domingo, 16 de febrero de 2014

CAPITULO 27


Pedro entró justo cuando terminé la llamada. Traía un paquete de
cervezas y una sonrisa depredadora en su rostro. Le había dado mi llave a
Pablo para que se la diera a Pedro y así pudiera entrar en la planta baja. Él
dejó la llave y las cervezas sobre la encimera antes de preguntar. —¿Te he
oído decirle a alguien que le amas justo cuando entraba?
Sonreí y asentí con la cabeza lentamente. —Era un hombre también.
Se colocó detrás de mí en la encimera, sus manos sobre mis
hombros y empezó a masajearlos. Me apoyé en su duro cuerpo y me
permití disfrutar del masaje. —Es un hombre con suerte, entonces. Me
preguntó qué le hace tan especial —Echó un vistazo hacia abajo, a los
alimentos ordenados en tazones, y cogió un pedazo de pollo cocido—.
Mmm —dijo mientras lo saboreaba, su boca en mi cuello.
—Bueno, leía los mejores cuentos antes de dormir. Peinaba mi
cabello mojado sin que se enredara y doliera. Me enseñó a montar en
bicicleta y a nadar. Siempre besó mis heridas cuando me raspaba, y lo
más importante, abrió su cartera con frecuencia, pero eso no fue hasta
más tarde.
Pedro gruñó. —Yo puedo hacer todas esas cosas por ti y más —Robó
otro trozo de pollo—. Sobre todo la parte de más.
Le di una palmada en la mano. —¡Ladrón!
—Eres buena cocinera —murmuró contra mi oído—. Creo que debo
de conservarte.
—Así qué te gusta mi cena mexicana. Veo que fuiste con el tema y
trajiste cerveza. Movimiento inteligente, Alfonso. Tienes potencial —
Empecé a llevar los cuencos a la mesa.
—¿Dos Equis es de México? —Hizo un ruido y se encogió de
hombros—. Yo solo la elegí porque me gustan los anuncios…el hombre
más interesante del mundo —Sonrió malévolamente y me ayudó a
trasladar el resto de la comida.
—Un mentiroso y un ladrón —sacudí la cabeza con tristeza—.
Acabas de fundir todo tu potencial, Alfonso.
—Cambiaré tu opinión más tarde, estoy seguro, Chaves —sonrió
hacia mí desde el fregadero en donde se lavaba las manos rápidamente y
luego abrió dos cervezas para nosotros—. Tengo mucho potencial —dijo
moviendo las cejas. Pedro me entregó mi cerveza y revisó todo lo que había
sobre la mesa, ladeando su cabeza, examinando todo—. Ayúdame aquí.
¿Cómo puedo montó tus tacos de pollo? Los cuales huelen muy bien, por
cierto.
No pude evitar reírme de él. La forma en que dijo “tacos” con su
acento británico me hizo gracia. Y cómo expresa las cosas también.
Simplemente me hizo reír.

—¿Qué es tan divertido? ¿Estoy divirtiéndola, Srta. Chaves?
—Dame, voy a corregir el problema —Le mostré cómo poner un poco
de pollo, la salsa de maíz, un chorrito de crema agria, una pizca de queso
rallado y unas rebanadas de aguacate en la tortilla y doblarla—. Eres
adorable, eso es todo, Sr. Alfonso. Ese acento tuyo me hace reír a veces
—Le entregué su taco en un plato.
—Ah, así que pasé de perder todo mi potencial a adorable en un
pestañeo. Y solo por hablar —Aceptó el plato y esperó a que preparara el
mía—. Recordaré esto, nena —Me lanzó una de esas sonrisas mortales del
millón de dólares y tomó un sorbo de su cerveza.
—Adelante, toma un bocado. Dame tu veredicto y sé consciente de
que voy a saber si me mientes —Me di unos toquecitos en la cabeza—.
Super poderes de deducción —Cogí mi taco y le di un mordisco, gimiendo y
exagerando sonidos de placer y arqueando el cuello hacia atrás—. Está tan
rico que me siento caliente por todas partes —ronroneé a través de la
mesa.
Pedro me miró como si acabaran de brotarme cuernos de diablo y
tragó saliva. Sabía que me lo iba a recordar más tarde para burlarse
despiadadamente. No me importaba. Pedro era divertido. Nos divertíamos
juntos y eso era una parte que amaba de él. Amor. ¿Lo amaba?
Levantó el taco hasta su boca y le dio un mordisco. Me miró
mientras masticaba y tragaba. Se limpió la boca con la servilleta y miró
hacia el techo pensativo, fingiendo que contaba con los dedos. Tomó otro
sorbo de cerveza.
—Bueno, vamos a ver… —se centró en mí—. Chef Chaves, te doy un
cinco en ejecución. Reírte de mí te ha quitado cinco puntos de entrada.
Pienso que un seis en presentación; todos gemidos sobre la cena son un
poco injustos, ¿no te parece? Y un nueve y medio en sabor —Tomó otro
bocado y sonrió—. ¿Qué tal lo hice?
Estaba tan guapo sentado ahí, en mi mesa, comiendo los tacos que
yo había hecho, y dulcemente me dijo que le gustaba como cocinaba, y
solo siendo Pedro. Supe la respuesta a mi pregunta en ese instante.
¿Amaba a Pedro? Sí, estoy enamorada de él.

