miércoles, 10 de septiembre de 2014

CAPITULO 192



PEDRO



—Es una sorpresa, te lo dije. Tienes que confiar en mí. —La conduje caminando cuidadosamente, una bufanda de seda sirviendo como venda—. Quiero mostrártelo antes de que todos comiencen a arremolinarse alrededor de nosotros para celebrar tu Día de Acción de Gracias.


Mi chica había decidido que quería hacer una cena del Día de Acción de Gracias en nuestra casa e invitar a cada uno de nuestros amigos a participar en la tradición estadounidense que nosotros oficialmente no celebramos en Inglaterra, pero con tan fuerte influencia de nuestros amigos americanos al otro lado del chaco, ésta ciertamente estaba ganando fuerza en Reino Unido. Paula quiso que una fiesta agradable en casa para que sirviera como fiesta de inauguración de la casa, así que éramos anfitriones y nos rodearíamos de gente a medio día. Mi papá y Maria viajaban juntos, como Pablo y Eliana.Angel, Luciana y los niños por supuesto, además de Oscar y Gabriela. Tendríamos la casa repleta de invitados y yo tendría que compartir mi chica con todos y cada uno de ellos durante unos pocos días.


Nunca quería compartirla.


Ella olió el aire.
—Huele a clavo, ¿así que debemos estar cerca de tu oficina?


No más cigarrillos en la casa.


Estuve de vuelta a mi hábito de una vez al día después del ultimátum por mi resbalón en noche del Senador, maldita jodida víbora. Hacer eso, el vicepresidente de los Estados Unidos de América. O llegaría en enero, una vez que el nuevo presidente se instalara en la Casa Blanca. Colt-Pieres había ganado efectivamente las elecciones en Estados Unidos el mes anterior por un amplio margen. 


Teniendo un soldado horriblemente herido por hijo fue una manera de agitar el patriotismo y ganar votos. Y por lo visto, era intrascendente si el mismo hijo abusaba de jovencitas con sus amigos en fiestas y hacía videos del acontecimiento. 


La victoria aplastante no era una sorpresa para ninguno de nosotros.


Paula parecía resignada a dejar su pasado atrás por su bien, y por eso estaba muy agradecido. No compartió mucho sobre Pieres, ni sobre su reunión conmigo. Había dicho que se había sentido menos preocupada por la visita de lo que había esperado, pero esperaba que hubiera trabajado en ello con el Dr. Roswell, porque no podía soportar la idea de ella sufriendo más debido a sus problemas. La visita al hospital fue bastante dura para mí, así que no podía imaginar cómo se sentía tener que verlo, hablarle... y tocarlo. Cerré mis ojos y empujé los pensamientos de Facundo Pieres lejos. Inhalé la intoxicante esencia de mi chica frente a mí y me concentré en lo que quería mostrarle en su lugar.


—Ustedes son implacables ahora mismo. A veces me olvido de lo competitiva que eres. —Lo que completamente verdad. Paula es una luchadora en su corazón. Una chica que iba con sus puños arriba lista para dar un golpe, o recibir un golpe en la barbilla. Me encantaba y a mi parecer eso la hacía mucho más caliente—. Y creo que es jodidamente caliente, nena.


Ella se rio suavemente con mi último comentario, el sonido sexy de su risa haciendo que mi polla se pusiera dura y mi mente se llenara de un sinfín de posibilidades.


—Está bien, estamos aquí —le dije al oído, posicionando su cuerpo exactamente como quería para que la vista fue perfecta cuando viera la sorpresa—. Y creo que deberías saber que he estado esperando por esto durante seis meses. Por seis largos meses, he pensado en este momento —dije dramáticamente.


—Eso es mucho tiempo, Pedro, estoy de acuerdo contigo. Me siento como si hubiera estado esperando seis meses para quitarme esta venda.


Le di golpecitos a sus labios con un dedo y después tracé su contorno lentamente.


—Qué boca tan lista, nena, y tengo planes para ella más tarde… pero ahora quiero que veas la sorpresa, así que supongo que te quitaré esa venda ahora. —Comencé desatar el pañuelo mientras su respiración se aceleraba. Mis palabras le habían excitado—. Este pañuelo de seda es sexy como el infierno, por cierto. Creo que debería recordar a usarlo nuevamente en algún momento —susurré en su cuello.


—Mmmm —gimió muy suavemente. Un bajo sonido entrecortado que me dijo mucho sobre sus verdaderos sentimientos con respecto a los ojos vendados. No lo olvidaría.


—Tu sorpresa —dije, quitando la venda.


Ella parpadeó levantando la mirada hacia el retrato de sí misma, observando en silencio. Me pregunté si ella veía lo mismo que yo. Las largas piernas apuntando hacia arriba con los tobillos cruzados, los brazos cubriendo sus pechos, los dedos estratégicamente extendidos entre las piernas, el cabello esparcido en el suelo a un lado.


La misma imagen que Miguel Chaves me había enviado junto con un correo electrónico, pidiéndome ayuda para mantener a salvo a su hija. La fotografía cautivante de ella que había visto en la galería la noche que la conocí, y que compré por impulso, sin saber que la galería requería seis meses de exhibición antes de entregármela. El retrato de mi hermosa chica americana ahora en mi exclusiva posesión.
Absolutamente impresionante.


—Finalmente la tienes. —Su voz era baja y suave mientras estudiaba el enorme lienzo ocupando la pared más grande de mi estudio-oficina en Stonewell.


—Sí.


—Tener esta imagen mía realmente significa mucho para ti, Pedro. —Inclinó su cuerpo hacia el mío mientras juntos veíamos la imagen.


—Oh, sí.


—¿Por qué? —Pregunté.


—Bueno, esta imagen fue la primera parte de ti que mis ojos alguna vez contemplaron. Vi esta foto y supe que tenía que tenerla. Fue un momento decisivo que no puedo explicar correctamente, pero que lo entiendo perfectamente.


Acaricié sus brazos lentamente de arriba hacia abajo, dejando caer mis labios en la base de su cuello. La rocé con mi lengua para saborear su piel, amando cómo se inclinó y expuso su cuello para mí. Tan generosa todo el tiempo, nunca dejaba de sorprenderme.


—Nunca había conocido a un coleccionista antes de esa noche que te conocí —dijo con nostalgia—. La idea de que habías comprado mi retrato y luego te había conocido en persona… fue un momento muy decisivo para mí, también. Esa noche, tú ahí parado en tu traje gris oscuro, la manera en que me miraste a través de la habitación, fue algo que nunca olvidaré mientras viva.


Sus palabras se dispararon directamente hacia mi centro.


—No podría olvidar ese momento aún si lo intentara, Paula. Arde en mi memoria.


—¿Por qué, Pedro?


—Ven aquí. —La giré de forma que podía ver en esos hermosos ojos marrón-verde-gris y froté mis pulgares sobre sus pómulos—. No podría olvidarte esa noche porque cuando te vi en persona por primera vez... volví a la vida de nuevo.


Sus ojos consiguieron una mirada vidriosa. Cuando sentía una gran cantidad de emoción lo veía en ella, así que sabía que mis palabras significaban algo para ella. Eran ciertas. 


Ver a Paula esa primera vez... me trajo a la vida de alguna manera, de alguna forma, y nada de eso fue planeado o era lo que esperaba. Simplemente sucedió así.


—Es verdad. Me hiciste querer vivir, en un momento cuando supe que realmente nunca había pensado en ello, o me había preocupado por ello, por lo que el futuro me deparaba —repetí.


—Te amo, Pedro.


—Te amo más, mi hermosa.


Su expresión cambió de emoción a algo más. Algo tan maravilloso en mi opinión, una mirada seductora de te-deseo.


—Así que, dijiste algo sobre tener planes para mantener mi boca ocupada —canturreó en voz baja, sus ojos oscureciendo mientras bajaba los párpados ligeramente.


—¿Te estás ofreciendo, nena? —Me las arreglé para preguntar sin que mi voz se entrecortara demasiado.


Ella se arrodillo sobre la gruesa alfombra oriental debajo de nosotros, y me dio la respuesta más excelente. Con su igualmente excelente y muy ocupada boca.

CAPITULO 191





Como si me intentara sacarme de mis pensamientos tristes, sentí una patada y luego un codazo. Sonreí y froté mi vientre en crecimiento.


—Bueno, hola allí, ángel mariposa.


Mi ángel empujó mis costillas en respuesta, haciéndome reír ante el momento oportuno. Los movimientos ya no se sentían como alas de mariposa a las veintiséis semanas, pero el nombre se había quedado pegado en mi cabeza.


—Se supone que estás diciéndome que quieres comer, lo que significa que necesito poner algo de comida dentro, ¿verdad?


—Brillante hijo el que tenemos, nena y yo coincido plenamente. Tienes que comer —dijo Pedro detrás de mí, cubriendo mis hombros con sus manos e inhalando profundamente. Rozó su barba a lo largo de mi cuello mientras acariciaba el punto sensible con besos. Me incliné atrás hacia él y ladeé mi cuello para facilitarle el acceso, e inhalé por mi cuenta, él siempre olía increíble. A mi hombre también le gustaba olerme. En todos lados. Un poco pervertido, pero me demostraba cuán pura era su honestidad conmigo. Me gustaba la honestidad. Necesitaba honestidad para que funcionara nuestra relación.


—Ahh, me has atrapado hablando conmigo misma de nuevo.


—No contigo misma, sino con la pequeña lechuga, y eso hace toda la diferencia. No creo que necesitemos enviarte al Hospital Bethlem todavía —bromeó.


—¿Tenemos un bebé lechuga esta semana? —Sacudí mi cabeza ante lo divertido que era para mí que él pudiera memorizar cada fruta y verdura que salía en ese sitio web prenatal. Él estaba en lo correcto cada vez, también. 


Empezaba a pensar que podría tener una memoria fotográfica. Pedro recordaba todo, mientras que yo estaba teniendo “cerebro de embarazo” y simplemente olvidaba cada cosa había aprendido alguna vez. Sentí otro golpe—. Aquí, siente. El bebé está pateando ahora mismo.


Él giró la silla y se arrodilló delante de mí, rápidamente levantó mi blusa hacia arriba y bajó la cinturilla de mis mallas, para dejar expuesto mi vientre. Apunté hacia el lugar donde estaba ocurriendo la acción y ambos observamos. 


Tardó un minuto, pero luego el lento movimiento de lo que era más como un pequeño pie, empujó mi piel tan claro como el día, antes de retirarse hacia dentro en un lapso de tiempo igual de rápido.


—Oh, ¿viste eso? —Preguntó con asombro.


—Um, sí —asentí—. También lo sentí.


Besó muy suavemente por encima del lugar y murmuró:
—Gracias por echarle un vistazo a tu mamá y ver que coma a tiempo. —Entonces levantó la mirada hacia mí con una expresión seria, no severa, pero tampoco sonriente, sólo intensa y llena de emoción.


—¿Qué pasa? —Le pregunté.


—Eres absolutamente increíble, ¿sabes?


Llevé mi mano hasta su mejilla y la mantuve allí.


—¿Por qué lo soy?


—Debido a todo lo que me has dado. Debido a todo lo que puedes hacer. —Bajó su mirada de nuevo, enmarcando mi vientre con sus palmas—. Crear vida aquí dentro. —Sus ojos se deslizaron de nuevo hacia mí—. Por amarme como soy.


Mi corazón se encogió en una pequeña punzada del dolor con la última parte que mencionó. Pedro todavía estaba luchando, con lo que me había revelado de la horrible tortura de Mauro cuando fue un prisionero. Odiaba pensar en ello, pero sólo podía imaginar lo exponencialmente más doloroso que era para Pedro recordar, lo que para mí era sobre escuchar e imaginar.Pedro lo había vivido. Y no podría olvidarlo, porque su subconsciente lo obligaba a revivir el terror a su antojo. Pero estaba trabajando en la búsqueda de una terapia para él a través de la Dra. Roswell, algo con lo que él se sintiera cómodo, y pudiera conducirlo por técnicas y métodos útiles para aliviar algunos de sus tormentos. Me negaba a aceptar cualquier otra alternativa para él. Pedro iba a encontrar algo de alivio, estaba determinada y decidida.


—No te quiero de ninguna otra forma más que como eres. Eres lo que se suponía que fueras. —Me incliné por darle un beso en los labios, pero me encontró primero, sumergiéndome en un beso profundo que me dejó sin aliento cuando finalmente se retiró.


—Ahora, si la pequeña lechuga no está insistiendo en comer ahora mismo, tendría que cargarte a algún lugar, esposa, y mostrarte cómo pasar un rato verdaderamente agradable. —Levantó las cejas sutilmente hacia mí antes de acomodar mis mallas y mi blusa de nuevo a su estado original con una eficacia determinada—. Pero, por desgracia, ese no es el caso. —Se puso de pie primero, luego me ayudó a levantarme dándome la mano y después la llevó a su boca para un suave beso—. Después de ti, mi señora.


—Tan caballero en este momento, Sr. Alfonso —dije mientras iba delante de él—. ¿Cuál es la ocasión?


Me palmeó bruscamente en el trasero como respuesta.


—¡Ah! —chillé—. ¡No nalguees simplemente mi trasero, Alfonso!


Se rio con esa profunda risa me encantaba escuchar y saltó fuera de mi alcance.


—Me temo que lo hice, nena, ahora mueve ese espectacular culo americano tuyo hasta la cocina para que así podamos alimentarte.


—La venganza va a ser divertida para mí —dije, mirando hacia atrás sobre mi hombro y entrecerrando los ojos.


—¿Es una promesa? —dijo en mi oído—. ¿Qué es lo que vas a hacer?


—Oh… no sé. Puede ser algo… como esto… —giré y agarré su entrepierna, encontrando mi objetivo fácilmente, dándole un pequeño apretón a sus preciadas posesiones—. Un tirón en tus pelotas por una palmada a mi trasero suena justo.


Su cara no tenía precio. Y su boca muy abierta en una mueca de sorpresa.


—Te tengo por las pelotas, Alfonso—le recordé.


Se rio y se inclinó para besarme. —Esta no es información nueva para mí, mi hermosa.

CAPITULO 190





PAULA



23 de Noviembre


Somerset


Mi oficina era la mejor habitación de la Corte Stonewell. 


Ricos paneles de roble en las paredes enmarcaban la magnífica vista de la ventana al océano. Me recordaba a All Along the Watchtower, la versión de Hendrix de la canción de Dylan. ¿Qué princesa observaba desde aquí? ¿Cuántos sirvientes tenía? Sin duda me sentía como una princesa en esta casa.


La Bahía de Bristol se extendida delante de mí, y en un día claro podía ver todo el camino hasta la costa de Gales en el otro extremo de la bahía. Somerset tenía una vista impresionante del país en todas direcciones. Había descubierto que el paisaje interior tenía campos comerciales de lavanda. Kilómetros y kilómetros de flores moradas perfumando el aire, y tan hermoso, tu mente apenas podía aceptar lo que tus ojos veían. Me encantaba venir aquí para los fines de semana largos, y sabía que era bueno para Pedro, también. Él prosperaba en la paz del lugar.


Cuando Pedro y yo habíamos revisado todas las habitaciones de la casa intentando averiguar para qué las usaríamos, había sabido en el instante en que entramos en ésta, que la quería. Y lo sorprendente fue el impresionante escritorio que ya se encontraba en la habitación, confirmando que otros habían pensado en esta habitación como un excelente lugar para trabajar mucho antes que yo.


El escritorio era la segunda mejor parte, después de la vista. 


Uno enorme, de roble inglés tallado, pero perfectamente equilibrado con artísticos detalles que suavizaban su grosor, haciéndolo perfectamente diseñado ante mis ojos. Me gustó imaginarme sentada delante de esta espléndida vista del mar y trabajando en mis proyectos para la universidad, o simplemente como un lugar para hacer una llamada telefónica o navegar por la red.


Pura perfección.


Bebí a sorbos mi té de granada y me entregué al profundo azul brillante del océano bajo el cielo justo fuera en mi ventana. Podía sentarme aquí por horas me di cuenta, pero eso no me ayudaría a llevar nada a cabo —y tenía mucha cosas por hacer. Creo que estaba entrando muy pronto al modo de “anidación” del embarazo. Pedro me molestó sobre mi anidación cuando leyó de ello en el Qué esperar cuando estás esperando que mantenía en su mesita de noche y estudiaba religiosamente. Y mi esposo no era un gustoso lector como yo. Él leía noticias sobre el mundo y los deportes, y publicaciones especializadas, pero no ficción. 


Leía para aprender e informarse. Pensaba que era adorable la manera en que seguía el sitio web y leía el libro para saber lo que le estaba sucediendo a mi cuerpo y lo que estaba por venir. Pedro era tan bueno en la preparación y la planificación, y en muchas más cosas, pero sobre todo a cuidar de mí.


Suspiré después de otro momento de ensoñación, sabiendo que tenía tareas que necesitaban atención. No mis favoritas, eso era seguro. Pero entonces, dudaba que acomodar cables de computadora fuera la tarea favorita de alguien. Me puse sobre mis manos y rodillas y me arrastré debajo del escritorio para ver si había un agujero taladrado en la parte posterior para que pasara un cable de alimentación eléctrica. Alguien debía haberlo utilizado en la época modera, racionalicé. Pero podía ser que no. Me pregunté si Robbie me podría ayudar. Puse mi mano en la esquina interior cóncava y empujé, salí de debajo de mi escritorio, cuando escuché un chasquido mecánico, a continuación, el polvoriento deslizamiento de la madera.


Diarios. Tres de ellos se apilaban en la parte superior del escritorio. Encuadernados de cuero, dorados y atados con un cordón de seda, las páginas que compartían los pensamientos privados de una joven mujer que había vivido hace mucho tiempo en esta misma casa.


Cuando había desatado el endurecido cordón por los años, fui cautivada desde la primera página. Al punto en que me olvidé de todo lo demás y me perdí en sus palabras…


07 de mayo de 1837


Hoy visité a J. Compartí mis noticias con él. Más que nada me gustaría tener su comprensión de mi arrepentimiento, pero sé que eso está fuera del ámbito de posibilidades hasta el momento en que me encuentre con mi creador. Entonces podré conocer sus sentimientos sobre el asunto…
…¿Cuál será el precio de la culpa? Solo cinco letras en una palabra que me entierra con su peso.
...Mi amargo pesar que ahora siempre debe nacer en un silencio interminable que ha roto los corazones de todos aquellos que alguna vez amé.
…Hoy también di mi consentimiento para casarme con un hombre que no quiere nada más que cuidar de mí y permitirle que me ame.
…Así que iré a vivir a la Corte Stonewell y haré mi vida con él, pero estoy muy asustada de lo que me espera. ¿Cómo alguna vez estaré al nivel de lo que se espera?
…Darius Rourke todavía no entiende que no merezco ser apreciada por ningún hombre. Estoy rota, por desgracia, y soy incapaz de negar sus deseos por mí, al igual que fui incapaz de negarme a mi amado Jonathan…
M G



Marianne George, quien más tarde se convirtió en Rourke, después de su matrimonio con el Sr. Darius Rourke, en el verano de 1837.


