lunes, 24 de marzo de 2014

CAPITULO 145




Las preguntas que hace la gente mientras habla son tan ridículas que a
veces me cuestiono cómo no salto sobre la mesa y grito: «¿Cómo hacéis
para ser tan estúpidos y apañároslas para seguir respirando?». Ay de mí…
He aprendido a mantener la boca cerrada aunque me cueste muchísimo.
Estaba a punto de escabullirme para un necesitado chute de nicotina
después de la absurda conferencia telefónica cuando Eliana llamó a mi
despacho. No lo hacía muy a menudo, así que mi curiosidad se
desencadenó de inmediato.
—Pedro, creo que deberías venir a recepción.
—¿Sí? ¿Qué sucede?
—Es Marta…, del quiosco de prensa. Está aquí para entregarte un
paquete en persona y no se lo dejará a nadie, pero…
Salí de mi despacho y corrí antes de que Eliana pudiera siquiera acabar
la frase.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza y una preocupación instantánea
inundó mi cuerpo. Frené resbalando al atravesar las puertas de la
recepción. Ahí estaba Marta, esperándome con su bigote y sus horrorosos
dientes en todo su esplendor. Sostenía un paquete entre sus manos
manchadas de tinta y me dirigió una mirada con sus ojos verdes mientras
me acercaba rápidamente a ella.
—Señor, tengo algo para usted —indicó agitando el sobre—. Usted dijo:
algo o alguien sospechoso.
—Eso es. ¿Alguien ha dejado eso en tu quiosco justo ahora? —pregunté
señalando lo que estaba sujetando.
Ella asintió y echó un vistazo a la sala, asimilando la decoración y
probablemente calculando su valor.
—Sí, hace casi una hora. No podía dejar el puesto. Ponía «Alfonso» y
recuerdo que me dijiste número cuarenta y cuatro.
Intenté que no me sorprendiera que supiera leer y asentí a su vez, con la
adrenalina fluyendo dentro de mí. ¿De qué se trataba esta vez? ¿Más
amenazas de muerte de Tomas?
—Tienes una memoria excelente, Marta. Gracias por dejar tu puesto
para venir hasta aquí a entregármelo en persona —dije mientras sacaba la
cartera del bolsillo—. Aprecio tu atención.
Le extendí un billete de veinte e hicimos el intercambio. Ella asintió de
manera fugaz y se giró para marcharse. Rompí la cuerda roja y abrí la
solapa del sobre, totalmente consciente de que era idéntico al que había
recibido el día de la gala Mallerton, el mismo sobre que contenía las fotos
de Tomas además de un críptico mensaje que decía: «Nunca intentes asesinar
a un hombre que se va a suicidar», y otras chorradas incoherentes para las
que ahora no tenía tiempo. En cualquier caso, no podía arriesgar la vida de
mi primo. Estaría en primera línea en los Juegos la semana siguiente,
anunciando todas las competiciones de tiro con arco, sumido en el circo
mediático, siendo entrevistado, a la vista de todo el mundo. Si alguien le
tenía en su diana, necesitaba tomar precauciones in situ.
Metí la mano y saqué las fotos, de nuevo como la última vez: blanco y
negro, con brillo, de ocho por diez. Sentí que me atravesaba un miedo
terrible. No eran en absoluto fotos de mi primo. Se trataba de fotos de
Paula…
¡Joder! ¡No! ¡NO!
Las fotos eran una secuencia de instantáneas hechas en la calle: Paula
y yo el día que fuimos a nuestra primera cita con el doctor Burnsley y más
tarde cuando almorzamos al aire libre antes de parar en Fountaine’s
Aquarium. Los dos abrazándonos en la acera tras salir de la consulta del
médico. Yo tocando su tripa y besándosela. Los dos comiendo nuestros
sándwiches y hablando sobre nuestro encuentro en Nochebuena en la nieve.
Había incluso una foto de Paula sacándome una instantánea con su móvil,
riéndose porque había sido justo después de salir de la tienda con el bebé
que olía fatal. Tendría que haberme dado cuenta de que alguien sacaba
fotos. Tendría que haberlos visto. ¿Cómo podía haber fallado? ¿¡Cómo
cojones había fallado!?
Había estado distraído. La distracción es el enemigo número uno en el
negocio de la seguridad y yo había fallado por completo. Estaba distraído
por la visita al médico y después por la locura en el acuario, ¡demasiado
concentrado en dónde estábamos y en la gente de nuestro alrededor como
para ni siquiera percatarme de que alguien nos seguía!
Gruñí y las ojeé de nuevo. No pude encontrar ningún mensaje o nota
ambigua en el reverso de ninguna de las fotos. Alcé la vista y me di cuenta
de que Marta se había marchado.
—¡Pon a Paula al teléfono y dile que espere! —grité a Eliana—.
Necesito hablar con ella ahora mismo. —Entonces corrí hacia el ascensor
—. ¡Marta, espera!
La encontré en el vestíbulo mientras salía del edificio. Estaba seguro de
que la gente debía de pensar que estaba loco por el espectáculo que les
estaba ofreciendo, pero no me importaba. Podían pensar lo que quisieran.
—¿Sí, señor?
—¿Quién? ¿Viste quién dejó el sobre?
Alzó los ojos y brillaron ligeramente. Ahí estaba: el momento de la
verdad en el que ella o bien me ayudaba porque era una buena persona o
bien se aprovechaba de mí porque no lo era.
—Sí, mientras se alejaba. Le vi la espalda.
—¿Qué recuerdas de él? Complexión, color del pelo, ¿algo que me
puedas contar? Es muy importante —supliqué—. Mi chica…, había fotos
de mi mujer en ese paquete. Su vida podría estar en peligro —bajé el tono
—. Por favor, Marta. Cualquier cosa que recuerdes podría ser de ayuda.
Lo sopesó un momento, sus ojos moviéndose sin cesar.
—Estaba hablando por el móvil y solo vi su espalda mientras se
marchaba. Tenía el pelo castaño y no era tan alto como tú.
Pelo castaño y más bajo que yo. No era de mucha ayuda en un lugar con
millones de personas así. Necesitaba volver arriba y asegurarme de que
Eliana había localizado a Paula.
—Gracias otra vez —dije con tono apagado, y me giré para irme.
—Aunque me di cuenta de algo más —me gritó Marta—. Su voz… no
era de aquí. Es yanqui.
El acosador es americano. Debe de ser de la gente de Pieres… O quizá
Fielding no está muerto después de todo. Quizá esté aquí, en Londres. ¡Oh,
no! ¡No, por favor!
Se me heló la sangre después de lo que me dijo Marta, con todas las
posibilidades y escenarios dando vueltas en mi cabeza, en un terrible
torrente enrevesado.
Entonces mis piernas comenzaron a moverse.

CAPITULO 144





—Así que Pedro te ha encomendado hoy tareas de seguridad, ¿eh? —le
pregunté a Horacio mientras comía una ensalada de pollo rica de verdad.
Tenía que acordarme de las pasas y el eneldo la próxima vez que la hiciera.
Mi apetito estaba mejorando ligeramente, pero no sabía si se debía al
embarazo o a que estaba aceptando la muerte de mi padre. En cualquier
caso, ahora podía mirar la comida sin que me entraran ganas de girar la
cabeza para no tener que vomitar.
—No sé nada de eso, querida. Quería llevar a mi futura nuera a comer,
eso es todo —explicó encogiéndose de hombros, con un brillo en sus ojos
marrones—, y Pedro me dijo que Leo estaría fuera hoy.
—¡Ja! Eso pensé. —Me reí—. A estas alturas conozco sus tácticas,
Horacio. Pedro no afloja su protección fácilmente o sin muy buenas
razones —añadí mientras le daba un sorbo al zumo—. Sé que es muy
protector y que lo hace porque me quiere.
—Lo conoces muy bien. De hecho, diría que tú has transformado a mi
hijo en la persona en la que yo había esperado que se convirtiera algún día
y a la que temía que jamás vería —dijo Horacio sonriéndome con mucha
dulzura y sin juzgarme en absoluto.
—¿Por la guerra? —pregunté—. Sé que algo malo le pasó en el ejército,
pero no sé el qué. No es capaz de compartirlo conmigo… todavía.
Horacio me dio golpecitos en la mano con delicadeza.
—Bueno, en eso ya somos dos. Yo tampoco sé qué le hicieron. Solo sé
que volvió a casa con un brillo atormentado en su mirada y una dureza que
antes no estaba presente. Pero lo que sí sé es que ahora que te ha
encontrado se parece más al Pedro de cuando era más joven. Tú le has
hecho volver a ser el que era, Paula. Puedo ver cómo te mira y cómo se
ayudán mutuamente.—Le dio un sorbo a su cerveza—. En resumen, has
hecho muy feliz a un anciano y le has quitado un gran peso de encima.
—Yo me siento con él de forma parecida en muchos sentidos. En
realidad Pedro me ha salvado de mí misma.
Horacio me escuchó con atención y señaló mi tripa.
—Ya comprobarás que nunca dejas de preocuparte por tus hijos,
independientemente de lo mayores que se hagan.
—He oído decir eso mucho —dije suspirando profundamente—. Ya me
preocupo ahora… por él o ella. —Me toqué la barriga—. Si algo me
pasara…, bueno, entonces… ya me hago una idea de cómo funciona.
—No te va a pasar nada, querida. Pedro no lo permitirá y yo tampoco.
En las próximas semanas estarás sumamente ocupada y tu agenda estará
llena de planes y compromisos, pero pronto las cosas se tranquilizarán y
los dos estaran desentrañando la vida de casados y yo esperando la llegada
de mi cuarto nieto.
Me sonrió y yo le devolví la sonrisa de todo corazón. En realidad el
padre de Pedro estaba empezando a importarme. Sería un abuelo adorable
para nuestro bebé, y me hacía sentir bien saber que apoyaba a nuestra
pequeña familia. Para muchos resultaba algo insignificante, pero para mí
era enorme. Horacio me estaba dando algo que mi propia madre no podía
o no quería darme: su simple bendición y sus mejores deseos para la nueva
familia que empezaba.
Estábamos a punto de salir del restaurante cuando divisé a Bruno entrando
de golpe, con aspecto un tanto agobiado para ser aquel chico tranquilo que
