sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO 116




Me mantuve alejado todo el tiempo. Le di el espacio que me pidió y
respeté sus deseos.
Hasta que volvió a vomitar.
No podía dejarla pasar por eso sola. No a mi chica. No cuando
necesitaba ayuda y compasión de alguien que la quisiera. Verla allí sentada
bajo la estatua de la sirena y luego llorando a lágrima viva había sido duro
de presenciar. Pero no tenía elección. No iba a dejarla salir sola cuando se
encontraba en peligro. Eso no iba a pasar. Me había asegurado de que el
GPS estuviese activado en su móvil después de aquella mañana en la que
se fue a por café y se encontró con Langley en la calle. El chupapollas. Y
como llevaba el móvil encima y encendido, había podido seguir sus
movimientos casi todo el camino. Aunque la parada en El Ave Marina me
sorprendió. Me preguntaba qué habría hecho allí. La estatua tenía mucho
más sentido para mí. Este era un lugar muy tranquilo. Entendía a la
perfección por qué había venido aquí para estar sola.
—Te tengo —dije al tiempo que le acariciaba la espalda y le recogía el
pelo otra vez, perdida la cuenta de cuántas veces lo había hecho.
—Oh, Pedro… —contestó con la voz entrecortada debido a las arcadas
—. Lo siento…, lo siento…
—Shhhh, no pasa nada. No te preocupes, cariño. —Le acaricié la espalda
con una mano y le sujeté el pelo con la otra—. Solo es el agua que has
bebido.
Cuando por fin terminó, se desmayó como una flor marchita y se
encorvó en el suelo con muy mal aspecto. Sabía que necesitaba llevarla de
vuelta a casa lo antes posible. Necesitaba con urgencia que la atendiese
Angel y que descansara.
La levanté hacia mí con piernas temblorosas, ya que su terrible estado
me destrozaba por dentro. Además, no podía evitar sentirme terriblemente
culpable.
—Gra… gracias por venir a bus… buscarme —dijo mientras le
castañeteaban los dientes y con los labios más azules que nunca. Estaba
helada y tiritando, así que me quité la camisa y se la puse encima de la
suya, confiando en que esta nueva capa de tela le hiciera entrar un poco en
calor.
Fue obediente, me permitió hacerme cargo, y eso supuso un gran alivio.
Cuidar de ella era algo que podía hacer. No necesitaba mucho, solo la
seguridad de que quería mi ayuda. De que me quería a mí.
—Siempre te encontraré. —La cogí y empecé a caminar por el largo
sendero de Stonewell Court hasta la puerta donde había aparcado. Ella
cerró los ojos y me puso la mano en el pecho.
Justo en el corazón.
Siempre me sorprendía lo fácil que era llevarla en brazos. Sabía por qué.
Era porque ella llevaba mi corazón consigo dondequiera que fuera. Mi
corazón estaba en sus manos, y tal vez llevarla en brazos era en cierto
modo instinto de supervivencia. Llevarla a ella era llevarme a mí.
No podía explicarlo, pero yo lo entendía. Para mí tenía mucho sentido.
Lo dije otra vez.
—Siempre te encontraré, Paula.
En cuanto la llevé de vuelta a Hallborough, Angel me dijo que la llevara
al piso de arriba, a nuestra habitación, y la metiera en la cama. Estaba
dormida cuando lo hice. Ni siquiera se despertó cuando le quité los zapatos
y la arropé con la manta.
Mi pequeña tenía un aspecto horrible. Nunca lo diría en voz alta, pero
era así. Aunque eso no significaba que no siguiese siendo la mujer más
hermosa del mundo. Para mí lo era. Mi preciosa chica americana.
Angel se acercó por el otro lado de la cama y le pellizcó el brazo unas
cuantas veces. Le tomó el pulso en el cuello y luego la temperatura.
—Está muy deshidratada y tiene el pulso alto. Me gustaría ponerle una
intravenosa. Necesita líquidos ahora mismo o podría tener problemas. Su
masa corporal es baja y no puede permitirse…
—¿Puedes hacer eso aquí para no tener que ingresarla en el hospital?
—Puedo pero tengo que ir corriendo a la clínica a coger lo que necesito,
y alguien tendrá que vigilarla todo el tiempo.
—Yo lo haré. —La miré dormir, esperanzado de que al menos estuviese
soñando algo bueno. Se lo merecía—. No la voy a dejar.
—¿Y cuál es el veredicto? ¿Voy a ser tío o no?
—No lo sé, Angel. No me lo ha dicho. Aún no lo sabemos… —Aunque
tenía muchísimas ganas de saberlo.
En cuanto Angel se fue, aparté las mantas para quitarle los vaqueros.
Quería que estuviese cómoda en esta cama, ya que iba a tener que quedarse
un buen rato. ¡Joder, y tanto! Iba a descansar aunque tuviese que atarla a la
maldita cama.

