sábado, 1 de marzo de 2014

CAPITULO 70


Para el almuerzo con Tomas estaba retrasado. No sé
por qué me molesto en tratar de ser puntual con mi primo
porque a él ciertamente no le importa. Revisé mi reloj y
miré alrededor de la habitación. Formalmente un club
para caballeros en el siglo pasado, el lugar ha sido
reanimado con ropas de lino blancas, montones de
cristales, y maderas claras, luciendo para nada como el exclusivamente
masculino, enclave social para los Londinenses con derechos de hace
cientos de años.
Bueno, Tomas ciertamente habría encajado. Mi primo era un noble del
reino, que aún odiaba ser recordado y ciertamente no actuaba como tal.
Ninguno de nosotros pudo evitar como nacimos y Tomas no pudo controlar
que su padre había sido el anterior Baron Rothvale más de lo que yo pude
controlar que mi padre manejó un taxi de Londres. Teníamos conexiones
que fueron mucho más profundas de lo que el dinero alguna vez pudo
llevarnos de cualquier forma.
¿A quién engañaba? Tomas podría tirar un acantilado si le gustaba, yo
tenía dos hermosas mujeres en la mesa luciendo felices y preciosas en
frente a mí—mi chica y su mejor amiga.
—Ustedes señoritas lucen como si ir de compras hubiera acordado
con ustedes. —Les serví a ambas el Riesling que había ordenado.
Paula y Gabriela sonrieron y se miraron entre ellas con
complicidad, obviamente compartiendo secretos femeninos, un misterio
que yo sólo podía adivinar. Tenían una excursión de compras de vestidos
cuando me llegó un mensaje de texto de Paula preguntándome que
hacían para el almuerzo. Desde que eran sólo algunas cuadras de
distancia desde Gladstone le dije que se unieran a mi cita del almuerzo
con Tomas. Quería presentárselo a Paula de todas formas, con la ilusión de
que él pudiera ejercer alguna influencia sobre la Galería Nacional por ella.
Demonios, no estoy tan orgulloso de pedir un favor. No es que le importe
un bledo. El hombre estaba en el consejo de los más prestigiosos museos
de arte en el mundo y no le podría haber importado menos sobre eso si lo
intentara. De hecho, estoy seguro que Tomas renunciaría si con eso pudiera
escaparse.
—Así es, Pedro. Paula adquirió el más fabuloso vestido vintage
para la Gala Mallerton. Sólo espera —me advirtió Gabriela.
Hice una cara. —Entonces estás diciendo que estará más
encantadora de lo normal. —Miré a Paula sonrojarse y luego regresé con
Gabriela—. Sólo lo que necesito… más admiradores persiguiéndola. Pensé
que podía confiar en ti, Gabriela, ¿Sólo un poquito de ayuda aquí? —
imploré. ¿Por qué no sólo la llevaste a un lugar que venda poco atractivas
batas de baño en su lugar? —Mis palabras eran en broma pero en el yo
interior iba en serio a muerte. Odiaba cuando los hombres veían a Paula
como si la estuvieran imaginando desnuda.
Gabriela se encogió de hombros. —La tía Maria nos calentó en la
tienda. La mujer tiene locas habilidades con lo único y raro. Vintage little
beauty eso es, escondida en una tranquila esquina de Knightsbridge. Sé
que regresaré. —Me dio un guiño—. Tú necesitas competencia de todas
formas, Pedro, es bueno para ti. —Tomó un trago de su vino y puso su
atención de regreso en revisar mensajes en su móvil.
—No es verdad. Estoy batallando lo suficiente tal como está.
¡Muchísimas gracias! —Tomé la mano de Paula y la besé—. Me alegro de
que vinieras al almuerzo.
Sólo me sonrió y no dijo nada en esa misteriosa forma de ella.
Deseaba que estuviéramos solos.
Gabriela era una amiga fiel por lo que yo podía decir, y ferozmente
protectora de Paula. Nosotros teníamos un entendimiento que era
factible siempre y cuando me viera como un amigo y no como un
enemigo—Yo había pasado la prueba hasta ahora. Hermosa también por
su cuenta, solo que no era mi gusto de mujer. Su largo cabello castaño.
Con sólo mínimos toques de rojo oscuro destellando a través de él,
combinado con ojos muy verdes. Era llamativo. Agradable figura aún si no
era mi gusto, yo seguía teniendo ojos en mi cabeza y no estaba muerta.
El color de sus ojos me recordaron los ojos de Tomas. El mismo verde.
Me pregunté qué pensaría de ella cuando le diera un vistazo, por lo
mujeriego que era. Apuesto que le gustaría mucho. Tuve que reprimir una
carcajada. Gabriela probablemente le diría que se fuera a la mierda en su
cara y él lamería sus labios y le pediría que se uniera a él sin problemas.
Sería de risa observar si alguna vez consiguiera poner su culo aquí.
La compañera de habitación de Paula era otra americana viviendo
en Londres, estudiando arte en la universidad, y haciendo su camino…
muy lejos de casa. Aunque su papá era un ciudadano británico. Policía
Metropolitana de Londres—un tal Roberto Hargreave, Jefe inspector, de New
Scotland Yard. Levanté la vista hacia él, y a todas cuentas lucía sólido, un
respetado policía en la fuerza. Supuse que debería concretar una reunión
con él en cualquier momento también. Aunque las cosas habían estado un
poco tranquilas en el frente del Senador Pieres. Sin noticias eran buenas
noticias… eso esperaba.
—¿De qué color es tu asombroso vestido que me hará enloquecer de
celos cuando los hombres babeen sobre ti usándolo? —le pregunté a
Paula.
—Es azul índigo. —Sonrió otra vez—. La tía Maria se reunió con
nosotras ahí y tuvimos mucha diversión con ella. Realmente tiene ojo para
la moda.
—La debiste de haber traído al almuerzo contigo.
—Habría amado que viniera con nosotras, pero estaba saliendo a un
almuerzo de señoras con su club de lectura. Me dijo que te dijera las ganas
que tiene por conocerte. —Paula se sonrojó de nuevo como si la idea de
nuestra reunión juntos la hacía tímida.
Ella tenía una timidez que era adorable en público, pero no lo lleva
con ella al dormitorio conmigo. Nop. Mi chica no era tímida conmigo así,
era todo bueno. Pensé sobre cuántas horas más tendría hasta esta noche
en que la pudiera llevar de regreso a mi habitación y ella pudiera
mostrarme su lado no-tímido un poco más.
Habíamos estado ardiendo en las sábanas últimamente… y las
paredes de la ducha… en el escritorio de mi oficina… la alfombra frente a
la chimenea, en el camastro del balcón, y hasta en el gimnasio. Me removí
en mi silla y recordé esa mañana ejercitando con gran ternura. ¿Quién
sabría cuanta diversión podría haber en una banca de pesas con Paula
desnuda y deslizándose arriba y debajo de mi…?
—Amarás a Maria,Pedro —dijo Gabriela distraídamente, todavía
revisando sus mensajes e interrumpiendo mis eróticas reflexiones.
Necesitaba reacomodar mi polla pero forcé una sonrisa a ambas en su
lugar.

CAPITULO 69


Quería intentar ser normal para ella, pero no sabía si podría.
Supongo que era algo que había que hacer frente a si quería quedarme con
ella. Paula era terca y una parte de mí sabía que no lo dejaría ir porque
dijera que no quería hablar de ello.
—Tú eres lo suficientemente importante, Paula. Tú eres todo lo que
importa. —Seguí la línea del cabello con el dedo y la besé de nuevo,
adentrándome profundamente con mi lengua, saboreando su sabor dulce
y suave y amando su aceptación de mí. Pero el beso tenía que terminar
con el tiempo.
Saqué un poco de valentía de alguna parte y respiré hondo, rodando
sobre mi espalda y mirando hacia el tragaluz. El día se había vuelto tan
gris como mi estado de ánimo y parecía que la lluvia era inminente. Justo
en sintonía con el lugar en mi cabeza, todo se empaña. Paula se quedó
en su lado, esperando a que yo dijera algo.
—Lamento lo de anoche, y como me comporté contigo después. Fui
agobiante y demasiado intenso —Hablé más suave—. ¿Me perdonas?
—Por supuesto que sí, Pedro. Pero quiero entender por qué. —
Extendió una mano y la puso sobre mi corazón y la dejó allí.
—Esa pesadilla era de una época en que yo estaba en las Fuerzas
Especiales. Mi equipo cayó en una emboscada, la mayoría de ellos fueron
asesinados. Yo era el oficial superior y mi arma se atascó. Me capturaron...
Los afganos me sostuvieron en el interrogatorio durante veintidós días.
Inhaló bruscamente. —¿Es así como conseguiste las cicatrices en la
espalda? ¿Hicieron eso? —Su voz era suave pero podía oír la preocupación
en sus palabras.
—Sí. Destrozaron mi espalda con latigazos de cuerdas... y otras
cosas.
Ella me agarró un poco más fuerte y tragué saliva, sintiendo
ansiedad, pero seguí su camino, sintiéndome mal por engañarla, pero no
pude explicar correctamente que mis peores cicatrices no eran las de mi
espalda.
—He soñado con algo que… que pasó... y era un momento en que
pensé que iba a ser ase… —me detuve. Mi respiración era tan fuerte que
no podía decir nada más. Yo no podía tocar el tema. No a ella.
—Tu corazón late con fuerza —Puso sus labios sobre el lugar en el
que músculo que bombea mi sangre y lo besó. Puse mi mano en la parte
posterior de su cabeza y la sostuve allí, frotando su cabello una y otra
vez—. Está bien, Pedro, no tienes que decir nada más hasta que sientas
que puede hacerlo. Voy a estar aquí —Su voz tenía el tono triste de
nuevo—. No quiero que te duela más por mi culpa.
Acaricié su mejilla con el dorso de mi dedo. —¿Eres real? —susurré.
Sus ojos brillaron y asintió.
—Cuando me desperté esta mañana y no estabas, pensé que podrías
haberme dejado por esa jodida situación de anoche y te había perdido.
Paula... No puedo estar sin ti ahora. Ya lo sabes, ¿verdad? Simplemente
no puedo hacerlo. —Toqué sobre la marca roja en su hombro donde la
mordí con los dientes cuando estaba en medio de ese orgasmo volcánico en
el fregadero—. Te marqué. Lo siento sobre eso también. —Corrí mi lengua
por la marca.
Ella se estremeció contra mi boca. —Escucha —Se apoderó de mi
cara y me abrazó—. Te amo, y quiero estar contigo. Sé que no lo digo todo
el tiempo, pero eso no quiere decir que lo sienta menos. Pedro, si yo no
quisiera estar contigo, o no podría estar contigo, yo no lo estaría... y lo
supieras.
Exhalé con alivio tan grande que me tomó un minuto para
encontrar mi voz. —Dilo de nuevo.
—Te amo, Pedro Alfonso.

CAPITULO 68





No íbamos a llegar a tiempo al trabajo ni de broma. No importaba.
Algunas cosas son más importantes. Los dos estábamos agotados por el
sexo y apenas podíamos soportar caminar de pie después, así que la
levanté y la llevé a la ducha conmigo. La lavé por todas partes y le permití
que me lavara. No hablamos. Solo nos miramos y tocamos y besamos y
pensamos. Después de la ducha, la envolví en una toalla y la lleve de
vuelta a la cama, sólo entonces, tendida a mi lado toda suave y contenida,
fue que hablamos de las cosas.
—No es seguro para ti salir sola. No puedes hacerlo más. No
sabemos los motivos y no voy a correr el riesgo contigo. —Hablé suave pero
firme, no cediendo en este punto y lo que tenía que decir—. Eso es todo.
—¿En serio? ¿Es tan malo? —Parecía sorprendida y luego esa
mirada temerosa que había visto antes apareció en su rostro.
