miércoles, 12 de marzo de 2014

CAPITULO 107


Por qué los peces no van a la escuela? —me preguntó Delfina.
Me encogí de hombros con un gesto exagerado.
—No tengo ni idea de por qué los peces no van a la escuela. ¿Tú lo
sabes?
Ella asintió con la cabeza muy seria.
—Porque se les mojan los libros.
Me reí de su carita engreída, manchada de helado de fresa, que atacaba
por un nuevo ángulo su cucurucho medio derretido.
—¿Quieres un poco, Rags? —Le ofreció su manjar al golden retriever
que estaba sentado de manera fiel bajo la mesa al aire libre.
Rags dio un par de lametazos con su larga lengua rosa y yo fruncí el
ceño. Delfina me miró para ver lo que iba a decir, menudo diablillo era. Yo
me encogí de hombros.
—No me importa si quieres babosos gérmenes de perro en tu helado.
Haz lo que quieras.
Ella soltó una risita y dio patadas a la silla al mover las piernas.
—Paula habla raro.
—Lo sé. Se lo llevo diciendo desde hace mucho tiempo, pero no me hace
caso. —Negué con la cabeza con tristeza—. Lo sigue haciendo. —Saqué el
móvil para hacerle unas fotos y comenzó a posar en el momento en que se
dio cuenta de lo que estaba haciendo. Me partía de risa con Delfina, era
indomable. A sus padres les esperaba una buena cuando llegara a la
adolescencia. Dios mío.
Más risitas.
—Habla como las palabras de Bob Esponja.
Abrí la boca fingiendo sorpresa.
—¿Sabes qué? ¡Tienes razón! ¿Se lo dirás? —Ella se encogió de
hombros—. Es simpática y creo que no puede evitarlo. —Delfina me echó una
mirada de censura y volvió a su helado de fresa. Parecía querer decir: Solo
un auténtico gilipollas se burlaría de la forma de hablar de alguien, idiota.
No podía negar que era hija de su madre.
—Bien hecho, Pepe. Dejar a tu sobrina compartir el helado con el perro. Lo
he visto todo desde el escaparate de la tienda. —Luciana parecía indignada
con los dos cuando llegó—. Me voy un par de minutos…
—Ha dicho que no le importaba, mamá —interrumpió Delfina, que me
vendió sin pensarlo.
—Oh, yo creo que Ragssey está bastante sano. —Le di al perro una
palmadita en la cabeza—. ¡Y tú eres una pequeña traidora! —Señalé a Delfina
con el dedo—. Pues denúnciame, Lu. Yo aquí solo soy el tío. Dejarla
campar a sus anchas sin miramientos es mi trabajo.
—Sí, bueno, yo no tengo el trabajo de tía permisiva… todavía.
Le lancé una mirada y distinguí algo en su expresión. No estaba seguro
de qué, pero reconocía la sospecha en mi hermana solo con verla. Tenía la
mente ocupada.
—¿Qué significa ese comentario tan críptico?
—Tú y Paula. —Negó un poco con la cabeza—. Esto es realmente
serio, ¿verdad? Nunca te he visto así.
Miré hacia el mar, con sus millones de ondas cegadoras, y me ajusté las
gafas de sol.
—Quiero casarme con ella.
—Me lo imaginaba… Bueno, suponía que ibas a ir por ese camino. Lo
que he hablado con ella esta mañana prácticamente lo ha confirmado, y
luego, cuando ha dicho que necesitaba una siesta, he empezado a atar
cabos.
¿Y qué tiene que ver en esto que Paula necesite una siesta?
—Entonces ¿lo apruebas? —pregunté.
Luciana me miró con curiosidad.
—¿Que si apruebo que Paula y tú se casen? Pues claro que te apoyo.
Quiero que seas feliz y si la quieres y ella te quiere a ti…, bueno, pues
entonces así es como tiene que ser. —Me alcanzó la mano por encima de la
mesa—. Esto pasa muchas veces. Nadie es perfecto. Angel  y yo empezamos
de la misma forma,Pepe, y no cambiaría absolutamente nada de nosotros o de
cuando llegaron nuestros hijos. Son una bendición.
Le cogí la mano y le di un beso.
—De verdad que lo son, y puede que algún día…, pero una familia no
entra en los planes ahora mismo. Solo estoy intentando que se acostumbre
a la idea de atarse para empezar.
Luciana pareció aliviada.
—Oh, bien. Ahora me cae aún mejor. Debo admitir que estaba
preocupada por si te habían atrapado y odiaba pensar que te pasara eso,
hermanito. Me alegro por ti si es algo que quieres.
Resoplé.
—Sí, claro…, ella es la que necesita que la atrapen. Es muy difícil hacer
que Paula se comprometa y le asusta tener una relación. Seré afortunado
si consigo llevarla al altar de aquí a un año. Estoy intentando convencerla
de que un noviazgo largo funcionará mejor.
Luciana asintió lentamente con la cabeza, como si estuviera asimilando
la información.
—Así que esperaran hasta después para celebrar la boda… Es una
opción, pero papá lo va a odiar. Recuerda cómo se puso cuando Angel y
yo nos precipitamos con Teo. Papá nos hizo casarnos en un mes. —Se
burló de las palabras que dijo mi padre en aquel entonces—. «¡Ningún
nieto mío será un bastardo! A tu pobre madre se le rompería el corazón si
estuviese aquí para verlo…».
—¡¿Qué?! —Me quedé boquiabierto—. Paula no está…, o sea, estás
muy equivocada si eso es lo que estás insinuando. —La fulminé con la
mirada, estupefacto por sus elucubraciones—. Creías que… —Negué
enérgicamente con la cabeza—. ¡No, Lu! Mi chica no está embarazada.
Es imposible. Ha sido muy cuidadosa con la píldora. La veo tomársela cada
mañana. Joder, estoy seguro de que la he escuchado esta mañana en el baño
cogiendo sus pastillas.
Luciana negó lentamente con la cabeza; sus ojos grises parecían
compasivos y extrañamente sabios, pero aun así no me lo tragaba.
—¿Crees que está embarazada? ¿Y que por eso me quiero casar con
ella? —Estaba realmente estupefacto y me pareció un insulto que mi
hermana nos imaginara tan irresponsables—. No podrías estar más
equivocada, Lu. ¡Dios! Oh, mujer de poca fe —dije con desdén mientras
cogía mi café.
—Entonces quizá ustedes dos deberían hablar con Angel —comentó
ella—, porque yo me apostaría mi casa a que Paula está muy embarazada
y a que van a ser padres te guste o no.
Me atraganté con el café y asusté al perro, que se dio contra la pequeña
mesa y la hizo repiquetear en mitad del patio adoquinado.
Luciana bajó la vista hacia Delfina, que para todos los efectos parecía estar
escuchando cada palabra de nuestra conversación.
—Sé buena y lleva a Rags al césped para que juegue, ¿vale?
Delfina reflexionó un momento antes de decidir que enfrentarse a su madre
era inútil y se marchó con Rags como le había pedido, con el helado
derretido en la mano.
Se me aceleró el ritmo cardiaco al instante y sentí miedo combinado con
ansiedad y entusiasmo, todo al mismo tiempo.
—No vamos a hablar con Angel…, ¡espera un puñetero segundo,
Luciana! Pero ¡¿qué narices?! Quiero saber lo que te hace estar dispuesta a
apostar tu magnífica casa a que está embarazada. —Ahora estaba gritando
—. ¡Dímelo! —Me pasé la mano por la barba y sentí brotar el sudor
mientras miraba enfurecido a mi hermana y esperaba que dejara ya ese
equivocado intento de gastarme una broma.
Luciana miró alrededor de la zona del patio de la tienda de golosinas y
sonrió con amabilidad a los demás clientes, que ahora nos ponían mala
cara.
—Frena, hermano. ¿Y si damos un paseo? —Cogió sus bolsas, se puso
de pie y me brindó una mirada paciente que decía claramente: Escucha a tu
hermana mayor, pedazo de idiota.
Pensé en dejar a mi hermana y a mi sobrina allí mismo, en el centro del
pueblo, volver corriendo a la casa a por Paula, subirla en el Range Rover
y conducir de vuelta a Londres. Podríamos alejarnos de aquí y fingir que
todo esto solo había sido un extraño e imposible sueño o malentendido. Lo
pensé en serio. Durante unos cinco segundos.
De algún modo me puse de pie a pesar de que de repente me fallaban las
rodillas, cogí la bolsa con la compra de la tienda de antigüedades en la que
habíamos parado antes y seguí a mi hermana.
—¿De cuánto es el retraso? —preguntó Luciana mientras andábamos.
—¿Retraso? ¡Joder, yo no sé nada de esas cosas! Dijo que las pastillas
que se toma hacen que se le retire la regla algunas veces.
—Ah, entonces no se enteraría si tuviese un retraso. Tiene sentido. Me
ha contado que anoche vomitó. Ha dicho que tuviste que parar a un lado de
la carretera. También ha mencionado que anoche además estaba mareada.
—Sí, ¿y qué? —dije yo a la defensiva—. A lo mejor fue algo que le
sentó mal.
Luciana me dio un golpe en el hombro.
—No seas tonto. He tenido tres hijos, Pepe, conozco los síntomas del
embarazo y mi marido es médico. Sé de lo que estoy hablando.
Sentí una línea de sudor por mi espalda.
—Pero… no puede ser.
—Oh, deja de quejarte y cuéntame los hechos. Te aseguro que puede ser.
¿Qué pasó cuando Paula se mareó?
—Tuvo que sentarse y dijo que tenía sed.
—La sed es un síntoma —explicó Luciana con sonsonete.
—Joder, y después de eso tuvo que vomitar. Oh, Dios.
—Algunas mujeres tienen náuseas matutinas por la noche —anunció—,
Angel incluso te dirá que es muy común.
—¿Qué más te pasaba a ti?
—Me podría muy malhumorada y sensible. Es por las enormes
cantidades de hormonas descontroladas.
Visto. Mi broma sobre su transformación en Medusa de hacía un par de
semanas de repente ya no le hacía gracia.
—Extremo cansancio, necesidad de siestas. —Giró la cabeza todo lo que
pudo hacia un lado—. Nunca en mi vida he dormido la siesta excepto las
tres veces que he estado embarazada.
Visto. Paula estaba durmiendo ahora mismo en casa de mi hermana.
Yo quería un cigarro y luego otro, y seguir hasta terminarme el paquete
entero.
—Los pechos se vuelven muy sensibles al tacto, un poco doloridos. De
nuevo, son las hormonas que están empezando el proceso de lactancia para
alimentar al bebé.
Me quedé pasmado mirándola, estoy seguro de que tenía la boca abierta
de par en par como el tonto del pueblo mientras hablaba de hormonas y
pechos y producción de leche. Esto no puede estar pasando. No puede. No
ahora.
Pero mi hermana siguió divagando, aterrándome con cada frase que salía
de su boca.
—Esta última parte es algo que pasa y, créeme, preferiría no decirlo,
pero supongo que debo contártelo de todas formas ya que me has
preguntado. —Levantó la mano para que no le hablase—. No quiero
escuchar si es verdad o no. De verdad que no necesito saberlo.
—¡¿El qué?! —le grité—. ¡Deja de andarte por las ramas y dímelo,
joder!
Luciana me lanzó una mirada asesina y luego poco a poco la cambió por
una sonrisa de superioridad.
—Las mujeres embarazadas se excitan mucho y quieren sexo todo el
tiempo. Por lo general los hombres son demasiado estúpidos para darse
cuenta de por qué tienen la suerte de contar con esos polvos de más. —
Estoy seguro de que le encantó decirme eso—. Definitivamente son las
hormonas. —Luciana se cruzó de brazos y esperó.
—Tenemos que volver —dije con una extraña voz. Incluso para mis
oídos, no soné normal. Todo lo que podía ver era a Paula suplicándome
que la follara en la ducha. Oh, Dios mío. Hablar de conmoción petrificada
no cubría ni de lejos el impacto de esta bomba.
Mientras estaba allí de pie junto a mi hermana, mirando la costa de
Somerset en un cálido día de verano, con mi sobrina persiguiendo a un
perro sobre el césped, supe dos cosas que eran verdades irrefutables.
La primera era que Paula no se tomaría la noticia nada bien.
De la segunda parte me di cuenta enseguida y con una extrema claridad.
La reafirmación de que era un hombre muy, muy afortunado por razones
que solo podía decirme a mí mismo. Ni siquiera se lo contaría a Paula.
Solo podía saberlo yo y mantenerlo en privado. Una lógica muy simple, en
realidad. Y cuanto más lo pensaba, más fácil era aceptar la posibilidad.
Si Paula realmente va a tener un hijo mío…, entonces nunca podrá
abandonarme.

CAPITULO 106



Paula se tensó mucho y sentí los espasmos comenzar en sus
profundidades, exprimiendo mi sexo todo lo que pudo. ¡Oh, joder, sí! Se
estremeció debajo de mí y se puso a hacer esos suaves sonidos que me
encanta escucharle, los que me hacen volar. Y en un abrir y cerrar de ojos
perdió totalmente el control en mis brazos mientras la atravesaba y el agua
caliente caía a chorros sobre nosotros.
Me mandó hasta los límites del maldito sistema solar y luego más allá.
Y menos mal que se corrió entonces, porque si hubiese tenido que
aguantarme un segundo más creo que habría muerto. Vi cómo sus ojos se
encharcaban cuando llegó al clímax y disfruté al saber que yo había hecho
que eso sucediese, y luego del glorioso ascenso y colisión de mi propia
descarga cuando explotó dentro de ella…
Mis dientes estaban mordisqueándole el cuello y mi polla aún daba
sacudidas dentro de ella cuando tomé conciencia de nosotros. No sé lo que
me mantuvo de pie, sinceramente. Solo una reacción automática, creo,
porque la estaba sujetando y no quería soltarla, pero no era consciente de
mucho más aparte de eso. Estaba inmerso en la completa y total confusión
sensual de Paula y mi amor por ella. De la forma en que siempre me
sentía después.
Le rocé el cuello con la lengua y bombeé el último resquicio de placer
entre nosotros, busqué su boca y la besé con pasión. Si había una forma de
colarse dentro de ella, entonces yo estaba allí. No sé por qué era así con
ella y con nadie más. Simplemente lo era.
Abrió los ojos despacio, tan hermosa en su confusión posorgásmica, y
me dedicó una soñolienta sonrisa.
—Ahí está —dije.
Ella tragó saliva e hizo que su garganta se moviera, lo que llevó a mis
ojos hasta la marca roja que le había dejado en el cuello con los dientes.
Eso lo hacía mucho, y siempre me sentía culpable después. Aunque ella
nunca se quejaba. Ni una sola vez había protestado por lo que le hacía
cuando follábamos. A veces apenas parecía real.
—Voy a dejarte en el suelo, ¿vale?
Ella asintió con la cabeza.
Salí de Paula despacio y disfruté hasta del último segundo a la vez que
me invadía una punzada al separarme de ella; se estaba tan bien ahí dentro.
Se quedó de pie y me rodeó con los brazos. Nos quedamos allí bajo el agua
de la ducha un par de minutos antes de lavarnos todo el sexo. Qué pena. Sé
que me convertía en un cavernícola, pero me encantaba tener todo mi
semen en ella.
Cerré el grifo y salí para acercar unas toallas. Ella me dejó que la secara,
algo que me encantaba hacer cuando tenía tiempo, como ahora.
—Tengo que secarme el pelo —dijo con un suspiro.
Me envolví la toalla alrededor de la cintura y alcancé el batín de raso
color crema que se había traído. La ayudé a ponérselo y le até el cinturón,
mientras hacía pucheros porque ya no estaba desnuda.
—Qué pena que tengamos que taparlas. Una verdadera tragedia. —
Rodeé sus dos preciosas tetas con las manos y las estrujé sobre el sedoso
tejido.
Ella se encogió de dolor.
—¿Te he hecho daño?
—En realidad no, es solo que están sensibles. —Bostezó y se puso la
parte de delante de la muñeca sobre la boca para reprimirlo.
—Ahora de verdad que necesitas una siesta. Te he dejado totalmente
hecha polvo. Lo siento, nena, es que no puedo evitarlo. ¿Me perdonas? —
Le agarré la barbilla y le acaricié los labios con el pulgar.
—Perdonarte ¿por qué? ¿Por el polvo en la ducha? De eso nada,
Alfonso. —Negó con la cabeza de manera brusca.
—Entonces ¿ahora estás enfadada conmigo? —Me asaltó la duda y odié
esa sensación.
—Para nada. Me ha encantado retomar la pared contigo. —Se rio de mí
y borró todo mi temor.
—Muy bien, mi preciosa provocadora, siéntate y deja que te peine. —Le
di una ligera palmada en el trasero y me reí de su pequeño saltito sobre el
banco del tocador.
—Cuidado, Alfonso —me advirtió.
—¿O qué? —la desafié.
—Te quedarás sin futuros polvos contra la pared. Puedo hacerlo,
¿sabes…?, si quiero. —Me miró en el espejo con los ojos entrecerrados.
Le pasé el peine con cuidado por una parte del pelo y luego seguí con
otra zona enredada.
—Ah, sí, podrías, pero ¿por qué diablos harías eso, nena? Te encantan
mis polvos contra la pared casi tanto como que te peine. Probablemente
más.
Ella suspiró.
—Cómo odio cuando tienes razón, Alfonso.
Quince minutos más tarde, Paula tenía aún más sueño y el pelo seco,
así que la metí en la cama. Ella me miró mientras me vestía, y estaba muy
sexi jugando con un mechón de pelo con el dedo.
—¿Qué les vas a decir? —preguntó.
Me acerqué y la besé en la frente.
—Que te he follado hasta que te has quedado dormida.
Sus ojos se abrieron.
—No serías capaz…
Era mi turno de reír.
—No soy tan idiota, nena —dije mientras me señalaba el pecho con el
pulgar—. ¿Qué crees que les voy a decir? Que estás durmiendo la siesta.
Negué con la cabeza.
—Van a pensar que soy una vaga por quedarme frita.
—No es verdad. Estás agotada y ayer estuviste enferma, y aún no creo
que estés bien del todo. Me he dado cuenta de que no has desayunado
mucho esta mañana y te quedabas atrás en la carrera.
Ella farfulló y me miró enfurecida.
—¡No me he quedado atrás en la carrera, idiota!
¿Una cosa sobre Paula? Es lo más competitiva que se puedan imaginar.
Juro que podría competir en motivación y determinación con algunos de
los tíos que conocí en las Fuerzas especiales. Y nunca insinuen que es
débil físicamente. La pone furiosa.
Joder, pero qué guapa está cuando se enfada.
Me mordí el labio para no reírme de manera descarada y levanté las
manos en señal de rendición.
—Vale, solo te has quedado atrás un poquitito. —Traté de calmarla con
unos besos—. No hay nada malo en ello, puesto que estuviste enferma la
noche pasada, nena. Tu cuerpo necesita recuperarse. Descansa y te sentirás
mejor. —Asentí con la cabeza—. Quiero que lo hagas.
Ella bajó la vista hasta la manta y la pellizcó de forma distraída.
—¿Qué vas a hacer mientras estoy durmiendo?
—Tengo una cita con una belleza del pueblo. —Me encogí de hombros
—. Es una auténtica rompecorazones. Pelo oscuro, grandes ojos azules,
absolutamente despampanante. Aunque es muy bajita. —Hice un gesto con
la mano—. Tiene predilección por los helados.
Ella se rio mientras volvía a bostezar.
—Siento perderme tu cita y no tomar helado con la belleza del pueblo.
Es adorable. ¿Le harás una foto con el móvil para mí?
—Claro, nena. —Otro beso—. Ahora vete a dormir.
Mi chica ya estaba frita cuando salí de la habitación.

CAPITULO 105




Paula se dirigió a la ducha y yo comprobé si tenía mensajes en el
móvil. Mi ayudante, Francisca, había prometido mandarme cualquier cosa
potencialmente apremiante, pero me alegró ver que solo eran cosas sin
importancia que podían esperar. Ahora mismo necesitaba lavarme y
Paula estaba desnuda en la ducha.
—Eres consciente de que hay escasez de agua en Inglaterra, ¿verdad? —
pregunté mientras me metía detrás de ella, toda resbaladiza con gel y agua
caliente, y me volvía loco como siempre.
Se dio la vuelta para alcanzar el champú y me miró de arriba abajo.
—Creo que lo he visto en las noticias, sí.
—Así que supongo que tendremos que compartir el agua siempre que
sea oportuno.
—Ya veo —dijo ella despacio, mientras sus ojos bajaban hasta mi sexo,
que empezaba a despertar—. ¿Y crees que ahora mismo es oportuno?
—Extremadamente oportuno.
—Entonces por supuesto, adelante. —Se apartó del agua para que yo
pudiera meterme debajo.
—Oh, voy a necesitarte más cerca si queremos sacar el máximo
provecho de compartir el agua, nena.
—¿Así de cerca está bien? —Dio un paso y la visión de su piel
enrojecida y mojada provocó que se me hiciera la boca agua al pensar en
probarla.
—No. —Negué con la cabeza—. Sigues estando a kilómetros de mí.
—Creí que te gustaba mirarme —dijo con coquetería.
—Oh, sí, nena. Me gusta mucho. —Asentí con la cabeza—. Pero lo que
más me gusta es mirarte y tocarte al mismo tiempo.
Dio otro paso, lo que la situó a unos centímetros de distancia, nuestros
cuerpos alineados pero aún sin tocarse mientras el agua caliente caía a
raudales en el pequeño espacio que nos separaba.
Saboreé el momento de calor erótico que se arremolinaba entre nosotros,
la expectación de lo que iba a llegar, porque sabía que muy pronto la
estaría devorando con todos mis sentidos.
—Pero solo me estás mirando y no me tocas —susurró—, ¿cómo es eso?
—Oh, lo haré, nena. Lo haré. —Puse la boca en su cuello e inhalé el
aroma de su piel, el jabón y el agua, todo mezclado en un embriagador
elixir que solo me puso más caliente—. ¿Cuántas ganas tienes de que te
toque?
—Muchísimas.
Podía escuchar el deseo en su voz, y me elevó aún más alto. No había
nada más excitante que saber que ella quería eso conmigo. Presioné los
labios en el punto justo debajo de su oreja y sentí un delicioso escalofrío
por su parte.
—¿Aquí? —pregunté.
—Sí. —Se arqueó ligeramente hacia atrás, haciendo que la punta de sus
duros pezones me rozara la piel justo debajo del pecho.
—¿O tal vez aquí es mejor? —La lamí desde el cuello, arrastré la lengua
por su deliciosa piel, y seguí hacia abajo para encontrarme con uno de esos
pezones endurecidos que suplicaban que los chupara.
—Ahhh, sí. —Ella se estremeció, se puso de puntillas y dejó esa
preciosa, suave y rosada piel al borde de mis labios.
Saqué la lengua y le lamí solo la punta y en respuesta la escuché gemir
con un sonido más suave. Empezó a levantar los brazos hacia mí y yo
retrocedí rápidamente.
—No. —Negué con la cabeza—. Nada de tocarme, nena. Esto es todo
para ti. Saca las manos y apóyalas contra los azulejos, y quédate así para
mí.
Podía ver cómo sus pechos se elevaban y bajaban cuando respiraba; sus
ojos tenían destellos de un color verde grisáceo que me recordaba al color
del mar de nuestra carrera de esa mañana. Se puso en posición y también
echó la cabeza hacia atrás, a la espera de que le diera la próxima orden.
Verla someterse a mis instrucciones me afectaba. Estos juegos que
practicábamos no se parecían a nada de lo que había experimentado antes
con otra persona. También me empujaban hasta terrenos emocionales que
tampoco había deseado nunca antes con nadie. Solo ella. Solo Paula me
llevaba a ese lugar.
—Joder, estás tan sexi ahora mismo.
A ella le dio un escalofrío y tensó las caderas cuando pronuncié esas
palabras; a continuación abrió bien los ojos y me miró con algo más que un
poco de frustración. Volví a acercarme a ella y la observé temblar un poco
más y respirar con más dificultad.
—Por favor…
—¿Por favor qué, nena? —pregunté antes de tocarle rápidamente la
punta del pezón con la lengua.
—Necesito que me toques —gimió en voz baja.
Le volví a lamer el pezón, esta vez formando un círculo alrededor de la
oscura punta.
—¿Así?
—Más que eso —jadeó, mientras luchaba por mantener las manos
apoyadas en los azulejos de la ducha.
Pasé al otro pecho, lo agarré fuerte con la boca y terminé con un
pellizquito con los dientes sobre el pezón. Se puso rígida bajo mi tacto y
emitió el jadeo sexual más bonito que he escuchado nunca, suave,
abandonado y precioso.
—Me gusta escuchar ese sonido salir de tu dulce boca, nena. Quiero
escuchártelo una y otra vez. ¿Puedes volver a hacer ese sonido para mí? —
Le capturé el otro pezón de la misma forma con la boca y deslicé la mano
que tenía libre justo entre sus piernas—. Oh, joder, estás tan mojada, nena
¡Quiero escucharte! —Me concentré en su resbaladiza hendidura. Deslicé
la mano de un lado a otro en su clítoris hasta que se derritió contra la pared
de la ducha para mí en una perfecta sumisión sexual.
También hizo ese sonido para mí otra vez.
