viernes, 28 de febrero de 2014

AVISO!!


A PARTIR DE MAÑANA VOY A COMENZAR UNA NUEVA NOVELA "RESISTIENDOME A ELLA" AVISENME SI QUIEREN QUE SE LAS PASE.
VOY A SEGUIR SUBIENDO "CURA MI DOLOR" QUE DEJO DE SER UNA TRILOGIA POR QUE HOY SE PUBLICABA UN CUARTO LIBRO DE LA SAGA

CAPITULO 67



Metí mis dedos bajo el elástico del encaje negro y lo bajé, empujando
por sus piernas cuando salió. Podía oler el sabor de su excitación, su
necesidad por mí, ansiando lo que sólo yo podía dárselo. Tiró de la cintura
de mis pantalones y tomé mi polla con la mano. Me deslicé sobre su
húmeda hendidura y la froté contra su clítoris, pero aún sin penetrar. —
¿Es esto lo que has querido, mi amor?
Paula retorció su coño sobre el extremo de mi polla y trató de
penetrarse por sí sola. Le di puntos por el esfuerzo, pero yo era la voz
cantante y necesitaba más de ella todavía. Mi chica tenía que esforzarse
un poco más si quería su recompensa.
Volví a su pelo y tomé otro puñado, estirando su cuello hacia atrás
con elegancia. —Responde a la pregunta, cariño—dije en voz baja. Su
hermosa garganta subió y bajo al tragar saliva mientras nos mirábamos el
uno al otro en el espejo. El tirar del pelo fue un disparador para ella.
Nunca tiraba con fuerza suficiente para lastimarla, sólo para maniobrar su
cuerpo y dominarla durante el sexo. Eso la ponía salvaje y si eso no lo
hiciera nada más lo haría. Complacería en todo a mi chica.
—Sí, quiero tu polla, Pedro. ¡Quiero que me folles y me hagas venir!
¡Por favor! —Temblaba contra mi cuerpo, absolutamente hirviendo a fuego
lento con el calor.
Me reí y lamí su cuello arqueado para mí. —Buena chica. ¿Y cuál es
la verdad, nena? —Froté su clítoris muy sensible y esperé un poco más,
amando el sabor de su piel y el olor de la excitación que salía de su
cuerpo.
—La verdad es que... ¡soy tuya, Pedro! ¡Ahora, por favor! —Rogó, mi
corazón a punto de estallar en el sonido de esas palabras.
Perfección absoluta. —Sí, lo eres, y es mi intención, nena.

Complacerte a ti, complacerme a mí. —Coloqué la punta y me empalé a mí
mismo dejándome ir. Ambos gritamos cuando nuestros cuerpos se
conectaron.
Mantuve apretando aquel pelo sedoso mientras la jodía, así podía ver
sus hermosos ojos a través del espejo. Eso es mío. No sé por qué, pero con
Paula necesitaba sus ojos cuando follábamos. Quiero mirar en ellos y ver
cada sensación, cada empuje y retirada de nuestros sexos chocando,
impulsándonos hacia el final, hasta que nos perdiéramos en la sensación
que sólo podíamos llegar entre nosotros dos juntos.
Hay una verdad cuando miras a los ojos de tu amante cuando te
corres, y ahogarme en los ojos de Paula cuando me vengo era una cosa
tan poderosamente conectiva que me ataba a ella de un modo que
significaba algo importante y real. La intensidad de lo que pasaba entre
nosotros realmente me asustaba. Me hacía muy vulnerable, pero era
demasiado tarde. Yo ya había caído.
Sus músculos internos se contrajeron a mí alrededor mientras
atravesaba el orgasmo, gritando mi nombre y estremeciéndose. Yo seguía
bombeando en sus profundidades, sintiendo cada apretar y soltar de su
coño mientras le daba de comer mi polla. Se sentía tan bien
convulsionando alrededor de mi eje que hizo que mis ojos ardieran.
El cuerpo de Paula fue hecho para el acto sexual, pero lo que
importaba era ella. Ella, quien me cautivaba. Los segundos justos antes de
que llegara al clímax penetré tan profundo y tan lejos como pude y puse
mis dientes sobre su hombro. Lloró y registré el sonido de ella, pero no
podía saber si era de dolor o de placer. No era mi intención hacerle daño,
pero yo estaba fuera de control en ese instante, sólo quería aferrarme a
ella, mantenerla conmigo, llenar su coño con mi esperma, hacerla mía.
A medida que mi semen salía de mí y la llenaba, le dije de nuevo.
—Yo... te... amo...
La miré a los ojos, en el espejo cuando lo dije.

CAPITULO 66


Joder, necesitaba una buena follada. Se me ocurrían un par de
cosas para que se callara. Uno pensaría que después de la última noche se
despertaría suave y complaciente como un gatito soñoliento. No tenía esa
suerte. Yo tenía un loco y salvaje escupiendo en mis manos.
Noté que olvidé el café que ella me compró sobre el portavasos en mi
auto. Que se joda el jodido café, necesitaba una botella de Van Gogh y una
docena de cigarrillos.
También necesitaba una ducha y dejarle un par de cosas
perfectamente claras a mi absolutamente frustrante mujer. Cristo, era un
muy difícil cuando se ponía así, pero una ducha y luego podría sentarla e
intentar razonar con ella. Regresé al baño de mi dormitorio porque me la
imaginaba vistiéndose para el trabajo allí, y pensé que un poco de
intimidad sería bien apreciada, tomando en cuenta que ella me dijo que
me perdiera. Dejé mis zapatos y la camisa y entré.
Y los ojos casi se me salen de mis orbitas y ruedan en el suelo.
Paula se encontraba semidesnuda, usando una lencería jodidamente
sexy, maquillándose, o peinándose o algo así.
Se giró y me lanzó una mirada que decía lo mucho que aún seguía
cabreada. —Encontré la nota que dejé para ti —Cogió un trozo de papel del
buró—. Estaba bajo las sábanas donde lo empujaste —Sonrió, dejó caer el
papel, y luego se volvió hacia el espejo, mostrando su precioso trasero en
bragas de encaje negro, lo cual me sentir que mis nervios ópticos
comenzaban a sobrecargarse.
Pensé en su culo y la última noche. Lo que hice, y lo que no lo hice...
Sus ojos se cruzaron con los míos en el espejo justo antes de que
ella bajara la mirada, rubor rosado sobre las curvas de sus pechos en ese
sujetador de encaje negro del que estuve locamente celoso.
Esa es mi chica.
Estaba recordándolo, también. Algunas cosas entre nosotros podrían
estar jodidas justo ahora, pero en el departamento de sexo eran fuertes.
—Ni siquiera estamos cerca de terminar esta discusión de tu
seguridad. —Di un paso detrás de ella, mi mano hasta su pelo y agarrando
un puñado. Respiró profundamente y sus ojos se encendieron
encontrándose con los míos en el espejo—. Y estás metida en muchos
problemas —Tiré de su cabeza hacia un lado y desnudé su cuello para
poder llegar a él.
—Ah—respiró más pesado—. ¿Qué estás haciendo?
Descendí en su cuello y arrastré mis labios por su delgada curva,
mordiendo con los dientes. Mordí lo suficiente como para provocarle
algunos gemidos. Olía tan bien que su aroma me embriagaba hasta el
punto de que no iba a mantener el control por mucho más tiempo.
—No yo. Tú eres quien ordena. Vas a decirme qué hacer, nena. ¿Qué
te estoy haciendo en primer lugar? —Mantuve una mano en su pelo y llevé
la otra a su estómago plano y con la mano extendida, presionando con
fuerza mientras descendía por debajo del fino encaje.
Ella se retorció pero la abracé con fuerza, deslizando mi dedo medio
justo entre sus pliegues y sobre su clítoris. 
—¿Esto? —Moviendo mi dedo
hacia atrás y hacia adelante, lubricándola, poniéndola húmeda para mí,
pero sin penetrar. Ella tendría que ganárselo.
—Oh, Dios —gimió.
Tiré de su pelo un poco. —Respuesta equivocada, cariño. No me has
dicho qué es lo que estoy haciéndote todavía. Ahora di: "Pedro, te deseo..."
—Retiré mi mano de entre sus piernas y llevé el dedo que había ido
deslizando alrededor de su coño hasta mi boca. Chupé, limpiando con un
montón de espectáculo—. Umm, como la miel con especias. —Mordí su
cuello otra vez.
Estaba frustrada y caliente y necesitada, y yo disfrutaba castigarla
por lo que había hecho. Se inclinó hacia mí y frotó las nalgas contra mi
polla. Eché mis caderas hacia atrás y reí bajo al oír sus protestas cuando
lo hice.
—Pedro…
Chasqueé la lengua y le tiré del pelo otra vez. —Has estado muy
desafiante hoy. Todavía estoy esperando, nena. Dime lo que quieres de mí.
—Llevé mi mano libre hasta su culo y apreté con rudeza—. Tú comenzaste
este pequeño juego, y lo sabes, así que dime lo que quieres que haga para
ti —Se quedó sin aliento cuando clavé los dedos e intentó frotarse contra
mi polla de nuevo—. Nop. No tendrás nada hasta que me lo pidas bien —
Eché mi mano hacia atrás y la dejé caer sobre su culo con una bofetada.
Ella gritó y se puso rígida de puntillas, arqueándose como la diosa
hermosa que era.
—Pedro, te deseo… —Se rindió y trató de volver la cabeza contra mi
pecho.
—Umm, así que te gusta ser golpeada en tu magnifico culo, ¿no?
¿Quieres que te dé otro? —Susurré contra su oreja—. Te merecías unas
cuantas nalgadas, nena. Sabes que las merecías, y todavía no has hecho lo
que te he pedido, cosita traviesa. Dime lo que te haré contra y sobre el
lavabo.
Ella gritó un sonido hermoso, tan sumisa que tenía mi corazón
latiendo con fuerza y mi polla a punto de estallar.
—Dime —golpeé su culo otra vez, conteniendo la respiración
mientras esperaba su respuesta.
—¡Ahhh! —Se levantó en un arco elegante y abrió la boca en un
grito. Yo sabía que había ganado, sabía lo que ella me pedía, y la emoción
no se parecía a nada que haya conocido antes cuando dijo las palabras—:
¡Pedro, me vas a joder en el lavabo!
—Inclínate hacia él y aférrate a la orilla —ordené, dando marcha,
esperando a que obedeciera. Ella tembló un poco, pero se posicionó como
yo le había dicho, con un aspecto tan sensual que era casi imposible para
mi mente aceptar lo inmensos que estábamos en esto, pero el hombre en
mí se sentía demasiado bien como para detenerse.

