sábado, 22 de febrero de 2014

CAPITULO 47



Se movió en la bañera e hizo girar sus dedos en el agua cuando
empezó a hablar de nuevo. —Nunca me había sentido tan tranquila como
lo hice ese día. Me levanté y supe lo que iba a hacer. Esperé hasta que
papá fue a trabajar. Me sentí mal por hacerlo en su casa, pero sabía que
mi mamá nunca me perdonaría por hacerlo en la suya. Les escribí cartas
de despedida y las dejé en mi cama. Entonces, tomé un puñado de
pastillas para dormir que había robado del botiquín de mi madre, me metí
en la bañera, y corté mis muñecas.
—No. —Mi corazón se comprimió en un apretón doloroso y todo lo
que podía hacer era sostenerla, sentir su cuerpo caliente, y estar
agradecido de que estaba conmigo ahora. Imaginarla en ese punto de su
vida, a una edad tan joven, y sintiendo que no tenía otras opciones fue
muy aleccionador. Sabía cómo me sentía sobre Paula, pero esto asustó
como el infierno.
—Pero apestaba ante eso, también. Me quedé dormida y realmente
no corté lo suficientemente profundo para sangrar, o eso me dijeron más
tarde. Las píldoras que tomé fueron el peor peligro. Papá me encontró a
tiempo. Vino a casa para el almuerzo para ver cómo estaba. Dijo que un
ambiente raro le estaba ensombreciendo la mañana entera, y regresó a
casa. Me salvó. —Paula se estremeció ligeramente y giró su cabeza un
poco más para descansar su mejilla en mi pecho.
Gracias, Miguel Chaves.
—Me alegra mucho —susurré—. Mi chica no puede ser genial en
todo. —Traté de aligerar el ambiente un poco, pero esta no era una
conversación con esa dirección. Mi papel era escuchar, así que la besé en
el cabello de nuevo y puse mi mano sobre su corazón—. Cuando le hable a
tu padre, se lo voy a agradecer —susurré.
—Desperté en un hospital siquiátrico. Las primeras palabras de mi
madre fueron que yo tuve un aborto involuntario y que había hecho algo
muy estúpido y egoísta, y que los doctores tuvieron que ponerme en la
sección de observación suicida. Ella no manejó bien las cosas. Yo sabía
que la avergonzaba. Y ahora que soy mayor, sólo puedo imaginar por lo
que hice pasar a mis padres, pero ella tampoco parece querer hacer frente
a sus decisiones. Mamá hablaba sin parar de la bendición que era ya no
estar embarazada, esa era su mayor preocupación. Nuestra relación no es
fácil. Ella desaprueba casi todo lo que hago.
Paula suspiró de nuevo en mi pecho. Seguí tocándola para
asegurarme que ella estaba realmente aquí. Mi chica me contaba sus más
profundos secretos, en una bañera caliente, desnuda en mis brazos
después de algún realmente alucinante polvo. No tenía ninguna queja.
Bueno, tal vez unas pocas, pero no se las expresaría a Paula. Continué
echando agua caliente sobre sus brazos y pecho, y pensé en lo mucho que
estaba en desacuerdo con su mamá. ¿Qué madre diría tal cosa a su hija
después de un intento de suicidio?
—Cuando todo termino, mis padres me enviaron a un lindo lugar en
el desierto de Nuevo México. Tomó tiempo, pero mejoré y finalmente
aprendí cómo lidiar con mi pasado. No sin problemas, pero me las arreglé
para hacer algunos avances decentes, supongo. Descubrí mi interés por el
arte y lo desarrollé.
Paula se detuvo otra vez en su historia, casi como si estuviera
midiendo cómo estaba aceptando sus noticias y si estaba escandalizado o
aterrorizado de ella ahora. Se preocupaba demasiado. Agarré su muñeca
con cicatrices y la besé justo sobre las marcas irregulares. Pequeños trozos
de color blanco estropeaban la perfecta piel con su brillo translúcido. La
idea de ella cortando esa piel me entristeció por lo que ella había tolerado.
Tuve una súbita epifanía —Paula intentando suicidarse la misma
hora que estuve en esa prisión afgana a punto de ser…
Entrelazó sus dedos con los míos y me sacó de mis pensamientos,
llevando nuestras manos a su boca y sosteniéndolas allí con sus labios.
Paula estaba besando mi mano esta vez. Sentí el calor desvanecer todo a
través de mi cuerpo y traté de aferrarme a lo maravilloso de la sensación
mientras duró, porque su gesto me puso demasiado emocional para
hablar.
—Nunca supe que mi padre fue a ver al Senador Pieres y que
básicamente lo chantajeó. Estaba lívido porque casi me había perdido, y
culpó a Facundo Pieres por todo. Mi papá quería presentar cargos, pero yo
no estaba en condiciones de soportar un juicio, y probablemente nunca lo
estaría. Además mi madre le decía que lo dejara en paz, y me permitiera
recuperar en paz, lo convenció de no presentar cargos. Pero papá aún
quería alguna retribución, sin embargo. El Senador Pieres sólo quería que
todo lo feo quedara en el olvido, muy lejos de su carrera política, así que
obligó a su hijo a enlistarse en el ejército y resolvió su problema cuando
Facundo fue enviado a Irak. Luego arregló que me aceptaran en la
Universidad de Londres, cuando llegó el momento en que estuve lo
suficientemente bien para dejar Nuevo México e ir a la universidad. Nos
decidimos por Londres porque estaba tan lejos de casa y el arte estaba
aquí. Podía hablar el idioma y la tía Maria ya vivía aquí, así que no estaría
completamente sola en un país extranjero sin al menos alguna familia.
—¿Así que el Senador ha sabido exactamente dónde estás todos
estos años? —La situación apestaba, era mucho más grande de lo que
jamás imaginé, y los riesgos para Paula podían ser enormes.
—Nunca supe esa parte hasta la semana pasada —susurró—, yo
pensé que coseché mis propios méritos.
—Puedo entender cómo eso te molesto, pero te licenciaste gracias a
tus méritos. Te he visto trabajar, y sé que eres brillante en lo que haces —
Bromeé con mi tono y besé el lado de su mandíbula—. Mi adorable anorak,
profesora Chaves.
—¿Anorak? —se rió—. ¿Qué clase de loca palabra de jerga inglesa es
esa?
—Sí, creo que tus yanquis los llaman nerds o geeks. Eso eres tú. Un
anorak artístico que adoro. —Giré su cabeza hacia la mía y encontré sus
labios para otro beso. Sabía que estábamos recordando nuestra ridícula
conversación en auto esa mañana sobre el profesor deteniendo al alumno
que se porta mal. Lo que sería ella, la profesora, y yo, el estudiante que se
porta mal.
—Estás loco —dijo contra mis labios.
—Loco por ti —dije, apretándola un poco—. Pero en realidad, el
Senador Pieres te debía mucho más de lo que te dio, a pesar de que no me
hace feliz saber que él dónde exactamente dónde estás y lo que estás
haciendo cada día.
—Lo sé. Y eso me asusta un poco. Papá dijo que Eric Montrose
murió en una extraña pelea de bar cuando Facundo fue a casa con permiso
del ejército. Él… era uno de ellos… en el video, pero nunca vi a ninguno de
ellos de nuevo después de esa noche. Ni siquiera a Facundo Pieres.
El sonido de su voz me molestó, también la idea de ella recordando
lo que pasó por las manos de esos degenerados. Estaba realmente feliz de
que uno de ellos estuviera muerto. Esa parte no me molestaba en
absoluto. Sólo rezaba que su muerte no tuviera nada que ver con ese video
y el veto del Senador Pieres.
Puse el agua a drenar y la ayudé a salir de la bañera. —No voy a
dejar que nada te suceda, y no tienes por qué estar asustada. Lo tengo
cubierto. —Sonreí y empecé a secar sus piernas con una toalla—. Hablaré
con tu papá mañana y averiguaré todo lo que pueda del Senador Pieres.
—Sequé sus brazos, espalda y pechos, pensando que realmente podría
acostumbrarme a hacer esto—. Sólo déjame preocuparme por el Senador.
Buscaré a mis contactos y veré lo que lo que sale en el camino. Nadie va a
acercarse a mi chica, a menos que vengan a mí primero.
Sonrió y me dio un muy bonito beso mordisqueando mi labio
inferior. Tuve problemas para contenerme de subirla sobre el mostrador
del lavabo y tenerla de nuevo.
La piel de Paula tenía un brillo dorado natural, pero justo ahora
era rosa por el agua caliente, y tan hermosa que era difícil de mirar y
permanecer neutral. No pienses en eso. Ignoré la urgencia y trabajé en
secar sus sensuales curvas, las que definitivamente habían perdido algo de
su forma curvilínea, pero aún así me encantaba y era toda mía. Se puso de
pie con gracia para mí, como si no le afectara nuestra desnudez con tal
proximidad. Me pregunté cómo demonios se las arregló para hacerlo.
Bueno, tenía una idea de cómo. Era una modelo que posaba desnuda y
estaba acostumbrada. No pienses en eso, tampoco.
No pude recordar nunca ser controlado por mi polla en la forma que
era controlado con ella. Tal vez cuando apenas era un adolescente, pero
nunca nada con este nivel de intensidad me había consumido como lo
hacía ahora. Follar con Paula tenía más importancia para mí que comer
o dormir.
Todos necesitamos lo básico, Paula. Comida, agua… una cama.
Ella provocaba emociones en mí que no sabía que existían hasta la
noche que entró en la Galería Andersen, hablando tonterías sobre mí y mi
mano confianzuda.
Me quitó la toalla con una sexy sonrisa, y la utilizó para envolver
toda esa gloriosa desnudez en la esponjosa tela de algodón. Una maldita
lástima. Entró al dormitorio y escuché cajones abriéndose y cerrarse.
Amaba el sonido de ella allí, moviéndose y preparándose para la cama.
Saqué una toalla para mí y empecé a secarme, inmediatamente agradecí
que me dormiría con ella en mi brazos, esta noche.

CAPITULO 46


Salí de la cama y fui a abrir el agua del baño. Sus ojos me siguieron,
mirando por encima de mi espalda. Sabía que ella miraba las cicatrices.
Sabía que ella me preguntaría por ellas muy pronto. Y tendría que
compartir mi jodido pasado. No quería hacerlo. La idea de traerla a ese
mundo iba en contra de todo instinto que poseía, pero aun así, no volvería
a ocultarle la verdad. Eso no era una opción con Paula y había aprendido
mi lección.
Vertí algunas burbujas de baño y ajusté la temperatura. Levanté la
mirada al escuchar los pasos de ella caminando hacia el baño. Desnuda y
hermosa y viniendo hacia mí, me dejaba sin aliento incluso si ahora estaba
demasiado delgada. Me encontré pensando en otra ronda de prehistórico
sexo, pero me obligué a controlarlo, así la parte racional de mi cerebro
podría funcionar. Realmente necesitaba hablar de algunas cosas y el sexo
tenía una manera de hacerme olvidar otros asuntos y eclipsar todo lo
demás. El bastardo codicioso.
Así que tomé su mano y la ayudé a entrar en la bañera conmigo y
nos acomodamos. Me senté en la parte de atrás y la puse delante de mí, su
culo resbaladizo descansando tentadoramente contra mi polla
repentinamente despierta. Le digo a mi paquete que cierre la maldita boca,
e imagine a Marta, la vendedora ambulante y su bigote para apaciguarse.
Eso funcionó. Marta era horrible, y probablemente ni siquiera una mujer
de verdad. Tal vez, ni siquiera humana. De hecho, estoy seguro de que
Marta es realmente un extraterrestre explorador enviado aquí a vender
periódicos y aprender el idioma. Todavía ansiaba mis Djarums. Varios.
Paula olfateó el aire. —¿Fumas aquí?
—A veces. —En realidad necesito dejar de hacer eso—. Pero tendré
que dejar de fumar en la casa ahora que estás aquí conmigo.
—No me importa, Pedro. El olor de las especias y los clavos es
agradable, y no me importa, pero sé que es malo para ti y no me gusta eso.
—Estoy tratando de dejarlo. —Deslicé mis manos por su brazo hacia
arriba y luego hacia abajo sobre su pecho, descansando justo al nivel del
agua—. Contigo aquí, lo haré mejor. Puedes ser mi motivación, ¿de
acuerdo?
Tomó una respiración profunda y asintió. Entonces, empezó a
hablar.
—Nunca volví a mi escuela de nuevo. Sólo faltaban seis meses de la
graduación y lo dejé. Mis padres estaban en shock por el cambio en mí. No
pasó mucho tiempo para que se enteraran del video. Discutían sobre qué
hacer, y tenían opiniones muy diferentes. No me importaba. Mi mente
estaba en otro lugar y muy, muy enferma. Es difícil de admitirlo, pero es la
verdad. Estaba destrozada emocionalmente y sin forma de escapar de los
demonios.
Besé su nuca y la sostuve un poco más fuerte. Sabía todo sobre sus
demonios, los malditos hijos de puta que eran. —¿Puedo preguntar por
qué tus padres no trataron de presentar cargos por asalto a los tres?
Hubiera sido fácil arrestarlos. Eras menor de edad y ellos adultos… y
había un video grabado en evidencia.
—Mi papá los quería en prisión. Mi mamá no quería la publicidad.
Afirmó que mi reputación de zorra sólo arrastraría nuestro nombre por el
fango y alteraría el orden social de las cosas. Probablemente tenía razón.
Pero de nuevo, no me importó que nadie hiciera algo al respecto. Estaba
perdida en mis pensamientos.
—Oh, nena…
—Y entonces, descubrí que me habían dejado embarazada.
Me calmé ante esas desagradables noticias. Jodido infierno…
—Eso me puso al borde. Yo… yo no podía tratar con nada de eso. Mi
papá no sabía qué hacer con un embarazo. Empezó a hablar con el
Senador. Mi mamá programó un aborto para mí, y yo simplemente no
podía manejar más. No quería un bebé. No quería matar lo que estaba
dentro de mí, tampoco. Sólo no quería estar recordando el incidente y todo
y todos me lo recordaba. Supongo que si me hubiera sentido mejor
conmigo misma, podría haberle hecho frente a las cosas, pero entonces, si
me hubiera sentido mejor conmigo misma nunca hubiera ido esa fiesta en
primer lugar y terminado en esa mesa de billar.
—Lo siento mucho… —dije con voz suave pero firme, queriendo que
realmente entendiera cómo me sentía—. Escucha, nena, no puedes
culparte por lo que te sucedió —Presioné cerca de su oído—. Fuiste la
víctima de un crimen y trato abominable. No fue tu culpa, Paula. Espero
que sepas eso ahora. —Froté arriba y abajo sus brazos, echando agua
caliente en su piel.
Se acomodó más en mi cuerpo y tomó una profunda respiración. —
Creo que lo hago ahora, en su mayor parte, al menos. La Dr. Roswell me
ayudó, y encontrar mi lugar en el mundo también ayudó. Pero, en aquel
entonces, estaba acabada. Acabada en vida. No podía ver otro camino para
mí.
Todo el calor anterior me dejó y me preparé para lo que venía. Como
un choque de trenes que no puedes dejar de mirar, tenía que saber lo que
había sucedido con ella, pero tampoco quería saberlo. No quería ir a su
lugar oscuro con ella.

CAPITULO 45



Paula lo tomó todo; cada centímetro de mi polla caliente en su
cavidad dulce, el sonido de nuestros cuerpos golpeándose juntos llenaba el
aire, acercándonos a la final. Cerní su rostro al mío, buscando sus ojos
con los míos, adueñándome de su cuerpo con el mío. Sólo la vi a ella. Sólo
la sentí a ella. Solo la oí a ella.
