martes, 11 de marzo de 2014

CAPITULO 101



Mi corazón se derritió ante la explosión de intensidad que provenía de él
y me sentí de nuevo una verdadera bruja. Ahí estaba Pedro, desnudando sus
sentimientos, contándome lo mucho que yo significaba para él, y yo se lo
estaba haciendo pasar mal.
—Sé que me quieres, y yo también te quiero. —Asentí y giré la mano
para sostener la suya, sintiendo mis palabras con todo mi corazón—. De
verdad. Nadie más ha sacado eso de mí antes… excepto tú.
—Bien.
Ahora parecía vulnerable, y yo quería consolarle, hacerle ver que me
importaba. Porque era la verdad. Pedro me importaba. Muchísimo. Le
acaricié la palma de la mano con un dedo, rozándole de un lado a otro.
Las últimas veinticuatro horas habían sido una locura y yo solamente
estaba tratando de mantener la calma. Lo que Pedro me proponía me
agobiaba, pero también me hacía sentir amada. Era un buen hombre que
deseaba comprometerse conmigo, y que únicamente pedía lo mismo a
cambio. ¿Por qué tenía tantos problemas para admitirlo? La verdad era
algo que entendía demasiado bien, aunque odiara reconocerlo al haberla
enterrado en lo más profundo de mi cabeza. Estar con Pedro me obligaba a
enfrentarme a mis demonios.
—Me mudaré contigo. ¿Qué tal eso para empezar?
—Es solo eso, un comienzo —contestó de manera seca—. Te expliqué
que en cualquier caso esa parte era innegociable.
—Lo sé. Me dijiste muchas cosas, Pedro —respondí sin poder evitar el
sarcasmo en mi voz, pero le sonreí, sentado frente a mí con toda su belleza
masculina, tan confiado y seguro.
Me devolvió la sonrisa.
—Y cada palabra que he dicho iba en serio.
La camarera apareció con nuestra comida justo en ese momento,
sonriendo e inclinándose sobre la mesa de un modo descarado que hizo que
se me revolvieran las tripas. Los huevos y el beicon que colocó frente a mí
ya no parecían tan apetecibles. Alargué primero la mano hacia la tostada.
No pude evitar volver a entornar los ojos mientras se marchaba
pavoneándose, contoneando las caderas para conseguir el máximo efecto.
Pedro rio con suavidad y me tiró un beso.
—Hablemos un poco más de este plan tuyo cuando volvamos a Londres,
¿vale? Quiero disfrutar de nuestro tiempo aquí juntos el fin de semana, y
olvidar el mensaje de anoche, y pasarlo bien… —Y no pude evitar añadir
con un ligero tono mordaz—: Aunque contemplar cómo se te abalanzan las
mujeres no es que sea pasarlo bien que digamos.
Se rio con más fuerza.
—Bienvenida a mi mundo, nena. Dios, si ayuda a mi causa ponerte
celosa, quizá debería dar un poco más de alas a mis admiradoras —dijo
señalando en dirección a la camarera.
Le miré echando chispas por los ojos.
—Ni se te ocurra, Alfonso —contesté apuntando hacia su entrepierna
—. No ayudará para nada a tu causa ni a conseguir lo que tanto te gusta.
Mordió el último trozo de beicon e ignoró mi amenaza, al tiempo que
me abrumaba con ojos sensuales y pausados.
—Me gusta mucho tu yo celoso. Me pone cachondo —dijo en voz baja.
¿Qué no te pone cachondo? Sentí cómo el hormigueo de la excitación se
agitaba en mi interior mientras me escudriñaba con la mirada. Pedro podía
excitarme con el más mínimo gesto. Noté cómo se le contraían los
músculos bajo la camisa, y quería arrancársela y proceder a lamerle su
precioso y esculpido torso, para después bajar hacia su abdomen y a esa V
que culminaba en su grandiosa…
—¿En qué estás pensando ahora? —me preguntó arqueando la ceja, e
interrumpiendo mis perversas fantasías.
—En cómo me gusta salir a correr contigo —contrarresté, orgullosa de
mi concisa réplica cuando me cazó comiéndomelo con los ojos sin ningún
tipo de vergüenza, peor de lo que había hecho la pelirroja que nos había
servido el desayuno.
—Ya —dijo totalmente escéptico—. Yo creo que estabas soñando con
desnudarme y echar un polvo.
Estaba horrorizada y me quedé mirando mi comida, mientras me
preguntaba por qué estaba tan sexual esos días. Mis hormonas debían de
estar alteradas otra vez. Por-su-culpa.
—Hablando de sueños… —Pensé que ese era un buen momento para
cambiar de tema y dejé que mi comentario flotara en el aire un instante
entre los dos.
Sus ojos se oscurecieron y frunció el ceño.
—Sí, tuve otra pesadilla. Lo siento mucho por molestarte mientras
dormías. De verdad. No sé por qué he empezado a tenerlas otra vez después
de todo este tiempo.
—Quiero saber de qué tratan esos sueños, Pedro.
Se hizo el distraído y cambió otra vez de conversación.
—Pero tienes razón, nena, no debería haber sacado el tema de vamos-a-
casarnos de forma tan repentina. No estuvo bien soltarte eso en mitad de la
noche, a pesar de que sigo convencido de que es nuestra mejor opción.
Podemos hablar más sobre ello cuando volvamos a la ciudad y te hayas
mudado a mi piso. Ya te dije que el suceso de la otra noche en la Galería
Nacional me hizo enloquecer —continuó moviendo la cabeza lentamente
—. Cuando no podía encontrarte…, fue lo peor Paula. No puedo pasar por
eso otra vez. Mi corazón no puede soportarlo.
Le miré fijamente, frustrada de que estuviera cerrándose en banda una
vez más, y endurecí mi postura.
—¿Por qué no quieres hablarme de tus pesadillas? Mi corazón no puede
soportar eso.
Bajó la mirada y después la alzó, implorándome con los ojos.
—Cuando volvamos a casa. Te lo prometo —dijo jugando con mi mano,
acariciando mis nudillos con mucha delicadeza—. Pasémoslo bien juntos
este fin de semana como tú quieres, sin sacar a colación nada desagradable.
¿Por favor?
¿Cómo podía negarme? Su mirada aterrorizada me era suficiente para
darle una tregua. Unos pocos días más sin saberlo no importaban. No
obstante, sí sabía algo, que cualesquiera que fuesen los hechos que había
sufrido Pedro, habían sido terribles de verdad, y me producía pánico
siquiera imaginarlos. Dijo que eran de su época en la guerra, y recordé las
palabras que Pablo me dirigió una vez: «Él es un milagro andante, Paula».
Sí, es un buen milagro. Mi milagro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario