sábado, 15 de marzo de 2014

CAPITULO 115





Intenté aguantarme las ganas que tenía de llorar y ni siquiera miré el
resultado. Cerré el test de embarazo y me lo metí de nuevo en el bolsillo de
los vaqueros, me lavé las manos y me fui. Nunca me había sentido tan
débil, patética y perdida. Bueno, sí que lo has hecho. Hace siete años fue
mucho peor.
El calor del sol empezaba a decaer al final de la tarde y se había
levantado viento, pero no tenía frío. No. Estaba sudando mientras seguía el
camino de vuelta por el que Pedro me había llevado esa mañana. Sabía
adónde quería ir. Podía sentarme allí y pensar un rato… y luego… Luego
¿qué? ¿Qué iba a hacer después?
El camino del bosque no tenía tanta luz como esta mañana y era evidente
que había perdido algo de su aspecto de cuento de hadas, pero seguí
adelante hasta mi destino y apenas me di cuenta. El pestillo de la puerta de
hierro se abrió igual que lo había hecho unas horas antes y emitió un fuerte
sonido metálico detrás de mí en cuanto entré. Corrí por el largo camino de
grava, levantando piedrecitas por detrás de mí al abrirme paso. Me
apresuré; de alguna forma necesitaba verla otra vez. Suspiré aliviada
cuando apareció la estatua del ángel sirena. Sí, aún estaba allí. Me reprendí
a mí misma por pensar que sería de otra manera. Era real y no un producto
de mi imaginación. Se te va la cabeza.
Me senté allí mismo, a los pies de la estatua, y sentí mi corazón palpitar.
Latía con tanta fuerza que estoy segura de que hasta movía la piel que lo
cubría. No estaba vestida para correr, pero al menos los zapatos que
llevaba valían.
Me quedé allí sentada durante mucho, mucho tiempo.
El mar parecía más oscuro y más azul que por la mañana. El viento era
más intenso y había un rastro de lluvia en la brisa. El olor me gustaba: a
tierra, agua y aire, todo mezclado. Olor a vida.
Vida.
¿Había una pequeña vida creciendo dentro de mí? Todo el mundo
parecía creerlo. La idea de ellos tres hablando sobre mí como si fuera una
especie de rata de laboratorio aún me enfurecía. Secretos otra vez. Pedro
sabía que no quería secretos. Simplemente no puedo soportarlos y dudo
que nunca sea capaz de hacerlo. Cuando soy la última en enterarme de las
cosas, aunque sean insignificantes, me recuerda al momento en que vi por
primera vez ese vídeo mío en la mesa de billar siendo… ultrajada como si
fuera basura. Despreciable. Feo. Feísimo.
Es mi trauma. Mi cruz. Espero que llegue el día en que pueda cerrar la
tapa de esa caja de Pandora y mantenerla cerrada, pero eso todavía no ha
sucedido. Desde que conocí a Pedro la tapa se ha soltado varias veces.
Pero no es culpa suya. Eso lo sé. Es mía. Yo he tomado decisiones igual
que el resto del mundo. Tengo que vivir con ellas. El viejo dicho «cosechas
lo que siembras», de hecho, tiene mucho sentido.
Aún no estaba preparada para mirar la prueba de embarazo, simplemente
no podía. Supongo que eso significaba que era débil, pero nunca he dicho
que fuera muy fuerte emocionalmente. Ese es el trabajo de la doctora
Roswell y le he dado a la pobre mujer muchísimas cosas en las que trabajar
en los últimos años. Haría su agosto con esta noticia. Necesitaría un tercer
empleo solo para pagar la terapia adicional.
Volviendo a lo que podría pasar. Embarazada. Un bebé. Un niño. Un hijo
de Pedro. Nosotros dos padres… Estoy bastante segura de que cuando
Pedro sugirió que deberíamos casarnos no tenía en mente convertirse en
padre. Aunque sería un padre maravilloso. Lo había visto con Delfina y los
chicos. Era bueno con ellos. Un poco gamberro pero con sentido común.
Sería el tipo de padre que tenía yo.
El mejor. Si eso era algo que él quería ser alguna vez. Y estaba
aterrorizada porque no sabía la respuesta a esa pregunta.
Imaginarme a Pedro en el papel de padre es lo que me rompió. Las
lágrimas brotaron entonces, no podía aguantarlas ni un segundo más.
Estaba llorando en mitad del césped de un hermoso palacete de piedra
situado en la costa de Somerset, a los pies de una sirena alada que miraba
al mar. Lloré hasta que no me quedaron más lágrimas y era hora de saltar a
la siguiente etapa de este duelo. Ya había pasado por la negación y la ira.
¿Qué era lo siguiente? ¿Negociación? Pedro tendría algo que decir al
respecto. Me volví a sentir culpable por haberle dejado en casa. Seguro que
me odiaba…
Para mi sorpresa el ataque de llanto ayudó porque me sentí un poco
mejor. Aunque con muchísima sed.
Necesitaba agua y me imaginé que la deshidratación era la culpable.
Tanto vomitar y correr es lo que tiene. Miré alrededor en busca de un grifo
y localicé uno. Caminé hasta él y giré la manivela para dejar correr el agua
un poco antes de poner la mano y llevármela a la boca. Sabía tan bien que
bebí sin parar hasta que estuve satisfecha. También hice lo que pude con
mi cara, intentando secarme las lágrimas, limpiarme los mocos y acabar
con el terrible aspecto que tenía en ese momento.
Volví a mi sitio bajo el ángel sirena y miré el mar otro rato. La brisa me
refrescó la cara mojada hasta que se secó al viento.
Ya es hora de mirar.
Hora de mirar y ver lo que me deparaba el destino. Nunca voy a estar
preparada, decidí. Cuando me metí la mano en el bolsillo para coger la
prueba de embarazo, sentí que otra oleada de náuseas se apoderaba de mí y
me pregunté cómo era posible vomitar así.
Por lo visto, ni el agua era bienvenida en mi estómago, así que me limité
a arrodillarme sobre las rocas y a soportar de nuevo las arcadas mientras
toda esa agradable y refrescante agua volvía a salir.

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