viernes, 14 de marzo de 2014

CAPITULO 113



Por favor, dame fuerzas para hacer esto, recé. Lo único que pude ver fue
la cara de Pedro antes de que cerrara la puerta. ¿En qué estará pensando
ahora? Probablemente desearía no haberme conocido nunca. Me sentía tan
avergonzada y estúpida… Aunque eso no cambiaba lo que sentía por él. Le
quería igual que antes. Solo que no sabía cómo íbamos a enfrentarnos a
algo así y sobrevivir como pareja. ¿Cómo podríamos?
Abrí el grifo y bebí unos cinco litros de agua, me enjuagué la boca y me
lavé la cara. Parecía la novia de Frankenstein de la película antigua en
blanco y negro. Mis ojos eran aterradores, tan abiertos como los de Elsa
Lanchester en aquel filme. Quería fingir que esto no estaba pasando, pero
sabía que no podía. Así es como piensa una niña, pero ¡yo no soy una niña!
Voy a cumplir veinticinco años dentro de dos meses. ¿Cómo puede una
persona cometer tantos errores en veinticinco años?
Agarré la caja del test y la abrí. Me temblaban las manos mientras
sostenía la prueba de embarazo y las instrucciones, que estaban clarísimas.
Signo negativo: «No estás embarazada», y signo positivo: «Estás
superembarazada, zorra irresponsable». Sentí otra vez esa sensación de que
mi cuerpo parecía querer irse flotando. Cerré los ojos y respiré, intentando
recomponerme para seguir adelante, y entonces escuché la metódica voz de
Pedro al otro lado de la puerta. Estaba hablando por teléfono, casi seguro
que de trabajo. De repente me entró la risa tonta por lo absurdo de la
situación. Yo estaba aquí dentro haciéndome un test de embarazo y él al
otro lado siguiendo tranquilamente con su vida. ¿Cómo diablos podía
hacerlo?
Miré a mi alrededor, a las preciosas paredes de mi prisión, y entonces la
vi. Una puerta. No creo que la utilizaran nunca, pero eso no significaba que
no se pudiera usar. No pensé, tan solo hice lo que deseé hacer cuando Delfina
lo mencionó de pasada.
Salí corriendo.

CAPITULO 112




El tiempo pasaba lentamente mientras esperaba a que saliera. Mi temor
crecía con cada minuto que pasaba. Miré el móvil para ver si tenía
mensajes y estaba respondiendo a algunos de ellos cuando recibí uno de
Pablo: «Tengo noticias de Fielding. Denuncia de desaparicion».
Marqué y esperé a que lo cogiera, mientras miraba fijamente la puerta
del baño y me preguntaba qué estaba pasando ahí dentro. Mi mente se puso
en alerta cuando accioné el modo protector.
—Jefe.
—¿Desaparición? ¿Fielding está desaparecido? Por favor, dime que no
es cierto.
Pablo suspiró.
—Sí, la denuncia la pusieron sus padres hace solo unos días. Viven en
algún lugar del noreste; Pensilvania, creo. El último contacto confirmado
es del 30 de mayo. Según la denuncia, no fue a trabajar. Su apartamento
está limpio. Se dejó el pasaporte y no hay pruebas de una huida
precipitada. El consulado, por supuesto, no tiene ningún registro de viajes
fuera de Estados Unidos.
—Joder, eso no son buenas noticias, tío.
—Lo sé. Las posibilidades son infinitas. Su padre sospecha que se trata
de juego sucio, y así lo ha hecho saber en las entrevistas a los periódicos.
—Apuesto a que el equipo de Pieres está encantado con la cobertura —
dije con sarcasmo.
—Sin embargo, no ha hecho ninguna acusación. No menciona al senador
Pieres, así que no se han relacionado a Montrose y Fielding con Facundo Pieres.
—Entonces extrapolemos esto. El avión del congresista Woodson se
estrella a principios de abril. El nombre de Pieres empieza a sonar como
sustituto casi de inmediato. Montrose se mete en una pelea en un bar y
recibe múltiples puñaladas en el cuello y el pecho el 24 de abril. El muy
cabrón muere dos días después en el hospital. Miguel Chaves se pone en
contacto conmigo y yo empiezo a trabajar aquí el 3 de mayo con Paula en
la Galería Andersen. La última vez que Fielding es visto es a finales de
mayo. Todo está tranquilo durante un mes. El mensaje de ArmyOps17 al
móvil de Paula llega anoche, el 29 de junio.
—Sí.
—¿Qué te dice tu instinto sobre Fielding? Tú has visto los informes.
—Yo creo que está muerto en algún hoyo en alguna parte o quizá en el
Pacífico alimentando a los peces.
—¿Crees que está relacionado con Pieres?
—Es difícil de saber. Luciano Fielding tenía problemas con las drogas.
Cocaína, aparentemente.
Una de las razones por las que Pablo y yo trabajábamos tan bien juntos
era porque nuestros modos de razonamiento estaban muy bien
sincronizados. Pablo no era muy hablador. Decía lo necesario y no rellenaba
la conversación con estupideces inútiles. Solo hechos. Y sus instintos
daban en el clavo, así que cuando decía que no lo sabía, eso significaba que
las cosas todavía no encajaban.
—Está bien. Tenemos a dos de los autores del vídeo fuera de juego, uno
muerto y otro desaparecido. El tercero está de servicio activo en Irak y es
un sospechoso muy improbable. El mensaje llegó desde dentro del Reino
Unido y de alguien que había visto el vídeo en algún momento, puesto que
sabía la canción que aparecía en el original.
—Eso parece correcto.
—¿Cómo ves un viajecito a California?
—Podría hacerlo. Puedo currarme el bronceado y matar dos pájaros de
un tiro.
—De acuerdo entonces. Dile a Francisca que te lo arregle para principios
de la semana que viene. No quiero que te vayas hasta que yo no vuelva a la
ciudad.
—¿Cómo se encuentra Paula? Espero que esté mejor —preguntó Pablo
en voz baja.
Gemí al teléfono y traté de pensar qué contestar. ¡No le voy a contar
nada!
—Eh…, aún está enferma. Pero Angel la está ayudando. —Le dije adiós
de manera apresurada y corté rápido la llamada. Podría hablar de trabajo
todo el día, pero no tenía ninguna experiencia con las cosas personales ni
deseaba ponerme a hablar del tema.
Miré el reloj y me dirigí a la puerta. Habían pasado veinte minutos desde
que la cerró. Ahora parecían siglos. Toqué con los nudillos un par de veces.
—¿Paula? ¿Puedo pasar?
Nada.
Agité el picaporte y volví a decir su nombre, esta vez más alto.
Silencio.
Pegué la oreja a la puerta y escuché. No podía oír nada de lo que estaba
pasando dentro del baño y empecé a imaginarme la distribución de la
habitación. Después de todo, conocer la estructura de los edificios y la
forma más rápida de salir de ellos es parte de mi trabajo. A veces cuando
ves las cosas claras de repente es aterrador. Esa fue una de esas ocasiones.
El solárium lindaba con el baño al otro lado de la casa.
Entonces lo supe. Lo supe antes de que me llegara el mensaje al móvil
un momento después: «Tengo q hacerlo… lo siento mucho. WATERLOO».

CAPITULO 111



Vomitar la noche anterior había sido raro, porque tan pronto como
vomité fue como si no me hubiese pasado nada en absoluto. Lo mismo
había pasado esta mañana en el desayuno. Tenía mucha hambre y luego,
cuando llegó la comida, solo quería una tostada. Ahora que lo pienso, en
ese momento tenía el estómago débil. Ese sándwich de carne asada del
almuerzo no me había sentado bien. También me dolían los pechos. Había
dormido siestas los últimos dos días.
Todo se iluminó y tomó forma en un instante de entendimiento y
apareció una terrible ansiedad. ¿Por qué estaba Pedro tan tranquilo?
También debería estar en shock si esto fuera verdad.
—No puede ser cierto. No puede ser —le dije a nadie en particular.
—Recuerda lo que te he dicho, Paula —pidió él algo nervioso.
Alargué la mano y él la cogió, yo estaba demasiado abrumada para
contestarle. ¿Qué podía decirle de todas formas? ¿Siento que mis píldoras
anticonceptivas hayan fallado? ¿Soy un desastre y siempre lo he sido, así
que por qué no quedarme preñada para joderme la vida un poco más? O: sé
que esto es complicar tu estresante vida, Pedro, lo siento muchísimo de
verdad, pero estamos embarazados.
Tragué con ansiedad. La acuosa saliva se me empezó a acumular en la
garganta. Vino más, y luego más, y supe que iba a vomitar otra vez. Me
esforcé por controlar los efectos de las náuseas, que me sorprendieron así
de repente.
Perdí.
A trompicones, corrí hacia el baño más cercano mientras mi mente
intentaba desesperadamente recordar el plano de este enorme laberinto de
casa. Con la mano sobre la boca, me tropecé con el aseo situado junto al
solárium y me lancé sobre el inodoro. Vomité hasta que ya no quedó nada
que expulsar.
Quería huir.

Era la segunda vez que estaba en esta situación con mi chica en menos de
veinticuatro horas y era una mierda. Sobre todo para ella. Hablar parecía
no servir de nada, así que no lo hice. Solo le sujeté el pelo y la dejé
concentrarse en echar lo que tuviera en el estómago. Mojé un trapo con
agua fría del lavabo y se lo pasé. Ella lo cogió, se lo puso en la cara y
gimió. Me sentí un completo inútil. Tú le has hecho esto y te odia por ello.
Mi cuñado llamó a la puerta, que estaba abierta.
—Visita a domicilio —dijo amablemente.
—¿Puedes darle algo, Angel?
Paula se quitó el trapo de la cara; estaba pálida y a punto de llorar.
Angel sonrió.
—Te puedo dar un antiemético, pero será solo sintomático.
—Por favor —contestó ella, mientras asentía con la cabeza.
—¿Qué significa eso de solo sintomático? —pregunté yo.
Angel se dirigió a Paula.
—Querida, no me siento cómodo dándote un tratamiento si no tenemos
la confirmación. ¿Estás preparada para hacerte el test? —le inquirió con
cariño—. Entonces lo sabremos seguro y tú y Pepe podran decidir qué es lo
mejor para los dos. Pero antes necesitamos esa prueba. —Hizo un gesto
rápido de aprobación con la cabeza.
—Vale. —Eso fue todo lo que ella dijo, y le habló a Angel, sin ni siquiera
mirarme. Parecía bastante fría y algo distante, como si ahora fuésemos
extraños. Eso dolía. Quería desesperadamente que me mirase a los ojos,
pero no lo hizo. Solo se sujetó el trapo mojado en la cara y mantuvo los
ojos clavados en la pared.
Angel dejó dos test de embarazo en la encimera del lavabo. Luciana me
había ayudado a elegirlos antes en el pueblo, porque yo no tenía ni idea de
lo que hacía. Después de esa conversación con mi hermana, me había
convencido de que tenía que comprarlos. La situación era surrealista. De
verdad que lo era. Aquí estábamos los tres, de pie en un cuarto de baño
intentando fingir que esto era un procedimiento estándar cuando, en
realidad, era un desastre. Mi Paula prácticamente obligada a punta de
pistola a hacerse un test de embarazo sorpresa y yo descubriendo su pasado
y la otra vez que estuvo embarazada.
¡JODER! Quería volver a darle un puñetazo a la pared pero en este lugar
no me atrevía. Estas paredes eran demasiado caras.
Un montón de ideas locas me inundaron el cerebro. ¿Y si me odia por
dejarla embarazada? ¿Y si esto rompe nuestra relación? ¿Y si quiere
abortar? ¿Y si después de todo ni siquiera está embarazada y esto la
espanta? Estaba aterrorizado pero con todo quería saberlo. Ya. Necesitaba
respuestas.
—Bien —dijo Angel—, hablaremos en un rato y trataremos de hacer que
te sientas mejor, querida. —Salió despacio de la pequeña habitación pero
volvió sobre sus pasos para decir algo más. Y allí estaba Angel, rígida,
mirando al suelo como un animal acorralado. Me rompió el corazón
presenciarlo. Vaya que si lo hizo—. Paula, estamos aquí para ayudarte y
apoyarte en todo lo que podamos. Lo digo en serio y sé que Luciana
también.
—Gracias —contestó con voz tímida.
Cuando Angel se fue nos quedamos solos. Paula no se movía, seguía ahí
de pie. Era incómodo. Quería tocarla pero me daba miedo.
—¿Paula?
Levantó los ojos y tragó; estaba abatida y pálida. En cuanto me acerqué
a ella dio un paso atrás y levantó la mano para mantenerme alejado
—Ne… necesito estar sola… —Le temblaba el labio inferior mientras se
atragantaba con las palabras. Tan diferente a cuando se elevaba en una
sonrisa sexi. Paula solía sonreír mucho más que yo. Se le iluminaba la
cara cuando lo hacía. Cada vez que sonreía, hacía que yo también quisiera
sonreír. También conseguía que quisiera muchas cosas que nunca antes me
habían importado. Pero ahora no estaba sonriendo. Estaba aterrorizada.
Me mataba verla así.
—Cariño, recuerda lo que te he dicho. —Salí del baño aunque no quería
hacerlo. Deseaba estar a su lado cuando lo averiguara. No quería dejarla
sola. La quería en mis brazos diciéndome que me amaba y que podíamos
hacer esto juntos. Ahora mismo necesitaba eso de ella y sabía que no lo iba
a conseguir. —Me miró a los ojos cuando empezó a cerrar la puerta
despacio—. No lo olvides —dije justo antes de que la cerrara, y me quedé
frente a una elegante puerta tallada en lugar de estar frente a mi chica, que
estaba pasándolo mal al otro lado.