martes, 18 de febrero de 2014

CAPITULO 33


Era el segundo día de mi exilio de Paula y ya no
soportaba. Estuve inquieto y haciendo cosas, pero nada
se sentía bien. ¿Cuánto más estaría así? ¿Debería
llamarla? Si pensaba demasiado en mi situación el
terror comenzaba a incrementarse entonces, así que
intente evitarlo. La deje en paz. El espacio vacío dentro de mí exigía acción,
pero yo sabía que era demasiado pronto para intentar buscarla. Ella
necesitaba tiempo y yo ya cometí ese error antes. Presionándola demasiado
rápido y demasiado fuerte. Y fui un completo imbécil egoísta.
Estacioné en la calle al lado de la casa donde yo crecí. El césped
muy arreglado, la puerta limpia y los arbustos cortados como ha sido
siempre. Papá nunca se marcharía de aquí. No de la casa donde él vivió
con mamá. Mi padre le daba al término “viejo terco” un nuevo significado y
allí era donde él moriría algún día.
Recogí la cerveza fría del asiento del copiloto y entré por la puerta.
Un gato negro corrió frente a mí y esperó. No era precisamente un gatito,
pero tampoco adulto. Un gato adolescente, supongo. Se sentó justo
delante de la puerta, se giró y me miró. Sus brillantes ojos verdes
parpadearon, como diciéndome «mueve tu perezoso culo y déjame» entrar
en la casa. ¿De dónde diablos consiguió papá un gato?
Toqué el timbre y luego abrí la puerta y asomé mi cabeza dentro.
—Papá —El gato se deslizó dentro de la casa más rápido que la
velocidad de la luz y todo lo que pude hacer fue mirar—, ¿tienes un gato
ahora? —Lo llamé y fui a la cocina. Puse la cerveza en el refrigerador y me
dejé caer en el sofá.
Apuntando con el control remoto encendí el televisor. La liga
Europea. Jodidamente perfecto. Podía concentrarme en futbol por unas
pocas horas, con un poco de suerte beber cuatro de las seis cervezas y
olvidarme de mi chica por un rato. Y llorarle a mi papá.
Eché mi cabeza hacia atrás y cerré los ojos. Algo peludo y suave
subió a mi regazo. El gato volvió.
—Ah, así que estás aquí, y veo que has conocido a Lucas. —Mi papá
se acercó detrás de mí.
—¿Por qué compraste un gato? —No podía esperar por su respuesta.
De niños nunca tuvimos gatos.
Mi papá resopló y se sentó en su silla. —No lo hice. Se podría decir
que fue él quien me encontró.
—Me lo imagino. —Acaricié con mi mano el brillante cuerpo de Lucas
—Entro a la casa en el segundo que abrí la puerta, como si fuera el
dueño del lugar. Mi vecina me pidió alimentarlo mientras iba a cuidar a
su madre enferma. Pero tuvo que mudarse a la casa de su madre y ahora
yo lo tengo por defecto. Tenemos un acuerdo, supongo.
—¿Tú y tu vecina o tú y el gato?
Mi papá me miró astutamente, entrecerrando sus ojos. Horacio Alfonso era muy intuitivo por naturaleza. Siempre lo ha sido. Nunca
pasaba algo inadvertido para él. Siempre supo si yo llegaba a casa ebrio y
cuando empecé a fumar, o si yo estaba metido en problemas cuando chico.
Supongo que aprendió a serlo porque fue padre soltero la mayor parte de
nuestras vidas. Mi hermana Luciana y yo nunca fuimos descuidados a
pesar de la perdida de nuestra madre. Sus sentidos consiguieron más
sagacidad y podía oler los problemas como un sabueso. Lo hacía ahora.
—¿Qué diablos te paso, hijo?
Paula, eso fue lo que pasó.
—Es evidente, ¿no? —El gato empezó a ronronear en mi regazo.
—Conozco a mi propio hijo y sé cuando algo va mal contigo. —Mi
papá dejó la habitación por un minuto. Regreso con dos cervezas abiertas
y me lanzo una.
—¿Cerveza mexicana? —Arqueó una ceja hacia mí y me pregunté si
yo me veía igual a él cuando lo hacía. Paula hizo varios comentarios
sobre mis cejas arqueadas.
—Sí. Es buena con una tajada de limón metida en la garganta. —
Tomé un trago y acaricié a mi nuevo amigo peludo—. Es una chica.
Paula. La conocí y me enamore de ella, y ahora me ha dejado —Corto y
dulce. ¿Qué más podría decirle a mi propio padre? Eso era todo lo que
importaba o todo lo que podía pensar. Sufría por ella y ella me había
dejado.
—Ah, bueno, eso tiene sentido —Papá pausó por un momento como
si lo estuviera digiriendo. Yo estaba seguro que se sorprendió por la
revelación—. Mi muchacho, sé que te he dicho esto antes, así que no es
una novedad, pero obtuviste tu buena apariencia de tu madre, que
descanse en paz. Todo lo que obtuviste de mi fue el nombre y tal vez mi
cuerpo. Y tus características te facilitaron todo con las mujeres.
—Yo nunca he perseguido mujeres, papá.
—No dije que lo hicieras, pero el punto es que nunca has tenido que
hacerlo. Ellas te persiguen a ti —Sacudió su cabeza, recordando—. Dios,
siempre has tenido a las mujeres clamando por ti. Estuve seguro de que te
divertirías mucho y te atraparían pronto, haciéndome abuelo mucho antes
de lo planeado —Me dio una mirada que sugería que él se preocupó mucho
en el pasado, mucho más de lo que él hubiera querido—. Pero no lo
hiciste… —La voz de papá se desvaneció y surgió una mirada triste en sus
ojos. Después del instituto me enlisté en el ejército y me marché de casa. Y
casi no vuelvo con vida.
Papá me dio una palmadita en la rodilla y tomó un trago de su
cerveza.
—Nunca quise a nadie como la quiero a ella —Cerré mi boca y
empecé a beber mi cerveza en serio. Alguien anotó un gol en el partido y
me forcé a mirar y acariciar el gato.
Papá fue paciente por un rato, pero finalmente hizo sus preguntas.
—¿Qué hiciste para que te dejara?
Dolió sólo de escuchar la pregunta. —Mentí. Fue una mentira de
omisión, pero no le dije la verdad y ella lo descubrió —Puse el gato fuera
de mi regazo cuidadosamente y entré en la cocina por otra cerveza. Y mejor
cogí dos.
—¿Por qué le mentiste, hijo?
Me encontré con los oscuros ojos de mi padre y dije algo que jamás
había dicho antes. Nunca lo había admitido. —Porque la amo. La amo y no
quiero herirla sacando el tema de un recuerdo doloroso de su pasado.
—Así que fuiste y te enamoraste —Asintió con la cabeza sabiamente
y me examinó—. Y muestras todos los síntomas. Debí haberlo notado
cuando llegaste luciendo como si hubieras dormido debajo de un puente.
—Me dejó, papá. —Empecé mi tercera cerveza y puse el gato de
nuevo sobre mi regazo.
—Ya has dicho eso —Habló secamente y continuó examinándome
como si yo que no fuera su hijo en absoluto, sólo algún extraterrestre
impostor—. Así que, ¿Por qué le mentiste a la mujer que amas? Es mejor
que me lo digas, Pedro.
Es mi papá y confío en él con toda mi vida. Estoy seguro que no hay
ninguna otra persona a la que pudiera contarle. Aparte de posiblemente mi
hermana. Tomé una profunda respiración y le conté.
—Conocí al padre de Paula, Miguel Chaves, hace un año en un
torneo de póquer en Las Vegas. Nos llevamos bien y él era bueno con las
cartas. No tan bueno como yo, pero desarrollamos una amistad. Me
contactó hace poco y me pidió un favor. No iba a aceptar. Quiero decir,
estoy muy ocupado con el trabajo. ¡No puedo proporcionar protección a
una estudiante americana de artes y modelo cuando tengo que organizar
la seguridad VIP para las malditas Olimpiadas!
El gato se encogió. Papá simplemente arqueó una ceja y se acomodó
en su silla. —Pero lo hiciste —dijo.
—Sí, lo hice. Le eché un vistazo a la foto que me envió y despertó mi
curiosidad, además ella modelaba y es… tan hermosa. Me gustaría tener
ya el retrato de ella en mi casa. Pero la condición por la compra fue que se
quedara en exhibición en la galería Andersen por seis meses.
Mi papá sólo me examinó y esperó.
—Fui a la exposición de la galería y compré el maldito retrato a unos
pocos instantes de verlo, ¡Como un maldito poeta o algo! Tan pronto como
la conocí estuve dispuesto a enviar un guardaespaldas para mantenerla a
salvo si fuera necesario —Sacudí mi cabeza—. ¿Qué demonios me paso,
papá?
—Tu madre amaba leer a todos los poetas. Keats, Shelley, Byron —
Sonrió ligeramente—. Así sucede algunas veces. Encuentras la indicada
para ti y eso es todo, así de sencillo. Los hombre se han enamorado de las
mujeres desde el inicio los tiempos, hijo. Tú finalmente lo hiciste y ahora
eres uno más en la fila —Papá tomó otro trago de su cerveza—. ¿Por qué
necesita protección?
—Ese congresista que murió en el accidente aéreo ya tiene un
remplazo. El nombre es Senador Pieres, de California. Bueno, el Senador
tiene un hijo, un tal Facundo Pieres, quien solía salir con Paula. Hubo
algunos problemas… y un video sexual —Me detuve y noté cual horrible
debía sonar esto para mi papá—. Pero era muy joven. Solo tenía diecisiete.
Y fue terriblemente lastimada por su traición. Pieres fue un total imbécil
con ella. Va a un terapista… —Me fui apagando, preguntándome cómo
asimilaba todo mi padre. Bebí un poco más de mi cerveza antes de
contarle la última parte—. El hijo fue enviado a Iraq y Paula vino a
estudiar a la Universidad de Londres. Estudia artes y conservación de
pinturas, y es absolutamente talentosa en eso.
Papá me sorprendió al no reaccionar ante todo la fealdad que le
conté. —Asumo que el Senador no quiere publicidad sobre el mal
comportamiento de su hijo en la televisión —Me miró irritado. Mi papá
odia a los políticos sin importar su nacionalidad.
—El Senador y el poderoso partido que lo está apoyando. Algo como
esto los haría perder las elecciones.
—¿Qué pasa con el partido opositor? Estarán investigándolo tan
fuerte como la gente de Pieres está tratando de ocultarlo —dijo mi papá.
Sacudí mi cabeza, dudando. —¿Por qué no estás trabajando para
mi, papá? Deduces todo. Tienes una visión más amplia. Aunque necesito
diez iguales a ti —dije irónicamente.
—¡Ja! Estoy muy feliz de ayudar cuando me necesitas, pero yo no lo
hago por dinero.
—Sí, soy consciente de eso —dije, levantando una mano. Traté que
él trabajara para mí por un largo tiempo y ahora era una especie de broma
entre nosotros. Aunque él nunca aceptaría mi dinero, es un viejo muy
terco.
—¿Ha pasado algo que sugiere que tu Paula necesita protección?
Parece un poco alarmista. ¿Por qué su padre te pidió el favor?
—Al parecer, el hijo del Senador aún sigue metiéndose en
problemas. Fue a casa y salió de fiesta y uno de sus compañeros fue
asesinado en un altercado en un bar. Ya sabes, escándalos fuertes que los
políticos odian. Causó investigaciones exhaustivas en lugares que ellos no
quieren que la gente conozca. Podría ser solo un incidente aislado, pero
ese amigo sabía del video. El papá de Paula continúa alerta con ese
asunto. En sus palabras: «Cuando la gente que conoce del video comience a
aparecer muerta, en ese momento necesitare que protejas a mi hija» —Me
encogí de hombros—. Me pidió que lo ayudara. Inicialmente dije que no y
ofrecí recomendarle otra empresa, pero me envió la foto de ella en un
email…
—Y no pudiste negarte después de haber visto su foto. —dijo
papá como una afirmación. Entonces, supe que entendió lo que sentía por
Paula.
—No. No pude —Negué con la cabeza—. Estuve fascinado. Fui a la
exposición y compré su retrato. Y cuando entró en la habitación, papá, no
pude quitarle los ojos de encima. Ella tenía la intención de regresar en
metro en la noche y entonces me presenté y la convencí para que me
dejara llevarla a casa en mi auto. Intenté dejarla sola después de eso.
Realmente quería…
Sonrió otra vez. —Siempre has sido un chico protector.
—Pero se convirtió en mucho más que solo un trabajo. Quería estar
con Paula…—Examiné a mi padre sentado tranquilamente y escuchando,
su gran cuerpo aún en forma para un hombre de sesenta y tres años.
Sabía que él me entendía. No necesité explicar nada más acerca de mis
motivos y esa parte fue un alivio.
—¿Pero averiguó que su padre te contrató para protegerla?
—Sí, escuchó sin querer una llamada telefónica en mi oficina. Su
padre explotó cuando descubrió que estábamos saliendo y me reclamó por
ello —Pensé que mi papá debería también conocer todo el maldito
desastre.
—Se sintió traicionada y expuesta, supongo. Si su pasado con el hijo
del Senador, o quien sea, es algo que tú conoces, ¿Por qué no le dijiste
que lo sabias? —Papá sacudió su cabeza—. ¿Qué estabas pensando? Y ella
debió ser informada sobre la muerte de ese otro chico, sobre la posibilidad
de una amenaza. Y que la amas. Y que intentas aún mantenerla a salvo.
Una mujer necesita la verdad, hijo. Tendrás que decirle todo si quieres que
confíe en ti otra vez.
—Lo intenté —Dejé escapar un gran suspiro y eché mi cabeza hacia
atrás sobre el sofá para mirar el techo. Lucas se estiró y se acomodó de
nuevo en mi regazo.
—Bueno, esfuérzate más. Empieza con la verdad y parte de ahí. Ella
te aceptara o puede que no. Pero no tienes que rendirte, puedes seguir
intentándolo.
Saqué mi móvil y abrí la foto de Paula mirando la pintura y se lo
ofrecí a papá. Él sonrió mientras observó su imagen a través de sus gafas.
Una sugerencia nostálgica en sus ojos me dijo que estaba pensando en mi
madre. Me lo pasó de nuevo después de un momento.
—Es una chica adorable,Pedro. Espero que tengamos la
oportunidad de conocernos algún día —Papá me miró directo a los ojos y
dijo las cosas como son. Sin compasión, simplemente la cruel verdad—.
Tendrás que seguir tu corazón, hijo… nadie puede hacer eso por ti.

CAPITULO 32



Abrí mis ojos y traté de enfocarme. Mi cabeza se sentía como si
hubiera sido golpeada con una tabla. La botella de Van Gogh estaba casi
vacía a la mitad y las colillas de cigarillo esparcidas encima de mi escritorio
donde mi mejilla estaba entumida, llenando mi nariz con clavos de olor
rancio y tabaco. Levanté mi cara de la cima del escritorio y acuné mi
cabeza en mis manos, sostenidas en los codos firmemente plantados.
El mismo escritorio donde la había puesto y follado sólo una pocas
horas antes. Si, follado. Eso había sido sexo puro y sin remordimientos, y
tan bueno que mis ojos picaron por el recuerdo. La luz en mi móvil
parpadeó locamente. Me voltee para no tener que ver. Sabía que ninguna
de esas llamadas sería de ella, de todas formas.
Paula no me llamaría. Ciertamente no. La única pregunta era,
¿cuánto tiempo pasaría antes de que yo tratara de llamarla?
Era de noche ahora. Oscuro afuera. ¿Dónde estaba ella? ¿Estaba
horriblemente herida y enojada? ¿Llorando? ¿Siendo reconfortada por sus
amigos? ¿Odiándome? Si, probablemente todo eso, y no podía ir con ella y
hacerla sentir mejor tampoco. Ella no te quiere.
Así que así es como se siente. Estar enamorado. Necesitaba
enfrentar algunas verdades sobre Paula y lo que le había hecho. Así que
me quedé en mi oficina y lo enfrenté. No podía ir a casa. Había tanto de
ella allí todavía, y ver sus cosas solo me volvería loco. Me quedaría aquí
esta noche. Tal vez para siempre.
Saqué mi culo fuera de la silla y me puse de pie. Vi un trozo de tela
rosa en el piso y supe lo que era. Sus bragas de encaje. Era agonizante
recogerlas. Las puse dentro de mis bolsillos y fui hasta la puerta trasera
hacia la suite adjunta.
La suite tenía una cama y una ducha, una televisión y una pequeña
cocina, todo con lo más alto de la línea. El departamento de soltero
perfecto para el hombre profesional ocupado quien trabaja hasta tarde y
no tiene motivo para manejar hasta casa.
O más como un departamento para follar. Aquí es donde traigo
mujeres si quiero follarlas. Claro, siempre después de la jornada laboral y
ellas nunca se quedan toda la noche. Despido a mis “citas” mucho antes
del amanecer.
Todo antes de que encontrara a Paula. Nunca quise traerla aquí.
Ella era distinta desde el comienzo. Especial. Mi hermosa chica americana.
Paula ni siquiera sabía de esta suite. Ella lo habría averiguado en
apenas dos segundos y me odiaría por traerla aquí. Froté mi pecho y traté
de mantener calmado el dolor que me quemaba. Abrí la regadera y me
desvestí.
Mientras el agua caliente caía sobre mí, me incliné contra el azulejo
y enfrenté exactamente donde me encontraba. Lo jodiste de nuevo y ella no
te quiere ahora.
Era tiempo de aceptar el hecho de que mi hermosa chica americana
me había dejado por segunda ocasión. La primera vez lo hizo a hurtadillas
a la mitad de la noche porque estaba aterrorizada por un mal sueño. Esta
vez, solamente se dio la vuelta y huyó de mí sin mirar atrás. Pude verlo en
su cara y no fue miedo lo que hizo que se fuera. Era total devastación por
la traición al descubrir que le había ocultado la verdad. Había roto su
confianza. Aposté muy alto y perdí.
La urgencia de jalarla y hacerla quedarse era tan grande que golpee
la pared y probablemente rompí algo para impedir que se fuera. Me dijo
que nunca más la contactara de nuevo.
Cerré la regadera y salí, el sonido desolado del goteo del agua
drenándose hizo que mi corazón doliera más del vacío. Desdoblé una toalla
afelpada y empujé mi cabeza en ella. Me quedé observando mi imagen en
el espejo mientras mi rostro se revelaba.
Desnudo, mojado y miserable. Solo. Me di cuenta de otra verdad
mientras me miraba a mi mismo, un hijo de puta.
Nunca es un muy largo tiempo. Tal vez pueda ser capaz de darle un
día o dos, pero nunca estaba totalmente fuera de cuestión. Estaba también
el hecho que ella seguía necesitando protección de una amenaza que podía
ser peligrosa. No podía permitir que algo le pasara a la mujer que amo.
Nunca. Sonreí en el espejo, mi inteligencia me divierte aun en mi estado de
pena; porque había encontrado un ejemplo perfecto del uso correcto de la
palabra nunca.

CAPITULO 31




mi mano palpitó junto al latido de mi corazón. Todo lo
que pude hacer era respirar hacia las puertas del
ascensor y pensar en qué hacer. Seguirla no era una
opción, así que dejé el vestíbulo y fui hacia la sala de
descanso. Eliana estaba ahí preparándose un café. Ella
mantuvo su cabeza agachada y pretendió que yo no estaba ahí. Mujer
inteligente. Espero que esos idiotas en el piso hagan lo mismo o ellos
necesitarían encontrar nuevo empleo.
Tiré algo de hielo a una bolsa de plástico y empujé mi mano dentro.
¡Joder, ardió! Había sangre en mis nudillos y estoy seguro en la pared a
lado del ascensor. Caminé de regreso a mi oficina con mi mano en el hielo.
Le dije a Francisca que llamara a mantenimiento para que vinieran y
arreglaran el jodido timbre en la pared.
Francisca asintió sin perderse el momento y miró a la bolsa de hielo al
final de mi brazo. —¿Necesitas un rayos X para eso? —preguntó, su
expresión como la de una mamá. O lo que yo imaginaba como luciría una
madre al menos. Apenas recuerdo a la mía, por lo que probablemente solo
estaba proyectándolo con ella.
—No. —¡Necesito a mi chica de regreso, no un jodido rayos x!
Fui hacia mi oficina y me encerré. Saqué una botella de Van Gogh
del mini-bar y la destapé. Abrí el cajón de mi escritorio y hurgué por el
paquete de cigarrillos y el encendedor que me gustaba guardar ahí.
Había estado surcando a través de las nubes de humo en un paso record
desde la reunión con Paula. Tendría que recordar reabastecerme.
Ahora todo lo que necesitaba era un vaso para el vodka, o tal vez no.
La botella estaría bien para mí. La levanté con mi destrozada mano y le di
la bienvenida al dolor. Joder, mi mano; Mi corazón está así de roto.
Observé su fotografía. La que le tomé en el trabajo cuando me
mostró la pintura de Lady Percival con el libro. Usé mi celular para tomar
la fotografía porque tenía que tenerla. No importaba si era sólo la cámara
de mi celular, Paula se veía hermosa a través de cualquier lente.
Especialmente las lentes de mis ojos. La imagen había salido tan bien que
la había descargado y ordené una impresión para mi oficina.
Recordé esa mañana con ella. Sólo podía verla con el ojo de mi
mente y cuán feliz estaba cuando le tomé la foto sonriendo a esa pintura
antigua...

**********

Aparqué en el estacionamiento de la Galería Rothvale y apagué el
motor. Era un día gris, con llovizna y frío, pero no dentro de mi auto.
Teniendo a Paula sentada a mi lado vestida para el trabajo, luciendo
hermosa y sexy, sonriéndome, me tenía por lo alto, pero saber que solo
compartiríamos juntos esta mañana era una jodida bomba. Y no hablaba
sobre sexo. Recordando la ducha y lo que habíamos hecho ahí me
apaciguaba durante todo el día, muy apenas, pero era sabiendo que la vería
otra vez esta noche, que estaríamos juntos, que ella era mía y que podría
llevarla a la cama y demostrarle todo otra vez. Estaba también la
conversación que habíamos tenido. Sentí que ella finalmente me había
dejado entrar un poco. Que se preocupaba por mí de la misma forma que yo
lo hacía por ella. Y era tiempo para empezar a hablar de un futuro nosotros.
—Pedro, ¿alguna vez te he dicho lo mucho que me gusta cuando me
sonríes?
—No —contesté disminuyendo la sonrisa—, dime.
Ella sacudió su cabeza con mis tácticas y miró fuera de la ventana, a
la lluvia —Siempre me he sentido especial cuando lo haces porque creo que
no sonríes mucho en público. Te describiría como reservado. Entonces,
cuando me sonríes como que… me dejo llevar.
—Mírame. —Esperé a que respondiera, sabiendo lo que vendría. Esta
era otra cosa que todavía teníamos que discutir, pero que estaba claro como
el cristal desde el comienzo. Paula era naturalmente sumisa a mí. Acepta
todo lo que yo quiero darle, la dominación y eso era sólo una razón más de
que éramos perfectos juntos.
Levantó sus ojos cafés verdosos, grisáceos, hacia mí y esperó. Mi
pene se lanzaba contra mis pantalones. Podía tomarla justo aquí en el auto
y seguir deseándola minutos después. Ella era mi adicción. —Dios, eres tan
hermosa cuando haces eso.
—¿Hacer qué, Pedro?
Metí un mechón de su sedoso cabello detrás de su oreja y le sonreí de
nuevo. —No importa. Me haces sentir feliz, eso es todo. Amo traerte a tu
trabajo después de haberte tenido toda la noche.
Se sonrojó hacia mí y yo deseaba follarla otra vez. No, hacerle el amor
era lo que realmente quería justo ahora. Quería tomarla lento, ese hermoso
cuerpo desnudo para mí, para un placer en todas maneras que pudiera
manejar. Mía. Ella era para mí y sólo para mí. Paula me hacía sentir todo...
—¿Te gustaría entrar y ver en qué estoy trabajando? ¿Tienes tiempo?
Llevé su mano a mis labios e inhalé la esencia de su piel. —Pensé que
nunca lo preguntarías. Condúzcame, Profesora Chaves
Ella rió. —Algún día, tal vez. Usaré una de esas túnicas negras y daré
conferencias sobre correctas técnicas conservativas. Y tú podrás sentarte en
la parte de atrás y distraerme con inapropiados comentarios y miradas
lascivas.
—Ah, ¿Y después me citarás en tu oficina clandestinamente? ¿Me
castigarás, Profesora Chaves? Estoy seguro que podemos negociar un trato
por mi comportamiento irrespetuoso. —Bajé mi cabeza hacia su regazo.
—Estás loco —dijo, con una risita y empujándome—. Vamos a entrar.
Corrimos a través de la lluvia, con mi paraguas protegiéndonos, su
delgada figura apretándose contra mí, oliendo a flores y sol y haciéndome
sentir el hombre más suertudo del planeta.
Me presentó al guardia de seguridad quien estaba claramente
enamorado de ella, y me llevó de regreso a un gran estudio, parecido a una
sala. Grandes mesas y caballetes estaban organizados con buena
iluminación y abundante espacio libre. Ella me llevó a una pintura grande
de aceite de una mujer solemne de pelo oscuro con llamativos ojos azules,
sujetando un libro.
—Pedro, por favor saluda a Lady Percival. Lady Percival, mi novio,
Pedro Alfonso. —Ella sonrió a la pintura como si fueran las mejores
amigas.
Le ofrecí una media reverencia a la pintura y dije—: Mi Lady.
—¿No es ella asombrosa? —preguntó Paula
Estudié la imagen pragmáticamente. —Bueno, ella es una figura
llamativa a decir verdad. Parece como si tuviera una historia detrás de sus
ojos azules —Miré más de cerca para ver al libro que sostenía con la portada
visible. Las palabras eran difíciles de leer pero una vez que me di cuenta
que eran francesas, eso era de alguna forma más fácil.
—He estado trabajando en restaurar la sección del libro. Ella sufrió
algunos daños por el calor en un incendio décadas atrás y ha sido un
problema conseguir el barniz y descubrir el libro. Es especial, sólo lo sé.
Miré otra vez y formé la palabra Chrétien. —Es en Francés. Ese es el
nombre, Christian, justo ahí. —Señalé.
Sus ojos se abrieron grandes y su voz emocionada —¿Lo es?
—Sí. Y estoy seguro que dice, Le conte du Graal. ¿La Historia del
Grial? —Miré a Paula y me encogí de hombros—. La mujer en la pintura es
llamada Lady Percival, ¿cierto? ¿No es Percival quien encontró el Santo Grial
en las leyendas del Rey Arturo?
—¡Oh mi Dios, Pedro! —Agarró mi brazo por la emoción—. ¡Claro!
Percival es su historia. ¡Lo descifraste! Lady Percival está sosteniendo
ciertamente un libro muy raro, Pedro. ¡Sabía que lo era! Una de las primeras
historias del Rey Arturo que alguna vez se ha escrito; De regreso en el
doceavo siglo. Ese libro es “Chrétien de Troyes”, La Historia de Percival y el
Grial. —Miró fijamente la pintura, su rostro resplandeciendo con felicidad y
alegría pura, y yo alcancé mi celular y tomé una imagen de ella. Una foto del
perfil de Paula sonriendo a Lady Percival.
—Bueno, estoy feliz que pude ayudarte, nena.
Ella saltó sobre mí y me besó en los labios, sus brazos se envolvieron
con fuerza a mí alrededor. Era el más increíble sentimiento en el mundo.
—¡Lo hiciste! Me ayudaste tanto. Voy a llamar a la Sociedad Mallerton
hoy y decirles lo que descubriste. Ellos estarán interesados, estoy segura.
La exhibición de su cumpleaños viene en un par de semanas… Me pregunto
si querrán incluir esto…
Paula divagó emocionadamente, diciéndome todo lo que pude alguna
vez haber querido conocer sobre libros raros, pinturas de libros raros, y la
conservación de pinturas de libros raros. Su rostro se sonrojó por la emoción
de resolver un misterio, pero esa sonrisa y ese beso valía su peso en oro
para mí.