viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 90



Le miré fijamente, segura de que las palabras habían salido de su boca y
no de una escena de una novela romántica. Quizá estaba soñando. Ojalá.
Pedro se movió encima de mí y su idea me dejó por los suelos. ¡Santo
querido!
—Tiene todo el sentido del mundo —dijo mientras esbozaba una sonrisa
—. Haremos un comunicado que pegue fuerte, que explique que estás
conmigo de manera oficial, y dejamos saber a todo el mundo que tu
prometido se dedica a la seguridad.
—¿Estás loco? —le corté, y vi cómo con su mirada me recorría el rostro,
estudiando mi reacción a sus palabras—. Pedro, no puedo casarme. No
quiero hacerlo. Estoy empezando a acostumbrarme a tener una relación. Es
pronto, prontísimo para siquiera considerar algo así entre nosotros.
Él sonrió, totalmente tranquilo y seguro.
—Lo sé, nena. Es muy pronto, pero el mundo no tiene por qué saber eso.
Para ellos parecerá que estás a punto de ser la mujer de un antiguo
miembro de las fuerzas de seguridad y del importante presidente de
Alfonso S. A. Quien sea que esté ahí fuera con intenciones ocultas
recibirá el mensaje alto y claro. Ya pueden mantenerse alejados de ti
porque no serán capaces de ponerte la mano encima de ningún modo,
manera o forma, ni serán capaces de acercarse lo bastante a ti como para
pestañear y mucho menos para soltarte amenazas como la mierda esa de
anoche. —Me besó con suavidad y parecía muy orgulloso de sí mismo—.
Es un plan brillante.
Seguí mirándole fijamente, segura de que era producto de algún sueño
fantástico que estaba teniendo en ese momento.
—También es deshonesto, Pedro. ¿Has pensado siquiera en lo que me
estás pidiendo que haga? ¿Mentir? ¿Engañar a nuestras familias y amigos
para que se crean que después de dos meses nos vamos a casar?
Se puso rígido y apretó la mandíbula.
—Si se trata de protegerte haré lo que sea. Contigo no voy a correr
ningún riesgo, es demasiado tarde para eso. Te dije que todo o nada y eso
no ha cambiado en las últimas horas.
Su mirada penetrante era más que un poco intimidatoria incluso a pesar
de la tenue luz. Traté de explicarme.
—Bueno, no, mis sentimientos tampoco han cambiado, pero eso no
significa que tengamos que…
Mis palabras se fueron apagando mientras trataba de procesar lo que
acababa de decirme con tanta seguridad: que casarse sería una buena idea,
del mismo modo que lo era comer más verdura o ponerse crema para el
sol. Me pregunté si el virus estomacal de esta noche me estaba haciendo
alucinar.
—No hay ninguna razón que nos lo impida. —Pedro parecía un poco
dolido mientras me estudiaba con detenimiento, y sentí una punzada de
arrepentimiento, pero solo durante unos segundos. Lo que me estaba
proponiendo era una absoluta locura. Apenas podía asimilar el hecho de
estar enamorada de un hombre que había irrumpido así en mi vida, de
manera atrevida y sin miramientos, hacía dos meses. ¿Cómo narices iba a
aceptar que nos casáramos únicamente para protegerme de una misteriosa
amenaza anónima con motivaciones desconocidas?
—E… estoy…, ¡se te ha ido la cabeza por completo! Pedro, ¿te das
cuenta de lo que me estás proponiendo?
Afirmó con la cabeza, con la cara a pocos centímetros de la mía. Lo
cierto es que en este momento yo tampoco sabía lo que estaba pensando
exactamente. Él quería las cosas a su modo, eso lo sabía, pero lo que más
me sorprendía eran sus razones. Sabía que él me quería. Se aseguraba de
repetírmelo a menudo. Y yo sabía que mis sentimientos hacia él eran los
mismos…, pero… ¡¿matrimonio?! Estaba segura de que no podía haberme
sugerido algo más impactante que esto teniendo en cuenta mi pequeño y
frágil estado emocional. Era evidente que Pedro no quería una esposa. Era
demasiado pronto.
—Sí, Paula, sé perfectamente lo que te acabo de decir. —Mantuvo la
cara neutral pero firme, de forma inexpresiva.
—Quieres casarte conmigo, una chica que conociste hace solo ocho
semanas, que tiene fobia a las relaciones y…, y… un pasado de mierda.
Me calló con un beso controlador que no dejaba la menor duda de la
seriedad de su propuesta. ¡Dios! ¿Estoy en el mundo bizarro? Dejé que su
boca saqueara la mía durante unos segundos y a continuación me llevó la
mano detrás de su cabeza. Yo también tiré de él y le acaricié la mejilla,
buscando de nuevo sus ojos.
—Nena…, lo de esta noche me ha asustado —susurró—. No tenía nada
de esto planeado; simplemente sé lo que creo que es lo correcto. Quiero
tenerte a mi lado. Ya no necesitarás ningún visado de trabajo. Tendrás
tiempo para encontrar el trabajo perfecto sin la presión de tener que lidiar
con las leyes de inmigración, y lo más importante: podremos estar juntos.
Eso es lo que quiero. Puedo protegerte si soy tu marido. Puedo asegurarme
de que siempre estés protegida. No hay nada que no hiciera para
mantenerte a salvo. Te quiero. Y tú me quieres a mí, ¿no? ¿Cuál es el
problema? Es la solución perfecta. —Inclinó la cabeza y entrecerró los
ojos como si estuviera siendo una tonta insensata.
—Ni de lejos estoy preparada para esto, Pedro, independientemente de
lo que sienta por ti.
—Yo tampoco y el momento es horrible, pero creo que es la única
opción que tenemos. —Me apartó el cabello de la cara con cuidado—. Yo
estoy dispuesto… y creo que deberías al menos considerarlo. —Me miró
con las cejas arqueadas—. No voy a tolerar otro episodio como el que
hemos vivido esta noche en la Galería Nacional.
Empecé a protestar pero me acalló con otro beso controlador tan típico
de él. Me tenía sujeta debajo, apretándome contra el suave colchón y
acariciándome la boca con su habilidosa lengua. Permití que me besara y
durante unos segundos me dejé llevar, tratando con todas mis fuerzas de
procesar lo que acababa de decirme.
—Antes de que te pongas a la defensiva y te preocupes más, quiero que
por ahora solo pienses en ello. Podríamos estar comprometidos durante
mucho tiempo, pero el comunicado es lo que hará que la gente reaccione y
tome nota. Hemos tenido una noche dura y hay millones de cosas que
solucionar, pero al final lo importante es que estamos juntos y que eso no
va a cambiar. —Me besó en la frente—. Y tú te vienes a vivir conmigo. —
Me quedé mirándole mientras asimilaba sus palabras—. La última parte no
es una pregunta, Paula. Lo que ha pasado esta noche ha sido una
verdadera locura y no podemos vivir en dos sitios diferentes.
—Dios, ¿qué voy a hacer contigo? —Reprimí un bostezo y me di cuenta
de que la pastilla me estaba dejando grogui. Sabía que no sería capaz de
continuar esa conversación durante mucho más tiempo. Se me pasó por la
cabeza la idea de que quizá Pedro estuviese utilizando todo eso a su favor.
Por eso Pedro era bueno al póquer.
—Estás muerta, y para ser sinceros yo también.
Volví a bostezar y le di la razón.
—Sí…, pero sigo sin saber qué decirte a lo que estás sugiriendo —le
dije, mirándole a los ojos, que estaban a tan solo unos centímetros de los
míos.
Me acurrucó sobre él para prepararnos para dormir y enterró la cara en
mi cuello.
—Vas a dormirte ahora mismo y a pensar sobre el tema… y a confiar en
mí… y a mudarte conmigo de manera oficial.
—¿Así de fácil? —pregunté.
—Sí, así de fácil. —Sus labios se deslizaron por mi nuca—. Es tal y
como tienen que ser las cosas. —Sentí cómo me raspaba la piel con la
barba a medida que apretaba—. Te quiero, nena. Ahora duérmete.
Que los fuertes brazos de Pedro me rodearan me producía una sensación
maravillosa aunque pensaba que se le había ido la cabeza. Pero saber que
haría algo así de drástico para protegerme, que me quería tanto, me hizo
esbozar una pequeña sonrisa que me sentó jodidamente bien, por citar las
palabras militares de mi amor.
Entonces me dormí a salvo en sus brazos.

