martes, 18 de marzo de 2014

CAPITULO 125



Cenar sola era un asco. Pero no me quejaría a Pedro. Entendía lo ocupado
que estaba en el trabajo y había tenido un montón de eventos nocturnos
últimamente. Limpié los restos de la cena, que consistió en una sopa de
verduras y pan francés, que por ahora permanecían en mi estómago.
Gracias a los antieméticos, porque estoy segura de que si no ya estaría
muerta. Parecía que con comida muy ligera y tomando las medicinas con
regularidad era capaz de dejar atrás los vómitos la mayor parte del tiempo.
Tanto Angel como el doctor Burnsley dijeron que padecía algo llamado
hiperémesis gravídica, o, en cristiano, náuseas severas matutinas. En mi
caso comenzaron como náuseas nocturnas y deshidratación seria, y con el
tiempo podría causar malnutrición si no me lo trataba. Maravilloso. Así
que no hace falta que diga que estaba haciendo todo lo posible por comer.
Había recibido un mensaje de texto de Pedro hacía una hora en el que me
decía que llegaría tarde a casa y cenaría en la oficina. Lo entendí, pero eso
no significaba que tuviese que gustarme. Las Olimpiadas eran un evento
enorme y resultaba apasionante ver cómo iban tomando consistencia los
preparativos para la ceremonia de inauguración. De verdad entendía las
obligaciones a las que Pedro estaba sometido en el trabajo y me hacía
sentir mejor saber que él lo odiaba tanto como yo, si no más. Me decía
todo el tiempo lo mucho que desearía poder quedarse a una de mis cenas
caseras y achucharnos frente a la televisión y hacer el amor como postre.
Sí, a mí también.
Era un manojo de emociones y lo sabía. Estaba sola y con las hormonas
a flor de piel, y muy necesitada en estos momentos. Odiaba sentirme
necesitada. Miré con anhelo la cafetera Miele, que debía de costar más que
mi colección de botas, y me enfurruñé mientras pasaba el trapo a la
encimera de granito. No poder tomar apenas café en los próximos seis
meses iba a ser tan horrible como la solitaria cena de hoy. No me iba el
descafeinado e imaginarme la tortura de aguantar con una sola taza diaria
no merecía la pena.
En su lugar estaba buscando mi zen interior y acrecentando mi relación
personal con los tés de hierbas. Los de frambuesa y mandarina habían
resultado una grata sorpresa, he de admitirlo. Preparé una taza del de
frambuesa y llamé a Oscar.
—Hola, reina.
—Te echo de menos. ¿Qué haces esta noche? —pregunté, esperando no
sonar muy patética.
—Ricardo ha venido y acabamos de hacer la cena.
—Ah, entonces ¿por qué has cogido el teléfono? Debes de estar
ocupadísimo con otras cosas. Perdona por interrumpir, tan solo quería
darte un poco de cariño.
—No, no, no, gordi. No tan rápido. ¿Qué te ocurre? —Oscar era sin lugar a
dudas el hombre más intuitivo del planeta. Podía percatarse de la más
mínima insinuación y desarrollar los posibles escenarios. Le he visto en
acción las veces suficientes como para saberlo.
—No me ocurre nada —mentí—. Estás ocupado y tienes compañía.
Llámame mañana, ¿vale?
—No. Ricardo está solucionando un par de asuntos de negocios por
teléfono. Empieza a hablar. —Suspiré. ¿Por qué había llamado a Oscar?—.
Estoy esperando, querida. ¿Qué te ocurre?
—Oscar, estoy bien. Todo va bien. Acabo de mudarme con Pedro y él está
saturado de trabajo con la preparación de los Juegos. Yo estoy con mis
cosas.
—Así que estás sola esta noche. —Oscar iba a pedirme detalles, uno tras
otro. A veces soy estúpida.
—Sí. Él está muy liado ahora con las reuniones de la organización.