CAPITULO 115





Intenté aguantarme las ganas que tenía de llorar y ni siquiera miré el
resultado. Cerré el test de embarazo y me lo metí de nuevo en el bolsillo de
los vaqueros, me lavé las manos y me fui. Nunca me había sentido tan
débil, patética y perdida. Bueno, sí que lo has hecho. Hace siete años fue
mucho peor.
El calor del sol empezaba a decaer al final de la tarde y se había
levantado viento, pero no tenía frío. No. Estaba sudando mientras seguía el
camino de vuelta por el que Pedro me había llevado esa mañana. Sabía
adónde quería ir. Podía sentarme allí y pensar un rato… y luego… Luego
¿qué? ¿Qué iba a hacer después?
El camino del bosque no tenía tanta luz como esta mañana y era evidente
que había perdido algo de su aspecto de cuento de hadas, pero seguí
adelante hasta mi destino y apenas me di cuenta. El pestillo de la puerta de
hierro se abrió igual que lo había hecho unas horas antes y emitió un fuerte
sonido metálico detrás de mí en cuanto entré. Corrí por el largo camino de
grava, levantando piedrecitas por detrás de mí al abrirme paso. Me
apresuré; de alguna forma necesitaba verla otra vez. Suspiré aliviada
cuando apareció la estatua del ángel sirena. Sí, aún estaba allí. Me reprendí
a mí misma por pensar que sería de otra manera. Era real y no un producto
de mi imaginación. Se te va la cabeza.
Me senté allí mismo, a los pies de la estatua, y sentí mi corazón palpitar.
Latía con tanta fuerza que estoy segura de que hasta movía la piel que lo
cubría. No estaba vestida para correr, pero al menos los zapatos que
llevaba valían.
Me quedé allí sentada durante mucho, mucho tiempo.
El mar parecía más oscuro y más azul que por la mañana. El viento era
más intenso y había un rastro de lluvia en la brisa. El olor me gustaba: a
tierra, agua y aire, todo mezclado. Olor a vida.
Vida.
¿Había una pequeña vida creciendo dentro de mí? Todo el mundo
parecía creerlo. La idea de ellos tres hablando sobre mí como si fuera una
especie de rata de laboratorio aún me enfurecía. Secretos otra vez. Pedro
sabía que no quería secretos. Simplemente no puedo soportarlos y dudo
que nunca sea capaz de hacerlo. Cuando soy la última en enterarme de las
cosas, aunque sean insignificantes, me recuerda al momento en que vi por
primera vez ese vídeo mío en la mesa de billar siendo… ultrajada como si
fuera basura. Despreciable. Feo. Feísimo.
Es mi trauma. Mi cruz. Espero que llegue el día en que pueda cerrar la
tapa de esa caja de Pandora y mantenerla cerrada, pero eso todavía no ha
sucedido. Desde que conocí a Pedro la tapa se ha soltado varias veces.
Pero no es culpa suya. Eso lo sé. Es mía. Yo he tomado decisiones igual
que el resto del mundo. Tengo que vivir con ellas. El viejo dicho «cosechas
lo que siembras», de hecho, tiene mucho sentido.
Aún no estaba preparada para mirar la prueba de embarazo, simplemente
no podía. Supongo que eso significaba que era débil, pero nunca he dicho
que fuera muy fuerte emocionalmente. Ese es el trabajo de la doctora
Roswell y le he dado a la pobre mujer muchísimas cosas en las que trabajar
en los últimos años. Haría su agosto con esta noticia. Necesitaría un tercer
empleo solo para pagar la terapia adicional.
Volviendo a lo que podría pasar. Embarazada. Un bebé. Un niño. Un hijo
de Pedro. Nosotros dos padres… Estoy bastante segura de que cuando
Pedro sugirió que deberíamos casarnos no tenía en mente convertirse en
padre. Aunque sería un padre maravilloso. Lo había visto con Delfina y los
chicos. Era bueno con ellos. Un poco gamberro pero con sentido común.
Sería el tipo de padre que tenía yo.
El mejor. Si eso era algo que él quería ser alguna vez. Y estaba
aterrorizada porque no sabía la respuesta a esa pregunta.
Imaginarme a Pedro en el papel de padre es lo que me rompió. Las
lágrimas brotaron entonces, no podía aguantarlas ni un segundo más.
Estaba llorando en mitad del césped de un hermoso palacete de piedra
situado en la costa de Somerset, a los pies de una sirena alada que miraba
al mar. Lloré hasta que no me quedaron más lágrimas y era hora de saltar a
la siguiente etapa de este duelo. Ya había pasado por la negación y la ira.
¿Qué era lo siguiente? ¿Negociación? Pedro tendría algo que decir al
respecto. Me volví a sentir culpable por haberle dejado en casa. Seguro que
me odiaba…
Para mi sorpresa el ataque de llanto ayudó porque me sentí un poco
mejor. Aunque con muchísima sed.
Necesitaba agua y me imaginé que la deshidratación era la culpable.
Tanto vomitar y correr es lo que tiene. Miré alrededor en busca de un grifo
y localicé uno. Caminé hasta él y giré la manivela para dejar correr el agua
un poco antes de poner la mano y llevármela a la boca. Sabía tan bien que
bebí sin parar hasta que estuve satisfecha. También hice lo que pude con
mi cara, intentando secarme las lágrimas, limpiarme los mocos y acabar
con el terrible aspecto que tenía en ese momento.
Volví a mi sitio bajo el ángel sirena y miré el mar otro rato. La brisa me
refrescó la cara mojada hasta que se secó al viento.
Ya es hora de mirar.
Hora de mirar y ver lo que me deparaba el destino. Nunca voy a estar
preparada, decidí. Cuando me metí la mano en el bolsillo para coger la
prueba de embarazo, sentí que otra oleada de náuseas se apoderaba de mí y
me pregunté cómo era posible vomitar así.
Por lo visto, ni el agua era bienvenida en mi estómago, así que me limité
a arrodillarme sobre las rocas y a soportar de nuevo las arcadas mientras
toda esa agradable y refrescante agua volvía a salir.

CAPITULO 114



Parecía que apenas hubiera pasado algo de tiempo, pero me encontré
llegando a la costa rocosa que habíamos recorrido esa mañana y supe que
había transcurrido un buen rato. Cuanto más lejos corría, más culpable me
sentiría por marcharme sin decir una palabra. Pedro estaría muy dolido.
¿Dolido? ¡Va a estar cabreadísimo! Iba a arder Troya. Me preguntaba si ya
sabría que me había marchado. Cerré los ojos ante la idea de él al darse
cuenta de que no estaba y supe que tenía que ponerme en contacto. Recordé
algo que me había dicho hacía mucho tiempo. Fue cuando me pidió que
eligiese una palabra de seguridad. Pedro me dijo que era para cuando
necesitara mi espacio y que lo respetaría. Había mantenido su promesa la
otra vez que la utilicé.
Pedro era sincero conmigo. Estaba segura de que mantendría su palabra,
así que le mandé el mensaje, puse el móvil en silencio y seguí corriendo.
No sé lo que esperaba conseguir, pero el esfuerzo físico me ayudaba. Tenía
que quemar la adrenalina de alguna forma, y esto era algo que al menos
podía controlar.
Acabé al final del muelle, justo en la cafetería El Ave Marina, donde
habíamos comido hacía solo unas horas. Qué rápido pueden cambiar las
cosas en un solo día.
Pedro me había insistido: «Recuerda lo que te he dicho, Paula». Lo
había repetido varias veces. Quería que supiera que me amaba. Así era
Pedro, siempre tranquilizándome cuando me volvía irracional. Pero esto…
Esto era demasiado, y no quería enfrentarme a ello. No quería enfrentarme
a la verdad…, pero sabía que tenía que hacerlo. Correr como una loca por
ahí en un pueblo costero no iba a ayudar en absoluto.
Cálmate, Chaves.
Bien, eso me dio fuerzas para empujar las puertas de la cafetería.
Caminé hasta la primera empleada que encontré y le dije que había
desayunado allí esa mañana y que creía que me podía haber dejado las
gafas en el baño. Me permitió pasar y allí que entré.
Me saqué el test del bolsillo e hice lo que tenía que hacer, muy enfadada
conmigo misma por estar en un baño público en vez de en casa con Pedro
esperándome. Apoyándome. Sus últimas palabras fueron muy
contundentes: «No lo olvides». Me aseguró a su manera que estaba ahí para
lo que necesitara. Soy tan estúpida.