martes, 18 de marzo de 2014

CAPITULO 124




La preciosa pluma color turquesa de la doctora Roswell emitía el sonido
más maravilloso del mundo sobre su cuaderno a medida que tomaba notas.
—La universidad no puede cambiar el programa por mí. Tendré que
hacer las prácticas de restauración en algún momento. Pero aceptaron
darme permiso para faltar a Rothvale y han aprobado mi sustitución en
algunos trabajos de investigación.
—¿Y cómo te sientes con respecto a eso? —Sabía que iba a
preguntármelo.
—Humm… Estoy decepcionada, por supuesto, pero no tenía elección. —
Me encogí de hombros—. Es raro, pero aunque esté muerta de miedo por
tener este bebé, me da más miedo hacer algo que pueda dañar a mi hijo.
La doctora Roswell me sonrió.
—Vas a ser una madre maravillosa, Paula.
Bueno, eso aún está por ver.
—No tengo ni idea de cómo ser madre ni de cómo he llegado a esta
situación. —Alcé las manos—. Ni siquiera reconozco mi vida comparada
con cómo era hace dos meses. No sé si seré capaz de conseguir el trabajo
para el que me he preparado todos estos años. Hay muchas cosas que no sé.
—Eso es muy cierto. Pero te aseguro que es así para todo el mundo, en
cualquier parte.
Reflexioné acerca de esa afirmación tan sabia y elocuente. Esa mujer
podía decir tanto con tan poco… ¿Cómo podríamos cualquiera de nosotros
predecir el futuro o saber en qué vamos a acabar trabajando? Es imposible
saberlo.
—Sí, supongo —dije al final.
—¿Y qué pasa con Pedro? No has hablado mucho acerca de lo que él
quiere.
Pensé en él y en lo que podría estar haciendo en ese preciso instante.
Trabajar duro para mantener a salvo a todas esas celebridades en las
Olimpiadas, dando órdenes en las reuniones, más órdenes en las
videoconferencias y estresándose. Me preocupaba por él pero nunca se lo
diría. Simplemente se centraba en sus cosas sin quejarse. Pero sus
pesadillas siguen ahí, ¿sí o no?
—Oh, Pedro es muy práctico con todo esto. Me ha mostrado su apoyo
desde el primer momento. No parecía asustado ni atrapado ni… nada por el
estilo. Sinceramente, esperaba que lo hiciese. No nos conocemos desde
hace mucho, y la mayoría de los hombres saldrían huyendo en dirección
contraria al tener que enfrentarse a un embarazo no planeado, pero él no.
—Negué con la cabeza—. Él insistió en que no rompiésemos. Me dijo que
no podría hacerlo. Que el bebé y yo somos su prioridad ahora.
Me sonrió de nuevo.
—Parece que está encantado y eso debe darte cierta seguridad.
—Desde luego. Quiere que nos casemos tan pronto como podamos
organizarlo cuando terminen las Olimpiadas. Quiere que hagamos público
el compromiso. —Me miré el regazo—. Yo he estado posponiendo esa
parte y eso no le hace mucha gracia.
Anotó algo e hizo la siguiente pregunta sin levantar la mirada:
—¿Por qué crees que eres reticente a anunciarlo públicamente?
—Oh, Dios…, no lo sé… La única manera que se me ocurre para
describirlo es como una sensación de impotencia, una falta de control en
mi vida. Es como si me llevase la corriente. No estoy luchando por
mantenerme a flote o en peligro de ahogarme, pero no puedo salir de ella.
La corriente me arrastra y me lleva a lugares a los que nunca creí que
llegaría. —Comencé a emocionarme un poco y deseé no haberle dicho
nada, pero era demasiado tarde. Las verdades empezaron a brotar de mi
interior—. No hay marcha atrás. Tan solo puedo seguir adelante, me guste
o no.
—¿Quieres abandonar? —La doctora Roswell me ofrecía opciones, tal y
como supe que haría—. Porque no tienes por qué tener el bebé, o
prometerte, o casarte, o cualquiera de esas cosas. Lo sabes, Paula.
Sacudí la cabeza y miré hacia mi barriga. Pensé en lo que habíamos
creado y me sentí culpable por haber confesado en voz alta mis
preocupaciones.
—No quiero abandonar. Amo a Pedro. Él me dice que me quiere todo el
tiempo. Y lo necesito… ahora.
Paula, ¿te das cuenta de lo que acabas de decir?
Me encontré con su mirada sonriente y supe que iba a soltar el resto.
—Necesito a Pedro. Le necesito para todo. Le necesito para poder ser
feliz y para que sea el padre de este bebé que hemos concebido, y para
quererme y cuidarme…
Mi voz se fue apagando hasta convertirse en un sollozo que sonó tan
patético que me odié en ese instante. La doctora Roswell habló con
suavidad.
—Da mucho miedo, ¿verdad?
Las lágrimas empezaron a caer y cogí un pañuelo.
—Sí. —Sollocé. Tuve que tomarme un segundo para seguir hablando—.
Le necesito tanto…, y eso me hace totalmente vulnerable… ¿Y qué haré si
algún día decide que ya no me desea?
—A eso se le llama confianza, Paula, y es de lejos lo más difícil de
conseguir.
Tenía razón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario