martes, 2 de septiembre de 2014

CAPITULO 163





Paula


Pedro me llevaba por las escaleras, sus fuertes brazos sosteniéndome firmemente. El aroma especiado y la dureza de sus músculos llenaron mis sentidos con su masculinidad, doliéndome terriblemente de deseo. ¿Nervios de la noche de bodas? Puede que un poco, con algo de saludable cansancio emocional espolvoreado por encima. No habíamos estado juntos en más de dos semanas y echaba de menos la intimidad. Después de todo, hacer el amor con Pedro era parte de nuestra conexión con la tierra. Era lo suficientemente honesta para admitir que nuestra primera atracción explosiva había sido todo sobre sexo… y no había nada malo en ello.


Sin embargo, la expresión de su rostro era diferente ahora, mientras me llevaba. Me pregunté qué estaba pasando en esa cabeza detrás de su hermoso rostro esculpido. El hombre tras la máscara. Mi hombre. Mi esposo.


Aunque no estaba preocupada, sabía que él me diría exactamente qué era. Pedro normalmente no tenía problemas para decirme lo que pasaba por su mente. Parte de su encanto especial. Tuve que sonreír ante el pensamiento de algunas de las cosas locas que me había dicho desde que lo había conocido.


—¿A qué viene esa sonrisa sexy? —Preguntó, sin siquiera un atisbo de estar sin aliento a pesar de estar cargándome por toda una escalera de roble impresionantemente tallada. 


El interior de esta casa era precioso y no podía esperar para ver más de ella, pero tenía la sensación de que no iba a ver mucho más allá de nuestra habitación en un futuro próximo.

—Estaba pensando en su marca especial de encanto, señor Alfonso.


Él arqueó una ceja y me dio una sonrisa maliciosa.

—¿Mi encanto tiene algo que ver con usted y conmigo desnudos en nuestra noche de bodas, Señora Alfonso? Porque estoy muriendo por usted aquí.


Me reí de su indirecta queja por la reciente falta de sexo. Moría por él también, pero imaginé que esto había sido una buena prueba para nosotros. En cualquier caso, la anticipación del momento era mucho más intensa porque habíamos cogido el descanso de sexo antes de la boda. Planeaba compensárselo muy pronto.  

—Por supuesto, desnudos y noches de boda van de la mano, estoy segura.


—¿Algo más que hacer rechinar los engranajes, mi bella? 

—Oh, nada más aparte de recordar cómo se veía mi hermoso esposo de pie al final del pasillo, a la espera de que caminara hacia él —hice una pausa—, y cómo voy a recompensarlo por ser tan paciente conmigo durante las dos últimas semanas.


Aspiró un rápido aliento y empezó a caminar deprisa.
Llevé mi mano hasta su mejilla, sintiendo el rastro de su barba, recordando cómo le había dicho que bajo ningún término tenía que estar afeitado para la boda. Me encantaba su barba rasposa abrasando mi piel cuando me besaba y arrastraba sus labios sobre mi cuerpo. Era, de nuevo, una de las muchas partes que componían a mi Pedro. Lo amaba como si lo hubiera conocido desde el primer momento, y lo quería justo de la misma forma como dijimos en nuestros votos.  


Me había escuchado, al parecer.


Cuando llegamos a la parte superior de las escaleras, nos llevó a la izquierda, por un largo pasillo. Al final de este había una habitación. Nuestra suite de noche de bodas, supuse.


—Hemos llegado, mi señora. —Murmuró el resto—. Gracias maldito infierno. 

Ahogué otra risa. 

Pedro me puso cuidadosamente sobre mis pies de nuevo, pero mantuvo su cuerpo cerca, su mano acariciando arriba y abajo mi brazo. Siempre tocándome. Él necesitaba hacerlo, y para mí, su contacto constante era algo que me ayudaba a prosperar. Estaba segura de que era una de las razones por las que habíamos conectado de forma tan explosiva desde el primer día. Él hizo aquellas cosas que necesitaba para despertar la parte de mí que estaba demasiado rota. ¿Pero ahora? Ya no sentía que rota me definiera como mujer. Y solo podía agradecérselo a Pedro.