Dejé la mano en su sexo y la mirada en su cara, observando cada
exquisita sacudida y ondulación de su cuerpo mientras la hacía tener un
orgasmo. Después de un momento levantó la vista poco a poco hasta mis
ojos y la mantuvo ahí.
—Eso ha sido precioso verlo —dije.
—Ahora quiero esto —susurró ella mientras me agarraba la polla y la
hacía resbalar contra ese paraíso mojado y caliente que tenía entre sus
piernas.
—Dilo con palabras. —Eché hacia atrás las caderas.
—Quiero tu polla dentro de mí.
—Conque sí, ¿eh? —Presioné hacia dentro, deslizando mi miembro de
un lado a otro por sus labios vaginales, consiguiendo una buena fricción
para mí y una segunda ronda de placer para ella.
—¡Sí! ¡Por favor! —suplicó.
—Pero has sido mala y has quitado las manos de la pared. Te he dicho
que las dejaras ahí —espeté, mientras seguía acariciándola dentro y fuera a
través de sus resbaladizos pliegues.
—Lo siento…, no podía esperar…
—Eres tan impaciente, nena.
—¡Lo sé!
—¿Qué quieres de mí ahora? —pregunté, con mi boca en su cuello y mi
polla aún moviéndose despacio ahí abajo.
—Quiero que me folles y que me hagas correrme otra vez —respondió
ella con una voz tan baja, tan suplicante…, como si de verdad le fuese a
hacer daño si no la follara. Se me encendió una bombillita cuando lo dijo
de esa forma. Me daba permiso para llevarla más lejos de lo que habíamos
llegado antes, de conseguir que se entregara más. Fue la mejor sensación
del mundo. De todo el puto mundo.
—Ponme los brazos alrededor del cuello y sujétate. —La agarré por
debajo de los muslos y la levanté—. ¡Envuelve las piernas a mi alrededor,
nena, para que pueda darte lo que quieres!
Ella apretó las piernas en torno a mis caderas y la espalda contra los
azulejos. Dijo mi nombre.
—Pedro…
—¿Sí, preciosa? —Ella jadeó—. Estás tan guapa esperando a que te folle
contra la pared de la ducha… Te encanta que te follen contra las paredes,
¿verdad?
Sus ojos se abrieron y balanceó sus caderas abiertas contra mí con
frustración.
—¡Sí!
—Te voy a contar un pequeño secreto, nena.
—¡¿Qué?! —protestó ella, sin una gota de paciencia.
Coloqué la punta justo a las puertas de su sexo y me sumergí hasta los
testículos.
—¡Oh, Dios mío! —gritó ella mientras me tomaba dentro y sus ojos se
ponían en blanco por un instante.
—Me encanta follarte contra las paredes. —Empujé fuerte; la apretada
presión de su sexo latía alrededor del mío y me hacía tambalearme en una
bruma de placer inmediato tan intenso que no sabía cuánto tiempo iba a
poder aguantar. Quería que durara para siempre—. ¿Recuerdas la noche
que te follé contra la pared en tu piso? —dije con los dientes apretados—.
Me gustó tanto entonces como me está gustando ahora.
—Sssssssí —siseó temblando a través de la potente embestida, con las
manos agarradas con fuerza para hacer palanca—. Quería que lo hicieras.
Me encantó. Odié que te fueses después.
Ahora ella estaba casi llorando mientras llegamos juntos hasta el frenesí,
fundidos en cuerpo y mente. Paula estuvo allí mismo conmigo todo el
camino. Conectamos tan perfectamente que casi dolía sentirlo. No casi…,
¡dolía de verdad!
El sexo con Paula también dolía del gusto. Siempre lo había hecho y
sabía que siempre lo haría.
—¿Y qué te pedí que me dijeras aquella noche, nena? Fue la primera vez
que me lo dijiste.
Sus ojos parpadeantes, cubiertos de placer, me apuñalaron con violencia,
igual que mi polla estaba apuñalando su coño ahora mismo.
—Que soy tuya —susurró en voz baja.
—Sí. Eres-mía. —Empecé a añadir un pequeño giro circular a mis
golpes y sentí sus músculos internos contraerse más—. Y ahora te vas a
correr encima de mí. ¡Una-vez-más!

CAPITULO 104



Es la tercera vez que bostezas. ¿Podrás llegar a casa o tengo que cogerte
en brazos antes de que te desplomes?
—Sí, claro —se burló ella—. Los dos sabemos por qué estoy tan cansada
hoy. —Me dedicó una descarada sonrisa de suficiencia que hizo que me
dieran ganas de hacerles cosas sucias a esos bonitos labios suyos.
Sí, bueno, la tuviste despierta la mitad de la noche follando, ¿cómo
esperas que esté? El recuerdo me hizo sonreír. Mi chica nunca me
rechazaba, ni cuando era un depravado. Soy un hombre con mucha, mucha
suerte. Pero eso no es nuevo y ya hace tiempo que lo sé.
—Lo siento, cariño. Te alegrará saber que he disfrutado cada minuto que
te he mantenido despierta. —Alargué el brazo y le estrujé su bonito trasero
y la observé saltar.
—¡Estás loco! —gritó, y me dio un empujón.
—Loco por ti —contesté yo, rodeándole con el brazo y estrechándola
contra mí—. De todas formas, ya casi hemos llegado. Espero que Angel y
los chicos estén en casa para que puedas conocerlos.
—Lo estoy deseando —afirmó ella mientras trataba de reprimir otro
bostezo.
—¡Hasta aquí hemos llegado! ¡Pienso meterte en la cama para que
duermas la siesta en cuanto lleguemos!
Se rio de mí.
—No es mala idea. Me están empezando a encantar las siestas.
Los sonidos de voces masculinas y el olor a pan recién hecho nos dieron
la bienvenida en la puerta cuando llegamos. Eso y los gamberros de los
hermanos mayores de Delfina, que se me echaron encima en una caótica
explosión de gritos.
—¡Los chicos! Dios, estás enorme, Teo. Y, Andres, ¿cuántas citas has
tenido esta semana?
Los dos me ignoraron y se quedaron mirando a Paula. Creo que fui
testigo de un flechazo de Teo mientras Andres simplemente se ponía
colorado.
—Chicos, esta es Paula Chaves, mi… novia. —Le sonreí de oreja a
oreja—. Paula, estos son los demás engendros de mi hermana, quiero
decir, mis sobrinos. Teo y Andres Greymont.
—Encantada de conocerla, señorita Chaves—Teo le ofreció la
mano.
Andres me miró como si me hubiera salido una segunda cabeza.
—Es verdad que ahora tienes novia —comentó asombrado.
Paula le dio la mano a Teo y le dedicó una seductora sonrisa.
—Veo que has aprendido de tu tío Pedro o puede que hasta de tu abuelo
—le dijo después de que él le plantara un beso en la mano—. Tienes muy
buenas maneras, Teo. —Le guiñó el ojo y luego se dirigió a Andres—: Tú
no tienes que besarme la mano, Andres, pero estoy encantada de conocerte.
Este asintió con la cabeza y la cara se le fue poniendo cada vez más roja.
—Un placer —repuso entre dientes con un rápido apretón de manos.
—Y ese tío tan guapo de ahí es el que procreó a los engendros, es decir,
a todos estos niños que me acosan. —La pequeña Delfina había aparecido y se
me había pegado como con pegamento a un lado para no quedar excluida
—. Angel Greymont, mi cuñado, un brillante médico rural, el amor de la
vida de mi hermana y el culpable de todo esto. —Levanté las palmas de las
manos.
Angel se acercó a saludar a Paula y me echó una mirada que significaba
que más tarde querría detalles, de hombre a hombre.
—Paula, es un gran placer conocerte por fin en persona. He escuchado
hablar tanto de ti —Angel me miró entrecerrando los ojos—. Casi todo a
través del padre de Luciana, eso sí; Pedro no me cuenta nada. —Derrochó
todo su encanto con Paula, algo que se le daba bien, al ser médico y eso.
—Gracias por este fin de semana en tu preciosa casa. Está siendo
realmente perfecto —le dijo Paula—. Tienes una familia encantadora.
Seguro que el pobre estaba muy alucinado de verme con alguien.
Conocía a Angel desde hacía más de quince años y no recordaba haberle
presentado nunca a una novia. Así que supongo que podría contar con
algún tipo de interrogatorio por su parte. Este era otro de los que sabía
muchos de mis secretos, pero no todos. Quizá debiera hablarle a Angel de
los sueños y las pesadillas. Pero no puedo. Bloqueé ese desagradable
pensamiento y observé a Paula cautivar a mi familia hasta convertirlos en
sus fans.
—Ese pan huele de maravilla, Luciana. —Paula se acercó a la encimera
de la cocina para ver las barras de pan recién horneadas—. Hacía mucho
tiempo que no hacía pan. Ha sido divertido hacerlo esta mañana.
—Para mí también —dijo Luciana—. ¿Quieres un poco? Estaba
preparándome para tomar un té con Angel y los niños. Pan recién hecho y
mermelada de fresa casera.
—Suena divino, pero la ducha me llama después de una carrera tan larga
y de caminar hasta aquí. —Intentó aguantarse otro bostezo, pero fue
imposible. Se tapó la boca con una elegante mano y murmuró—: De
verdad que lo siento. No sé por qué estoy tan cansada. Debe de ser el aire
fresco, que me da sueño.
Pillé la miradita de complicidad entre mi hermana y Angel mientras
nos íbamos. Simplemente negué con la cabeza y seguí a Paula escaleras
arriba. Estoy seguro de que empezaron a reírse de mí en cuanto salimos de
la habitación. Qué divertido que ahora mi familia meta las narices en cada
detalle de mi vida privada, pensé. Supongo que será mejor que te vayas
acostumbrando.

CAPITULO 103




Sus ojos se encendieron con pasión mientras su boca descendía hacia la
mía, abriéndola por completo para cubrirme los labios y devorarlos. Yo
gemí de placer y le dejé entrar. Pedro sabía besar. No me gustaba imaginar
lo mucho que habría practicado, pero valoré su talento mientras su lengua
me exploraba a fondo. La presión de su peso sobre mí no hacía sino
acentuar mi estado.
Atacó mi labio inferior, mordisqueándolo y lamiéndolo, antes de soltarlo
con un suave ruido de succión.
—Has huido de mí —me regañó, con su boca sobrevolando justo encima
de la mía.
—Me manoseaste el culo —dije con un tono indignado—, lo que hace
que salga corriendo, por cierto. No creas que voy a olvidar también esto,
Alfonso.
—No puedo resistirme a tu culo, jamás. Ahí está, lo dije como tú —
añadió mientras me lamía el lóbulo de la oreja—. A ti en cambio te gustan
mis besos.
—Sinceramente, podría vivir sin tus besos —mentí, poniendo una cara
inexpresiva que no podría sostener más de dos segundos.
—Está bien…, ¿de modo que no te importará si no te beso nunca más?
—bromeó, inclinando su frente para tocar la mía cuando giré la cabeza.
Entonces mis ojos vislumbraron la casa y no pude evitar quedarme
mirándola. Pedro siguió mi ejemplo y suspiró—. Santo cielo.
Los dos nos quedamos contemplando la grandiosa fachada de una
bellísima casa georgiana de piedra gris que se alzaba justo en el saliente
del litoral dominando el mar. Me quitó el aliento, con sus hileras de
ventanales, su tejado alto, angosto, puntiagudo. No era una mansión
enorme pero estaba situada en un lugar perfecto y tenía un diseño elegante.
Apostaba a que la vista desde las ventanas que daban al mar era
sobrecogedora.
Pedro se apartó para ponerse de pie en primer lugar y después me ayudó
a mí a levantarme.
—Guau. —No tenía más palabras que decir en ese momento.
—Está aquí oculta, tan en secreto… No tenía ni idea de que sería así…,
o ni siquiera de que existiera —dijo entrelazando su mano con la mía—.
Vayamos a echar un vistazo. Quiero contemplar las vistas desde la parte
trasera.
—Me has leído el pensamiento —contesté mientras le daba una
juguetona palmada en el culo con la otra mano.
—Y tú estás muy pero que muy traviesa hoy.
Me agarró la mano con la que le había azotado y la llevó hasta sus labios
para besarla, como había hecho tantas veces conmigo en el pasado, pero
era algo de lo que nunca me cansaba y que jamás dudaba que haría. Pedro
poseía un conjunto de dones que combinaba el chico-malo- dios del sexo
con un caballero romántico y cortés; algo tan inusual y cautivador que yo
era incapaz de resistir la atracción. Le sonreí y no dije nada.
—Tendré que pensar un buen castigo acorde con tus delitos.
—Haz lo que te plazca —le respondí con descaro mientras rodeábamos
la casa hacia los jardines. Los jardines de la parte posterior eran increíbles.
Podía imaginar a los antiguos propietarios haciendo fiestas aquí en días
soleados, con la vista de la costa de Gales al otro lado de la bahía. Pensé en
la de horas que habrían pasado pintando esta escena que yo contemplaba
justo ahora. Me apostaría todo a que muchas.
Paseé más lejos por el césped, hasta donde este se encontraba con las
piedras de la costa. Ahí, incrustada en la base, había una estatua de un
ángel. No era solo un ángel, sino más bien una sirena con alas
de ángel, con finos detalles y tranquila en medio del viento. En la base de
la estatua había un nombre tallado: Horacio.
Pedro se acercó por detrás y se abrazó a mí con fuerza, su barbilla
descansando encima de mi cabeza.
—El nombre de tu padre —dije a media voz—. La estatua es
cautivadora. Una sirena alada. Es increíble, y nunca había visto nada
parecido. Me pregunto quién sería Horacio.
—Quién sabe. Este sitio tiene como mínimo doscientos cincuenta años
de antigüedad y no creo que haya estado ocupado, incluso aunque no haya
estado a la venta estos últimos años. Luciana y Angel deben de saber si
hubo gente viviendo aquí.
—¿Quién no querría vivir en una casa tan hermosa? —dije mientras me
giraba para mirarle.
—No lo sé, nena. No me malinterpretes, me encanta la ciudad, pero el
campo también tiene su encanto —argumentó admirando de nuevo la casa
—. Quizá murió alguien, o eran demasiado mayores y no podían
mantenerla.
—Puede que tengas razón. No obstante, es triste que algo así se
desprenda del legado familiar. Imagina si Luciana y Angel hubieran
perdido Hallborough.
—Habría sido trágico. Ella ama esa casa, y es el lugar perfecto para criar
niños.
—Toda esta zona es fascinante. Estoy muy contenta de haber venido hoy
por aquí y haber descubierto este camino. Es como encontrar un lugar
secreto y escondido. —Me puse de puntillas para besarle—. Gracias otra
vez por traerme aquí. Es maravilloso estar fuera contigo.
Pedro me rodeó con sus brazos y me besó justo debajo de la oreja.
—Sí, lo es —susurró.
Comenzamos el regreso a Hallborough, con el brazo de Pedro
rodeándome suavemente. Incliné la cabeza hacia él, feliz por confiar y por
las fuerzas que me daba. De pronto algo pasó por mi cerebro. Era la
imagen de los dos, como estábamos justo aquí en este momento, con el
enorme brazo de Pedro sobre mis hombros, cerca de mí. Supe entonces que
al final se saldría con la suya. Tendría todo lo que me había pedido.
Mudarme con él, comprometernos y, seguramente, incluso la boda.
Dios mío.
Pedro era un verdadero as jugando sus cartas.