y otro. No me fue de mucha ayuda. Es curioso
cómo algo que solía apaciguarme cuando me sentía agitado ya no surtía
efecto. Esperé a que Paula saliera del baño, pero cerró la puerta. No
parecía que ella fuera a dar el primer paso esta noche.
Cuando no pude soportar un segundo más mi autoimpuesta soledad,
volví dentro para tratar de razonar con ella.
—¿Paula? —Silencio—. Déjame entrar.
Forcejeé con el pomo de la puerta y, para mi sorpresa, giró. Por suerte,
no me había dejado fuera y sin poder abrir.
Abrí la puerta y la encontré sentada en el borde del taburete del tocador
pintándose las uñas de los pies, con el pelo recogido con una pinza y
vestida con la bata amarilla de seda que le iluminaba la cara. No me
miraba, sino que continuaba afanándose con el esmalte de uñas de color
rosa oscuro como si yo no estuviera ahí.
—¿Podemos hablar? —pregunté finalmente.
—¿De qué? ¿De lo mal que me has tratado en mitad de una sesión de
fotos que da la casualidad que es mi trabajo y de cómo prácticamente has
dado una paliza al fotógrafo? Por no mencionar el daño que has causado a
mi reputación en este negocio —dijo con sequedad.
—No quiero que sigas en ese negocio.
Cerró el esmalte de uñas y lo colocó en el tocador.
—Eso es todo lo que quieres hablar, ¿eh?
—Necesitaba saber dónde estabas y no cogías el teléfono. —Dejé que
pasara un momento para algún tipo de explicación, pero no me dio ninguna
—. Bien, admito que llegué muy nervioso y que perdí los estribos, pero
estaba siguiendo unas pistas que me hicieron entrar en pánico. —Me pasé
una mano por el pelo y la mantuve ahí—. Y estabas desnuda, joder,
Paula.
—Seguramente no me vuelvan a llamar después de esto. Ahora nadie me
querrá.
Oh, esos cretinos seguirán queriéndote. Me puse frente a ella y le cogí la
barbilla con la mano, obligándola a mirarme.
—Bien. Espero que no te llamen. —Ella siguió callada pero con los ojos
encendidos—. Lo digo en serio, Paula. No vas a posar desnuda nunca
más.
Ahí está, ya lo había dicho.
—Es mi decisión, Pedro. No tienes derecho a decir que no puedo
hacerlo.
—Ah, ¿sí? —dije alzando su mano izquierda—. ¿Y qué significa este
anillo entonces? Vas a ser mi esposa, la madre de mi hijo, una persona que
no quiero que pose desnuda ¡nunca más! —añadí devolviéndole la mirada
cegada de cólera—. Es mi última palabra.
Quitó de golpe la mano y soltó:
—No lo pillas. ¡Tú no entiendes NADA sobre mí!
Gritando y con pinta de estar cabreada hasta lo indecible, me empujó
para evitar que me acercara demasiado.

CAPITULO 146


Mi móvil dejó de sonar justo cuando salía del vestidor. Por el tono del
teléfono me di cuenta de que era Eliana llamándome desde el trabajo, así
que dejé que saltara el buzón de voz sin escuchar el mensaje. En su lugar le
escribí rápido: «No puedo hablar… Estoy en sesión fotos. Te llamo
después. Bs».
Puse el móvil en silencio pero lo dejé encendido como me había dicho
Pedro (por algo sobre la aplicación del GPS que él había activado), me lo
metí en el bolsillo de la bata y me olvidé de él. Tenía trabajo que hacer y
debía concentrarme.
Las extensiones de pelo me hacían cosquillas en la espalda y el suelo
sobre el que estaba sentada se encontraba muy frío. Hoy no llevaba puesto
el tanga de hilo, pero sí unas preciosas medias negras con lazos rosas
alrededor de la parte superior de los muslos.
Simon, mi fotógrafo durante esta sesión, vestía de una forma poco
convencional —sus vaqueros azul eléctrico ajustados, combinados con una
camisa verde limón y unos botines blancos de charol, casi me hacían
necesitar algo para proteger mi retina —y me obligaba a probar unas poses
que jamás había intentado antes. Solo podía temblar ante lo que diría Pedro
cuando echara un vistazo a las pruebas.
Las odiaría nada más verlas y después trataría de comprar las imágenes
para que nadie más pudiera tenerlas.
Sentía ráfagas de adrenalina: saber que estaba haciendo algo un poco
extraño que me inspiraba miedo. Me gustaba ponerme a prueba y quería
que esas fotos salieran bien, ofrecer al artista el servicio más profesional
que pudiera.
Daba la espalda a la cámara, con las piernas bien abiertas, las rodillas
ligeramente flexionadas, los pies sobre el suelo, las palmas de las manos
agarradas a la parte interior de las pantorrillas para mantener las piernas
separadas. Se suponía que debían ser fotos provocadoras, pero cualquiera
que pasara frente a mí ahora mismo vería mis partes femeninas exhibidas
en plan porno. Definitivamente, Pedro no aprobaría esto. Pero no me
preocupaba. Aquí había reglas y todo el mundo las seguía… o no te volvían
a llamar para otro trabajo.
Las puntas de las extensiones llegaban casi al suelo, tapándome de hecho
el culo, lo cual era algo bueno, ya que no quería que se me viera en las
fotos.
Se lo dije a Simon y él se rio de mí.
—Paula, cariño, si alguien tiene un culo elegante, esa eres tú.
—Bueno, gracias, Simon, pero no, gracias, ya has entendido la idea.
Nada de sonrisa vertical esta vez, por favor.
—Prometido, todo lo que se verá será una insinuación de tus curvas y tus
largas piernas esculpidas. Estás absolutamente radiante, amor. ¿Vitaminas
nuevas? —preguntó distraído mientras disparaba la cámara.
—Bueno, en realidad sí.
—Oh, compártelas conmigo, por favor —dijo—. Necesito cualquier
secreto de belleza que tengas.
Se me escapó una carcajada.
—No creo que quieras lo que estoy tomando, Simon…, a no ser que
desees tener pecho.
—Ay, querida, por favor, dime que no te vas a poner implantes. ¡Tus
tetas son perfectas como están!
Me reí de cara a las cortinas que tenía frente a mí, deseando poder ver su
rostro.
—Ejem…, no, no me voy a poner implantes. Van a crecer de forma
natural.
—¿Eh? ¿Qué tratamiento es ese?
Podía asegurar que estaba completamente desorientado sobre el lugar al
que quería llegar. Gay o no, Simon era un hombre, y ellos la mayoría de las
veces simplemente no entienden las sutilezas en estos asuntos. Supongo
que tiene algo que ver con tener pene.
—El tipo de tratamiento en el que al final tienes un bebé.
Sonreí y deseé más que nunca poder ver ahora su cara.
—¡Oh, Dios mío! Te han hecho un bombo, ¿no?
—Esa debe de ser una de las expresiones más desagradables que se le ha
ocurrido a los británicos, pero sí.
—Felicidades, cariño. Espero que sean buenas noticias.
—Lo son.
Me quedé callada un minuto, pensando en todo lo que había cambiado
mi vida en tan poco tiempo, mientras luchaba contra las emociones que
parecían cocerse a fuego lento bajo la superficie estos días. Tal vez podía
culpar a las hormonas que bullían en mi interior, pero en cualquier caso era
una lucha diaria que debía mantener.
Simon seguía haciendo fotografías, dirigiéndome con sutiles cambios de
postura y después de iluminación, dándome conversación, fiel a su estilo.
Hablaba sin cesar mientras trabajaba.
—Entonces ¿te vas a casar con tu novio?
—Sí, el 24 de agosto es nuestro gran día. Lo celebraremos en el campo,
en la mansión Somerset de su hermana.
—Suena muy pijo —dijo Simon mientras pensaba otra posición—.
¿Puedes inclinar la cabeza hacia atrás y mirarme?
—Sí…, eso también —contesté fríamente—. ¿Quieres venir, Simon?
—Cariño, ¡pensaba que no me lo preguntarías nunca! Es la excusa
perfecta para un traje nuevo —masculló, cambiando bruscamente de tema;
pasó a hablar sobre seda italiana y algo sobre un traje verde que había visto
en una tienda de Milán que sería perfecto para una boda campestre.
Pensé en mi padre y en que él no podría llevar un traje nuevo para mi
boda. No estaría ahí para llevarme al altar. No tenía a nadie que hiciera eso
ahora por mí. Tampoco se lo pediría a Gerardo. Mi madre ya lo había
intentado, pero de ninguna manera. Iría por el pasillo de la iglesia yo sola,
no con él. No tenía nada contra Gerardo, pero él no era mi padre en ningún
sentido de la palabra. Era el marido de mi madre y nada más.
Una oleada de tristeza me sobrevino de repente e hice todo lo posible
por esconderla, pero mi postura debió de mostrar signos de fatiga ya que
Simon me preguntó: «¿Necesitas un descanso, corazón?».
Asentí, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue tragar saliva.
En ocasiones, cuando una persona muestra algo de ternura y tú estás en
un estado vulnerable, todo sale a borbotones sin importar cuánto te
esfuerces por tratar de retenerlo dentro de ti. Eso es lo que me pasó cuando
Simon dejó la cámara, se acercó a mí por detrás y me puso la mano en el
hombro, en un simple gesto de apoyo y consuelo.
—He oído lo de tu padre. Lo siento mucho, amor. Debes de estar
pasándolo fatal.
—Gracias…, aún está muy reciente. Algunas cosas me hacen recordar…
y le echo de menos tant…
Y en ese momento Pedro irrumpió en la habitación con el aspecto de un
gladiador listo para la arena.