martes, 11 de febrero de 2014

CAPITULO 10



Se puso de pie de nuevo y puso mis manos deliberadamente en su
cintura. Entendí su mensaje alto y claro. Empecé a trabajar en su cinturón
y luego sus pantalones. Se veía impresionante. El bulto dentro de su bóxer
era imposible de ignorar cuando sus pantalones cayeron. Gruñó cuando
mi mano rozó la fina seda oscura que cubría su pene tenso. Cuando me
agaché para enfocar mis esfuerzos en sacarlo de su ropa, él desenganchó
el broche en la parte trasera de mi sujetador y lo tiró. Dejándome
totalmente desnuda.
No voy a pasar la noche aquí, Pedro. Prométeme que me  llevaras a casa después.
Me levantó y me empezó a llevarme a su dormitorio.
—Quiero que te quedes conmigo. Una vez no es suficiente, no
contigo. —Abrió de una patada la puerta y me llevó dentro de su
habitación. Su cara se veía salvaje y desesperada—. Tengo que follarte
primero, y luego lo haré despacio. Dame esta noche. Déjame hacerte el
amor esta noche, hermosa Paula. —Se cernió sobre mi cara—. Por favor.
—Pero no puedo quedarme toda la no…
Su boca apagó mis protestas mientras me tendió sobre su cama
suave y lujosa, y empezó a tocar mi cuerpo. Besando mi cuerpo.
Calentando mi cuerpo hasta que todo pensamiento claro huyó de mi
cerebro y siguió su camino. Rompía mis reglas y era muy consciente de
ello mientras la lengua de Pedro se arremolinaba sobre mis pezones
endurecidos, alternando entre pequeños rasguños de dientes seguidos de
caricias suaves para calmar lo que había hecho.
El contraste del roce de su barba y la caricia de sus labios suaves
me hizo volar. Sentí como si tuviera un orgasmo sólo con lo que estaba
haciendo. El placer me hizo gritar y arquearme. Mis piernas se movían
mientras él trabajaba en mi pecho, incapaz de mantenerse quietas, yo
estaba salvaje y abandonada debajo de Pedro. Se sentía tan bien que no
podía lamentar esta decisión. Todas mis reservas desaparecieron ante el
exquisito tratamiento que le estaba dando a mi cuerpo.
Estar desnuda no era aterrador para mí. Lo había hecho mucho por
el modelaje y sé que los hombres encuentran mi cuerpo agradable. Es la
intimidad lo que es más difícil lidiar para para mí. Así que cuando Pedro
dice algo como: «Déjame hacerte el amor, hermosa Paula», yo sabía que
no tenía ninguna posibilidad de negarme.
—¿Pedro? —grité su nombre.
—Lo sé, cariño. Déjame cuidar de ti. —Se apartó de mis pechos y
puso sus manos sobre el interior de mis rodillas y me abrió. Totalmente
tendida ante él, bajó la mirada a mi sexo por segunda vez esta noche—.
Cristo, eres hermosa... Quiero probarlo.
Y luego puso su boca sobre mí. Esa lengua suave rodó sobre mi
clítoris y mis pliegues y jugueteó. Podía sentir su barba pinchar la carne
sensible mientras me retorcía contra sus labios y lengua. Me vendría en un
segundo y no había forma de detenerlo. No podía detener a Pedro. Él
tomaba lo que quería.
—Me voy a correr…
—La primera de muchas veces, nena —dijo desde entre mis piernas.
Y luego, dos de sus largos dedos se abrieron paso dentro de mí y me
comenzaron a acariciar. —Estás apretada —dijo con voz áspera—, pero
cuando esté mi polla dentro de ti, estarás más apretada, ¿no Paula? —
Mantuvo su dedo follándome y chasqueando la lengua sobre mi clítoris—.
¿No? —preguntó de nuevo, esta vez más fuerte.
Sentí la urgencia, el endurecimiento comenzar muy dentro de mi
vientre cuando el orgasmo comenzaba. —¡Sí! —grité en un impulso de aire,
sabiendo que él esperaba una respuesta.
—Entonces, córrete para mí. ¡Córrete por mí, Paula!
Y lo hice, la experiencia fue diferente a cualquier orgasmo que jamás
hubiera tenido. No podía hacer otra cosa que correrme. Pedro me
empujaba hasta el borde de un precipicio y luego me rescataba cuando
estaba a punto de estrellarme. Me sentía en la cima del éxtasis,
inmovilizada con sus dedos profundamente en mi coño que me sostenían
allí. Era devastador y no podía hacer nada más que aceptar lo que me
daba.
Sus dedos se deslizaron fuera de mí y oí el sonido de un paquete
siendo rasgado. Lo miré mientras se pone el condón en su gruesa,
hermosa y rígida polla. La parte de él que estaría muy dentro de mí, en un
minuto, y yo temblaba en expectativa.
Levantó sus ojos azules a los míos y susurró—: Ahora, Paula.
Ahora serás mía.
Lloré ante la imagen de él montándose sobre mí, la expectación era
tan grande que era apenas coherente.
Pedro se cernió sobre mí, la cabeza de su polla ya inclinada dentro
de mi coño, muy caliente y duro como un hueso. Sus caderas me forzaron
a abrirme más cuando hundió su miembro en lo más profundo y hondo de
mí. Tomó mi boca, metiendo su lengua en movimientos simultáneos con
su intrusión clandestina. Fui tomada por Pedro Alfonso en su cama.
Totalmente e irrevocablemente.
Me dejé llevar mientras Pedro me follaba. Lo hizo con fuerza al
principio. Penetrando dentro y fuera de mi centro empapado, empujando
un poco más profundo en cada golpe. Me sentí encaminándome hacia otro
orgasmo.
Las venas de su cuello se hincharon cuando se apoyó para llegar a
mí desde otro ángulo.
Apreté mi coño alrededor de su polla con fuerza. Hizo todo tipo de
sonidos y susurró palabras sucias sobre lo bien que se sentía al follarme.
Eso me dio más valor.
—Pedro —grité su nombre, corriéndome por segunda vez; mi
cuerpo rendido ante el suyo, mucho más grande y duro a medida que me
estremecía y retorcía en abandono.
Él no se detuvo. Continuó penetrándome hasta que llegó el turno de
su clímax. Su cuello se tensó, sus ojos ardían, me tomó aún más duro. Me
estiré para acomodar su longitud y el grosor mientras crecía un poco más.
Yo sabía que él estaba cerca.
Apreté las paredes de mi coño con tanta fuerza como nunca lo había
hecho y sentí que él se ponía rígido. Gimiendo un ruido gutural que sonó
como una mezcla entre mi nombre y un grito de guerra, Pedro se
estremeció sobre mí con sus ojos azules brillando en la penumbra de la
habitación. Nunca apartó sus ojos de los míos mientras se corría dentro de
mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario