miércoles, 26 de marzo de 2014

CAPITULO 153




Besé a Oscar en la mejilla y le abracé con fuerza. Entonces volví a mirar
las imágenes de prueba en la pantalla.
—Oh, Dios mío. Me encantan todas, Oscar. No puedo elegir.
Él se rio con suavidad.
—Pensará que son preciosas, Pau. Lo son. Cortan la respiración.
—Muchísimas gracias por hacerme esto tan precipitadamente. Se me
ocurrió justo después de… algo que pasó… y quería hacer estas fotos para
Pedro. Nadie las verá jamás excepto nosotros. —Le acaricié la mejilla—.
Gracias por hacerlo posible, mi querido e increíble amigo.
Oscar me sonrió con mucha dulzura, y juraría que le emocionó que le
pidiera que me sacara unas fotografías especiales. Fotografías muy
especiales, de hecho. Solo yo y el velo del vestido de novia. Y para que
únicamente las vieran los ojos de Pedro.
Pedro…, sí. Todavía teníamos que hablar sobre lo de anoche. No volvió
a la cama y cuando me desperté por la mañana él ya se había marchado del
piso. Sin embargo esta noche no iba a volver a repetirse. Le sentaría
cuando llegase a casa y hablaría conmigo, o ya vería.
¿Ya vería qué? No tenía todas las respuestas, pero pensaría en algo.
Estaba muy mal emocionalmente debido a esas pesadillas y yo no tenía la
menor intención de permitir que continuase sufriendo sin que acudiera a
recibir algún tipo de ayuda profesional. Y la parte que ya había compartido
conmigo anoche me había destrozado el corazón. Sus torturadores iban a
decapitarlo y lo usaban para reírse de él. No podía imaginar cómo lo había
soportado todo y no se había vuelto loco. Me hacía querer rodearlo con los
brazos y colmarlo con mi amor. Pedro iba a recibirlo tanto si quería como
si no, lo había prometido.
—Eh, ¿va todo bien entre ustedes dos? Pareces un poco preocupada.
Asentí y empecé a doblar el velo con cuidado para guardarlo.
—Estamos bien. Solo cosas de pareja que necesitan ser aireadas. —Me
puse las manos en las caderas—. Pero lo tengo controlado. Los hombres
pueden ser muy pero que muy tozudos, ¿sabes?
Oscar se rio de mi comentario.
—Síííí. Solo los hombres. Estás hablando con el tipo adecuado para esta
cuestión, Pau. Estoy completamente de acuerdo contigo —dijo
guiñándome un ojo y recogiendo su equipo—. Vamos, hermosura, deja que
te lleve de vuelta a casa antes de que Alfonso comience a buscarte
pensando que te has fugado. He pillado que esto es una sorpresa y que él no
tiene ni idea de que estás conmigo.
—No. Ninguna idea, para nada. Esto ha sido una decisión espontánea y
he tenido el móvil apagado toda la mañana para que no pudiera rastrearme
con el GPS. Lo encenderé de nuevo cuando llegue a casa y verá que estoy
sana y salva y no se dará cuenta de nada.
Oscar negó con la cabeza y miró al cielo.
—Eres una lianta y no tengo ni idea de lo que estás hablando. —Me reí
de Oscar—. Lo digo muy en serio, Pau. No me metas en tus planes para
engañar a tu hombre. Quiero vivir y llegar a los treinta, gracias.
—No te preocupes tanto —bromeé mientras salíamos hacia su coche—,
que te salen arrugas en la frente.
Oscar frunció el ceño y después se encontró a sí mismo alisándose la
frente y tratando de que no se notara. Oscar era divertidísimo y me sentaba
bien reírme.
Maria estaba en el piso cuando Oscar me dejó en la puerta. Tenía que
ir a otra cita, pero hicimos planes para cenar el fin de semana. Quería
pedirle un favor y ya incluso había discutido la idea con Pedro, pero
deseaba que se lo preguntáramos Pedro y yo juntos. No precipitarse era
algo positivo, y esto era muy importante para mí.
Maria interrumpió mis pensamientos con su habitual saludo.
—Hola, señora.
—Oh, hola, Maria. ¿Algún mensaje mientras estaba fuera? —
pregunté con miedo, esperando de verdad que Pedro no hubiera estado
buscándome frenéticamente y molestando a todo el mundo.
—No, señora. Ha sido un día muy tranquilo. Llegó el correo y algunos
paquetes.
—Ah, bien. Espero que sean las muestras de los regalos para los
invitados.
Me habría encantado que me llamara Paula, pero Maria era muy
anticuada en sus formas y parecía impensable que me llamara algo más
familiar que «señora». Aun así, ella me gustaba mucho. Maria venía
aquí dos veces a la semana, los lunes y los jueves, sobre todo para limpiar
y para hacer la colada. Cocinaba para nosotros, pero solo esos días. Antes
solía preparar cosas y las congelaba para que Pedro las calentara cuando
llegara a casa, pero yo interrumpí esa práctica cuando me mudé con él.
