sábado, 8 de marzo de 2014

CAPITULO 91


Cuando salíamos a patrullar veíamos todo tipo de mierdas horribles. La
democracia es algo que la mayoría de la gente en realidad nunca tiene la
oportunidad de apreciar. Supongo que para gran parte del mundo eso es
algo bueno, pero aun así les da que pensar a aquellos que ni siquiera
saben lo que tienen en la vida. Lo que más me molestaba es la enorme
pérdida de potencial. La gente reprimida y aterrada pierde todo su
potencial, tal y como les gusta a los dictadores del tercer mundo.
Ya la habíamos visto pidiendo por las calles de Kabul antes, pero nunca
con el niño. Los militares tenían prohibido interactuar con las mujeres
afganas. Era demasiado peligroso, y no solo por las tropas, los hombres
excitados son las criaturas más predecibles y estúpidas del planeta.
Buscan sexo y se meten en líos casi todo el tiempo. Tenía sentido asumir
que era una prostituta. No es común en Kabul pero existen burdeles,
aunque yo nunca he estado en uno. Sin embargo, algunos hombres
corrieron el riesgo, así de estúpidos que son, pensando con la polla. Yo me
apañaba con el porno y con algún polvo a escondidas con alguna «colega»
del ejército cuando se podía hacer en secreto. Despertaba el interés de las
mujeres del ejército y tenía bastantes ofertas. La discreción era la clave
para tener sexo en la base. Las soldados tenían motivos para ser
precavidas, pues los hombres las superaban ampliamente en número.
El nombre de la mujer era Leila y murió de forma inhumana. Los
talibanes la ejecutaron en mitad de la plaza de la ciudad por sus delitos. El
principal delito era trabajar para dar de comer a su hijo. Los gritos del
niño nos alertaron. Tenía unos tres años y estaba sentado entre la sangre
de su madre en medio de la calle. Más tarde me pregunté si alguien de esa
ciudad lo habría recogido, o si le habrían dejado morir ahí junto al cuerpo
ultrajado de su madre. En realidad no tenía sentido preguntárselo.
Me ponía enfermo dejarle ahí cuando habían descartado la posibilidad
de una bomba suicida. Joder, tardaron siglos en darnos permiso. Fui yo
quien salí a apartarle del cadáver. Fui corriendo y le cogí en brazos. Él no
quería separarse de ella y agarró con fuerza el burka, arrastrándolo por la
cara de su madre mientras le levantaba. Le habían rajado la garganta de
oreja a oreja y tenía la cabeza casi colgando. Deseé con todas mis fuerzas
que fuera lo bastante pequeño para no recordar a su madre así.
Tuve un presentimiento terrible casi de inmediato. Una sensación
heladora me invadió mientras le sacaba de ahí corriendo. Y de repente
dejó de llorar. Oí un silbido y entonces… sangre. Demasiada sangre para
un niño tan pequeño. Un segundo más tarde todo se volvió un caos…

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