—Sí, ya veo. Esto es muy bonito aquí. —Le eché un vistazo a la habitación, parándome en lo que parecían ser al menos cincuenta velas blancas parpadeantes en recipientes de vidrio de todas las formas y tamaños, su cálido brillo se reflejaba sobre las paredes y los muebles, haciendo parecer todo un poco de otro mundo. O, como si hubiéramos retrocedido hacia un tiempo y lugar que existieron hace muchos años. Mientras me fijaba en los alrededores,
sentí como que podía estar caminando en otro siglo, sobre todo usando mi vestido largo formal—. Todavía no me creo que hayas comprado esta casa — dije, mirando hacia atrás—. Te amo tanto, Pedro.  


No podía dejar de preguntarme acerca de la gente que había vivido aquí antes que nosotros, y lo que podrían haber hecho en esta preciosa habitación, en tiempos pasados ¿Había habido otras noches de bodas como la que Pedro y yo estábamos a punto de tener?
Ocupé todo el largo de la cama, situada justo en el centro, intimidando a cualquier otro mueble en la habitación. Una enorme, tallada y con dosel, con sábanas blancas y cortinas de gasa desplazándose muy suavemente en la brisa de verano que flotando desde la ventana abierta. El roble brillaba con la fina artesanía de los artesanos de una época perdida.


—Créetelo… y te amo mucho.


La profunda voz de Pedro detrás de mí rompió la silenciosa tranquilidad.

Me quedé quieta y esperé.


Mi velo fue levantado de mi cuello, y luego la cortina de mi cabello fue barrida a un lado. Entonces sentí sus suaves labios tocando mi nuca con firmeza, como si quisiera marcarme. Sentí su cálida lengua rodando sobre el
terreno en una espiral, dejándome sin aliento y temblando de deseo en un segundo. Pedro apenas me había tocado y ya me encontraba reducida a una criatura desenfrenada, desesperada por su toque. Pero él conocía bien eso sobre mí.  

—Sin embargo, no tenías que comprarla —susurré—. Solo tú, Pedro. Tú eres todo lo que realmente quiero o necesito.  

Se quedó quieto y luego habló en voz baja:
—Y esa… es la razón por la que tú eres la única chica para mí. —Dio suaves besos en el lateral de mi cuello—. No te preocupas por los demás atavíos. Solo me ves a mí, supe eso de ti desde el principio.


Me dio la vuelta y sostuvo mi rostro en sus grandes manos, los pulgares recorriendo hacia atrás y adelante, sus ojos azules abrasándome con intensidad. 

—Te necesito como necesito al aire para respirar. Te has convertido en mi aire, Paula.


Y entonces su boca envolvió la mía, sumergiendo su lengua en profundos remolinos mientras él afirmaba su demanda. Sentí la parte baja de mi cuerpo inundarse con un calor instantáneo, deseo y anhelo brillando ante la furiosa vida. Pedro me demostró lo mucho que en realidad me necesitaba.
Mis manos se sumergieron en su cabello y apreté los mechones, llevando la pasión a otro nivel. Me oí gemir mientras él me devoraba con besos aún más profundos, que me tenían literalmente temblando de deseo. Sabía que tenía que ralentizar las cosas antes de que fuera imposible detenernos.  
Mis manos dejaron su cabello y encontraron el camino hacia su pecho, donde apenas me las pude arreglar, con esfuerzo hercúleo,  para empujarlo hacia atrás, lo suficiente como para romper nuestro beso. No era fácil, ya sea física o emocionalmente. No quería nada más que estar envuelta en él durante toda la noche, pero también tenía un plan, y tenía la intención de llevarlo a cabo.


Los dos nos quedamos allí jadeando, nuestros rostros tan cerca, pero aún sin tocarse; él en su traje con el chaleco de brocado morado, yo en mi vestido de novia de encaje inspirado en vintage, la tensión sexual crepitando en el aire, entre nosotros, como una tormenta eléctrica que estaba a punto de estallar.  


Le dije a Pedro lo que quería.
—Te-tengo que prepararme para ti... ¿Por favor? —Logré decir en un suspiro tembloroso, esperando que él entendiera que era algo importante para mí.  


Tragó saliva con fuerza, haciendo subir la manzana de Adán en su garganta.


—De acuerdo. —Dijo sin alterarse, como si fuera un esfuerzo calculado para él responder a mi petición, sin mostrarme lo que realmente pensaba de ello. Tuve la sensación de que no le gustaba que le pidieran que esperara un poco más, pero estaba aceptando porque era yo, porque él era así de dulce conmigo—. Entonces haré lo mismo, Señora Alfonso.


—Gracias, Pedro. Haré que valga la pena. —Me puse de puntillas y besé el lado de su cuello con barba.  


—Oh, no tengo ninguna duda de eso. —Mis labios sintieron la vibración de su gruñido cuando habló sus pensamientos—. Todo lo que tú haces vale la pena, nena.


Lo liberé y miré de nuevo hacia donde la luz del cuarto de baño de la suite me mostraba el camino.


—¿Adónde vas a ir para prepararte? —Me sentí un poco más que culpable por echarlo a patadas fuera del dormitorio, aunque sea solo por un corto tiempo. 

 
—El dormitorio adjunto también es muy agradable. —Hizo un gesto hacia una puerta en la pared, a la izquierda de la cama—. Estas viejas casas señoriales siempre tenían habitaciones conectadas para el señor y la señora, así podían encontrarse para realmente privadas e importantes cosas que pasaban en la noche. —Pasó un dedo por el escote de mi corpiño, moviéndolo especialmente despacio sobre la oleada de mis pechos sujetos contra el encaje de mi vestido. 

—¿Ah, sí? ¿Cosas privadas e importantes, dices? 

—Sin lugar a dudas, nena. Follar... es... muy... muy... muy... importante. —Me dio besos suaves y seductores entre cada una de las palabras.


—¿En qué habitación estamos ahora mismo? ¿En la del señor o la señora? —Pregunté sin aliento, sintiendo como si todo el aire de repente hubiera sido succionado fuera de la habitación.  

Él se encogió de hombros. 

—Ni idea. No importa, tampoco. Yo follo y duermo en donde sea que esté mi señora. Y siempre lo haré. Elige una habitación, Señora Alfonso.


Tomó mi mano y la besó en la parte posterior, con su manera tan galante, sus ojos deslizándose hacia arriba seductoramente para capturar otra parte de mi corazón. ¿A quién estaba engañando? Él ya tenía la porción entera… y siempre la tendría.  

Suspiré de deseo y me obligué a dar un paso hacia atrás, creando una cierta distancia entre nuestros cuerpos. Mi brazo se estiró mientras me deslizaba hacia atrás, mi mano todavía entrelazadas en la suya, mucho más grande. 

—Bien... ¿qué tal suena en esta habitación en quince minutos? —Di un paso hacia atrás de nuevo, acercándome a la puerta del baño, mis ojos nunca dejando los suyos azules mientras rastreaban mis movimientos.  


Esos mismos preciosos ojos azules que también brillaban con todo el silencioso calor de un hombre que estaría embelesándome muy pronto.
Permitió que mi mano fuera liberara de su control; el calor de su piel notablemente ausente al segundo en que el contacto se perdió.
Me dio la mirada seria de Pedro, la que había visto tantas veces y con la que ya estaba bien familiarizada a estas alturas… la cruda con destreza masculina y dominación sexual irresistible que me hacía arder.


—Como que quince minutos es demasiado jodido tiempo, mi bella. 

Tuve que suprimir el leve gemido que se escapó de mi garganta ante el efecto que sus palabras tenían sobre mí. Sólo era una mujer mortal, después de todo. Pedro era el único que parecía y actuaba como un dios Griego para mí. 

Me abrasó con otra mirada que emanaba la promesa del ardiente sexo que estaba por venir, antes de alejarse, atravesar la puerta, y cerrarla con un suave clic.
Una vez que estuvo afuera, la habitación se quedó instantáneamente tranquila y me sentí más que un poco desprovista sin él. Simplemente me quedé allí y absorbí la realidad de dónde estaba en ese momento. Estoy
preparándome para hacer el amor con mi esposo. La idea me sacó de mi estupor y me puso en acción bastante rápido.


Corrí hacia el baño y me puse a trabajar en sacarme el vestido, lo que gracias a Dios no fue difícil en absoluto, con la cremallera de fácil acceso en el lateral. Lo colgué cuidadosamente en la percha del tocador que habían
dispuesto, para lo que asumí, especialmente ese fin. Tendría que recordar hacer algo bueno por Luciana. Ella había pensado en todo.


Puse el velo a un lado mientras me cepillaba los dientes y bebía un vaso de agua. Me quité la lencería, a excepción de las medias y un cinturón en seda color lavanda pálido, y miré mi perfil lateral en el espejo. Tenía un bulto. No uno grande todavía, pero sin duda estaba ahí. Le di una caricia a nuestro dulce y pequeño melocotón y alcancé mi velo de nuevo. Me lo volví a poner y fui al dormitorio. Me subí a la elevada cama y me dejé caer en la suavidad aterciopelada de la manta sobre mis rodillas. Tuve cuidado en arreglarme a mí misma, con la espalda hacia la misma puerta que Pedro había usado cuando dejó la habitación. Él pasaría por ella cuando volviera, quería que tuviera una
primera visión de mí, tal y como lo había planeado en mi cabeza. Estaba lista, a pesar de que mi corazón estaba acelerado. 

Cerré los ojos.


Y esperé a que Pedro viniera a mí.



*****


El sonido de la puerta abriéndose y luego cerrándose me dijo cuando él estuvo de vuelta en la habitación.


Sentí su mirada fija y la idea me dio un escalofrío al saber que estaba viéndome. Volví la cabeza y lo encontré con mis ojos. 

—Solo quiero mirarte por un momento —dijo, permaneciendo quieto, a pocos metros de distancia. Podía decir que estaba afectado, debido a sus encapuchados ojos y la presión de su mandíbula, y ese conocimiento me
envalentonó.


—Sólo si puedo hacer lo mismo.


Mi Pedro se había preparado para mí también. El hermoso esmoquin con el chaleco de brocado púrpura se había ido, probablemente de la misma forma que mi vestido de novia. En su lugar había solo una prenda de vestir. Sedosos pantalones de pijama negros colgaban en su cintura. El contraste de la tela negra contra su piel resaltaba su musculoso pecho dorado y abdomen esculpido a la perfección. Y quedé atrapada en él. Los cortes musculares que terminaban en una espectacular V debajo de su cintura me hicieron agua la boca, obligándome a tragar. Una de las partes más bonitas de mi hombre. Necesitaba a mi boca allí.

Así de magníficamente hecho en cuerpo, tan lleno de poder masculino y fuerza... casi dolía mirarlo a veces.


Bajé mis ojos a un lado. 

—Date vuelta.


El profundo dominio de su voz me calentó al instante, dejándome completamente esclavizada bajo su dominio implacable cuando se trataba de esta parte de nosotros. El control de Pedro en nuestro sexo. Su control sobre mí.
Me puso más caliente que el infierno.
Se acercó más, su cuerpo irradiaba poder y deseo, mientras esperaba a que cumpliera su mandato.


Hice girar mi cuerpo hasta que estuvo frente a él totalmente, mi cuerpo completamente desnudo a excepción de mis medias y mi velo de novia. Puse mis manos planas sobre la cama y enderecé los brazos, en efecto, empujando mis pechos hacia arriba y afuera. Ellos se estremecieron bajo su intensa lectura, mis ahora ultrasensibles pezones se endurecieron de excitación casi hasta un punto doloroso. Mi gesto de ofrecerme a mi marido como una novia en nuestra noche de bodas me había excitado a un increíble nivel de anticipación.


—Sólo para ti —dije en voz baja, elevando mis ojos a los suyos.


Vi los músculos de su cuello tensarse a medida que avanzaba. 

—Nena... te ves tan hermosa y sexy en estos momentos. No te muevas.
Quédate como estás y déjame tocarte.


Sabía cómo se juagaba este juego. En el que yo era felizmente recompensada por seguir instrucciones.
El borde del colchón se sumergió cuando él se unió a mí en la enorme cama, de rodillas delante de mí, tan cerca que podía sentir el radiante calor que su cuerpo estaba emanando.


Permanecí inmóvil, pero me tensé en anticipación de lo que haría primero.


Él se detuvo ahí, ante mí por un momento, solo estudiándome, reclamando mi cuerpo con sus ojos. A Pedro le gustaba un toque de voyeurismo en nuestros encuentros. Un poco travieso a veces, y mucho de dominante, pero le daba la bienvenida a esa parte de él.
Finalmente, después de lo que parecieron eones, dejó caer su cabeza hacia mi esternón y aspiró profundamente contra mi piel. Entonces sentí su lengua dibujar en toda la curva de un pecho hasta que llegó al capullo apretado de mi pezón. Lo tomó todo en su boca y lo tiró dentro de él. Jadeé por un poco de aire y me obligué a mí misma a permanecer inmóvil durante su ataque.


—Solo siente, nena. Déjame chupar tus hermosas y perfectas tetas por un rato. He estado hambriento de ellas.

Se tomó su tiempo para llegar a saciarse mientras me trabajaba con necesidad.
Arremolinó su lengua en círculos incesantes sobre la tierna carne, hasta que se sintió con ganas de darme una gratificante sensación de sacudida al apretar mi pezón entre sus dientes para una mordida suave.
Me estremecí contra su boca, doliendo desesperadamente por más, pero a sabiendas de que tendría que esperar hasta que él me lo diera. Esas eran las normas. Y yo siempre era una buena chica.


A pesar de eso, gemí:  
Pedro...


—¿Qué? —Preguntó, trabajando afanosamente un pezón con la boca, y al otro con la mano y dos dedos para ofrecer el delicioso pellizcar que me volvía casi incoherente. Cómo es que Pedro sabía cuán sensibles eran mis pechos, no lo sabía, pero él lo había averiguado desde la primera vez que estuvimos juntos, y había utilizado ese conocimiento como su ventaja conmigo cada vez que podía.
Por favor y gracias, Señor Alfonso.
Gemí, echando la cabeza hacia atrás, empujando mis pechos con más fuerza contra él.


—¿Quieres algo más que mi boca sobre tus jodidamente hermosas tetas? 

—Sí. 

—Así lo pensé. —Se rió sombríamente—. Mi bella. He estado muriendo por ti durante semanas —ronroneó, mientras arrastraba su boca a mi  cuello y mordisqueaba— y tengo que advertirte, que probablemente voy a ser una bestia la primera vez que folle a mi hermosa esposa con sus perfectas tetas.


—Sí, Pedro...


—¿Te gustaría eso? —Preguntó en tono de broma, mientras su mano dejaba mi otro pecho y se deslizaba por mi caja torácica, por encima de mi vientre, hasta justo entre mis piernas.


Flexioné las caderas hacia delante para encontrar su mano, muriendo por alguna gloriosa presión que aliviara el dolor que florecía en mi núcleo.  

—Sí, me gustaría. Amo cuando eres una bestia —dije con voz áspera.
Él se rió malvadamente, su dedo hundiéndose en medio de los labios de mi sexo para deslizarse sobre mi clítoris, haciendo que me sacudiera bruscamente.  


—Oh, Dios... He echado de menos tocarte —advirtió con una ceja levantada, regañándome suavemente por revolverme cuando se suponía que debía estar controlando mis movimientos.


