martes, 16 de septiembre de 2014

CAPITULO 210



PEDRO


6 de febrero


PAULA era tan hermosa. Estaba admirándola desde la cama, donde tenía una gran vista de ella delante del espejo mientras se cepillaba el pelo.


Siempre había sido hermosa para mí, pero mi relación con ella ahora era mucho más profunda de lo que había sido antes. Más sentimientos internos. Mi accidente había roto a través de la parte más impenetrable de mí, cuando me enfrenté a decirle adiós en esa montaña en Suiza. Cada cosa parecía restablecerse o realinearse, dentro de mi rejilla emocional. Así lo horrible de mi pasado se hace ahora menos importante, por lo que yo tuve con ella. Paula, y nuestra vida en común, era la parte más crucial en la toma de mí, del hombre en que me había convertido hasta este punto en mi vida. Era un concepto difícil de explicar con palabras, pero yo sabía lo que sentía, y era mucho mejor de lo que podía conseguir más allá de los eventos que habían dado forma tanto de mí en la última década, y, finalmente, ponerlos en su lugar. Y dejarlos allí.


Esto incluyó a Sarah Hastings para mí, y Facundo Pieres para Paula. Paz, a falta de un término mejor, se había hecho y aceptado dentro de las construcciones de nuestras relaciones con esas personas. Por mí, había perdonado a Sarah por mi parte en la muerte de Mauro, y tan difícil como había sido, era crucial dejar ir algo de esa culpabilidad. Eso es lo que me había dado el día anterior a Suiza. Perdón. El Doctor Wilson parecía saber lo que estaba haciendo cuando se le asignó la tarea. Estaba dándome la terapia de mi mejor camino, y esperando lo mejor, también.


Paula tenía sus propias razones para reunirse con Facundo Pieres y escuchar su versión de las cosas. Yo no podría creer que una palabra de lo que le decía era la verdad, pero también sabía que no importaba lo que creía. Yo nunca había visto el video de ella y de él, y nunca lo haría. Paula era la persona a cargo de su destino, y era quien tenía la última palabra cuando se trataba de su curación emocional. 


Si lo que había revelado la ayudó a sentirse mejor acerca de sí misma, entonces yo estaba en pleno apoyo de la misma. 


No podía negar que estaba jodidamente entusiasmado con Pieres yéndose de Londres, tampoco. Ese hijo de puta habría sido un gran problema para mí si hubiera decidido quedarse y ser su nuevo amigo. Podría ser razonable para un punto, y él estaría jodiendo pasándolo bien.


Al final, tanto Paula como yo aprendimos una valiosa lección acerca de la confianza y el respeto por las parte de nosotros que necesitaban para mantenerse separados. Y que nada era más importante que la felicidad de la otra persona. Ella me quiso, y yo sabía al igual que ella lo mucho que la amaba. Traté de mostrarle todas las posibilidades que tengo.


―¿Qué estás pensando? ―preguntó mientras salía del baño vestida con un camisón transparente a través del cual se podía ver.


Mucho mejor que esa cosa fea que destruí. Ella había crecido con más curvas, pero su figura era todavía de forma delgada como antes, y con excepción de su vientre y los pechos, se veía la misma para mí. Mi hermosa chica americana.


―Nada más que lo hermosa que eres. ―Le tendí los brazos―. Ven aquí, cariño. ―Ella sonrió con su media sonrisa y se arrastró hasta la cama, con cuidado tirando de la sábana y manta para exponerme. No creo que el estado de mi pene fuese una sorpresa para ella, tampoco. Todavía funcionaba bien, incluso si no podía estar de pie, o llevarla cuando estábamos en el calor de mierda. Mi pierna sanaría con el tiempo sin embargo, y eventualmente volvería a la normalidad con la forma en que me gustaba hacer el amor con Paula.


―Eso pensé ―ronroneó, antes de ir de excursión por el camisón y extendiéndomelo. Se sentó encima de mi longitud dura como una roca, con las piernas abiertas por lo que los pliegues de su coño besaban la longitud de mi pene.


Empujé contra el resbaladizo calor de ella y gimió desde el contacto.


―Oh, mierda, te sientes muy bien. ―Yo luchaba con el dobladillo de su bata y la puse sobre su cabeza, tirándola fuera―. Eso está mucho mejor ―le dije, mis ojos vagando sobre su cuerpo desnudo. Nunca podría cansarme de mirarla, embarazada o no, ella me cautivó. Me sumergí en su pecho y chupé el pezón en la boca mientras comenzaba a mecerse arriba y abajo del eje de mi pene.


Empujó sus tetas contra mi boca para que yo pudiera trabajarlas muy bien, chupar y morder los pezones hasta que estuvieron apretados y duros, y ella estaba a punto de llegar deslizándose su clítoris contra mi pene.


―¿Quieres venirte, cariño? ―Encontré sus ojos y vi la desesperación con la boca abierta en su expresión―. Dime lo que quieres, y voy a dártelo ―le dije.


―Ahhh... quiero venirme con… quiero tu pene en mí cuando me venga... aquí mismo. ―Ella hizo girar sus caderas y realmente trabajó bien su sexo sobre mí, el olor de su excitación en el aire haciendo que me encienda más. 


Luego se levantó sobre sus rodillas y tomó mi pene en su mano.


¡Oh, mierda, sí!


Se movió lentamente hacia abajo y se empaló sobre mí.


Se sentía tan jodidamente bien que gruñí del placer de la empuñadura caliente de sus paredes interiores de sujeción alrededor de mi pene convulsionando. Tomé su boca y la saqueé con mi lengua, barriendo en un círculo tan profundo como pude. Todos los días quería estar dentro de ella en el mayor número de lugares como sea posible. Algo condujo esa necesidad en mí, y solo sabía que me vi obligado a ser de esa manera con ella y no podía frenarme. También sabía que ella me quería de esa manera.


Acomodé mis manos bajo su trasero y empezamos a follar en serio —yo empujándome hacia arriba y elevándome, montándome a caballo y mi pene con un pequeño apretón de sus músculos y un giro de sus caderas. Hicimos que durara tanto tiempo como pudimos, frenándonos lo suficiente para mantenernos en el borde. Dejé mantener el ritmo que le gustaba. Estaríamos en esto durante todo el tiempo que quisiera. Yo siempre haría todo por complacer a mi chica, y pensaba que era tan condenadamente sexy cuando ella estaba desesperada por mi pene y no quería esperar. Me encantaba trabajarla en un jodido-frenesí tirando de nosotros tanto sobre el borde cuando era hora de que nos cayéramos.


Extendió su mano alrededor y encontré mi salida, apretando mis bolas y mi pene al mismo tiempo, moviendo de un tirón mi interruptor.


Y propulsar el ritmo de nuestra follada a toda marcha.


―Eres tan perfecta, bebé. ¡Mi pene se siente tan bien en tu interior! Te quiero así para siempre. Nunca pararé de avanzar lentamente... dentro... TUYO.


―No pares nunca, Pedro. No quiero que pares nunca.


―Nunca, nena... Estoy haciendo esto por el resto de mi vida.


Llevé una mano hacia adelante para encontrar su clítoris mojado y lo rodeé mientras continuaba mi paseo. Esta noche quería venirme con ella — ambos al mismo tiempo. 


Era importante para mí. Quería sentir sus espasmos cuando la parte superior de mi pene saliera disparada dentro de ella. Quería tragar sus gritos cuando mi lengua se adueñara de su boca, saboreando el dulce sabor de ella.


Por supuesto, tuve que parar eventualmente, después de que la hice correrse, gritando mi nombre. Y después me eché todo lo que tenía profundo dentro de ella. El significado detrás de nuestras palabras era significativo, no la definición literal. Yo nunca dejé de amar a Paula, y follarla salvajemente a veces era definitivamente parte de la demostración de ese amor. Todos los días estábamos en la misma página con el sexo. Gracias a los dioses por lo que uno de ellos nos bendijo en esa parte. No tenía ninguna duda acerca de lo inusual y raro era encontrar a alguien tan compatible.


La levanté de mis caderas, acomodándola a su lado para que pudiéramos enfrentarnos entre sí. Todavía tenía que ser capaz de mirarla a los ojos y besarla después. Tenía sueño y después de haber alcanzado el clímax, y me preocupaba que lo que acababa de hacer fuera demasiado, y demasiado peligroso para su etapa más avanzada en el embarazo.


―¿Está todo eso bien, nena? Puede ser que no debería haber sido tan duro. ―Seguí sus labios con el dedo. Abrió la boca para mí y deslicé mi dedo entre sus labios. Ella los cerró sobre mi pulgar, envolviendo su cálida lengua alrededor, chupando suavemente. Sentí contraerse mi pene y comenzar a endurecerse de nuevo. No está sucediendo, tú jodido Neanderthal. No puedes.


