sábado, 22 de marzo de 2014

CAPITULO 137



Me senté y contemplé a Paula. Dormía. En una confortable cama de
invitados, en la moderna casa de su padre, en un bonito barrio de las
afueras de San Francisco, mi chica dormía. Estaba destrozada, pero por
ahora descansaba. En este momento se liberaba un poco de la pena.
No podía apartarla de mi vigilancia más de dos horas, así que dejar
Londres e ir a Estados Unidos sin mí para asistir al funeral de su padre ni
siquiera era una opción. ¿Qué ocurriría si intentaban retenerla en suelo
americano? No, no podía arriesgarme. Este era un trabajo de día a día y de
hora tras hora. Mantener a Paula a salvo era mi gran prioridad ahora, a la
mierda las Olimpiadas. Pablo estaba de vuelta en Londres y me había
relevado en el mando, y entre él y Francisca tendrían todo bajo control. No
estaba muy preocupado por mi trabajo. No, mis preocupaciones eran más
grandes e infinitamente más aterradoras.
Esperaba esclarecer en este viaje lo que le había ocurrido a Miguel, pero no
albergaba muchas esperanzas. De todas formas, no pensaba quedarme sin
pelear. Podían intentar llevársela, pero tendrían que pasar por encima de
mi cadáver.
La señora shultz quiso que nos quedásemos con ella en la casa que
compartía con su marido, el silencioso Gerardo, pero Paula no quiso oír
hablar de ello. Dijo que quería estar en casa de su padre, con las cosas de
él, en el lugar en el que le había visto por última vez hablando por Skype
con nosotros. Agradecía que la última ocasión en la que conversaron fuese
un momento feliz. No dejaba de repetírmelo.
—Papá se alegraba mucho por nosotros, lo sabía todo y se sentía feliz.
—Sí que lo estaba, cariño. . . —susurré sobre su cuerpo acurrucado. Mi
bella durmiente tenía el pelo enredado en la almohada y la sábana echada
hasta la garganta como si buscara alivio en el peso de la tela sobre su
cuerpo. Aún estaba conmocionada y apenas comía. Temía por su salud y la
de nuestro bebé. Me daba miedo que esto nos cambiase. Que cambiase sus
sentimientos hacia mí. Que se hundiera.
Era muy consciente de su pasado y ese conocimiento calaba hondo en
mí. Mi chica sufrió una depresión. Incluso había intentado suicidarse en un
momento muy trágico de su vida. Ya lo he dicho. Y tampoco me hacía
nada bien saberlo. Sí, fue hace mucho tiempo y ahora estaba recuperada y
era sensata…, pero nada garantizaba que no regresase a esos
comportamientos autodestructivos otra vez o que me mandara a la mierda
y me dejara para siempre cuando todo se hiciese demasiado grande como
para enfrentarse a ello.
Respiré profundo y miré el espejo de las puertas del armario para
observar mi reflejo. ¿A quién cojones estaba engañando? Paula no estaba
sola. La depresión era una dura compañera y tanto ella como yo ya
estábamos familiarizados con ella desde hacía tiempo.
Resistí el ansia de tocarla. Ella necesitaba descansar y yo necesitaba un
cigarro. Miré la hora en el reloj de la mesilla y me levanté con cuidado. Me
puse unos pantalones de deporte y una camiseta y me dirigí al exterior para
sentarme junto a la piscina a darle a la nicotina. También quería llamar a
Pablo.
Miré el agua oscura mientras llamaba. La misma agua oscura donde
Miguel Chaves había pasado los últimos momentos de su vida.
Dejé la puerta entreabierta para poder oír a Paula en caso de que me
necesitase. Había empezado a tener pesadillas de nuevo y, como estaba
embarazada, los medicamentos no eran una buena opción. Suponían
demasiado riesgo para el desarrollo del bebé. Se habría negado a tomarlas
de todos modos. Así que sufría. Y yo me preocupaba.

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