—Te necesito, Pedro —protesté como forma de disculpa, jadeante contra el vórtice ascendente que agitaba la vida dentro de mí, luchando por mantenerme quieta como él había demandado, a pesar de que estaba trabajando mi clítoris, volviéndolo un paquete de placer a punto de explotar. 

—Oh, te necesito también... demasiado, y ahora mismo, quiero ver a mi esposa venirse por primera vez  Tantas muchas primeras veces…
Me miró fijamente y trabajó magia con sus dedos mientras yo me deslizaba por el borde, tensándome y arqueándome en envolventes oleadas de placer apoderándose de mí de adentro hacia afuera.


—Ahhh... Peeeedroooo —Me estremecí mientras las respuestas de mi cuerpo se hacían cargo y fui incapaz de hacer otra cosa que aceptar.  
Pedro tragó mi boca en un beso envolvente mientras llegaba al clímax, casi doloroso por la presión, pero aún, profundamente sensual y romántico como sólo él podía expresarse conmigo. Era la sensación más gloriosa ser
sostenida de esa forma mientras me venía.
A medida que la ola de orgasmo rodó sobre mí y las réplicas seguían precipitándose, él empezó a hablar.  


—Te amo tanto, y voy a darte todo lo que tengo esta noche, nena. Cada parte de ti será reclamada y tocada por mí esta noche. Cada parte. Tomada.
Donde sea que tu cuerpo pueda tenerme, yo quiero estar allí... llenándote. —Me miró a los ojos entonces, los suyos penetrándome intensamente, pidiendo mi  permiso, asegurándose de que estaba totalmente cómoda con lo que estaba pidiendo de mí esta noche. Lo estaba. Completamente.
Momentos como este me hacían amarlo tanto, que era realmente muy difícil para mí procesar todo. A pesar de que Pedro era un exigente amante, siempre me ponía primero, con cuidado y respeto. Y amor. La dominación en la cama era simplemente una preferencia sexual, sin nada que ver con él y conmigo como individuos. Pedro no era machista en la forma en que se conducía en nuestra vida juntos. Era solo masculino. 

Todo masculino y todo mío.


Mi falta de una respuesta debe haberlo estimulado porque dijo más para mí.  


—Porque si no lo hago, Paula, no estoy seguro de que pueda funcionar otro día y no ser un loco. —Me mordisqueó el hombro y el cuello—. Te amo tanto que me quema. Déjame mostrarte cuánto. —Recorrió sus manos por todo  mi cuerpo, mis pechos, mi vientre, sobre mis ligas y medias—. Tan hermosa... esperando aquí por mí como una diosa...     

Le respondí en un suspiro tembloroso:


—Yo.... yo q-quiero que me muestres. T-Tómame como desees.


Él gimió su respuesta a la mía, el roce áspero de su barba incipiente en mi cuello otra vez, saboreando y chupando en esa área con sus labios, haciéndome temblar de deseo.


—¿Sabes por qué tengo que hacerlo? 

—Sí… lo sé…


—Entonces dime. Di las palabras que quiero escuchar salir de tus lindos labios.  


—Porque soy tuya, Pedro.


Mi declaración le llevó a actuar de inmediato. Fui presionada de nuevo en la cama suave con él cerniéndose sobre mí, sus ojos azules buscando los míos, encapuchados por el oscuro deseo del poder sexual. Y eso fue todo para mí. Pude ver el amor en sus ojos, también. Una vez más, todo para mí. 

—Sí, lo eres —respondió con aire de suficiencia, sentándose sobre sus rodillas—. Pero tengo que asegurarme de que estés lista para mí primero, nena.
Ábrete y déjame ver ese espectacular coño que amo tanto. Lo he echado de menos.


Mi voyeur estaba de vuelta. 

Alcancé mi espalda y tiré de los panales de mi velo fuera de mi cabello y lo levanté a un lado, antes de lanzarlo fuera de la cama, hacia el suelo, donde aterrizó con un chasquido suave.  
Los ojos de Pedro se abrieron mientras me miraba, la parte delantera de sus pantalones de pijama de seda cubriendo su erecta polla. Necesito esa polla.


