martes, 11 de febrero de 2014

CAPITULO 11




Pedro continúo con su mirada sobre mí. Incluso
después de habernos tranquilizado tras la prisa del
sexo, y que él abandonase mi cuerpo. Se quitó el
condón, lo ató y se deshizo de la evidencia. Pero luego
volvió, enfrentándome, sus ojos moviéndose sobre mí,
observando mi reacción tras lo que habíamos hecho.
—¿Te encuentras bien? —preguntó, pasando su dedo sobre mis
labios, recorriéndolos cuidadosamente.
Le sonreí y le contesté lentamente: —Aja.
—Ni siquiera estoy cerca de terminar contigo. —Arrastró su mano
bajo mi cuello, sobre un pecho y a través de mi cadera, para descansar en
mi estómago—. Eso fue…tan increíble. No quiero… No quiero que termine.
—Dejó su mano ahí extendida y se inclinó para besarme lentamente y a
fondo, casi con veneración. Podía decir que él me preguntaría algo—.
¿Estás… tomando anticonceptivos, Paula?
—Sí —Susurré sobre sus labios. Tenía razón. Se sorprendería por la
razón, pero no compartiría esa información esta noche.
—Quiero… quiero entrar dentro de ti. Quiero estar dentro sin nada
entre nosotros —Presionó sus dedos en mis resbaladizos pliegues y
comenzó a moverlos de dentro a fuera—. Justo aquí.
Sus palabras fueron una sorpresa. La mayoría de los hombres no
quieren arriesgarse. Mi cuerpo reaccionó a su toque sin control, sin poder
evitar flexionarme hacia sus dedos. Un sonido de placer surgió de mi
garganta.
—En mi empresa hacemos exámenes a todos, incluyéndome a mí.
Te puedo enseñar el informe, Paula. Estoy limpio, lo prometo —dijo,
acariciando mi cuello y recorriendo sus largos y hábiles dedos sobre mi
palpitante clítoris.
—¿Y qué si yo no? —Jadeé.
Frunció el ceño y tensó su mano. —¿Cuánto tiempo hace desde que
tú has… estado con alguien?
Me encogí de hombros. —No lo sé, un largo tiempo.
Entrecerró los ojos ligeramente. —¿Cómo una semana o cómo
meses?
Una semana no es un periodo largo. ¿Por qué debía contestarle? No
tengo la más mínima idea que quería saber Pedro. Él demandaba
respuestas, preguntaba, tenía algo que me hacía imposible ignorarle
cuando tocaba lugares que yo no quería que dejara de acariciar. —Meses
—Era la respuesta más detallada que obtendría justo en ese momento.
Relajó su expresión. —Entonces… ¿Eso es un sí? —Se giró
totalmente sobre mí, atrapó mis manos y las entrelazó con las suyas, sus
rodillas abriendo mis piernas ampliamente para poder situarse entre
ellas—. Porque quiero estar contigo otra vez. Quiero estar dentro de ti, otra
vez. Quiero hacer que te corras con mi polla tan profundamente dentro de
ti para que no nunca olvides que estuve allí. Quiero estar dentro de ti,
Paula, y sentirlo contigo —Podía sentir lo enorme que estaba ahora
mismo; duro, caliente, probándome, y preparado para hundirse en mí. Y
tan vulnerable como me encontraba debajo de él, en ese momento no pude
sentirme más segura.
Me besó profundamente, su lengua tomándome como antes. Era una
demostración de lo haría con su polla. Le entendía bastante bien la
mayoría del tiempo. Pedro no era ni en lo mínimo confuso.
—Confío en ti, Pedro. Y tú no me dejarás embaraza…
—Joder… siiiiii —Gimió con la parte gruesa de su pene deslizándose
sobre los pliegues aún hormigueantes de mi sexo—. Oh, nena, te sientes
tan bien. Estoy… estoy tan jodidamente perdido dentro de ti…
Y así es como fue la segunda vez. Se movió más despacio esta ronda,
más controlado, como si quisiese saborear la experiencia. Tampoco fue
menos satisfactoria, ya que Pedro me hizo correrme tantas veces que no
fui más que un cuerpo muerto para su dura carne aún en funcionamiento.
él se congeló, su espalda curvándose en una preciosa penetración descendente que nos conectó tan profundamente que sentí que él era parte de mí misma en ese instante.
Pedro gritó mi nombre y se quedó enterrado como había dicho que quería estar Chupó suavemente mi cuello mientras yo acariciaba su espalda, sus músculos calientes y húmedos por el sudor. La habitación olía a sexo y
cualquiera que fuese su deliciosa colonia. De verdad, necesitaba
encontrar un nombre para esto. Sentí crestas desiguales bajo la punta de
mis dedos. Muchas. ¿Cómo cicatrices? Él se quitó y mis manos cayeron.
Sabía que era mejor no preguntar.
Pero él no fue lejos. Pedro se movió a un lado y se impulsó a sí
mismo, levantándose un poco, mirándome fijamente.
—Gracias por esto —susurró, recorriendo mi cara con la punta de
uno de sus dedos—. Y por confiar en mí —Me sonrió otra vez—. Me
encanta que estés aquí, en mi cama.
—¿Cuánto tiempo ha pasado desde que alguien estuvo en esta cama,
Pedro? —Si él podía preguntar, entonces yo también.
Sonrió, pareciendo muy satisfecho. —Ha pasado… nunca, cariño. No
traigo mujeres aquí.
—La última vez lo supe, yo era una mujer.
Pasó sus sugerentes ojos a través de mi cuerpo antes de contestar.
—Definitivamente, hay una mujer —Se encontró con mis ojos—. Pero aun
así, no traigo otras mujeres aquí.
—Oh… —Me senté contra la cabecera de la cama, tirando de la
sabana sobre mis pechos. ¿Cómo diablos eso no es una mentira?—. Eso me
sorprende. Pensaba que recibías más ofertas de las que podrías aceptar.
Jaló de la sábana y reveló mi pecho. —No obstruyas mi vista, por
favor, y la palabra adecuada es usar, dulzura. No me importa ser usado, y
las mujeres usan a los hombres tan frecuentemente como viceversa —Se
acurrucó a mi lado sobre la cabecera y recorrió un pecho con un dedo—.
Pero no me importa si tú me usas. Tú tienes un pase especial.
Resoplé y quité su mano. —Eres demasiado guapo para tu propio
bien, Pedro. Y lo sabes. Ese encanto ingles no te dará un pase gratis
conmigo ningún día.
Hizo un ruido sarcástico. —Y tú eres una Yanki muy dura. Pensé
que está noche me obligarías a cargarte y lanzarte dentro de mi auto.
—Fue una suerte que no lo hicieras, de lo contrario, este lindo
revolcón que acabamos de disfrutar nunca hubiera ocurrido —Sacudí mi
cabeza con una sonrisa.
Me hizo cosquillas en las costillas y me hizo chillar. —Entonces, sólo
fue un lindo revolcón para ti, ¿eh?
—¡Pedro! —Aparté sus manos y me coloqué en el borde de la cama.
Me arrastró de vuelta y me inmovilizó debajo de él, con una enorme
sonrisa en su cara. —Paula —dijo arrastrando las palabras.
Y entonces, me besó. Sólo lento, suave y con gentileza. Pero se sintió
íntimo y especial. Pedro me apoyó contra su costado y ajustó nuestros
cuerpos bajo las sábanas, su pesado brazo cubriéndome y asegurándome.
Sentí como mi sueño crecía allí, en la cama con él. Sabía que era una mala
idea. Las reglas eran reglas y yo las estaba rompiendo.
—No debería de quedarme aquí esta noche, Pedro. De verdad,
debería irme…
—No, no, no. Te quiero aquí conmigo. —Insistió, hablando en mi
pelo.
—Pero no debería…
—Shhh —Me interrumpió como había hecho muchas otras veces y
me besó callando mis palabras. Acarició mi cabeza, arrastrando sus dedos
por mi cabello. No podía luchar contra él. No después de esta noche. La
seguridad se sentía demasiado bien, mi cuerpo estaba demasiado drenado
de todos los orgasmos, su dura fuerza era demasiada confortable como para luchar contra él sobre este tema. Entonces, sólo dormí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario