martes, 11 de febrero de 2014

CAPITULO 12



Las pesadillas son reales. Aparecen en la noche cuando duermo.
Intento luchar contra ellas, pero casi siempre ganan. Todo está oscuro porque mis ojos están cerrados. Pero escucho los sonidos. 
Palabras crueles proviniendo de alguien, palabras y nombres asquerosos.Y una risa aterrorizadora… ellos piensan que es gracioso degradarme. 
Mi cuerpo se siente pesado y débil. Sigo escuchándoles reírse y rememorando todas las cosas malvadas que han hecho…


Me desperté gritando y sola en la cama de Pedro. Me imaginé dónde
estaba cuando él entró despavorido en la habitación, con los ojos muy
abiertos. Empecé a llorar en el minuto que le vi. Los sollozos se hicieron
más sonoros cuando se sentó en la cama y me abrazo.
—Está bien… te tengo. —Me meció contra su pecho. Pedro estaba
vestido y yo aún seguía desnuda—. Sólo has tenido una pesadilla, eso es
todo.
—¿A dónde fuiste? —Conseguí preguntarle entre jadeos.
—Estaba simplemente en mi oficina. Estás malditas Olimpiadas…
últimamente trabajo por la noche... —Presionó sus labios en mi corinilla—.
Estuve aquí todo el tiempo hasta que te quedaste dormida.
—¡Deberías de haberme llevado a casa! ¡Te dije que no pasaría la
noche! —Luché por salir de entre sus brazos.
—Cristo, Paula, ¿Cuál es el problema? Son las jodidas dos de la
mañana. Estás cansada. No puedes sólo… ¿Por qué no puedes solo dormir
aquí?
—No lo quiero, ¡Es demasiado! ¡No puedo hacerlo, Pedro! —Empujé
su pecho.
—¡Jesús Cristo! ¿Me dejas que te traiga a mi casa y te folle
salvajemente, pero no dormirás en mi cama por unas horas? —Llevó su
cara a la mía—. Habla. ¿Por qué tienes miedo de dormir aquí conmigo?
Él parecía dolido y sonó más que un poco ofendido. Y me sentí como
una zorra cruel por encima de un emocional y jodido desastre. Él también
parecía hermoso en sus vaqueros desgastados y su delgada camiseta gris.
Su pelo estaba todo desordenado y necesitaba afeitarse su barbilla, pero
parecía devastadoramente bello como siempre, incluso más, porque yo veía
el Pedro íntimo, el que no se mostraba en público.
Empecé a llorar y a decirle que lo sentía. De verdad que lo
lamentaba, también. Lamentaba que partes de mí estuviesen rotas y
estropeadas, pero eso no cambiaba los hechos tampoco.
—No tengo miedo contigo. Es tan complicado, Pedro. Yo… ¡Lo siento!
—Me froté la cara.
—Shhh… no hay nada de qué disculparte. Sólo tuviste una
pesadilla. —Pedro alcanzó una caja de pañuelos de al lado de su cama y
me los pasó—. ¿Quieres hablar sobre ello?
—No —Me las arreglé para sonarme con tres pañuelos.
—De acuerdo, Paula. Cuando te sientas cómoda podrás decírmelo
si tú quieres —Su mano frotando círculos en mi espalda se sentía
maravilloso, no quería cerrar mis ojos nuevamente, en caso de volver a
quedarme dormida. Me recostó sobre el colchón con él—. ¿Me dejas
abrazarte por un rato?
Asentí.
—Estaré justo aquí hasta que te quedes dormida, y si te despiertas y
no me ves, estaré cruzando el pasillo, en mi oficina. La luz estará
encendida. Nunca te dejaré sola en mi casa. Estás totalmente segura aquí
conmigo. Chico seguridad, ¿recuerdas?
Agarré más pañuelos y me soné la nariz; totalmente agotada y
mortificada por la situación. Sin embargo, haría todo lo posible para salir
de esto, y sabía lo que debía hacer. Solté una suave risa por su broma y le
permití que me metiese de nuevo en su cama. Me enfrenté a su pecho y
respiré ese aroma que yo adoraba absolutamente, e intenté recordar cuan
bello era. Me concentré en la sensación de Pedro sosteniéndome a salvo, y
el calor de su gran cuerpo. Intenté capturarlo todo en mi cabeza, porque
no volvería a vivir esta experiencia otra vez.
Fingí dormí.
Tranquilicé mi respiración y fingí. Y después de un rato, le sentí
saliéndose de la cama y de la habitación. Incluso escuché el sonido de sus
pies descalzos sobre el piso de madera. Observé el reloj y le di otros cinco
minutos antes de levantarme.
Salí hacia el salón de Pedro desnuda y recogí mi ropa. Retiré su
corbata morada de la pila, y la alisé antes de lanzarla en el brazo del sofá,
doblada por la mitad. Deseé poder llevármela conmigo como recuerdo.
Me vestí apresuradamente enfrente de la enorme ventana de cristal
y sostuve mis zapatos en mi mano en lugar de ponérmelos. Recogí mi
bolsa y me dirigí a la puerta. Pude sentir su semen húmedo entre mis
piernas, escapándose entre mis muslos, y el pensamiento me hizo querer
llorar. Todo se sentía mal ahora. Lo había arruinado.
Una vez que estaba fuera de la puerta, corrí hacia el ascensor y
presioné el botón de llamada. Empujé los zapatos en mis pies y hurgué en
mi bolso en busca de un peine. Pasé el cepillo por mi cabello de acabo-de-
estar-follando en brutales cepilladas. La pobre maraña no tenía ninguna
posibilidad, pero era mejor que nada. El ascensor llegó y entré, guardando
mi cepillo y comprobando mi cartera por dinero para el taxi mientras
descendía.
Cuando emergí a la recepción, el portero me dio la bienvenida. —
¿Necesita que la asista, señora?
—Err…sí, ¿Javier? Necesito irme a casa. ¿Me puede pedir un taxi?
—Soné desesperada incluso a mis oídos. Sin saber lo que Javier podría
estar pensando.
Él no mostró ni la más mínima reacción mientras cogía el teléfono.
—Oh, ahí tenemos uno que acaba de llegar —Colgando el teléfono,
Javier salió de detrás de su escritorio y mantuvo la puerta de recepción
abierta para mí. Me ayudó a llegar al taxi y cerró la puerta. Se lo agradecí,
le di al conductor mi dirección y miré por la ventana.
La vista dentro de la elegante recepción era clara en la noche, por lo
que pude ver cuando Pedro salió de los elevadores y habló con Javier. Él
corrió fuera, pero mi taxi ya estaba en marcha. Levantó las manos en
frustración y echó su cabeza hacia atrás. Pude ver que sus pies seguían
descalzos. La confusión y la total desesperación estaban en su rostro
cuando nuestros ojos se encontraron, yo dentro del auto y él en la calle.
Pude ver a Pedro. Y seguramente sería la última vez que lo hiciese.  

CAPITULO 11




Pedro continúo con su mirada sobre mí. Incluso
después de habernos tranquilizado tras la prisa del
sexo, y que él abandonase mi cuerpo. Se quitó el
condón, lo ató y se deshizo de la evidencia. Pero luego
volvió, enfrentándome, sus ojos moviéndose sobre mí,
observando mi reacción tras lo que habíamos hecho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, pasando su dedo sobre mis
labios, recorriéndolos cuidadosamente.
Le sonreí y le contesté lentamente: —Aja.
—Ni siquiera estoy cerca de terminar contigo. —Arrastró su mano
bajo mi cuello, sobre un pecho y a través de mi cadera, para descansar en
mi estómago—. Eso fue…tan increíble. No quiero… No quiero que termine.
—Dejó su mano ahí extendida y se inclinó para besarme lentamente y a
fondo, casi con veneración. Podía decir que él me preguntaría algo—.
¿Estás… tomando anticonceptivos, Paula?
—Sí —Susurré sobre sus labios. Tenía razón. Se sorprendería por la
razón, pero no compartiría esa información esta noche.
—Quiero… quiero entrar dentro de ti. Quiero estar dentro sin nada
entre nosotros —Presionó sus dedos en mis resbaladizos pliegues y
comenzó a moverlos de dentro a fuera—. Justo aquí.
Sus palabras fueron una sorpresa. La mayoría de los hombres no
quieren arriesgarse. Mi cuerpo reaccionó a su toque sin control, sin poder
evitar flexionarme hacia sus dedos. Un sonido de placer surgió de mi
garganta.
—En mi empresa hacemos exámenes a todos, incluyéndome a mí.
Te puedo enseñar el informe, Paula. Estoy limpio, lo prometo —dijo,
acariciando mi cuello y recorriendo sus largos y hábiles dedos sobre mi
palpitante clítoris.
