lunes, 10 de febrero de 2014

CAPITULO 9



Su pulgar acarició mi mandíbula. —¿Por qué queremos las cosas?
Es por la manera que reacciono ante ti —Sus ojos me recorrieron y
adquirieron esa mirada nublada—. Ven a casa conmigo. Quédate conmigo
esta noche, Paula.
—De acuerdo —Mi corazón latía tan rápido que estaba segura de que
Pedro podía oírlo. Y así de sencillo accedí a algo que sabía que me
cambiaría la vida. Para mí, así sería.
Apenas las palabras salieron de mis labios vi a Pedro cerrar los ojos
por un instante. Y luego todo fue un borrón de actividad para marcharnos;
todo en contraste marcado a la sensual conversación que estábamos
teniendo. En minutos pagó la cuenta y me llevó a su auto. El toque firme
de Pedro en mi espalda me empujaba hacia delante, llevándome a un
lugar donde pudiera tenerme. A solas.

~*~

Pedro condujo hasta un hermoso edificio acristalado, asentado
sobre antiguas construcciones de Londres, era moderno pero reminiscente
de la Inglaterra pre-guerra en una forma elegante.
—Buenas noches, Sr. Alfonso —dijo el guardia uniformado, y me
asintió educadamente.
—Buenas, Javier —respondió suavemente. La presión de su mano,
siempre presente en mi espalda me llevó al elevador abierto. Tan pronto se
cerraron las puertas, me giró y puso su boca en la mía. Fue como en el
Edificio Shires de nuevo y sentí nuevamente el calor entre mis piernas. Y
comenzaba a comprender mejor mi compañero, también. Reservado en
público, Pedro era todo un caballero contenido, ¿pero con las puertas
cerradas? Mucho. Cuidado.
Sus manos estaban en mí esta vez. No me resistí mientras me
acorralaba en la esquina. Su toque me calentó inmediatamente. Pasó sus
dedos por mi cuello y luego metió una mano bajo la blusa para tomar un
seno. Jadeé al sentir sus manos cálidas acariciando mientras seguían
conociendo mi cuerpo. Me arqueé hacia él, ofreciendo mi pecho,
empujando mis senos más en sus manos. Encontró mi pezón bajo la tela y
presionó.
—Eres tan malditamente sexy, Paula. Estoy muriendo por ti —dijo
en mi cuello, su aliento acariciando mi carne.
El elevador se detuvo y las puertas se abrieron a una pareja de
ancianos esperando subir. Nos miraron y dejaron pasar el ascensor.
Intenté alejarme de él, poner un espacio entre los dos. Nuevamente, me
encontré anhelando a Pedro como una criatura queriendo aprovechar todo
el sol posible.
—No aquí, por favor, Pedro.
Su mano dejó mi pecho y reapareció de debajo de mi blusa. La dejó
descansar en mi cuello. Sentí su pulgar moverse en un círculo bajo mi
barbilla. Y luego me sonrió.
Pedro se veía feliz mientras me tomaba de la mano y la llevaba a sus
labios para besarla. Maldición, amaba que hiciera eso.
—Tienes razón, y me disculpo. ¿Me perdona, Srta. Chaves? Temo
que me hace olvidar dónde me encuentro.
Mi estómago saltó. Asentí porque no podía hacer otra cosa, y
susurré: —Está bien. —El elevador, bendito sea su corazón eléctrico,
siguió acercándonos a su piso. Me pregunté qué haría él apenas
llegáramos a su departamento. Pedro me tenía bajo su hechizo y yo estaba
segura de que él era consciente de ello.
Finalmente, el elevador se detuvo en el último piso, el suave pitido
revolviéndome el estómago de nuevo mientras Pedro ponía su mano en mí.
El hombre era hábil —me tocaba constantemente.
Usó las llaves para abrir las puertas de roble tallado y abrió una,
metiéndome en su mundo privado. Era una habitación hermosa, más
luminosa de lo que esperaba de un hombre. El cuarto principal tenía una
paleta de colores gris y crema, mucha madera y elementos decorativos
para un ambiente tan moderno.
—Esto es hermoso, Pedro. Tu casa es encantadora.
Pedro se quitó la chaqueta y la arrojó sobre un sofá. Tomando mi
mano en la suya, me llevó hasta una pared de ventanas y a un balcón que
daba a las impresionantes luces de la ciudad de Londres.
Pero luego me giró fuera de la vista desde la ventana de cristal hacia
él, y yo di unos pasos hacia atrás. Él sólo me miró fijamente por un
momento.
—Pero nada es tan hermoso como que estés aquí, ahora mismo, en
mi casa, delante de mí. —Negó con la cabeza, viéndose casi desesperado—.
Nada se puede comparar.
Sentí la imperiosa necesidad de llorar por alguna razón. Pedro era
tan intenso y mi pobre cerebro luchaba por absorber todo mientras él
comenzaba a moverse hacia mí, lentamente, como un depredador. Yo
había visto el movimiento antes. Podía ir rápido, lento, duro, suave —de
cualquier manera, y hacer que él se viera sin esfuerzo.
Mi ritmo cardíaco se aceleró mientras se acercaba. Cuando estuvo a
pocos centímetros de mí, se detuvo y esperó. Tuve que levantar la cabeza
para mirarlo a los ojos. Ya que era mucho más alto que yo, pude ver su
pecho subiendo con su propia respiración. Me sentí bien al saber que
estaba afectado por esta atracción como yo.
—Yo no soy así de hermosa... es sólo la lente de la cámara —dije.
Él alcanzó mi suéter verde, desabrochó el botón, y lo deslizó hacia
abajo por mi espalda hasta que aterrizó con un suave chasquido en su
brillante piso de roble.
—Te equivocas, Paula. Eres hermosa todo el tiempo. —Fue hacia el
dobladillo de mi blusa negra de seda y la sacó por encima de mi cabeza.
Levanté mis brazos para ayudarlo.
Quedé de pie frente a él, con mi sostén de encaje negro mientras me
devoraba con apasionados ojos azules. Con el dorso de sus dedos acarició
mis hombros y trazó la elevación de mi pecho. El toque reverente me hizo
ansiar más y no perder más tiempo.
—Pedro... —Me incliné hacia delante ante la caricia de sus dedos.
—¿Qué, cariño? ¿Qué es lo que quieres? —Inclinó la cabeza hacia un
lado y expuso mi cuello. Me besó allí. La combinación de su vello facial y
esos labios suaves me electrizaban. Las sensaciones placenteras crecieron
hasta el punto en que me perdí totalmente en la necesidad. El punto de no
retorno había pasado para mí. Lo deseaba. Mucho.
—Quiero… Quiero tocarte.
Llevé mis manos a su camisa de etiqueta blanca y aflojé la corbata
púrpura. Me sostuve ligeramente y me miró fijamente mientras desanudé
la seda, firme como una cuerda de arco listo para romperse. Mis dedos
trabajaron en el nudo y en un minuto tuve la corbata deslizándose para
unirse a mi suéter en el suelo. Empecé a desabrochar su camisa.
Él siseó cuando mis dedos tocaron su piel expuesta.
—¡Sí, joder! Tócame.
Tiré su fina camisa encima de la creciente pila en el suelo. Miré su
pecho desnudo, por primera vez, y casi lloré. Pedro era fuerte, con
músculos y los abdominales marcados que se fundían en la V más erótica
que jamás había visto a un hombre.
Me incliné hacia delante y toqué con mis labios el centro de su
pecho. Puso sus manos a ambos lados de mi cabeza y me sostuvo, como si
nunca fuera a dejarme ir. Su fuerza y dominación era bastante clara.
Cuando se trata de sexo, Pedro era el encargado. Y extrañamente, me
tranquilizó entender esto. Me encontraba a salvo con él.
Se movió hacia abajo para arrodillarse, con las manos deslizándose
por mis caderas y mis piernas. Cuando llegó a mis zapatos, tiró uno
primero y luego el otro y los quitó con dulzura de mis pies. Sus manos se
deslizaron de nuevo hasta la cintura de mis pantalones de lino. Tiró del
cordón y aflojó el lazo y luego los arrastró al piso. Sujetó mis piernas
mientras yo salía del montón arrugado de ropa y luego me besó justo
encima de la cintura de mis bragas. Mi vientre revoloteó un poco más y el
dolor entre mis piernas se hizo más fuerte. Pedro llevó los dedos al encaje
negro y deslizó hacia bajo el elástico. La deslizó y luego me quitó la prenda.
Desnuda a sus ojos, se quedó mirando mi coño e hizo un ruido
primitivo y muy urgente, y luego levantó la mirada a mi rostro de nuevo.
—Paula... eres tan hermosa que no puedo… mierda, no puedo
esperar…
Rozó sus dedos sobre mi estómago y las caderas y me atrajo hacia
sus labios y los presionó directamente sobre mi coño desnudo. Me
estremecí por el toque íntimo que me mantenía cautiva y a la espera de lo
que vendría después.

CAPITULO 8



Y de una manera que comenzaba a volverse costumbre en presencia
de Pedro, acepté que se hiciera totalmente a cargo de la situación de
nuevo. Él había establecido un control sobre todas las cosas, y me tenía
justo donde quería.
el Vauxmoor’s Bar & Grill era bastante popular, pero no tan
ruidoso como para que hiciera falta gritar. De todas
formas, disfrutaba lo que veía. Sentado sobre su filete,
Pedro era la imagen de la educación y el verdadero
interés. Había desaparecido la promesa de sudoroso sexo
que compartimos en los elevadores. Él lo apagó justo cuando logró
encenderme.
—¿Cómo es que una americana terminó en una universidad tan
lejos de casa?
Revolví mi ensalada pero preferí beber un trago de sidra. —Yo… yo
tuve algunos problemas después del instituto. Yo… —cerré los ojos—, era
un desastre en muchos sentidos, por muchos motivos —Inspiré hondo
para calmarme como siempre lo hacía cada vez que esa pregunta surgía,
dije—: pero con un poco de ayuda conseguí centrarme, descubrí un interés
en arte. Apliqué para venir aquí y por algún milagro me aceptaron en la
Universidad de Londres, y mis padres estaban tan felices de verme
entusiasmada que me enviaron con sus mejores deseos. Tengo una gran
tía, en Waltham Forest. Mi tía Maria, pero salvo por ella, estoy sola aquí.
—¿Pero ahora estás estudiando para tu postgrado, verdad? —Pedro
parecía realmente interesado en lo que yo hacía aquí, por lo que seguí
hablando.
—Bueno, cuando terminé el primer curso en Historia del Arte decidí
aplicar para estudios avanzados en conservación. Me aceptaron
nuevamente —Pinché un trozo de filete con mi tenedor.
—¿Algún arrepentimiento? Parecías algo melancólica mientras me lo
contabas. —Pedro tenía una voz muy suave cuando lo quería.
Miré su boca y pensé en cómo se sintió contra la mía, forzándome a
aceptar su beso.
—¿Sobre venir a Londres? —Sacudí la cabeza—.Nunca. Me encanta
vivir aquí. De hecho, estaré devastada si no consigo una visa de trabajo
para cuando termine mi maestría. Ahora considero Londres mi hogar.
Me sonrió.
Eres demasiado guapo para tu propio bien, Pedro Alfonso.
—Sí que encajas aquí… muy bien. Tan bien, de hecho, que no noté
que no eras extranjera hasta que hablaste, pero incluso entonces, con
acento americano y todo, encajaste perfectamente.
—¿Un acento, entonces?
—Un muy hermoso acento, Srta. Chaves —Sonrió a través de la
mesa, con los ojos centelleantes.
—Entonces, ¿qué hay de ti? ¿Cómo es que Pedro Alfonso
terminó como CEO de Alfonso Security International, Ltd?
Bebió un poco de cerveza y se lamió los labios, todavía usando un
fino traje gris de trabajo que sin duda costaba más que mi renta.
—¿Cuál es tu historia Pedro? Y tú arrastras las palabras, no tienes
acento. —Le sonreí burlonamente.
Alzó una sexy ceja. —Soy el menor de dos hijos. Mi papá nos crio a
mí y a mi hermana. Tenía un taxi en Londres y me llevaba con él cuando
yo no estaba en la escuela.
—Por eso no necesitaste indicaciones para encontrar mi
apartamento —dije—.Y he oído sobre el examen que los taxistas de
Londres tienen que tomar con todas las calles. Es gigantesco.
Volvió a sonreír. —A ese examen le llaman Conocimiento. Muy bien,
Srta. Chaves. Para ser americana está bastante al día con los hechos
culturales de Gran Bretaña.
Me encogí de hombros. —Vi un programa al respecto. Bastante
divertido en realidad —Comprendiendo que lo había alejado del tema,
dije—: Perdón por la interrupción. ¿Y qué hiciste al terminar la escuela?
—Entré al ejército. Estuve seis años. Lo dejé. Comencé mi compañía
con la ayuda de contactos que hice mientras estuve enlistado —Me volvió a
mirar largamente, al parecer, sin intención de seguir hablando.
—¿Qué rama militar?
—Fuerzas Especiales, principalmente en reconocimiento —No
ofreció más detalles, pero me sonrió.
—No es muy comunicativo, Sr. Alfonso.
—Si te dijera más, tendría que matarte, y eso rompería mi promesa.
—¿Qué promesa? —pregunté inocentemente.
—De que no soy un asesino serial —dijo mientras masticaba un
trozo de filete con su hermosa boca.
—¡Gracias al cielo! La idea de cenar filete con un asesino serial
habría arruinado la cita.
Tragó y me sonrió. —Muy graciosa, Srta. Chaves. Es muy ingeniosa.
—Bueno, gracias, Sr. Alfonso, realmente intento serlo —Me
desarmaba con tan poco esfuerzo con su encanto que yo tenía que
esforzarme en mantener el ritmo. Pedro podía poner la charla de su parte
en un instante—. ¿Qué haces en tu compañía?
—Seguridad, más que nada, para el gobierno Británico y algunas
organizaciones internacionales privadas. Ahora mismo estamos metidos en
los Juegos Olímpicos. Con tanta gente viniendo de todas partes a
Londres… especialmente después de lo ocurrido el once de septiembre… es
un desafío.
—Apuesto que sí.
Señaló mi ensalada con su cuchillo. —¿Te traigo al mejor lugar de la
ciudad por un filete Mayfair, y tú que haces? Pides ensalada.
Me reí. —Tiene algo de filete. De todas formas, no puedo evitarlo. No
me gusta ser predecible.
—Bueno, eres muy buena siendo impredecible, Srita. Chaves —
Sonrió y siguió comiendo.
—¿Puedo hacerte una pregunta personal, Pedro?
—Presentía que lo harías —secamente.
Sinceramente quería saber. La idea llevaba varios días en mi mente.
—Entonces, ¿Tú….coleccionas desnudos o algo? —Bajé la mirada a mi
plato.
—No —respondió inmediatamente—, trabajaba de seguridad para la
galería Andersen esa noche. Había algunas personas importantes invitadas
y yo sólo fui para echar un vistazo. Tengo empleados que hacen ese trabajo
—Hizo una pausa—. Pero me alegro de haber ido porque vi tu retrato —su
voz sonó divertida—. Lo quería, y lo compré.
Podía sentir sus ojos pidiéndome que los mirara. Levanté la mirada.
—Y luego tú entraste, Paula.
—Oh…
—Por cierto, oí lo que dijeron con Clarkson, sobre mí y mi mano —se
tocó la oreja—. Aparatos de seguridad de alta gama para el trabajo.
Mi tenedor cayó con un estrépito y debí haber saltado de la silla. Me
sonrió demasiado sexy para estar conmigo. Estaba tan avergonzada que
quería salir corriendo. —Lamento tanto que oyeras…
—No lo sientas, Paula. Intento evitar que mi mano haga ese
trabajo, especialmente si hay otras, más encantadoras, opciones.
Sentí sus dedos en mi barbilla. Sentí mi cuerpo calentarse.
Guau… tranquila Paula, respira.
—Me gustas —susurró—.Quiero lo real. Te quiero debajo de mí.
Quiero hacerlo contigo —Sus ojos azules nunca dejaron los míos.
Tampoco soltó mi barbilla. Me sostuvo firmemente para que oyera sus
palabras.

—¿Por qué, Pedro?

CAPITULO 7





 He trabajado con Marcos en otra ocasión y me gustó
mucho.  le gustaban las poses clásicas con una
reminiscencia de los años treinta y cuarenta.
—Te ves magnífica en estás, bella —dijo Marcos con ese bonito
ronroneo italiano—, la cámara es tu amiga.
—Fue lindo. Gracias, Marcos.
Todavía tenía que prepararme y me dirigí al vestidor. Traté de no
preocuparme por mi apariencia, pero Pedro
 era condenadamente guapo.
Yo era... sólo yo. Sabía que tenía un cuerpo decente. Lo mantenía de esa
manera, y mi cuerpo era mi vida en este momento, así que me cuidaba. Y
recibía mucha atención por parte de adolescentes. Demasiada atención.
Pero no era hermosa. Tenía el pelo largo, recto, de color marrón claro,
nada especial. Mis ojos eran probablemente la cosa más singular de mí. El
color era extraño —una especie de mezcla de marrón, gris, azul y verde.
Nunca supe que poner en la casilla de mi licencia de conducir. Lo dejé
en... marrón.