―Mmmhmm, no te preocupes. Me siento muy bien en este momento ―murmuró con sus ojos apenas abiertos―. Necesitaba el orgasmo. Malamente. Y te amo…


―Y tengo que besarte ahora ―le dije, metiendo mis labios a los de ella, con la cabeza apoyada en la almohada.


Así que di un beso a mi chica, y le dije todas las cosas que eran importantes para mí decirle, y necesarias para que ella las escuche de mí, hasta que nos quedamos dormidos, enredados, nuestros cuerpos tocando allí donde podíamos conectar cómodamente. Sentí algo diferente. Satisfacción absoluta... y paz. Era la primera vez que podía recordar la sensación de esa manera, y oré que no fuera la última.

CAPITULO 209




PEDRO



ELLA me dio todo lo que necesitaba. No sé cómo supo que eso era precisamente lo que necesitaba, o cuando lo necesitaba, pero Paula siempre sabía lo que se debía hacer.
Después de que me sacó de su hermosa boca, le devolví el favor, saboreando la exquisita sensación de su calidez y su muy seguro lugar, estremeciéndose bajo mis labios y convulsionándose alrededor de mi lengua. La oí gritar mi nombre un par de veces más antes de que hubiera terminado de darle placer.


Más tarde, nos quedamos dormidos juntos, haciendo cucharita a nuestros costados mientras todavía estaba dentro de ella, y me dormí así durante horas.


El mejor sueño de mi vida —con mi preciosa chica envuelta alrededor de mí.


No olvidé estar agradecido.





PAULA




24 de enero


Somerset


Land Rover sabía cómo hacer vehículos de lujo, y lo había aprendido de primera mano. Amaba a mi coche, y ahora que había conseguido manejar del lado izquierdo, estaba aventurando más que nunca. Creo que a veces, Pedro podría haberle dado un segundo pensamiento a su regalo de cumpleaños. Ahora es demasiado tarde, Alfonso. Pero él solo tendría que lidiar con eso. Yo era la conductora en la familia por el momento. Tenía un yeso con el que podía caminar, pero solo usando muletas. Necesitaba un par de semanas más de tiempo de consolidación ósea antes de poner mucho peso en su pierna izquierda. Todavía lo tendría cuando naciera el bebé. Algo que le molestaba enormemente, lo sabía, pero no se quejaba al respecto. No me puedo quejar tampoco. Ambos sabíamos cuánta bendición era que tuviera el yeso... sobre la alternativa insoportable de que él no esté aquí en absoluto. Infierno, amaba ese maldito e inconveniente yeso.


Deje a Pedro a la misericordia de Delfina Hoy, fiesta de té. No creo que a él realmente le importara un poco. De hecho, había parecido bastante dentro de todo el asunto, incluso poniéndose una chaqueta de terciopelo y una elegante pajarita con su cuello. Tomé fotos de ellos juntos con mi cámara. Serían guardadas con incalculable valor. La esposa de Robbie, Ellen, había hecho la propagación más bonita para ellos, magdalenas y fresas heladas, y el té, por supuesto, con leche y azúcar. Me hubiera gustado quedarme y unirme, pero necesitaba mi masaje de dos veces por semana más de lo que necesitaba el té y tarta. 


Especialmente ahora que era más grande y experimentaba todo tipo de dolores y molestias. El dolor de espalda, dolor pélvico, e incluso el dolor de cabeza ocasional. Los masajes me ayudaban muchísimo.


Había disfrutado masajes regulares desde Navidad, cuando Pedro compró una cantidad decadente de tratamientos para mí. Dios, mi hombre me dio los mejores regalos. Pero después de que habíamos tomado la decisión de pasar su tiempo de recuperación en Stonewell, estaba en necesidad de alguien local, para ayudarme a pasar a través de las últimas semanas del embarazo. Entró Diane, quien cuidaba muy bien de mí con sus talentos, Aromaterapia y Reflexología y gracias a Luciana apuntándome en la dirección correcta.


Salí a su pequeña tienda llamada Treats, y estacioné en la calle. El histórico pueblo de Kilve era pequeño pero completo con una posada del siglo XVII llamado The Hood Arms, una iglesia del siglo XIII llamada Saint Mary, y su famosa costa-fósil orillando en Kilve Beach. Parecía una postal vieja para mí, y era muy tranquilo. Creo que tanto Pedro como yo comprendimos instintivamente que la paz de este lugar, junto con su belleza natural al aire libre, era exactamente lo que necesitábamos, y haciéndonos más bien que cualquier cosa. Planeamos vivir en Stonewell hasta mediados de febrero. Por lo tanto, estaríamos en Londres, donde el Doctor Burnsley estaba de pie junto con su experiencia superior médica, para entregarnos a nuestra Olivia-Teo, esperemos que por mi fecha prevista, el 28 de febrero.


Mientras caminaba a entrar en la tienda de Diane, un perro joven hermoso se levantó de debajo de la mesa de la vereda donde había estado sentado. Movió la cola con entusiasmo y se agachó para saludarme en esa manera que los perros universales han de mostrar que son amistosos.


―Bueno, ¡hola, guapo! ―Me agaché y acaricié la parte superior de la cabeza, el pelo grueso y oscuro alrededor de su cara, pero más ámbar en el pecho y panza. No era un pequeño cachorro, más bien como un perro adolescente, y era definitivamente un macho. Conocía su raza, pastor alemán y pensé que era absolutamente precioso―. ¿Cuál es tu nombre, muchacho precioso? ¿Estás esperando a tu dueño? ―Hablé con él mientras me frotaba a través de su piel sedosa, amando el color oro de sus ojos. Me lamió la mano y se inclinó hacia mí, mientras le daba un poco de atención, preguntándose ¿por qué no tenía correa o collar? Seguramente pertenecía a alguien.


Me miró con solemnidad cuando me levanté para ir dentro de la tienda para mi cita.


―Me tengo que ir ahora, amigo ―le dije.


Ladró una vez, como si fuera a decirme: "No te vayas..." Más bien, me rompió el corazón dejarle.




―AHORA necesito una siesta muy larga, Diane. Dios, eso fue maravilloso. ―La felicité y rodé mi cuello, inhalando los aceites aromáticos que utilizada en la tienda. Mientras le entregaba mi tarjeta para pagar, oí el ladrido de nuevo. Y ahí estaba él, mirando a través del cristal de la ventana de la tienda, moviendo la cola para mí.


―Parece que tienes un admirador, Paula ―Diane se rió entre dientes―. Apuesto a que iría a su casa contigo si le permitieras.


―¿Lo haría? ―Pero ¿qué pasa con su dueño?―. ¿A quién pertenece?


―Es un perro callejero. Solo se presentó hace algunos días, y ha sido persistente en torno a las tiendas por las sobras. 
Es muy triste lo que hace la gente por animales inocentes. 
Especialmente los grandes, como será cuando alcance su pleno crecimiento. Los perros más grandes se abandonan, dejados al lado de la carretera. ―Ella sacudió la cabeza e hizo una mueca de disgusto―. Cabrones deben ser abandonados al frío, sin comida ni abrigo, y ver cómo les gusta. ―Diane lo miró por la ventana―. He estado poniendo algo de comida, al igual que Lowell de al lado, porque no queremos que se muera de hambre, pero él realmente necesita un hogar y una familia. Un perro grande que necesita espacio abierto donde poder correr. ―Me guiñó un ojo con sus bonitos ojos avellana―. Sería un excelente perro guardián y protector. Me imagino que tu esposo lo aprobaría mucho.




―DÉJAME toda la conversación, ¿de acuerdo ―Compartimos una mirada entre sí, con los redondos ojos oro levantados para sostener la mía como si entendiera. El nuevo collar de cuero y una correa se veían bien en él. Y estaba mullido y limpio ahora, gracias a Diane que nos dirigiera en los suministros y peluqueros de mascotas, donde su hijo, Clark, acababa de empezar a trabajar. Con la asistencia útil de Clark, elegí alimentos para perros, una cama, platos para alimentos y agua, e incluso algunos juguetes masticadores, mientras estaba siendo bañado y arreglado. Luego Clark cargó cada cosa en la parte posterior de mi Rover, y saludó alegremente y me saludó mientras me alejaba. Y así como así, la decisión estaba hecha.


El regreso a casa fue muy divertido, y no creo que jamás dejé de sonreír ni una vez. Había un pasajero peludo sentado en la parte delantera junto a mí con un cinturón de seguridad atado sobre el pecho. Mi perro. Podía decir que ya me amaba.


No queda nada, solo dejar caer la bomba sobre mi marido.


―Tengo que averiguar un nombre para ti ―le dije, mientras íbamos en busca de Pedro y Delfina. Sus uñas de los pies hacían clic en el piso de madera mientras caminaba a mi lado. Juro que estaba en su mejor comportamiento, tratando de mostrarme el perro bueno que sería. No estaba preocupada, no sabía lo que Pedro diría cuando me presentara con un gran pastor alemán, y anunciaba que me lo quedé.


Estaba a punto de averiguarlo.


Les oía antes de entrar, y sabía lo que estaban haciendo antes de ver la evidencia. Estaban jugando un juego que Delfina amaba, y Pedro, probablemente no tanto, pero era un buen jugador al respecto. Pretty Pretty Princess. Me encantaba el juego, también... cuando yo era pequeña.


Había fotos de mi papá con la corona y otras joyas, feliz como podría ser, complaciéndome jugando un ridículo juego de niñas de vestirse solo porque me gustaba. Eras tan bueno conmigo, papá.


Y estaba Pedro luciendo un collar de turquesa y pendientes a juego, luchando contra Delfina para la victoria.


―¡Ajá, el anillo negro se ha ido! ―se jactó a través mesa de Delfina, con su vestido de fiesta azul y amarillo.


―Pero no tienes la corona —sonrió, metiendo el dedo en el glaseado en su magdalena y lamiéndolo.


―Probablemente la voy a ganar, sin embargo ―bromeó―. Creo que me veo bien en una corona.


Delfina se rió de él, y mi corazón se derritió en un charco de baba. Sabía que Pedro sería un padre increíble. Solo viéndolo a él interactuando con Delfina era una cosa hermosa. Esto hizo a mi corazón tan feliz, que tenía que frotar mi vientre para recordarme que cada cosa era todavía real. Sí, eso era la parte de arriba de la miniatura debajo de mi mano. Sonreí mientras me daba cuenta de la posición de la cabeza contra las piernas y decidí que mi ángel mariposa estaba al revés. Era divertido averiguar cosas como eso.


A veces mi nueva vida se sentía más que un poco irreal. 


Muchas cosas habían cambiado en tan poco tiempo. Pero, seguir adelante era mi única opción, y el deseo. Con el compromiso de Pedro a mí, su devoción y amor, y nuestro hijo, ¿cómo podría yo desear cualquier otra cosa más?


Mi compañero se quejó en voz baja a mi lado. Pedro y Delfina miraron y nos descubrieron. Revisé la reacción de Pedro, y decidí simplemente quedarme allí, y sonreír. 


Esperando lo mejor, y esperándolo a que entienda todo esto.


―SU perrito parece Sir Frisk ―me informó Delfina.


―¿Y quién es Sir Frisk, puedo preguntar?


―Un perro en un cuadro en mi casa.


―En serio. ―Estaba muy intrigada por esta información. 


Había registrado la mayor parte del arte de Luciana y Angel en Hallborough pero no recordaba una pintura del perro.


―Te voy a mostrar cuando vuelva a casa. Es una muy buena pintura de un perro, tía Paula. ―Ella asintió con la cabeza en serio, y lo acarició todo el camino por la espalda, con largos y cuidadosos barridos―. Y se parece mucho a él ―me recordó.


Mi nuevo perro debe de haber pensado que había muerto y aterrizó en el cielo de los perritos, mientras yacía a los pies de Pedro con una niña muy dedicada trabajando sobre su piel recién lavada con un montón de caricias suaves. No creo que podría haber sido engatusado fuera de la casa si nuestras vidas dependieran de ello.


―Así que, mientras estoy luchando para llevarme la corona en este juego, tu recoges animales abandonados y los traes a casa ―preguntó secamente, dándome inclinación adicional de la cabeza con un levantamiento de ceja. Y tan devastadoramente sexy al hacerlo, que podría lamerlo.


―Me temo que es así, Alfonso ―repliqué con confianza―. Es bueno.


―Bueno, eso es obvio, mi querida. Lo elegiste, por lo que debe ser bueno ―dijo Pedro, inclinándose para rozar bajo su barbilla―. ¿Va a proteger a nuestra señora y guardarla de peligro, jovencito? ―Habló seriamente con el perro, ojo a ojo, de hombre a hombre―. ¿Hmmm? Porque, es un cargo muy importante, pero alguien tiene que hacerlo. Si quieres el trabajo, es tuyo.


Me reí de lo dulce que era sobre todo lo que intentaba hacer. ¿Podría haber algún hombre en la tierra más perfecto que mi hombre? Muy dudoso.


―¿Por tanto lo apruebas para que sea nuestro nuevo perro de guardia aquí en el campo?


―Lo hago, mi bella.





―¡Qué hermoso perro¡. Oh, Dios mío, que se parece a Sir Frisk. ―Luciana se inclinó para acariciarlo y mantuvo su rostro mientras lo estudiaba a fondo―. Podría ser su descendiente.


―Todos me lo dicen. Quiero ver esa pintura.


―Te voy la voy a mostrar ―dijo Delfina, agarrando mi mano.


Pedro estaba en la cocina con su hermana. No estaba lo suficientemente listo para caminar por las escaleras de mármol como las de Hallborough todavía.


―Cuidas muy bien de tu ama, jovencito ―le dijo Pedro al perro en un tono serio―. Y se cuidadosa, también ―me dijo, con una palmadita a mi vientre, y un beso en mi frente.


―Lo haré. ―Me llevé la mano a la mejilla y articulé, te amo.


―Yo también ―susurró. Ese fue mi Pedro, aun controlando y protegiendo incluso mientras estaba en muletas semi-móviles. Estaba determinado a estar fuera de las muletas para el tiempo en que llegara el bebé y solo tener la bota para caminar. Sabía que él estaba decepcionado porque no podía hacer algunas de las cosas que quería, pero no había pronunciado ni una sola queja. Las piernas rotas sanan.


Delfina nos llevó al ala de invitados de la casa. La parte que se utiliza para la cama y desayuno, que era por eso que no había visto el retrato de Sir Frisk antes. Había estado en la galería, por supuesto, que en las casas señoriales como Hallborough, era simplemente un elegante salón en el que había un escaparate de la colección privada de arte de la familia había adquirido con el tiempo. La galería de Hallborough tenía un buen número de esculturas de mármol, y algunos cuadros preciosos, pero yo no había pasado mucho tiempo estudiando cada cosa en detalle. No había tenido tiempo, y había estado trabajando en mi propio jardín y decoración de proyectos en Stonewell.


Ella nos dejó al final de un pasillo, con puertas con abertura lateral en habitaciones. Justo encima de una mesa tallada colgaba una gran pintura de un pastor alemán con gran detalle, casi fotográfica en su ejecución. Inmediatamente pensé en la cámara oscura y descubrí que el artista debió emplear su uso al hacer este retrato. El sujeto, en efecto, parecía mi nueva mascota, en color y en la forma del cuerpo. Una placa de oro se había hecho y se adjuntaba en la parte inferior del marco adornado con el título de la obra de Sir Frisk grabado en el latón.


―Bueno, eso es algo, ahora, ¿no? ―Sonreí a Delfina―. Se ven casi exactamente iguales.


Ella se rió.


―Lo mismo digo, tía Paula.


―Me gusta el nombre. ¿Te gusta, Delfina?



Ella me dio un guiño serio.


―Ese es su nombre. Sir Frisk ―dijo con autoridad, como si la decisión hubiera sido tomada desde el principio.


―Él puede jugar con Rags y van a ser los mejores amigos.


―¿Qué dices Sir Frisk? ―le pregunté. Le colgaba la lengua fuera, feliz, y ladeó la cabeza hacia mí―. Puedo llamarte Sir, para abreviar.


Le rasqué debajo de la barbilla y estaba bastante segura de que estaba enamorado con su nueva vida de perro, independientemente de lo que nosotros le llamaremos. Pero aun así, él debía tener un nombre real para ir con su magnífico movimiento.


―Sir Frisk es entonces ―anuncié.


En ese momento sentí que el bebé pateaba.


―Oh, él bebé se movió ―le dije a Delfina―. ¿Quieres sentirlo?


―Sí, por favor. ―Traje su manita a poco menos de la camisa y se lo puse debajo. Sus ojos se agrandaron y se emocionó―. Sentí su movimiento. Le gusta Sir Frisk y ella quiere jugar con él.


Me reí de sus travesuras.


―Bueno, no sabemos si el bebé es una niña. Puede ser que sea un chico que estoy teniendo.


Delfina ignoró esa posibilidad y dijo:
―Es una niña, tía Paula.


—¿Cómo sabes?


Se encogió de hombros.


―Porque quiero una niña.


Deja a un niño decir cómo deberían ser las cosas. Desde que nos conocimos, he aprendido que Delfina tenía comentarios sobre las cosas. En un montón de cosas. Y ella no tuvo reparos en expresar sus opiniones. Era, sencillamente, adorable hasta los cabellos de su cabeza. No importa cuál sea el sexo de mi bebé, Delfina sería la mejor prima de todas. Me sentí muy feliz con ese pensamiento.


Entonces mi segunda sorpresa.


Tomé otra mirada a la pintura de Sir Frisk, porque había algo en él que era muy familiar... Algo también me dijo que conocía la mano de ese artista. Yo había trabajado en otras cosas muy similares. Cuando conservas el arte, pasas muchas horas tranquilas con una pintura y conoces al artista a pesar de que han estado muertos por mucho tiempo. Ves cómo asentaron las imágenes que crean, y su proceso se vuelve reconocible cuando pasas con las obras.


¿Era posible?


Miré más de cerca y recorrí la parte inferior de la firma. El esmalte se había oscurecido con los años y, oscureciendo parcialmente las letras, por lo que no era fácil de hacer, pero estaba allí. Las letras también se hicieron más pequeñas que la típica para el artista en particular que tenía en mente. 


Pero sabía lo que estaba buscando. Podía oler la victoria cuando hice la letra T seguida por MALLERT – aunque el resto estaba oculto por el borde de la trama. Mi corazón latía con fuerza profundamente cando me di cuenta de lo que estaba mirando. Una pintura hasta ahora desconocida, de un perro muy guapo llamado Sir Frisk, pintado por la mano hábil de nada menos que el célebre, Tristan Mallerton, creador de Lady Percival, y cientos de otras obras maestras. 


Jesucristo, ¡¿qué más tienen en esta casa?!


Así necesitaba llamar a Gaby y decirle de esta fantástica e increíble noticia.

CAPITULO 208



PAULA



15 de enero


PEDRO estuvo muy callado en el viaje de regreso a casa desde el hospital. Nos sentamos en el asiento trasero juntos mientras Leo conducía. Me cogió la mano con fuerza, agarrándola tan duro que en realidad se sentía incómodo, pero no estaba dispuesta a apartarme de él. Pedro necesitaba tocarme, aunque fueran solo nuestras manos.


Su papá me había llamado y me había preguntado acerca de tener una cena para celebrar su regreso a casa, pero había dado una excusa para posponerla para la siguiente semana. Pedro no estaba para socializar, y francamente, yo tampoco. Su accidente me había hecho paranoica, y si me permitía pensar en lo cerca que había estado de morir, era probable que tuviera un ataque de pánico. Sabía que no sería bueno para el bebé, así que me negué a que aterrador pensamiento entrara en mi mente. Por ahora, solo lo quería cerca de mí, donde pudiera cuidar de él y donde pudiera sanar.


Pedro entró al apartamento el mismo usando las muletas, pero en su propio poder. Cerró y bloqueó la puerta detrás de él y lo seguí a la habitación principal.


Se detuvo en medio y se quedó justo allí, con sus ojos sobre mí, una crudeza brutal en su expresión ahora que estábamos los dos solos.


—Ven aquí —dijo en un áspero susurro.


Fui hacia mi Pedro.


Me alzó en sus brazos de inmediato, sujetándome tan fuerte contra su cuerpo, que me quedé sin aliento por la sorpresa. 


Sus muletas cayeron al suelo con una explosión cuando las soltó para aferrarse a mí. La desesperación de Pedro me llevó cerca, gobernado por el momento, y entendí el por qué. Mi hombre había sido traumatizado, una vez más, por el peligro inminente de la muerte. Había estado seguro de que moriría en la montaña, sin siquiera conseguir una oportunidad para verme de nuevo, o para conocer a nuestro bebé, o para decirnos que nos amaba, o para despedirse apropiadamente. Recuerdos de mí habían sido su consuelo para ayudarlo a atravesar la experiencia, y entonces cuando él no murió, fue empujado de regreso a la realidad y obligado a procesar que había sobrevivido. Una completa jodida de mente para él.


Pedro. Estoy aquí, cariño. Déjame ayudarte.


—Necesito… necesito estar contigo —dijo con voz ronca en mi cuello, su barba picando mi piel mientras se presionaba más profundamente.


Me aparté, forzándolo a mirarme y a concentrarse en mis palabras.


—Vamos a ir a nuestra cama y a olvidarnos de todo lo demás por el momento. Solo tú y yo juntos. —Una expresión de dolor se extendió por su rostro—. Y luego, más tarde, podemos hablar de las cosas que necesitábamos decirnos el uno al otro antes de que te fueras a Suiza. Pero ahora mismo, los dos necesitamos estar cerca y sentir por un momento.


Él cerró los ojos por un segundo y luego los abrió de nuevo, una mirada de total alivio en sus ojos.


—Sí… por favor. —Bajó la mirada hacia el suelo donde yacían las muletas. Me incliné para recuperarlas y se las entregué una a la vez. Su endurecida y herida expresión se suavizó mientras tomaba las muletas—. Me gustaría poder decirte lo mucho que te amo… pero no hay suficientes palabras para jodidamente expresarlo.


—Lo sé.


Me siguió hacia el interior de nuestra habitación y se sentó en el borde de la cama. Esta vez, colocando las muletas donde fuera capaz de alcanzarlas cuando quisiera levantarse de nuevo. Me puse de pie entre sus piernas y sentí sus manos levantarse inmediatamente para acercarme.


 Su rostro enterrado justo debajo de mis pechos, sus manos ahuecando mi trasero y su nariz inhalando mi olor natural.


Pedro estaba intentando desesperadamente trepar sobre mí.


Sabía que lo que él realmente necesitaba era una follada dura y salvaje de mi parte, pero también sabía, tal como él lo hacía, que yo no le daría nada más de que lo que fuera capaz de darme. Tendríamos que encontrar otra manera.
Di un paso hacia atrás hasta que estuve fuera de su alcance, pero aun así cerca.


Pateé fuera mis sandalias y mantuve mis ojos en él.


—Quiero recordarte la primera vez que estuve aquí en esta cama contigo —la primera vez que estuvimos juntos.


Desabroché mi chaqueta de punto y la dejé caer en el piso. Sus ojos la siguieron hasta donde la dejé caer, y luego los levantó de nuevo para encontrarse con los míos.


—Lo recuerdo —dijo.


—Entonces vamos a volver a ese momento juntos —le dije—. Fuimos cuidadosos con el otro porque no estábamos seguros de lo que la otra persona podría querer o necesitar.


Sus ojos azules se oscurecieron.


—Apenas podía creer que hubieras accedido a venir a casa conmigo. Estaba muriendo por ti esa noche, Paula. Nunca había deseado a alguien como te deseaba a ti.


Tragué profundamente y me moví de nuevo entre sus piernas. Cogí el dobladillo de su camisa y la saqué por su cabeza.


Él hizo lo mismo con mi vestido gris oscuro —solo lo sacó por mi cabeza cuando me incliné por la cintura para ayudarlo.


Me enderecé.


—Te deseo tanto como la primera vez, Pedro. Tanto así. —Desabroché mi sostén y lo dejé caer. El casi inaudible sonido de éste golpeando el piso incrementó la tensión.


Sus ojos se ensancharon mientras echaba un vistazo de mis mucho más pesados pechos, y extendió la mano para tocar uno. Trazó la carne con la punta de un dedo en un amplio círculo, haciéndolo cada vez más pequeño con cada rotación hasta que terminó en mi pezón.


Deslizó sus ojos hasta los míos.


—Quería complacerte más que nada. Quería hacerte venir y escuchar los sonidos que hicieras cuando llegaras.


Me agaché en el suelo y desaté su zapato derecho. Se recostó en sus codos y estiró su largo cuerpo, levantando sus caderas hacia mí para que pudiera bajar los sudados pantalones por sus piernas y sacarlos.


Mi hombre se veía absolutamente precioso, con las piernas abiertas, desnudo con su pene completamente erecto. 


Sabía lo que haría primero.


Me arrodillé en el piso justo en el borde de la cama, entre sus piernas. Le pregunté en un susurro:
—¿Y qué dije cuando me hiciste venir? —Tomé su duro pene como una roca en mi mano y la acaricié de la base hasta la punta, poniéndolo completamente erecto arriba de sus abdominales.


Él contuvo el aliento y bajó los párpados en placer, pero respondió a mi pregunta:
Pedro… dijiste… Pedro.


Cubrí la cabeza de su pene con mi boca y lo deslicé hasta la parte posterior de mi garganta.