martes, 4 de marzo de 2014

CAPITULO 78



El plan era salir temprano en la mañana para evitar el tráfico luego
de esta noche de gala, ya no podía esperar por tener a Paula allí. Quería
un poco de tiempo romántico con mi chica, y también simplemente
necesitaba salir de la ciudad y meterme en el aire fresco del campo. Amaba
Londres, pero aún así, el deseo de tener tiempo lejos de la aglomeración
urbana con el fin de mantener mi cordura, jugaba con regularidad.
En ese momento, entró una llamada, sacándome de mi
ensoñamiento y regresándome al muy demandante y urgente presente de
mis responsabilidades de trabajo.
El día pasó rápido y antes de darme cuenta, era hora de irse.
Llamé a Paula cuando me iba de la oficina para decirle que me
encontraba en camino y esperé obtener un jadeante resumen de todo lo
que había que hacer antes de lo de esta noche y nuestro viaje inminente.
Me llevó al correo de voz en su lugar. Así que le envié un texto breve:
Estoy en camino a casa. ¿Necesitas algo? No obtuve respuesta.
No me gustó y me di cuenta en ese mismo momento, que siempre me
preocuparé por ella.
La preocupación nunca se iría. Había escuchado a gente decir tales
cosas de sus hijos. Que no sabían lo que era la preocupación real hasta
que tenían a alguien lo suficientemente importante en sus vidas que
medían la verdadera esencia de lo que significa amar a otra persona. Con
ese amor vino la carga de la posible perdida—una perspectiva demasiado
incómoda para mí en la que pensar.
Al acordarme del sobre de la pila de periódicos, me dirigí al quiosco
de Marta en camino a mi coche. Me vio y siguió acercándose con sus ojos
conmovedores. Ella pudo haber tenido una vida dura y una existencia
difícil, pero esas verdades no alteraban el hecho de que era muy
inteligente. Sus ojos agudos no se perdían nada.
—Hola, Marta.
—Hola, Jefe. ¿Qué puedo hacer por ti? Tengo cada periodicucho
como tú quieres ¿eh?
—Sí. Muy bien. —Le sonreí—. Aunque tengo una pregunta, Marta.
—Observé su lenguaje corporal mientras hablaba, en busca de pistas para
ver si ella sabía lo que preguntaba o no. Saqué el sobre con las fotos de
Tomas y la sostuvo en alto—. ¿Qué sabes sobre esto siendo colocado dentro
de la pila de periódicos de hoy?
—Nada. —No miró hacia la izquierda. No perdió el contacto con mis
ojos tampoco. Esas dos cosas eran partidarios de que me decía la verdad.
Sólo podía suponer y usar mi intuición, y recordar con quien me estaba
relacionando.
Puse un billete de diez libras en el mostrador. —Necesito tu ayuda,
Marta. Si ves a alguien o algo sospechoso quiero que me lo cuentes. Es
importante. La vida de una persona podría estar en juego. —Le di un
movimiento de cabeza—. ¿Mantendrás los ojos abiertos?
Bajó la mirada al billete de diez y luego de vuelta a mí. Destelló esos
dientes horribles en una sonrisa sincera y dijo—: Por ti, guapo, lo haré. —
Marta tomó las diez libras y lo puso en su bolsillo.
—Pedro Alfonso, cuadragésimo cuarto piso —le dije, señalando a
mi edificio.
—Sé tu nombre y no lo voy a olvidar.
Supuse que tenía tan buen negocio como era posible considerando
con quien lo estaba teniendo. Me dirigí a mi coche, ansioso por llegar a
casa y ver a mi chica.
Marqué a Paula una segunda vez y una vez más me llevó al correo
de voz, así que le dejé un mensaje diciendo que estaba en camino. Me
pregunté lo que hacía para no contestar y traté de imaginar algo como
tomar un baño, hacer ejercicio con auriculares, o tener su teléfono en
modo silencioso.
Luché con mis preocupaciones. Ante todo, la emoción era todavía
desconocida, pero a la vez no era algo que podría dejar de lado tampoco.
Me preocupaba por Paula constantemente. Y sólo porque todo esto era
nuevo para mí, seguro que no lo hacía más fácil de entender. Era un
completo novato aprendiendo a mi manera.
El piso se hallaba silencioso como una tumba cuando entré. Sentí
mi pico de ansiedad a niveles muy desagradables al comencé a buscar. —
¿Paula?
Simplemente más silencio. Ella  no estaba entrenando y
definitivamente no se encontraba en mi oficina. Tampoco fuera en el
balcón. El baño era mi última esperanza. Mi corazón latía con fuerza en mi
pecho mientras abría la puerta. Y se estrelló cuando no la encontré allí
tampoco.
¡Mierda! Paula, ¿dónde estás?
Sin embargo, su hermoso vestido colgaba de un gancho. El lavanda
azulado que había comprado en la tienda de la vendimia con Gabriela el
día que nos reunimos para almorzar en Gladstone. Hubo pruebas de
embalaje también—cosméticos y una pequeña bolsa a medio camino de
hacer. Así que ella había estado aquí preparándose para esta noche y
nuestro fin de semana.
Quería darle el beneficio de la duda, ¿pero se había ido sola antes y
qué si lo hubiese hecho otra vez? Después de esas fotos lunáticas de hoy,
mi estómago se encontraba hecho un nudo y ¡sólo tenía que saber dónde
diablos estaba!
Entré al dormitorio, intentando llamar a Pablo en mi estado de pánico
cuando la vi. La visión más maravillosa del mundo. En medio de la
dispersión de ropa y de maletas se encontraba Paula, acurrucada en la
cama... durmiendo.
—¿Sí? —respondió Pablo. Yo estaba tan congelado, que todavía tenía
el móvil en mi oído.
—Umm... falsa alarma. Lo siento. Nos vemos en el Nacional en unas
horas. —Colgué antes de que pudiera responder. Pobre compañero debe
pensar que lo he perdido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario