martes, 11 de marzo de 2014

CAPITULO 100


Pedro me guio a lo largo de la costa por un sendero escarpado que
dominaba el mar de la bahía de Bristol, con su centelleante agua azul
titilando en un millón de fragmentos brillantes a causa del viento. Lo
seguimos durante un buen rato hasta que el camino viró hacia el interior.
El sol brillaba y el aire era fresco. Se podría pensar que el esfuerzo físico
despejaría mis dispersos pensamientos y los pondría en orden, pero no
hubo suerte. No. Mi cabeza simplemente continuaba dando vueltas.
¿Comprometernos? ¿Irnos a vivir juntos? ¿¡Matrimonio!? Necesitaba
organizar una cita con la doctora Roswell para cuando regresáramos a
Londres.
Mientras observaba a Pedro delante de mí, el modo en que se movía, su
agilidad natural y su sigilo, sus músculos definidos impulsando su cuerpo
hacia delante, al menos apreciaba también esas vistas. Mi chico, mis vistas.
Sí, el paisaje y mi hombre estaban muy bien.
Lo cierto es que me encantaba estar ahí y estaba contenta de que me
hubiera llevado, a pesar del rumbo que había tomado nuestra conversación
de la noche anterior. Pedro había bajado esta mañana alegre y cariñoso,
como si no hubiéramos discutido algo importante. En realidad me
molestaba mucho que él pudiera soltar algo como lo de casarse sin más, ¡ni
que fuera tan sencillo como sacarse el carné de conducir!
Sin embargo, me gustaba que saliera a correr conmigo. Si no llovía,
salíamos a correr por las mañanas en la ciudad cuando me quedaba a
dormir en su casa. Pedro mantenía un ritmo competitivo y yo esperaba que
él no me tratara con mano suave solo porque podía hacerlo.
El sendero serpenteaba junto al litoral e iba descendiendo hacia la costa
y la playa que se extendía debajo, hasta que al final llegamos a un cabo
pedregoso. Pedro se giró y me dirigió una sonrisa de modelo de portada,
algo que me afectaba cada vez que lo hacía. Tenía una sonrisa espléndida
que hacía que me derritiera. Eso significaba que él era feliz.
—¿Tienes hambre? —me preguntó mientras me detenía.
—Sí que tengo. ¿Adónde vamos?
Señaló un diminuto edificio con forma de mirador situado en lo alto de
las rocas.
—El Ave Marina. Dan unos desayunos geniales en ese pequeño lugar.
—Suena muy bien.
Puso mi mano en la suya y la llevó hasta sus labios, besándola con
rapidez.
Yo le sonreí y observé su precioso rostro. Pedro era un regalo para los
ojos, pero me resultaba curioso que él pareciera no pensar mucho en ello.
Quería saber más sobre esa mujer de la noche anterior, Priscilla. Sé que se
había acostado con ella en algún momento del pasado; se limitó a decir:
«Salimos una vez juntos». No había que ser un genio para saber que había
aceptado libremente tener sexo con ella. En el bar no paró de ponerle las
zarpas encima. No me gustaba nada su mirada. Demasiado depredadora.
Luis no obstante parecía interesado. Los vi juntos fuera, en la acera,
después de que evacuaran la Nacional.
—¿En qué estás pensando, nena? —preguntó Pedro dándome un
golpecito en la punta de la nariz—. Puedo ver moverse el engranaje ahí
debajo. —Me besó en la frente.
—En muchas cosas.
—¿Quieres que hablemos de ello?
—Creo que deberíamos —dije asintiendo—. Creo que no tenemos
opción, Pedro.
—Sí —respondió, al tiempo que sus ojos perdían el brillo de felicidad
que habían tenido hasta ese momento.
La camarera pelirroja lo miró de arriba abajo mientras nos sentaba junto
a la ventana, algo a lo que me había habituado cuando salía con Pedro. Las
chicas no disimulaban demasiado su interés. Yo siempre me quedaba
pensando en cómo actuarían otras chicas o qué le dirían si yo no estuviera
presente. ¡Ja! «Este es mi número, por si quieres venir a mi casa y tener un
poco de sexo rápido y sucio. Haré todo lo que quieras». Argh.
Esperó hasta que ella se marchó y entonces fue directo al grano.
—Bueno…, volviendo a nuestra conversación de anoche. ¿Te sientes
más receptiva a la idea?
Bebí primero un poco de agua.
—Creo que todavía estoy conmocionada por el hecho de que quieras…
—vacilé.
—No tienes por qué tener miedo a pronunciar las palabras,  Paula
dijo mordaz, sin parecer ya tan feliz conmigo.
—Bien. No me puedo creer que quieras «casarte» conmigo —contesté
marcando el gesto de las comillas y observando cómo se le contraía la
mandíbula.
—¿Por qué te sorprende?
—Es demasiado pronto y apenas hemos empezado a salir juntos, Pedro.
¿No podemos seguir tal y como estamos?
Su gesto se endureció.
—Seguimos estando como estábamos. No sé adónde te crees que
estamos yendo, pero te puedo asegurar que será a un lugar en el que
estaremos juntos —contestó entornando los ojos, que brillaron un poco—.
Todo o nada, Paula, ¿o es que ya lo has olvidado? Anoche dijiste que
querías lo mismo.
Juraría que estaba más que un poco frustrado conmigo.
—No lo he olvidado —susurré, y hojeé la carta que tenía frente a mí.
—Bien.
Él cogió la suya y no dijo nada durante un minuto o dos. La camarera al
final regresó y anotó la comanda de nuestros desayunos de una forma
bastante desagradable, tonteando con Pedro a lo largo de todo el tortuoso
proceso.
Fruncí el ceño en cuanto se giró y se marchó con paso tranquilo.
Pedro continuaba mirándome, sin pestañear, mientras hablaba.
—¿Cuándo vas a entender que no me importan las mujeres como esa
camarera ni cómo intentaba flirtear conmigo mientras tú estás aquí
sentada? Ha sido de muy mal gusto y lo detesto. Cosas así me han pasado
durante toda mi vida adulta y puedo asegurarte con sinceridad que es
terriblemente molesto —dijo mientras alargaba la mano por encima de la
mesa y me cogía la mía—. Yo ahora quiero que solo una mujer flirtee
conmigo, y tú sabes quién es esa mujer.
—Pero ¿cómo puedes estar tan seguro de algo tan importante como el
matrimonio? —pregunté retomando nuestro tema.
Empezó a rozar su pulgar sobre la palma de mi mano, en un gesto que
iba más allá de lo sensual.
—He decidido lo que quiero contigo, nena, y no voy a cambiar de
opinión.
—Lo sabes. Sabes que jamás cambiarás de opinión sobre mí o sobre
querer estar conmigo —pronuncié esas palabras con un tono ligeramente
socarrón, pero eran cuestiones que le planteaba de verdad. Dios, si me lo
estaba proponiendo, entonces yo tenía que escuchar el porqué de las cosas
—. No tengo ningún buen ejemplo en el que inspirarme. El matrimonio de
mis padres era una farsa.
—No cambiaré de opinión,Paula —dijo entornando los ojos, en los que
pude atisbar algo de dolor—. Tú eres todo lo que quiero y necesito. Estoy
seguro de eso. Solo deseo hacerlo oficial ante el mundo de forma que
pueda protegerte de la mejor manera que sé. La gente se casa por mucho
menos. —Bajó la mirada a nuestras manos y volvió a alzarla hacia mí—.
Te quiero.

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