Abrí la bolsa y me deslicé fuera de la bata. Era casi verano, y asumí
que esta noche sería casual al final de un día de trabajo, elegí ropa que
sería indulgente con el tipo de clima —pantalones de lino con cordón, un
top negro sin mangas de seda y zapatos de cuero negro. Me colgué en los
hombros mi chaqueta de punto verde favorita y le presté un poco de
atención al resto de mi cuerpo. Me cepillé el pelo y me decidí por una cola
de caballo envuelta con un mechón de pelo alrededor de la goma elástica.
A continuación, maquillaje, lo cual no me tomó mucho tiempo. Rara vez
uso poco más que rímel y colorete. Algo de brillo de labios y un rocío de mi
perfume me completa. Lista para salir, Paula.
Pulsé el botón de llamada en los ascensores y esperé. Pedro
no había dicho exactamente dónde nos reuniríamos e imaginé que el vestíbulo
estaría bien. Parecía conocer la ciudad como la palma de su mano.
Marcos se acercó y me dio un abrazo de despedida. Era un tipo
demostrativo, siempre abrazando y besando dos veces en la mejilla, de esa
manera europea tan característica de él —y hacía que yo, la americana,
apestara para eso. Podía admitir estar completamente encantada por este
tipo de comportamiento caballeroso que rara vez aparecía en mi tierra
natal.
Le devolví el abrazo y le ofrecí la mejilla. Marcos apretó los labios
contra mi mandíbula derecha mientras las puertas del ascensor se
abrieron y Pedro apareció frente a nosotros, su mandíbula en una línea
dura.
Tropecé hacia atrás del abrazo de Marcos y sentí las manos de Pedro
agarrarme, pegándose a mi cintura. —Paula, cariño, aquí estás —quitó
sus brazos de mi cintura para envolverlos alrededor de mis hombros, y
efectivamente me alejó de Marcos para que yo pudiera pegarme a su
cuerpo. Su muy duro y musculoso cuerpo. Pude sentir la mirada de Pedro
sobre Marcos y sabía que debía hacer algo antes de que la situación se
pusiera más tensa de lo que ya era—. Preséntanos, Paula —dijo en mi
oído, el roce de su barba picando mi mandíbula y debilitando mis rodillas.
—Pedro Alfonso, Marcos Carvaletti, mi… mi fotógrafo de hoy —
¡Mierda! ¿Realmente soné tan vacilante y débil? Juro que estaba en serios
problemas con este hombre. Me afectaba de una manera tan
desconcertante pero excitante al mismo tiempo, una mezcla tentadora
gritando: ¡Peligro! en mi cabeza.
Pedro le tendió la mano y le ofreció un saludo al italiano con
expresión perpleja a nuestra situación. —¿Cómo estuvo mi chica hoy, Sr.
Carvaletti? —Pedro arrastró las palabras con su voz elegante.
Marcos dio apenas la insinuación de una sonrisa. —Paula hizo su
trabajo a la perfección, Sr. Alfonso. Siempre —el ascensor sonó de
nuevo y Marcos puso su brazo para detenerlo—. ¿Van a la planta baja?—
preguntó Marcos, entrando.
—Lo haremos pero todavía no —respondió Pedro, colocando una
mano sobre mis dos brazos y sosteniéndome firme. Nos enfrentamos a las
puertas del ascensor a punto de cerrar. ¿Lo haremos? No se me escapó la
sugerencia en ese comentario. La imagen de su hermoso cabello negro
moviéndose lentamente sobre su cabeza, flotando entre mis piernas era
más de lo que mi libido podía soportar en ese momento.
—Adiós, Marcos, ¡gracias por contratarme! —logré balbucear,
levantando una mano en una despedida.
—Gracias a ti, bella, las fotos son preciosas, como siempre —Marcos
besó sus dos dedos y me los lanzó cuando las puertas del ascensor se
cerraron delante de él, dejándome segura en el agarre de Pedro y
totalmente a solas con el hombre que tenía una erección presionada contra
mi trasero y la promesa de saber exactamente cómo usarlo.
—¡¿Qué estás haciendo?! —escupí, apartándome de él— ¿Qué pasa
con mi chica y ese comportamiento territorial, Pedro? —me volví a su
hermoso rostro, muy consciente de que yo respiraba fuerte y con cada
inhalación saboreaba más de su delicioso aroma en mi interior.
