jueves, 20 de febrero de 2014

CAPITULO 41


—Me habría olvidado de todo de no ser por el video. No tenía idea de
lo que me habían hecho ni de que me filmaron. Fui a la escuela el lunes y
era una noticia. Yo era una noticia. Me habían visto, desnuda, desmayada
de borracha, siendo… siendo usada como un juguete… follada… usada
como un objeto…
Las lágrimas caían por sus mejillas pero no perdió la compostura.
Siguió hablando y yo sólo le sostuve la mano.
—Todos sabían que era yo. La gente vio el video todo el fin de
semana y pasándoselo. El video me mostraba claramente, pero los chicos
estaban fuera de la cámara y el sonido fue cambiado por una canción en
lugar del audio, por lo que no se podían oír sus voces. —Bajó su voz a un
susurro—. Nine Inch Nails… quiero follarte como un animal. Lo hicieron
como un video musical con la letra de la canción impresa en toda la
pantalla en letras grandes… me dejas violarte… me dejas profanarte… me
dejas penetrarte…
Ella se detuvo y mi corazón se rompió en dos por lo que ella sufrió.
Sólo sabía cuánto quería hacer que lo nuestro funcionara. Entonces, la
detuve. Tenía que hacerlo. Ya no podía seguir oyendo y contenerme en
público. Necesitábamos privacidad para esto. Sólo quería llevármela a casa
y abrazarla con fuerza. El resto se arreglaría después.
Apreté su mano para que me mirara. Grandes ojos luminosos, en
colores que se mezclaban, llenos de lágrimas que quería borrarle, me
miraron. —Déjame llevarte a casa, por favor. —Asentí para que entendiera
que era lo que necesitábamos—. Quiero estar a solas contigo ahora,
Paula. Todo lo demás no importa tanto.
Ella hizo un sonido que me desgarró. Tan suave, pero herido y
dolido. Me puse de pie abruptamente, manteniéndola cerca, y bendita sea,
ella me siguió sin protestar. Arrojé un poco de dinero en la mesa y la llevé
al auto y la acomodé en el asiento.
—¿Estás seguro de esto, Pedro? —Me preguntó con los ojos rojos y
llorosos.
La miré fijamente. —Nunca he estado tan seguro de algo —Me
incliné contra ella y puse mi mano en su cuello para controlar el beso. La
besé profundamente en los labios, incluso presionando sus dientes con mi
lengua para que se abriera para mí. Paula necesitaba saber que aún la
deseaba. Sabía que luchaba contra las emociones y mi conocimiento de su
pasado. Ella asumió que no la desearía más si conocía los detalles.
Mi chica no podría estar más equivocada.
—Todas tus cosas siguen esperándote. Pero quiero que sepas… —
hablé directamente a centímetros de su rostro, mirando fijamente sus
ojos—. No tengo intención de dejarte ir —Tragué fuertemente—. Si vienes
conmigo estás aceptándome todo, Paula. No conozco otra forma de estar
contigo. Yo quiero todo o nada. Y quiero que tú también.
—¿Todo o nada? —Puso su mano en mi mejilla y la sostuvo allí, con
un cuestionamiento genuino.
Volví mi cara para besarle la mano mientras sostenía mi rostro. —
Un término de póquer. Significa apostar todo lo que tienes en las cartas
con las que estás jugando. Eres lo que yo tengo.
Volvió a cerrar los ojos y su labio tembló levemente. —Ni siquiera te
he contado todo. Hay más. —Alejó su mano.
—Abre los ojos y mírame —dije suavemente pero con firmeza.
Ella obedeció de inmediato y tuve que contener un gemido, ya que
me encendió eso. —No me importa lo que aún no me has contado o incluso
lo que acabas de contarme en el restaurante. —Sacudí la cabeza un poco
para que comprendiera—.No cambiará como me siento. que
hablaremos más y puedes contarme el resto cuando puedas… o cuando
necesites. Lo oiré. Necesito oír todo para asegurarme de mantenerte a
salvo. Lo que haré, te lo prometo, Paula.
—Oh, Pedro… —Su labio inferior tembló mientras me miraba, tan
hermosa en su tristeza como lo era feliz.
Podía ver que a Paula le preocupaban muchas cosas —compartir
su pasado, mi reacción a su pasado, las posibles amenazas de su
seguridad en Londres, mis sentimientos— y yo realmente quería borrar
esas preocupaciones de su rostro si pudiera. Desearía que se liberara de
sus persecutores y que la dejaran para vivir su vida, con suerte conmigo a
su lado. Nunca había prometido algo con tanto ímpetu como ahora. Yo la
mantendría a salvo, pero también quería asegurarme de que entendiera en
qué se metía si accedía a venir conmigo.
—Nada de huir de mí, Paula. Si necesitas espacio, está bien, lo
respetaré y te lo daré. Pero tienes que dejarme ir a verte a donde estés, y
saber que no te irás de nuevo… o me cerrarás la puerta —Acaricié su labio
con mi pulgar—. Es lo que necesito de ti, nena. ¿Puedes hacerlo?
Ella comenzó a respirar más rápido, su pecho moviendo sus senos
de arriba abajo en esa blusa azul turquesa, sus ojos brillantes. Sabía que
tenía miedo, pero Paula tenía que aprender a confiar en mí si queríamos
tener una oportunidad para nosotros. Me aferré a la esperanza de que
tomaría mi oferta. No sabía qué hacer si ella no lo hacía. ¿Derrumbarme?
¿Convertirme en un acosador? ¿Anotarme en psicoterapia?
—Pero… me cuesta tanto confiar en una relación. Has llegado más
lejos que nadie antes. Por primera vez he tenido que elegir entre una
relación seria y compleja o estar tranquila… y sola.
Gemí y la sujeté con más fuerza. —Sé que tienes miedo, pero quiero
que nos des una oportunidad. No tienes que estar sola. Tienes que estar
conmigo. —Las palabras sonaron algo duras pero no podía retractarme.
Paula me sorprendió sonriendo y sacudiendo un poco la cabeza. —
Eres algo más, Pedro Alfonso. ¿Siempre fuiste así?
—¿Así como?
—Tan demandante, decidió y directo.
Me encogí de hombros. —Supongo. No lo sé. Sólo sé como soy
contigo. Quiero cosas contigo que nunca antes había querido. Te quiero y
es todo lo que sé. Ahora mismo quiero que vengas a casa y estemos juntos.
Y sólo tomaré la promesa de que no te irás ante la menor señal de
problemas. Me darás la oportunidad de enmendarme y no me cerrarás la
puerta—Sostuve sus hombros con ambas manos—. Puedo ser
comprensivo si me dices lo que necesitas de mí. Quiero darte lo que sea
que necesites, Paula. —Froté su cuello con mis pulgares, la suave piel
magnetizándose bajo mis dedos cuando comencé a tocarla. Una vez que
conseguía sentirla no quería dejarla ir.
Echó la cabeza hacia atrás cerró los ojos un instante,
sucumbiendo a nuestra atracción y dándome esperanza. Dijo una palabra.
Mi nombre. —Pedro…
—Creo que también sé lo que es eso. Sólo tienes que confiar en mí
para dártelo —La apreté con un poquito más de fuerza—. Escógeme.Escógenos.
Ella tembló. Lo vi pasar y también lo sentí. Asintió y murmuró las palabras: —De acuerdo. Prometo no volver a huir.

CAPITULO 40


Pizza a la luz de las velas es excelente con la persona
indicada. Para mí, la persona indicada se encontraba
sentada justo frente a mí y no me habría importado
donde estuviéramos siempre y cuando fuera juntos. Pero
Paula necesitaba comida y yo necesitaba oír su
historia, por lo que Bellísima serviría como cualquier otro lugar.
Teníamos una mesa en un rincón oscuro y privado, una botella de
vino tinto, y una grande de pepperoni y salsa para compartir. Intenté no
ponerla incómoda mirándola demasiado, pero era malditamente difícil
porque mis ojos morían de hambre por verla. Estaban famélicos.
En cambio, hice lo mejor para escucharla bien. Frente a mí, Paula
parecía luchar con por donde empezar. Le sonreí y comenté lo bien que
sabía la comida. Me descubrí deseando que comiera un poco más pero
mantuve la boca cerrada al respecto. Estoy seguro de que no soy un idiota.
Crecí con una hermana mayor y las lecciones aprendidas de Luciana sin
duda me han acompañado todos estos años. A las mujeres no les gusta
que les digan qué comer y qué no. Es recomendable dejarla tranquila y
esperar lo mejor.
Parecía muy perdida en sus pensamientos cuando comenzó a
contarme de su familia. No me gustaba el lenguaje corporal triste ni el tono
derrotado de su voz, pero eso era irrelevante.
—Mis padres se separaron cuando tenía catorce. Supongo que no lo
manejé muy bien. Soy hija única, por lo que supongo que quería llamar su
atención o quizás quería vengarme de ellos por divorciarse. Quién sabe,
¿pero lo peor? Era una zorra de la escuela —Levantó su mirada para
encontrarla con la mía, determinada para que comprendiera—. Es verdad,
lo era. No era muy buena eligiendo a los chicos con los que salía y no me
importaba mi reputación.Era malcriada e inmadura, y muy
estúpidamente osada.
¡Enserio! Primera sorpresa de la noche. No podía imaginar así a
Paula y tampoco quería, pero mi parte pragmática comprendió que casi
todos teníamos un pasados, y mi chica no era diferente. Tomó su copa de
vino y la miró como si estuviera recordando. No dije nada. Sólo la escuché
y disfruté tenerla tan cerca.
—Una vez salió una noticia que se difundió por toda California hace
unos años. El hijo de un sheriff hizo un video de una chica en una fiesta.
Ella estaba desmayada de borracha cuando él y dos amigos la follaron y
jugaron con ella en la mesa de billar.
Sentí los vellos en mi nuca erizarse. Por favor, no. —Recuerdo eso —
dije, forzándome a escuchar y no reaccionar demasiado—. El sheriff
intentó eliminar la evidencia contra su hijo pero no pudo y los estúpidos
fueron presos de todas formas.
—Sí… en ese caso sí. —Bajó la mirada a su pizza y luego volvió a
mirarme—. Aunque no en el mío.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y de repente yo tampoco tenía
hambre.
—Fui a una fiesta con mi amiga Sofia y por supuesto, nos
emborrachamos. Tanto que no recuerdo nada de esa noche hasta que me
desperté y los oí riendo y hablando de mí —Tomó un gran trago de vino
antes de seguir—. Facundo Pieres era, es, un completo imbécil, rico y rufián.
Su papá era Senador del Estado de California en esa época. No sé por qué
alguna vez salí con él. Probablemente sólo porque me lo pidió. Como dije
antes, no tomaba buenas decisiones. Me arriesgaba. Así de poco me
importaba yo misma.
Odio esto.
—Él estaba en la universidad y yo estaba en mi último año del
instituto. Supongo que se sentía con derecho a que cada vez que viniera yo
anduviera con él, aunque no éramos exclusivos ni nada. Sé que me
engañaba. Supongo que él creía que yo me quedaba esperando que
volviera a casa de la universidad y me usara a su conveniencia. Sabía que
estaba enojado conmigo por salir con otro chico que conocí en una
competencia de atletismo, pero no qué tan cruel sería por ello.
—¿Hacías atletismo en la escuela? —pregunté.
—Sí… corría —Asintió y volvió a mirar su copa—. Entonces me
desperté completamente desorientada e incapaz de mover mis
extremidades. Creemos que pudo haber puesto algo en mi bebida… —
Tragó fuertemente y siguió con valentía—, hablaban, pero al principio no
sabía que era sobre mí. O lo que me habían hecho. Eran tres, todos en sus
vacaciones de Acción de Gracias. Ni siquiera conocía a los otros dos, sólo a
Facundo. No eran de mi escuela —Bebió un poco de vino—. Podía oírlos
riéndose de alguien. Diciendo cómo le habían metido una botella y un palo
de billar y… y la follaron con esas cosas… cómo ella era una zorra que les
había rogado que lo hicieran.
Paula cerró los ojos e inspiró hondo. Sentía pena por ella. Quería
matar a Pieres y su amigo, y deseé que su otro amigo estuviera vivo para
poder matarlo también. No sabía nada de esto. Había asumido que había
sido una indiscreción juvenil que un idiota decidió grabar, no una
completa violación de una chica de diecisiete. Estiré mi mano y cubrí la
suya. Se tensó un instante y cerró los ojos con más fuerza, pero no
retrocedió. De nuevo, su coraje me sorprendió y esperé que dijera más.
