sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 139




Paula estaba preciosa con su traje de Chanel negro y el pelo recogido.
Terriblemente triste, pero muy hermosa. Su madre le había traído la ropa
que tenía que ponerse. Utilizaban la misma talla, por lo visto, y Paula se
sentía incapaz de ponerse a discutir llegados a este punto. Noté que estaba
tratando de sobrellevarlo y que en realidad no se había permitido la
libertad de sumirse en la pena.
Yo me mantenía al margen y fuera de las discusiones todo lo que me era
posible. Paula no estaba en forma para soportar una pelea familiar, así
que me mordía la lengua para mantener la paz. La señora Shultz y yo
manteníamos una tregua; casi evitábamos el contacto directo. No la
escuché en ningún momento preguntarle a Paula cómo se sentía con el
embarazo. Ni siquiera una sola vez. Era como si fingiese que no había
ocurrido. ¿Qué clase de madre se despreocupa tanto de su hija embarazada
como para no preguntarle por ello?
Deseé que todo acabara rápido para poder sacar a mi chica de ahí. La
quería de nuevo en suelo británico. El vuelo a casa de esa noche parecía
que no iba a llegar nunca lo suficientemente rápido.
El funeral había ido bien; si es que una muerte precipitada puede ir bien,
quiero decir. Quería que fuese una desgracia, no un asesinato. Paula no
me había preguntado. No creo que la idea le pasara siquiera por la cabeza,
y me alegraba de ello.
Le reconocí en el momento en que llegó a la reunión tras la misa junto a
la sepultura. Había visto suficientes fotos de ese gilipollas baboso como
para identificarle al verle. Debía de tener los huevos como pomelos para
creerse con derecho a entrar como lo hizo. Fue directo a Paula, la abrazó
y le dio sus falsas condolencias por la terrible pérdida. Creo que ella estaba
demasiado triste como para reaccionar ante su presencia. Su madre estaba
a su lado y se puso a hablar con él con evidente cariño, algo que me cabreó.
¿Cómo podía hacerle eso a Paula? El hijo de ese hombre había violado a
su hija, lo había grabado en vídeo, ¿y le trataba como si fuera un amigo?
Bla, bla, gilipolleces. Crucé la mirada con la de Pieres y me aseguré de
que mi apretón de manos fuese muy fuerte.
Sí, eso es, senador, acabamos de conocernos. Va a ver los huevos que
tengo dentro de nada. Vaya que sí.
Tuve que dar un paso atrás y contenerme. Besé a mi chica en la frente y
le dije que volvería en breve. El senador y yo teníamos una cita.
Le seguí e identifiqué a su equipo de seguridad de inmediato. Quiero
decir, es fácil reconocerse en la profesión. Lo único que iba a hacer era
hablar con el senador. Inofensivo, ¿verdad?
Cuando Pieres fue al baño me aseguré de ralentizar el paso al seguirle.
El momento perfecto. Los idiotas de sus guardaespaldas estaban ocupados
llenando sus platos de comida. El lavabo de caballeros tenía pestillo, lo que
suponía una ventaja añadida. Mi suerte no tenía límites hoy.
Estaba inclinado sobre el lavabo cuando él salió abrochándose el
cinturón.
—Estamos solos y la puerta está cerrada, Pieres.
Se quedó de piedra y evaluó la situación. El senador parecía haber sido
bendecido con un mínimo de inteligencia, eso he de reconocérselo. No se
asustó.
—¿Me está amenazando, Alfonso? —dijo manteniendo su tono de
voz.
—Recuerda mi nombre. Muy bien. Me temo que no se lo podría decir…
todavía. —Me encogí de hombros—. ¿Por qué no me lo dice usted,
senador?
—He venido a honrar a quien fue mi amigo durante muchos años, eso es
todo. —Fue hasta el lavabo y abrió el grifo.
—Ah, eso es lo que usted dice. Yo diría que es más una visita para su
campaña, ¿no cree?
—La muerte de Miguel Chaves ha sido un duro golpe para mí y para todos.
Paula es una chica adorable. Siempre lo ha sido. La pérdida de su padre
debe de ser una carga enorme que soportar. Sé lo mucho que Miguel la
quería. Ella era su vida.
Me quedé mirándole, bastante impresionado ante lo teatrero que sonaba.
Debía de estar ensayando para los discursos que tendría en el futuro.
—Enhorabuena por tu futura boda y tu futuro hijo —dijo mientras se
lavaba las manos.
—Así que ya ha leído nuestro anuncio. —Ladeé la cabeza y me planté
frente a la puerta. Ese cabrón no se iría de ahí hasta que yo lo dijese—.
Esto funciona así, senador. Usted escucha, yo hablo. —Tomó una toalla y
empezó a secarse las manos de forma metódica—. Lo sé todo. Montrose
está muerto. Fielding desapareció a finales de mayo. Apuesto a que
también está muerto y seguirá desaparecido. Sé que mantiene retenido a su
hijo en el ejército norteamericano. Puedo unir todos los cabos. Todo el
mundo desaparece. Cuando el informe de la autopsia de Miguel esté
terminado, lo leeré. ¿Se pregunta qué dirá? —Me encogí de hombros.
—No tiene que ver conmigo, Alfonso. —Sus ojos marrones claro me
aguantaron la mirada—. No soy yo.
Me acerqué a él.
—Es bueno saberlo, Pieres. Asegúrese de que es verdad. Tengo cintas,
documentos, grabaciones…, de todo. Miguel Chaves también las tenía. —No
podía estar seguro de eso, pero sonaba bien—. Y si cree que puede
deshacerse de mí para llegar hasta Paula, desatará una tormenta política
que hará que el Watergate parezca un caso de De buena ley. —Di otro paso
al frente—. Mi gente sabe cómo proceder si yo desaparezco —le susurré
—. Descubrirán el pastel y… puf. —Chasqueé los dedos para dar más
énfasis.
Tragó casi imperceptiblemente, pero lo oí.
—¿Qué quieres de mí?
Negué con la cabeza.
—No es lo que yo quiero, Pieres. Es sobre lo que usted quiere. —Le di
un momento para asimilarlo—. Usted quiere continuar su carrera hacia la
vicepresidencia y dormir a gusto en su cama y no en la celda de una cárcel
con un compañero que quiera llegar a conocerle mejor. —Sonreí
ligeramente—. Usted quiere hacer todo lo que esté en su mano para
asegurarse de que Paula Chaves, pronto Alfonso, lleve una vida
encantadora y muy tranquila con su marido y su hijo en Inglaterra, sin
amenazas ni preocupaciones sobre nada que ocurriese en el pasado —
endurecí el tono de mis palabras—. Un vergonzoso suceso del que fue
víctima. Víctima-de-un-atroz-crimen. —Empezó a sudar. Podía ver el
brillo aparecer en sus sienes—. Usted quiere asegurarse de eso,Pieres.
¿Me ha comprendido? —No movió la cabeza, pero sus ojos asintieron.
Conozco esa mirada y me dijo sí con ella—. Bien. Me alegro de que lo
entienda porque este será el único aviso que reciba. Si algo nos ocurre a
cualquiera de los dos…, bueno…, todo estallará. Hablo del Parlamento
británico, el Washington Post, el London Times, Scotland Yard, el M6, los
servicios de investigación norteamericanos, toda la pesca, como diría
usted. —Ladeé y sacudí la cabeza despacio—. Y con las Olimpiadas en
Londres y los buenos propósitos entre Estados Unidos y Gran Bretaña. —
Junté las manos—. No habrá hoyo lo bastante profundo como para que se
oculte en él. —Dejé arrastrar una mano para enfatizar—. Piense en…
Sadam Husein… si quiere. —Abrí el pestillo de la puerta—. Estoy seguro
de que no necesito recordarle más mierda. —Salí del cuarto de baño y me
giré una última vez—. Mucha suerte en las futuras elecciones. Le deseo
una larga y exitosa carrera, senador. Salud.
El gorila de seguridad de Pieres me empujó y entró en el baño, algo
confundido tras oír mi amistoso comentario de despedida.
Asentí hacia él y fui a buscar a Paula. El amor de mi vida, la madre de
nuestro hijo, mi dulce chica había estado alejada de mi vista demasiado
tiempo y necesitaba regresar a su lado.

CAPITULO 138



La luna veraniega se reflejaba en la superficie del agua y pensé en Miguel
muriendo ahí. No era inspector de homicidios, pero se me pasaban algunas
ideas por la cabeza. Ni se me ocurría decirlas en voz alta. Si lo hacía,
entonces condenaba a mi chica a un destino similar. No tomaría ese
camino. 
—Eh, hermano.
—¿Vigilando bien el fuerte? —contesté al brusco saludo de Pablo.
—Las cosas están tan caóticas como siempre, así que no tienes nada de
que preocuparte. Todo como siempre, Pepe.
—Cierto. Y además confío en ti. Dile a esos gilipollas que te lo he dicho,
por favor.
—Será un placer, jefe, pero deberías saber que todos los clientes han
sido muy comprensivos. La mayoría de ellos son humanos.
Di una calada profunda, inhalé el aroma a especias y dejé que ardiese al
máximo. Pablo me esperó pacientemente. Nada parecía apremiarle nunca.
Es el tipo más frío que he conocido.
—Cosas como estas reorganizan las prioridades de uno bastante rápido,
¿sabes?
—Sí, apuesto a que sí. ¿Cómo lo está llevando Paula?
—Ella… está haciendo todo lo que puede por mantenerse fuerte, pero le
está costando. No he podido mencionarle aún la posibilidad de que haya
sido un asesinato, y no estoy seguro de que vayamos a tener alguna vez esa
conversación. Parece que fue un ataque al corazón mientras nadaba, y
desde luego podría haberlo sido, pero quiero ver el informe de la autopsia.
—Suspiré—. Ya sabes lo que puede tardar. Los institutos forenses en
Estados Unidos están tan jodidos como en Inglaterra.
—¿Alguna pista en la casa?
—Aún no. Al ser abogado especializado en testamentos, bienes,
fideicomisos, etcétera, todo estaba en regla, como era de imaginar, pero
está todo demasiado bien atado. Como si supiese que su muerte estaba
cerca. Y bien podría haber sido un ataque al corazón. Paula sabía que
tomaba medicación para la tensión y le preocupaba. Nunca lo dirías. Era un
tipo en forma.
—Mmmm. La única gente que se beneficiaría de su muerte serían los de
la campaña del senador Pieres.
—Lo sé. Lo odio, pero lo sé. Todo va a ir a parar a Paula; la casa, los
coches, las inversiones. No hay sorpresas, pero me pregunto si Miguel dejó
algo que incriminara a Pieres.
—¿Como una declaración en una cinta de vídeo?
—Sí…, exacto. Tal vez lo sepamos mañana. Tenemos una reunión con
su socio a primera hora para solucionar lo del fideicomiso, después el
funeral y la misa. Va a ser un día muy largo.
—¿Cuándo regresas?
—Si podemos dejarlo todo arreglado, en el vuelo de mañana por la
noche. Quiero a Paula lejos de aquí. Me pone muy nervioso. Estoy fuera
de mí.
—Ya. Transmítele nuestras condolencias, por favor. Llámame si me
necesitas. Estoy aquí.
—Gracias…, te veo en veinticuatro horas.
Terminé la llamada, me encendí un segundo cigarro y contemplé cómo
el humo se elevaba en mitad de la tranquila noche. Fumé y pensé,
permitiendo que mi mente volviera a un lugar en el que no había estado
desde hacía tiempo. Me aterraba, y por una razón lógica.
Ahogarse es una manera horrible de morir. Bueno, si estás consciente.
Esto era algo que sabía por experiencia. La heladora y desesperada
sensación cuando el agua te invade la nariz y la boca. Los intentos
imposibles por mantener la calma y aguantar la respiración, cada vez
menor. El dolor de los pulmones faltos de oxígeno.
Creo que los afganos experimentaron conmigo para ver de qué iba todo
eso de la tortura del submarino. No era su método favorito, eso seguro.
Colgarme de los brazos y despellejarme la espalda era el preferido. Eso y
privarme del sueño durante lo que parecían semanas. La mente hace cosas
raras si no la dejas descansar.
Miré a las estrellas y pensé en ella. Mi madre. Era un ángel y estaba ahí
arriba, en algún lugar. Lo sabía. La espiritualidad es algo muy personal y
no necesitaba confirmación de lo que yo creía porque sabía lo que era
cierto en mi corazón. Ella estaba allí arriba observándome de algún modo y
estaba conmigo cuando me despellejaban la…
No. No iré a ese jodido horror ahora. Más tarde…
Me levanté rápido y apagué mi segundo cigarrillo. Me guardé el resto
del paquete nuevo y entré en la bonita y moderna casa americana de mi
suegro. Nunca volvería a hablar con él, pero, irónicamente, una de las
conversaciones más importantes que he tenido nunca, al compararla con
todas las que he mantenido a lo largo de mi vida, fue con él. Un correo
electrónico con una petición de ayuda… Y una fotografía.
Cuando regresé a meterme en la cama con Paula, recé. Lo hice. Recé por que Miguel Chaves estuviese inconsciente cuando dejó este mundo.

CAPITULO 137



Me senté y contemplé a Paula. Dormía. En una confortable cama de
invitados, en la moderna casa de su padre, en un bonito barrio de las
afueras de San Francisco, mi chica dormía. Estaba destrozada, pero por
ahora descansaba. En este momento se liberaba un poco de la pena.
No podía apartarla de mi vigilancia más de dos horas, así que dejar
Londres e ir a Estados Unidos sin mí para asistir al funeral de su padre ni
siquiera era una opción. ¿Qué ocurriría si intentaban retenerla en suelo
americano? No, no podía arriesgarme. Este era un trabajo de día a día y de
hora tras hora. Mantener a Paula a salvo era mi gran prioridad ahora, a la
mierda las Olimpiadas. Pablo estaba de vuelta en Londres y me había
relevado en el mando, y entre él y Francisca tendrían todo bajo control. No
estaba muy preocupado por mi trabajo. No, mis preocupaciones eran más
grandes e infinitamente más aterradoras.
Esperaba esclarecer en este viaje lo que le había ocurrido a Miguel, pero no
albergaba muchas esperanzas. De todas formas, no pensaba quedarme sin
pelear. Podían intentar llevársela, pero tendrían que pasar por encima de
mi cadáver.
La señora shultz quiso que nos quedásemos con ella en la casa que
compartía con su marido, el silencioso Gerardo, pero Paula no quiso oír
hablar de ello. Dijo que quería estar en casa de su padre, con las cosas de
él, en el lugar en el que le había visto por última vez hablando por Skype
con nosotros. Agradecía que la última ocasión en la que conversaron fuese
un momento feliz. No dejaba de repetírmelo.
—Papá se alegraba mucho por nosotros, lo sabía todo y se sentía feliz.
—Sí que lo estaba, cariño. . . —susurré sobre su cuerpo acurrucado. Mi
bella durmiente tenía el pelo enredado en la almohada y la sábana echada
hasta la garganta como si buscara alivio en el peso de la tela sobre su
cuerpo. Aún estaba conmocionada y apenas comía. Temía por su salud y la
de nuestro bebé. Me daba miedo que esto nos cambiase. Que cambiase sus
sentimientos hacia mí. Que se hundiera.
Era muy consciente de su pasado y ese conocimiento calaba hondo en
mí. Mi chica sufrió una depresión. Incluso había intentado suicidarse en un
momento muy trágico de su vida. Ya lo he dicho. Y tampoco me hacía
nada bien saberlo. Sí, fue hace mucho tiempo y ahora estaba recuperada y
era sensata…, pero nada garantizaba que no regresase a esos
comportamientos autodestructivos otra vez o que me mandara a la mierda
y me dejara para siempre cuando todo se hiciese demasiado grande como
para enfrentarse a ello.
Respiré profundo y miré el espejo de las puertas del armario para
observar mi reflejo. ¿A quién cojones estaba engañando? Paula no estaba
sola. La depresión era una dura compañera y tanto ella como yo ya
estábamos familiarizados con ella desde hacía tiempo.
Resistí el ansia de tocarla. Ella necesitaba descansar y yo necesitaba un
cigarro. Miré la hora en el reloj de la mesilla y me levanté con cuidado. Me
puse unos pantalones de deporte y una camiseta y me dirigí al exterior para
sentarme junto a la piscina a darle a la nicotina. También quería llamar a
Pablo.
Miré el agua oscura mientras llamaba. La misma agua oscura donde
Miguel Chaves había pasado los últimos momentos de su vida.
Dejé la puerta entreabierta para poder oír a Paula en caso de que me
necesitase. Había empezado a tener pesadillas de nuevo y, como estaba
embarazada, los medicamentos no eran una buena opción. Suponían
demasiado riesgo para el desarrollo del bebé. Se habría negado a tomarlas
de todos modos. Así que sufría. Y yo me preocupaba.