Poco a poco, deslicé mis piernas abiertas, primero una y luego la otra, manteniendo los pies planos sobre la colcha con las rodillas flexionadas. El impulso de retorcerme bajo su descarada inspección tuvo que ser suprimido con esfuerzo, pero lo logré, comprendiendo su fantasía de tenerme expuesta ante él, lista para ser tomada, por su voluntad y deseo. La idea de ello sólo sirvió para hacerme, aún más, una criatura traviesa.


—Tan hermosa. Tan perfecta. Tan... mía —dijo él, acercando su rostro más cerca de mi sexo.


El hambre intensa, la anticipación que había surgido en mí hasta ese punto, ahora me tenía ardiendo de deseo y lujuria. Si él no me ayudaba pronto, podría estar muerta dentro de una hora a partir de ahora.


—Oh, mierda, sí —gruñó en un descenso rápido, hundiendo su lengua dentro de mí bruscamente.  
Grité su nombre, incapaz de reprimir mi volumen, terriblemente agradecida que estuviéramos solos en esta casa esta noche, porque no pude contener lo que dije, o hice, después de que Pedro puso su boca sobre mí.


Devoró mi sexo, usando su lengua para penetrar, y sus dedos para llevarme a la cima de otro orgasmo explosivo que, sin duda, me haría gritar más que simplemente su nombre en un minuto.


Hasta el punto de que temía por mi capacidad para soportar más, Pedro me consumía, llevándome a la cima del clímax una y otra vez, solo para retroceder y hacerme esperar. Pero él sabía lo que quería, tan bien como era hábil con lo que estaba haciéndome. 

Lo sentí mover su cuerpo, y luego el roce de la seda mientras se despojaba del pantalón del pijama. Lo observé colocar su enorme polla en mi entrada y deslizarse dentro lo suficiente para lubricar la punta. 

Pedro se detuvo, su hermosa y apretada polla justo en el borde de mi puerta, latiendo contra mí. Yo estaba delirando por ella. Por él. El pagano dios del sexo vino para emparejarse conmigo y me llevó al cielo. La visión de él, tan eróticamente potente, casi me hizo llegar al orgasmo en ese mismo momento y allí mismo.  


—Todavía no, mi bella. Tienes que esperar —advirtió.


—No puedo esperar más. —Empujé mis caderas para tomarlo dentro de mí.


Arrastró sus manos hacia arriba y se agarró a los lados de mi cabeza, empuñando mi cabello, reuniéndonos cara a cara, ojos con ojos, como era su requisito.


—Quieres mi polla. —No era una pregunta. Solo una simple verdad.


—La quiero —rogué. 

—Entonces, mi bella la tendrá —gruñó él, mientras se enterraba hasta las bolas y me llenaba. Justo como había prometido.
Los dos gritamos por la intensidad de nuestra unión, mirando el uno al otro por un segundo mientras él yacía encerrado dentro de mí, pulsando de calor. Nuestros corazones se fundieron juntos en ese momento. Estaba tan segura de ello como de mi próximo aliento.


Llenó mi boca con su lengua mientras empezaba a empujar, las dos partes de él moviéndose en tándem para tomarme. A medida que nuestros cuerpos conectaron en un frenesí de sexo, calor y la lujuria carnal, me dijo todas las cosas que amaba oír de mi hombre.
Pedro me abrazó a él, sus manos ahuecando mi rostro, y susurrando palabras contra mis labios mientras me tomaba. Sobre lo mucho que me amaba, lo hermosa que era, lo mucho que le complacía que me entregara a él, cómo
pensaba follarme así todos los días, cuán bien se sentía mi "coño" se apretando alrededor de su polla...
Todas las bellas y sucias cosas que me había dicho antes, y sin duda, me diría de nuevo.
Pedro también mantuvo la promesa que me había hecho antes, al igual que yo sabía que lo haría.
Mi marido fue una bestia viril cuando folló a su esposa por primera vez.



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