viernes, 28 de marzo de 2014

CAPITULO 159






Cuatro semanas después…

Por lo que he oído, tengo que darles la enhorabuena a los dos. —El doctor
Burnsley levantó la vista de entre las piernas de Paula, donde estaba
utilizando la sonda-plátano otra vez. Me di cuenta de que definitivamente
estaba celoso de la sonda. Esa maldita cosa estaba viendo más acción que
mi pene últimamente. Paula quería mantener la castidad en el dormitorio
durante las dos semanas previas a nuestro enlace para que la noche de
bodas fuese un poco más especial. La idea más ridícula que había
escuchado nunca, pero joder, yo hacía lo que me decían. Casi siempre.
—Así es. En nuestra próxima visita ya no será la señorita Chaves. De
ahora en adelante será la señora Alfonso. —Le guiñé el ojo a Paula.
Ella articuló las palabras: «Te quiero».
Yo también te quiero, preciosa. Pensé mis palabras.
—Muy buenas noticias entonces —dijo el doctor Burnsley, que ahora
estaba mirando el monitor y había encontrado la mancha negra en la
extensión blanca con el latido de un corazón, solo que nuestra mancha
había crecido de forma considerable y ya no parecía una manchita ni de
lejos. Mis ojos se quedaron fascinados, veía brazos, piernas, manos y pies,
que se movían sin parar. Nuestro bebé estaba ahí dentro convirtiéndose en
una personita—. Todo parece estar progresando muy bien. El bebé está
creciendo sano, ya es aproximadamente del tamaño de…
—Un melocotón —informé al buen doctor.
Él giró la cabeza con incredulidad y sorpresa.
Paula se rio por lo bajo pero mantuvo los ojos en la pantalla, mientras
observaba los ejercicios de gimnasia que nuestro pequeño estaba
realizando de forma brillante para nosotros.
—Sí, pesa alrededor de doscientos veinticinco gramos y ya está
desarrollando los dientes y las cuerdas vocales. —Le sonreí al doctor—. Y
Paula ha completado el primer tercio de su embarazo y está ahora
oficialmente en el segundo trimestre.
—Alguien ha estado leyendo —dijo el doctor Burnsley con un perplejo
levantamiento de su canosa ceja.
—Embarazo puntocom, doctor, una fuente brillante. —Le guiñé el ojo a
él también, pero no creo que le gustase demasiado.


Tres horas después…

Estábamos oficialmente de vacaciones.
¿Las maletas hechas y cargadas? Hecho.
¿El Range Rover lleno a reventar con todo lo que podríamos necesitar
durante nuestro viaje para la boda en Hallborough… y un poco más?
Hecho.
¿La novia? Hecho. Por supuestísimo.
Mi chica estaba tan apetitosa como siempre con su vestido morado de
flores y su pelo recogido en un moño descuidado. Me gustaba cuando lo
llevaba así porque me hacía pensar en soltárselo y pasar las manos por él
cuando estuviésemos desnudos en la cama. Pronto…
—Entonces ¿estás preparada para que te pongan los grilletes, señorita
Chaves? Última oportunidad para pasar de esta fiesta de famosos y fugarte
conmigo —bromeé mientras tiraba de ella contra mi pecho y le colocaba
un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Mmm, ¿de quién dices que fue la idea? —preguntó de manera
burlona.
—Solo di una palabra y no tenemos que hacerlo, nena. —Iba en serio:
me echaría atrás si eso era lo que Paula realmente quería, pero tío, mi
hermana me mataría una y otra vez.
—No, no, no, señor Alfonso. Tú organizaste esta boda tan pija a la
que van a venir la realeza y dignatarios a comer platos de alta cocina y a
beber champán del caro a la histórica casa rural de tu hermana. —Levantó
una ceja—. Y ahora tienes que cumplir con todo eso. —Se agarró de mi
camiseta—. Recogemos lo que sembramos.
—Cierto.
—Además, quiero verte esperándome de pie en el altar, tan guapo con
esos ojos azules tuyos solo para mí.
—Joder que sí, solo para ti. —La besé concienzudamente, probé su
delicioso sabor y pensé en que tenía el resto de mi vida para disfrutarlo.
Ella sonrió y negó ligeramente con la cabeza.
—Esa boca…
—Te encantan las cosas que te hago con esta boca…
—Mmmm, muchísimo. —Sonrió—. Tienes razón, señor Alfonso —
Alisó el trozo de mi camiseta del que se había agarrado y me hizo sonreír.
Paula hacía eso cuando hablaba de sus sentimientos como ahora mismo.
Me parecía increíblemente sexi, pero todo en ella me lo parecía. Sobre
todo desde que llevaba demasiados días sin estar dentro de ella. Solo
cuarenta y ocho horas más de este sinsentido sin sexo, gracias a Dios. ¿Y
luego? Bueno, vendría la luna de miel, ¡allá vamos! Definitivamente habría
montones y montones de orgasmos también en ese viaje. Una villa italiana
en la costa, apartada, privada, nada más que tiempo para hacer el amor,
comer, dormir, nadar en el mar y hacer más el amor. Creo que podría hacer
eso el resto de mi vi…
—Además, tengo un bonito vestido y un velo para esta fiesta country. —
Me miró y me guiñó un ojo—. Lo has pagado tú.
—¿Fiesta country? ¿Qué clase de palabra yanqui es esa?
—Una muy apropiada, de hecho. Significa una fiesta campera con
música, baile y violines. —Hizo un rápido gesto de violín en el aire—. Sé
que este tipo de fiestas solo se dan en el campo, y además has contratado a
David Garrett. No hay ningún violinista mejor que él, por cierto, y no hablo
solo de sus habilidades musicales, Alfonso, así que sí, nos has
organizado una buena fiesta country a la que tenemos que asistir. Más te
vale empezar a mover tu sexi trasero británico para ponernos en camino.
—Conque te gusta David Garrett, ¿eh?
Fingió que se lo estaba pensando, puso cara de mala y se dio un
golpecito en la barbilla con el dedo.
—Una dama nunca cuenta esas cosas.
—¡Fabuloso, joder! ¡Mi mujer está a punto de dejarme por el violinista
de mi propia boda! Genial. —Saqué el móvil—. Disculpa, tengo que llamar
a David Garrett para cancelar su invitación a nuestra bo…
—Ni se te ocurra —me interrumpió seriamente—. ¡Si vamos a
tener a todos esos famosos en la boda, tengo derecho a elegir al menos a
unos cuantos de ellos como mis favoritos! Es lo justo.
Fingí estar celoso.
—¿Así que vas a aguantar todo el alto standing solo por el violinista? —
Mi pregunta era en broma, pero había algo de verdad en ella.
Resultaba irónico comprobar cómo el plan que puse en marcha solo por
su seguridad y protección había resultado ser innecesario después de todo.
Paula ya no necesitaba la posición de famosa de alto standing porque su
acosador estaba muerto, recibiendo el castigo eterno que tanto merecía.
Nunca averiguamos exactamente qué le pasó a Bruno Westman, pero yo
tenía una teoría muy buena. Después de que mi padre nos alejara en coche
de la escena, Pablo, Tomas y Leo se quedaron a investigar. Mi primera
prioridad era poner a Paula a salvo por encima de todo, y había visto
muchos cadáveres como para reconocer uno cuando lo veía. Westman
murió en el acto por el disparo de una bala de alto calibre en la cabeza.
Sin embargo, lo que sucedió allí fue extraño. Lo había deducido casi
todo y dudaba mucho de que fuese a haber nunca una confirmación por
parte del senador, pero Tomas me había dicho que cuando fue a recoger la
flecha que había lanzado, alguien se había llevado el cuerpo. Fue cuestión
de segundos. Solo los profesionales son capaces de llevar a cabo una
operación de ese tipo. Pablo y Leo volvieron a rastrear a la mañana siguiente
y allí no había nada. Habían limpiado hasta la sangre. Ni rastro de nada.
