sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO 114



Parecía que apenas hubiera pasado algo de tiempo, pero me encontré
llegando a la costa rocosa que habíamos recorrido esa mañana y supe que
había transcurrido un buen rato. Cuanto más lejos corría, más culpable me
sentiría por marcharme sin decir una palabra. Pedro estaría muy dolido.
¿Dolido? ¡Va a estar cabreadísimo! Iba a arder Troya. Me preguntaba si ya
sabría que me había marchado. Cerré los ojos ante la idea de él al darse
cuenta de que no estaba y supe que tenía que ponerme en contacto. Recordé
algo que me había dicho hacía mucho tiempo. Fue cuando me pidió que
eligiese una palabra de seguridad. Pedro me dijo que era para cuando
necesitara mi espacio y que lo respetaría. Había mantenido su promesa la
otra vez que la utilicé.
Pedro era sincero conmigo. Estaba segura de que mantendría su palabra,
así que le mandé el mensaje, puse el móvil en silencio y seguí corriendo.
No sé lo que esperaba conseguir, pero el esfuerzo físico me ayudaba. Tenía
que quemar la adrenalina de alguna forma, y esto era algo que al menos
podía controlar.
Acabé al final del muelle, justo en la cafetería El Ave Marina, donde
habíamos comido hacía solo unas horas. Qué rápido pueden cambiar las
cosas en un solo día.
Pedro me había insistido: «Recuerda lo que te he dicho, Paula». Lo
había repetido varias veces. Quería que supiera que me amaba. Así era
Pedro, siempre tranquilizándome cuando me volvía irracional. Pero esto…
Esto era demasiado, y no quería enfrentarme a ello. No quería enfrentarme
a la verdad…, pero sabía que tenía que hacerlo. Correr como una loca por
ahí en un pueblo costero no iba a ayudar en absoluto.
Cálmate, Chaves.
Bien, eso me dio fuerzas para empujar las puertas de la cafetería.
Caminé hasta la primera empleada que encontré y le dije que había
desayunado allí esa mañana y que creía que me podía haber dejado las
gafas en el baño. Me permitió pasar y allí que entré.
Me saqué el test del bolsillo e hice lo que tenía que hacer, muy enfadada
conmigo misma por estar en un baño público en vez de en casa con Pedro
esperándome. Apoyándome. Sus últimas palabras fueron muy
contundentes: «No lo olvides». Me aseguró a su manera que estaba ahí para
lo que necesitara. Soy tan estúpida.

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