recordaba del instituto.
—¡Paula! Jesús, siento mucho llegar tarde. Recibí tu mensaje, pero
luego me entretuve una y otra vez —dijo sosteniendo en alto las manos—.
Me entretuve con trabajo de la empresa —añadió mientras se acercaba para
abrazarme y me besaba en la mejilla con cariño.
—Bruno, este es mi… suegro, Horacio Alfonso. Horacio, Bruno
Westman, un viejo amigo de mi ciudad natal. Solíamos competir en
atletismo en los viejos tiempos.
Estrecharon las manos y los tres hablamos un rato. Bruno parecía
frustrado por haberse perdido nuestra comida y no haber «reconectado»,
como él había dicho. Yo no estaba tan segura de si Pedro podría tolerar un
contacto de cualquier tipo entre Bruno y yo. Sinceramente, yo también
podría vivir sin eso. No tenía nada en contra de una vieja amistad, pero en
este caso existían bastantes emociones añadidas y eso lo hacía un pelín
más incómodo para mí.
—Jesi me matará por haber venido hasta Londres y no haber sacado
tiempo para ponernos un poco al día —dijo antes de girarse hacia Horacio
—, y lamento haberme perdido la oportunidad de obtener sus valiosos
consejos turísticos, señor Alfonso.
—Si estás interesado en la historia de Hendrix y sus rincones, puedo
contarte lo que conozco. He llevado a cientos de turistas durante más de
veinticinco años por esta ciudad. Creo que los he visto todos.—Horacio le
dio a Bruno su tarjeta—. Mándame un correo electrónico y te enviaré lo que
tengo. Imagino que querrás ir al hotel Samarkand, en el 21/22 de
Lansdowne Crescent, Chelsea.
—Por supuesto, así es —dijo Bruno y cogió la tarjeta de Horacio y se la
guardó en el bolsillo—. Gracias por todos los consejos que puedas darme.
No tengo mucho tiempo y quiero aprovecharlo bien. —Se giró hacia mí—.
Bueno…, ¿hay alguna posibilidad de que podamos quedar otra vez?
Imagino que ahora tendrás cosas que hacer, ¿no?
—Sí, tengo una sesión de fotos en poco más de una hora y necesito
tiempo para prepararme —dije pensando un momento—. Bueno, tú vas a
asistir a los Juegos, ¿no? Pedro tiene entradas para todo lo que te puedas
imaginar. ¿Por qué no nos organizamos para vernos en una de las pruebas
de atletismo, como las carreras de obstáculos o los cien metros? La verdad
es que me está apeteciendo mucho ver alguna competición.
—Perfecto —dijo—. Estaremos en contacto entonces.
Bruno me abrazó de nuevo y nos separamos.
Horacio estaba callado en el coche mientras me llevaba a la sesión de
fotos. Parecía estar pensando, y yo me preguntaba: ¿qué pensará sobre lo
de posar desnuda? ¿Qué le habrá contado Pedro al respecto? ¿Habrá visto
alguna de mis fotos? Supongo que yo no lo sabría si no se lo preguntaba,
pero eso era algo sobre lo que no me gustaba hablar con nadie. Mi faceta
de modelo era personal y no estaba abierta a la negociación.
En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, Horacio paró junto a la
dirección en Notting Hill y esperó a que yo entrara en la elegante casa
blanca en la que transcurriría mi sesión de fotos. Me despedí con la mano
mientras entraba y acto seguido me fui a trabajar, centrando toda mi
atención suavemente en aquello para lo que me habían contratado.

CAPITULO 143




Había descubierto que Facebook era una herramienta más que buena para
organizar una boda. Eliana me lo había recomendado porque ella estaba
metida de lleno en la planificación de la suya y sabía de lo que hablaba. Me
senté con un té Zinger de arándanos y abrí mi cuenta.
Creé un grupo privado para compartir fotos y enlaces comerciales que
estaba compuesto por mí y por mi pequeño grupo de soldados de
infantería: Gaby, Oscar, Luciana, Eliana, Maria y Victoria, la organizadora
oficial de la boda, que en realidad ahora estaba ganándose el sustento con
lo que debía de ser un trabajo muy exigente, en mi opinión. Las cosas
estaban yendo como la seda para contar con tan solo cinco semanas.
Teniendo en cuenta que estaba embarazada y llena de hormonas, además de
haber sufrido una devastadora pérdida personal, decidí que lo estaba
haciendo muy pero que muy bien.
Pedro estaba tan ocupado en el trabajo que apenas nos veíamos y la
mayoría de nuestras conversaciones eran a través de mensajes de texto.
Sabía que él se preocupaba por mí y que intentaba prestarme toda la
atención que podía, pero apenas había tiempo libre. Entendía la presión a la
que estaba sometido, y yo generalmente necesitaba tiempo para aceptar
todo lo que había pasado en las últimas semanas. Él llegaba a casa muy
tarde y en cuanto lo hacía quería básicamente dos cosas: hacer el amor y
tenerme cerca mientras dormía. La necesidad de contacto físico de Pedro
seguía siendo tan fuerte como siempre. No me importaba. Yo lo necesitaba
tanto como él, creo. Ambos nos preocupábamos por el otro.
Envié un mensaje rápido a Eliana sobre las fotos que había colgado de
los arreglos florales y le dije en broma que hablábamos más por Facebook
que en persona. En realidad era ridículo, sobre todo porque vivía en el
mismo edificio que yo. Eliana y Pablo estaban tan abrumados con sus
trabajos en Seguridad Internacional Alfonso como lo estaba Pedro.
Nadie tenía mucho tiempo libre.
Lo dejé ahí y miré mi perfil para ver algunos mensajes nuevos que me
habían llegado. Había varias notificaciones de donativos procedentes del
Meritus Collage Fund de San Francisco, que mi padre había apoyado
durante años. Se trataba de una hermosa obra benéfica comprometida con
ayudar a niños desfavorecidos pero motivados a obtener una educación
universitaria. Sé que él lo habría querido así, de modo que anuncié que en
lugar de flores podían mandar donativos directamente a Meritus. La
fundación me enviaba amablemente una notificación cada vez que alguien
dejaba un donativo en nombre de mi padre. Luis Langley había ofrecido un
donativo, así como el personal de la Galería Rothvale y el padre de Gaby,
Roberto Hargreave. Su consideración me conmovió profundamente y así se lo
dije a través de mensajes personales de agradecimiento.
Subí a mi perfil de Facebook una bonita foto de mi padre sosteniéndome
cuando yo era un bebé. Me había entretenido escaneando fotos de los
álbumes que había cogido de su casa y que me había traído conmigo. En
esta en concreto, ambos estábamos vestidos con lo que parecían ser
pijamas, por lo que debía de ser una foto hecha por la mañana. Mi padre
me tenía sentada frente a él, en su mesa, mirando a cámara, y ambos
lucíamos unas sonrisas enormes en nuestras caras. Me preguntaba quién la
habría sacado. ¿Mi madre? Mi padre estaba tan joven en la foto… y
parecía muy feliz. Al menos tenía recuerdos hermosos como este en el
corazón.
Me puse triste cuando me di cuenta de que no tendría fotos de abuelo,
con él y mi bebé. Ya no… Esa punzada se me clavó en el pecho y tuve que
cerrar los ojos un momento y respirar.
El dolor que se siente al tener que recordarle a tu cerebro que nunca más
los verás, los abrazarás, te reirás con ellos o hablarás con ellos de nuevo…
Es una mierda.
Aunque Horacio sí tendrá fotos como abuelo. Sí, las tendría. Sé que el
padre de Pedro será un abuelo muy comprometido. Me hace muy feliz
pensar que Horacio y Maria lo cuidarán. Yo tenía a mi tía para ejercer de
«abuela» de mi bebé en caso de que mi propia madre no mostrase interés.
Uf. Cambio de tema, por favor.
Un mensaje nuevo apareció de pronto en una ventanilla con un pequeño
sonido.

Bruno Westman: Eh, hola. Acabo de meterme y he visto tu puntito verde.
He logrado llegar a Londres para los Juegos y esperaba que pudiéramos
reconectar mientras esté en la ciudad. En realidad llegué ayer por la
mañana. Todavía ando recuperándome del jet lag :/ ¿Qué tal estás?


Bruno… Me había encontrado por Facebook poco después del funeral y
habíamos chateado un poco desde entonces. Recordaba que me había dicho
que su empresa lo iba a enviar a los Juegos Olímpicos, y Jesi también me
lo había recordado. En realidad ella estaba decepcionada por no haber
podido venir con él, ya que le encanta el deporte. Los Juegos tienen mucho
más que ver con ella que conmigo. Aun así, que los XXX Juegos Olímpicos
tengan lugar en donde vives es algo emocionante, lo mires como lo mires.

Paula Chaves: Las cosas van mejor… Gracias. ¿Dónde te alojas en
Londres?

Bruno Westman: ¡En Chelsea, por supuesto! No voy a perderme la
historia de Jimi si estoy aquí.

Paula Chaves: ¡Je! Lo recuerdo. Qué gracia, porque el padre de
Pedro me va a llevar a comer hoy. Él era taxista en Londres y conoce
todos los sitios y la historia de lugares como ese. Podrías unirte a
nosotros si quieres y recibir una clase exprés de historia.

Bruno Westman: Me encantaría. ¡Gracias! Envíame un mensaje con el
restaurante cuando lleguen y me reúno con Ustedes.

Cerré Facebook y me dirigí a la ducha. Tenía una comida con mi futuro
suegro y después una sesión de fotos. Hoy no había tiempo para el pecado
de la desidia.