jueves, 20 de marzo de 2014

CAPITULO 133



Pedro me retiró la silla de la mesa y me ayudó a levantarme.
—Quiero enseñarle a Paula el jardín —anunció.
—Pero ¿no deberíamos ayudar a recoger la mesa? —pregunté.
—No, por favor, querida, deja que Pedro te enseñe el precioso jardín de
su madre. Quiero que lo veas. —El tono de Horacio era contundente. Ni
siquiera me planteé discutirlo.
Miré a Pedro y le agarré la mano.
—Bueno, de acuerdo, si no te importa. El salmón y la bearnesa estaban
deliciosos. Estoy asombrada con tus dotes para la cocina, Horacio. —Le
guiñé un ojo a Maria—. Sabía que mi tía era la reina de la cocina, pero tú
me sorprendes.
Horacio se encogió de hombros.
—Tuve que aprender. —Al instante me sentí mal por recordarle a todo
el mundo la pérdida de la madre de Pedro. Él había perdido a su madre
cuando era un niño, pero Horacio había perdido a su mujer y a su alma
gemela. Era algo muy triste, pero Horacio había tenido muchos años de
práctica lidiando con momentos incómodos como este y no le dio ninguna
importancia—. Maria y yo hemos sido un gran dúo esta noche, creo. Yo
hice el pescado y el arroz y ella la ensalada y el postre. —Horacio le guiñó
un ojo a mi sonriente tía. Me pregunté si estaban… saliendo; era una idea
rara que estuviesen teniendo una relación de pareja, pero me haría feliz si
fuese cierta. Tal vez fueran solo amigos, pero desde luego se les veía muy
tiernos juntos. Me pregunté qué opinaría Pedro de ver a su padre con una
mujer.
Pedro me colocó la mano en la espalda y me guio al exterior. Soot iba
delante de nosotros antes de saltar a la base de ladrillo de una enorme
jardinera que flanqueaba un apartado banco rodeado de consueldas de un
morado intenso y lavanda azul claro.
—Esto es precioso, justo como un jardín inglés sacado de una postal. —
Me encogí de hombros hacia Pedro, al que notaba muy tenso para una
simple visita al jardín. Tenía la mandíbula apretada y la mirada fija—. ¿Te
resulta duro ver a tu padre con Maria? —pregunté con tacto.
Negó con la cabeza.
—En absoluto. Maria es muy atractiva —dijo sonriendo—. A por ella,
papá.
—Bueno, es un alivio. Estaba un poco preocupada. Parecías… tenso
durante la cena.
Me llevó hacia el banco del jardín y me envolvió con sus brazos,
enterrando su cabeza en mi cuello.
—¿Parezco tenso ahora? —murmuró entre mi pelo.
—No tanto —contesté mientras le acariciaba el cuello—, pero tus
músculos están muy tensionados. ¿Cuándo se lo vamos a decir? Pensé que
a estas alturas ya lo habríamos hecho.
—Lo haremos cuando regresemos dentro. Necesito un momento a solas
contigo primero.
—Me tomaré ese momento a solas contigo. —Sonreí a su hermosa cara,
que me miraba intensamente; la iluminación de las luces del jardín se
reflejaba en sus ojos azules como diminutas chispas. Se acercó a mí y me
besó y me devoró con su experta técnica. Noté un pequeño cosquilleo en el
estómago y me sentí tan afectada como durante el momento en que nos
miramos por primera vez a los ojos aquella noche en la Galería Andersen a
principios de mayo.
Pedro me besó en el jardín de su padre durante mucho más que unos
segundos, pero yo podría haber estado toda la noche. Sus labios y su lengua
seguían siendo igual de mágicos que el primer día. Pedro me hacía sentir
especial cuando me besaba. Ningún otro hombre me había hecho sentirme
tan amada en mi vida.
Poco después se retiró y me sujetó la cara entre sus manos. Me acarició
los labios con el pulgar y me deslizó el labio inferior lo bastante como para
enviarme un mensaje. Un gesto que decía «eres mía» y que despertaba
sensaciones extrañas en mi interior. De todos modos, el simple roce de
Pedro lo conseguía y ya estaba familiarizada con esa sensación. Tan solo
me hacía quererle más, si es que eso era posible.
—Te compré una cosa cuando estábamos en Hallborough. Lo encontré
en una tienda de antigüedades cuando recorrí el pueblo y supe que era para
ti. He esperado hasta el momento adecuado para dártelo. —Sacó un
pequeño paquete rectangular del bolsillo de su chaqueta y lo depositó en
mi regazo.
—Oh… ¿Tengo un regalo? —Cogí el paquete y le quité el bonito papel
azul. Era un libro. Un libro muy viejo y muy especial. Mi corazón se
aceleró al darme cuenta de lo que Pedro me había dado—. Lamia, Isabella,
la víspera de santa Inés y otros poemas de John Keats… —Me impactó
tanto que me atraganté.
—¿Te gusta? —La expresión de Pedro era vacilante y me di cuenta de
que tal vez tenía dudas sobre el regalo, de si me gustaría o no. Una primera
edición de Keats debía de costar una fortuna, y esta lo era. Tenía la
cubierta de piel verde y todavía se veían las letras doradas en relieve en el
lomo. Para mí era una obra de arte.
—¡Oh, Dios mío! Sí, puedes estar seguro, cariño. Es precioso, un regalo
maravilloso. Lo querré siempre. —Lo abrí con cuidado y lo acerqué a una
de las lámparas del jardín para poder verlo—. Hay una dedicatoria. «Para
mi Marianne. Siempre tuyo, Darius. Junio de 1837». —Me llevé la mano al
cuello y miré a Pedro—. Era el regalo de unos enamorados. Darius amaba a
Marianne y le dio el libro.
—Como yo te quiero a ti —dijo él suavemente.
—Oh, Pedro. Me harás llorar otra vez si sigues haciendo estas cosas.
—Bueno, no me importa que llores, de verdad. Nunca me ha importado.
Especialmente si no son lágrimas de tristeza. Puedes llorar de alegría
siempre que quieras, nena. —Se inclinó y posó la frente en la mía—.
Adoro el sabor de tus lágrimas —dijo antes de apartarse.
—Yo también te quiero —susurré al tiempo que le acariciaba la mejilla
—. Y me haces regalos demasiado caros.
—Nunca, nena. Te daría el mundo si pudiese. Nunca me has pedido
nada. Eres muy generosa y me haces mejor persona con tu espíritu. Me
maravillas la mayor parte del tiempo. De verdad —asintió para enfatizar
sus palabras—. No miento.
—Ahora me toca a mí preguntar si eres real.
Su mirada me recorrió asintiendo de nuevo.
—Creo que me volví real cuando te conocí.
Se me cayó el corazón a los pies en el momento en que Pedro se levantó
del banco y se arrodilló frente a mí. Me cogió la mano.
—Sé que soy un poco bruto a veces y que he irrumpido en tu vida, pero
te quiero con todo mi corazón. No lo dudes nunca. Eres mi chica y te
quiero y te necesito conmigo para siempre. Habría querido un futuro
contigo independientemente de las circunstancias. El bebé es tan solo una
señal más de que es lo correcto. Estamos haciendo lo correcto, preciosa.
Estamos bien juntos.
No podía hablar, pero coincidía con él. Estábamos bien juntos.
Todo lo que podía hacer era mirar sus preciosos ojos y enamorarme más
de todo lo que representaba Pedro Alfonso. Mi increíble hombre.
Los caminos que tomamos en la vida nunca están claros y nadie puede
predecir el futuro, pero la noche en que vi a Pedro supe que había algo
especial en él. Cuando fui a su piso la primera vez para estar con él, lo
supe. También supe que la decisión me cambiaría la vida. Para mí lo había
hecho. Él era todo lo que podía soñar en un compañero, e incluso más de lo
que nunca pude haber imaginado. El momento nunca es bueno. Uno tiene
que lidiar con lo que viene cuando entra en tu vida.
Pedro era sencillamente… la persona adecuada para mí. Le apreté la
mano. Era la única respuesta que podía darle teniendo en cuenta que mi
corazón latía tan deprisa que estaba segura de que podría salir volando si él
no me sujetase.
—Paula Chaves, ¿me harías el hombre más feliz de la Tierra
casándote conmigo? Sé mi mujer, la madre de nuestro hijo. —Inclinó la
cabeza y susurró el resto—: Hazme real. Solo tú puedes hacerlo, nena. Solo
tú…
—Sí —asentí con rapidez.
No sé cómo me las ingenié para decirle siquiera esa única palabra. Me oí
hablar en alto, pero lo único que podía hacer era mirarle. Mirarle
arrodillado ante mí y sentir el amor que me brindaba. Había muchas otras
cosas que podía haber dicho, pero no lo hice. Quería disfrutar del momento
para después recordar cómo me sentí cuando Pedro me pidió que le hiciese
real.
Entendía lo que quería decir con eso. Lo entendía porque yo sentía lo
mismo. Él me sacó de la oscuridad y me llevó a la luz. Pedro me había
devuelto mi vida.
Algo frío y pesado se deslizó por mi dedo. Cuando bajé la mirada para
ver lo que era me encontré con que tenía el anillo más bonito del mundo
colocado en el cuarto dedo de mi mano izquierda. Una amatista enorme,
antigua y hexagonal, de color morado oscuro e incrustada en platino con
diamantes, brillaba hacia mí. Lo llevé hacia la luz del jardín para poder
verlo bien. Era imponente, precioso y demasiado lujoso para mí, pero me
encantaba porque lo había elegido Pedro. Me tembló la mano y las
lágrimas comenzaron a brotar. Era incapaz de contenerlas. Estaba bien que
me acabara de decir que no le importaban mis lágrimas porque caerían
sobre él en cuestión de segundos.
Esas eran definitivamente lágrimas de felicidad.
—Quie… quiero ca… casarme contigo. Lo quie… quiero. Te quiero
muchísimo, Pedro. —Mis palabras salieron entre sollozos. Estaba tan
abrumada que no podía asimilarlo todo, y estoy segura de que mi estado
hiperhormonal tampoco ayudaba.
Pedro me agarró la mano y la besó, y el familiar roce de su perilla unido
a sus cálidos labios me consolaron de una manera que no podría describir
con palabras. Simplemente me hizo sentir querida, tal y como siempre
hacía. Ahora era suya, y recibí ese hecho con los brazos abiertos. Me había
llevado un tiempo conseguirlo, pero había llegado hasta aquí. Había
aceptado el amor de Pedro y le había ofrecido todo mi ser a cambio. Por
fin.
Nunca creí que fuese posible ser tan feliz en la vida.

CAPITULO 132




Me detuve ante la casa de ladrillo rojo en Hampstead donde había
crecido y aparqué en la calle.
—Esta es la casa de mi padre.
—Es preciosa, Pedro. Un elegante hogar inglés, justo como lo había
imaginado. El jardín es muy bonito.
—A papá le gusta trabajar la tierra con las manos.
—Siempre he admirado a las personas con mano para las plantas. Me
gustaría tener un jardín algún día, pero no sé demasiado sobre el tema.
Tendría mucho que aprender —dijo ella desde el coche con cierta
melancolía—. ¿Te sientes bien cuando vienes? ¿Lo consideras aún tu
hogar? —Me pareció que hablaba con nostalgia.
—Bueno, sí. Es el único que tuve hasta que conseguí el mío. Y sé que mi
padre estaría encantado de enseñarte lo que hiciera falta. El jardín de mi
madre está en la parte de atrás de la casa. Eso sí que quiero que lo veas. —
Recorrí con la mirada a Paula; estaba preciosa, como siempre, con un
vestido de flores y unas botas moradas. Dios, me encantaba que llevase
botas. La ropa se podía ir, pero las botas podían quedarse… siempre—.
¿Estás nerviosa?
Asintió.
—Lo estoy… y mucho.
—No tienes por qué, nena. Todos te quieren y piensan que eres lo mejor
que me ha pasado. —Le di un suave beso en los labios, saboreando su
dulzura antes de que tuviésemos que estar en público y de que la constante
necesidad de tener mis manos sobre ella hubiese de ser contenida durante
las horas siguientes. Es un asco ser yo en esos momentos—. Y lo eres —
añadí.
—Oh, vamos… Recuerdo cuando mi padre te interrogó… y cómo te
falló la voz —dijo riéndose—. Su cara no tenía precio, ¿verdad?
—Supongo. En realidad no recuerdo su cara. En lo único que podía
pensar era en lo agradecido que estaba por tener miles de kilómetros entre
nosotros, ya sabes, para evitar que me cortara las pelotas.
—Pobrecito mío —me consoló mientras se reía con una mano sobre el
estómago.
—¿Te encuentras bien? ¿Cómo se está portando nuestra frambuesa esta
tarde?
Paula me acarició la mejilla.
—La pequeña frambuesa está cooperando por ahora, pero nunca sé lo
que vendrá en un rato. Por alguna razón la noche es mi enemiga. Tan solo
tengo que tomármelo con calma.
—Estás preciosa esta noche. Mi padre va a estar entusiasmado. —Le
cogí la mano, le di un beso en la palma y después la presioné contra su
vientre.
—Vas a hacerme llorar si sigues por ese camino. —Me cubrió la mano
con las suyas.
—No. Nada de lágrimas hoy. Es un momento feliz. Piensa en lo feliz que
estaba tu padre anoche cuando se lo dijimos. Bueno, al menos lo estuvo
después de percatarse de que se hallaba demasiado lejos como para
castrarme. —Le guiñé rápidamente el ojo.
—Te quiero, Alfonso. Me haces reír, y eso es mucho. Terminemos
con esto.
—Sí, jefa. —Salí, di la vuelta al coche, saqué a mi chica y la acompañé
hasta la puerta. Llamé al timbre y esperé. Sentí un cálido roce en mi
pierna. El gato había crecido desde la última vez que vine.
—Soot, tío. ¿Qué tal estás? —Le cogí en brazos y le presenté a Paula
—. Este es Soot, el autoproclamado dueño de mi padre. Podría decirse que
él le ha adoptado.
—Ohh…, qué gatito tan lindo. Qué ojos más verdes. —Paula se acercó
a acariciarle cuando Soot agachó la cabeza hacia su mano—. Es muy
amistoso, ¿eh?
—Sí que lo es.
La puerta se abrió y se interrumpió ese momento que estábamos
viviendo. La tía de Paula, Maria, estaba en el porche de mi padre con una
sonrisa de bienvenida.
—Sorpresa —dijo Maria—. Me apuesto lo que sea a que no esperaban
verme aquí, ¿verdad?
Yo reí incómodo, en realidad me había pillado algo desprevenido, pero
me recuperé enseguida a pesar de mi asombro.
—Maria, si esta no es la sorpresa más agradable del mundo, no sé cuál
podría ser. ¿Estás ayudando a mi padre con la cena?
—Exacto —respondió ella—. Por favor, entren.
Nos saludó a los dos con besos y abrazos. Paula y yo intercambiamos
una rápida mirada. Apostaría todo mi dinero a que Paula estaba tan
sorprendida como yo de ver a Maria ahí.
En cuanto atisbé a mi padre, supe que ocurría algo. Se limpió las manos
con un trapo de cocina y nos saludó. Un cálido abrazo y un beso en la mano
para mi chica y un más bien frío gesto con la cabeza hacia mí. Soot saltó de
mis brazos y se marchó a alguna parte.
—Maria y yo ya habíamos quedado para cenar aquí esta noche antes de
que llamaran para venir —explicó mi padre.
¿De verdad?Paula y yo intercambiamos otra mirada y resultó obvio
que estábamos tratando de disimular. ¿Así que papá y Maria estaban…?
Bien. Seguía pensando que Maria era muy atractiva para ser una mujer
madura. La idea de que mi padre tal vez estuviese molesto por haberle
interrumpido su noche romántica cruzó por mi mente. Bueno, mierda.
—¿Por qué no lo dijiste entonces? —pregunté—. No teníamos por qué
venir esta noche.
Mi padre sacudió la cabeza hacia mí y se quedó en silencio. Si no le
conociese tanto, diría que me estaba ignorando. Pero solo a mí, no a
Paula. Le dirigió una cálida sonrisa y dijo:
—Creí que debían venir esta noche, hijo.
¿Qué demonios? ¿Sabía ya algo? Iba a partir un par de cabezas si mi
hermana o Luciana se habían ido de la lengua. Le miré fijamente. Él se quedó
impávido.
Maria rompió la tensión. Gracias, joder.
Paula, querida, ven a ayudarme con el postre. Bizcocho de
frambuesa, y va a estar de muerte.
Me entraron ganas de sonreír cuando dijo «frambuesa» y mi mirada se
encontró al instante con la de Paula. Me guiñó un ojo y siguió a Maria a
la cocina.
—¿Por qué estás así de seco, papá? ¿Hemos interrumpido tu noche o
algo? Podías haberme dicho que hoy no te venía bien, lo sabes.
Mi padre apretó la mandíbula y levantó ambas cejas, haciéndome saber
quién mandaba en esa pequeña discusión. Es increíble cómo un padre tiene
ese poder. Era capaz de llevarme a mi adolescencia y recordarme cuando
me sentaba y me echaba la bronca por meterme en algún lío.
—En realidad sí has interrumpido mi noche, pero eso no tiene nada que
ver. Siempre me alegro de ver a mi hijo. No, lo que no me puedo creer es
que tenga que esperar a que me llames, Pedro. —Me apuñaló con la
mirada.
—¿Podemos dejar de hablar en código? Obviamente estás molesto por
algo.
—Oh, sí, algo —respondió cortante.
—¿Qué quieres decir con eso? —solté un gallito. ¡Joder! Estaba metido
en un lío. ¿Lo sabía mi padre? ¿Cómo?
—Creo que lo sabes, hijo. De hecho, sé que lo sabes.
—¡Lo sabes! —Sí, mi voz seguía cambiando de tono como un cantante
de ópera en escena—. ¿Cómo es posible?
Suavizó un poco su expresión.
—Parece ser que un montón de cosas son posibles, hijo. Imagina mi
sorpresa cuando llamé a Luciana y mi nieta me contó alegremente que el
tío Pedro y la tía Paula están embarazados.
¡Oh, Dios! Me froté la barba de inmediato.
—Así que el pequeño monstruo te lo contó, ¿verdad?
—Desde luego. —Mi padre aún mantenía una expresión severa—. Delfina
tiene bastante que decir al respecto.
Me agarré las manos en señal de rendición.
—¿Qué quieres que diga, papá? Ha sucedido sin más, ¿vale? No fue
intencionado, ¡y te puedo asegurar que nos sorprendió tanto como al resto!
Se cruzó de brazos, sin parecer afectado por haberme pillado
desprevenido.
—¿Cuándo es la boda?
Miré al suelo, de repente avergonzado. No tenía respuesta para él.
—Estoy en ello —murmuré.
—Por favor, dime que te casarás enseguida. —Levantó la voz—. ¡No
puedes esperar a que nazca el bebé como hacen algunos famosos!
—¿Puedes bajar la voz? —le rogué—. Paula está…, bueno, se siente
recelosa con respecto al compromiso. Le da miedo… por su pasado.
Mi padre me lanzó una mirada que mostraba bastante bien lo que
opinaba de mi explicación.
—Demasiado tarde para eso, hijo —resopló—. Ya están todo lo
comprometidos que pueden estar. Tener a su hijo sin los beneficios de
un matrimonio legal será incluso más aterrador, te lo aseguro. Para ti y
para Paula. —Sacudió la cabeza—. Olviden el pasado, tienen que pensar
en el futuro. —Me miró como un perro miraría un filete—. ¿Le has
propuesto matrimonio siquiera? No veo ningún anillo en su dedo.
—Ya te he dicho que estoy en ello —le contesté. Y, joder, de verdad que
lo estoy, papá.
—El tiempo no espera, Pedro.
—¿De verdad, papá? Gracias por el consejo. —Mi sarcasmo me habría
supuesto un bozal en la boca durante mis años mozos. Ahora solo recibí
una mirada severa y más frialdad. De repente se me ocurrió que tal vez ya
había compartido nuestra noticia—. ¿También lo sabe Maria? —pregunté
altivamente.
—No. —Mi padre me regaló otra mirada hostil unida a una hacia el
cielo antes de dirigirse a la cocina con Paula y Maria.
Observé cómo se marchaba enfadado y decidí que poner algo de
distancia ahora sería lo mejor. Carecía de sentido tener una pelea familiar
y enfadar a todo el mundo. Mejor lo sufría yo solo. Planté mi culo en el
sofá y deseé un cigarro. O un paquete entero.
Es gracioso lo diferente que reaccionaron nuestros padres a nuestras
noticias. Miguel Chaves se alegró por nosotros, después del asombro inicial,
creo. No nos exigió una fecha de boda, sino que simplemente quería ver
que éramos felices y que yo quería a su hija y estaba dispuesto a cuidar de
ella y de nuestro hijo. Incluso sugirió venir a hacernos una visita a finales
de otoño, algo que entusiasmó a Paula.
La madre de Paula tampoco preguntó por la fecha de la boda. La
señora Shultz era otro cantar, de verdad, pero el caso es que yo no le
gustaba, y estoy seguro de que no le agradaba tampoco el hecho de
convertirse en abuela. Era su problema. Un silencio helador fue lo que
recibimos del otro lado de la línea cuando llamamos para darle la noticia.
Paula no había querido decírselo a su madre por Skype como había hecho
con su padre, y ahora entendía el porqué. Su madre nos habría dedicado un
par de miradas malvadas al oír nuestras noticias y mi dulce chica no
necesitaba verlas en absoluto. Ya había sido bastante malo consolarla
después de colgar el teléfono. Sí, había marcado los límites y le había dado
mi opinión. La madre de Paula era una amargada criticona que
claramente se preocupaba más de su posición social que de su hija. Por
suerte, nuestros encuentros serían mínimos.
Así que sí, la instantánea hostilidad de mi padre ante la falta de fecha
para la boda me había pillado por sorpresa. Sobre todo cuando un mínimo
de paciencia habría puesto fin a sus preocupaciones.
Tras unos momentos Soot encontró mi regazo y se puso cómodo. Se
quedó mirándome con sus ojos verdes mientras yo le acariciaba el brillante
pelaje y me preguntaba cómo era posible que en una noche agradable
hubiese acabado recibiendo la corona al rey de los idiotas en un cojín de
terciopelo.
—Tengo un plan —le dije al gato—. Lo tengo, solo que aún no se lo he
dicho a nadie.
Soot me guiñó uno de sus ojos verdes en señal de total entendimiento y
ronroneó.

CAPITULO 131



—Princesa, estás tan guapa… Me encanta verte cara a cara por aquí. ¿A
qué debo este honor, y qué narices haces despierta a la una de la mañana?
Sonreí a mi padre y sentí mariposas en el estómago ante la idea de
contarle nuestras noticias. De algún modo sabía que se alegraría por mí.
Nunca me había juzgado en el pasado y no lo haría ahora.
—Dios, te echo de menos. Daría lo que fuera por tenerte frente a mí para
esto, papá. —Mi guapo padre llevaba una toalla de piscina alrededor del
cuello y el pelo mojado.
—Acabo de hacer diez largos y me siento genial. Mi fin de semana ha
empezado muy bien. El tiempo ha sido muy agradable y me he podido dar
un baño en la piscina. Ojalá estuvieses aquí para disfrutarlo conmigo.
—A mí también me gustaría. ¿Te estás tomando las pastillas para la
tensión como se supone que debes hacer?
—Por supuesto que sí. Tu viejo padre está en plena forma.
—Oh, por favor, estás lejos de ser un viejo, papá. Cuando imagino a un
viejo, tú no eres la imagen que me viene a la cabeza. Incluso recibí un
mensaje de Jesi por Facebook en el que me decía que te ve en el gimnasio
y que eres encantador. Seguro que tienes que quitarte a las mujeres de
encima cuando entrenas.
Se echó a reír y evitó mi comentario. Siempre me preguntaba por esa
parte de su vida. Nunca hablaba de citas ni mujeres, así que no sabía
mucho. Debía de sentirse solo a veces. Los humanos no hemos sido hechos
para estar solos. Deseaba que encontrase a alguien que le hiciera feliz.
—Jesi es una chica muy dulce. Sobre todo hablamos de ti, Paula. No
me has contestado a mi pregunta. ¿Por qué estás levantada tan tarde?
—Bueno, Pedro y yo tenemos algo importante que contarte y no quiero
que pase más tiempo antes de hablar contigo.
—Vale…, estás sonriendo, así que creo que deben ser buenas noticias.
—Levantó la barbilla y miró de manera engreída.
Mi seguridad flaqueó un poco, hasta que sentí que Pedro se acercaba a
mi espalda y se sentaba. Me puso las manos en los hombros y se echó hacia
delante para que mi padre pudiese verle en la pantalla.
—Eh, Pedro, así que vas a pasar con mi hija por el altar, ¿eh? ¿Es lo que
queríais anunciarme?
—Ehh…, bien, mmm…, queríamos decirte un par de cosas en realidad,
Miguel.
—Bien, me muero de ganas de oírlas —dijo mi padre, encantado de
tener a Pedro sufriendo por Skype, con una enorme sonrisa en la cara. Dios,
esperaba que se alegrara una vez lo supiera.
Me lancé a ello. Me estaba tirando en plancha al fondo de la metafórica
piscina que era mi vida.
—Papá, vas a ser abuelo.
Noté que los dedos de Pedro se agarraban más fuerte a mis hombros y
vimos cómo la enorme sonrisa de mi padre se transformaba en una cara de
completo asombro.