miércoles, 19 de marzo de 2014

CAPITULO 130





Me quedé expectante cuando me envolvió, su pecho presionando sobre
mi espalda, su boca en mi oído.
—¿Estás segura? —preguntó con el cálido roce de sus labios mientras
me lamía el lóbulo de la oreja.
—Sííííí. —Dejé escapar mi respuesta con un largo jadeo.
Sus labios se encontraron con mi nuca y me recorrió la columna en una
deliciosa caricia. Cuanto más se acercaba a su destino, más se encendía mi
cuerpo con sensaciones que me nacían bajo el vientre. Empecé a temblar.
—Tranquila, preciosa, te tengo. —Me presionó con la mano en los
riñones y después me acarició una de las nalgas—. Eres bellísima de esta
manera —murmuró, y rodeó el otro cachete para agarrarme la cadera—.
Absolutamente bella y perfecta.
Noté que se movía detrás de mí y escuché abrirse el cajón de la mesilla
de noche. Escurridizas gotas de lubricante cayeron sobre mi piel mientras
él lo extendía.
—Respira por mí, ¿de acuerdo? Voy a tener mucho cuidado.
Asentí para hacerle saber que le oía, pero no podía hablar. Todo lo que
pude hacer fue tomar aire e imaginarme cómo sería sentirle ahí.
La punta de su pene se adentró entre mis pliegues y se deslizó de manera
placentera a lo largo del clítoris, encendiéndome de tal manera que me
eché hacia atrás en busca de más contacto.
—Sí, nena. Lo vas a tener. —Empujó contra mí con su sexo. La presión
era enorme y no pude evitar que se me contrajeran los músculos—.
Relájate y respira. —Empujó de nuevo y la punta estaba dentro, de modo
que mi hendidura se estiró para acomodarse a su tamaño—. Una vez más,
nena. Ya casi está. Voy despacio pero firme, ¿de acuerdo? —Sus manos me
sujetaban las nalgas mientras su pene se adentraba más, impulsado por el
deseo de ambos de completar esta unión. Había algo de dolor, pero era una
sensación muy erótica que liberó algo dentro de mí. Quería sentirlo. De
verdad. Necesitaba entenderlo, así que necesitaba entregarme más a Pedro.
La inmensa presión aumentaba y producía una respuesta en mí que me
llevaba hacia el orgasmo. Empujé hacia su sexo para hacerle saber que
podía continuar.
—Ahhhh…, oh, Dios —dije temblando mientras él embestía de nuevo,
sintiendo cómo la dilatación se transformaba en un dolor incalculable y mi
cuerpo empezaba a arder. Entonces, de repente, me llenó por completo con
una embestida aguda que le llevó muy dentro de mí. Cerré los ojos cuando
gritó y la sensación me dejó helada.
—¡Joderrr, qué gusto! —Se quedó quieto y me acarició las nalgas—.
Nena…, oh, fóllame…, ¿vale?
Pedro estaba teniendo problemas a la hora de hablar y yo lo entendía. Yo
tenía problemas para mantenerme quieta y podía notar cómo regresaban
los temblores. Las convulsiones no eran causadas por el dolor, sino
reacciones involuntarias al increíble asalto a mi zona erógena. El dolor era
mínimo porque Pedro me había preparado poco a poco para esto,
tratándome con cuidado, como hacía con todo.
—Mira, estás temblando. —Me acarició las caderas con veneración—.
Pararé si me lo pides. Nunca querría hacerte daño, nena —dijo claramente,
pero yo podía oír la tensión en sus palabras—. Qué gusto. Es…, es…,
¡joder, es increíble! —Podía notar que sentía lo mismo que yo ahora que se
había detenido, a la espera de mi reacción. Pedro y yo siempre habíamos
conectado muy bien en lo que al sexo se refiere. No sé por qué todo era tan
fácil, pero así era y siempre lo había sido.
—Es… estoy bien —tartamudeé—. Quiero que sigas.
—¡Joder, te quiero! —gruñó bruscamente.
Pedro se separó despacio, volví a sentir chispas en mi interior y después
empujó hondo de nuevo. Cada penetración era lenta y controlada. Cada
entrada un poco más profunda que la anterior. Me asombró cómo
aumentaba el placer en mi interior a medida que él tomaba un ritmo
constante. Sus manos me sujetaban y su sexo era mi dueño en todo
momento, hasta el final.
Algo crecía en mi interior y se dirigía hacia algo explosivo, y podía ver
que Pedro se encontraba en la misma situación apremiante. Empezó a decir
frases sucias y respiraba de manera agitada mientras una de sus manos se
deslizaba hacia mi clítoris para acariciarlo en círculos.
Su tacto en ese cúmulo de sensaciones me volvió loca.
—¡Voy a correrme! —sollocé. Cuando agaché la cabeza contra las
sábanas para recibir esa avalancha de placer sentí una dureza inhumana
crecer dentro de mí mientras sus embestidas continuaban con un ritmo
incesante.
—¡Oh, jodeeerrr! ¡Yo también! —gritó entre las estocadas que nos unían
una y otra vez.
Me sacudí debajo de su cuerpo y me corrí, sin poder moverme siquiera,
capaz tan solo de dejarme llevar mientras él continuaba con su propósito.
Un momento después noté cómo se separaba de mí y me daba la vuelta, mi
cuerpo aún tembloroso tras la explosión de placer más increíble que había
experimentado en mi vida.
—¡Mírame! —ordenó.
Abrí los ojos y los fijé en su mirada azul y feroz. Su aspecto era
magnífico. Parecía un Dios pagano, resbaladizo por el sudor y con todos
los músculos en tensión cuando se arrodilló entre mis piernas, se sujetó el
pene y eyaculó sobre mis pechos y garganta. ¡Estaba tan guapo en ese
momento!
Un segundo más tarde escuché correr el agua de la bañera y abrí los ojos.
Sentía el cuerpo pesado, adormilado y satisfecho. Pedro estaba allí,
observándome, con expresión seria e intensa mientras sus dedos jugaban
con mi pelo.
—Aquí está mi chica. —El gesto severo se suavizó cuando se inclinó
para acariciarme los labios con la nariz—. Te quedaste dormida después de
hacer que te corrieras.
—Creo que necesitaba una pequeña siesta después de eso.
Frunció el ceño.
—¿Ha sido demasiado? Lo sien…
Le callé tapándole la boca.
—No —dije sacudiendo la cabeza—. Si hubiese sido demasiado lo
habría dicho.
—¿Te gustó? —preguntó con suavidad mientras se atisbaba un gesto de
preocupación en sus preciosas facciones.
—Oh…, sí.
—¿Te hice daño? —El tono de preocupación de su voz hacía que me
derritiese más y más.
—Solo de manera agradable —contesté con sinceridad.
El ceño fruncido desapareció y lo sustituyó una mirada de alivió.
—¡Oh, joder, Dios, gracias! —exclamó mirando al cielo como si
estuviese rezando, y luego volvió a mí, lo que resultaba absurdo:
¿agradecer al cielo por el sexo anal y soltar un taco al dar las gracias
cuando yo había dado mi consentimiento?—. Porque de verdad quiero
hacerlo de nuevo alguna vez. —Se le veía tan aliviado y es posible que
hasta un poco engreído. Yo estaba contenta de haberle hecho feliz y
satisfecha de demostrarle, de nuevo, que podía confiar en él con mi
corazón y mi cuerpo. Se superaba a la hora de cuidarme. No me había dado
cuenta de lo mucho que él quería hacerlo y de lo bueno que era. Tanto
sexual como emocionalmente.
Pedro era muy honesto con ciertas cosas, a veces tanto que su franqueza
me ruborizaba. Sin embargo, para mis adentros sabía que era una de las
razones por las que funcionaba tan bien conmigo. Aunque también tenía
que reírme un poco. Solo Pedro conseguía sonar dulce al hablar acerca de
sus esperanzas de tener más sexo anal y sin que sonara grosero o brusco.
¿Cómo narices lo hacía?
Mi sucio, malhablado y romántico caballero inglés. La combinación
perfecta, en mi opinión.
—Vale… —le dije, y me acerqué para besarle.
Me besó durante un rato de manera suave y delicada, como solía hacer.
Me moría de ganas por la sesión de besos que seguía al sexo. Pedro
siempre quería besarme después, y parecía que me estuviese haciendo el
amor otra vez, solo con sus labios y su boca. Me abrazó y me sujetó bajo su
esculpido cuerpo, sus caderas entre las mías, sus labios por todo mi cuerpo:
mis labios, mi garganta, mis pechos… No paraba hasta que se sentía
completamente satisfecho.
Pedro sabía cómo pedirme las cosas. Y estoy bastante segura de que sus
instintos son solo órdenes innatas y primarias que no puede evitar
complacer. Lo creo porque a mí me ocurre lo mismo. Quiero aceptar todo
lo que me da, y entregarme durante el sexo es una manera de darle a Pedro
esas cosas que me pide con tanta franqueza. Además me excita mucho.
Adoro las cosas que dice y que me pide cuando estamos sumidos en el
acaloramiento del sexo.
Levantó los labios y me miró con ojos vidriosos.
—Te quiero tanto que a veces me asusta. No…, me asusta casi todo el
tiempo. —Sacudió la cabeza—. Odio dejarte sola aquí tanto tiempo. No
está bien. —Suspiró profundamente—. Lo odio con todas mis fuerzas. Me
he convertido en una especie de loco, y espero que todo esto no sea…
demasiado. Que yo no sea demasiado. —Me tocó la frente con la suya—.
Cuando te veo tengo que estar contigo así. —Me recorrió el pecho con la
mano y la posó sobre los restos de su orgasmo, que parecían haber sido
limpiados de mi piel en algún momento. Tal vez lo hizo mientras yo
dormía. Me había quedado tan fuera de mí después del abrumador clímax
que no tenía ni idea.
—Bueno, yo no me quejo. —Le agarré la cara—. Me gusta tu versión de
loco, si así es como lo llamas, y, para que lo sepas, me sentía muy sola esta
noche, te echaba de menos y me preocupaba todo, pero entonces llegaste a
casa y parecía que ibas a morir si no me tenías y…, bueno, era lo que
necesitaba para sentirme mejor. Cuando estoy sola con mis pensamientos
tiendo a preocuparme por cosas que no debería. La duda aparece. Tú eres la
primera persona que realmente me ha ayudado con mis dudas. Cuando me
tocas y me demuestras cuánto me deseas haces que desaparezcan.
Se quedó mirándome, con los ojos muy abiertos.
—¿Eres real? —me preguntó al tiempo que me acariciaba la cara con los
dedos con ternura—, porque siempre te desearé.
Pedro ya me había hecho esa pregunta con anterioridad y me encantaba.
—Cuando dices cosas como esas se me acelera el corazón.
Me posó la mano sobre el pecho.
—Puedo sentir tu corazón. También es mi corazón.
—Es tu corazón, y yo soy muy real, Pedro —asentí—. He querido todo
lo que hemos hecho juntos y mi corazón ahora te pertenece. —Le acaricié
la cara, a tan solo unos centímetros, mientras me ahogaba en sus ojos.
Pedro suspiró hondo, pero sonaba más a alivio que a preocupación.
—Vamos, preciosa, date un baño conmigo. Necesito lavarte y abrazarte
un rato. —Me cogió y me llevó al baño de mármol travertino y me metió
en la bañera. Tras colocarse detrás de mí, me estiré y me apoyé sobre su
firme pecho. Sus brazos se movían para mojarme los pechos y hombros.
—Llamé a Oscar esta noche —dije después de un rato.
Pedro puso jabón en una esponja y la deslizó por mi brazo.
—¿Cómo está Oscar? ¿Quiere hacerte más fotos?
—No hemos hablado de eso.
—Pero lo hará. —La respuesta de Pedro no era nada nuevo. No le
gustaba que posase y tampoco llegaba a entender lo mucho que yo lo
necesitaba. No le solía sacar el tema porque no quería que se enfadase y se
volviera de nuevo irracional. Cada vez que iba a una sesión de fotos se
volvía loco, así que era mejor no recordárselo.
—Creo que Oscar empieza a sospechar, y estoy segura de que Gaby
también lo haría si me viese en persona, pero solo hemos hablado por
teléfono.
Pedro me pasó la esponja por el cuello.
—Es hora de decírselo, nena. Quiero hacer el anuncio y ha de ser a lo
grande. Eso lo tengo claro.
—¿Cómo que a lo grande?
—¿Prensa londinense? ¿Invitados famosos? ¿Un lugar de lujo? —Me puse
tensa en sus brazos. Me abrazó fuerte y susurró—. Ahora no te vaya a
entrar el pánico, ¿de acuerdo? Nuestra boda ha de ser un… acontecimiento
de interés para que se entere todo el mundo.
—¿Incluso el senador?
—Sí —dijo e hizo una pausa—. Creemos que Fielding también está
muerto. Lleva desaparecido desde finales de mayo.
—¡Oh, Dios! Pedro, ¿por qué no me lo contaste? —Me eché hacia
delante y me giré para mirarle de manera acusadora.
Me abrazó más fuerte y presionó los labios contra mi cuello. Estaba
intentando tranquilizarme, supongo, y por suerte para él sus tácticas
normalmente funcionaban. Pedro era capaz de calmarme solo con un ligero
roce.
—Me lo acaban de confirmar. Lo sospeché cuando estábamos en
Hallborough y tú estabas tan enferma… No te enfades. Tuve que contarle
todo a Pablo. Sabe que vamos a tener un hijo. Y antes de que te enfurezcas
conmigo, has de saber que está muy contento por nosotros. Sabes todo lo
que tienes que saber, Paula. —Me besó en el hombro—. No más secretos.
Mi cerebro empezó a asimilarlo todo y la mera idea me puso la piel de
gallina.
—¿Te preocupa que intenten ir a por mí y crees que si nuestra relación y
nuestra boda se convierten en un acontecimiento famoso entonces no se
atreverán? —Podía oír el miedo en mi voz y lo odiaba. No podía imaginar
que el senador Pieres me quisiese muerta. ¿Qué había hecho yo mal
excepto salir con su hijo? Era Facundo Pieres quien había hecho todo el
daño, ¡no yo! ¿Por qué tenía que vivir con miedo por algo que no hice? Yo
era la víctima aquí y, por mucho que me repugnase la idea, era la verdad.
—No puedo arriesgarme contigo y no lo haré, nunca. —Pedro me besó
en el cuello y me pasó la esponja por el vientre—. Siempre te digo que eres
maravillosa porque lo eres. ¿Lo entiendes entonces?
—Sí, lo entiendo. Entiendo que un poderoso partido político puede que
quiera matarme, pero eso no significa que me tenga que gustar la idea de
que nuestra boda sea una tapadera. —Noté cómo Pedro se ponía tenso a mi
espalda y me imaginé que no estaba contento con lo que estaba diciendo.
—Ya te lo he dicho, haré lo que haga falta para protegerte, Paula Te
prometo que el lugar y la lista de invitados no cambian para nada lo que
siento. No para mí. En absoluto —dijo bajando la voz—. Y quiero que el
hecho de que vayamos a tener un bebé sea parte del anuncio. Eso te
convierte en una joya aún más valiosa. —Me sacudió ligeramente—. Algo
que ya eres.
Sí, mi chico no estaba feliz en absoluto. Sonaba algo herido, y me sentí
culpable una vez más por ser una desagradecida. Supongo que era un punto
a tratar con mi terapeuta. Aunque apreciaba mucho que Pedro se quisiera
casar conmigo y se hiciera responsable de nuestro hijo, odiaba que las
amenazas de a saber quién fueran el motor de su proposición.
—Lo siento. Sé que no te lo estoy poniendo fácil, Pedro. Ojalá pudiese
pensar distinto sobre esto —lo deseo con todas mis fuerzas—, pero
deberías saber que no es el sueño de toda chica celebrar una boda porque
puede que alguien quiera matarla.
—Lo quiero hacer por muchas otras razones —gruñó—, y lo sabes. —
Pedro tiró del tapón y salió de la bañera. Me ofreció la mano para
ayudarme a salir y parecía un poco enfadado, un poco herido… y
guapísimo así de desnudo y mojado.
Sí, un bebé por accidente también es otra de las razones.
Acepté su mano y dejé que me sacara de la bañera. Acercó una toalla y
empezó a secarme de arriba abajo. Cuando llegó al vientre se arrodilló y
me besó justo ahí, donde el bebé estaría creciendo.
Sollocé y sentí que las lágrimas brotaban otra vez, incapaz de controlar
mis emociones y preguntándome cómo iba a sobrevivir a todo eso. ¿Por
qué tenía que ser tan débil?
Levantó la mirada.
—Pero te amo, Paula, y quiero estar contigo. ¿No es eso suficiente?
Perdí el control. Completa y totalmente, por una maldita millonésima
vez. Lágrimas, sollozos, hipos, todo al completo. Pedro se había llevado
todo el paquete emocional esta noche. Pobrecito.
Sin embargo, mi llanto no parecía inmutarle y me metió en la cama, se
echó a mi lado y me acercó a él. Hundió los dedos en mi cabello y
sencillamente me abrazó sin pedir más, sin preguntas ni indagaciones. Me
dejó en paz, ofreciéndome generosamente su apoyo y fuerza sin pedirme
nada a cambio.
Estaba pensando. Podía escuchar cómo giraba la maquinaria dentro de su
cabeza reflexionando sobre mí. En realidad Pedro hacía eso mucho, pensar
sin decir nada.
Yo también lo estaba haciendo. Recordaba algo que la doctora Roswell
me había dicho una vez. Cuando le expresé mis miedos acerca del futuro
contestó: «Lo superarás paso a paso y con el día a día, Paula».
Era otro cliché, sí, pero uno que daba en el clavo, como Pedro decía a
veces. Justo en el clavo.
Superaré esto paso a paso y Pedro estará ahí para ayudarme.
—Es suficiente, Pedro —le susurré. Sus dedos seguían en mi pelo—. Es
suficiente para mí. Estar contigo es suficiente.
Me besó con suavidad y ternura, su lengua deslizándose poco a poco
como si no hubiera nada en el mundo que pudiese preocuparnos en ese
momento. Noté las palmas de sus manos sobre mi vientre y las mantuvo
ahí, cálidas y protectoras.
—Vamos a estar bien, nena. Lo sé. Los tres.
Le acaricié el pecho con la nariz.
—Cuando lo dices, te creo.
—Lo estaremos. Lo sé. —Me levantó la cara y se dio unos golpecitos
con el dedo en la cabeza—. Tengo premoniciones, igual que tú tienes esos
superpoderes a la hora de razonar de los que me hablaste una vez. —Me
guiñó el ojo.
—¿De verdad? —añadí con más sarcasmo, solo para que supiese que ya
no estaba molesta por lo de la boda y que podía llegar a aceptarlo.
—Sí. Tú, yo y nuestro pequeño guisante seremos felices para siempre.
Negué con la cabeza.
—Ya no tenemos un guisante.
—¿Qué pasó con el guisante? No me digas que te lo has comido. —
Fingió asombro.
—¡Idiota! —dije dándole en las costillas—. El guisante ahora es una
frambuesa.
—¿De dónde has sacado esa información? —preguntó arqueando una
ceja.
—De una página web llamada Embarazo puntocom. Deberías echarle un
vistazo. Te dice todo lo que necesites saber sobre frutas y verduras.
—Me encanta cuando juegas conmigo —dijo después de reírse mientras
me cogía de la barbilla—. Sobre todo cuando veo ese brillo en tus ojos y
pareces feliz. Es todo lo que quiero: que seas feliz conmigo, con nosotros,
con nuestra vida en común.
—Tú me haces feliz, Pedro. Siento cómo estoy últimamente. Soy un
despojo de hormonas llorando por todo, deprimida, poniendo las cosas
difíciles, arghh… Odio cómo sueno incluso disculpándome ahora mismo.
—No. No eres así para nada. No necesitas disculparte, nena. Todo lo que
tienes que hacer es decir que sí al anuncio de nuestro compromiso. Lo he
escrito hoy. Está preparado para ser enviado.
Parecía convencido de su petición y me di cuenta en ese momento de
que el miedo que me daba el matrimonio, el bebé, el acosador, todo lo que
me asustaba, había desaparecido por completo. Seguir adelante con nuestra
vida era la única opción ahora.
—De acuerdo. Estoy lista.
—¿Lo estás? —Pedro estaba más que sorprendido—. Así, sin más,
¿ahora estás preparada?
—Sí, lo estoy. Sé que me quieres y que cuidarás de nosotros. Por fin le
admití a la doctora Roswell que te necesito. Te quiero y te necesito. —Le
acaricié la mejilla—. Hagámoslo.
Recibí una de esas espectaculares y raras sonrisas de Pedro que hacían
que todo mereciese la pena. De verdad adoraba hacer a este hombre feliz.
Me llenaba, me hacía sentir bien.
—Necesitamos decírselo a tus padres y familiares. ¿Cómo y cuándo
quieres dar la noticia? —me preguntó con dulzura.
—Hmmm…, buena observación. —Miré el reloj de la mesilla, que
señalaba la una de la mañana—. ¿Qué tal ahora? —dije.
—¿Ahora? —Se le vio inseguro durante un momento antes de caer en la
cuenta—. Quieres decírselo primero a tu padre. —Podía notar cómo hacía
cálculos mentales—. Son las cinco de la tarde de un viernes, ¿crees que
podrás dar con él?
—Estoy bastante segura de que sí. Vístete.
—¿Eh?
Salí de la cama y empecé a ponerme unos pantalones de yoga y una
camiseta.
—Quiero decírselo por Skype. —Sonreí con satisfacción, muy contenta
con mi idea—. Dudo que le gustara oír que va a ser abuelo contigo desnudo
a mi lado, viéndote como estás ahora —dije mientras le miraba su cuerpo
desnudo y musculoso—. Así que vístete, por favor. No puedo garantizarte
que no quiera hablar contigo en cuanto le diga lo que me has hecho.

CAPITULO 129


Pedro me tomó en brazos. Levanté la mirada y sentí esa ola de emoción
de nuevo cuando sus ojos azules se encontraron con los míos. Le amaba
tanto que entendía lo que se decía del miedo. Había oído a otras personas
hablar sobre ello. Lo había leído en libros. Ahora lo comprendía. El miedo
que sientes cuando por fin entregas tu corazón a otra persona. Te hace muy
vulnerable ante la pérdida. Si nunca amas a nadie, entonces no te herirán
cuando no seas correspondido o cuando te abandonen.
Yo por fin tenía la experiencia práctica para comprenderlo.
Era un asco.
Pedro sintió lo que acababa de averiguar. Creo. Me estudió con sus
intuitivos ojos, que se veían muy azules en ese momento, y agachó la
cabeza para besarme. Me besó frente a la ventana mientras me tenía
desnuda en sus brazos. Me derretí en él y sucumbí a mis malditas
emociones.
Me llevó a través del vestíbulo hasta la habitación y se separó del beso
para dejarme sobre la cama. Entonces me vio.
—Oh, nena…, no llores —susurró al tiempo que me acariciaba la cara y
se acomodaba a mi lado.
No podía evitarlo. Había demasiado guardado en mi interior como para
dejarlo ahí.
—Es solo que te quiero tanto, Pedro… —Sollocé, y entonces cerré los
ojos en un intento de escapar un poco de mis emociones.
Él tomó las riendas de la situación, echándose sobre mí para que
nuestros cuerpos se alinearan de la cabeza a los pies, y comenzó a besarme.
Por todas partes.
—Yo te quiero más —me susurró mientras sus labios seguían el rastro
de mis lágrimas y las borraba. Continuó hacia la mandíbula, el cuello y la
garganta, y el cálido tacto de su lengua sobre mi piel me proporcionaba
algo de fuerzas para controlar mis ansias de llorar—. Sé lo que necesitas y
siempre estaré aquí para dártelo. —Su mano subió para sumergir los dedos
en mi cabello mientras su boca me agarraba un pezón y me lo lamía. Y así,
sin más, me llevó a otro mundo. Un lugar donde yo era valiosa y donde
podía olvidarme de la época en la que no me atrevía a soñar con ser
querida así.
Pedro jugueteaba con la lengua en mis pezones, pellizcándolos con los
labios, tirando de ellos y endureciéndolos hasta dejarlos ligeramente
doloridos a la vez que me agarraba el cabello con fuerza. Al tirarme del
pelo se me arqueaba el pecho hasta que se encontraba con su boca.
Necesitaba lo que me hacía, lo necesitaba tanto…
Cuando apartó la cabeza de mis pechos, protesté por la pérdida de su
boca y el placer que me daba.Pedro quería mirar lo que me hacía con las
manos. Le encantaba mirar nuestros cuerpos durante el sexo. No había ni
una parte de mí que no hubiese visto bien o no hubiese tocado de una
manera u otra. Me daba confianza cuando me miraba y sabía que le gustaba
lo que estaba viendo.
—¿Te gusta cuando te lamo tus preciosas tetas y hago que se te
endurezcan los pezones? —preguntó mientras me tiraba del pelo.
—¡Sí! Me encanta que me las lamas. —Empezaba a sentirme
desesperada.
—¿Te gusta cuando las muerdo? —Clavó los dientes sobre una, no tan
fuerte como para hacerme verdadero daño, pero lo suficiente para
provocarme una sacudida de placer junto a una punzada de dolor que me
hizo gemir—. Creo que tomaré eso como un sí —murmuró—. Eres tan sexi
cuando haces esos ruidos, joder…
Me mordió el otro pezón, lo que me hizo jadear y tener ansias de más.
Pedro me había mostrado, sin la más mínima duda, que yo era una persona
sexual. Cuando me tenía en ese estado, hasta yo me incluía en la categoría
de ninfómana.
Su mano me soltó el pelo cuando bajó para abrirme bien las piernas y
poder mirar mi sexo.
—Pero esto es lo que quiero ahora —dijo con voz ronca mientras
acariciaba mi hendidura y esparcía la humedad de mi anterior orgasmo
hacia atrás para lubricar mi otra abertura. Habíamos estado trabajando en
eso durante un tiempo y Pedro me estaba preparando poco a poco para
llegar hasta ahí. Nunca había practicado sexo anal con nadie; él sería el
primero. Era bonito ser virgen de ese modo y darle algo que no le había
ofrecido a nadie más.
Hundió dos dedos dentro de mí y me miró al hacerlo.
—Quiero esto, nena. Quiero estar en cada parte de tu cuerpo porque eres
mía y siempre lo serás.
El ardor de la presión al llenarme hizo que me doblara ante la invasión.
—Lo sé —jadeé contra sus labios, que acariciaban los míos. Sus
palabras solo me ayudaban a sentir más lo que necesitaba saber de él, así
que me centré en eso y me dejé llevar a un lugar seguro en mi cabeza. Eres
mía y siempre lo serás.
—Relájate para mí. Déjame entrar, haré que te encante. —Empezó a
acariciarme suavemente con los dedos, adentrándose un poco más con cada
penetración—. Nena…, es tan jodidamente estrecho… Lo quiero esta
noche.
—Hazlo —resollé, y eché la cabeza hacia un lado—. Quiero que… por
fin lo hagas…
Pedro me agarró de la barbilla y me giró la cabeza para que le mirara a
medida que hundía más los dedos en mi interior y tomaba posesión de mi
boca con la suya, empujando hondo la lengua con fuertes espirales.
—Te quiero —dijo con brusquedad—, tanto que no sé qué hacer sin ti la
mayor parte del tiempo, pero sé que quiero hacer esto. —Sacó sus dedos y
luego volvió a deslizarlos en mi culo virgen. —Grité por la intensidad de la
penetración, que me quemaba por todo el cuerpo—. Tengo que conocer
cada parte de ti, Pedro. Soy avaricioso y he de tenerlo todo, nena. —
Empezó a acariciar lentamente mi clítoris con el pulgar a la vez que me
penetraba con los dedos—. Tengo que estar dentro de tu hermoso y
perfecto culito porque eres tú y quiero saber qué se siente al estar ahí.
Me estremecí bajo su cuerpo y su tacto, incapaz de decir algo más que
un simple sí. En cuanto di mi consentimiento, tiró de mí y me dio la vuelta.
Se tomó su tiempo hasta colocarme como él quería. Tiró de mis caderas
hacia atrás, así que me apoyé sobre las rodillas. Mis brazos estaban
estirados e intentaban agarrarse al cabecero de la cama, y tenía las rodillas
separadas, y después… nada. Podía escucharle respirar y sabía que me
estaba estudiando de nuevo. Mi Pedro tenía un toque de voyeur que solo
conseguía excitarme más al saber que estaba satisfaciendo sus fantasías.

CAPITULO 128



Mi cuerpo estaba todo lo tenso que podía estar, me dolían los testículos
e hice todo lo que pude por no lanzarme encima de ella y enterrarme en su
interior.
Se echó hacia delante y me tocó el pene por encima de la seda. Empujé
hacia arriba y se lo llevé a su mano a la vez que echaba la cabeza hacia
atrás. Noté los calzoncillos rodar por los muslos y salí de ellos rápido. Mi
pene estaba atrapado en una mano, mis testículos en otra. Y entonces sentí
su suave lengua en mi piel.
—Jooooder, nena… —jadeé cuando ella me agarró la polla y se la
empezó a meter y sacar en su boca en profundas embestidas. Levantó sus
preciosos ojos y se encontró con los míos mientras me llevaba hasta lo más
profundo de su garganta una y otra vez. Excitante. Profundo. De manera
experta. Quería controlar mi orgasmo, pero supe que no sería capaz si
seguía haciéndome eso. Era increíble y lo necesitaba demasiado. Estaba
perdido en ella y la sensación era tan maravillosa que no quería que me
encontraran. Quería perderme para siempre en ese momento con ella.
Podría morir felizmente en ese instante y seguro que con una sonrisa en la
cara.
—Ahhh, jodeeer, ¡me corro!
Se sacó la polla de la boca y me lamió y me apretó los testículos.
Envolví el puño alrededor de mi sexo y me masturbé con fuerza. Una. Dos.
Tres veces, y empecé a eyacular justo en su boca. La experiencia más
erótica del mundo, joder. Mi chica recibiéndome así, su boca abierta con la
lengua fuera, esperando recibir mi semen.
Santo Dios, volveré a hacer esto.
Un estremecedor rugido salió de mí cuando me corrí y perdí la noción
del tiempo.
Cuando recuperé el sentido, estaba de rodillas con Paula
acariciándome el pelo y mi mejilla descansando sobre su regazo. Aún iba a
necesitar un minuto o dos para regresar a la Tierra.
—Sabes cómo darle la bienvenida a tu chico tras un día de mierda —
murmuré mientras le acariciaba su pierna.
—Te he echado de menos esta noche —dijo con dulzura mientras me
seguía acariciando la cabeza. Su tacto siempre se sentía maravilloso.
—Yo más —refunfuñé—. Odio estar lejos de ti por las noches.
Se relajó un poco. Lo noté cuando se acomodó debajo de mí. Respiré
hondo, inhalando su perfume. El aroma floral mezclado con el de su piel
me enviaba a una confusión sexual tan primitiva y profunda que creo que
enterré parte de mi naturaleza humana. Mi bestia apareció con la fragancia
de su excitación. Hacía que me entraran ganas de hacerle cosas muy sucias.
Levanté la cabeza y mis manos fueron hasta sus rodillas. Le abrí las
piernas ante mí y miré su sexo depilado. Estaba preciosa cuando la tenía
expuesta para mí. ¿Solo para mí? Dejé a un lado ese pensamiento doloroso
y me centré en mi tesoro en ese momento.
—Dios, estás empapada, mi amor. Necesitas un poco de atención,
¿verdad?
—Sí… —susurró con la boca abierta mientras empezaba a respirar con
dificultad.
—He sido muy descuidado. —Tiré de sus caderas hasta el borde del sofá
y la mantuve abierta—. Debes disculparme.
Lamí su hendidura y adoré la respuesta que recibí: caderas ondulantes y
un suave y sexi gemido. Los sonidos que ella era capaz de hacer…
Mi polla estaba lista para más acción solo con oír ese ronroneo gutural.
Me sumergí y le lamí el sexo, separándole los labios para llegar hasta el
punto mágico y tan placentero. Arqueó las caderas de nuevo y emitió más
sonidos sexis para mí.
Me di un festín. No hay otro modo de describirlo. Chupé y lamí y
mordisqueé, y podría haber permanecido ahí durante mucho, mucho
tiempo. Su sabor siempre me hacía enloquecer.
Cuando la sentí contraerse alrededor de mi lengua y dos de mis dedos
habían encontrado el camino hasta el interior de su maravilloso sexo, me
preparé para lo que venía sin ninguna duda. Ella encima de mí.
—¿Estás lista, nena? —conseguí preguntar, con mis labios contra los
suyos.
—Síííí…
Su grito salió con suavidad y se ahogó en una respiración vibrante. Tan
hermosa para mí que casi odiaba hacerla llegar al clímax y perder ese
sonido.
—Córrete para mí. —Me centré en su clítoris y lo pellizqué con los
dientes—. ¡Ahora mismo!
Era una orden, y, como las otras veces, lo hizo a la perfección. Todo su
cuerpo se arqueó, dejando escapar un grito ahogado y tembloroso desde lo
más profundo de su garganta cuando apreté los dedos en su interior.
Observé con mis ojos, saboreé con mi lengua, oí con mis oídos y sentí
con mis dedos cómo mi preciosa chica alcanzaba el clímax. El único
sentido que no utilicé cuando se corrió fue el del habla. No había palabras
para describirla ni nada que pudiera decir con cierta coherencia en ese
momento; era una obra de arte, y yo me había quedado sin palabras.

CAPITULO 127






El apartamento estaba a oscuras y en silencio cuando entré. Lo único que
quería era ponerle las manos encima. Siempre sufría un momento de
pánico si entraba y sentía el lugar vacío, pero era una estupidez porque
llegaba tardísimo a casa del trabajo y acababa de liberar a Leo de sus
quehaceres en la puerta. ¡Por supuesto que estaba en casa! Estaría dormida
y la casa a oscuras.
Me deshice de la chaqueta y empecé a desanudarme la corbata según me
dirigía al dormitorio. Me alegré de no llegar a entrar, porque habría sufrido
un ataque al corazón al encontrar la cama vacía.
Me quedé de piedra cuando la vi estirada en el sofá, con su e-reader
descansando sobre su vientre y el iPod conectado con música, y
simplemente la contemplé. Miré sus largas piernas enredadas en una
manta, su brazo estirado sobre la cabeza, su cabello suelto bajo el cuerpo.
Lo único que iluminaba la habitación eran las luces de la ciudad que
entraban por los ventanales, pero era suficiente para verla. Llevaba puesto
uno de mis calzoncillos negros de seda y un pequeño top verde que
mostraba lo suficiente de sus suaves curvas como para excitarme. De todos
modos, no se necesitaba mucho para devolverme a la vida. Cuanto más
tiempo estábamos obligados a pasar separados, peor llevaba mis
necesidades irracionales. La deseaba. Todo el tiempo. Querer. Necesitar.
Desear. Estaba perdiendo la cabeza y estaba bastante seguro de que Paula
lo sabía. Se preocupaba por mí y eso me hacía quererla mucho más. Por fin
tenía a alguien que se interesaba por mí, no por mi aspecto o por cuánto
dinero tenía.
Sus ojos se abrieron y me encontraron.
Me quedé inmóvil a dos metros de ella y me quité los zapatos. Ella se
recostó en el sofá y se estiró, arqueando la espalda y el pecho hacia mí a
modo de invitación.
No nos habíamos intercambiado una palabra todavía pero ya nos
habíamos dicho un montón de cosas. Íbamos a hacerlo como bestias y sería
increíble. Como siempre.
Entonces…, haremos un estriptis a la vez, ¿eh?
Me parece perfecto.
Yo primero. Yo tenía más ropa que quitarme que ella. Creo que no dejé
de sonreír. Aunque no se notara por fuera, por dentro estaba sonriendo de
oreja a oreja.
Me desabroché los botones de la camisa lentamente, mientras veía cómo
me miraba a medida que sus ojos se iban encendiendo. Me quité la camisa
y dejé que cayera al suelo. La aparté de una patada y le guiñé un ojo a
Paula.
Te toca, preciosidad.
Hizo un movimiento que me encantó, uno que hace tan bien que debería
ser ilegal. Levantó los brazos y cruzó las manos detrás del cuello y las
arrastró entre su pelo hacia arriba, estirando el cuello antes de volver a
bajarlas hasta el borde de su camisetita verde. Me miró e hizo una pausa.
De mi garganta salió un leve gruñido. Puramente instintivo e imposible
de contener. Necesitaba devorarla en ese mismo momento.
Con lentitud se subió ese trozo de tela verde, revelando la sedosa piel de
su estómago, y la camiseta hizo una ligera parada sobre los montículos de
sus pechos, que a continuación tuvieron una pequeña caída cuando se
liberaron a medida que la tela volaba ligeramente por el aire. Ella estiró los
brazos y puso las manos en el sofá.
Me acerqué un paso mientras me quitaba el cinturón, que cayó al suelo
con un golpe seco. Me relamí los labios al tiempo que pensaba en el
maravilloso sabor de sus tetas cuando las tuviera en mi poder. Dulce.
Me desabroché el botón, me bajé la cremallera y dejé que los pantalones
se deslizaran por mis caderas. Recibieron la misma patada en el suelo que
la camisa.
Paula se metió dos dedos en la boca y los sacó lentamente, trazando
círculos alrededor de uno de sus pezones, ahora erizado y de color rosa
oscuro.
Dios, esta noche muero, seguro.
La sujeté fuerte, deseando que me entendiera.
Necesito esa boquita tuya en mí, nena.
Me miró con ojos cansados e interceptando el mensaje. Coló las manos
bajo la cinturilla de los calzoncillos que tanto le gustaba ponerse y elevó
las caderas para bajarlos por sus largas piernas. Dejó caer la tela de seda
negra por la punta de sus dedos y se acostó como una diosa en un pedestal
con las piernas ligeramente flexionadas, un brazo estirado, el otro doblado.
Era una pose. Como las que hacía cuando la retrataban. Pero esta pose era
solo para mí.
Estaba tan hermosa que casi no quise moverme. Necesitaba beberla
primero. Necesitaba emborracharme de ella. Nunca podría cansarme de
mirar a Paula.
Di un paso y me deshice de uno de mis calcetines. Un paso más y perdí
el otro. Ya solo quedábamos mis calzoncillos y yo.
Paula se mojó los labios cuando me acerqué al borde del sofá y esperé
a que me tocara.