Pedro ahora me tenía a mí para cuidarle el resto de días de la semana, y
cocinar era algo que me gustaba.
Esto había originado en un primer momento un pequeño conflicto con
Maria, debido a que ella había sido su asistenta durante cinco años y le
gustaba que las cosas estuvieran muy organizadas y planificadas al detalle.
No obstante, desde mi llegada las dos tuvimos que amoldarnos la una a la
otra y entendernos con nuestros diferentes roles y rutinas. Lo habíamos
solucionado acordando que ella cocinara solo los días que venía a casa.
—Los he dejado donde siempre se los dejo, sobre la mesa del despacho.
—Gracias, Maria, los abriré después —dije mirando a mi alrededor,
sorprendida porque no parecía que estuviese haciendo algo para la cena.
Maria siempre tenía algo rico cociéndose a fuego lento u horneándose
los días que venía.
—La señorita Francisca llamó y dijo que el señor Alfonso la llevará a
cenar esta noche. —Maria también parecía poder leer la mente.
—Ah, ¿es eso? —pregunté arqueando la ceja—. Me encanta cómo tiene
a Francisca para hacer llegar ese tipo de información.
—Sí, señora —respondió Maria sonriéndome.
—Bueno, debería darme una ducha entonces y empezar a prepararme —
dije mirando el reloj.
—Oh, casi olvido decírselo antes de irme: el servicio técnico del acuario
vendrá a las cuatro por lo de la pecera. El señor Alfonso lo concertó
hace unas semanas y se aseguró de que cayera en uno de mis días.
Llamaron para confirmar, pero esta tarde tengo una cita y tendré que irme
pronto. —Apenas paró para coger aire—. Pero no debe preocuparse,
señora, le haré saber la hora al señor Leo y él les conducirá al despacho del
señor Alfonso una vez que lleguen.
—Gracias, Maria. Estoy segura de que Simba estará emocionado.
Se rio con mi comentario y negó con la cabeza.
—Ese pez es único.
La ducha me sentó bien y me alegraba que Pedro tuviera planes para mí.
Significaba que estaba tratando de arreglar lo de anoche y yo esperaba de
verdad que él pudiera por fin abrirse a mí sobre su pasado. Era el momento
de saberlo. Y para ser sinceros, sentaba muy bien ser yo quien cuidara de
él, para variar. Toda nuestra relación se había construido con Pedro
protegiéndome, cuidando de mí, y sobre todo ahora con la bomba del
embarazo y la boda. Me gustaría ser yo quien tuviera las riendas de vez en
cuando, pero para hacerlo debía permitírmelo. Estaba contenta porque
finalmente parecía que iba a ocurrir. Esta noche iba a convertirme en su
apoyo.
Mientras me secaba el pelo me di cuenta de que había olvidado encender
el móvil al volver a casa. Pedro tendría algo que decir al respecto, estaba
segura. Mierda. Odiaba que me regañara, pero pensé que si le daba un
ataque de pánico por mí, llamaría a Leo y hablaría con él. Este le
confirmaría dónde estaba. Solo esperaba que Leo no mencionara también
que Oscar me había recogido y me había traído de vuelta a casa. Quería que
las fotos fueran una completa sorpresa. Eran mi regalo de boda para Pedro.
Me di prisa en terminar para poder bajar a buscar mi teléfono y leer los
mensajes, confiando en que Pedro hubiera estado tan ocupado con los
eventos que no se hubiera percatado de mi ausencia. Pocas probabilidades
de que tal cosa ocurriera. Él se daba cuenta de todo.
Cogí mi bolso de la encimera de la cocina y busqué el móvil, pero
cuando traté de encenderlo, la batería estaba totalmente muerta. Necesitaba
cargarlo incluso para poder ver los mensajes.
Todos los cargadores estaban en el despacho de Pedro. Atravesé el
vestíbulo y recordé la cita con el servicio técnico del acuario. Debían de
estar trabajando en ese momento. Miré el reloj del microondas. Ponía
16:38. Sí, estaban aquí. En cualquier caso decidí entrar. Necesitaba mi
teléfono.
Llamé a la puerta antes.
—Perdonen que interrumpa, pero necesito el cargador del móvil.
El tipo que estaba inclinado sobre el acuario tenía las manos ocupadas
con cables y cubos. Asintió desde detrás con un «vale» y siguió a lo suyo.
Parecía no importarle, de modo que después de enchufar mi móvil y
encenderlo, comencé a mirar el correo electrónico en la mesa.
Estaba abriendo el primer correo cuando unos brazos me rodearon de
golpe y me inmovilizaron desde detrás.
—Qué narices… —Mis palabras fueron cortadas por una mano sobre mi
boca.
—Paula…, he esperado tanto tiempo este momento… Tanto tiempo…
—murmuró una voz que me sonaba familiar pero que no lograba ubicar.
Mi mente corría a toda velocidad; quienquiera que fuese esta persona,
había venido a matarme. Había llegado mi hora. Moriría esta noche y
Pedro encontraría mi cuerpo. No tendríamos una vida juntos después de
todo. Nuestro bebé no nacería en febrero, porque si me mataba a mí,
mataría también a nuestro bebé. No habría boda en Hallborough y jamás le
daría a Pedro mis fotos de regalo…
Habría suplicado por mi vida si hubiera sido capaz. Pero no tenía aire
para hablar, para llorar o siquiera para respirar.
Sin embargo, saber que iba a morir no era la peor parte. El peor
sentimiento de todo esto era que jamás podría ver de nuevo a Pedro, ni
tocarle, ni contarle lo mucho que le amaba. Mi último instante con él había
sido anoche, cuando me mandó que entrara en casa para poder estar solo.
Oh, Dios, esto destrozaría a mi Pedro. Nunca se perdonaría a sí mismo por
esto.
Mi secuestrador me mantuvo inmovilizada fuertemente contra su
cuerpo, con su boca en mi oreja. Forcejeé, pero mi fuerza disminuía. Me
agarró por la nuca y apretó, cubriéndome la boca y la nariz; mis pulmones
clamaban aire y sentí que una bruma comenzaba a rodearme mientras se
me nublaba la vista. Me estaba desmayando. Estaba ocurriendo por fin.
Todo lo que Pedro había tratado de impedir iba a ocurrir de todas
maneras… y yo no podía detenerlo.
Oh, Pedro…, lo siento muchísimo. Te quiero muchísimo y lo siento
tanto…

CAPITULO 152




Acaricié la foto enmarcada de Paula que tenía en la mesa. La que le
había sacado con mi móvil cuando me enseñó por primera vez a lady
Percival en el Rothvale. Parecía tan feliz y hermosa. Anoche no estaba
feliz. No, la asusté y después empeoré las cosas haciendo que se marchara
cuando intentaba ayudarme.
Cielo santo, la había cagado con ella. Traté de imaginarlo si hubiese sido
al revés. ¿Y si hubiese sido ella quien me hubiera mandado a paseo
después de una pesadilla y hubiera rechazado mi apoyo? Yo ya había
pasado por eso y era una mierda. Me hizo sentir fatal, justo como le hice
sentirse a ella.
Aun así, anoche había tenido miedo de lo que podía llegar a hacerle si
hurgaba más en mí. ¿Las otras ocasiones en las que me había despertado
con una de esas pesadillas? Sí…, nada agradable. Me había ido por la
jodida tangente, literalmente. Había utilizado el sexo, y a Paula, para
encontrar un sitio seguro al que poder volver desde ese lugar tan horrible
de mis sueños. Ella no entendía hasta qué punto yo en esos momentos
caminaba por el filo de la navaja. No me fiaba de mí mismo. ¿Y si le hacía
daño o iba demasiado lejos con el sexo? Ahora estaba embarazada y era
vulnerable. No podía correr el riesgo de lo que podía llegar a hacerle.
Había sido muy duro decirle que volviera dentro cuando ella quería
permanecer conmigo y escuchar mi historia. Trató de ayudarme, pero la
mantuve lejos de mí. Ni siquiera la miré a la cara, porque si lo hubiera
hecho, habría cedido. No tenía fuerza de voluntad cuando se trataba de
Paula.
Para evitar poseerla cuando entré en el apartamento, dormí el resto de la
noche en el sofá. No me fiaba de mí mismo como para volver a la cama
con ella. Apenas habría bastado su aroma junto a mi nariz o el sonido de su
respiración para ponerme encima y adentrarme muy hondo, tratando de
perderme en ella. Con Paula estaba en el cielo. Y yo buscaría mi cielo sin
parar. Me conocía demasiado.
Aunque ella tenía razón. La tenía en muchas cosas, pero en cuanto a lo
de la cagada de anoche ella tenía toda la razón del mundo. Necesitaba
ayuda. Había sitios adonde podía ir para obtenerla. Muchos soldados
regresan de la guerra con problemas y cargas emocionales. Yo era
simplemente uno más de la lista. Eso lo había entendido. No quería
enfrentarme a mis demonios, pero sabía que necesitaba hacerlo. Había
prioridades más importantes en el lienzo en blanco que era mi vida. Ahora
tenía a Paula. Teníamos un hijo en camino. Ninguno de los dos
necesitaba que yo tuviera pesadillas y aterrorizara sus tranquilas noches.
Tenía que preguntarme a mí mismo por qué. ¿Por qué había regresado de
pronto a ese momento de mi vida de forma tan vívida en mi subconsciente?
¿Podía la situación de Paula estar activando los recuerdos arrinconados
tanto tiempo de mi época preso, trayéndolos de nuevo a la superficie?
Joder…, era una idea dolorosa, pero probablemente daba en el blanco.
Esta noche la compensaré. Flores, una cena, amor… y honestidad total
sobre el infierno en el que estuve y cómo hice para salir de él. Ella se
merecía saberlo todo y era lo bastante fuerte para escucharlo. La parte
positiva era que ella me ayudaría emocionalmente. Este era uno de los
aspectos de las relaciones verdaderas. Ella compartía sus cosas conmigo.
¿Por qué no hacía yo lo mismo? Porque tú muchas veces eres un capullo
desconsiderado y necesitas trabajar en ello.
Paula odiaba cuando me cerraba en banda. Había aprendido de primera
mano que ella era increíblemente fuerte y que tenía muy arraigado en su
interior el sentimiento de lucha. No era cobarde y no se me vendría abajo
sin intentarlo todo. Mi chica se enfrentaba a sus propios miedos. Debía
seguir su ejemplo y hacer lo mismo. Acepté que había llegado el momento
de buscar ayuda profesional y contarle a otra persona la carga de mis
demonios. Paula estaría ahí para ayudarme a superarlo, y no podía estar
en mejores manos que en las suyas.
Paula además me iba a hacer picadillo y tenía que estar preparado para
ello cuando llegase a casa. Ella jamás dejaría pasar este asunto. Tuve que
sonreír al imaginarme su reacción conmigo esta noche. Estará guapísima
para no variar, con sus ojos echando fuego, las manos en las caderas y
preparada para la batalla. Estaba deseando ver su cambio de actitud cuando
me viese en son de paz, humilde y listo por fin para compartir con ella mis
más oscuros demonios que habitaban los innombrables recovecos de mi
alma. Y deseaba ver cómo me recompensaba por todo ello, más tarde…
Tenía varias llamadas telefónicas que hacer y asuntos que poner en
marcha. El tiempo pasaba a toda prisa y no tenía ni un segundo para estar
sentado distraído con remordimientos que no tenían solución. Primero le
mandé un mensaje a Paula: «Te quiero. Lo siento x anoxe. Bss. Voy a
solucionar ls cosas, ok?».
Marqué el número de mi hermana en Somerset y esperé a que diera tono.
—Hermano, posees el don de la oportunidad. Justo acaba de venir el
señor Simms y tiene algunos papeles para ti que necesita que firmes.
—Esas son muy buenas noticias. Le diré a Francisca que te haga llegar la
autorización urgente y lo haremos de esa forma.
—Desde luego. Creo que es una idea maravillosa,Pepe.
Sonreí.
—Yo también lo creo. Ahora que lo has visto, ¿crees que es posible en
tan poco tiempo?
—Bueno, habrá que darse mucha prisa, pero creo que puede hacerse, no
todo, pero para lo que quieres, sí.
—Bien. Quiero decir, confío en ti de forma incondicional, Lu.
Simplemente hazlo lo mejor que puedas.
—¿Cuándo vienes por aquí? En algún momento tendrás que verlo con
tus propios ojos.
—Cierto. No podré encargarme de nada hasta la ceremonia de clausura,
pero en el momento en que deje todo eso atrás, haré un viaje rápido…, sea
como sea.

CAPITULO 151



—¡No, hijo de puta! ¡Dije que vídeos no! ¡Nada de putos vídeos!
Pedro me despertó con sus gritos. Estaba soñando otra vez. No. Eran
pesadillas, estaba claro.
Las cosas que había gritado me asustaban de verdad. Había dicho el
mismo tipo de cosas que las otras veces. Las palabras «vídeos no» una y
otra vez en un tono suplicante. Me asustaba porque estaba fuera de sí
cuando tenía esas pesadillas. Se convertía en otra persona, en un completo
desconocido.
Sabía que sus pesadillas estaban relacionadas con algo relativo a su
etapa en la guerra, cuando los afganos le hicieron prisionero. No obstante,
jamás hablaba de eso conmigo. Era algo demasiado horrible, eso estaba
bastante claro.
—Pedro, tienes que despertarte. —Le sacudí de la forma más delicada
que pude, pero él se movía de forma errática por todas partes, en otro
mundo, y muy lejano.
—Ha muerto… ¡Oh, Dios! ¡Un bebé! ¡Era un maldito bebé, animales!
—¿Pedro? —Le agité de nuevo, tirando con más fuerza de su brazo y su
cuello.
—¡No! No puedes hacer esto…, no…, no…, no…, por favor, no…, no lo
hagas…, no lo hagas…, no pueden verme morir en un vídeo…
—¡Pedro! —Le di un pequeño manotazo en la boca, confiando en que le
sacara de la pesadilla.
Sus ojos se abrieron de pronto, idos y aterrorizados, y se irguió en la
cama. Permaneció así, inclinado hacia delante, aspirando grandes
bocanadas de aire, con la cabeza en las rodillas. Le puse la mano en la
espalda. Se sobresaltó cuando le toqué pero dejé la mano ahí. Su
respiración era irregular y no me decía nada. Yo no sabía qué decirle.
—Háblame —le susurré a su espalda.
Se levantó de la cama y comenzó a ponerse unos pantalones de deporte y
una camiseta.
—¿Qué estás haciendo?
—Tengo que salir fuera, ahora —dijo con voz débil.
—¿Fuera? Pero hace frío. Pedro, quédate aquí y hablemos de esto.
¡Tienes que hablar conmigo! —le rogué.
Él actuó como si ni siquiera me hubiera escuchado, pero creo que sí lo
hizo porque se acercó a donde estaba sentada en la cama y me acarició la
cabeza. Con mucha delicadeza, y solo por un instante, pero noté cómo
temblaba. Su mano temblaba mucho y parecía muy perdido. Yo estiré la
mano para tocar la suya pero la apartó. Entonces salió de la habitación.
—¡Pedro! —grité tras él—. ¿Adónde vas? ¡Vuelve aquí y habla
conmigo!
Solo obtuve silencio.
Me quedé ahí un rato y traté de decidir qué hacer. Una parte de mí quería
enfrentarse a él y obligarle a compartir eso conmigo, pero otra parte estaba
muerta de miedo. ¿Y si le causaba más dolor y sufrimiento o le ponía las
cosas más difíciles? Pedro necesitaba ayuda profesional para lidiar con
esto. Si le habían capturado y torturado cuando estuvo en el ejército,
entonces era muy probable que sufriera un verdadero estrés postraumático.
Yo debería saber algo sobre ese tema.
Tomé una decisión y me puse unas mallas y un jersey para ir a buscarle.
No debería haberme sorprendido ver dónde estaba. Me había dicho la
verdad. Estaba fuera. Fumando sus cigarrillos de clavo.
Me quedé detrás del cristal y le observé un momento. Estaba estirado en
la tumbona con los pies descalzos en el aire debido a su altura, mientras las
volutas de humo se arremolinaban y flotaban encima de él y las luces de la
ciudad, en segundo plano, creaban un resplandor alrededor de su cuerpo.
El humo no me molestaba para nada. Nunca lo había hecho. Me
encantaba cómo olía esa marca y Pedro rara vez sabía a tabaco. Era un
fanático de lavarse los dientes y siempre sabía muy bien, a menta, pero el
aroma a especias se adhería a él y yo podía saber si había estado fumando.
Sin embargo, su marca de cigarrillos no era muy típica, Djarum Black.
Tabaco de clavo y especias, importado de Indonesia. Aún no sabía por qué
fumaba cigarrillos de clavo. Pedro no hablaba mucho conmigo sobre su
tabaco, ni sobre las partes más sombrías de su vida.
Mi Pedro ahora mismo estaba con toda seguridad en una de ellas, y me
rompía el corazón verle así. Abrí la puerta corredera y salí fuera.
No se percató de mi presencia hasta que me senté a su lado en la otra
tumbona.
—Vuelve a la cama, Paula.
—Pero quiero estar contigo.
—No. Vuelve dentro. El humo no es bueno para ti ni para el bebé. —Su
voz sonaba misteriosa y alejada y me asustó mucho.
—Tampoco es bueno para ti —dije con firmeza—. Si no me dejas estar
aquí contigo, entonces apaga el cigarrillo y vuelve dentro a hablar
conmigo. Tenemos que hablar sobre esto, Pedro.
—No. —Negó con la cabeza y dio otra profunda calada a su cigarrillo.
Se me hizo un nudo en el estómago y me enfadé, pero necesitaba hacer
algo para conseguir que reaccionara; en ese instante estaba muy lejos de
mí.
—¡Esto es absurdo, Pedro! Necesitas ayuda con esas pesadillas. ¡Mira lo
que te están haciendo! —No dijo nada, y el silencio retumbaba entre los
sonidos nocturnos de la ciudad—. Si no vas a hablar conmigo sobre esto,
entonces necesitas encontrar un terapeuta o un grupo o algo que te ayude.
Ninguna reacción, solo seguía fumando. El extremo rojo del cigarrillo
ardía en la oscuridad y yo seguía sin obtener nada de Ethan.
—¿Por qué no me contestas? Te quiero y estoy aquí por ti, y nunca me
cuentas por qué fumas cigarrillos de clavo y mucho menos qué es lo que te
hicieron en Afganistán. —Me recosté más cerca de él—. ¿Qué te pasó allí,
Pedro?
Pude oír el pánico en mi voz y supe que estaba al borde de otro ataque de
llanto. Su comportamiento me hería profundamente y me hacía sentir
como si yo no fuera lo bastante importante como para ayudarle a
enfrentarse a su mayor miedo. Pedro conocía toda mi mierda oculta y dijo
que nada de ello le importaba. ¿No sabía que yo lo haría todo por él? Haría
cualquier cosa para ayudarle cuando me necesitara.
Apagó con cuidado el cigarrillo que estaba fumando en el cenicero que
estaba junto al sofá. Se cruzó de brazos y se quedó contemplando la ciudad.
No me miró ni una vez cuando empezó a hablar en voz baja.
—Los fumo porque todos mis guardias tenían cigarrillos de clavo.
Tabaco de especias hecho a mano, que olía tan jodidamente bien que casi
perdí la cabeza. Mataba por uno. Casi me volví loco de tanto desearlo.
Me estremecí en el frío aire de la noche escuchando a Pedro, mientras
mi corazón se rompía con cada palabra que me dirigía.
—Entonces… el… el… di… día que me iban a ejecutar ocurrió un
milagro… y me salvé. Viví. Su espada no encontró mi cuello. —Su voz se
quebró.
—¿Espada? —No tenía ni idea de adónde quería llegar, pero sentía
miedo solo de pensar en lo que Pedro estaba tratando de explicarme.
—Sí. Iban a grabar en vídeo mi decapitación y se la iban a enseñar a
todo el mundo —me contó en voz muy baja, pero las palabras tenían una
fuerza increíble.
¡Dios mío! No me extraña que tuviera pesadillas. No podía siquiera
imaginar lo que había sufrido físicamente cuando le torturaron, pero la
tortura psicológica de pensar lo que le iban a hacer debió de ser peor. No
pude contener un gemido y se me escapó, deseando con todas mis fuerzas
abrazarle, pero continuó hablando.
—¿Quieres saber qué fue lo primero que pedí?
—Dime.
—Salí de mi prisión sin estar seguro del todo de si estaba vivo o muerto
en el infierno. Un marine americano se acercó a mí, impactado de que
saliera caminando de entre los escombros todavía con vida. Me preguntó si
estaba bien. Le dije que quería un cigarrillo de clavo.
—Oh, cariño…
—Estaba vivo, ¿comprendes? Vivía y por fin podría fumar uno de esos
maravillosos cigarrillos de clavo hechos a mano que me habían vuelto loco
durante semanas. Ahora los fumo… porque… supongo que me ayuda a
saber que estoy de verdad vivo. —Tragó saliva—. Es una mierda enorme…
—Oh, Pedro… —Me levanté del sofá y fui hacia él para abrazarle, pero
me detuvo.
—No —dijo con la mano en alto para mantenerme a distancia. Parecía
estar tan lejos de mí en ese momento…, inalcanzable. Yo quería llorar,
pero sabía que eso se lo pondría más difícil y no quería causarle más estrés
del que ya tenía—. Vuelve dentro, Paula. No quiero que estés aquí ahora.
Es malo para ti. No es… bueno… estar cerca de mí. Necesito estar solo.
—¿Me estás echando?
Se encendió lentamente otro cigarrillo; la llama de su mechero brillaba
mientras lo prendía.
—Simplemente vuelve a la cama, nena. Te amo, pero ahora mismo
necesito estar un rato a solas.
Percibí algo de él. No podía creerlo, pero podría jurar que estaba
interpretándolo correctamente. Pedro estaba aterrorizado de hacer algo que
me hiriera de alguna forma, y ese era el motivo por el que me pedía que le
dejara solo.
Le concedí su deseo, a pesar de que hacerlo me rompió el corazón.

CAPITULO 150



Cómo se siente uno al poder respirar de nuevo, hijo? —me preguntó mi
padre alzando la copa y con una sonrisa radiante.
—Como si el elefante de tres toneladas que tenía sobre el pecho se
hubiera ido y ahora estuviera sentado a mis pies —le contesté con
sinceridad, y le devolví el brindis.
—Apuesto a que sí. Pero, de verdad, la ceremonia de los Juegos ha sido
maravillosa y un ejemplo de organización. Ha sido un espectáculo
magnífico. Bravo.
Era evidente que a mi padre le había impresionado muchísimo la
ceremonia de apertura, porque no parecía poder hablar de otra cosa durante
la tardía cena. Yo me sentía totalmente aliviado de que hubiera
transcurrido sin ningún problema.
A pesar de estar exhausto y de desear estar en la cama con Paula en
mis brazos, me di cuenta de que esta noche en verdad estaba disfrutando de
la celebración en el Gladstone. No sé cómo Tomas nos había conseguido una
reserva dada la locura de la ciudad, pero todos adoraban a lord Tomas,
medalla de oro británica en tiro con arco, con su buena presencia y su
fama. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que salimos todos
juntos y sabía que mi padre, y Pablo, y Eliana valoraban que tuviera
contactos, a pesar de que a mí me daba igual. Paula parecía estar
pasándoselo bien y eso me bastaba.
Toda la ciudad estaba muy animada ahora que los Juegos se habían
puesto en marcha. Y yo podía incluso comenzar a vislumbrar algo de luz al
final de nuestro túnel. Había transcurrido otra semana desde la
inauguración de los Juegos Olímpicos sin que tuviéramos problemas,
amenazas ni mensajes. Solo una vida normal.
Subí la mano por la espalda de Paula y le acaricié entre los hombros.
—Sí, la parte más difícil está hecha. La ceremonia de apertura ha ido
como la seda. Ningún chiflado ha interrumpido la gala. Un final perfecto
para todos estos meses de preparación. Ahora solo queda llevar a varias
personalidades VIP a unos cuantos eventos aislados, pero son mucho más
pequeños y más fáciles de manejar, sin contar con que tengo un equipo
excelente para ocuparse de ellos —dije señalando a Tomas y alzando la copa
de nuevo.
—Si seguimos manteniendo a los psicópatas lejos de Tomas, está todo
hecho —contestó Pablo sonriendo burlón.
—Sí, por favor. Valoraría mucho que haya una gran distancia entre los
psicópatas y todo lo que tenga que ver conmigo —replicó Tomas.
Seguía habiendo eso… Un rival coreano chalado se la tenía jurada a Tomas
porque le guardaba rencor desde las Olimpiadas de hacía cuatro años,
donde hubo una disputa con los jueces que acabó con el coreano
descalificado y Tomas ganando el oro. El follón no había terminado. Es lo
que suele pasar con los follones. Una vez que metes el pie en la mierda, se
pega a tu zapato durante mucho, mucho tiempo y resulta muy difícil quitar
el resto.
—Pareces cansado, cariño —dijo Paula en voz baja, acariciándome el
brazo.
—Estoy cansado —respondí mirando el reloj—, pienso que si nos vamos
ahora, podríamos estar en la cama en media hora…
Le guiñé el ojo, pensando que todo lo que necesitaba esa noche era
tenerla lo bastante cerca para tocarla y dormir unas pocas horas. Esas dos
cosas harían que mi noche fuera perfecta.
Estaba contemplando la idea de marcharnos, pero mi chica me
sorprendió, como solía hacer.
—Entonces ¿a qué estamos esperando? —preguntó en voz baja—. Creo
que me voy a quedar dormida sobre mi plato.
La examiné y pude ver los signos de cansancio y me sentí culpable por
no haberme percatado antes. Estaba embarazada y necesitaba descanso por
partida doble. Vi ahí mi oportunidad y la aproveché.
—Buenas noches a todo el mundo. Toca recogerse. Mi mujer me está
rogando que la lleve a la cama. —Paula se quedó boquiabierta y me
golpeó en el brazo—. Y dado que soy un tipo medianamente inteligente,
creo que ahora mismo lo mejor será que le deje hacer lo que quiera. —Me
masajeé el brazo donde me había golpeado y le dije al grupo con exagerado
énfasis—: Embarazadas, siempre insaciables.
Gruñí cuando me dio una patada en el pie, pero las risas que había
obtenido habían merecido la pena.
—Estás muerto,Alfonso —me dijo mientras nos dirigíamos al coche.
—Eh, bueno, la broma nos ha sacado de ahí, ¿no? —contesté mientras
deslizaba un brazo sobre ella y me inclinaba para robarle un beso—. Y
todo lo que dije sobre ti era cierto.
Ella apartó la boca para evitar mis labios y se rio.
—Eres un idiota, y no serás tan chulito en los próximos cinco meses.
—¿Qué pasa en los próximos cinco meses? —pregunté confundido.
—¿Todo eso de la insaciable embarazada? —dijo ladeando la cabeza y
moviéndola lentamente de un lado a otro—. Eso se ha acabado. Por
completo. —Hizo un gesto tajante con las manos—. Piensa en nada de
sexo. En absoluto. Durante meses.
Vaya, esa es una idea horrible…
—Espera. ¿Estás de coña? Lo estás, ¿no?
—¡Deberías ver tu cara ahora mismo! —dijo riéndose más de mí,
encantada de haber dicho la última palabra. Sí, mi chica era muy
competitiva y no se quedaba de brazos cruzados.
—Es terrible, ¿no? —respondí rezando por que me estuviera tomando el
pelo sobre los meses de sequía, pues realmente serían una tortura.
—Sí —contestó, y deslizó una mano por detrás para agarrarme el culo
—. Y te lo mereces, incluso a pesar de que te quiera, Alfonso.
Qué afortunado soy.
—Me estabas vacilando con lo de los cinco meses, ¿no?
Ella rio de nuevo, luciendo presumida y terriblemente sexi, pero no
contestó a mi pregunta.

CAPITULO 149




Me abrazó durante mucho tiempo sin hablar. Estaba sopesando lo que
había compartido con él. Yo había aprendido que ese era su método. Que
Pedro era increíblemente honesto y franco con sus opiniones y sus
necesidades, y muy reflexivo.
—No es la sesión de fotos lo que odio. Entiendo que todos ustedes son
profesionales haciendo su trabajo. El fotógrafo solo te usa como un
objeto de su arte. Tu maravillosa imagen —dijo acariciándome con la
palma en dirección a la cadera—. Sé que el tipo de hoy no andaba detrás de
ti. Estaba viendo tu cuerpo como arte.
—Además Simon es completamente gay, no solo gay, por si no te habías
dado cuenta.
Soltó una pequeña carcajada.
—Me di cuenta, nena. Si su ropa no me había dado una pista, sus grititos
lo confirmaron.
—Pobre Simon. Le había invitado a la boda, ¿sabes? Quería llevar un
traje nuevo italiano de color verde otoño que había visto en una tienda en
Milán —dije ligeramente en broma.
—Tremendo. —Suspiró—. Le llamaré mañana y le pediré perdón.
—Gracias.
Pero Pedro no estaba exteriorizando sus sentimientos. Tenía algo más
que quería decir.
—Lo que odio es que la gente vea tu cuerpo en las fotos. Los hombres te
ven. Hombres como yo te ven desnuda y quieren follarte. Paula, esa es la
parte que odio, porque no quiero que nadie te mire así y tenga esos
pensamientos sobre ti. Te quiero solo para mí. Es egoísta, pero es así.
—Oh…
—Así que ahora sabes lo que siento al respecto —dijo tranquilo, su voz
conduciendo su honesta verdad directa hasta mi corazón.
—Te he escuchado, Pedro, y espero que tú me hayas escuchado a mí
cuando te he contado cómo me siento y por qué poso como modelo.
Se acercó a mí con sus labios, acariciándome despacio, suave,
diciéndome con el tacto, no con palabras, que me entendía. Después de un
rato bien empleado en besarme a conciencia, finalmente se echó para atrás
y me rozó la mejilla con el pulgar. Había hecho eso desde que empezamos.
Había hecho eso incluso la primera vez que me besó. Me encantaba ese
gesto.
Me preguntaba qué estaría pensando ahora. Mientras me examinaba
detenidamente con esos profundos ojos azules suyos, se apoyó de lado con
el codo para poder mirarme. Imaginaba que todavía no había terminado de
hablar. Esperé. Podía esperar toda la noche si tenía que mirarlo a él. Pedro
desnudo en la cama era una imagen de la que jamás me cansaría. Era la
belleza masculina personificada. Sus brazos, su pecho, sus abdominales y
su erótica pelvis, todo él era un delicioso festín para mis ojos.
Es divertido que él dijese lo mismo de mí. Pero mi cuerpo cambiaría a
medida que el niño creciera. Me pondría gorda, como les pasa a todas las
mujeres embarazadas. ¿Me desearía Pedro de la misma forma que lo hacía
ahora?
—Tengo que contarte algo que ocurrió hoy. Me asustó de verdad y tiene
en gran parte la culpa de lo que pasó en tu sesión de fotos… y de lo que me
sucedió a mí —dijo y me alisó el pelo detrás de la oreja.
Eso tiene más sentido. Debería haber sabido que algo había sacado a
Pedro de sus casillas de forma irracional. Algo le había pasado para
desencadenar ese comportamiento.
—De acuerdo…, cuéntamelo.
En la oscuridad de la habitación, compartió conmigo los últimos
sucesos: las fotos del acosador que había recibido y el conocimiento de que
esa persona era americana y que había estado todo el tiempo
observándome. Observándonos y sacando fotos de nuestros movimientos
diarios. Ahora estaba realmente asustada… y entendía mejor por qué Pedro
había estado tan aterrorizado e irracional durante la sesión de fotos. Esta
situación no estaba mejorando. Estaba empeorando. A saber qué les
detendría. O incluso si yo superaría esto con vida. Todo lo que podía hacer
era pensar en mi bebé y en Pedro y saber que haría lo que fuese, cualquier
sacrificio, con tal de superar esto juntos.
Hablamos sobre seguridad y sobre GPS, protección y precauciones.
Todos los medios que garantizaran mi seguridad en las próximas semanas,
hasta que la boda pudiera celebrarse y toda la atención de Pedro se centrara
únicamente en mí. Me explicó las cosas claramente y yo le escuché. Los
dos terminamos entendiéndolo y cuando volví a quedarme dormida lo hice
contra su pecho, con sus fuertes brazos rodeándome. Sabía que estaba en
las mejores manos en las que podía estar y que el hombre que me abrazaba
además me amaba. Pedro me necesitaba tanto como yo a él.
Al menos sacamos eso en claro.