sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 138



La luna veraniega se reflejaba en la superficie del agua y pensé en Miguel
muriendo ahí. No era inspector de homicidios, pero se me pasaban algunas
ideas por la cabeza. Ni se me ocurría decirlas en voz alta. Si lo hacía,
entonces condenaba a mi chica a un destino similar. No tomaría ese
camino. 
—Eh, hermano.
—¿Vigilando bien el fuerte? —contesté al brusco saludo de Pablo.
—Las cosas están tan caóticas como siempre, así que no tienes nada de
que preocuparte. Todo como siempre, Pepe.
—Cierto. Y además confío en ti. Dile a esos gilipollas que te lo he dicho,
por favor.
—Será un placer, jefe, pero deberías saber que todos los clientes han
sido muy comprensivos. La mayoría de ellos son humanos.
Di una calada profunda, inhalé el aroma a especias y dejé que ardiese al
máximo. Pablo me esperó pacientemente. Nada parecía apremiarle nunca.
Es el tipo más frío que he conocido.
—Cosas como estas reorganizan las prioridades de uno bastante rápido,
¿sabes?
—Sí, apuesto a que sí. ¿Cómo lo está llevando Paula?
—Ella… está haciendo todo lo que puede por mantenerse fuerte, pero le
está costando. No he podido mencionarle aún la posibilidad de que haya
sido un asesinato, y no estoy seguro de que vayamos a tener alguna vez esa
conversación. Parece que fue un ataque al corazón mientras nadaba, y
desde luego podría haberlo sido, pero quiero ver el informe de la autopsia.
—Suspiré—. Ya sabes lo que puede tardar. Los institutos forenses en
Estados Unidos están tan jodidos como en Inglaterra.
—¿Alguna pista en la casa?
—Aún no. Al ser abogado especializado en testamentos, bienes,
fideicomisos, etcétera, todo estaba en regla, como era de imaginar, pero
está todo demasiado bien atado. Como si supiese que su muerte estaba
cerca. Y bien podría haber sido un ataque al corazón. Paula sabía que
tomaba medicación para la tensión y le preocupaba. Nunca lo dirías. Era un
tipo en forma.
—Mmmm. La única gente que se beneficiaría de su muerte serían los de
la campaña del senador Pieres.
—Lo sé. Lo odio, pero lo sé. Todo va a ir a parar a Paula; la casa, los
coches, las inversiones. No hay sorpresas, pero me pregunto si Miguel dejó
algo que incriminara a Pieres.
—¿Como una declaración en una cinta de vídeo?
—Sí…, exacto. Tal vez lo sepamos mañana. Tenemos una reunión con
su socio a primera hora para solucionar lo del fideicomiso, después el
funeral y la misa. Va a ser un día muy largo.
—¿Cuándo regresas?
—Si podemos dejarlo todo arreglado, en el vuelo de mañana por la
noche. Quiero a Paula lejos de aquí. Me pone muy nervioso. Estoy fuera
de mí.
—Ya. Transmítele nuestras condolencias, por favor. Llámame si me
necesitas. Estoy aquí.
—Gracias…, te veo en veinticuatro horas.
Terminé la llamada, me encendí un segundo cigarro y contemplé cómo
el humo se elevaba en mitad de la tranquila noche. Fumé y pensé,
permitiendo que mi mente volviera a un lugar en el que no había estado
desde hacía tiempo. Me aterraba, y por una razón lógica.
Ahogarse es una manera horrible de morir. Bueno, si estás consciente.
Esto era algo que sabía por experiencia. La heladora y desesperada
sensación cuando el agua te invade la nariz y la boca. Los intentos
imposibles por mantener la calma y aguantar la respiración, cada vez
menor. El dolor de los pulmones faltos de oxígeno.
Creo que los afganos experimentaron conmigo para ver de qué iba todo
eso de la tortura del submarino. No era su método favorito, eso seguro.
Colgarme de los brazos y despellejarme la espalda era el preferido. Eso y
privarme del sueño durante lo que parecían semanas. La mente hace cosas
raras si no la dejas descansar.
Miré a las estrellas y pensé en ella. Mi madre. Era un ángel y estaba ahí
arriba, en algún lugar. Lo sabía. La espiritualidad es algo muy personal y
no necesitaba confirmación de lo que yo creía porque sabía lo que era
cierto en mi corazón. Ella estaba allí arriba observándome de algún modo y
estaba conmigo cuando me despellejaban la…
No. No iré a ese jodido horror ahora. Más tarde…
Me levanté rápido y apagué mi segundo cigarrillo. Me guardé el resto
del paquete nuevo y entré en la bonita y moderna casa americana de mi
suegro. Nunca volvería a hablar con él, pero, irónicamente, una de las
conversaciones más importantes que he tenido nunca, al compararla con
todas las que he mantenido a lo largo de mi vida, fue con él. Un correo
electrónico con una petición de ayuda… Y una fotografía.
Cuando regresé a meterme en la cama con Paula, recé. Lo hice. Recé por que Miguel Chaves estuviese inconsciente cuando dejó este mundo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario