lunes, 10 de marzo de 2014

CAPITULO 99



Terminé la llamada y salí de la habitación, ansioso por ver a Paula. Era
el momento de enfrentarme a mi chica y ver en qué lío me había metido
por mi mal comportamiento de anoche. Aunque no estaba realmente
preocupado. Mi chica me quiere y sé cómo darle lo que necesita…
Me reí ante mis engreídos pensamientos, abrí la puerta del dormitorio y
por poco me choqué con mi sobrina.
Delfina estaba sentada en el suelo, con la espalda contra la pared,
esperándome al parecer. Tras mi sorpresa me agaché para ponerme a su
nivel.
—Por fin has salido —dijo indignada.
—Perdona, tenía que hacer una llamada, pero ya he terminado.
Me miró esperanzada.
—¿Podemos ir a tomar el helado ahora? Dijiste que iríamos.
—Aún es por la mañana. Los helados son para la tarde.
Arrugó su monísima nariz en respuesta. Supongo que no compartía esa
visión pragmática.
Me señalé la mejilla.
—No he recibido aún unos bonitos buenos días de mi princesa favorita.
—Se alzó, me rodeó el cuello con sus pequeños brazos y me besó en la
mejilla—. Eso está mejor —dije—. ¿Te gustaría dar una vuelta? —
pregunté señalándome la espalda.
—¡Sí! —Su expresión se iluminó.
—Bueno, pues sube a bordo entonces —le respondí.
Se subió y colocó los brazos alrededor de mi cuello mientras yo sujetaba
sus pequeñas piernas enganchadas bajo mis brazos. Gruñí, fingiendo que
me costaba ponerme en pie. Choqué contra la pared con movimientos
exagerados, con cuidado de que no se golpeara la cabeza.
—Dios, pesas mucho. Has estado comiendo muchos helados, ¿verdad?
Rio y golpeó sus talones a cada lado.
—¡Vamos, tío Pedro!
—Lo intento —gruñí, al tiempo que continuaba chocando contra las
paredes y tropezando—. ¡Parece que tenga un elefante en la espalda!
—¡No! —exclamó riendo ante mis payasadas, y golpeó más fuerte—.
¡Ve más rápido!
—Sujétate bien —contesté, y salimos vitoreando y gritando todo el
camino hacia la escalera que llevaba a la zona familiar.
Mi hermana y Luciana estaban esperándonos cuando aparecimos en la
hogareña cocina. Estoy seguro de que todas las risas y chillidos
precedieron nuestra llegada, pero lo que me dio energía fue la mirada de
Paula. Tenía los ojos como platos, probablemente sorprendida de verme
jugar así.
—Hola Lu —dije, adelantándome a besarla en la mejilla, con Delfina aún
colgada a mi espalda y agarrada a mi cuello.
—Pepe—Me abrazó y su pequeño cuerpo me llegaba justo debajo de la
barbilla, tan reconfortante como lo había sido siempre. Como había
perdido a mi madre tan pequeño, había tenido que sustituirla por mi
hermana mayor en algunos sentidos. Ella siempre se comportaba como mi
madre de todos modos y amoldamos nuestra relación de la única manera
que supimos. Miré a Paula y le guiñé un ojo. Delfina rio y botó como si
quisiera que su «caballito» siguiese adelante—. Delfina, ¿despertaste al tío
Pedro? —le preguntó Luciana con el ceño fruncido. Noté cómo la niña
sacudía con fuerza la cabeza sin parar y tuve que contener la risa
incriminatoria que amenazaba con aparecer en mi rostro.
—Abrió los ojos él solo, mami —dijo.
Paula se echó a reír.
—Eso ha debido de ser interesante, qué pena habérmelo perdido.
—Delfina —la reprendió Luciana con suavidad—, te pedí que lo dejaras
dormir.
—No importa —le dije a mi hermana—. No me ha quitado más que un
año o dos de vida, estoy seguro —bromeé—. ¿Recuerdas a esas niñas en El
resplandor? —Luciana rio y me dio un golpe en el hombro. Me giré hacia
Paula—. Buenos días, nena. Parece que tengo un monito en mi espalda.
—Me gustaba ser juguetón por una vez.
—Oh, lo siento, pero no nos conocemos. Me pregunto si tal vez ha visto
a mi novio por aquí. Su nombre es Pedro Alfonso. Un tipo muy serio,
rara vez sonríe y desde luego no da vueltas por casas rurales gritando y
golpeándose contra las paredes con pequeños monos en la espalda. —Le
hizo cosquillas a Delfina en la oreja, que rio un poco más.
—No. Ese tipo no está por aquí. Le dejamos en Londres.
Me extendió la mano.
—Soy Paula, encantada de conocerle —dijo con gesto serio.
Luciana resopló tras de mí y arrancó a Delfina de mi espalda mientras yo
tomaba la mano que Paula me ofrecía y la llevaba hasta mis labios para
besarla. Me fijé en su cara y vi cómo se le iluminaban los ojos; luego
sonrió y frunció los labios. Esos labios. Hacía cosas maravillosas con esos
labios… Mía.
Luciana me dio unos golpecitos en el hombro.
—Te pareces a mi hermano, y tu voz suena igual, pero definitivamente
no eres él. —Me ofreció su mano—. Luciana Greymont. ¿Quién es usted?
Reí y puse los ojos en blanco.
—«Tienes que divertirte un poco,Pepe. Sal más y conoce a gente. Relájate
y disfruta un poco de la vida» —dije imitando las palabras que había oído a
mi hermana en más de una ocasión.
—No me malinterpretes, me gusta verte cabalgando y riendo así. —
Luciana hizo una pausa y me señaló—. Tan solo dame un minuto para que
me haga a la idea.
—Te acostumbrarás —le contesté mientras rodeaba a Paula con un
brazo y le besaba en la sien, perfumada por la esencia floral de su champú.
Siempre olía de maravilla—. ¿Cómo te encuentras esta mañana?
—Me siento genial —respondió sacudiendo la cabeza—. No sé qué fue
lo de anoche, pero hoy me encuentro perfectamente. —Bebió de su taza—.
Luciana hace un café delicioso.
—Sí que está bueno —contesté, y me serví un poco—. ¿Has comido
algo?
—No, te estaba esperando. —Sus ojos parecían más marrones que
nunca. Y tenía una mirada que me decía que quería discutir algo. Me
parecía bien. Teníamos mucho de que hablar. Debía convencerla de algo.
Vamos.
—No tenías que esperarme…, pero se me ocurre una idea, si estás
interesada —dije mientras volvía a su lado con mi taza de café, de la que
emanaba un delicioso aroma.
—¿Y qué idea es esa, extraño-hombre-que-se-parece-a-mi-novio-pero-
que-no-puede-ser-él?
Me provocaba de una manera que me hacía desear lanzarla sobre mi
hombro y regresar a nuestro dormitorio.
—Qué graciosas están las señoritas esta mañana —dije, mirando a cada
una de ellas, incluida la de cinco años—. ¿Dónde están los demás
hombres? Estoy en inferioridad de condiciones.
—Cosas de los scouts. Volverán después de comer —explicó Luciana.
—Ah, ya veo. —Miré de nuevo a Paula—. ¿Te apetece correr por el
paseo marítimo? Es realmente bonito y hay un café donde podemos tomar
algo después.
Toda su cara se convirtió en algo indescriptible, una mezcla entre
belleza y felicidad.
—Suena perfecto. Iré a cambiarme deprisa. —Se dio la vuelta y salió de
la cocina con una risita. Adoraba cuando era feliz, y especialmente cuando
era por algo que yo hacía.
—Quiero ir —pidió Delfina.
—Oh, princesa, vamos a correr muy lejos como para que vengas con
nosotros hoy. —Me agaché hasta su cara otra vez.
—Me prometiste que podríamos llevarnos a Rags y comprar… —Delfina
no parecía muy contenta con su tío Pedro. En absoluto. Eso también
provocaba cosas raras en mi interior. Las niñas descontentas son la leche
de aterradoras. Las niñas grandes también, en realidad.
—Lo sé —la interrumpí, y miré a Luciana, que puso los ojos en blanco y
cruzó los brazos—. Vamos a ir por la tarde. Recuerda lo que dije… —le
susurré al oído—. Los helados son para la tarde, princesa. Mami nos está
observando. Será mejor que vayas a jugar con tus muñecas o sospechará.
—Vale —me respondió susurrando alto—. No le diré que nos vas a
llevar a mí y a Rags a por un helado esta tarde.
Reí bajito y la besé en la frente.
—Buena chica. —Me sentí bastante orgulloso de haber manejado ese
pequeño problema tan bien. Delfina me dijo adiós con la mano cuando se fue
a jugar y yo le guiñé un ojo. Me apoyé sobre los talones y alcé la vista
hacia el gesto de burla de mi hermana.
—Me cuesta reconocerte, Pedro. Te gusta mucho, ¿verdad?
Me puse de pie y volví a mi taza de café, dando un trago antes de
contestar a ese comentario.
—Solo iremos a por un helado, Lu.
—No hablo de comprarle chucherías a Delfina a hurtadillas, y lo sabes.
La miré fijamente y le respondí.
—Sí, me gusta muchísimo.
Luciana me sonrió con dulzura.
—Me alegro por ti, Pepe. Dios, estoy encantada de verte así. Feliz…, eres
feliz con ella. —Los ojos de mi hermana se humedecieron.
—Eh, ¿qué ocurre? —La abracé.
Ella me abrazó fuerte.
—Son lágrimas de alegría. Te lo mereces, Pepe. Ojalá mamá estuviese aquí
para verte así… —Sus palabras se fueron apagando y era evidente que
estaba emocionada.
Miré la fotografía que reposaba en el estante, una en la que estábamos
los tres juntos, Luciana, mamá y yo sentados en el muro de casa de mis
abuelos.
—Y lo está —dije.

CAPITULO 98





Decidí contactar con Pablo antes de bajar. Llamarle me aliviaría la mente.
A veces hablar de un caso era catártico.
—Qué tarde te has levantado hoy, jefe —anunció Pablo tras sonar la
primera señal.
Le gruñí.
—A lo mejor llevo despierto horas, ¿cómo lo puedes saber?
—Es poco probable. Me sorprende que no llamases nada más llegar
anoche.
—Tal vez lo hubiera hecho… si no hubiese estado tan cansado de un
largo viaje y de un sueño poco reparador —le contesté—. Ah, y Paula se
puso mala y tuvimos que parar a un lado de la carretera para que vomitara.
—¡Jesús! Qué desagradable.
—Estoy de acuerdo. Toda la noche fue bastante desagradable.
—¿Qué le ocurre?
—No sé. Un virus estomacal o algo así. Ya se encontraba mal en la
galería.
—No supondrás que alguien envenenó su comida o su copa, ¿verdad?
Consideré la idea, aunque me enfureciera.
—No puedo descartarlo por completo. Hay que investigar a Luis
Langley. Tiene su número antiguo de móvil y estaba en la galería, pero
ahora la llama al número nuevo. Por otro lado, le ofreció un vaso de agua.
—Quería tener a ese gilipollas a solas en una habitación. Podría descubrir
toda clase de cosas, estoy seguro. Procuré centrarme en mi conversación
con Pablo—. El tema es que la persona que mandó el mensaje se encontraba
allí. Tal vez no en el evento, pero estaba viéndome fumarme un cigarrillo.
Y la alarma saltó justo un segundo o dos después de que enviaran el vídeo
con la música.
—Langley estaba limpio cuando le investigaste anteriormente.
—No me lo recuerdes, por favor. —Si ese hijo de puta estaba
involucrado, juro que sería hombre muerto. Paula y yo necesitábamos
hablar sobre su historia con Langley, una idea que me resultaba más
desagradable que el desastre de la noche anterior—. Tan solo mira qué
puedes averiguar. ¿Ha habido suerte con la localización de la llamada al
móvil de Paula? —Había dejado la investigación en manos de Pablo,
dispuesto a pasar un fin de semana sin dedicarlo a su caso o a mi trabajo.
—Alguna. La llamada fue hecha desde Reino Unido. Es probable que el
que llamó a su móvil te observase en directo y no a través de una webcam
desde Estados Unidos. ¿Piensas en esa posibilidad?
—Joder. —Un cigarro resultaba muy tentador ahora mismo—. Es poco
probable, pero podría ser. Bueno, no es Pieres entonces, está en servicio
activo en Irak. Merodear por Londres le sería complicado cuando está
esquivando misiles en el desierto. Tampoco es Montrose, porque está
disfrutando de una bien merecida siesta eterna. Así que eso nos lleva al
tercer hombre del vídeo. Ese mamón es el siguiente en mi lista. Aún no
tenemos nada de él. Su expediente está accesible en el Q drive. Todo lo que
importa sobre él se encuentra ahí. ¿Puedes indagar un poco? ¿Averiguar
qué hace últimamente? Asegurarte de que no está usando su pasaporte.
Hum…, su nombre es Fielding. Luciano Fielding, veintiséis años, vive en
Los Ángeles, si la memoria no me falla. Quiero saber si también asistió al
funeral de Montrose. Apuesto a que se esfumó.
—Yo me ocupo,Pepe —concluyó Pablo—. Disfruta de tu fin de semana e
intenta olvidar toda esta mierda durante unos días. Yo me ocupo. Ahora
mismo la tienes a salvo y fuera del punto de mira. No va a pasar nada en
Somerset.
—Gracias. Te lo agradezco. Ah, una cosa, ¿puedes dar de comer a
Simba?
—No le gusto —dijo Pablo con tono seco.
—Yo tampoco, pero le gusta que le alimenten. Y si no lo haces
empezará a comerse a sus compañeros de pecera.
—De acuerdo. Alimentaré a tu arisco y venenoso pez.
—No tienes que hacerle mimos, tan solo lanzarle algo de krill.
—Es más fácil decirlo que hacerlo. Esa criatura tiene una parte piraña,
estoy seguro.
Reí ante esa imagen.
—Gracias, valiente soldado, por adentrarte en la batalla por mí dando de
comer a mi pez.
—De nada.
—Vigila el fuerte por nosotros, y ya sabes dónde encontrarme.
Estaremos de vuelta en la ciudad el lunes por la noche.

CAPITULO 97



La ducha me sentó bien. El agua caliente ayudó a limpiar las telarañas
de mi cabeza. Joder con el sueño de anoche. El hecho de que hubiese
tenido otra pesadilla con Paula al lado me cabreaba de verdad. Y aunque
me aliviaba que no fuese tan mala como la última, aún odiaba levantar
mierda de la que no necesitaba preocuparme ahora. Ella quería hablar de
ello otra vez… No estoy preparado.
Me froté el pene con la mano al lavarme, recordando lo que le había
hecho a Paula tras mi pesadilla. Ella aceptaba todo lo que estuviese
dispuesto a darle en lo que a sexo se refería, sin protestar, sin quejarse,
dispuesta y generosa con su cuerpo en todo momento, ayudándome a salir
del terror. Lo hace porque te ama. Tuve que preguntarme si su reacción
tendría algo que ver con su pasado, con las cosas que me contó acerca de su
violación y cómo se había sentido cuando era más joven. Paula parecía
tan segura de sí misma casi todo el tiempo que era duro imaginarla
sintiéndose frágil y vulnerable. Mi postura era sencilla, de verdad. No me
importaba su pasado. No cambiaba nada lo que sentía por ella. Ella era la
única, la persona con la que necesitaba estar. Ahora solo quedaba
convencerla de ello. Y lo haré… porque la quiero. Agarré una toalla de
felpa para secarme según salí de la ducha.