Se tensó más profundo y puso los ojos en blanco, su boca abierta.
Tomé eso también. Cubrí su boca con la mía y la penetré con la lengua.
Tragué sus gritos cuando empezó a llegar al orgasmo y le di los míos
cuando la prisa me golpeó en los testículos. Esto iba a ser algo inmenso —
una explosión de placer indescriptible que iría mas allá de lo que las
palabras pudiesen expresar, se disparó en mi polla. Sólo podía perderme
en ella y montarlo hasta caer en el olvido con la explosión.
Mi cuerpo se redujo a nada y sólo se quedó enterrado dentro de ella,
todavía convulsionando con las vibraciones. No quería quitarme nunca
dónde estaba. ¿Cómo podría?
El tiempo se calmó y respiramos. La simple tarea de llevar oxígeno lo
consumía todo. Podía sentir su corazón latiendo debajo de mi pecho y los
pequeños espasmos de placer que extraían hasta lo último alrededor de mi
polla en las paredes de su apretado coño. Tan jodidamente bueno.
Cuando pude soportar apartar mi boca de su piel, me cerní sobre su
rostro, buscando sus ojos. Tenía miedo de lo que podría ver. La última vez
que habíamos estado así juntos cosas muy malas sucedieron después.
Había dicho que me alejara de ella y salió por la puerta.
—Sí, te amo —susurré las palabras apenas audibles a pocos
centímetros de su cara y vi crecer sus ojos luminosos y húmedos.
Comenzó a llorar.
En realidad, no era la reacción que había esperado. Salí de su
cuerpo y sentí la humedad pegajosa entre nosotros. Pero Paula me
sorprendió una vez más. En vez de distanciarse, se acurrucó pegada a mi
pecho, se aferró a mí y lloró en silencio. Ella lloró, pero no intento alejarse
de mí. Fue en busca de consuelo. Me di cuenta de que nunca podría
entender la mente de una mujer.
—Dime que todo estará bien... aunque sean mentiras... —dijo entre
sollozos.
—Lo va estar, nena. Voy a asegurarme. —Quería un Djarum tan
desesperadamente que podía saborearlo. En cambio la sostuve contra mí y
acaricié su cabello, entrelazando mis dedos por su sedosidad una y otra
vez hasta que dejó de llorar.
—¿Por qué? —preguntó al cabo de un tiempo.
—¿Por qué, qué? —Besé su frente.
—¿Por qué me amas? —Su voz era baja, pero la pregunta la escuché
muy claramente.
—No puedo cambiar lo que siento o saber por qué, Paula. Sólo sé
que eres mi chica y que tengo que seguir mi corazón. —Todavía no me
podía decir lo mismo. Sabía que se preocupaba por mí, pero creo que
estaba más convencida de que no merecía el amor más que nada. De
cualquier concesión o recepción.
—Sin embargo, no te he dicho el resto de la historia, Pedro.
Bingo. —¿A qué le tienes miedo? —Se puso rígida en mis brazos—.
Dime lo que te asusta, nena.
—A que te pares.
—¿Pare de amarte? No. No lo haré.
—¿Pero cuando lo sepas todo? Soy un desastre, Pedro. —Me miró
con los ojos brillando de diferentes colores otra vez.
—Umm —Besé la punta de su nariz—. Sé lo suficiente y no cambia
nada acerca de cómo me siento. No puedes ser peor que yo. Te ordeno que
dejes de preocuparte. Y tienes razón. Eres un desastre aquí, y yo te he
hecho de esa manera. —Serpentee mi mano entre sus piernas y deslicé los
dedos a lo largo de todo el centro de ella y sentí lo que había puesto allí. Al
hombre de las cavernas en mí le encantó la idea de todo el semen que
había puesto dentro de ella, pero a ella probablemente no—. Toma un
baño conmigo y podemos hablar un poco más.
Sus ojos se abrieron ante mi tacto, pero asintió y dijo—: Eso suena
bien.