martes, 25 de marzo de 2014

CAPITULO 147




—¡Paula! ¡Qué coj…! —Mi voz se interrumpió. Se alzó y se extinguió en
un rápido y mortal silencio en cuanto miré con atención a mi chica
completamente desnuda, con las piernas abiertas, y un pijo con sus manos
sobre ella.
Reaccioné y me moví. Eso es prácticamente todo lo que recuerdo.
Levanté a Paula en volandas y mandé al tipo de la camisa verde al fondo
de la sala.
—¡Pedro! —gritó—. ¿Qué estás haciendo?
—¡Tratar de encontrarte! ¿Por qué no contestas al jodido teléfono?
—¡Estaba trabajando! —chilló. Permanecía de pie totalmente desnuda
excepto por unas medias negras y algo que le hacía tener el pelo más largo.
—Has terminado aquí. De hecho, ¡toda esta porquería se ha acabado! —
dije agitando las manos mientras me acercaba a ella—. Vístete, te vas.
—No me voy, Pedro. ¿Qué coño te pasa? ¡Ahora estoy trabajando!
Oh, sí, ¡te vas, cariño! De hecho, estoy seguro de que te vas, porque te
voy a sacar yo mismo de aquí.
El fotógrafo vestido de mil colores decidió hacer algo justo entonces y
sacó el móvil.
—Llama a seguridad…
—Yo soy la seguridad cuando se trata de ella —dije señalando en
dirección a Paula mientras le quitaba el móvil y cortaba la jodida llamada
—. Paula ha terminado aquí. Llama a mi oficina si quieres una
compensación por los problemas causados. Pagaré muy a gusto.
Saqué mi tarjeta y se la lancé. Dio vueltas a través del espacio que nos
separaba y aterrizó en el suelo junto a sus pies. Pensaba que estaba siendo
extraordinariamente pacífico, teniendo en cuenta que…
Miró a Paula, que estaba ahí de pie, contemplándonos con la boca
abierta. ¡Y todavía desnuda, joder!
—¡No la mires, cabrón! —le grité.
Chilló como una nena y volvió la cabeza a un lado, encogido de miedo.
—Simon, siento muchísimo est… —dijo Paula caminando hacia él.
—Oh, no, ¡no lo sientes! —exclamé cogiéndola del brazo mientras la
hacía girar para tapar su cuerpo con el mío—. ¿Quieres ponerte algo
encima? ¡Estás desnuda, joder, por el amor de Dios!
Paula me miró furiosa, lanzándome cuchillos con los ojos, y cogió su
bata. Había estado en una mesa auxiliar todo el tiempo, fuera del alcance
de la cámara. No había reparado en ella hacía un momento. Se la puso y se
la ciñó a la cintura, al tiempo que sus brazos y sus manos hacían
movimientos secos y abruptos mientras me miraba de reojo, dos puñales
marrones que echaban llamas hacia donde yo estaba. Metió la mano por
debajo de su pelo y se detuvo ahí un momento antes de extraer una peluca
larga y ondulada de color castaño. La dejó con cuidado sobre la mesa.
Entonces me dio la espalda y dobló primero una pierna y luego la otra,
quitándose las medias y dejándolas bien dobladas sobre la mesa junto a la
peluca.
Podía asegurar que estaba más que furiosa por lo que había hecho, pero a
mí sencillamente me daba igual. Al menos estaba bien. No podía asegurar
lo mismo sobre su amigo fotógrafo, pero Paula estaba a salvo, conmigo,
y no en manos de secuestradores. Estaba desnuda en una habitación a solas
con un hombre que le estaba sacando fotos, pero al menos mi peor
pesadilla no se había hecho realidad. Ella estaba aquí y podía verla.
El regreso a casa fue bastante silencioso. Solo algún suspiro, el sonido
de nuestros cuerpos en los asientos y poco más. Paula no hablaba y yo no
estaba tampoco con ánimo de discutir. Por no mencionar lo que saldría de
mi boca tal y como me sentía en ese momento. Mejor dejarlo enfriar un
rato.
Una vez que llegamos al piso, ella fue derecha al baño, se encerró y me
dejó fuera. Pude escuchar correr el agua, pero ningún otro sonido. Puse la
oreja en la puerta y escuché. No quería oírla llorar sola si eso es lo que
estaba haciendo, pero yo seguía cabreado. Esto de posar como modelo
debía acabarse. Ya no podía soportarlo más y me volvía completamente
irracional imaginarla posando desnuda para que otros la vieran. Y que
fantasearan con follársela… ¡o algo peor!
Había un millón de cosas que necesitaba hacer en ese momento. Lugares
a los que debía ir y gente con la que debía reunirme, pero ¿llegué siquiera a
sopesar dejar a Paula en casa y volver a la oficina? Negativo. No iría a
ningún sitio ahora mismo.
En lugar de eso caminé hacia el balcón y me acomodé en una tumbona
desde donde podría ver cómo la ciudad cambiaba del día a la noche. Y
fumar un cigarrillo, y otro, y otro. No me fue de mucha ayuda. Es curioso
cómo algo que solía apaciguarme cuando me sentía agitado ya no surtía
efecto. Esperé a que Paula saliera del baño, pero cerró la puerta. No
parecía que ella fuera a dar el primer paso esta noche.
Cuando no pude soportar un segundo más mi autoimpuesta soledad,
volví dentro para tratar de razonar con ella.
—¿Paula? —Silencio—. Déjame entrar.
Forcejeé con el pomo de la puerta y, para mi sorpresa, giró. Por suerte,
no me había dejado fuera y sin poder abrir.
Abrí la puerta y la encontré sentada en el borde del taburete del tocador
pintándose las uñas de los pies, con el pelo recogido con una pinza y
vestida con la bata amarilla de seda que le iluminaba la cara. No me
miraba, sino que continuaba afanándose con el esmalte de uñas de color
rosa oscuro como si yo no estuviera ahí.
—¿Podemos hablar? —pregunté finalmente.
—¿De qué? ¿De lo mal que me has tratado en mitad de una sesión de
fotos que da la casualidad que es mi trabajo y de cómo prácticamente has
dado una paliza al fotógrafo? Por no mencionar el daño que has causado a
mi reputación en este negocio —dijo con sequedad.
—No quiero que sigas en ese negocio.
Cerró el esmalte de uñas y lo colocó en el tocador.
—Eso es todo lo que quieres hablar, ¿eh?
—Necesitaba saber dónde estabas y no cogías el teléfono. —Dejé que
pasara un momento para algún tipo de explicación, pero no me dio ninguna
—. Bien, admito que llegué muy nervioso y que perdí los estribos, pero
estaba siguiendo unas pistas que me hicieron entrar en pánico. —Me pasé
una mano por el pelo y la mantuve ahí—. Y estabas desnuda, joder,
Paula.
—Seguramente no me vuelvan a llamar después de esto. Ahora nadie me
querrá.
Oh, esos cretinos seguirán queriéndote. Me puse frente a ella y le cogí la
barbilla con la mano, obligándola a mirarme.
—Bien. Espero que no te llamen. —Ella siguió callada pero con los ojos
encendidos—. Lo digo en serio, Paula. No vas a posar desnuda nunca
más.
Ahí está, ya lo había dicho.
—Es mi decisión, Pedro. No tienes derecho a decir que no puedo
hacerlo.
—Ah, ¿sí? —dije alzando su mano izquierda—. ¿Y qué significa este
anillo entonces? Vas a ser mi esposa, la madre de mi hijo, una persona que
no quiero que pose desnuda ¡nunca más! —añadí devolviéndole la mirada
cegada de cólera—. Es mi última palabra.
Quitó de golpe la mano y soltó:
—No lo pillas. ¡Tú no entiendes NADA sobre mí!
Gritando y con pinta de estar cabreada hasta lo indecible, me empujó
para evitar que me acercara demasiado.

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