—¿Y qué si yo no? —Jadeé.
Frunció el ceño y tensó su mano. —¿Cuánto tiempo hace desde que
tú has… estado con alguien?
Me encogí de hombros. —No lo sé, un largo tiempo.
Entrecerró los ojos ligeramente. —¿Cómo una semana o cómo
meses?
Una semana no es un periodo largo. ¿Por qué debía contestarle? No
tengo la más mínima idea que quería saber Pedro. Él demandaba
respuestas, preguntaba, tenía algo que me hacía imposible ignorarle
cuando tocaba lugares que yo no quería que dejara de acariciar. —Meses
—Era la respuesta más detallada que obtendría justo en ese momento.
Relajó su expresión. —Entonces… ¿Eso es un sí? —Se giró
totalmente sobre mí, atrapó mis manos y las entrelazó con las suyas, sus
rodillas abriendo mis piernas ampliamente para poder situarse entre
ellas—. Porque quiero estar contigo otra vez. Quiero estar dentro de ti, otra
vez. Quiero hacer que te corras con mi polla tan profundamente dentro de
ti para que no nunca olvides que estuve allí. Quiero estar dentro de ti,
Paula, y sentirlo contigo —Podía sentir lo enorme que estaba ahora
mismo; duro, caliente, probándome, y preparado para hundirse en mí. Y
tan vulnerable como me encontraba debajo de él, en ese momento no pude
sentirme más segura.
Me besó profundamente, su lengua tomándome como antes. Era una
demostración de lo haría con su polla. Le entendía bastante bien la
mayoría del tiempo. Pedro no era ni en lo mínimo confuso.
—Confío en ti, Pedro. Y tú no me dejarás embaraza…
—Joder… siiiiii —Gimió con la parte gruesa de su pene deslizándose
sobre los pliegues aún hormigueantes de mi sexo—. Oh, nena, te sientes
tan bien. Estoy… estoy tan jodidamente perdido dentro de ti…
Y así es como fue la segunda vez. Se movió más despacio esta ronda,
más controlado, como si quisiese saborear la experiencia. Tampoco fue
menos satisfactoria, ya que Pedro me hizo correrme tantas veces que no
fui más que un cuerpo muerto para su dura carne aún en funcionamiento.
él se congeló, su espalda curvándose en una preciosa penetración descendente que nos conectó tan profundamente que sentí que él era parte de mí misma en ese instante.
Pedro gritó mi nombre y se quedó enterrado como había dicho que quería estar Chupó suavemente mi cuello mientras yo acariciaba su espalda, sus músculos calientes y húmedos por el sudor. La habitación olía a sexo y
cualquiera que fuese su deliciosa colonia. De verdad, necesitaba
encontrar un nombre para esto. Sentí crestas desiguales bajo la punta de
mis dedos. Muchas. ¿Cómo cicatrices? Él se quitó y mis manos cayeron.
Sabía que era mejor no preguntar.
Pero él no fue lejos. Pedro se movió a un lado y se impulsó a sí
mismo, levantándose un poco, mirándome fijamente.
—Gracias por esto —susurró, recorriendo mi cara con la punta de
uno de sus dedos—. Y por confiar en mí —Me sonrió otra vez—. Me
encanta que estés aquí, en mi cama.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que alguien estuvo en esta cama,
Pedro? —Si él podía preguntar, entonces yo también.
Sonrió, pareciendo muy satisfecho. —Ha pasado… nunca, cariño. No
traigo mujeres aquí.
—La última vez lo supe, yo era una mujer.
Pasó sus sugerentes ojos a través de mi cuerpo antes de contestar.
—Definitivamente, hay una mujer —Se encontró con mis ojos—. Pero aun
así, no traigo otras mujeres aquí.
—Oh… —Me senté contra la cabecera de la cama, tirando de la
sabana sobre mis pechos. ¿Cómo diablos eso no es una mentira?—. Eso me
sorprende. Pensaba que recibías más ofertas de las que podrías aceptar.
Jaló de la sábana y reveló mi pecho. —No obstruyas mi vista, por
favor, y la palabra adecuada es usar, dulzura. No me importa ser usado, y
las mujeres usan a los hombres tan frecuentemente como viceversa —Se
acurrucó a mi lado sobre la cabecera y recorrió un pecho con un dedo—.
Pero no me importa si tú me usas. Tú tienes un pase especial.
Resoplé y quité su mano. —Eres demasiado guapo para tu propio
bien, Pedro. Y lo sabes. Ese encanto ingles no te dará un pase gratis
conmigo ningún día.
Hizo un ruido sarcástico. —Y tú eres una Yanki muy dura. Pensé
que está noche me obligarías a cargarte y lanzarte dentro de mi auto.
—Fue una suerte que no lo hicieras, de lo contrario, este lindo
revolcón que acabamos de disfrutar nunca hubiera ocurrido —Sacudí mi
cabeza con una sonrisa.
Me hizo cosquillas en las costillas y me hizo chillar. —Entonces, sólo
fue un lindo revolcón para ti, ¿eh?
—¡Pedro! —Aparté sus manos y me coloqué en el borde de la cama.
Me arrastró de vuelta y me inmovilizó debajo de él, con una enorme
sonrisa en su cara. —Paula —dijo arrastrando las palabras.
Y entonces, me besó. Sólo lento, suave y con gentileza. Pero se sintió
íntimo y especial. Pedro me apoyó contra su costado y ajustó nuestros
cuerpos bajo las sábanas, su pesado brazo cubriéndome y asegurándome.
Sentí como mi sueño crecía allí, en la cama con él. Sabía que era una mala
idea. Las reglas eran reglas y yo las estaba rompiendo.
—No debería de quedarme aquí esta noche, Pedro. De verdad,
debería irme…
—No, no, no. Te quiero aquí conmigo. —Insistió, hablando en mi
pelo.
—Pero no debería…
—Shhh —Me interrumpió como había hecho muchas otras veces y
me besó callando mis palabras. Acarició mi cabeza, arrastrando sus dedos
por mi cabello. No podía luchar contra él. No después de esta noche. La
seguridad se sentía demasiado bien, mi cuerpo estaba demasiado drenado
de todos los orgasmos, su dura fuerza era demasiada confortable como para luchar contra él sobre este tema. Entonces, sólo dormí.

CAPITULO 10



Se puso de pie de nuevo y puso mis manos deliberadamente en su
cintura. Entendí su mensaje alto y claro. Empecé a trabajar en su cinturón
y luego sus pantalones. Se veía impresionante. El bulto dentro de su bóxer
era imposible de ignorar cuando sus pantalones cayeron. Gruñó cuando
mi mano rozó la fina seda oscura que cubría su pene tenso. Cuando me
agaché para enfocar mis esfuerzos en sacarlo de su ropa, él desenganchó
el broche en la parte trasera de mi sujetador y lo tiró. Dejándome
totalmente desnuda.
No voy a pasar la noche aquí, Pedro. Prométeme que me  llevaras a casa después.
Me levantó y me empezó a llevarme a su dormitorio.
—Quiero que te quedes conmigo. Una vez no es suficiente, no
contigo. —Abrió de una patada la puerta y me llevó dentro de su
habitación. Su cara se veía salvaje y desesperada—. Tengo que follarte
primero, y luego lo haré despacio. Dame esta noche. Déjame hacerte el
amor esta noche, hermosa Paula. —Se cernió sobre mi cara—. Por favor.
—Pero no puedo quedarme toda la no…
Su boca apagó mis protestas mientras me tendió sobre su cama
suave y lujosa, y empezó a tocar mi cuerpo. Besando mi cuerpo.
Calentando mi cuerpo hasta que todo pensamiento claro huyó de mi
cerebro y siguió su camino. Rompía mis reglas y era muy consciente de
ello mientras la lengua de Pedro se arremolinaba sobre mis pezones
endurecidos, alternando entre pequeños rasguños de dientes seguidos de
caricias suaves para calmar lo que había hecho.
El contraste del roce de su barba y la caricia de sus labios suaves
me hizo volar. Sentí como si tuviera un orgasmo sólo con lo que estaba
haciendo. El placer me hizo gritar y arquearme. Mis piernas se movían
mientras él trabajaba en mi pecho, incapaz de mantenerse quietas, yo
estaba salvaje y abandonada debajo de Pedro. Se sentía tan bien que no
podía lamentar esta decisión. Todas mis reservas desaparecieron ante el
exquisito tratamiento que le estaba dando a mi cuerpo.
Estar desnuda no era aterrador para mí. Lo había hecho mucho por
el modelaje y sé que los hombres encuentran mi cuerpo agradable. Es la
intimidad lo que es más difícil lidiar para para mí. Así que cuando Pedro
dice algo como: «Déjame hacerte el amor, hermosa Paula», yo sabía que
no tenía ninguna posibilidad de negarme.