—No se sabe lo que está pasando en el grupo de Pieres o de su
oponente. Tenemos que asumir que Pieres tiene su ojo en ti, Paula. Él
sabe dónde has estado todos estos años, en que trabajas, dónde vives, y
probablemente tus amigos también. Necesito tener una conversación con
Gabriela y Oscar pronto. Deberían ser informados en caso de que se
acercaran por su relación contigo. Tus amigos lo saben todo, ¿no?
Asintió con la cabeza tristemente. 
—Simplemente no entiendo por qué la gente querría hacerme daño. Yo no hice nada y ciertamente no quiero traer a colación el pasado. ¡Sólo quiero olvidarlo que alguna vez sucedió! ¿Cómo es mi culpa?
Besé su frente y froté su barbilla con el pulgar. —Nada es culpa
tuya. Sólo vamos a tener cuidado contigo. Mucho, mucho, cuidado —le
dije, besándola en los labios tres veces seguidas.
—Yo no quiero nada del Senador Pieres —susurró.
—Eso es porque no eres una oportunista. La mayoría de la gente lo
explotarían por dinero para mantenerlo el secreto. Tú no has hecho eso y
te están vigilando para ver lo que podrías hacer. Y estoy seguro de que
están observando para ver si los enemigos de Pieres tratan de llegar a ti. Y
la verdad, sus enemigos políticos son los que me preocupan más. El vídeo
y el conocimiento de Pieres de él, lo hace culpable, bajo la línea. Su hijo
adulto y amigos cometieron un delito y él lo encubrió. Los opositores de
Pieres verán esa información un tesoro político. Por no hablar de una
noticia realmente sórdida para vender un montón de periódicos.
—Oh, Dios... —Rodó sobre su espalda, echando su brazo por encima
de los ojos.
—Oye, escucha —Tirándola de nuevo frente a mí—. Nada de eso, ¿de
acuerdo? Me voy a asegurarme que te dejen en paz por un montón de
razones. Es mi trabajo por un lado, y tú eres mi chica por otro. —Acuné su
rostro—. Eso no ha cambiado para ti, ¿verdad? —Yo no la dejaría ir porque
necesitaba el consuelo. Tenía que saber—. Anoche fue... lo jodí…
—Mis sentimientos no han cambiado —Interrumpió ella—. Yo sigo
siendo tu chica, Pedro. Lo ocurrido ayer no ha cambiado nada. Tú tienes
tu lado oscuro y yo el mío. Lo entiendo.
La hice rodar en las sábanas y la besé lenta y minuciosa, haciéndole
saber lo mucho que necesitaba oír esas palabras de ella. Sin embargo, yo
quería más. Siempre más. ¿Cómo iba a tener suficiente cuando era tan
dulce y hermosa y encantadora?
—Siento lo de esta mañana —dijo, trazando mi labio inferior con el
dedo—. Me prometí que no te dejaría así de nuevo, y lo dije en serio. Me
entristece que pensaras que volví a hacerlo. Me has asustado cuando te
despertaste de tu pesadilla, Pedro. Odié verte sufriendo de esa manera.
Besé su dedo. —La parte más egoísta de mí estaba tan contenta que
estuvieras allí. Verte fue un alivio muy grande, ni siquiera pueden expresar
las emociones que pasaron por mí cuando te vi a salvo a mi lado. Pero la
otra parte de mí odiaba lo que presenciaste. —Sacudí mi cabeza—. Odié
que me vieras así, Paula.
—Tú me has visto después de una pesadilla y no cambió cómo te
sientes —dijo.
—No, no lo hizo.
—Entonces, ¿cómo es diferente para mí, Pedro? Y no lo compartirás
conmigo... no me dejarás entrar —Sonó herida de nuevo.
—Yo-yo no lo sé... Lo intentaré, ¿de acuerdo? No he hablado con
nadie acerca de lo que pasó. No sé si puedo... y sé que no quiero estar
dentro de este lugar oscuro. No es a dónde quiero que vayas, Paula.
—Oh, bebé —Dibujó sus dedos sobre mi sien y me miró a los ojos—.
Pero me gustaría ir allí por ti —Me buscó—. Quiero ser lo suficientemente
importante como para que me digas tus secretos, y tienes que dejarme
entrar también. Soy buena escuchando. ¿Cuál era ese sueño?