CAPITULO 89



No esperaba encontrármelo despierto cuando salí del baño, pero tenía los
ojos abiertos y me recorrió con la mirada a cada paso hasta que volví a la
cama. Alargó la mano y me sujetó la cara, algo que solía hacer cuando
estábamos así de cerca.
—¿Cómo es que sigues despierto? Debes de estar muerto después de un
viaje tan largo —hice una pausa para darle énfasis— y después de un sexo
tan increíble.
—Te amo y no quiero soltarte nunca —interrumpió.
—Pues no lo hagas. —Le miré a sus ojos azules, que me abrasaban bajo
la luz tenue.
—Nunca lo haré —dijo con cierta contundencia, y sentí que iba en serio.
—Yo también te amo, y no voy a irme a ninguna parte. —Me incliné
para besarle en los labios y el roce de su barba ya se había convertido en
algo muy familiar. Me devolvió el beso pero me di cuenta de que tenía más
cosas que decirme y podía notar su nerviosismo, lo que resultaba
sorprendente teniendo en cuenta la de orgasmos que me acababa de dar.
—La cosa es que nece… necesito algo más serio. Necesito que estés
conmigo todo el rato para poder protegerte y poder estar juntos todos los
días… y todas las noches.
Sentí que el corazón me empezaba a latir a toda velocidad y me invadía
el pánico. Justo cuando estaba a gusto con un aspecto de nuestra relación,
Pedro me presionaba y me pedía más.
Él siempre ha sido así…
—Pero ahora estamos todo el día juntos —le dije.
Frunció el ceño y entrecerró los ojos una fracción de segundo.
—No es suficiente, Paula. No después de lo que ha pasado esta noche y
de la mierda del mensaje ese que a saber quién te lo mandó. Tengo a Pablo
trabajando en el rastreo de tu móvil en este momento y llegaremos al fondo
del asunto, pero necesito algo más formal que le haga ver al mundo que
estás fuera de su alcance y que eres intocable sea lo que sea que tengan
planeado para ti.
Tragué con dificultad, mientras sentía cómo sus pulgares empezaban a
moverse por mi mandíbula mientras trataba de imaginar adónde quería
llegar con todo esto.
—¿Qué quieres decir con formal? ¿Cómo de formal? —Dios, me
temblaba la voz y sentía como si el corazón se me fuera a salir del pecho
en cuestión de segundos.
Me sonrió y se inclinó para darme un beso suave y dulce que me calmó
un poco. La verdad es que Pedro siempre me calmaba. Si estaba intranquila
o asustada, él sabía consolarme y acabar con el estrés del momento.
—¿Pedro? —le pregunté cuando por fin se apartó.
—No pasa nada, nena —respondió con suavidad—, todo va a salir bien y
yo cuidaré de ti, pero sé lo que necesitamos hacer, lo que necesito que
suceda.
—Ah ¿sí?
—Mmm, mmm. —Me dio la vuelta y me sujetó la cara de nuevo,
apoyado en sus codos y atrapándome debajo de su cuerpo escultural, fuerte
y suave contra mis partes más íntimas.
—Estoy seguro de eso, de hecho. —Sus labios bajaron a mi cuello y me
besaron en la oreja y luego en la mandíbula y la garganta, para volver a
subir a la otra oreja—. Muy, muy seguro —susurró entre dulces besos—.
Me he dado cuenta esta noche en cuanto llegamos aquí y vi que llevabas
eso puesto. —Me besó en la parte hueca de la garganta, donde pendía el
colgante de amatista que me había regalado.
—¿De qué estás tan seguro? —Mi voz era débil, pero cada palabra
resonó en el poco espacio que nos separaba y parecía que le estuviera
gritando.
—¿Confías en mí, Paula?
—Sí.
—¿Y me quieres?
—Sí, claro. Y lo sabes.
Volvió a sonreírme.
—Entonces está decidido.
—¿El qué está decidido? —imploré a su preciosa cara, la cual me había
fascinado desde el principio, y vi cómo la comisura de su bonita boca se
levantaba con confianza mientras me tenía bien sujeta debajo de él de la
manera posesiva tan típica de Pedro.

—Casémonos.

CAPITULO 88



Simplemente me gustaría que me contara más cosas sobre su pasado y
sus lugares oscuros. Sin embargo, él tenía miedo de compartirlo conmigo
y, aunque me molestaba, entendía su miedo. Me preguntaba si los motivos
de necesitar tocarme todo el tiempo y poseerme de tal manera durante el
sexo, y después también, tenían algo que ver con el tiempo que estuvo
prisionero. Le torturaron y atemorizaron y le hicieron daño . Solo el
recordar cómo se había sentido esa noche cuando sus pesadillas le
despertaron presa del pánico me dolía.
Le recorrí el hombro y la espalda con los dedos. Imaginé las alas del
ángel de su tatuaje y las palabras debajo de ellas. Y también sentí las
cicatrices. Pedro abrió los ojos y me embistió con fuerza.
—¿Por qué alas? Son preciosas, ya sabes.
—Las alas me recuerdan a mi madre —dijo después de un segundo o dos
de silencio—, y cubren la mayoría de las cicatrices. —Me incliné hacia
delante, besando sus labios con dulzura. Le puse las manos en la mandíbula
y decidí arriesgarme. No quería espantar a Pedro y más si estaba enfadado,
pero pensé que tenía que intentarlo de nuevo en algún momento.
—¿Y la frase? ¿Por qué esa?
Él se encogió de hombros y susurró:
—Creo que esa noche morí un poco.
Significaba mucho para mí que se abriera y compartiera cosas. Él no
estaba dispuesto a hurgar más en su pasado. Me daba cuenta.
—¿Qué quieres decir con que moriste un poco?
—Cuando no te podía encontrar después de que llegara ese mensaje a tu
móvil. —Me acarició la mejilla con el dedo y a continuación los labios;
fue un roce ligero y sentí que me invadía un escalofrío por todo el cuerpo.
—Bueno, al final me encontraste, y que sepas que no está permitido
morir, señorito. Eso sería un problemón. —Traté de bromear para que se
alegrara un poco, pero no parecía funcionar. Cuando Pedro se ponía serio
no desconectaba así de fácil.
—Me alegro de que te encuentres mejor —hizo una pausa y apretó las
caderas contra las mías con una nueva erección hasta hundirse dentro de mí
—, porque necesitaba estar así contigo, me moría de ganas.
—Estoy aquí y me tienes —murmuré contra sus labios mientras me
ponía las piernas sobre sus hombros y tomaba el control de otra ronda de
placer. Una sola ronda casi nunca era suficiente.
Pedro me hacía sentir deseada. Me hacía sentir guapa y sexi, desde las
palabras que salían de su boca hasta el roce de su cuerpo con el mío cuando
me hacía el amor. Y después, cuando me sujetaba contra su pecho como si
fuera importante.
Alguien me deseaba, a pesar de todo lo que me había sucedido en el
pasado. Alguien estaba dispuesto a luchar por mí. Yo era importante para
otra persona. Para Pedro lo era. Saber eso me cambiaba la vida.
La atención de Pedro era extrema y al principio resultaba difícil de
aceptar, pero conmigo funcionaba. Pedro y yo funcionábamos. Él podía
mostrarme lo mucho que me deseaba, y por primera vez tenía esperanzas
de que pudiéramos hacer que esta relación funcionara. La parte
«tomémoslo con calma» que habíamos acordado la primera vez que nos
conocimos no se había cumplido. Pero si hubiéramos ido con calma, dudo
muchísimo de que en este momento estuviera desnuda en la cama con él en
la costa de Somerset, en una casa solariega inglesa digna de un rey y que
resultaba ser de su hermana, y de que me estuviera follando hasta el borde
de otro magnífico orgasmo. Una chica tiene que aceptar las cosas como
vienen.
Me llevó un rato espabilarme después de la segunda ronda de sexo
salvaje, pero conseguí escabullirme de sus brazos y dirigirme al baño para
asearme y prepararme para dormir. Me encantaba cómo me tocaba todo el
rato. Lo necesitaba, así de claro, y Pedro lo sabía. Era otra cosa en la que
éramos compatibles.
Llené un vaso de agua y me tomé la pastilla que me había mandado la
doctora Roswell para los terrores nocturnos. Tenía mi propia rutina. La
píldora y vitaminas por la mañana y la pastilla para dormir por la noche,
siempre y cuando fuera a dormir. Sonreí al espejo del elegante baño que
parecía salido del palacio de Buckingham y me di cuenta de que cama y
dormir casi nunca eran sinónimos cuando estaba con Pedro. Pasábamos una
gran parte del tiempo en la cama sin dormir, pero no me quejaba.