—¿Pedro? —grité su nombre.
—Lo sé, cariño. Déjame cuidar de ti. —Se apartó de mis pechos y
puso sus manos sobre el interior de mis rodillas y me abrió. Totalmente
tendida ante él, bajó la mirada a mi sexo por segunda vez esta noche—.
Cristo, eres hermosa... Quiero probarlo.
Y luego puso su boca sobre mí. Esa lengua suave rodó sobre mi
clítoris y mis pliegues y jugueteó. Podía sentir su barba pinchar la carne
sensible mientras me retorcía contra sus labios y lengua. Me vendría en un
segundo y no había forma de detenerlo. No podía detener a Pedro. Él
tomaba lo que quería.
—Me voy a correr…
—La primera de muchas veces, nena —dijo desde entre mis piernas.
Y luego, dos de sus largos dedos se abrieron paso dentro de mí y me
comenzaron a acariciar. —Estás apretada —dijo con voz áspera—, pero
cuando esté mi polla dentro de ti, estarás más apretada, ¿no Paula? —
Mantuvo su dedo follándome y chasqueando la lengua sobre mi clítoris—.
¿No? —preguntó de nuevo, esta vez más fuerte.
Sentí la urgencia, el endurecimiento comenzar muy dentro de mi
vientre cuando el orgasmo comenzaba. —¡Sí! —grité en un impulso de aire,
sabiendo que él esperaba una respuesta.
—Entonces, córrete para mí. ¡Córrete por mí, Paula!
Y lo hice, la experiencia fue diferente a cualquier orgasmo que jamás
hubiera tenido. No podía hacer otra cosa que correrme. Pedro me
empujaba hasta el borde de un precipicio y luego me rescataba cuando
estaba a punto de estrellarme. Me sentía en la cima del éxtasis,
inmovilizada con sus dedos profundamente en mi coño que me sostenían
allí. Era devastador y no podía hacer nada más que aceptar lo que me
daba.
Sus dedos se deslizaron fuera de mí y oí el sonido de un paquete
siendo rasgado. Lo miré mientras se pone el condón en su gruesa,
hermosa y rígida polla. La parte de él que estaría muy dentro de mí, en un
minuto, y yo temblaba en expectativa.
Levantó sus ojos azules a los míos y susurró—: Ahora, Paula.
Ahora serás mía.
Lloré ante la imagen de él montándose sobre mí, la expectación era
tan grande que era apenas coherente.
Pedro se cernió sobre mí, la cabeza de su polla ya inclinada dentro
de mi coño, muy caliente y duro como un hueso. Sus caderas me forzaron
a abrirme más cuando hundió su miembro en lo más profundo y hondo de
mí. Tomó mi boca, metiendo su lengua en movimientos simultáneos con
su intrusión clandestina. Fui tomada por Pedro Alfonso en su cama.
Totalmente e irrevocablemente.
Me dejé llevar mientras Pedro me follaba. Lo hizo con fuerza al
principio. Penetrando dentro y fuera de mi centro empapado, empujando
un poco más profundo en cada golpe. Me sentí encaminándome hacia otro
orgasmo.
Las venas de su cuello se hincharon cuando se apoyó para llegar a
mí desde otro ángulo.
Apreté mi coño alrededor de su polla con fuerza. Hizo todo tipo de
sonidos y susurró palabras sucias sobre lo bien que se sentía al follarme.
Eso me dio más valor.
—Pedro —grité su nombre, corriéndome por segunda vez; mi
cuerpo rendido ante el suyo, mucho más grande y duro a medida que me
estremecía y retorcía en abandono.
Él no se detuvo. Continuó penetrándome hasta que llegó el turno de
su clímax. Su cuello se tensó, sus ojos ardían, me tomó aún más duro. Me
estiré para acomodar su longitud y el grosor mientras crecía un poco más.
Yo sabía que él estaba cerca.
Apreté las paredes de mi coño con tanta fuerza como nunca lo había
hecho y sentí que él se ponía rígido. Gimiendo un ruido gutural que sonó
como una mezcla entre mi nombre y un grito de guerra, Pedro se
estremeció sobre mí con sus ojos azules brillando en la penumbra de la
habitación. Nunca apartó sus ojos de los míos mientras se corría dentro de
mí.