—¿Y por qué narices no me llamaste? Te habría llevado a dar una
vuelta.
—No, tú tienes planes con el maravilloso y guapo Ricardo, ¿recuerdas?
De todos modos, no me apetece mucho salir estos días.
—¿No te encuentras bien?
Joder.
—No, Oscar, de verdad que estoy bien. Lo único es que estaba sola en casa
y echaba de menos a mi amigo y quería oír su voz, eso es todo. No hemos
hablado desde la sesión de fotos que me hiciste con las botas.
—Oh, Dios, son preciosas. Te enviaré algunas de las pruebas a tu e-mail.
—Me muero de ganas de verlas. —Y me moría de verdad, pero seguro
que Pedro no. Aún mostraba su desaprobación a mis posados, pero no iba a
ceder en eso. Especialmente ahora. Si no podía trabajar en el Rothvale con
los cuadros, entonces podía estar segura de que iba a tener mucho tiempo
para mi otro trabajo como modelo. Al menos ahora, antes de que mi cuerpo
se volviera enorme. Esperaba incluso hacer un par de sesiones embarazada.
Era algo que se me pasaba por la mente, aunque no pudiera compartir mis
novedades con nadie. Oscar no sabía nada todavía, tampoco Gaby. Ambos
me iban a matar por no contárselo.
—Así que te has mudado con Alfonso, ¿no es así?
—Sí, Oscar, lo he hecho. Pedro me lo pidió. Después de lo que ocurrió en
la Galería Nacional la noche de la gala Mallerton, tomamos la decisión.
Mantengo el alquiler de mi piso para ayudar a Gaby hasta final de año,
pero sí, ahora vivimos juntos.
—¿Cuándo es la boda? —preguntó Oscar en tono soñador.
Me eché a reír.
—¡Para!
—Hablo en serio, chica. Vas directa a ello, y si sé algo seguro es que ese
Alfonso te quiere bien y mucho, querida.
—¿De verdad se lo notas?
Oscar se echó a reír al otro lado del teléfono.
—Tienes que estar ciego para no verlo. Me alegro por ti. Te lo mereces,
y mucho más.
Oh, aquí viene.
—Me echaré a llorar si pronuncias una sola palabra más, Oscar, lo digo en
serio. —No mentía esta vez. Parecía haber captado mi estado y alegró el
tono.
—Tienes que dejarme ayudarte a elegir tu vestido. Prométemelo —me
rogó—. Vintage, a medida, con el encaje hecho a mano. —El tono soñador
había vuelto—. Parecerás una diosa, lo sabes, si te pones en mis manos.
Sonreí y pensé en lo mucho que se sorprendería Oscar si supiese que él y
Pedro estaban de acuerdo en ese tema.
—No diré una palabra, malvado. Tengo que dejarte, pero me ha
encantado escuchar tu voz. He estado sin ella mucho tiempo.
—Yo también, preciosa. Mándame un mensaje de texto con tus días
libres y déjame que te lleve a almorzar la semana que viene.
—Lo haré, Oscar. Te quiero.
Vaya, eso ha estado cerca, pensé al pulsar el botón de colgar. Mejor no
llamar a Gaby. Y eso era extensible a papá, mamá y la tía Maria. Con tan
solo mirarme, Gaby sería capaz de planearme todo el embarazo y tener el
hospital listo. Sabía que no podría ocultarlo mucho más tiempo. Pedro me
estaba presionando con lo del anuncio de nuestro compromiso y si algo
sabía sobre Pedro era que generalmente conseguía lo que quería.
No tenía suficiente todavía y lo siguiente que hice fue entrar en mi
Facebook.
En el buzón había un mensaje de Jesica, mi compañera de instituto.
Habíamos estado en contacto a través de Facebook desde que me mudé a
Londres. No tenía muchos amigos en mi página y lo mantenía muy
privado. Pedro lo había comprobado en profundidad y había dado su
aprobación. Me dijo que la amenaza estaba en gente que ya me conocía,
que sabía dónde vivía y trabajaba, así que tener una cuenta de Facebook no
importaba mucho de todos modos:

Jesica Vettner: Hola, guapa, ¿cómo estás? Yo sigo con el mismo trabajo
y la misma vida, y no adivinarías con quién me topé hoy. Bruno Westman,
de Bayside. ¿Te acuerdas de él? ¡Aún está megabueno! Jajaja. Me pidió
mi número de teléfono :D
Bruno ha estado trabajando en Seattle y acaban de trasladarle de vuelta
aquí, a Marin. Me encontré con él en el gimnasio. Todavía voy a First Fitness cerca de Hemlock. Veo a tu padre allí a veces. ¡Y tenemos el
mismo entrenador personal! Tu padre es un amor y está muy orgulloso
de ti. Habla de ti todo el tiempo y dijo que seguías con lo de modelo y
que te encantaba. Me alegro por ti, Pau. ¡Me encantaría volver a verte!
¿¿Cuándo vas a volver a SF a visitarnos?? Jesi.


Vaya, eso sí que fue una bofetada del pasado. No Jesica, sino Bruno. No
creo que ella lo recuerde, pero desde luego yo sí. Bruno fue el chico con el
que salí durante un tiempo una vez que Facundo se marchó a la universidad.
Bruno, el que hizo que Facundo se pusiera terriblemente celoso cuando
descubrió que yo no me había quedado esperando a que volviese de la
universidad para echar un polvo, o eso fue lo que me contaron. La razón
por la que Facundo y sus colegas abusaron de mí en la mesa de billar y
pensaron que sería divertido grabarlo en vídeo.
Nunca volví a ver o a hablar con Facundo, ni siquiera con Bruno. Sé que este
intentó ponerse en contacto conmigo un par de veces antes de que me
enviasen a Nuevo México, pero yo no quería verle, ni a él ni a ninguno de
mis viejos amigos, a excepción de Jesica. No podía regresar a ese lugar;
esa era la misma razón por la que no había vuelto a mi ciudad natal en
cuatro años. No tenía intención de regresar nunca.
Era raro pensar en todo eso de nuevo. No sentía rencor hacia Bruno,
sencillamente no sentía nada. En realidad Bruno me había tratado bastante
bien, considerando mi reputación en el instituto, pero me encerré en mí
misma tras el incidente y no era capaz de mirar a los ojos a nadie que
hubiese visto esas imágenes de mí en ese vídeo. Me pregunto qué pensó
Bruno cuando lo vio. ¿Intentaba consolarme porque sentía lástima por lo que
había ocurrido o estaba buscando un poco de acción conmigo? Quién sabe.
Estoy segura de que no lo sabía entonces, ni me importaba. Estaba
demasiado ocupada buscando salir de esa vida.
Escribí un mensaje muy pero que muy feliz y agradable a Jesi
deseándole buena suerte con él y salí de Facebook. Ahora tenía una nueva
vida. En Londres…, con Pedro… y el bebé que iba a tener.

CAPITULO 124




La preciosa pluma color turquesa de la doctora Roswell emitía el sonido
más maravilloso del mundo sobre su cuaderno a medida que tomaba notas.
—La universidad no puede cambiar el programa por mí. Tendré que
hacer las prácticas de restauración en algún momento. Pero aceptaron
darme permiso para faltar a Rothvale y han aprobado mi sustitución en
algunos trabajos de investigación.
—¿Y cómo te sientes con respecto a eso? —Sabía que iba a
preguntármelo.
—Humm… Estoy decepcionada, por supuesto, pero no tenía elección. —
Me encogí de hombros—. Es raro, pero aunque esté muerta de miedo por
tener este bebé, me da más miedo hacer algo que pueda dañar a mi hijo.
La doctora Roswell me sonrió.
—Vas a ser una madre maravillosa, Paula.
Bueno, eso aún está por ver.
—No tengo ni idea de cómo ser madre ni de cómo he llegado a esta
situación. —Alcé las manos—. Ni siquiera reconozco mi vida comparada
con cómo era hace dos meses. No sé si seré capaz de conseguir el trabajo
para el que me he preparado todos estos años. Hay muchas cosas que no sé.
—Eso es muy cierto. Pero te aseguro que es así para todo el mundo, en
cualquier parte.
Reflexioné acerca de esa afirmación tan sabia y elocuente. Esa mujer
podía decir tanto con tan poco… ¿Cómo podríamos cualquiera de nosotros
predecir el futuro o saber en qué vamos a acabar trabajando? Es imposible
saberlo.
—Sí, supongo —dije al final.
—¿Y qué pasa con Pedro? No has hablado mucho acerca de lo que él
quiere.
Pensé en él y en lo que podría estar haciendo en ese preciso instante.
Trabajar duro para mantener a salvo a todas esas celebridades en las
Olimpiadas, dando órdenes en las reuniones, más órdenes en las
videoconferencias y estresándose. Me preocupaba por él pero nunca se lo
diría. Simplemente se centraba en sus cosas sin quejarse. Pero sus
pesadillas siguen ahí, ¿sí o no?
—Oh, Pedro es muy práctico con todo esto. Me ha mostrado su apoyo
desde el primer momento. No parecía asustado ni atrapado ni… nada por el
estilo. Sinceramente, esperaba que lo hiciese. No nos conocemos desde
hace mucho, y la mayoría de los hombres saldrían huyendo en dirección
contraria al tener que enfrentarse a un embarazo no planeado, pero él no.
—Negué con la cabeza—. Él insistió en que no rompiésemos. Me dijo que
no podría hacerlo. Que el bebé y yo somos su prioridad ahora.
Me sonrió de nuevo.
—Parece que está encantado y eso debe darte cierta seguridad.
—Desde luego. Quiere que nos casemos tan pronto como podamos
organizarlo cuando terminen las Olimpiadas. Quiere que hagamos público
el compromiso. —Me miré el regazo—. Yo he estado posponiendo esa
parte y eso no le hace mucha gracia.
Anotó algo e hizo la siguiente pregunta sin levantar la mirada:
—¿Por qué crees que eres reticente a anunciarlo públicamente?
—Oh, Dios…, no lo sé… La única manera que se me ocurre para
describirlo es como una sensación de impotencia, una falta de control en
mi vida. Es como si me llevase la corriente. No estoy luchando por
mantenerme a flote o en peligro de ahogarme, pero no puedo salir de ella.
La corriente me arrastra y me lleva a lugares a los que nunca creí que
llegaría. —Comencé a emocionarme un poco y deseé no haberle dicho
nada, pero era demasiado tarde. Las verdades empezaron a brotar de mi
interior—. No hay marcha atrás. Tan solo puedo seguir adelante, me guste
o no.
—¿Quieres abandonar? —La doctora Roswell me ofrecía opciones, tal y
como supe que haría—. Porque no tienes por qué tener el bebé, o
prometerte, o casarte, o cualquiera de esas cosas. Lo sabes, Paula.
Sacudí la cabeza y miré hacia mi barriga. Pensé en lo que habíamos
creado y me sentí culpable por haber confesado en voz alta mis
preocupaciones.
—No quiero abandonar. Amo a Pedro. Él me dice que me quiere todo el
tiempo. Y lo necesito… ahora.
Paula, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir?
Me encontré con su mirada sonriente y supe que iba a soltar el resto.
—Necesito a Pedro. Le necesito para todo. Le necesito para poder ser
feliz y para que sea el padre de este bebé que hemos concebido, y para
quererme y cuidarme…
Mi voz se fue apagando hasta convertirse en un sollozo que sonó tan
patético que me odié en ese instante. La doctora Roswell habló con
suavidad.
—Da mucho miedo, ¿verdad?
Las lágrimas empezaron a caer y cogí un pañuelo.
—Sí. —Sollocé. Tuve que tomarme un segundo para seguir hablando—.
Le necesito tanto…, y eso me hace totalmente vulnerable… ¿Y qué haré si
algún día decide que ya no me desea?
—A eso se le llama confianza, Paula, y es de lejos lo más difícil de
conseguir.
Tenía razón.

CAPITULO 123




Mis ojos rastrearon el patio por costumbre y analicé a los clientes del
delicatessen mientras entraban y salían. Hacía un buen día de julio y estaba
abarrotado. Las Olimpiadas iban a convertir este lugar en una
aglomeración de enormes proporciones. Eso también me preocupaba.
Miles de personas iban a venir a Londres de vacaciones. Cada día llegaban
más atletas y equipos. Gracias a los dioses, no tenía que encargarme de
ellos. Mis clientes VIP ya supondrían bastante trabajo y dolor de cabeza.
Aún era cauteloso todo el tiempo con Paula, y tenía una muy buena
razón para serlo: hasta que no supiera quién había mandado el mensaje a su
teléfono, no iba a correr ningún riesgo. Sobre todo con Pablo en Estados
Unidos. Volvía el sábado con lo que esperaba fuesen algunas pistas sobre
quién era ese hijo de puta. Si me llevaban de vuelta al equipo del senador
Oakley, entonces iba a hundir a ese pedazo de cabrón. Conocía a unos
cuantos en el Gobierno y pediría favores si fuera necesario. Ponerme a
prueba amenazando a Paula era como golpear a una serpiente de
cascabel. Estaba preparado para hacer cualquier cosa con tal de protegerla.
—¿Has terminado? —pregunté cuando me di cuenta de que había dejado
de darle mordiscos a su sándwich.
—Sí. Ahora tengo que ir pasito a pasito. —Se puso la mano en el
estómago—. Literalmente.
—Lo sé, pero tienes que comer. Te lo ha dicho el doctor Sonda-Plátano.
Lo he escuchado claramente y él es una autoridad absoluta en estos temas.
—La miré arqueando las cejas.
—Bueno, estoy bastante segura de que el médico también evitaría la
comida si pasara tanto tiempo como yo inclinado sobre un inodoro
vomitándolo todo después de comer algo.
—Pobrecita, y tienes mucha razón, preciosa. —Me incliné para besarla
en los labios—. ¿Qué te he hecho?
Ella se burló y me devolvió el beso.
—Creo que es bastante obvio, teniendo en cuenta dónde acabamos de
pasar la última hora.
—Pero los medicamentos ayudan, ¿verdad? —Le acaricié la mejilla y
mantuve cerca nuestras caras. Joder, cómo odiaba ver sufrir a mi chica.
Ella asintió con la cabeza.
—Sí. Hace milagros. —Se puso de pie para ir a tirar el envoltorio de su
sándwich a la papelera. Incluso ese pequeño gesto llamó la atención de los
que estaban cerca. Localicé al menos a tres hombres y a una mujer que la
observaron. No me extraña que los fotógrafos quisieran que posara para
ellos. Malditos cretinos.
Paula era completamente ajena a todo eso, lo que la convertía en un ser
aún más excepcional.
Entramos en Fountaine’s Aquarium y sonreímos cuando cruzamos el
umbral, al recordar el día que hablamos como dos extraños y el destino
tuvo algunas cosas que decir. La tienda estaba concurrida y tuvimos que
hacer cola hasta que otro dependiente vino al mostrador a ayudar.
Junto a nosotros había una mujer que llevaba a su hijo en una mochila
como en una especie de cabestrillo. Recordé que Luciana utilizaba un
artilugio similar con Delfina cuando era un bebé. Excepto que a este niño no
le gustaba. Ni siquiera un poquito. Estaba bastante seguro de que si el
Bebe pudiese hablar, el aire de la tienda se habría llenado de «Que te
den y vete a tomar por culo». Gritaba y daba patadas, intentando
escabullirse. La madre lo ignoraba sin más como si no hubiese nada de
malo en llevar a un minihumano a la espalda llorando, retorciéndose y
chillando tan alto que podría hacer añicos el cristal del escaparate.