El vello en la parte posterior de mi cuello escocía cuando levanté la vista del diario hacia la pintoresca vista. La coincidencia era increíble.


Mi libro de Keats, la primera edición de poemas, que me había dado Pedro la noche en que se me propuso, había pertenecido a esta misma Marianne también. ¿Cómo podría siquiera olvidarlo, Para mi Marianne. Siempre tuyo, Darius. Junio de 1837, en la elegante letra escrita en una época anterior, como una inscripción? El regalo de un amante. Aprecié lo que Darius le había escrito a Marianne. Tan simple y a la vez tan puro en el sentido en cómo él la veía. La amaba, y sin embargo, por las razones que fueran, Marianne se sentía indigna de su amor. La culpa pesaba sobre ella. Como lo hacía conmigo. Como lo hace con Pedro.


¿Y ahora estábamos viviendo en su casa? Casi no lo podía creer. Ella mencionó a Jonathan, el nombre grabado en la estatua del ángel sirena abajo en el jardín, viendo conmovedoramente hacia el mar. Comprendí ahora, que la estatua era un monumento conmemorativo para su Jonathan perdido, y no una tumba. Porque él no tenía ninguna tumba. Jonathan se había perdido ahí afuera en el hermoso y a veces terrible mar. Ella lo amaba… y entonces él se había ahogado. Y Marianne sentía que era la única responsable de lo que había ocurrido con él.


Ella lo amaba... y entonces él se había ahogado. Entendía el dolor de Marianne mejor de lo que la mayoría de las personas podrían. Lo entendía porque yo también deseaba la liberación de mi propia culpa. Probablemente nunca me sucedería. Algunas cosas sólo hay que aceptarlas, aun si el resultado nunca va a cambiar. Porque, de hecho, sabía lo que significaba sentirse responsable por la pérdida de alguien amado… y que nunca volvería a ver en esta vida.


Sí, lo sentía observándome, pero eso no se llevaba la enorme pérdida que sentía al echarlo de menos. El agujero en mi corazón que su muerte había creado, todavía era una caverna. La culpa con la que luchaba a diario, que todavía se sentía en su mayoría como mi culpa, permanecía dentro de mí. Echaba de menos a mi papá. No me había dado cuenta hasta qué punto su amor y apoyo me habían protegido hasta que experimenté la pérdida de ello. 


Extrañaba su presencia. Extrañaba su amor. Simplemente lo extrañaba.


Papá, te extraño tanto...

CAPITULO 189




PAULA



Observé su sonrisa satisfecha apagarse para ser reemplazada por remordimiento.


—¿Ha pasado algo, Pedro? ¿Decidiste que cometiste un error al casarte conmigo? ¿Eres infeliz... conmigo y el bebé... porque mi cuerpo está c-cambiando?


Tenía que preguntarle. Sabía cómo operaba, y era por la verdad. La cosa era que, me sentía así todo el tiempo sobre Pedro. Él siempre había sido tan directo y sincero conmigo desde el primer día. Amaba eso de él. Me decía lo que estaba en su mente, compartía sus deseos, me ayudaba a entender lo que él quería y necesitaba. Pero este comportamiento individual e incómodo realmente me confundía y lastimaba.


—Oh, nena... ¡no! ¡Joder, no! —Sacudió la cabeza con vehemencia—. Casarme contigo fue lo mejor que me ha pasado alguna vez, Paula. ¿Crees que soy infeliz contigo y el bebé? ¡¿Por qué?!


Él apretó su mano de mi pecho y se inclinó sobre mí, con el rostro muy cerca, sus ojos azul oscuro buscando, parpadeando sobre mí, como si mirarme fijamente le revelaría algunos misterios.


—Has herido mis sentimientos. Me dejaste allí en la mesa, te fuiste y empezaste a beber. Nunca haces eso, Pedro. ¿Por qué bailase con Gwen y no conmigo? —Las lamentables preguntas salieron de mi boca, humillándome, pero no pude evitarlo. Culpa de las hormonas.


—¿Quién?


—Gwen, la rubia delgada.


No parecía nada más que confundido.


—La cita de Damian—dije con énfasis, preguntándome si todavía estaba borracho.


—Ahh... sí, ella —gruñó con desdén—, me empujó hacia allá, y estaba demasiado destrozado, y demasiado distraído para decir que no.


—Esto no hace que algo de lo que hiciste esta noche esté bien conmigo. —Él necesitaba escuchar mis pensamientos no filtrados y saber que este tipo de comportamiento jamás funcionaría.


—Lo siento tanto, nena —dijo con seriedad, antes de dejar caer su boca sobre la mía. Me besó suavemente; muy suave y cariñosamente, estableciéndose en su patrón de nuestra sesión de besos post-sexo. Largas y atrayentes barridas de lengua y labios, sin otro propósito que no fuera mostrarme que, efectivamente, me amaba. Me sentí mucho mejor, admitiré, pero todavía estaba confundida acerca de lo que había ocurrido esta noche en la recepción.


Cuando por fin se echó hacia atrás y concedió sus ojos de nuevo, me di cuenta de que algo grande iba a ser revelado.


—Te amo tanto, Paula, y no puedo hacerlo en esta vida sin ti. Nunca me arrepentiré de nuestro bebé, y nunca dejaré de amarte a ti o a nuestros hijos. Eres mi vida, y estás atrapada conmigo. Eres la mujer más bella del mundo. ¡En el jodido mundo! ¿Me entiendes, Paula? —Sonaba duro, pero la expresión de su rostro era suplicante.


—S-sí. —Contuve un sollozo, sintiéndome demasiado emocional y aliviada, pero todavía necesitaba algunas respuestas de él—. En-Entonces, ¿qué pasó esta noche? Algo pasó, ¿verdad?


Él se quedó en su lado y me enfrentó poniendo su mano en mi cadera, como si tuviera que tener contacto físico con mi cuerpo para poder decirme lo que tenía que decir.


—Sí, nena, algo sucedió. —Me atrajo hacia él, apretó sus labios contra mi cabello y respiró profundamente—. ¿Recuerdas a la mujer que quería conocerte en la cena? ¿Sarah?


—Sí. Parecía muy agradable y amable. ¿Cómo la conoces, Pedro? —Sarah era una mujer hermosa y encantadora en conversación. Recordé su aparentemente genuino interés en la forma en que Pedro y yo nos habíamos conocido. Había preguntado acerca de mi fecha de parto, pero todo se había sentido socialmente normal para mí, no había nada raro.


—Ella vino a la boda de hoy para presentar sus respetos, supongo, pero tuvo que irse porque era demasiado difícil para ella ver a Pablo y Eliana, y a ti y a mí, viviendo nuestras vidas felices con la gente que amamos. —Empezó a frotar su mano en mi cadera con un movimiento lento—. Sarah Hastings estaba casada con alguien que sirvió en las FE con Pablo y yo. Él no... logró salir de Afganistán.


—Oh... eso es horrible. Me imagino Pablo y tú eran cercanos a él…


—Sí. Él estaba bajo mi mando... en mi equipo.


Pedro parecía calmado mientras hablaba, pero sentía que estaba albergando alguna pena profundamente arraigada o la culpa de la muerte de ese hombre en la guerra. Sólo el poder imaginar lo que la experiencia debió de haber sido para él, era horrible.


—Te preocupabas por él —dije suavemente, no queriendo hacer preguntas que le hicieran daño adicional. Era mejor que hiciera declaraciones en lugar de preguntar más de lo que se sentía cómodo para compartir.


—Mauro Hastings era el mejor de los soldados. Fuerte, leal... un luchador hasta el amargo final. El tipo de soldado que quieres en la espalda cuando la mierda llegar a estar FUBARA acrónimo para Fucked Up Beyond All Repair. En español, Jodido Más Allá De Todo —dijo Pedro, con una voz lejana, ponderada con respeto y honor por su camarada caído.


—Yo... te he oído llamar su nombre una vez... cuando tuviste un mal flashback... —Barrí mis labios contra su pecho y besé justo sobre su corazón. Apoyé mi oreja allí, así podía oír los latidos de su corazón valiente latiendo contra mí. Mi corazón.


Él llevó su mano a la parte posterior de mi cabeza y frotó mi cabello, manteniéndome en su contra, lo que le permitía comodidad.


—Mauro. Sí. Esa... me-memoria sobre Mauro... es la peor de todas.


—No tienes que hablar de él, Pedro, si no quieres. Cariño, por favor no te hagas pasar por eso de nuevo sólo por mi beneficio.


—No, debes saberlo. Eres mi esposa, y debes saber por qué… por qué soy de esta manera.


Cerré los ojos y me preparé para la explicación, sabiendo que sería algo verdaderamente terrible.


—Te amo, Pedro —le susurré.


—Mauro fue tomado prisionero junto conmigo. Él sufrió lo que sufrí por veinte días en lugar de mis veintidós. Entonces lo ejecutaron delante de mí. Ellos lo usaron como una… una p-práctica para lo que estaban planeando hacerme.


Lo sentí tragar, pero su voz no cambió. Sonaba extrañamente tranquilo y me tensé cuando imaginé cómo Mauro Hastings había encontrado la muerte. Recordaba muy bien lo que Pedro me había dicho una vez. Los talibanes iban a decapitarlo y mostrarle al mundo un video de ellos haciéndolo.


—Utilizaron un jodidamente grande cuchillo y me obligaron a mirar. Me dijeron que si cerraba los ojos o apartaba la vista, harían que Mauro sufriera más tiempo, cortando partes de él que lo mataría, para alargar la agonía y prolongar
lo inevitable. Esto era diversión para nuestros captores, en su guerra jodida, piadosa y sinsentido de la que son tan fanáticos.


Lloré lágrimas silenciosas mientras me contaba su experiencia, incapaz de decir nada, sin saber qué hacer, excepto aferrarme a él y ser lo que necesitaba que yo fuera.


—Pero le fallé a Mauro. Traté... traté tan jodidamente duro, Paula, no apartar la vista, pero no pude evitarlo...


Dejó de hablar. El silencio se hizo ensordecedor encima del martilleo constante de su corazón contra mi mejilla, ahora bañada por mis lágrimas calientes... por él, por su amigo, por la culpa impotente que llevaba sobre las cosas más allá de su control.


—Te amo, y siempre lo haré. —No había nada más que decirle.


Él respiró en mi cabello, cerca de mi sien, y pareció relajarse un poco. Después de un momento de silencio me hizo una pregunta. Fue dolorosamente difícil para él hacer salir las palabras. Pude oír el miedo mientras luchaba para forzar a las palabras a salir de sus labios.


—¿Crees que hay algún lugar, o una persona en algún lugar que me pueda ayudar?


—Sí, Pedro, sé que la hay.

CAPITULO 188



PEDRO


Le di media hora antes de seguirla por las escaleras. Quería esperar más tiempo, de manera que el zumbido del alcohol ensordecería mi ventaja un poco más, haciéndome más seguro de tener alrededor. Pero no podía soportar estar lejos de ella por otro momento más. Necesitaba mi tranquilizante. Pablo me lo había dicho antes. Paula es tu cura. Nada me podía sacar del infierno cuando me sentía así... excepto ella.


Respiré más tranquilo sabiendo que no tendría que decir mucho. Su nueva regla de dejarme con mis demonios en soledad ayudaba mucho. Cada cosa sobre Paula me ayudaba.


Cuando entré en la habitación, estaba oscura y ella estaba durmiendo justo como había esperado. Me deshice del esmoquin y me metí debajo de las sábanas, colocándome en su espalda. La primera inhalación de su aroma reconfortante subió a mi nariz y directamente a mi cerebro, calmándome inmediatamente, dándome esperanza de que la fealdad desaparecería. Lo mejor que me había sentido durante toda la noche, fue el instante en caí contra la parte posterior de su cuello y hundí la nariz en su cabello.


Paula era tan generosa conmigo, a ella nunca le importaba cuando la despertaba y quería follar.


Necesitaba follar ahora mismo.


Ahogar el sentimiento de culpa.



Cuando me moví hacia abajo en la cama y aparté las mantas, la encontré envuelta en una especie de camisón que la cubría de la cabeza a los pies, y de un estilo que podía ser usado por mi abuela... cuando ya estaba bien entrada en sus ochenta. La fea cosa era un candidato a basura, sin duda. Ocultar toda esa belleza lejos de mis ojos sólo me frustró. Estar medio cabreado no ayudaba a mi juicio, probablemente, pero tampoco me detuvo. Encontré el lugar dónde desabrocharlo, aproximadamente a la mitad de su pecho, clavé los dedos entre los botones, y dividí el maldito trapo en dos, todo el camino hasta el dobladillo. Sus senos desnudos aparecieron a la vista primero, y luego el resto de ella. Me sentí mejor al instante. Mi polla estaba jodidamente dura como un hueso.


Ella se despertó con un jadeo y un grito.


—Shhh. —Apreté una mano sobre su boca y mis labios fueron a su mandíbula. No quería que los visitantes hacer la vieja rutina del “¿Está todo bien ahí?'' en esta fiesta, ya que el lugar estaba repleto hasta el tope con ellos. Sus ojos se encendieron, y percibí que no estaba contenta con lo que acababa de hacer, pero una vez más, eso no me detuvo—. Soy sólo yo deshaciéndome de ese feo camisón por ti. Lo detestaba. —Saqué mi mano y cubrí sus labios con mi boca en su lugar. Murmuró bajo mis besos al principio, y se tensó debajo de mí, pero una vez que consiguió sentir mi lengua dentro de ella, respondió hermosamente, suavizando su cuerpo, dejándome jugar mis juegos, dejándome tomarla—. Detestaba ese camisón, pero te amo a ti. —Besé su garganta hasta el hueco de su cuello, seguí por su esternón y luego justo entre sus pechos. Chasqueé mi lengua y la arrastré hasta un pezón. Ella arqueó la espalda para acercarse más. Rodeé mi lengua sobre su pequeño y rosado pezón, dando vueltas y vueltas hasta que prácticamente estaba retorciéndose debajo de mí.


—Eso está mejor —le dije—. Tengo que ver a mi bella esposa... cada centímetro de ti.


—¿Pedro?


—Shhh, nena —la tranquilicé—, sólo siente lo que te voy a dar.


