viernes, 28 de febrero de 2014

AVISO!!


A PARTIR DE MAÑANA VOY A COMENZAR UNA NUEVA NOVELA "RESISTIENDOME A ELLA" AVISENME SI QUIEREN QUE SE LAS PASE.
VOY A SEGUIR SUBIENDO "CURA MI DOLOR" QUE DEJO DE SER UNA TRILOGIA POR QUE HOY SE PUBLICABA UN CUARTO LIBRO DE LA SAGA

CAPITULO 67



Metí mis dedos bajo el elástico del encaje negro y lo bajé, empujando
por sus piernas cuando salió. Podía oler el sabor de su excitación, su
necesidad por mí, ansiando lo que sólo yo podía dárselo. Tiró de la cintura
de mis pantalones y tomé mi polla con la mano. Me deslicé sobre su
húmeda hendidura y la froté contra su clítoris, pero aún sin penetrar. —
¿Es esto lo que has querido, mi amor?
Paula retorció su coño sobre el extremo de mi polla y trató de
penetrarse por sí sola. Le di puntos por el esfuerzo, pero yo era la voz
cantante y necesitaba más de ella todavía. Mi chica tenía que esforzarse
un poco más si quería su recompensa.
Volví a su pelo y tomé otro puñado, estirando su cuello hacia atrás
con elegancia. —Responde a la pregunta, cariño—dije en voz baja. Su
hermosa garganta subió y bajo al tragar saliva mientras nos mirábamos el
uno al otro en el espejo. El tirar del pelo fue un disparador para ella.
Nunca tiraba con fuerza suficiente para lastimarla, sólo para maniobrar su
cuerpo y dominarla durante el sexo. Eso la ponía salvaje y si eso no lo
hiciera nada más lo haría. Complacería en todo a mi chica.
—Sí, quiero tu polla, Pedro. ¡Quiero que me folles y me hagas venir!
¡Por favor! —Temblaba contra mi cuerpo, absolutamente hirviendo a fuego
lento con el calor.
Me reí y lamí su cuello arqueado para mí. —Buena chica. ¿Y cuál es
la verdad, nena? —Froté su clítoris muy sensible y esperé un poco más,
amando el sabor de su piel y el olor de la excitación que salía de su
cuerpo.
—La verdad es que... ¡soy tuya, Pedro! ¡Ahora, por favor! —Rogó, mi
corazón a punto de estallar en el sonido de esas palabras.
Perfección absoluta. —Sí, lo eres, y es mi intención, nena.

Complacerte a ti, complacerme a mí. —Coloqué la punta y me empalé a mí
mismo dejándome ir. Ambos gritamos cuando nuestros cuerpos se
conectaron.
Mantuve apretando aquel pelo sedoso mientras la jodía, así podía ver
sus hermosos ojos a través del espejo. Eso es mío. No sé por qué, pero con
Paula necesitaba sus ojos cuando follábamos. Quiero mirar en ellos y ver
cada sensación, cada empuje y retirada de nuestros sexos chocando,
impulsándonos hacia el final, hasta que nos perdiéramos en la sensación
que sólo podíamos llegar entre nosotros dos juntos.
Hay una verdad cuando miras a los ojos de tu amante cuando te
corres, y ahogarme en los ojos de Paula cuando me vengo era una cosa
tan poderosamente conectiva que me ataba a ella de un modo que
significaba algo importante y real. La intensidad de lo que pasaba entre
nosotros realmente me asustaba. Me hacía muy vulnerable, pero era
demasiado tarde. Yo ya había caído.
Sus músculos internos se contrajeron a mí alrededor mientras
atravesaba el orgasmo, gritando mi nombre y estremeciéndose. Yo seguía
bombeando en sus profundidades, sintiendo cada apretar y soltar de su
coño mientras le daba de comer mi polla. Se sentía tan bien
convulsionando alrededor de mi eje que hizo que mis ojos ardieran.
El cuerpo de Paula fue hecho para el acto sexual, pero lo que
importaba era ella. Ella, quien me cautivaba. Los segundos justos antes de
que llegara al clímax penetré tan profundo y tan lejos como pude y puse
mis dientes sobre su hombro. Lloró y registré el sonido de ella, pero no
podía saber si era de dolor o de placer. No era mi intención hacerle daño,
pero yo estaba fuera de control en ese instante, sólo quería aferrarme a
ella, mantenerla conmigo, llenar su coño con mi esperma, hacerla mía.
A medida que mi semen salía de mí y la llenaba, le dije de nuevo.
—Yo... te... amo...
La miré a los ojos, en el espejo cuando lo dije.

CAPITULO 66


Joder, necesitaba una buena follada. Se me ocurrían un par de
cosas para que se callara. Uno pensaría que después de la última noche se
despertaría suave y complaciente como un gatito soñoliento. No tenía esa
suerte. Yo tenía un loco y salvaje escupiendo en mis manos.
Noté que olvidé el café que ella me compró sobre el portavasos en mi
auto. Que se joda el jodido café, necesitaba una botella de Van Gogh y una
docena de cigarrillos.
También necesitaba una ducha y dejarle un par de cosas
perfectamente claras a mi absolutamente frustrante mujer. Cristo, era un
muy difícil cuando se ponía así, pero una ducha y luego podría sentarla e
intentar razonar con ella. Regresé al baño de mi dormitorio porque me la
imaginaba vistiéndose para el trabajo allí, y pensé que un poco de
intimidad sería bien apreciada, tomando en cuenta que ella me dijo que
me perdiera. Dejé mis zapatos y la camisa y entré.
Y los ojos casi se me salen de mis orbitas y ruedan en el suelo.
Paula se encontraba semidesnuda, usando una lencería jodidamente
sexy, maquillándose, o peinándose o algo así.
Se giró y me lanzó una mirada que decía lo mucho que aún seguía
cabreada. —Encontré la nota que dejé para ti —Cogió un trozo de papel del
buró—. Estaba bajo las sábanas donde lo empujaste —Sonrió, dejó caer el
papel, y luego se volvió hacia el espejo, mostrando su precioso trasero en
bragas de encaje negro, lo cual me sentir que mis nervios ópticos
comenzaban a sobrecargarse.
Pensé en su culo y la última noche. Lo que hice, y lo que no lo hice...
Sus ojos se cruzaron con los míos en el espejo justo antes de que
ella bajara la mirada, rubor rosado sobre las curvas de sus pechos en ese
sujetador de encaje negro del que estuve locamente celoso.
Esa es mi chica.
Estaba recordándolo, también. Algunas cosas entre nosotros podrían
estar jodidas justo ahora, pero en el departamento de sexo eran fuertes.
—Ni siquiera estamos cerca de terminar esta discusión de tu
seguridad. —Di un paso detrás de ella, mi mano hasta su pelo y agarrando
un puñado. Respiró profundamente y sus ojos se encendieron
encontrándose con los míos en el espejo—. Y estás metida en muchos
problemas —Tiré de su cabeza hacia un lado y desnudé su cuello para
poder llegar a él.
—Ah—respiró más pesado—. ¿Qué estás haciendo?
Descendí en su cuello y arrastré mis labios por su delgada curva,
mordiendo con los dientes. Mordí lo suficiente como para provocarle
algunos gemidos. Olía tan bien que su aroma me embriagaba hasta el
punto de que no iba a mantener el control por mucho más tiempo.
—No yo. Tú eres quien ordena. Vas a decirme qué hacer, nena. ¿Qué
te estoy haciendo en primer lugar? —Mantuve una mano en su pelo y llevé
la otra a su estómago plano y con la mano extendida, presionando con
fuerza mientras descendía por debajo del fino encaje.
Ella se retorció pero la abracé con fuerza, deslizando mi dedo medio
justo entre sus pliegues y sobre su clítoris. 
—¿Esto? —Moviendo mi dedo
hacia atrás y hacia adelante, lubricándola, poniéndola húmeda para mí,
pero sin penetrar. Ella tendría que ganárselo.
—Oh, Dios —gimió.
Tiré de su pelo un poco. —Respuesta equivocada, cariño. No me has
dicho qué es lo que estoy haciéndote todavía. Ahora di: "Pedro, te deseo..."
—Retiré mi mano de entre sus piernas y llevé el dedo que había ido
deslizando alrededor de su coño hasta mi boca. Chupé, limpiando con un
montón de espectáculo—. Umm, como la miel con especias. —Mordí su
cuello otra vez.
Estaba frustrada y caliente y necesitada, y yo disfrutaba castigarla
por lo que había hecho. Se inclinó hacia mí y frotó las nalgas contra mi
polla. Eché mis caderas hacia atrás y reí bajo al oír sus protestas cuando
lo hice.
—Pedro…
Chasqueé la lengua y le tiré del pelo otra vez. —Has estado muy
desafiante hoy. Todavía estoy esperando, nena. Dime lo que quieres de mí.
—Llevé mi mano libre hasta su culo y apreté con rudeza—. Tú comenzaste
este pequeño juego, y lo sabes, así que dime lo que quieres que haga para
ti —Se quedó sin aliento cuando clavé los dedos e intentó frotarse contra
mi polla de nuevo—. Nop. No tendrás nada hasta que me lo pidas bien —
Eché mi mano hacia atrás y la dejé caer sobre su culo con una bofetada.
Ella gritó y se puso rígida de puntillas, arqueándose como la diosa
hermosa que era.
—Pedro, te deseo… —Se rindió y trató de volver la cabeza contra mi
pecho.
—Umm, así que te gusta ser golpeada en tu magnifico culo, ¿no?
¿Quieres que te dé otro? —Susurré contra su oreja—. Te merecías unas
cuantas nalgadas, nena. Sabes que las merecías, y todavía no has hecho lo
que te he pedido, cosita traviesa. Dime lo que te haré contra y sobre el
lavabo.
Ella gritó un sonido hermoso, tan sumisa que tenía mi corazón
latiendo con fuerza y mi polla a punto de estallar.
—Dime —golpeé su culo otra vez, conteniendo la respiración
mientras esperaba su respuesta.
—¡Ahhh! —Se levantó en un arco elegante y abrió la boca en un
grito. Yo sabía que había ganado, sabía lo que ella me pedía, y la emoción
no se parecía a nada que haya conocido antes cuando dijo las palabras—:
¡Pedro, me vas a joder en el lavabo!
—Inclínate hacia él y aférrate a la orilla —ordené, dando marcha,
esperando a que obedeciera. Ella tembló un poco, pero se posicionó como
yo le había dicho, con un aspecto tan sensual que era casi imposible para
mi mente aceptar lo inmensos que estábamos en esto, pero el hombre en
mí se sentía demasiado bien como para detenerse.

CAPITULO 65



—¿Por qué te escabulliste? —Logré decir por fin—. Después de la
última noche, ¿simplemente me abandonas esta mañana?
—No te abandoné, Pedro. Me levanté, usé la cinta de correr, me di
una ducha y quería un café mocha. Vamos a esa tienda todo el tiempo y
sabía que estabas cansado por… um… anoche.
Así que ella también estaba pensando en anoche. Yo aún no sabía si
eso era bueno o no, pero esperaba que sí. Entré en el garaje de mi edificio
y aparqué el Rover. La vi siseando enfadada en el asiento.
Aparentemente, Paula no había terminado de atacarme. —Es algo
que hago la mayoría de las mañanas. No llovía y el día era perfecto para un
breve paseo hasta la esquina —Levantó las manos de nuevo—. Terminé de
correr en la cinta y quería un mocha de chocolate blanco. ¿Es eso un
crimen? No es como si hubiera irrumpido en la Torre y robado las joyas de
la corona o algo.
Rodé los ojos. —Nena, ¿tienes idea de lo que ha sido para mí esta
mañana, cuando descubrí que te habías marchado? Ningún mensaje,
ninguna nota, ¡nada de nada!
Echó la cabeza hacia atrás contra el asiento y levantó la mirada.
—¡Dios, ayúdame! ¡Te dejé una nota! Lo hice. La dejé en mi
almohada, así la verías. Decía: iré a tomar un café a Java. Regresaré
pronto. Usé el gimnasio y me di una ducha antes de irme. ¿Eso no te dio
una pista de dónde estaría? ¡No está pasando nada oculto, solo quería
hacer algo normal, Pedro!
¡No es el tipo de normalidad con la que quiero despertarme otra vez,
muchas gracias!
—¡No vi tu maldita nota! ¡Te llamé y fui al buzón de voz! ¿Por qué no
lo cogiste si solo estabas de camino a la cafetería? —Salí y abrí su puerta
de golpe. La quería de vuelta en el apartamento, en privado. Esta discusión
en público apestaba.
Ella sacudió la cabeza y salió del coche —Hablaba con mi tía Maria.
Pulsé el botón del ascensor —¿A esa hora de la mañana? —La hice
entrar en el ascensor y la acorralé contra una esquina, mis brazos
enjaulándola de forma que consiguiera intimidarla un poco. Ella era una
bala perdida en ese momento. El sonido de las puertas encerrándonos en
nuestra privacidad era el sonido más bienvenido que había oído en los
últimos momentos.
—Tía Maria es una madrugadora y sabe que salgo a correr por las
mañanas. —Paula miró mi boca, sus ojos como dardos mientras me
intentaba leerme. Me hubiera gustado saber lo que pasaba por su mente.
Lo que había en su corazón. Me empujé hasta estar muy cerca de su
cuerpo, pero sin tocarlo. Sólo quería absorber el hecho de que yo la tenía
contra la pared.
—No hagas eso otra vez, Paula. Lo digo en serio. Esas ocasiones
donde podías salir sola han terminado.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella luchó por salir antes que
yo. La seguí por el pasillo y abrió la puerta de entrada a mi casa. Tan
pronto como estuvimos dentro sacó todo afuera. Sus ojos llamearon y se
volvieron brillantes. Estaba muy, muy enojada, y absolutamente hermosa,
de una manera que me puso duro como una piedra. —¿Así que ni siquiera
se me permite ir a Java y tomar un café? —exigió.
—No exactamente. ¡No se te permite ir sola y sobre todo sin decirle a
nadie! —Sacudí mi cabeza con exasperación ante lo que había hecho, dejé
caer mis llaves y sacudí mi cabeza—. ¿Por qué ese concepto es tan
jodidamente difícil de entender?
Me miró extrañamente, como si estuviera tratando de entenderlo. —
¿Por qué estás tan enojado realmente, Pedro? Ir a tomar café a la luz del
día con personas por todos lados no es arriesgado. —Cruzó los brazos bajo
sus pechos de nuevo.
—¡Por lo que sé, podrías haber huido mi otra vez e ido a casa! —La
verdad es cruel a veces. ¿Acabo de decir eso en voz alta?
—¡Pedro! Yo no haría eso —Me miró—. ¿Por qué crees que lo haría?
—¡Porque lo has hecho antes! —grité. Esa era la jodida verdad,
abriéndose paso y sacando a la luz mis inseguridades.
—¡Jódete! —espetó, su cabello volando mientras se daba la vuelta y
huía a la habitación, cerrando la puerta mientras entraba.

jueves, 27 de febrero de 2014

CAPITULO 64



Me miró por un momento y sacudió la cabeza, sus ojos
disparándome dagas. Su barbilla se alzó imperiosamente antes de que
caminara a zancadas hacia el Rover y entrara. Ignoré su comportamiento,
pensando que yo estaba siendo malditamente generoso por las
circunstancias. Le escribí un mensaje a Pablo para informarle que la
encontré y le hice esperar un rato mientras lo hacía. Ella estaba encerrada
en el coche y no podía ir a ninguna parte por ahora, al menos.
La miré. Me miró. Estaba enfadada conmigo. Yo estaba más allá de
enfurecido con ella.
—No vuelvas a hacer eso —dije en términos inequívocos.
—¿Qué, salir a caminar? ¿Comprar café? —Hizo un puchero y miró
por la ventana. Su móvil se iluminó y sonó. Lo revisó mientras aceptaba la
llamada—. Sí, estoy bien, Luis. Pido disculpas por lo pasó, pero no te
preocupes. Solo una pequeña pelea de novios —Me sonrió mientras le
decía a ese cabrón envanecido que yo estaba teniendo un mal día.
Quería arrancarle el móvil de las manos y lanzarlo por la ventana. Y
probablemente lo habría hecho si ella no lo hubiera apagado y guardado
en un bolsillo.
—Sabes lo que quiero decir, Paula, ¡Y no te burles de mí con él,
joder!
—¡Me avergonzaste hace unos momentos, Pedro! Luis piensa que
eres…
—Me importa una mierda lo que ese gilipollas piensa. ¿Quién es él,
de todos modos?
—Es un buen tipo y un amigo —No me miró a los ojos cuando lo dijo
y lo supe. ¡Joder, lo sabía!
—¿Le dejaste que te follara, Paula? ¿Sabe qué tu coño fue hecho
sólo para follar? ¿Ha puesto sus manos sobre ti, su polla dentro de ti?
¿Eh? En verdad quiero saberlo. Háblame sobre ti y Luis, el buen tipo.
—Ahora mismo eres un imbécil —Cruzó los brazos bajo sus pechos y
contempló los limpiaparabrisas—. No te voy a contar nada.
—¿Te lo follaste?
Se removió en su asiento y me lanzó una mirada que envió una
oleada de dolor a mi polla.
—¿A quién te follaste antes de posar tu mirada en mí, Pedro?
¿Quién fue la afortunada chica? ¡Sé qué no pasó más de una semana
cuando tuvimos nuestra primera vez! —Comenzó a agitar sus manos
haciendo gestos—. ¡Dijo el chico que piensa que una semana es mucho
tiempo para estar sin sexo!
¡Bueno, mierda!
Ese no era un pensamiento bueno, porque ella tenía razón. Odiaba
admitirlo, pero no podía decirle el nombre de la última mujer con la que
había estado. ¿Pamela? ¿Penélope? Algo con P… Tomas lo sabría, él tenía
una larga lista de amigas y nos presentó. Fruncí el ceño al darme cuenta
de que realmente no podía recordar, y el hecho de que quién fuera que
hubiera sido, no la había hecho, o al polvo, más memorable que la letra de
su nombre.
—¿Tienes problemas para recordar su nombre?—preguntó
Paula.
Sí.
—¿De qué color tenía el pelo, eh?
Rubio fresa al natural. Recuerdo eso.
—¿Ibas a volver a follarla, Pedro, si no me hubieras conocido? —
continuó burlona.
No respondí. Arranqué el coche y salí al tráfico, queriendo
únicamente volver a casa y tal vez volver a donde habíamos estado tan solo
unas horas antes. Odiaba discutir con ella.

CAPITULO 63




Llevó al menos diez minutos conducir por las carreteras de regreso a
mi vecindario. Estaba furioso conmigo mismo —por varias razones, pero
mayormente por dormir mientras ella despertaba y se marchaba sin mi
conocimiento. En mi apresuramiento por ir tras ella estuve a punto de
pasar junto a la cafetería, y eso era simplemente inaceptable. Derrapé.
Decidí poner las razones de mi profundo sueño a un lado por el
momento.
¿Pesadilla del infierno y mucho sexo después, quizás?
Oh, sabía que tendría que sacarlo a la luz otra vez en una
conversación en algún punto, probablemente pronto, porque Paula me
preguntaría, pero ahora mismo yo estaba crudo para hacerle frente a lo
que estaba burbujeando en mi subconsciente. La negación parecía mucho
más atractiva.
¡No me jodas corriendo! Nunca mejor dicho.
Joder, ella no estaba en la cafetería como le había dicho que
estuviera, ¡sino afuera, en la acera, sujetando dos cafés! Y no estaba sola
tampoco. Un tipo estaba sobre ella, charlando, quién sabe quién coño era
para ella. ¿Alguien que conocía? ¡O alguien que la seguía hasta afuera solo
Dios sabe con qué propósitos! Le daría un azote por esta estupidez cuando
la pillara a solas.
Tuve que aparcar en el lado contrario de la calle y luego cruzar. Me
vio acercarme y le dijo algo a su acompañante, quien me miró. Sus ojos
parpadearon un poco y se acercó más a ella.
Movimiento equivocado, idiota.
—Pedro —dijo ella, sonriendo como si esta fuera una forma
perfectamente aceptable de empezar el día.
Oh, mi amor, necesitamos tener una larga charla.
Paula —dije forzadamente, tirando de ella hacia mí por la cintura
y consiguiendo una buena, larga mirada de su amigo, quien debió
continuar con su alegre camino como desde hace diez minutos. El tipo era
un poco demasiado atrevido para mi gusto, estando allí de pie como si
tuviera derecho a hablar con ella, como si lo hubiera hecho antes y tuviera
una historia con ella. ¡Mierda! La conocía. Éste hombre conocía a Paula.
—Pedro, este es Luis Langely, umm… un amigo del departamento
de arte. Él es maestro… yo ya me iba cuando Luis justo entraba.
Estaba nerviosa. Paula parecía incómoda y si yo era bueno en algo
era leyendo a las personas. Podía oler la molestia viniendo de ella. Pero el
tipo era una historia diferente. Parecía demasiado engreído y un poco
presumido y recto, como yo lo descifré.
Paula pareció notarlo y dijo—: Luis, éste es Pedro… Alfonso, mi
novio —Me tendió uno de sus cafés—. Te conseguí un con leche —Me miró
y tomó un sorbo de su vaso. Sí. Estaba incómoda.
El idiota tendió su mano y la ofreció primero.
Te odio.
Yo tenía un brazo alrededor de Paula y la otra mano ocupada con
el café que ella me acababa de pasar. Tenía que dejarla ir para estrecharle
la mano. Le odiaba en su traje inmaculado, profesional, de corte limpio y
toda la apariencia de dinero. Desenrolle la mano de la cintura de Paula y
acepté su apretón. Apreté firme e intenté no pensar en lo sumamente
asqueroso que me veía yo exactamente como si acabara de caerme de la
cama.
—Un placer —dijo Langley, sin querer decirlo.
Le devolví la más leve inclinación de cabeza. Era lo mejor que podía
hacer, y realmente no me importaba una mierda si estaba siendo grosero o
no. Era un tipo en un lugar equivocado, en un momento equivocado, para
ser amigo mío. Le odié a simple vista.
Sus ojos se posaron sobre mí. Decidí que sería quien le pusiera fin al
apretón de manos. O al concurso de quien es más macho, por así decirlo.
Retiré mi mano y presioné mis labios contra el cabello de Paula,
pero mantuve mis ojos en él mientras hablaba—: Me desperté y te habías
ido —Puse mi brazo alrededor de ella.
Ella rió nerviosamente. —Tuve antojo de un café mocha con
chocolate esta mañana.
—Todavía necesitas tu café matutino, ya veo. Algunas cosas nunca
cambian, ¿eh, Paula, cariño? —Langley le sonrió con complicidad a
Paula y en ese instante lo supe. Él se la había follado. O hizo su mejor
intento. Tenían alguna especie de historia y sólo pude ver la capa roja de
celos colgando ante mis ojos. Santo jodido infierno, las violentas
emociones me atravesaron en segundos. Quería mostrarle a Langley con
mi puño el camino que su rostro recorrería hasta la acera, pero necesitaba
alejarla de él aun más.
—Hora de irse, nena —anuncié, presionando mi mano contra su
espalda.
Paula se tensó por un instante, pero luego se relajo. —Fue bueno
verte otra vez, Luis. Cuídate.
—Lo mismo para ti, cariño. Tengo tu nuevo número y tú tienes el
mío, así que sabes dónde encontrarme, ¿verdad? —El bastardo me miró y
no había duda del desafío en su mirada. Pensaba que yo era alguna
especie de cabeza hueca y dejó caer una advertencia para mí de que si
Paula necesitaba ser rescatada, ella solo tendría que llamar y el Príncipe
Encantador vendría a por ella.
Bastardo. Detén. Tus. Patéticos. Intentos.
Paula asintió y le sonrió. —Adiós, Luis.
Si, lárgate bastardo… Luis.
Era evidente que el “Amante Luis” no quería dejarla. Quería besarla
y abrazarla para presumir de una despedida afectuosa, pero tenía
suficiente cerebro como para no intentarlo. Yo no dije que fuera estúpido,
solo mi enemigo.
—Te llamaré. Quiero oírlo todo sobre el Mallerton —Hizo un gesto
llevándose la mano a la oreja—. Adiós, cariño —Me dio una mirada y yo se
la regresé. Realmente esperaba que él pudiera leer mentes, porque yo tenía
algo digno de decir que él debería escuchar.
¡Tú, egocéntrico, saco de mierda sin valor! De ninguna manera la
llamarás para hablar sobre el asunto de Mallerton. ¡Tampoco la mirarás ni
pensarás en ella! ¿Entendido? Mi chica NO es tú “cariño”, ni lo será en el
futuro. ¡Fuera de mi vista antes de que me vea obligado a hacer algo que me
meterá en un montón de problemas con MI chica!
Empezamos a cruzar la calle, mi corazón latiendo con fuerza, la irá
brotando de mí, cuando ella abrió la boca:
—¿Qué demonios fue todo ese espectáculo,Pedro? Fuiste
increíblemente maleducado.
—Sigue andando. Discutiremos esto en casa —Me las arreglé para
decir mientras caminábamos.
Ella me miró fijamente como si me hubiera crecido una segunda
cabeza y se detuvo en la acerca —Te he hecho una pregunta. ¡No me
hables como si fuera un niño que está en problemas!
—Métete en el auto —espeté, tratando de contenerme de cogerla y
ponerla en el asiento, lo cual estaba peligrosamente cerca de suceder
incluso si ella no lo sabía aún.
—Perdóname, pero esto es una mierda. ¡Regreso caminando! —Se
alejó enfadada de mí.
Quería explotar. Estaba tan enfadado. Agarré su mano para evitar
que se marchara.
—No, no vas a regresar andando, Paula. Métete en el coche ahora.
Te voy a llevar a casa —hablé en voz baja y directamente en su cara, donde
podía ver sus furiosos ojos fulminándome. Ella era tan hermosa cuando
estaba irritada. Me daban ganas de arrastrarla a mi cama y hacerle cosas
muy traviesas a su cuerpo durante todo el día.
—No voy a recibir órdenes de ti. ¿Por qué estás actuando así?
Cerré los ojos y pedí paciencia. —No estoy actuando en absoluto —
La gente nos miraba. Probablemente también podían oír nuestra
conversación. ¡Maldita sea!—. ¿Podrías, por favor, meterte en el coche,
Paula? —Forcé una sonrisa falsa.
—Estás siendo un cretino,Pedro. Todavía tengo una vida. Voy a
salir a correr por las mañanas y puedo detenerme a tomar un café si
quiero.
—No si no estás conmigo o con Pablo. ¡Ahora mete tu dulce culo
yanqui en el puto coche!

CAPITULO 62



Me desperté en una cama vacía y en un apartamento
vacío, y una auténtica pesadilla. Después de lo que
ocurrió en la noche lo último que esperaba era que se
hubiera marchado sin mi permiso.
Mi primera pista de que algo no andaba bien vino cuando rodé en la
cama y estaba vacía. Ningún cuerpo suave y cálido con aroma a flores para
presionarse contra mí y abrazarme. Sólo sábanas y almohadas. Ella no
estaba en mi cama. La llamé y lo único que recibí un ominoso silencio.
¿Anoche fue demasiado para ella?
Revisé el baño primero. Pude ver que usó la ducha. Sus cosméticos y
cepillo estaban sobre el tocador, pero ella estaba definitivamente ausente.
No estaba en la cocina haciendo café, ni en mi despacho revisando sus
correos electrónicos, ni haciendo ejercicio en el gimnasio, ni en ninguna
parte dentro del apartamento.
Metí el vídeo de la cámara de seguridad en un monitor que
registraba la puerta principal y el pasillo. Cualquier persona que viniera o
se fuera estaría en él. Mi corazón latía con tanta fuerza en mi pecho que
tenía que estar subiendo y bajando visiblemente. Rebobiné la última hora
y allí estaba ella, vestida con mallas y zapatillas deportivas, dirigiéndose
hacia los ascensores, auriculares pegados a las orejas.
—¡Joder! —grité, golpeando mi mano contra el escritorio. ¿Salió por
la mañana a correr? Jodidamente increíble. Parpadeé por lo que veía y me
pasé una mano por la barba.
—¡Dime que estás con ella ahora mismo! —grité en la línea directa
con Pablo.
—¿Qué? —Sonó como si aún estuviera tumbado en la cama y me
sentí más enfermo que antes.
—Respuesta incorrecta, amigo. Paula dejó el apartamento. ¡Para
correr!
—Yo estaba durmiendo,Pepe —dijo—. Por qué iba a estar siguiéndole
los pasos si está en el apartamento contigo…
Le colgué a Pablo y llamé a Paula a su teléfono móvil. Fue al correo
de voz, por supuesto. Casi arrojé el mío contra la pared, pero me las
arreglé para mandarle un mensaje:

¿Dónde demonios estás?

