jueves, 4 de septiembre de 2014

CAPITULO 172




PEDRO


4 de Octubre

Londres

—Aquí estamos. ¿El bebé se ve bastante diferente esta vez, verdad? Es aproximadamente del tamaño de un plátano ahora, y a las veinte semanas, habrán pasado oficialmente la mitad del recorrido. Las medidas parecen estar bien para un embarazo saludable. Cordón umbilical, perfecto. Latidos, fuertes. —El Dr. B narró los detalles sobre lo que estábamos viendo en la pantalla. La mágica visión de nuestro bebé moviéndose irregularmente por todos lados, piernas y brazos empujando y tirando con una claridad impresionante. 


Ni siquiera pude apartar mis ojos por un instante para preguntarle algo al buen doctor. El realismo había mejorado notoriamente desde el último escaneo, no lo podía creer. Estaba viendo a una pequeña persona de forma plena, sin duda alguna sobre la humanidad de lo que habíamos creado.


Paula se quedó mirando la pantalla conmigo, en completa admiración, observando un pequeño pulgar dentro de una diminuta boca siendo succionado. Tan rápido cono fue succionado, el pulgar fue liberado.


—¿Viste eso? —Pregunté.


—Oh. —Paula rió suavemente, sin dejar de mirar—. Succionando su pulgar… Pedro, él estaba succionando su pulgar… o ella estaba. —Apretó mi mano, la tímida emoción en su expresión la hizo brillar de una forma que era nueva para mí. Se veía como… una madre.


—Lo sé. —Momentos como este demostraban lo buena que Paula sería como mamá. No había dudas. Froté mi pulgar en su palma.


—Ahh, sí, puedo intentar averiguar el sexo del bebé para ustedes…


—¡No! No lo quiero saber, Dr. Burnsley. No… me lo diga, por favor. —Paula sacudió la cabeza hacia él. Su decisión era definitiva. Cualquier tonto lo podría ver, y el doctor no era un tonto.


El Dr. B lanzó una mirada en mi dirección, y luego inclinó la cabeza preguntando si yo lo quería saber. Pensé por un instante en decir sí, pero en su lugar sacudí mi cabeza en un no.


—Está bien, Pedro, si quieres saber. Me daré vuelta y el Dr. Burnsley podrá mostrarte.


La tranquila belleza y absoluta confianza en su firme decisión de ser sorprendida sobre el sexo de nuestro hijo, era cautivante. Estaba tan segura sobre la manera en que quería descubrirlo. Paula no lo quería saber hasta que el bebé naciera, y eso era todo lo que había. Mientras que yo me hubiera simplemente encogido de hombros y dicho, “Claro, dígame.” Hubiera averiguado si teníamos una hija o un hijo en camino, y eso habría sido emocionante para mí. ¿Tomas o Laura?


—No, seré sorprendido contigo —le dije, sacudiendo mi cabeza hacia el Dr. B de nuevo, transmitiéndole la negativa.
Nada más que respeto absoluto para mi chica. Llevé su mano a mis labios y la besé. Compartimos una mirada sin palabras. Ninguna era necesaria.


El doctor interrumpió:
—Bien, entonces. La sorpresa será para ambos. —Imprimió algunas fotos para nosotros, y limpió la gelatina del vientre redondeado, antes de apagar la máquina que gestionaba el notable negocio de tomar fotografías ultrasónicas de nuestro bebé no nacido. Buen Dios, el hombre era más fuerte que yo. No había suficiente dinero en el jodido mundo que me tentara a hacer su trabajo—.Bueno, les diré esto con completa certeza —dijo el Dr. B secamente—, su bebé, será niño o niña.


—A mitad de camino de la línea final, nena. —Al terminar nuestro almuerzo en Indigo, acepté que estaba tratando de hacer demasiadas cosas a la vez, y fracasando en todas. Revisando mensajes en mi teléfono, viendo las noticias destacadas del fútbol en la TV en el bar del piso debajo de nosotros, y haciendo conversación con Paula. Mejor dicho, siendo un idiota.


Dejé mi teléfono, paré de ponerle atención a lo que el comentarista deportivo estaba diciendo sobre Manchester United contra Newcastle, y le di a Paula mi completa atención. Tenía esa media sonrisa que hacía a la perfección, la tranquila observación que me dijo que se estaba divirtiendo con mi falta de modales.


—¿En qué estás pensando ahora? —Pregunté.


—Hmmm, solo disfrutando de la vista. —Levantó su agua y le dio un sorbo, sus ojos asomándose por el borde del vidrio—. Viéndote trabajar, pensar en el Plátano Alfonso, preguntándome cuándo te darías cuenta de que no te estaba respondiendo.


—Perdón. Estaba distraído por mierda que no importa demasiado. Entonces, aquí está una mejor pregunta, ¿cómo te estás sintiendo sobre lo que dijo el doctor?


—¿Que necesito caminar en vez de correr?


Asentí. Algunas veces Paula no mostraba mucha reacción ante las cosas. Sabía que ella había oído lo que el doctor había dicho sobre sus hábitos de ejercicio, pero no sabía lo que pensaba sobre eso.


Se encogió de hombros hacia mí.


—Puedo hacer un poco de caminata. Además, te tengo a ti para que me des el montón de ejercicio para compensar lo que me estaré perdiendo. Estoy segura de que estaré bien. —Su media sonrisa se convirtió en una completa, con una pequeña risa sexy al final de ésta.


Ella no estaba bromeando sobre el sexo, tampoco. El embarazo elevaba la libido en una gran cantidad de mujeres, y yo estaba real y jodidamente agradecido de que mi mujer tuviera uno intenso ahora mismo. El médico había dado su bendición, así que estábamos follando casi como locos. Y amando cada minuto de ello.


—Entendiste bien eso. El Dr. B es mi nuevo mejor amigo.
Ella rodó los ojos.


—¿Es así? Cosas típicas del club de hombres con "el coito es perfectamente seguro, siempre y cuando estés dispuesta a ello —se burló del discurso elegante del médico con un movimiento de su cabeza—, con la insinuación del pene deslizando dentro”. Tan inteligente y original del Dr. Burnsley. Me pregunto cuántas veces ha dejado caer esa línea.


—No me importa cuántas veces lo ha dicho. Dar la luz verde en el sexo es todo lo que importa, nena. —Levanté una ceja—. Y siempre estoy ahí.


—Sé que lo estás —susurró sensualmente, un ligero rubor expandiéndose por su hermoso cuello, haciéndome desear tener mi boca sobre ella.


La mirada que me estaba dando en este momento... Una hermosa, fugaz y sensual mirada, de ella para mí, sobre una mesa finamente vestida. Y yo estaba deshecho, en un restaurante al mediodía, almorzando, deseando poder comerla en su lugar. No se necesitaba nada más que eso con nosotros. Una mirada, una caricia, un comentario en voz baja, y estaría al instante atrapado en los pensamientos de cuándo y dónde.


Así que traté de cambiar de tema a algo un poco más apropiado para el consumo público.


—También me gustó lo que dijo sobre las hemorragias nasales. —Ella había estado en lo cierto. Nada de qué preocuparse, solo normales efectos colaterales—. Lo siento por exagerar.


Inclinó la cabeza y me lanzó un beso al aire, pronunciando las palabras:
—Está bien.


Paula aguantaba mi mierda con la paciencia de un santo. 


No estaba bajo ningún concepto erróneo acerca de que mi rampante idiotez era fatigosa la gran parte del maldito tiempo. Y tampoco lo estaba Paula. Ella me hacía saber que me estaba comportando como un idiota, pero sobre todo me amaba, y calmaba todas mis asperezas. Una hacedora de milagros. Incluso estaba haciéndolo bien en disminuir la cantidad de humo. Realmente me había estado presionando a mí mismo para finalmente hacerlo. Terminar mi adicción a la nicotina era simbólico en varias cosas. Una ruptura con el pasado, una resolución de vivir una vida más sana, y un compromiso a que al menos dos personas necesitaban que me quedase allí durante otros sesenta años más o menos.
Había bajado a solo un cigarrillo por día. Casi todos los días, en la noche, justo antes de dormir. El simbolismo de esa costumbre era algo que deseaba que no fuera tan obvio, pero cualquier cosa que pudiera hacer para ayudar a mantener lejos los sueños y algún recuerdo era útil para mí.
Paula se excusó para ir al baño de damas, y yo volví a deslizar mi atención a los resultados del fútbol y los mensajes en mi teléfono móvil. Todo indicaba que estaría dirigiéndome a Suiza para los Juegos de Invierno de Europa XT en enero. Normalmente, saltaba por un trabajo como ese, pero este tenía algunas preocupaciones. La calificación del Príncipe Christian de Lauenburg en snowboard emocionaba al joven príncipe, sin duda. A su abuelo, el Rey de Lauenburg, no tanto. La realeza era difícil, y en esta situación, más aún. El nieto era el único heredero. Los herederos lo eran todo para la realeza. Si ése muchacho resultaba herido, mi reputación se dispararía al infierno. Y no podíamos olvidar la amenaza de terrorismo que ganaba impulso como un aparato de relojería en cualquier evento internacional de alto perfil que se realizara. Habría una ronda de amenazas veladas puestas al respecto, predije. Los locos no podían resistir la oportunidad de alguna prensa fiable en todo el mundo.
Me resigné a hacer funcionar el trabajo como siempre lo hacía, pero la chispa de interés no estaba realmente allí para mí. Siempre que mi agenda de viaje estuviera limpia para febrero, estaría bien, decidí. El bebé no debía llegar hasta el final del mes, pero no tomaría el riesgo de estar fuera del país cuando llegara el momento de Paula. Sentí mi estómago apretarse de sólo pensarlo. Si era honesto, estaba jodidamente aterrado por el nacimiento. Hospitales,
médicos, sangre, dolor, Paula sufriendo, el bebé luchando. 


Existía una puta infinidad de cosas podrían ir mal.


Un texto de Pablo me alertó de que algo requería mi atención inmediata y total. Teníamos tonos sincronizados de alerta para las emergencias. Leí su texto.


Y sentí que se me heló la sangre.


El centro de las noticias en la televisión había cambiado el deporte por la política.


No. Oh, mierda no.

CAPITULO 171




PAULA


—¿Qué? ¿Lo estoy? —Me erguí para encontrarme con la expresión aterrada de Pedro, con la sangre en su mano suspendida entre nosotros mientras resbalaba por su piel. Llevé la mano a mi nariz, entendiendo rápidamente lo que había sucedido—. Está bien, Pedro. Estoy bien —dije, viendo claramente cómo mi sangrado de nariz lo había enloquecido.


—Eso es un montón de puta sangre —ladró—. Llamaré a Angel —dijo, tomando su teléfono de la mesita de noche.
Incliné mi cabeza hacia atrás y apreté el puente de mi nariz.


—Es solo una pequeña hemorragia, Pedro. No llames a Angel por esto, por favor. —Me levante de él y me bajé de la cama. Y no fue fácil mientras trataba de evitar todo el goteo del sangrado.


Entré al baño y encontré un paño que usar. Ahora estaría arruinado, pero no tenía opción. Lo sostuve contra mi nariz con una mano y abrí el grifo del agua fría con la otra.


Pedro estaba justo detrás de mí, aún asustado con ojos como platos.


—Aquí, déjame hacerlo. —Inclinó mi cabeza y me revisó—. Sigue saliendo —dictaminó, su cara pálida.


Presioné la prenda de vuelta en mi nariz.


—Cariño, esto no es algo por lo que preocuparse. Es solo un sangrado de nariz. No es el primero que he tenido.


—¿No lo es? —Gritó—. ¿Cuándo? ¿Cuáles otras veces? —Una expresión enfadada se mostró en su hermoso rostro. Mi dulce hombre bromista de hace unos momentos se había ido.


—Tranquilo macho, tienes que relajarte… no son nada serio. Tuve uno ayer mientras estabas en el trabajo.


—¡¿Por qué no dijiste algo?! Mierda, Paula —Pasó una mano por su cabello despeinado, agarrando la parte de atrás en un puño apretado.


—Bien. —Levanté una mano, empezando a molestarme ante su reacción exagerada—. Quiero que respires profundamente, y luego vayas al sitio web y busques por “dieciocho semanas de embarazo”.


Con una mirada penetrante, sacudió la cabeza hacia mí, pero retrocedió para buscar su teléfono. Las manchas de sangre en su mano lucían espantosas, mientras entraba al sitio y revisaba la información. Sus ojos se movieron rápidamente mientras leía la sección de “Síntomas del embarazo”. Su cuerpo perdió algo de tensión y se sentó en un lado de la cama. Después de un momento de silencio, lo leyó en voz alta para mí, su voz plana:—Aumento de la presión en las venas de su nariz podría causar sangrados nasales. —Él estaba claramente enojado—. ¿Estás segura que no es nada de lo que preocuparse?


Cuando Pedro levantó la mirada hacia mí, la expresión en su rostro hizo que mi corazón se parara. Estaba triste, molesto, frustrado y preocupado, todo al mismo tiempo. Pobre chico, iba a necesitar tranquilizantes cuando entrara en labor de parto.


—Estoy bien, realmente lo estoy. —Me giré hacia el espejo y quité el paño. El sangrado se había detenido. Mi labio y mejilla eran un desastre, pero mi nariz estaba seca ahora.


Pedro saltó y vino hacia mí.


—Déjame hacerlo. —Sabía que no debía discutir con él. Me quedé quieta para que suavemente limpiara la sangre, mojando el paño y lavando cuidadosamente parte por parte hasta que ya no hubo nada.


Cerré mis ojos y dejé que trabajara, sintiéndome muy amada y apreciada a pesar del “trauma” que mi pobre Pedro había soportado.


—¿Cómo mierda voy a sobrevivir el nacimiento de este bebé, Paula?


Sostuve su rostro en mis manos y lo hice enfocarse.
—Lo harás. Puedes hacerlo. Minuto a minuto, como yo. —No sabía que más decirle. También estaba asustada.
Me atrajo a sus brazos y me abrazó contra él, besando la parte superior de mi cabeza y alisando mi cabello. Nos bañaríamos y estaríamos limpios para mi cena de cumpleaños con su familia en un momento, pero ahora los dos necesitábamos esto.


Él solamente me abrazó.


—Así que tuvimos un pastel. Lo que fue realmente delicioso, gracias, Luciana —Pedro le dio una inclinación de cabeza en agradecimiento—. Hemos tenido regalos… excepto por uno. —Rió disimuladamente a todos, luciendo demasiado engreído para mi gusto. ¿Qué demonios tenía planeado? Imaginé que podría ser algo grande, y eso me hizo ponerme ansiosa. No necesitaba regalos extravagantes de él. Ni siquiera los quería. Me conocía a mí misma. Era una chica simple.


—Quiero ver el regalo de la tía Paula —Delfina alzó la voz. 


Mi sobrina de cinco años no tenía problemas expresando sus opiniones sobre la vida en general. Era seguro decir que los regalos extravagantes no molestaban a Delfina ni un poco. Pedro la adoraba, y yo la adoraba. De hecho, ella había venido a vernos bastante seguido. Uno de sus hermanos mayores la acompañaba si el clima era agradable y ella corría por la casa y jugaba con sus Barbies. Delfina era graciosa.


—Bien, vayamos a verlo —dijo Pedro, con aire de suficiencia—. Ahora, Delfina, necesito tu ayuda. Tu trabajo es asegurarte de que Paula no abra sus ojos hasta que yo diga que puede. —Delfina lo miró, su pequeño cuello inclinado sobre su columna vertebral.


—Está bien —dijo, tomando mis manos en las suyas—. No puedes mirar, Tía Paula.


—Trato —dije—. Cuando dices, “vamos a verlo”, ¿dónde es eso exactamente?


Pedro rió y los otros sonrieron misteriosamente.


—Vamos al frente de la casa. —Me ofreció su brazo y lo tomé, dejando que me llevara con la pequeña Delfina en el otro.


Antes de que pasáramos las puertas frontales, hice un gran espectáculo cerrando mis ojos y les permití que me llevaran. No tenía que preocuparme por tropezar, porque Pedro me sostenía firmemente, dirigiendo cada paso. Claro que él se aseguraría de que no cayera. Tenía mucho sentido para mí como el rubro que había elegido para su carrera. Mi hombre había nacido para proteger y servir, y esos cargos eran demostrados en todo lo que hacía.


El sonido de la grava resonó bajo los pies de todos mientras caminaban, y seguía sin tener idea qué clase de regalo tenía para mí.


Nos detuvimos.


Escuché susurros, y luego Delfina dijo con su adorable voz de niña:


—¡Puedes ver tu auto blanco ahora, Tía Paula!


¿Un auto? Abrí mis ojos, para encontrar un nuevo y sorprendente Range Rover HSE Sport blanco. El trato completo, conducción zurda y todo. Sagrada mierda.
Me volví hacia Pedro.


—¡¿Me compraste un auto?!


La sonrisa en su rostro era peor que tener que aprender a conducir zurdamente.


—Lo hice, nena. ¿Te gusta?


—Amo mi Rover. —Estoy tan intimidada por este Rover. Puse mis brazos a su alrededor y susurré en su oído porque teníamos audiencia—. Estás jodidamente loco por comprar un regalo tan extravagante para mí. Debes detenerte.


Se retiró un poco y sacudió la cabeza lentamente.


—Totalmente loco por ti… y nunca me detendré.


Sabía que no lo haría, tampoco. La firme mirada en sus ojos me lo dijo.


Quería golpearlo y besarlo al mismo tiempo. Gastaba demasiado dinero en regalos para mí. No tenía que hacerlo, pero siempre había sido demasiado generoso conmigo desde el principio. Me mimaba y disfrutaba hacerlo.


Miré a mi nuevo auto y tragué. Tenía una idea de su precio y sabía que era un montón de dinero Jesucristo, ¿qué si destruyo la cosa? Mejor aún, ¿cómo manejaría esa maldita cosa?


—¿Qué voy a hacer contigo, Alfonso?


—No vas a hacer nada conmigo, pero creo que vas a hacer algo con tu nuevo auto. —Lucía preocupado, como si tal vez yo no estuviera feliz con mi regalo. No podía herirlo, sin embargo. Estaba fuera de cuestión alguna vez hacerle eso a Pedro. Además, seguía un poco asustado por mi problema del sangrado. Podía decir que había provocado algo en él. No estaba segura de qué era, pero sentí que tenía un poco que ver con mi embarazo, y más que ver con su pasado traumático. Suspiré internamente y guardé eso por ahora. Este no era el momento para adentrarse en eso.


Lo miré. Luego a Angel y Luciana, a Andres y Teo, quienes esperaban con una sonrisa que tomara posesión de mi regalo.Delfina, bendita sea, rompió la tensión saltando arriba y abajo.


—Quiero un viaje en él. Vámonos, Tía Paula.


Reí nerviosamente por un momento, y luego pensé: ¿por qué demonios no? Estaba casada con Pedro ahora. 


Inglaterra era mi hogar, y teníamos una casa en el campo. No podía tomar un tren hasta la ciudad. Necesitaba salir y conseguir cosas como la gente normal lo hacía cada día. Sería madre pronto, y tendría que ir a lugares con mi bebé. Mejor aprender ahora que tarde.


Les di a todos mi mejor sonrisa confiada y fui a por ello.
Sintonizando al Hombre del Clima por aquí, gente.


—Bien… realmente despacio por el camino. Soy una conductora excelente.


—¿Quién va primero? —Preguntó Pedro.


Delfina y Teo se ofrecieron y saltaron a la parte trasera. Fui al lado del conductor y abrí la puerta, oliendo el aroma a auto nuevo y encontrando difícil de creer que esta hermosa pieza de maquinaria ahora me pertenecía, junto con todo lo demás.


Pedro, la casa, su familia, el bebé… todo era difícil de asimilar con mi lastimero ser, especialmente en mi estado hormonal.


Me metí adentro, el cinturón de seguridad siendo el menor de mis problemas en cuanto miré al tablero. Más como un panel de control de una bomba. Miré hacia Pedro en el asiento de pasajero y extendí mi mano.


—¿La llave?


Me sonrió.


—Presionas aquí para encenderlo. —Se inclinó hacia delante y apuntó hacia el botón redondo.


—¡¿Me estás jodiendo?!


Teo rió disimuladamente.Delfina gorjeó. Pedro mordió sus labios como si estuviera conteniéndose de decir algo que lamentaría después. Esposo inteligente. Presioné el maldito botón.


Sólo dejé salir una bomba más con “j”, y dos o tres “mierda” en el transcurso de mi primera conducción zurda, con Pedro como mi paciente instructor.


Los niños en la parte de atrás estaban divirtiéndose, y amaban recordarme que debía “mantenerme en la izquierda” en el camino, lo que era estúpido porque era la única en la vía.


Pedro, como el sabio hombre que es, mantuvo su boca cerrada.


Le di una verdadera muestra de agradecimiento por mi generoso y hermoso regalo de cumpleaños, tan pronto como estuvimos solos.

CAPITULO 170



Esta casa era realmente grande. Demasiado grande para nuestras necesidades, decidí. Esto fue confirmado por el tamaño del moderno garaje en el que estaba parqueando mi auto ahora. Seguía teniendo su fachada original, luciendo en el exterior como la casa señorial que había sido construida originalmente hace alrededor de doscientos años. Como si gigantescos coches y carruajes hubieran sido puestos aquí por grupos de caballos y manejados por cocheros. Era un poco extraño para mí, porque siempre había vivido en la ciudad. Nacido y criado. Pero, ya amábamos esta casa, y en mi interior había sabido que éste era el lugar adecuado para que nosotros hiciéramos un hogar. No podríamos vivir aquí todo el tiempo, sin embargo, pero tres o cuatro días a la semana servirían por ahora. Además, no podíamos abandonar Londres completamente porque los negocios estaban allá, y los estudios de Paula, a los que estaba decidida a regresar una vez que el bebé naciera.


El agente inmobiliario había compartido un poco de la historia de la Corte Stonewell con nosotros. Había sido fundada alrededor de 1761, después de varios años de construcción, antes de ser ocupada por un caballero Inglés que quería una casa de campo para pasar los perezosos días de verano en la playa cuando el calor de la ciudad fuera demasiado opresivo. Y el hedor de la ciudad, probablemente.


La Londres de los siglos pasados no era tan agradable como lo es en la era moderna, así que tenía sentido cómo se habían construido las mansiones de los grandes países en primer lugar. Era divertido pensar que estábamos haciendo lo mismo que los otros propietarios de hace siglos. Viviendo en Londres y visitando el campo por un descanso. Estábamos teniendo diversión jugando en la casa y eso era todo lo que me importaba.


Aún me hacía reír el pensar que se habían referido a esta monstruosidad de piedra como una “casa de campo.” Sacudí la cabeza mientras me dirigía a la parte trasera de la casa para encontrarla. Le di a Robbie estrictas instrucciones de mantenerla ocupada mientras yo estaba en la cautelosa misión de recoger su regalo de cumpleaños. Sí, mi chica cumplía veinticinco años hoy, y tenía una celebración preparada para ella esta tarde.


Pasé a través del arco que llevaba a los jardines y la busqué, y allí estaba. Jugando con las flores. Ella no lo llamaría jugar, pero lucía como si estuviera teniendo un buen momento, con guantes de jardinería y pala en mano, plantando una vieja jarra con algunas vides verdes.


Los jardines habían atraído a Paula desde el primer día que habíamos puesto un pie en la propiedad. Pensé que era interesante, aunque ella había afirmado no saber mucho sobre plantas. Había estado hablando sobre querer aprender desde que vio el jardín de la casa de mis padres en Londres. El lugar donde le había pedido que se casara conmigo.


Robbie James, el jardinero que habíamos heredado cuando compramos Stonewell, estaba ayudándola con diferentes cultivos y plantaciones, refrescando todo por los años en los que la casa había estado vacía. Estaba feliz de ver que había escogido un montón de flores moradas, las cuales eran sus favoritas. Lo sabía, por supuesto. Le había enviado flores moradas la primera vez… y ella me había dado una segunda oportunidad. Levanté la mirada hacia las nubes y di un silencioso gracias a los ángeles que creían en las segundas oportunidades.


Así que Paula realmente estaba asimilando esta parte de su nueva vida, y eso me alegraba. Si ella quería jugar en la tierra, entonces que lo hiciera. Pero, era estrictamente una observadora en el aspecto laboral mientras tanto. Me aseguré de que Robbie entendiera que no cargara algo que pesara más que una manguera de jardín. Si ella trataba de hacer demasiado, sería mejor que escuchara sobre ello, así podría ponerle un alto.


Lo saludé desde el otro lado del césped, haciéndole saber que había regresado y que sus tareas con Paula habían terminado. Le mostré los pulgares levantados y él saludó de vuelta. El regalo de cumpleaños estaba ordenado y todo estaba listo. Sonreí ante lo que podría decir cuando viera lo que había hecho.


Me acerqué por detrás y cubrí sus ojos con mis manos.


—Adivina quién.


—Llegas tarde, lo sabes. No tendremos absolutamente nada de tiempo para nuestra cita romántica ahora. Mi marido estará de vuelta en cualquier minuto y enloquecerá si te encuentra aquí.


Demonios, es rápida con la boca.


—Trabajo rápido. Estaré adentro y afuera antes de que se entere de algo.


—Oh, mi Dios. —Giró y puso sus manos en mi pecho, riendo y sacudiendo su cabeza hacia mí—. Tú simplemente no me hiciste esa broma.


—¿Qué broma? —Dije, inexpresivo—. Si queremos tener un revolcón rápido antes de que tu marido llegue tendremos que apurarnos.


Ella rió y se alejó de mí, haciendo un gran show al quitarse sus guantes de jardinería, disfrutando el jodido juego que estábamos jugando. Su cabello estaba recogido de nuevo, justo como me gustaba que estuviese, así tendría el placer de soltarlo cuando la tuviera en la cama.


La tímida y traviesa en su rostro era una clara señal de que estaba tramando algo. Esperé a que hiciera su movimiento, ambos en pie de guerra, a la espera, intrigados y riendo como idiotas.


Ella dejó caer sus guantes a mis pies.


Mi polla despertó.


Sus ojos bajaron seductoramente… y luego giró sobre sus talones y echó a correr a la casa.


¡Sí! Le di dos segundos de ventaja antes de correr detrás de ella.


Atraparla iba a ser el jodido paraíso.


Paula me montó con experiencia, girando sus caderas en un círculo que hizo que las paredes de su coño me apretaran tan duramente que supe que no pasaría mucho tiempo antes de que me viniera.


—Oh, Pedro… estás tan duro —dijo sin aliento—, te sientes tan bien.


—Tú me pones duro, para que pueda follarte así. —Agarré sus caderas e incliné su espalda ligeramente. Me gustaba vernos follar, nuestros cuerpos colisionando, conectando. 


Eso me mataba.


Pero tenía que hacer que Paula se viniera primero, antes que nada.


—Agarra tus tetas en tus manos para mí.


Y como la perfecta amante que era, acunó uno en cada palma, como ofreciéndomelos, como si fueran una preciada pieza de fruta. Jodidamente perfecta analogía la de aquí. Los senos de Paula siempre habían sido suculentas obras de arte, pero estaban cambiando por su embarazo. En una muy buena manera. Eran incluso más suculentos ahora.
Mientras apretaba los pezones rosados que estaban apretados en el centro de esas voluptuosas bellezas, gritó. Pude ver las claras señales de su placer combinado con un delgado filo de dolor, e hice mi movimiento para traerla el resto del camino. Llevé mis dedos a su clítoris y trabajé en su nudo resbaladizo mientras ella continuaba recibiendo los arponazos de mi hinchada polla.


Explosión nuclear inminente. Esperé a que la primera convulsión en su interior que succionara y tirara de mi miembro. Eso era todo lo que tomaría ahora. Que ella se viniera me llevaría a seguirla en cuestión de segundos. 


Sabía lo que me hacía y siempre era jodidamente magnífico.


—Ooooohhh… Me vengo… —canturreó en un hermoso gemido.


Tan hermosa en toda su completa y gloriosa desnudez, ella encontró su placer, esos grandes ojos marrones brillando con fuego ámbar hacia mí.


—¡Oh sí, oh sí! —Seguí a mi chica por el camino explosivo del placer en el instante en que sus ojos hicieron contacto con los míos, sus estremecimientos internos y el duro agarre succionaron hasta la última gota de esperma de la punta de mi polla. Seguí follando, trabajándola a fondo. Sabía que era burdo de mi parte, pero quería mi semen en ella. Como si de alguna forma pudiera quedarme dentro de suyo sin estarlo realmente.


Colapsó sobre mi pecho, los dos agitados, la respiración pesada que se sentía tan bien después de que te venías. La giré y cerré mis ojos. Éramos un desastre de dulzura, semen y su excitación. Un hermoso, sucio, y jodido desastre.


—Ése fue el mejor regalo de cumpleaños que una chica podría recibir —susurró—. Pero es mejor que te vayas antes de que mi marido te encuentre aquí - Reí y acaricié su mandíbula.


—Estoy feliz de que te gustara. Y tu marido debería vigilarte mejor.


—Lo que él debería hacer es mantener un ojo en asegurarse de que esté satisfecha —resopló—. Estar embarazada me hace casi insaciable.


—Yo puedo cuidar de ti, nena. Olvídalo. Es un jodido idiota.


—Sí, también tienes una polla mucho más grande que la de él.


—Joder, mujer, eres un poco energética. —Le hice coquillas hasta que chilló y me pidió que parara.


Reímos y nos acostamos de nuevo, disfrutando el momento de cercanía juntos. Esto era pura felicidad para mí. No necesitaba mucha, pero ahora que había experimentado el amor de Paula, estaría perdido sin él. Amor. Una cosa que jamás había buscado, me había capturado, atrapado completamente… a tal manera que ahora era dependiente de él para mi supervivencia emocional.


Respiré en su olor celestial, acariciando sin rumbo arriba y abajo por su espalda, cuando sentí un hormigueo en mi pecho donde ella tenía su mejilla. Pasé mis dedos por el lugar y encontré un charco de cálida humedad. ¿Qué demonios? Levanté mi mano para encontrar mis dedos llenos de sangre


Mi corazón simplemente cayó al puto suelo.


—¡Oh Dios, Paula, estás sangrando!