sábado, 22 de febrero de 2014

CAPITULO 45



Paula lo tomó todo; cada centímetro de mi polla caliente en su
cavidad dulce, el sonido de nuestros cuerpos golpeándose juntos llenaba el
aire, acercándonos a la final. Cerní su rostro al mío, buscando sus ojos
con los míos, adueñándome de su cuerpo con el mío. Sólo la vi a ella. Sólo
la sentí a ella. Solo la oí a ella.
Se tensó más profundo y puso los ojos en blanco, su boca abierta.
Tomé eso también. Cubrí su boca con la mía y la penetré con la lengua.
Tragué sus gritos cuando empezó a llegar al orgasmo y le di los míos
cuando la prisa me golpeó en los testículos. Esto iba a ser algo inmenso —
una explosión de placer indescriptible que iría mas allá de lo que las
palabras pudiesen expresar, se disparó en mi polla. Sólo podía perderme
en ella y montarlo hasta caer en el olvido con la explosión.
Mi cuerpo se redujo a nada y sólo se quedó enterrado dentro de ella,
todavía convulsionando con las vibraciones. No quería quitarme nunca
dónde estaba. ¿Cómo podría?
El tiempo se calmó y respiramos. La simple tarea de llevar oxígeno lo
consumía todo. Podía sentir su corazón latiendo debajo de mi pecho y los
pequeños espasmos de placer que extraían hasta lo último alrededor de mi
polla en las paredes de su apretado coño. Tan jodidamente bueno.
Cuando pude soportar apartar mi boca de su piel, me cerní sobre su
rostro, buscando sus ojos. Tenía miedo de lo que podría ver. La última vez
que habíamos estado así juntos cosas muy malas sucedieron después.
Había dicho que me alejara de ella y salió por la puerta.
—Sí, te amo —susurré las palabras apenas audibles a pocos
centímetros de su cara y vi crecer sus ojos luminosos y húmedos.
Comenzó a llorar.
En realidad, no era la reacción que había esperado. Salí de su
cuerpo y sentí la humedad pegajosa entre nosotros. Pero Paula me
sorprendió una vez más. En vez de distanciarse, se acurrucó pegada a mi
pecho, se aferró a mí y lloró en silencio. Ella lloró, pero no intento alejarse
de mí. Fue en busca de consuelo. Me di cuenta de que nunca podría
entender la mente de una mujer.
—Dime que todo estará bien... aunque sean mentiras... —dijo entre
sollozos.
—Lo va estar, nena. Voy a asegurarme. —Quería un Djarum tan
desesperadamente que podía saborearlo. En cambio la sostuve contra mí y
acaricié su cabello, entrelazando mis dedos por su sedosidad una y otra
vez hasta que dejó de llorar.
—¿Por qué? —preguntó al cabo de un tiempo.
—¿Por qué, qué? —Besé su frente.
—¿Por qué me amas? —Su voz era baja, pero la pregunta la escuché
muy claramente.
—No puedo cambiar lo que siento o saber por qué, Paula. Sólo sé
que eres mi chica y que tengo que seguir mi corazón. —Todavía no me
podía decir lo mismo. Sabía que se preocupaba por mí, pero creo que
estaba más convencida de que no merecía el amor más que nada. De
cualquier concesión o recepción.
—Sin embargo, no te he dicho el resto de la historia, Pedro.
Bingo. —¿A qué le tienes miedo? —Se puso rígida en mis brazos—.
Dime lo que te asusta, nena.
—A que te pares.
—¿Pare de amarte? No. No lo haré.
—¿Pero cuando lo sepas todo? Soy un desastre, Pedro. —Me miró
con los ojos brillando de diferentes colores otra vez.
—Umm —Besé la punta de su nariz—. Sé lo suficiente y no cambia
nada acerca de cómo me siento. No puedes ser peor que yo. Te ordeno que
dejes de preocuparte. Y tienes razón. Eres un desastre aquí, y yo te he
hecho de esa manera. —Serpentee mi mano entre sus piernas y deslicé los
dedos a lo largo de todo el centro de ella y sentí lo que había puesto allí. Al
hombre de las cavernas en mí le encantó la idea de todo el semen que
había puesto dentro de ella, pero a ella probablemente no—. Toma un
baño conmigo y podemos hablar un poco más.
Sus ojos se abrieron ante mi tacto, pero asintió y dijo—: Eso suena
bien.

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