CAPITULO 26



Pedro tenía un tatuaje en la espalda. Derecho a través de sus
hombros eran unas alas horizontales de tamaño medio. Parecían un poco
góticas y casi Greco-Romanas con su crudeza entintada en negro. Me
encantó la cita por debajo de sus alas. Nada más complaciente que un
sueño. Lo vi en la ducha cuando se dio la vuelta para coger el jabón.
—Eso es Shakespeare, ¿verdad?—lo acarició sobre la tinta con la
mano fue entonces cuando vi las cicatrices. Muchas líneas blancas y
rugosas. Tantas que no podrían contarlas. Jadeé una brusca respiración,
desesperadamente triste al pensar lo mucho que debía de haber sido
herido. Quería preguntarle pero me mordí la lengua. Yo no me había
ofrecido a hablarle de mis cicatrices.
Se dio la vuelta y me dio un beso en los labios antes de que pudiera
decir una palabra más. Pedro no quería hablar de sus cicatrices más de lo
que yo quería hablar de las mías.

Más de una semana de noches en casa de Pedro y necesitaba volver
a mi piso para coger ropa limpia. Necesitaba una recarga en mi propia
casa. Pedro concordó venir aquí ésta noche. Le dije que los barrios bajos
eran buenos para el alma. Me devolvió la broma, diciendo que no
importaba siempre y cuando tuviéramos algo para comer y una cama
porque dormiríamos desnudos para su fiesta de pijamas. Le dije que si
Gaby aparecía tendría que vestirse; eso y que no permitiría que mi
compañera de piso tuviera la oportunidad de ver el divino cuerpo de mi
novio. Él se rio y me dijo que le encantaba el sonido de los celos en mi voz.
Le dije que llegara hambriento para la cena y completamente vestido. Él
estaba aún riéndose cuando colgamos.
Me puse unos pantalones de yoga y una suave camiseta después de
que Pablo me dejó de nuevo en casa. Él me había recogido en el Rothvale,
además de hacer una breve parada en el supermercado a por los
ingredientes para la cena Mexicana que había planeado. Pedro sabía que
la comida mexicana era mi favorita y yo estaba decidida a reclutarlo en mi
equipo. ¿El menú de ésta noche? Tacos de pollo con salsa de maíz y
guacamole. Si Pedro lo odiaba, entonces le cocinaría un burrito. Ningún
hombre puede resistirse a un burrito lleno de carne, frijoles, queso y
guacamole. Espero. Los británicos eran raros con la comida.
Tan pronto como llegué a la cocina y mis manos estuvieron lavadas,
comencé a cocinar. Decidí llamar a mi padre. Sería por la mañana para él,
pero estaría en el trabajo por ahora y si no estaba demasiado ocupado
podríamos charlar. Puse mi teléfono con el altavoz y marqué el número de
su oficina.
—Miguel Chaves.
—Hey, papá.
—¡Princesa! He echado de menos oír tu dulce voz. Esto es una
sorpresa —sonreí por cómo se refería a mí. Él había estado llamándome
Princesa desde que podía recordarlo. Y ahora que tenía veinticuatro, no
parecía preocupado en lo más mínimo en dejar de lado ese nombre.
—Pensé en llamarte para variar. Te he extrañado.
—¿Va todo bien en Londres? ¿Tienes ganas de que lleguen los
Juegos Olímpicos? ¿Cómo te fue en la exposición de Oscar? ¿Te gustó
cómo quedaron las fotos en los enormes cuadros?
Me eché a reír. —Esas son cuatro preguntas a la vez, papá. Dame un
respiro.
—Lo siento, Princesa, simplemente me emocioné al saber de ti. Estás
tan lejos y ocupada con tu vida. Las pruebas que enviaste de tus fotos
eran magníficas. Cuéntame acerca de la exhibición de Oscar
—Bueno, fue un éxito. Oscar lo hizo bien y vendió las fotos. He tenido
algunos trabajos más, así que estoy tomando las cosas con calma y ya
veremos a dónde lleva esto —Me alegraba poder hablar con mi padre de
ésta manera y que apoyara mi profesión de modelo. Él pensaba que era
bueno para mí, a diferencia de mi madre, quien se avergonzaba de su hija
posando sin ropa.
—Serás famosa en todo el mundo —dijo—. Estoy orgulloso de ti,
Princesa. Creo que eso de ser una modelo te ayudara. Espero que lo
sientas de esa manera —sonó un poco apagado para mí, casi triste—.
¿Qué estás haciendo ahora?
—Estoy haciendo la cena. Tacos. Un amigo vendrá a cenar pronto.
¿Papá, está todo bien contigo?
Dudó un momento antes de contestarme. Podía decir que había algo
en su mente. —¿Paula, has oído sobre el avión que se estrelló y la muerte
del congresista Woodson?
—Sí, ¿Quien se presentaría para vicepresidente? Fueron unas
noticias tan importantes que llegaron incluso hasta aquí. ¿Por qué, papá?
—¿Has oído hablar de quién remplazará a Woodson en las
elecciones?
Nunca esperé el nombre que me dijo. Y solo con eso, el pasado se
encabritó y clavó sus garras de nuevo.
—¡Oh, no! ¡No me digas que el senador Pieres consiguió la
nominación! ¡Tienes que estar bromeando! ¡Ese hombre no puede ser el
próximo vicepresidente de los Estados Unidos! ¿Cómo es posible que le
quieran? Papá…
—Lo sé, cariño. Él ha estado labrando su camino hasta la cima de la
cadena alimenticia estos últimos años. Primero, senador del Estado y
ahora de senador de los Estados Unidos…
—Sí, bueno, espero que fracase.
—Paulita, esto es cosa seria. Van a hurgar en su pasado para
encontrar la suciedad de Pieres —y su familia— por el partido en el poder.
Quiero que tengas cuidado. Si alguien se acerca a ti o te envía algo
sospechoso necesitas hacérmelo saber de inmediato. Esas personas tienen
los recursos para excavar hasta el fondo. Son como tiburones. Cuando
huelen una gota de sangre se preparan para un ataque sorpresa.
—Bueno, el senador Pieres quien tiene un hijo que es la
rencarnación del diablo. Yo diría que tiene un problema muy grande,
entonces.
—Lo sé, cariño. Y la gente de Pieres trabajará igual de duro para
mantener los secretos de su familia enterrados. No es una situación
agradable y no me gusta que estés tan lejos de casa. Pero en este caso creo
que es bueno que estés en Londres. No quiero que nadie te haga daño,
cuanto más alejada estés mejor. No hay malas historias de momento en las
noticias o…cualquier cosa.
Como un vídeo. Sabía en qué pensaba mi padre. Ese vídeo estaba
todavía afuera, flotando en algún lugar del ciberespacio.
—Lo estás haciendo muy bien, Princesa. Lo oigo en tu voz y eso hace
sonreír a tu viejo padre. Así que, ¿quién es el amigo para el que estás
cocinando? No es un hombre, ¿verdad?
Sonreí y revolví la salsa de maíz. —Bueno, conocí a alguien, papá. Él
es realmente especial de muchas maneras. Compró mi foto en la
exposición de Oscar. Así es como nos conocimos.
—En serio.
—Sí —De repente se sintió extraño hablarle a mi padre sobre de
Pedro. Quizás porque yo nunca había hablado sobre novios con él. Nunca
hubo una razón para hacerlo. No había querido tener uno por una muy
larga temporada.
—Cuéntame más. ¿Qué es lo que hace para ganarse la vida?
¿Cuántos años tiene? Ah, y si es serio permíteme tener su número
mientras tú estás en ello. Tengo que hacerle una llamada y dejarle claras
las reglas de juego con mi chica.
Me reí nerviosamente. —Bueno, creo que es un poco tarde para eso,
papá. Pedro es bastante especial, como te dije. Pasamos mucho tiempo
juntos. Realmente me escucha y me siento… feliz con él. Me entiende.
Papá se quedó callado durante un minuto. Pensé que estaba en
shock por oírme hablar de un hombre como si realmente me importara. Y
yo no debería haber estado demasiado sorprendida tampoco. Pedro era el
primero en una larga línea de innovaciones conmigo.
—¿Cuál es el apellido de éste Pedro y a qué se dedica?
—Alfonso. Tiene treinta y dos y es dueño de una empresa de
seguridad privada. Es tan paranoico que me ha asignado un conductor
para que no coja el metro para desplazarme. Toda la afluencia de personas
para los Juegos Olímpicos le pone nervioso. Así que no tienes que
preocuparte por mi seguridad en absoluto. Pedro es un profesional.
—Guau, eso suena serio. ¿Son compañeros…de cama?
Me reí otra vez, esta vez sintiendo lástima de mi padre por su
evidente incomodidad.
—Sí, papá. Tenemos una relación. Te dije que es especial —Esperé
en el silencio al otro lado de la línea y comencé a calentar las tortillas—.
De hecho, él ganó algunos grandes torneos de póquer unos seis años
atrás. Pensé que deberías haber oído acerca de él.
—Umm —murmuró papá—. Quizás, tendría que revisarlo —Escuché
el sonido sordo de alguien hablando al fondo.
—Debería dejarte en paz, papá. Estás trabajando y yo solo quería
saludarte y contarte qué estaba pasando conmigo. Lo estoy haciendo bien
y las cosas van por buen camino.
—De acuerdo, Princesa. Me alegro de que hayas llamado. Y soy feliz
si mi chica es feliz. Ten cuidado y dime si tu nuevo novio te lastima,
entonces es hombre muerto. No lo olvides. Y dame su número, también.
Dile que tu padre quiere tener una pequeña charla de hombre a hombre en
algún momento. Podemos hablar sobre póquer.
Reí. —Lo haré, papá. ¡Te quiero!

CAPITULO 25


Pedro me trajo mi café a la cama a la mañana siguiente.
Me senté contra la cabecera y tiré de la sábana para
cubrirme. Él arqueó una ceja mientras se sentaba en el
borde de la cama y me tendía cuidadosamente la taza.
—Creo que lo hice bien, pero pruébalo y me dices.
Tomé un sorbo e hice una mueca.
—Puse la mitad de crema y tres cucharadas de azúcar—dijo con un
encogimiento de hombros—. Tu misma configuraste la cafetera. Todo lo
que yo hice fue apretar el botón de la máquina.
Lo mantuve esperando durante otro minuto antes de esbozar una
sonrisa y darle otro sorbo a mi delicioso café.
—¿Qué? Solo me aseguraba de que te estás entrenado en la
adecuada preparación del café. Tengo mis exigencias —le guiñé un ojo—.
Creo que lo hizo bien, Sr. Alfonso.
—Tú, malvada mujer, burlándote de mí de esa manera —se inclinó
para besarme, con cuidado por el café caliente—. Me gusta eso de tener la
cafetera preparada desde noche anterior, me preguntó por qué nunca lo
pensé. —Se quedó cerca de mi cara, examinándome intensamente, su
cabello aún desordenado por el sueño y todo el sexo, pero aun así se las
arreglaba para parecer un dios—. Creo que deberías estar aquí todas las
noches para configurarla justo antes de venir a mi cama —Posó su boca a
la derecha de mi cuello y me rozó—. Así yo puedo llevarte tu café por las
mañanas, mientras estás desnuda y hermosa, y mi olor sobre ti tras una
noche de sexo.
Me estremecí por las palabras y las imágenes de esa realidad, pero
todavía había cosas que discutir. Y ese era un problema entre Pedro y yo.
No hablábamos lo suficiente sobre los asuntos que necesitábamos resolver.
Cuando estaba cerca de mí, la ropa volaba, mi cuerpo respondía a él, y
bueno, no había mucho que hablar después de hacer eso.
—Pedro  —dije suavemente, mi mano en su mejilla para detenerle—,
necesitamos hablar de lo que está pasando. ¿El asunto del
guardaespaldas? ¿Pablo? ¿Por qué hiciste eso y no me lo dijiste?
—Iba a decírtelo anoche después de traerte aquí, pero no se
desarrolló de esa manera —su rostro decayó y bajó la mirada—. La ciudad
está llena de extraños ahora mismo, nena. Tú eres una mujer hermosa y
no creo que sea seguro para ti tomar el metro y caminar por todas partes
por tu cuenta. Recuerda al idiota del club.
—Pero yo ya hacía eso antes de conocerte y estaba bien.
—Sé que lo estabas. Y no eres mi novia, tampoco —Me dio una de
sus miradas marca Pedro. El tipo que me hacía tensarme y esperar que
una ráfaga de aire del Ártico me golpeara—. Dirijo una empresa de
seguridad, Paula. Es lo que hago ¿Cómo puedo dejarte ir por todo
Londres cuando yo conozco todos los peligros? —Puso una mano en mi
rostro y comenzó con las caricias de su pulgar nuevamente—. ¿Por favor?
¿Por mí? —Apoyó su frente contra la mía—. Si algo te pasara, me mataría.
Llevé una mano hasta su cabello y hundí mis dedos en él. —Oh,
Pedro, quieres tanto de mí y a veces yo siento que te estoy fallando. Hay
tanto sobre mí que tú no sabes —Comenzó a hablar y le hice callar con
mis dedos sobre su boca—. Cosas que no estoy lista para compartir
todavía. Dijiste que podíamos ir despacio.
Besó mis dedos presionados contra sus labios y luego tiró de ellos
hacia abajo. —Lo sé, nena. Lo dije. Y no quiero hacer nada que nos ponga
en peligro a ti y a mí —Besó mi cuello y me mordió el lóbulo de la oreja—.
¿Podemos hablar sobre un compromiso? —susurró.
Jaloneé su cabello, así dejaría las técnicas de seducción y me miró.
—Primero, necesitas hablarme en serio y no intentar distraerme con sexo.
Eres muy bueno distrayéndome, Pedro. Solo dime qué quieres que haga y
te diré si puedo hacerlo.
—¿Aceptarías tener un chofer? —Alargó un dedo y trazó las cimas de
mis pechos donde la sábana estaba deslizándose—. No más paseos en el
metro y no más llamar taxis en la oscuridad. Tendrás un auto que te lleve
a cualquier lugar al que quieras ir —Hizo una pausa y me inmovilizó con
esos expresivos ojos que me hablaban de su deseo de protegerme—, y yo
puedo tener algo de paz mental.
Tomé otro sorbo del café que me había traído y decidí preguntarme a
mi misma sobre esa señalada cuestión. —¿Y por qué necesitas paz mental
en lo referente a mí?
—Porque eres muy especial, Paula.
—¿Cómo de especial, Pedro? —susurré porque estaba un poco
asustada de oírlo. Yo ya luchaba contra mis propios sentimientos por él.
En muy poco tiempo él me había poseído.
—¿Para mí? Más especial es imposible, nena —Sonrió con su
característica sonrisa e hizo que mi estómago aleteara.
No me dijo que me amaba. Pero yo tampoco se lo había dicho a él.
Sabía que se preocupaba por mí, sin embargo.
Bajó la mirada nuevamente y cogió mi mano libre con la palma hacia
arriba. La cicatriz de mi muñeca a la vista. De la que me avergonzaba e
intentaba esconder, pero era imposible de ocultar cuando está a la luz del
día y yo estoy desnuda. Trazó la línea dentada con la punta del dedo, tan
delicadamente que se sintió como una caricia. No me preguntó como me
hice la cicatriz y yo no me ofrecí a contárselo. El dolor de recordar, sumado
a la vergüenza, me impedía hablar de ello.
Tenía sentimientos por este hombre, pero no podía compartir eso
todavía. Mi indignidad era demasiado fea y horrorosa para exponerla entre
nosotros. Ahora mismo, yo solo quería ser amada. Pedro me quería. Y eso
era suficiente para hacer que estuviera de acuerdo. Pasos de bebé.
Aceptaría sus condiciones de un chofer y él aceptaría mi incapacidad para
compartir mi pasado con él. Iríamos despacio.
—De acuerdo —Me incliné hacia adelante y le besé en la garganta,
por encima de la V de su camiseta, los vellos de su pecho haciéndome
cosquillas en la boca, su olor masculino ya estaba familiarizado con mi
necesidad, junto con la comida, el agua y respirar—. Aceptaré el chofer y
tú me dirás por adelantado lo que estás planeando. Necesito honestidad.
Me gusta seas tan franco conmigo. Me dices lo que quieres para que yo lo
entienda…
—Gracias —Empezó a besarme otra vez. Mi café fue dejado de lado y
la sábana apartada. Pedro se quitó su camiseta y los pantalones de
chándal, los abandonó y se tendió sobre mí. Finalmente conseguí una
buena vista de su cuerpo. Completamente desnudo. A la luz.
¡Dulce, Jesús!
Desde su cincelado pecho y apretados pezones bajando hasta su
impresionante y hermosa polla, yo estaba hipnotizada. Él estaba esculpido
esmeradamente, nada raro, simplemente masculino.
Se detuvo y ladeó la cabeza. —¿Qué?
Lo empujé de nuevo, así que se sentó sobre sus rodillas y tiró de mí
hacía él. —Quiero mirarte —Arrastré mis manos sobre él, sobre sus
pezones y ese corte en V, el cual era tan pecaminosamente esculpido que
era realmente injusto para el resto de la población masculina, hasta sus
muslos duros con músculos y espolvoreados con vello oscuro. Me permitió
tocarle y controlar el momento—. Eres muy hermoso, Pedro.
Él hizo un sonido con su garganta y su cuerpo se estremeció.
Nuestros ojos se encontraron y hubo un intercambio; una comunicación
de sentimientos y un entendimiento de hacia dónde nos estábamos
dirigiendo con esta fuerza que nos conectaba.
Bajé la vista hacia su miembro, duro y palpitante. Una gota en la
punta confirmó que él ya estaba listo para mí. Lo deseaba tanto que dolía.
Quería darle placer y hacerle perder el control como él lo hacía conmigo,
hacerlo explotar en un millón de fragmentos. Bajé la cabeza y tomé su
hermosa polla en mi boca. Conseguí mi deseo unos pocos minutos más
tarde.
Explotamos en la ducha también, o debería decir que yo lo hice
cuando me apoyó en la esquina, se puso de rodillas y me devolvió el favor.
El sexo nunca tenía fin con éste hombre.
Él y yo estábamos a bordo de este tren, teníamos una tarjeta de
viajero frecuentemente. 
No había tenido tanto sexo en…

No vayas allí y no arruines éste momento con él.

CAPITULO 24



El pestillo de la puerta hizo clic y mi protector se había ido.
Bueno, esto era raro. Sola en la casa de Pedro con mi bolso de viaje
y una cabeza revuelta. Me pregunté si alguna vez me sentiría normal otra
vez.
Primero, lo primero, fui al refrigerador y saqué una botella helada de
agua y drené la mitad de ella. El interior del refrigerador de Pedro estaba
bien equipado con un montón de cosas frescas con que trabajar, no habría
problema con la cena. Exploré la maquina de café al lado y empecé a
babear. Muy bonita, sin duda. Puse una tetera para infusiones y comprobé
su congelador bajo cero. El ama de llaves de Pedro parecía organizada, a
tal punto que etiquetaba y fechaba las comidas congeladas en lindos
contenedores plásticos para una fácil identificación.  No
estaba realmente hambrienta después del gran almuerzo chino con el que
me alimenté en su oficina.
Caminé al dormitorio y fui instantáneamente golpeada con recuerdos
de la última vez que estuve en esta habitación. Cerré mis ojos y aspiré el
olor de Pedro. Estaba en todas partes, incluso cuando él no se encontraba
aquí. Entre en su baño. La ducha de mármol era preciosa, pero esa bañera
magnifica era una fantasía para una chica que no tenia una bañera en su
piso. Sabía lo que haría primero.
Una hora más tarde, mi piel estaba rosada por el calor y la suavidad
de las burbujas. Me había vestido con mi camiseta de Jimi Hendrix y un
par de bóxer de seda de Pedro que eran muy elegantes en mí. Había
organizado mis compras de Boots en un cajón del baño, afeité mis piernas
y me unte una loción perfumada de primavera.
Regresé a la maquina de café y me preparé una taza antes de pasar
a las otras habitaciones del departamento de Pedro. El gimnasio en casa
tenía una lujosa caminadora frente a las ventanas que iban desde el suelo
hasta el techo. La visión me dejó sin aliento. Me encantaba la vista de las
luces de la ciudad, pero pensé que sería tan espectacular como durante el
día.
Encontré lo que creía era su oficina y giré el picaporte. La habitación
detrás de la puerta era de hecho una oficina. Flanqueado por un escritorio
de roble macizo, la pared opuesta sostenía un panel de monitores de
televisión y otro equipo de alta tecnología. Pero fue la pared detrás del
escritorio lo que llamó mi atención, un acuario de agua salada brillaba con
la luz, los colores y las burbujas sobre el agua ondulante. Me acerqué más
y miré el arcoíris del pez que nadaba elegante alrededor de las formaciones
de coral. El pez león no se ocultó. Vino hacia el vidrio y agitó una variedad
de aletas multicolores en mi dirección, como si me saludara.
—Hola, guapo. ¿Cómo te llamará, me pregunto? —Hablé con mi
compañero pez y bebí un sorbo de café.
Comí un yogurt de cereza en la barra de la cocina y preparé una
segunda taza de café. Una pared entera de la sala principal sostenía
estantes de libros. Examiné su colección que era ecléctica, por decir
menos. Clásicos, misterios y toneladas de ficción histórica llenaban la
mayor parte. Había algo de historia militar y libros de fotografía. Una gran
cantidad de estadísticas y juegos, también. Tenía ficción popular e incluso
algunos libros de poesía que me hicieron sonreír. Me gustó que Pedro
valorara los libros.
Tomé el libro de “Cartas de John Keats” que escribió Fanny Brawne
y me lo llevé a la sala para sentarme en el sofá y disfrutarlo. Tenía mi café,
cartas de amor de un angustiado poeta para su chica y las luces brillantes
de Londres frente a mí.
Pasé una hora agradable antes de poner el libro a un lado. Me asomé
a la ciudad. Este era el lugar donde Pedro me había desnudado, justo en
frente de la ventana de su balcón. Había dado un paso atrás y me había
dicho que nada se comparaba a verme de pie en su casa. Oh, Pedro. Decidí
enviarle un mensaje de texto.


«Paula Chaves: Estoy enojada contigo por lo de Pablo.
¿Acaso estás loco?»
«Pedro Alfonso:Loco por ti,y necesitamos hablar
sobre ese asunto. Te extraño mucho.»
«Paula Chaves: Estoy usando tus bóxer ahora mismo, ¡Y
es en serio, chico!»
«Pedro Alfonso: Estoy teniendo una erección
imaginándote en mi bóxer. Por favor, déjalo sobre la
almohada, porque nunca lo lavaré.»
«Paula Chaves: Aún estoy enojada y creo que tienes una
hermosa maquina de café.»
«Pedro Alfonso: Creo que yo tengo una hermosa novia.
¿Has comido algo?»
«Paula Chaves: Comí algo. Tienes un pez león de
mascota. »
«Pedro Alfonso: Ese es Simba. Lo mimo y él me tolera.
Ustedes dos tienen mucho en común.»
«Paula Chaves: No obtendrás  mas  SO solo por ese
comentario. »
«Pedro Alfonso: Quiero azotarte en este momento,
besarte y follarte. Me estás matando, nena.»
«Paula Chaves: Estoy somnolienta. Tomaré una píldora y
me meteré en tu cama. No me molestes.»
«Pedro Alfonso: Nunca… Ve a dormir, mi belleza. Te
encontrare. <3»


Me levanté del sofá de Pedro y me dirigí de vuelta a la cocina para
lavar lo que usé. Limpié la cafetera y la programé para la mañana. Todo lo
que tenía que hacer era ponerla en marcha. Usé mi nuevo cepillo de
dientes purpura y tomé la píldora. Las sabanas súper suaves de la cama
de Pedro olían a él, me calmaron y reconfortaron en mi soledad. Llené mi
cabeza con su perfume y me dormí.
Brazos firmes me sostenían. El olor que adoraba flotaba alrededor de
mí. Labios me besaron. Abrí mis ojos a la noche y vi sombras. Sabía quién
estaba conmigo, sin embargo. Mi despertar fue pacifico y suave, algo
bueno, y para mi, una experiencia totalmente nueva.
—Estas aquí —murmuré contra sus labios.
—Y tú, también —susurro—. Joder, me encanta encontrarte en mi
cama.
Las manos de Pedro habían estado ocupadas en mi sueño. Estaba
desnuda de la cintura para abajo, su bóxer de seda ya removidos. Pedro
también estaba desnudo. Podía sentir sus músculos duros y su carne
firme tratando de fundirse con la mía. Mi camisa fue levantada y mis
pechos fueron devorados por sus labios ásperos, su barba me hacía
cosquillas en la piel sensible, jugando con mis pezones, chupándolos hasta
que estuve gimiendo, retorciéndome como un animal debajo de él.
Enterré mis manos en su cabello y sentí el movimiento de su cabeza
mientras adoraba mis pezones, y ahuecó el peso de mis pechos con su
mano. Se detuvo y sacó mi camiseta por completo y me miró, hambriento y
hermoso. La luz del baño principal se filtraba lo suficiente para permitirme
verlo, y lo agradecí. Necesitaba ver a Pedro cuando venía hacia mí. Eso me
aseguraba de que estaría a salvo con él.
—Tu cama huele como tú —dije.
—Tú eres la única cosa que quiero oler, y ahora mismo necesito tu
sabor en mi boca. —Entonces, me extendió y él descendió.
—Oh, Dios, Pedro. —Trabajó su lengua sobre mi hendidura, dando
vueltas y abriendo mi carne caliente, pasándome de somnolienta a sexual
en menos de un segundo. No podía quedarme quieta a pesar de que él me
sujetaba y yo abría los muslos internos. El orgasmo se apodero de mí tan
rápido y con tanta violencia que me oí a mi misma gritando, montando su
lengua como desenfrenada, mis músculos apretados y palpitando en
ardiente placer.
Pedro gruñó contra los labios de mi coño y se alejó. Probablemente,
mirando lo que él quería tomar con su polla. Él no preguntaba, Pedro
tomaba.
Levantó mis piernas sobre sus hombros y me penetró duro y
profundo. Hizo sonidos cuando su polla me llenó. Estaba atrapada para su
invasión mientras me tambaleaba con un orgasmo que apenas podía
controlar mientras él me follaba. El sexo era feroz y demandante, con él
diciéndome lo bien que me sentía y lo mucho que me quería allí en su
cama y lo hermosa que era. Todas las palabras me acercaron más a él.
Más dependiente de él. Más enredada en su mundo. Lo sabía.
Pedro me hizo llegar al clímax otra vez, casi azotes de castigo para
reclamar primero y placer en segundo lugar. Pero el placer era exquisito
cuando llegué simultáneamente con él llenándome con su propio orgasmo
explosivo. Sentí las lágrimas deslizándose por las sábanas mientras
aceptaba lo que me daba. Se ahogó con mi nombre, sus ojos fijos en los
míos como otras veces. Sabía que había visto mis lágrimas.
Quitó mis piernas de sus hombros y se apoyó contra mí, tocando mi
rostro y acariciándolo. Sus ojos azules buscándome aun enterrado en mí,
flexionado despacio y profundo con su talentosa polla, extrayendo el
placer. —Eres mía —susurró.
—Lo sé —susurré de regreso. Pedro me besó reverentemente con
nuestros cuerpos unidos; exploraciones gentiles de mis labios y tirones
ligeros como una pluma y mordiscos con sus dientes que sólo me rozaban.
Se agarró a mí y me besó durante mucho tiempo antes de que finalmente
saliera de mi cuerpo.
Follar con  Pedro se puede ser descrito como hermoso en mi
cabeza. Yo sabía que para otros sería pornográfico, pero para mí, era
simplemente un acto hermoso de nosotros juntos. Tener intimidad como
esa, con él queriéndome tan intensamente, era una droga adictiva. Más
potente que nada de lo que había experimentado antes en mi vida. Creo
que podría perdonarle a Pedro casi cualquier cosa que hiciera para
lastimarme.
Y eso fue mi mayor error.

CAPITULO 23


mi teléfono sonó mientras empacaba mi bolso de viaje. Vi
quién llamaba y miré el reloj. Pedro había dicho que
estaría aquí a las siete para recogerme. Faltaba un
cuarto en este momento.
—¿Comienzas a tener dudas y cancelas nuestra
pijamada de esta noche, Pedro?
Él se rió. —No hay ninguna posibilidad de eso, y espero que tengas
tu bolso listo, nena.
—Entonces, ¿porque no estas aquí para recogerme?
—Si, bueno, envié un auto a recogerte. Las emergencias de negocios
son un dolor en el trasero. Lo siento, el nombre del chofer es Pablo y trabaja
para mí. Él te llevara a mi departamento y quiero que te sientas como en
casa hasta que llegue allí. ¿Podrías hacer eso por mí, cariño?
—Supongo. —Mí mente giraba con las implicaciones de estar por mi
cuenta en su casa. No me sentía realmente asustada, pero la idea no me
emocionaba tampoco—. ¿Estas seguro, Pedro? Quiero decir… podemos
dejarlo para otra noche si estas ocupado…
—Dormiré contigo esta noche, Paula. En mi cama. Fin de la
discusión.
—Oh, bueno. —Sonreí en el teléfono—. Entonces, ¿puedo prepararte
la cena? ¿Hay comida en la casa o debería pedirle a tu chofer que nos
detengamos en el supermercado?
—No necesitas detenerte. Hay comida e incluso algunas cosas en el
refrigerador. Mi ama de llaves cocina y las congela. Elije cualquiera que
gustes. Discúlpame. —Escuche voces amortiguadas y a Pedro hablando
con alguien—. Tengo que irme, nena. Te veré tan pronto como pueda irme
de aquí.
Dije adiós, pero él ya había colgado. Observé mi teléfono por un
momento antes de bajarlo, perdida en lo surrealista y sintiéndome como
Alicia en el País de las Maravillas otra vez. Parecía que a mi vida le
presionaron el botón de avance rápido. Pasé de una chica soltera a una
novia en un poco más de una semana, sin que, al parecer, el botón de
avance lento sea presionado.
Mi teléfono se iluminó de nuevo con un número restringido en la
pantalla.
—Hola —respondí.
—Señora, mi nombre es Pablo McManus. El señor Alfonso me
instruyó para recogerla. Hay un Rover negro esperándola ahora abajo. —El
suave acento inglés dijo las palabras eficientemente.
Pablo. Recordé lo que Pedro dijo sobre el chofer. —Seguro, bajaré. —
Eché mi bolso sobre el hombro e hice mi camino hacia la calle. El auto que
me esperaba se veía exactamente como el Range Rover de Pedro, pero me
asusté cuando vi a Pablo el chofer. Enorme. Musculoso. Rubio, el cabello en
picos y con ojos oscuros.
—¡Tú! —dije, completamente sorprendida. Era el tipo que vi hoy con
el tatuaje de Jimi Hendrix.
—Sí, señora. —Mantuvo la puerta del pasajero abierta para mí, su
expresión no me decía nada.
—¡Me estuviste siguiendo hoy! —No era una pregunta, estaba segura
que Pablo lo notó. Bajé mi bolso al suelo, crucé mis brazos debajo de mis
pechos y en su lugar me fui por un enfrentamiento mexicano—. Dime una
buena razón de por qué debería entrar en ese auto contigo, Pablo.
Pablo sonrió brevemente y miró mi bolso sobre la acera. —Trabajo
para el señor Alfonso. —Le di a Pablo mi mejor cara de póquer. Lo
intentó de nuevo—. Me despedirá si no la llevo a su departamento, según
sus instrucciones. —Volvió hacia mí, sus sinceros ojos negros—. Me gusta
mucho mi trabajo, señora.
Mi cabeza comenzó a girar con pensamientos más salvajes sobre lo
que estaba haciendo, de lo que Pedro estaba haciendo, cuanta gente se
involucraba en mis asuntos, y mi lista podía haber seguido y seguido.
Hombre, necesitábamos tener una discusión. Igual, no era justo sacar mi
frustración con Pablo, quien aparentemente solo hacía su trabajo.
—Bastante justo, Pablo. —Recogí mi bolso y fui al asiento trasero—.
Pero la tregua termina si continuas llamándome señora. ¿Lo entiendes? Mi
nombre es Paula. Y si al señor Alfonso no le gusta, puedes decirle que
puede besar mi trasero Yankee. Él debería saber que a las chicas
americanas les molesta que les llamen señoras…
Pablo inclinó su cabeza hacia mí y esbozo una sonrisa mientras
cerraba mi puerta.
Comenzó a conducir mientras yo hervía en el asiento trasero. El
silencio sólo me irritó más, así que pensé que podría conseguir que él
revelara un poco más. —Entonces, Pedro te contrató para acosarme en
Londres, ¿eh?
—Protección, señora…. ah… Paula. No es acoso —contestó Pablo.
—¿Protección, de qué? —demandé—. ¿Me vigilas cuando voy a mis
carreras en las mañanas, también?
Pablo me miró a través del espejo retrovisor. —La ciudad puede ser un
lugar peligroso. —Sus ojos volvieron al camino. Había comenzado a llover y
se escuchaba el zumbido del limpiaparabrisas arrastrándose rítmicamente
de ida y vuelta—. Él solo es cuidadoso, es todo—dijo Pablo calmadamente.
—Si, lo sé. —Pedro es cuidadoso, controlador, bastante arrogante
para mi gusto la mayor parte del tiempo. Estaba en problemas conmigo—.
Entonces, ¿cuánto tiempo has trabajado para él, Pablo? Pedro no me ha
dicho absolutamente nada, así que pensé que tú podías iluminarme. —
Sonreí en el retrovisor para su beneficio.
—Seis años ahora. Nos conocimos en las FE.
—¿Eso es Fuerzas Especiales, correcto? Entonces, ¿Son algún tipo
de James Bond para el gobierno británico?
Pablo realmente se rió y sacudió la cabeza. —Puedo ver porque el
señor Alfonso mantiene un ojo sobre ti, Paula. Tienes bastante
imaginación.
—Si, Pedro también me lo dijo una vez —dije secamente.
Tan molesta como estaba con las presunciones de Pedro, las cuales
sobrepasaban mis límites, no podía evitar desquitarme con Pablo. Él parecía
un tipo decente, y tenía un gran gusto en música. Me gustaba. Pablo
simplemente hacía su trabajo. Sea lo que fuera en lo que se refiera a mí.
Pablo estacionó el auto y nos llevó al ascensor a través de la entrada
de la cochera. Antes que lo supiera, estaba dentro de la hermosa casa de
Pedro nuevamente, sólo que esta vez sin Pedro.
Pablo me hizo guardar su número en mi celular y me dijo que estaría
cerca por si necesitaba algo. —¿Qué tan cerca es cerca? ¿Estoy en privado
aquí? ¿No puedes vigilarme en su casa, o sí? —Comprobé sus ojos en
busca de signos reveladores de verdad—. Ni siquiera pienses en mentirme,
Pablo. Estaré fuera de esa puerta tan rápido que Pedro sentirá el viento
rizando su cabello todo el camino desde aquí hasta donde diablos esté en
este momento.
Pablo realmente se estremeció. —Aquí estás totalmente en privado. No
hay cámaras en el departamento, pero afuera, en el vestíbulo, las hay.
Entonces, si fueras a irte, te veré. Estoy en el otro piso de enfrente. No
lejos. El señor Alfonso quiere que te sientas como en casa. —Puso su
teléfono en el oído y se fue—. Llámame si necesitas algo, Paula.