CAPITULO 65



—¿Por qué te escabulliste? —Logré decir por fin—. Después de la
última noche, ¿simplemente me abandonas esta mañana?
—No te abandoné, Pedro. Me levanté, usé la cinta de correr, me di
una ducha y quería un café mocha. Vamos a esa tienda todo el tiempo y
sabía que estabas cansado por… um… anoche.
Así que ella también estaba pensando en anoche. Yo aún no sabía si
eso era bueno o no, pero esperaba que sí. Entré en el garaje de mi edificio
y aparqué el Rover. La vi siseando enfadada en el asiento.
Aparentemente, Paula no había terminado de atacarme. —Es algo
que hago la mayoría de las mañanas. No llovía y el día era perfecto para un
breve paseo hasta la esquina —Levantó las manos de nuevo—. Terminé de
correr en la cinta y quería un mocha de chocolate blanco. ¿Es eso un
crimen? No es como si hubiera irrumpido en la Torre y robado las joyas de
la corona o algo.
Rodé los ojos. —Nena, ¿tienes idea de lo que ha sido para mí esta
mañana, cuando descubrí que te habías marchado? Ningún mensaje,
ninguna nota, ¡nada de nada!
Echó la cabeza hacia atrás contra el asiento y levantó la mirada.
—¡Dios, ayúdame! ¡Te dejé una nota! Lo hice. La dejé en mi
almohada, así la verías. Decía: iré a tomar un café a Java. Regresaré
pronto. Usé el gimnasio y me di una ducha antes de irme. ¿Eso no te dio
una pista de dónde estaría? ¡No está pasando nada oculto, solo quería
hacer algo normal, Pedro!
¡No es el tipo de normalidad con la que quiero despertarme otra vez,
muchas gracias!
—¡No vi tu maldita nota! ¡Te llamé y fui al buzón de voz! ¿Por qué no
lo cogiste si solo estabas de camino a la cafetería? —Salí y abrí su puerta
de golpe. La quería de vuelta en el apartamento, en privado. Esta discusión
en público apestaba.
Ella sacudió la cabeza y salió del coche —Hablaba con mi tía Maria.
Pulsé el botón del ascensor —¿A esa hora de la mañana? —La hice
entrar en el ascensor y la acorralé contra una esquina, mis brazos
enjaulándola de forma que consiguiera intimidarla un poco. Ella era una
bala perdida en ese momento. El sonido de las puertas encerrándonos en
nuestra privacidad era el sonido más bienvenido que había oído en los
últimos momentos.
—Tía Maria es una madrugadora y sabe que salgo a correr por las
mañanas. —Paula miró mi boca, sus ojos como dardos mientras me
intentaba leerme. Me hubiera gustado saber lo que pasaba por su mente.
Lo que había en su corazón. Me empujé hasta estar muy cerca de su
cuerpo, pero sin tocarlo. Sólo quería absorber el hecho de que yo la tenía
contra la pared.
—No hagas eso otra vez, Paula. Lo digo en serio. Esas ocasiones
donde podías salir sola han terminado.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella luchó por salir antes que
yo. La seguí por el pasillo y abrió la puerta de entrada a mi casa. Tan
pronto como estuvimos dentro sacó todo afuera. Sus ojos llamearon y se
volvieron brillantes. Estaba muy, muy enojada, y absolutamente hermosa,
de una manera que me puso duro como una piedra. —¿Así que ni siquiera
se me permite ir a Java y tomar un café? —exigió.
—No exactamente. ¡No se te permite ir sola y sobre todo sin decirle a
nadie! —Sacudí mi cabeza con exasperación ante lo que había hecho, dejé
caer mis llaves y sacudí mi cabeza—. ¿Por qué ese concepto es tan
jodidamente difícil de entender?
Me miró extrañamente, como si estuviera tratando de entenderlo. —
¿Por qué estás tan enojado realmente, Pedro? Ir a tomar café a la luz del
día con personas por todos lados no es arriesgado. —Cruzó los brazos bajo
sus pechos de nuevo.
—¡Por lo que sé, podrías haber huido mi otra vez e ido a casa! —La
verdad es cruel a veces. ¿Acabo de decir eso en voz alta?
—¡Pedro! Yo no haría eso —Me miró—. ¿Por qué crees que lo haría?
—¡Porque lo has hecho antes! —grité. Esa era la jodida verdad,
abriéndose paso y sacando a la luz mis inseguridades.
—¡Jódete! —espetó, su cabello volando mientras se daba la vuelta y
huía a la habitación, cerrando la puerta mientras entraba.