martes, 25 de marzo de 2014

CAPITULO 146


Mi móvil dejó de sonar justo cuando salía del vestidor. Por el tono del
teléfono me di cuenta de que era Eliana llamándome desde el trabajo, así
que dejé que saltara el buzón de voz sin escuchar el mensaje. En su lugar le
escribí rápido: «No puedo hablar… Estoy en sesión fotos. Te llamo
después. Bs».
Puse el móvil en silencio pero lo dejé encendido como me había dicho
Pedro (por algo sobre la aplicación del GPS que él había activado), me lo
metí en el bolsillo de la bata y me olvidé de él. Tenía trabajo que hacer y
debía concentrarme.
Las extensiones de pelo me hacían cosquillas en la espalda y el suelo
sobre el que estaba sentada se encontraba muy frío. Hoy no llevaba puesto
el tanga de hilo, pero sí unas preciosas medias negras con lazos rosas
alrededor de la parte superior de los muslos.
Simon, mi fotógrafo durante esta sesión, vestía de una forma poco
convencional —sus vaqueros azul eléctrico ajustados, combinados con una
camisa verde limón y unos botines blancos de charol, casi me hacían
necesitar algo para proteger mi retina —y me obligaba a probar unas poses
que jamás había intentado antes. Solo podía temblar ante lo que diría Pedro
cuando echara un vistazo a las pruebas.
Las odiaría nada más verlas y después trataría de comprar las imágenes
para que nadie más pudiera tenerlas.
Sentía ráfagas de adrenalina: saber que estaba haciendo algo un poco
extraño que me inspiraba miedo. Me gustaba ponerme a prueba y quería
que esas fotos salieran bien, ofrecer al artista el servicio más profesional
que pudiera.
Daba la espalda a la cámara, con las piernas bien abiertas, las rodillas
ligeramente flexionadas, los pies sobre el suelo, las palmas de las manos
agarradas a la parte interior de las pantorrillas para mantener las piernas
separadas. Se suponía que debían ser fotos provocadoras, pero cualquiera
que pasara frente a mí ahora mismo vería mis partes femeninas exhibidas
en plan porno. Definitivamente, Pedro no aprobaría esto. Pero no me
preocupaba. Aquí había reglas y todo el mundo las seguía… o no te volvían
a llamar para otro trabajo.
Las puntas de las extensiones llegaban casi al suelo, tapándome de hecho
el culo, lo cual era algo bueno, ya que no quería que se me viera en las
fotos.
Se lo dije a Simon y él se rio de mí.
—Paula, cariño, si alguien tiene un culo elegante, esa eres tú.
—Bueno, gracias, Simon, pero no, gracias, ya has entendido la idea.
Nada de sonrisa vertical esta vez, por favor.
—Prometido, todo lo que se verá será una insinuación de tus curvas y tus
largas piernas esculpidas. Estás absolutamente radiante, amor. ¿Vitaminas
nuevas? —preguntó distraído mientras disparaba la cámara.
—Bueno, en realidad sí.
—Oh, compártelas conmigo, por favor —dijo—. Necesito cualquier
secreto de belleza que tengas.
Se me escapó una carcajada.
—No creo que quieras lo que estoy tomando, Simon…, a no ser que
desees tener pecho.
—Ay, querida, por favor, dime que no te vas a poner implantes. ¡Tus
tetas son perfectas como están!
Me reí de cara a las cortinas que tenía frente a mí, deseando poder ver su
rostro.
—Ejem…, no, no me voy a poner implantes. Van a crecer de forma
natural.
—¿Eh? ¿Qué tratamiento es ese?
Podía asegurar que estaba completamente desorientado sobre el lugar al
que quería llegar. Gay o no, Simon era un hombre, y ellos la mayoría de las
veces simplemente no entienden las sutilezas en estos asuntos. Supongo
que tiene algo que ver con tener pene.
—El tipo de tratamiento en el que al final tienes un bebé.
Sonreí y deseé más que nunca poder ver ahora su cara.
—¡Oh, Dios mío! Te han hecho un bombo, ¿no?
—Esa debe de ser una de las expresiones más desagradables que se le ha
ocurrido a los británicos, pero sí.
—Felicidades, cariño. Espero que sean buenas noticias.
—Lo son.
Me quedé callada un minuto, pensando en todo lo que había cambiado
mi vida en tan poco tiempo, mientras luchaba contra las emociones que
parecían cocerse a fuego lento bajo la superficie estos días. Tal vez podía
culpar a las hormonas que bullían en mi interior, pero en cualquier caso era
una lucha diaria que debía mantener.
Simon seguía haciendo fotografías, dirigiéndome con sutiles cambios de
postura y después de iluminación, dándome conversación, fiel a su estilo.
Hablaba sin cesar mientras trabajaba.
—Entonces ¿te vas a casar con tu novio?
—Sí, el 24 de agosto es nuestro gran día. Lo celebraremos en el campo,
en la mansión Somerset de su hermana.
—Suena muy pijo —dijo Simon mientras pensaba otra posición—.
¿Puedes inclinar la cabeza hacia atrás y mirarme?
—Sí…, eso también —contesté fríamente—. ¿Quieres venir, Simon?
—Cariño, ¡pensaba que no me lo preguntarías nunca! Es la excusa
perfecta para un traje nuevo —masculló, cambiando bruscamente de tema;
pasó a hablar sobre seda italiana y algo sobre un traje verde que había visto
en una tienda de Milán que sería perfecto para una boda campestre.
Pensé en mi padre y en que él no podría llevar un traje nuevo para mi
boda. No estaría ahí para llevarme al altar. No tenía a nadie que hiciera eso
ahora por mí. Tampoco se lo pediría a Gerardo. Mi madre ya lo había
intentado, pero de ninguna manera. Iría por el pasillo de la iglesia yo sola,
no con él. No tenía nada contra Gerardo, pero él no era mi padre en ningún
sentido de la palabra. Era el marido de mi madre y nada más.
Una oleada de tristeza me sobrevino de repente e hice todo lo posible
por esconderla, pero mi postura debió de mostrar signos de fatiga ya que
Simon me preguntó: «¿Necesitas un descanso, corazón?».
Asentí, pero no podía hablar. Todo lo que pude hacer fue tragar saliva.
En ocasiones, cuando una persona muestra algo de ternura y tú estás en
un estado vulnerable, todo sale a borbotones sin importar cuánto te
esfuerces por tratar de retenerlo dentro de ti. Eso es lo que me pasó cuando
Simon dejó la cámara, se acercó a mí por detrás y me puso la mano en el
hombro, en un simple gesto de apoyo y consuelo.
—He oído lo de tu padre. Lo siento mucho, amor. Debes de estar
pasándolo fatal.
—Gracias…, aún está muy reciente. Algunas cosas me hacen recordar…
y le echo de menos tant…
Y en ese momento Pedro irrumpió en la habitación con el aspecto de un
gladiador listo para la arena.

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