Paula había mencionado que todo el lugar mostraba una tranquilidad
demasiado siniestra y que no había visto ni una sola persona en el hotel, lo
cual no tenía sentido con los Juegos Olímpicos en marcha. Eso
prácticamente confirmaba que había gente involucrada de las más altas
esferas. El Servicio Secreto de Estados Unidos, lo más seguro. Westman
era hombre muerto incluso antes de llevarse a Paula del piso.
Desastre evitado, pero aun así faltó el canto de un duro. Todo este
desastre había pasado por una razón. Muy extraño, pero cierto. Si Westman
no hubiese empezado a acecharla no nos habríamos conocido, ni habríamos
empezado a salir, ni estaríamos a punto de casarnos y tener un hijo. A
veces se me escapaba de la razón, aunque fuese nuestra realidad. Intentaba
no pensar en esa parte.
Paula ahora era libre para vivir una vida normal, sin nadie ahí fuera
tramando secuestrarla o hacerle daño o molestarla en ningún aspecto, y ese
era mi mejor regalo. Gracias al cielo… y a un ángel muy especial en
particular.
—¡Pedro! —Me estaba mirando con el ceño fruncido.
—¿Sí? —pregunté mientras pasaba el pulgar entre sus cejas para alisar
las líneas de su expresión.
—No me estás escuchando. Te he contestado y estabas ausente, como
soñando.
—Lo siento. ¿Qué has dicho?
Me echó una mirada y luego empezó con lo de agarrar y alisar la
camiseta otra vez.
—Lo que estaba diciendo es que… aguantaría cien de estas ridículas
bodas de famosos si eso significara que me estaba casando contigo. —Sus
ojos marrones/verdes/grises se encontraron con los míos—. Mereces tanto
la pena, señor Alfonso.
Pasó un buen rato antes de que saliésemos a la carretera camino de
Hallborough.

CAPITULO 158



Los acontecimientos y las secuencias se habían unido en perfecta armonía,
pero cerca no era suficiente para lo que necesitaba ahora mismo y no lo
sería hasta que la tuviera a salvo y de nuevo en mis brazos.
Mi padre había sabido exactamente dónde encontrar el campanario en el
instante en que le enseñé la foto de Paula, como intuí que lo haría. Nadie
conocía la ciudad de Londres mejor que él. En la iglesia parroquial de San
Juan de Notting Hill se alzaba la torre que ella veía por la ventana. Mi
padre me dijo que debía de haber hecho la foto desde Lansdowne Crescent.
Eliana llamó a Pablo en el coche mientras circulábamos a toda pastilla
por calles laterales y confirmó la ubicación de Paula en Notting Hill… y
quién se la había llevado. ¿Bruno Westman? Eso no me lo esperaba, y tuve
que luchar contra el pánico que crecía en mi interior. Lo único que me
ayudaba a seguir en pie en ese momento era saber que Westman antaño se
había sentido atraído por Paula. Si la quería para él, entonces había más
probabilidades de que aún estuviese con vida. Al menos ahora rezaba por
eso con todas mis fuerzas.
Eliana también me reenvió el mensaje que Paula escribió en su
Facebook y tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no derrumbarme. Voy 
por ti, nena. Una vez más, la genialidad de Paula para resolver problemas
me deslumbró. Eso sí que era eficacia bajo presión. Puede que se hubiera
equivocado de vocación y debiera estar trabajando para el Servicio Secreto
de Inteligencia en lugar de restaurando arte.
Incluso la divisé saliendo del edificio mientras derrapábamos. Corrió
hacia mí y gritó mi nombre. Mi chica se encontraba viva y corría a mis
brazos. Estaba a punto de recuperarla, de poder volver a tocarla, de besarla
de decirle que ahora ella lo era todo para mí.
Pero ese chupapollas de mierda apareció y le puso las manos encima. La
agarró y le puso un cuchillo afilado en su precioso e inocente cuello. No
había peor horror para mí que ver a mi chica con un cuchillo amenazando
su garganta. Amenazando su vida.
Bruno Westman era hombre muerto. Mi misión en la vida era ver eso
hacerse realidad, incluso si tenía que morir yo con él para conseguirlo.
Mientras Paula saliera ilesa podría vivir con mi decisión. O morir con
ella.
—Sabes que no puedes hacerle daño, Westman. Sea lo que sea lo que
quieres, lo tendrás. ¿Dinero? ¿Una forma segura de salir de Gran Bretaña?
¿Ambas cosas? Puedo conseguírtelo, pero tienes que soltar a Paula.
Qué pena que esté mintiendo y planeando tu muerte, hijo de puta.
—¡No tengo por qué hacer nada de lo que tú me digas, Alfonso! —
chilló.
—El mundo no es lo bastante grande como para que te escondas si le
haces daño. Ya está fuera de tu alcance, Westman. Es intocable para ti. Si
la matas te reunirás con ella en cuestión de segundos. No creas que mis
amenazas no son reales. Mira a tu alrededor. Estás rodeado. Te están
apuntando…
Westman fue preso del pánico tal y como yo esperaba y comenzó a
estirar el cuello frenéticamente para girar la cabeza en busca de
francotiradores preparados para derribarlo. Era la oportunidad que
necesitaba, una distracción lo bastante prolongada como para restablecer el
orden.
Se presentó mi ocasión, y la indecisión estaba descartada. No aparté los
ojos de Paula mientras me abalancé para derribarlo. Si este era mi final,
quería que la última imagen que me llevara de este mundo fuera de ella.
Sentí un silbido y una ráfaga de aire junto a mi mejilla. Un destello de
luz se propagó hacia fuera en mi visión periférica izquierda. Tenía una idea
de lo que era lo primero. No quería imaginar lo que era lo segundo. O de
quién.
Se escuchó el sonido metálico del cuchillo al caer al empedrado del
patio. El ruido sordo de un impacto sobre alguien. Un gemido involuntario.
Un grito. Luego los tres caímos al suelo en una maraña de cuerpos. Solo
tenía un propósito y era coger a mi chica, y no tardé más de un instante en
hacerlo. Me alejé rodando con ella y miré a nuestro alrededor y arriba. No
vi a ningún francotirador en ninguna de las pasarelas, pero si eran
profesionales no debería verlos.
Westman estaba tendido boca arriba en los adoquines y le salía sangre
de un lado de la cabeza. Esperaba que la bala que acababa de recibir en el
cráneo hubiese sido dolorosa, pero probablemente ni se habría enterado.
Qué pena no poder darle las gracias a la persona que le disparó.
—¿Estás bien, nena?
—¡Sí!
Fue suficiente. Me llevé a Paula conmigo y salí en desbandada del
patio. Simplemente corrí con ella, sin molestarme en preguntarme cómo
era posible que no me hubiesen dado o que mi cuerpo estuviera intacto.
Estaba bastante seguro de que acababa de esquivar una bala y por poco no
me había alcanzado la flecha lanzada con el arco de Tomas. Pero ¿de dónde
había venido la bala? ¿Había eliminado el Servicio Secreto a Westman en
una operación secreta? Ahora no era el momento de especular, eso ya
llegaría después, y sabía que mis chicos averiguarían todo lo que hubiera
que saber. Tenía una preciosa mercancía en mis brazos y ella era todo lo
que me importaba.
Corrí con ella hasta mi coche la metí en el asiento de atrás y entré tras
ella. Mi padre nos esperaba allí preparado, gracias a Dios. No, gracias a
mamá. Le dije a mi padre que nos sacara de allí y nos llevara a casa.
Eché una ojeada a Paula en el asiento de atrás. Le miré el cuello,
mientras le agarraba la cara con las dos manos, y no vi sangre.
—Estás bien…, de verdad estás bien, ¿a que sí? —balbuceé como un
idiota y seguro de que no estaba siendo coherente. Quería quedarme
mirándola para siempre y no alejarme de sus ojos nunca. Sus ojos me
decían que estaba viva. ¡Paula estaba viva!
Ella asintió con la cabeza con mis manos aún en las mejillas, mientras
sus ojos húmedos me miraban con preciosas lágrimas vidriosas.
—Me has en… encontrado —tartamudeó—, estoy bien, Pedro…
—Te dije que siempre te encontraría… y esta noche tú lo has hecho
posible —susurré contra sus labios—. Lo has hecho tú.
Primero le di las gracias al ángel que tenía en el cielo y luego abracé
fuerte a Paula y la apreté contra mi corazón. Su corazón y el mío latían
juntos, en el asiento de atrás de mi Range Rover, el mismo sitio donde
empezamos la noche que nos conocimos a principios de mayo cuando la
convencí de que me dejara llevarla a casa. Y menudo viaje habíamos
realizado en los últimos meses. Lleno de baches y de giros inesperados,
pero al final todo había merecido la pena por este momento y por donde
nos dirigíamos ahora mismo, hacia un futuro juntos.
Me aferré a ella todo el camino de vuelta a casa. Mi gran amor, que casi
perdí, estaba a salvo en mis brazos y simplemente no podía soltarla.
No hablé mucho durante el trayecto. Cuando mi padre se metió en el
aparcamiento del edificio le di las gracias por su ayuda y le dije que le
llamaría más tarde. Llevé a Paula en brazos a la entrada del ascensor del
garaje.
—Puedo andar —dijo apoyada contra mi pecho.
—Lo sé. —La besé en la parte de arriba de la cabeza—. Pero ahora
mismo necesito llevarte en brazos.
—Lo sé —susurró ella, y luego juntó su mejilla con la mía, cerró los
ojos y respiró hondo. Estaba inhalando mi aroma. También entendía su
necesidad de hacerlo.
La parte acerca de protegerla y estar alerta seguía siendo verdad. Tendría
que hacer esto por ella siempre, mientras mi cuerpo tuviera fuerzas para
ello. Sujetar a Paula cerca de mi corazón era necesario para mi…
existencia. Esto sí que era necesitar a otra persona. Para mí no podía ser
más fuerte. Si las cosas hubiesen sido distintas, si las consecuencias se
hubiesen vuelto trágicas, entonces mi tiempo en este mundo habría tocado
a su fin… y lo demás ya no importaría. Y no querría que fuese de ninguna
otra manera. Paula era mi vida. Adondequiera que fuera, necesitaba estar
allí con ella.
Aún no habíamos hablado mucho, pero a ninguno de los dos nos
molestaba lo más mínimo. La llevé hasta el baño y abrí la ducha. La dejé
en la encimera y le quité primero los zapatos y luego la camiseta, y seguí
prenda a prenda hasta que se quedó desnuda, preciosa y perfecta. La
examiné de forma minuciosa y lo único que vi fue su maravillosa piel,
afortunadamente sin señales de maltrato. Luego hice lo mismo con mi ropa
y metí a Paula en la ducha.
Simplemente nos quedamos de pie bajo el agua, nos abrazamos el uno al otro… y dejamos que el agua se llevara todo.

CAPITULO 157



Mi primer instinto fue arrancar la lámpara de la pared y ponerme a
golpear a Bruno con ella en la parte de atrás de la cabeza. No sé cómo no lo
hice. Quería hacerle daño, hacerle sufrir y que agonizara durante mucho,
mucho tiempo antes de morir. Nadie podría imaginar todo el mal que le
deseaba. Tendría que mantenerlo enterrado dentro de mí para siempre. Sin
problema.
Llevó un tiempo, pero al final llegó el momento. Bruno se aburrió en
nuestra pequeña prisión y se puso a mandar mensajes de texto a alguien o a
jugar a algo, no sabría decirlo. Así es como supe que tenía su teléfono y
dónde estaba. Tendría que quitárselo en algún momento y utilizarlo para
llamar al único número que recordaba, el número de teléfono que tenía
desde mi traslado a Londres hacía cuatro años. No me sabía ningún otro
número de memoria más que ese.