Corrí hasta mi armario, me puse algo de ropa, unos zapatos, cogí las
llaves del coche, la cartera, el móvil y me apresuré hacia la cochera. Me
lancé a la calle, los neumáticos chillando, y empecé a calcular cómo de
lejos podría ella haber ido desde que había sido registrada por la cámara
de seguridad, mi mente corriendo salvajemente con escenarios sobre cómo
de fácil sería para un profesional alcanzarla para eliminarla en esta hora y
hacerlo parecer un accidente.
Era temprano, justo después de las siete, una típica mañana
nublada en Londres volviendo a la vida para el día. Las habituales
furgonetas de reparto y los vendedores ambulantes moviéndose alrededor,
la cafetería del vecindario haciendo un buen negocio, unos pocos
corredores tempranos haciendo ejercicio en la mañana, pero ninguno era
quien yo estaba buscando. Ella podía estar en cualquier parte.
Seguí volviendo al por qué ella se habría marchado sin decírmelo.
Estaba asustado porque fuera por mi culpa. Lo que ella vio de mí anoche.
Lo que sucedió después… La forma en que yo perdí el control por Paula
era cómica. Dios sabe que ambos tenemos nuestros problemas, pero
quizás ese jodido cúmulo de emociones de anoche fue más de lo que ella
podía aguantar. Me froté el pecho y seguí conduciendo.
Mi móvil sonó. Pablo. Le puse a través del audio de los altavoces del
coche.
—No la he visto todavía. Estoy en Cromwell ahora, en dirección sur,
pero creo que he viajado más allá de lo que ella podría haber hecho desde
la hora registrada en la cámara de seguridad.
—Mira, Pepe, lo siento.
—Puedes disculparte más tarde, cuando la encuentre —Estaba
enfadado, pero no era su culpa. Paula había estado conmigo y Pablo
estaba técnicamente fuera de servicio. Culpa mía. ¡Qué jodido desastre!
—Me dirigiré al este, entonces. Muchos corredores siguen Heath
Downs por el parque.
—Haz eso, amigo.
Seguí escaneando, rezando por una señal de ella cuando me llegó un
mensaje:

¿Estás levantado? Fui a conseguir café. ¿Qué quieres
que te lleve?

¡Qué traigas tu dulce trasero a casa, mujer!
El alivio me hizo volver en sí, pero estaba tan enojado con ella por
esta estupidez. ¡Salió a conseguir un puñetero café! ¡Dulce Cristo! Me
detuve inmediatamente y apoyé la cabeza sobre el volante un momento.
Necesitaba sentarla y explicarle unas cuantas cosas sobre cómo tendría
que cambiar su vida durante los próximos meses. Y que correr en solitario
por las mañanas estaba definitivamente fuera del menú.
¡Maldita sea!
Mis dedos se sacudieron escribiendo un mensaje:

¿En qué cafetería?

Una breve pausa y entonces:

Hot Java. ¿Estás enfadado?

Pregunta ignorada.
La cafetería que mencionó no estaba a más de una manzana de mi
apartamento. Nosotros incluso habíamos ido allí juntos unas cuantas
mañanas cuando ella se quedaba a pasar la noche conmigo. ¡Paula
estuvo cerca de casa todo el tiempo! Le contesté:

¡No te vayas! ¡Te recojo en dos minutos!

miércoles, 26 de febrero de 2014

CAPITULO 61



Chasqueé mi lengua sobre su clítoris e incluso puse mis dientes en
él, mordiendo su carne hasta que oí su grito y cambié a tranquilizador, tan
gentil con un toque suave, presionándola más y más.
—¡Necesito más! ¡Fóllame, Pedro!
Oh, sí, ella estaba más caliente.
Santo infierno, finalmente tenía a mi chica justo donde la quería. Me
volvía loco con su sabor por toda mi lengua, mi sabor, su olor, su calor, su
coño empapado, es la droga del sexo.
—Puedo darte más, nena. Quiero darte más —Saqué mis dedos de
su coño, deslizándolos de regreso en su otro agujero, y bordee la apertura
con mi dedo índice empapado. Se quedó sin aliento en una respiración e
inmóvil. Levanté la cabeza y me moví por su cuerpo, sosteniéndome en un
brazo, la otra mano libre para explorar. Deslicé solo la punta de mi dedo
dentro y me encontré con su mirada. Ella lucía salvaje, sus ojos
quemaban—. Quiero estar aquí, Paula, ¿me dejas follar tu hermoso culo?
—Hable contra sus labios temblorosos y un poco en el fondo, la punta de
mi dedo todavía frotándose en su entrada, esperando por su respuesta.
—¡Sí! —Fue un susurro áspero, pero definitivamente ella estaba de
acuerdo.
Me aparté y la volteé sobre su estómago. Agarré sus caderas en el
aire y abrí bien sus piernas, así yo podría posicionarme en mis rodillas.
Era impresionante. Totalmente extendida para mí, entusiasmada y
aceptándome, y perfecta fuera de las nubes.
Con la mano en mi eje, deslicé la cabeza alrededor de su mojado
sexo, trabajando sobre su clítoris una y otra vez, acercándola más a su
orgasmo y mi polla lubricándose bien.
—Umm —gemí, centrando el extremo de la cabeza contra su
estrecho agujero—. Eres tan jodidamente perfecta… —Me empujé y
penetré solo la punta de mi polla, tratando de abrirla un poco y pensé que
podría fácilmente perderla. Al igual que eyacular antes de estar en su
interior.
Se tensó y arqueo ante mi invasión, así que la relajé de inmediato,
poniendo mi palma en su espalda para sostenerla. —Tranquila… relájate
para mí, cariño. —Se calmó y respiró fuerte, esperándome, sometiéndose a
mis deseos, lista para que la haga mía, y gloriosamente aferrado con sus
músculos mi polla, lista para estallar. No quería lastimarla, pero Dios mío,
pero que espectacular encendido para estar listo como lo estaba, apunto
de reclamar ese lugar definitivo en el que podía fundirme en ella.
Ella se estremeció debajo de mí. —Vas a hacer correr, nena. Te deseo
tanto, pero tú primero. ¡Voy a hacer que te sientas tan bien!
—¡Pedro, por favor, haz que me corra! —Se removió contra la punta
de mi polla, lista para tomarme de todas las maneras posibles. Comprendí
que ella me lo permitía, incluso si era doloroso, porque era una amante
generosa.
¡Señor, ayúdame!
Tomó todo mi control no hundirme en la estirada y misteriosa parte
de ella que todavía yo tenía que reclamar. Lo quería. Lo necesitaba. Pero
quería y necesitaba apreciarla más. Sabía que iba a lastimarla y ella
estaba lejos de estar lista. Teníamos que trabajar en ello—algo que
esperaría con interés. Como cualquier cosa nueva que hiciéramos juntos.
Me encontraba fuera de mi jodida mente justo ahora, y este no era el
momento para adentrarme en su interior anal por primera vez.
Paula… Te amo tanto —susurré contra su espalda, guiando mi
polla para encontrar su vagina. La carne estaba tan caliente que quemaba
cuando nos tocábamos.Escuché mi propio grito cuando golpeé
profundamente dentro de ella y comencé a follarla. Mis manos se
apoderaron de sus caderas, apretándola, tirando de ella con fuerza hacia
mi eje, una y otra y otra vez. El sonido de nuestros cuerpos golpeando en
medio de gruñidos de placer fue lo único que se escuchó después.
Estuvimos haciéndolo mucho tiempo. Necesitaba sacar esa pesadilla
de mi sistema y follarla era para mí una forma de hacer que eso sucediera.
Si puedes follar, entonces estás vivo, la lógica brutal era difícil de diferir en
ese asunto.
Fue sexo duro, incluso para nosotros. Y Paula podía aceptar lo
duro de mí. Lo había hecho antes y lo haría de nuevo, porque yo nunca la
dejaría marcharse. Nunca. No podía hacer las cosas que hacía con ella con
nadie más. Sabía que no sería capaz de hacerlo.
Lo comprendí más tarde, en la oscuridad, después del viaje de sexo
loco al que la había arrastrado, y después de que ella cayó en un profundo
sueño a mi lado. Se corrió tantas veces que terminó desmayándose de
cansancio cuando finalmente me logré detener. Nunca me pidió que me
detuviera, sin embargo. Mi chica se entregó a mí y no presionó por
respuestas. Mis entrañas seguían revueltas después de mis pesadillas.
Quería encender un cigarrillo, pero me controlé. Se sentía mal en
consideración a ella. Estaba mal someterla a mi insalubre tabaco y no
pensaba hacerlo cerca de ella, nunca más.
Mirándola dormir luego de la sesión, su respiración metódica, sus
largas pestañas descansando encima de los pómulos,su cabello
arremolinándose violentamente sobre la almohada, me dejo totalmente sin
aliento. Supe que había encontrado mi ángel por fin y me aferraría a ella
con todo lo que tenía.

Fue sólo una pesadilla…

Ella me salvo de la locura absoluta de mi tormento. Me hizo querer
cosas que nunca había querido antes. Mataría si tenía que hacerlo para
mantenerla a salvo. Me mataría a mi mismo si algo le sucediera.
Eventualmente, fui capaz de dormirme otra vez y era solo porque ella
se encontraba allí conmigo.