Besé mi camino hacia abajo, dándole una caricia a su estómago cuando fui más abajo. Separando el interior de sus muslos con firmeza, la abrí y disfruté de la magnífica vista. Ella me dejó sin aliento, y siempre lo hacía. Su coño... no había palabras para describirlo. Inhalé, embriagándome con su intoxicante aroma. Único de Paula, y absolutamente delicioso, lo que me provocó una instantánea necesidad de tenerla.


Lamí el interior de sus muslos, dando la misma atención a cada uno de ellos hasta que no pude privarme de ello un segundo más, y tuve que tener su dulce coño bajo mis labios. Empecé poco a poco, con pequeñas lamidas a lo largo de sus suaves pliegues y trabajé en círculos, apuntando mi lengua como una pequeña polla. Ella se flexionó contra mi boca y se meció rítmicamente mientras la construía. Podría hacer esto toda la noche, por tanto tiempo como disfrutara de mi banquete, o me dijera lo contrario.


Los hermosos sonidos de su respiración acelerándose calentaron mi ansiedad, derritiendo lejos mi tormento, hablándome de su placer. Metí dos dedos dentro de su calidez empapada, retorciéndolos para deslizarse en esa pequeña cueva especial, en el área rasposa de su piel donde sucedía la magia.


Ella se arqueó bruscamente, gimiendo bajo el ataque de mis dedos y de su punto G en combinación con mi lengua y su clítoris. Una mezcla explosiva. La tuve viniéndose para mí en menos de dos minutos, jadeando mi nombre justo como me encantaba que lo hiciera. Totalmente perfecta y jodidamente bella.


Después de que un segundo orgasmo trajo su estremecimiento debajo de mi lengua, ella presionó una mano a la parte superior de mi cabeza. Sabía lo que eso significaba. Estaba lista para una polla.


Arrastré mi boca lejos de su coño y monté hacia arriba, envolviendo sus largas piernas sobre mis brazos. Mi chica suspiró ante mí con impaciencia cuando levanté su trasero hasta encontrarlo con mi polla.


Me reí de su frustración cuando deslicé el eje de mi polla a lo largo de su clítoris durante unas arrastrantes estocadas.


—Voy a follarte ahora, nena —susurré, empujando hacia adelante. Plenamente consciente, perdí gran cantidad de mi control al instante en que el extremo del capullo de mi polla besó su calor resbaladizo, salí flotando en una nube de sexo y lujuria, y una excelente follada.


El apretado ajuste en su agarre alrededor de mi polla mientras me deslizaba más hondo, extrajo la respiración fuera de mí. Desde la base hasta la punta, ella me tomó, aceptando la invasión que no podía frenar. Nunca había frenado mi torrencial necesidad de estar dentro de ella. Imposible. Ese era mi único lugar verdaderamente seguro en el mundo.


A medida que el frenesí se construía, la sentí apretarse con cada penetración de mi polla en su resbaladizo coño. 


Comenzó a jadear y rodar sus caderas para conseguir la fricción donde ella necesitaba que estuviera. Empujé más profundo con cada estocada y vi la mirada que ponía cuando estaba a punto de suceder. Triunfo. Se esforzaba en hacerme venir tanto como yo lo hacía con ella.


Mi polla se hinchó preparándose para la explosión.


Sus ojos ardieron en los míos, agarré su cuello y lo mantuve en su sitio, girando mi pulgar alrededor y hacia abajo en su boca. Ella envolvió su lengua alrededor de mi pulgar y lo chupó. Mis bolas se apretaron y lo dejaron ir, un torrente de puro y cegador placer lavó sobre mí, mientras me vaciaba en ella.



Me las arreglé para moverme a un lado antes de desplomarme, consciente del bebé, y el no querer aplastarlo. Paula respiró pesadamente contra mí, en silencio mientras bajaba de la cima, junto con mi polla aun latiendo en su interior. Saqué mi mano de su cuello, la pasé por debajo de un seno y llené mi palma. Sentí claramente que su corazón latía debajo de la barrera súper suave de carne. 


Mi corazón.


—¿Qué fue eso? —Preguntó después de un momento, su expresión difícil de leer cuando sus ojos quemaron más verdes en la luz de la lámpara.


—Eso fue tú siendo bien y verdaderamente follada por tu hombre, mi bella —bromeé, soltando de golpe el pecho que sostenía en la mano y dándole una lento apretón de mis caderas.


—No la follada, Pedro. Eso, entendí perfectamente cuando rasgaste mi camisón. Quiero saber por qué me abandonaste durante toda la noche para emborracharte en la boda de tu mejor amigo.


Mi polla se marchitó cuando gané algo de claridad acerca de lo que ella podía estar sintiendo. Había dolor y tristeza en sus lastimeros ojos, e incluso el acuoso relucir de las lágrimas.


El sentimiento de euforia se desvaneció cuando me di cuenta de lo que acababa de hacerle a ella.


Yo no la merecería, y nunca lo haría.