Pensé en cómo podía conseguir el iPhone de Bruno. Con el tiempo me di
cuenta de que la única forma era escarbar en el fondo de mi psique y
averiguar hasta qué punto estaba dispuesta a apostarlo todo, como diría
Pedro. A apostarlo a todo o nada. A estudiar cuidadosamente los riesgos, o
las consecuencias. A intentar ganar, y a estar dispuesta a perderlo todo.
La ira sería el vehículo que me llevaría hasta allí.
—Has matado a mi padre, maldito hijo de puta —dije en voz baja.
Él levantó la vista de la pantalla y me miró fijamente.
—Se lo merecía. Lo odiaba desde hacía mucho tiempo por no dejarme
verte después de lo que pasó. Te mantuvo oculta de tus amigos, y de mí.
Yo quería ayudarte y estar ahí cuando me necesitaras. Cada vez que trataba
de hablar contigo, el capullo de tu padre me lo impedía.
—Me estaba protegiendo para que no me hicieran más daño. ¡Era su
responsabilidad como padre, gilipollas! —Dejé que mis emociones
crecieran en mi interior—. ¡Me quería!
—Sí, bueno, pues se interpuso en mi camino. Matarlo ha hecho que mi
plan funcione mejor. Pieres estaba acojonado en el funeral. ¿Viste cómo
sudaba?
—No —contesté—, estaba llorando por mi padre, pedazo de cabrón
desalmado.
Bruno me sonrió con suficiencia y me dieron ganas de sacarle los ojos con
una cuchara.
—No como tu padre cuando lo liquidé. El muy hijo de puta se mantuvo
frío, incluso cuando supo lo que iba a pasar. —Bruno me miró de forma
despectiva—. Dijo tu nombre con su último…
No pude aguantar el grito agonizante que salió de mi corazón cuando
escuché sus palabras indiferentes, pronunciadas como una ocurrencia de
último momento. Era demasiado para asimilarlo. Mi padre había muerto
sabiendo lo que Bruno había planeado para mí.
—No estés tan disgustada, Paula. Le dije a tu padre que yo cuidaría de
ti —añadió en un tono arrogante, y luego me dio la espalda.
¡Gracias, puto monstruo!
Dicen que bajo la influencia de un subidón de adrenalina, los humanos
son capaces de realizar grandes proezas físicas. Madres que levantan
coches para salvar a sus hijos y cosas así. No sabía si ese efecto se me
podría aplicar a mí, pero no me importaba. Era hora de golpearle con la
lámpara, mi mejor opción de las que tenía a mano. Una base sólida como
una roca que resolvería el problema si no se hacía añicos por la fuerza que
iba a utilizar.
¡Ahora mismo!
Agarré la maldita lámpara y me abalancé con ella con todas mis fuerzas
sobre la parte de atrás de la cabeza de Bruno.
Había hecho lanzamiento de peso en el instituto, y lo hice ahora. La
clave era el impacto junto a una perfecta precisión y fuerza bruta. Bruno
cayó como una piedra en un estanque. Tal vez las historias sobre madres
que levantan coches sí que encajaban conmigo.
Yo era madre, y le recordé a Bruno ese hecho tan importante.
Recogí su teléfono del suelo e hice lo primero que se me ocurrió. Lo
saqué por la ventana y tomé una foto de la línea del horizonte. Y luego la
mandé a mi antiguo número de teléfono.
Esperaba haber matado a Bruno, porque eso era exactamente lo que se
merecía, pero no podía estar segura y no quería quedarme para averiguarlo.
Iba a salir de allí.
Perdí un precioso minuto en la puerta porque Bruno había puesto una
cadena de seguridad en la parte de dentro que me costó unos cuantos
intentos abrir, ya que me temblaban mucho las manos. Sabía que
estábamos en un tercer o cuarto piso y que tenía que bajar a la calle para
estar a salvo, pero cuando salí del apartamento me encontré en un pasillo.
Este lugar era un desastre de planificación arquitectónica. Más bien una
total falta de planificación. Busqué a mi alrededor la mejor forma de salir.
La forma más rápida.
Las esquinas y las escaleras me recordaban al hotel Mision Inn de
Riverside que había visitado con mis padres de pequeña. Podías seguir
diferentes caminos y terminabas dando vueltas sin sentido, escaleras arriba
y abajo que te devolvían a donde ya habías estado. ¿Dónde estaban los
ascensores en este lugar?
Pensé en Pedro y me pregunté otra vez si habría entendido mi mensaje
de texto y cómo iba a poder encontrarme. Luego me acordé de la cosa esa
del GPS de la que habíamos hablado y se me ocurrió en un abrir y cerrar de
ojos: ¡Facebook! En Facebook podías publicar tu ubicación con una
aplicación con GPS integrado.
Eché un vistazo al teléfono de Bruno y encontré la aplicación de
Facebook. Entré en mi cuenta e hice clic en Lugar. Dejé que la aplicación
hiciera su trabajo y seleccioné la primera ubicación que apareció en la lista
de posibilidades. Casi tuve que reírme de lo que salió. Número 22-23 de
Lansdowne Crescent. El hotel Samarkand. Escribí en mi estado de
Facebook: «Estoy aquí, Pedro, ven a por mí». Etiqueté a Bruno Westman en
«¿Con quién estás?» y pulsé Publicar, mientras continuaba mi búsqueda
desesperada de los ascensores. Necesitaba alejarme de ese lugar.
Después de lo que pareció una eternidad, encontré los ascensores y
acribillé el botón de bajar, mientras buscaba indicios de que Bruno se
estuviese acercando, él o cualquier otra persona. ¿Por qué estaba tan
muerto este lugar? ¿Dónde estaba la gente? Las puertas se abrieron y allí
que me monté. Pulsé para ir a la planta baja y no volví a respirar hasta que
las puertas se cerraron y el ascensor comenzó su pesado descenso.
La libertad se hallaba al alcance de mi mano. Casi fuera. Pedro vería
mis mensajes en mi teléfono antiguo y en Facebook y sabría dónde
buscarme. Podría llamarlo en cuanto encontrase un lugar seguro como un
restaurante o una tienda.
Las puertas se abrieron suavemente y salí a una especie de entrada de
servicio en un sombrío patio. Esta era obviamente la puerta trasera del
hotel, no la principal como esperaba. Salí de todas formas y entonces fue
cuando escuché a Pedro gritar mi nombre:
—¡Paula! —El sonido más dulce para mis oídos.
Fui hacia la voz, concentrada solo en ella. Podía notar la urgencia en su
llamada y sentí un alivio enorme. Pedro me había encontrado; estaba viva
y todo iba a salir bien.
—¡Pedro!
Corrí hacia Pedro, hacia mi amor y mi corazón, cuando me agarraron por
detrás unos brazos que primero forcejearon y luego me sujetaron con
firmeza, atrapándome como a una mosca en una telaraña.
—¡Nooooo! —grité devastada.
—No pensarías que te podías escapar de mí, ¿verdad, Paula? —La
asquerosa pronunciación de Bruno resolló en mi oído.
Mi intento de matarlo obviamente había fracasado, porque ahora tenía
un frío cuchillo afilado apretado contra mi cuello que me obligaba a dejar
de forcejear. La decepción que sentí fue tremendamente amarga de digerir,
pero peor resultó la desgarradora visión de la cara de Pedro. Se encontraba
a menos de nueve metros de mí. Tan cerca, pero no lo suficiente.
La carrera a toda velocidad de Pedro se paró en seco, sus brazos se
extendieron en señal de rendición, su cabeza se movía de un lado a otro en
una silenciosa súplica a Bruno para que no me matara.
Esto… sería la perdición de Pedro. Su miedo al cuchillo lo impulsaría a
cualquier tipo de negociación para liberarme. Lo sabía. Pedro se
sacrificaría a sí mismo para evitar que me rajara la garganta. Bruno no
podría haber elegido mejor detonante para el miedo de Pedro en todo el
mundo.