—Aunque no tenía idea de que hablaban de mí, estaba muy
confundida. Cuando pude mover mis piernas y brazos luché para
levantarme. Se rieron y me dejaron allí en la mesa. Yo sabía que había
tenido sexo pero no sabía con quién ni tenía los detalles. Me sentía
enferma y con resaca. Sólo quería salir de la casa. Por lo que me puse mi
ropa, encontré a Sofia y me llevó a casa.
Un gruñido surgió de mi garganta. No pude evitarlo. Incluso para mí
sonaba bajo. Paula me miró casi anonadada por un segundo y luego puse
mano sobre la de ella. Me concentré en ella y controlé mis emociones.
Perder la calma no ayudaría a Paula en nada, por lo que pasé mi pulgar
sobre su mano suavemente, esperando que entendiera cuánto me dolía
saber que la habían usado así. Mi mente daba vueltas con la información.
En el momento del crimen, los culpables eran adultos y ella menor.
Interesante. Y no podía imaginar por qué Miguel Chaves omitió esa
información al contratarme. Al parecer sólo intentaba proteger la
reputación de su única hija. Ahora entiendo por qué reaccionó así cuando
descubrió que dormía con ella.

CAPITULO 39




Asintió ligeramente, de esa manera condescendiente que tenía —La
mirada que me dio me volvió completamente loco por ella hasta tal grado
que mi posesividad me sorprendió.
Yo sabía que estaba herida y temerosa, pero también sabía que ella
pelearía por atravesar cualquier dificultar que la persiguiera. Sin embargo,
no cambiaba lo que yo sentía. Para mí, era mi hermosa chica americana y
siempre lo sería.
—No iré a ninguna parte, Paula. Estás atrapada conmigo y es
mejor que te acostumbres a eso —dije. La besé en sus labios y dejé ir su
barbilla.
Medio sonrió mientras yo puse el auto en reversa. —Te extrañé
mucho, Pedro.
—Yo como no tienes idea —Alargué mi mano y toqué su rostro otra
vez. No podía evitarlo. Tocarla significaba que ella realmente estaba aquí
conmigo. Sentir su piel y cuerpo cálido me decía que yo no estaba
soñándolo—. Comida primero. Vas a comer algo substancial, y yo voy a
verte y disfrutar cada segundo de lo que tu boca puede hacer. ¿Qué te
apetece en este momento?
—No lo sé. ¿Pizza? No estoy exactamente vestida para la cena —
sonrió, señalando su ropa—. Tú usas traje.
—Como estás vestida es la menor de mis preocupaciones, nena —
Llevé su mano a mis labios y besé su piel suave—. Eres hermosa para mí
en cualquier cosa… o con nada. Especialmente con nada —bromeé.
Ella se sonrojó ligeramente. Sentí mi polla vibrar cuando vi su
reacción. Quería llevarla pronto a mi casa. A mi cama, donde podía tocarla
toda la noche y saber que ella estaba allí conmigo. No la dejaría irse
nuevamente.
Una vez me dijo que amaba cuando le besaba la mano. Y sé que yo
no puedo evitarlo. Es difícil no tocarla y besarla todo el tiempo, porque no
soy una persona que se niega cualquier placer que quiera. Y la quiero a
ella.
Articuló un silencioso «gracias», pero aun parecía triste.
Probablemente temía nuestra conversación, pero yo sabía que eso tenía
que ocurrir. Por su propio bien tenía que decirme algo fuerte y yo debía
escucharla. Si esto es lo que ella necesitaba hacer para que nosotros
siguiéramos adelante, entonces yo escucharía lo que fuera.
—Entonces, pizza será —Dejé ir su mano para conducir, pero apenas
pude arreglármelas. Sólo a duras penas. Mi chica estaba a mi lado en mi
auto. Podía olerla, verla, e incluso tocarla si extendía la mano; estaba tan
cerca de mí. Y por primera vez en días, el constante dolor en mi pecho
desapareció.