lunes, 24 de marzo de 2014

CAPITULO 144





—Así que Pedro te ha encomendado hoy tareas de seguridad, ¿eh? —le
pregunté a Horacio mientras comía una ensalada de pollo rica de verdad.
Tenía que acordarme de las pasas y el eneldo la próxima vez que la hiciera.
Mi apetito estaba mejorando ligeramente, pero no sabía si se debía al
embarazo o a que estaba aceptando la muerte de mi padre. En cualquier
caso, ahora podía mirar la comida sin que me entraran ganas de girar la
cabeza para no tener que vomitar.
—No sé nada de eso, querida. Quería llevar a mi futura nuera a comer,
eso es todo —explicó encogiéndose de hombros, con un brillo en sus ojos
marrones—, y Pedro me dijo que Leo estaría fuera hoy.
—¡Ja! Eso pensé. —Me reí—. A estas alturas conozco sus tácticas,
Horacio. Pedro no afloja su protección fácilmente o sin muy buenas
razones —añadí mientras le daba un sorbo al zumo—. Sé que es muy
protector y que lo hace porque me quiere.
—Lo conoces muy bien. De hecho, diría que tú has transformado a mi
hijo en la persona en la que yo había esperado que se convirtiera algún día
y a la que temía que jamás vería —dijo Horacio sonriéndome con mucha
dulzura y sin juzgarme en absoluto.
—¿Por la guerra? —pregunté—. Sé que algo malo le pasó en el ejército,
pero no sé el qué. No es capaz de compartirlo conmigo… todavía.
Horacio me dio golpecitos en la mano con delicadeza.
—Bueno, en eso ya somos dos. Yo tampoco sé qué le hicieron. Solo sé
que volvió a casa con un brillo atormentado en su mirada y una dureza que
antes no estaba presente. Pero lo que sí sé es que ahora que te ha
encontrado se parece más al Pedro de cuando era más joven. Tú le has
hecho volver a ser el que era, Paula. Puedo ver cómo te mira y cómo se
ayudán mutuamente.—Le dio un sorbo a su cerveza—. En resumen, has
hecho muy feliz a un anciano y le has quitado un gran peso de encima.
—Yo me siento con él de forma parecida en muchos sentidos. En
realidad Pedro me ha salvado de mí misma.
Horacio me escuchó con atención y señaló mi tripa.
—Ya comprobarás que nunca dejas de preocuparte por tus hijos,
independientemente de lo mayores que se hagan.
—He oído decir eso mucho —dije suspirando profundamente—. Ya me
preocupo ahora… por él o ella. —Me toqué la barriga—. Si algo me
pasara…, bueno, entonces… ya me hago una idea de cómo funciona.
—No te va a pasar nada, querida. Pedro no lo permitirá y yo tampoco.
En las próximas semanas estarás sumamente ocupada y tu agenda estará
llena de planes y compromisos, pero pronto las cosas se tranquilizarán y
los dos estaran desentrañando la vida de casados y yo esperando la llegada
de mi cuarto nieto.
Me sonrió y yo le devolví la sonrisa de todo corazón. En realidad el
padre de Pedro estaba empezando a importarme. Sería un abuelo adorable
para nuestro bebé, y me hacía sentir bien saber que apoyaba a nuestra
pequeña familia. Para muchos resultaba algo insignificante, pero para mí
era enorme. Horacio me estaba dando algo que mi propia madre no podía
o no quería darme: su simple bendición y sus mejores deseos para la nueva
familia que empezaba.
Estábamos a punto de salir del restaurante cuando divisé a Bruno entrando
de golpe, con aspecto un tanto agobiado para ser aquel chico tranquilo que
recordaba del instituto.
—¡Paula! Jesús, siento mucho llegar tarde. Recibí tu mensaje, pero
luego me entretuve una y otra vez —dijo sosteniendo en alto las manos—.
Me entretuve con trabajo de la empresa —añadió mientras se acercaba para
abrazarme y me besaba en la mejilla con cariño.
—Bruno, este es mi… suegro, Horacio Alfonso. Horacio, Bruno
Westman, un viejo amigo de mi ciudad natal. Solíamos competir en
atletismo en los viejos tiempos.
Estrecharon las manos y los tres hablamos un rato. Bruno parecía
frustrado por haberse perdido nuestra comida y no haber «reconectado»,
como él había dicho. Yo no estaba tan segura de si Pedro podría tolerar un
contacto de cualquier tipo entre Bruno y yo. Sinceramente, yo también
podría vivir sin eso. No tenía nada en contra de una vieja amistad, pero en
este caso existían bastantes emociones añadidas y eso lo hacía un pelín
más incómodo para mí.
—Jesi me matará por haber venido hasta Londres y no haber sacado
tiempo para ponernos un poco al día —dijo antes de girarse hacia Horacio
—, y lamento haberme perdido la oportunidad de obtener sus valiosos
consejos turísticos, señor Alfonso.
—Si estás interesado en la historia de Hendrix y sus rincones, puedo
contarte lo que conozco. He llevado a cientos de turistas durante más de
veinticinco años por esta ciudad. Creo que los he visto todos.—Horacio le
dio a Bruno su tarjeta—. Mándame un correo electrónico y te enviaré lo que
tengo. Imagino que querrás ir al hotel Samarkand, en el 21/22 de
Lansdowne Crescent, Chelsea.
—Por supuesto, así es —dijo Bruno y cogió la tarjeta de Horacio y se la
guardó en el bolsillo—. Gracias por todos los consejos que puedas darme.
No tengo mucho tiempo y quiero aprovecharlo bien. —Se giró hacia mí—.
Bueno…, ¿hay alguna posibilidad de que podamos quedar otra vez?
Imagino que ahora tendrás cosas que hacer, ¿no?
—Sí, tengo una sesión de fotos en poco más de una hora y necesito
tiempo para prepararme —dije pensando un momento—. Bueno, tú vas a
asistir a los Juegos, ¿no? Pedro tiene entradas para todo lo que te puedas
imaginar. ¿Por qué no nos organizamos para vernos en una de las pruebas
de atletismo, como las carreras de obstáculos o los cien metros? La verdad
es que me está apeteciendo mucho ver alguna competición.
—Perfecto —dijo—. Estaremos en contacto entonces.
Bruno me abrazó de nuevo y nos separamos.
Horacio estaba callado en el coche mientras me llevaba a la sesión de
fotos. Parecía estar pensando, y yo me preguntaba: ¿qué pensará sobre lo
de posar desnuda? ¿Qué le habrá contado Pedro al respecto? ¿Habrá visto
alguna de mis fotos? Supongo que yo no lo sabría si no se lo preguntaba,
pero eso era algo sobre lo que no me gustaba hablar con nadie. Mi faceta
de modelo era personal y no estaba abierta a la negociación.
En lo que pareció un abrir y cerrar de ojos, Horacio paró junto a la
dirección en Notting Hill y esperó a que yo entrara en la elegante casa
blanca en la que transcurriría mi sesión de fotos. Me despedí con la mano
mientras entraba y acto seguido me fui a trabajar, centrando toda mi
atención suavemente en aquello para lo que me habían contratado.

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