Se acercó a mí, apoyándome contra la pared en el pasillo. Su enorme
cuerpo cerniéndose mientras que muy deliberadamente bajó su boca a la
mía. Los labios de Pedro eran suaves en contraste con su barba de
candado, y su lengua, como el terciopelo, se reunió con la mía en un
instante; acariciando cada parte de mi boca, enredándose con mi lengua,
succionando mi labio inferior, llegando a mi interior. Presionando su
cuerpo con más fuerza contra mí, sentí la longitud de su miembro sólido
golpear mi vientre. Pedro Alfonso tomó el control de mi cuerpo y lo
dejé.
Gemí en sus besos y enterré las manos en su pelo. Lo acerqué más,
mis pezones rozando contra los músculos de su pecho fuerte y masculino.
Apenas podía creerlo. Excepto que esto no era ficción, él me besaba
apasionadamente en un vestíbulo público, en el décimo piso del Edificio
Shires, en frente de la Agencia Lorenzo. Vino aquí para encontrarme a mí.
Sostuvo ambos lados de mi rostro, así no podría alejarme de la
embestida de su lengua. Yo estaba abierta para él y para cualquier cosa
que quisiera conmigo. Mi reacción ante Pedro era una debilidad. Lo supe
todo el tiempo, aunque no lo había aceptado. Lo real era devastador.
Quitó una mano de mi cara y la llevó a descansar en mi cuello. Su
beso desaceleró, convirtiéndose en mordiscos suaves hasta que apartó sus
labios y sentí el aire frío sobre la humedad que dejó en mí.
—Abre los ojos —me dijo. Los abrí para ver el rostro de Pedro a un
solo centímetro de distancia, sus ojos azules ardiendo de lujuria.
—Yo no soy tu chica, Pedro.
—Lo fuiste durante ese beso, Paula —sus ojos parpadeando, me
leía, y luego inhaló. Yo era un desastre húmedo entre mis piernas y me
pregunté si podía olerlo—. Hueles tan bien... y malditamente sexy.
¡Dulce Jesús! Su pulgar frotaba sobre mi clavícula, donde su mano
todavía descansaba sobre mi cuello. Y no hice absolutamente nada para
detenerlo. Disfrutaba demasiado de la vista. Había revuelto su pelo con
mis manos. Él todavía lucía hermoso y probablemente aún lo hacía
cuando se levantaba de la cama por las mañanas. Cama. ¿Había una
cama en nuestro futuro inmediato? Tomaría casi nada de mi parte llevar a
este hombre a la cama. No hacía falta ser un genio para saber que quería
sexo. La verdadera cuestión aquí era ¿yo lo quería?
—Pedro —empujé la pared de acero que era su cuerpo y no logré
nada—. ¿Por qué yo? ¿Por qué estás actuando así?
—No lo sé. No puedo estar lejos de ti y no estoy actuando. He tratado
de dejarte sola, pero no puedo hacerlo —pasó suavemente su otra mano
sobre mi pelo y la bajó hasta que estuvo descansando en el otro lado de mi
cuello—. No quiero estar lejos de ti —frotó lentos y eróticos círculos con
sus pulgares hasta que bajaron por mi garganta—. Tú también me
deseas, Paula, sé que lo haces.
Acercó sus labios contra los míos de nuevo y me besó suavemente.
Yo apenas podía mantenerme en pie por mi cuenta cuando conquistó mi
cuerpo. El punto era discutible, no tenía necesidad de estar de pie. Él me
había apoyado contra la pared a mi espalda y sus caderas pegadas en mi
entre pierna. El ascensor paró en el piso en el que estábamos y él dio un
paso atrás. Tropecé hacia adelante con su pecho. Me sujetó cuando una
familia salió y se dirigió por el pasillo.
—No podemos… estamos en público. Yo no hago este tipo de cosas…
no puedo estar aquí contigo como…
Se movió con rapidez. Cubriendo mis labios con un par de dedos
para hacerme callar y llevando mi mano a su boca para un beso. —Lo sé
—dijo suavemente—. Todo está bien. No entres en pánico.
Sólo podía mirarlo embelesada mientras presionaba sus suaves
labios contra la palma de mi mano. La barba que enmarcaba su boca me
tocó ahora más suavemente, pero segundos antes yo ni siquiera lo sentí
un poco áspero.
Pedro me miró con cierta nostalgia antes de tomar la mano que
acababa de besar y entrelazándola con una de las suyas. Agarró mi bolso
de lona del suelo con la mano libre y me llevó al ascensor abierto. —Cena
primero y luego podemos hablar de cosas.