Busqué la complicidad de Paula y me puso los ojos como platos.
¿Estaba pensando lo mismo que yo? ¿Hará eso nuestro bebé? Oh, por
favor, Dios, no.
Avanzamos en la cola y solo teníamos a una persona delante de nosotros
cuando el niño de cara roja y grandes pulmones se puso a berrear con todas
sus fuerzas. Creí que me iba a explotar la cabeza. La mujer retrocedió y me
puso al pequeño demonio en la cara. La tienda era tan estrecha que me
arrinconó contra el mostrador sin poder moverme. Eché la cabeza hacia
atrás todo lo que pude y pensé que quizá hubiera sido mejor llamar a la
tienda y concertar el servicio por teléfono.
Paula estaba haciendo un gran esfuerzo para no reírse de mí cuando la
situación degeneró aún más, lo que nunca pensé que fuera posible. Oh, era
muy posible. La criatura se tiró un pedo a menos de treinta centímetros de
mí. No solo poseía el poder de arrancar la pintura de las paredes, sino que
sonó muy suelto, lo que confirmó que no podía haber sido una simple
ventosidad. Ese chiquillo estaba retorciéndose en su caca y yo estaba
demasiado cerca ahora mismo. La madre se dio la vuelta y me echó una
mirada furiosa como si hubiese sido yo. ¡Dios, sácame de aquí!
Paula estaba temblando a mi lado con la mano sobre la boca cuando el
dependiente me preguntó en qué podía ayudarme. Intenté no saltar sobre el
mostrador y suplicarle una máscara de oxígeno. No sé cómo pude gestionar
mi pedido con los gritos y el repugnante olor, y luego Paula se apresuró
hacia la puerta diciendo que me esperaba fuera. Sí, sal, nena, antes de que
te asfixies. ¡Corre, corre y no mires atrás! Es una chica lista, eso no es
ningún secreto.
Cuando conseguí escapar de la tienda, Paula estaba en la acera mirando
el tránsito peatonal. Me vio y se echó a reír. Me pasé la mano por el pelo y
tomé una enorme bocanada de aire. Puro, fresco. Aire londinense. Bueno,
puede que puro no, pero al menos ya no me lloraban los ojos. O puede que
sí, veía borroso y me moría por un cigarro.
—¿Estás bien? —le pregunté, pensando si esa ofensiva en la tienda la
había hecho vomitar.
—¿Y tú? —siguió riéndose de mí.
—La madre que lo parió. ¡Por todos los santos, eso ha sido aterrador!
¡Dime que era una encarnación de Satán! —Asentí con la cabeza—. ¿No es
así?
Aún riendo, se agarró de mi brazo y me llevó caminando hacia el coche.
—Pobre Pedro, que ha tenido que aguantar a un bebé maloliente —se
rio.
—Vale, ¡eso no era un bebé maloliente! —Era más bien una forma
realmente efectiva de disminuir la tasa de natalidad—. Dios santo, no creo
que existan las palabras adecuadas para describir lo que era eso.
—Oh, estás asustado. —Puso cara de falsa preocupación.
—Joder que si estoy asustado. ¿Por qué no lo estás tú? —Paula se rio
aún más fuerte—. Por favor, dime que nuestro pequeño guisante nunca se
comportará así.
Temblando de la risa, se puso de puntillas para besarme y me volvió a
decir lo mucho que me quería.
—Creo que necesito una foto de este momento, cariño. Sonríe para mí.
Sacó el móvil e hizo una foto, mientras seguía riendo de esa forma suya
tan hermosa que me recordaba el regalo que me había hecho la vida cuando
decidió que ella también me quisiera.