Sonreí al espejo mientras me recortaba la barba. La cara que me puso
cuando le dije que deberíamos casarnos no tenía precio. Debería haber
utilizado mi móvil y haber grabado un vídeo. Mi sonrisa se convirtió en
preocupación al pensar en el vídeo que le mandaron anoche. Me recordó
que debía llamar a Pablo en algún momento del día. Quería detalles del hijo
de puta que estaba jugando con ella. No lo haría durante mucho tiempo
más, eso podía jurarlo.
Volver a pensar en la noche anterior rozaba lo doloroso. Cientos de
imágenes cruzaban mi mente. El vestido morado de Paula, el colgante
que le regalé alrededor de su cuello, los perturbadores mensajes de texto y
el vídeo, la amenaza de bomba, cómo la busqué preso del pánico, y luego
ella vomitando a un lado de la carretera. ¡Dios! Todo fue una absoluta
locura. Necesitábamos un poco de paz y algo de descanso. Estaba decidido
a concedernos eso este fin de semana aunque me fuese la vida en ello.
Me sentí culpable de inmediato por ser tan exigente con ella en la cama
anoche. No había mucha paz y descanso para mi chica conmigo al lado.
Recordé la desesperación por estar dentro de ella otra vez… tras ese sueño.
¡Joder! Agradecía haber estado menos alterado que la última vez, pero aun
así me preocupaba que fuese demasiado para ella. Que yo fuese demasiado.
Pensándolo de nuevo, Paula no parecía estar molesta ni siquiera
después de que le hablara de mis planes de hacer público nuestro
compromiso. Me dijo que estaba loco, eso es cierto, pero no estaba
enfadada conmigo de ningún modo, al menos que yo supiera. De hecho
siguió cuidándome después de eso, cuando me desperté destrozado de otro
sueño retorcido que mezclaba todo lo malo de Afganistán con mi
preocupación por ella. Una-jodida-mierda. Ella había dicho que me
despertó porque no quería que mi pesadilla fuera a más. ¿Y qué hice con
mi dulce chica para agradecérselo?
Me la follé de nuevo.
La poseí con fuerza y ella aceptó todo lo que hice, me aceptó a mí. Dijo
que no pasaba nada. Sí, de acuerdo, me quiere.
Era muy consciente de que el tacto de Paula me calmaba como nada lo
había hecho antes. Ella era el único salvavidas al que me quería agarrar
cuando me encontraba en ese estado.
Solo recordar cómo terminó nuestra sesión hizo que mi sangre bombease
y mi mente volara. Fui a buscar ropa y me di cuenta de que ahora pensaba
demasiado en el sexo. Buscar una distracción sería una buena idea sin
duda. Por ahora. Cuando la tuviese de nuevo a solas, bueno, entonces todas
las apuestas apuntaban a que no sería capaz de tener las manos quietas.
Altamente improbable. Era tan solo otra prueba de lo bien que
funcionábamos juntos y de por qué iba a llegar hasta el final con mi chica
americana. Nunca había necesitado a nadie del modo en que la necesitaba a
ella.
En el plan de hoy figuraba un largo entrenamiento, lo había decidido.
Pasar un poco de tiempo haciendo cosas normales con Paula y mi
familia, alejado del trabajo y los demás problemas, sería un agradable
cambio. También quería que Paula se lo pasara bien aquí. Tal vez le
apeteciese ir a correr por el paseo marítimo. Esperaba que se encontrara
bien esta mañana. Me puse unos pantalones de deporte y unas zapatillas y
agarré mi móvil.