viernes, 28 de febrero de 2014

CAPITULO 65



—¿Por qué te escabulliste? —Logré decir por fin—. Después de la
última noche, ¿simplemente me abandonas esta mañana?
—No te abandoné, Pedro. Me levanté, usé la cinta de correr, me di
una ducha y quería un café mocha. Vamos a esa tienda todo el tiempo y
sabía que estabas cansado por… um… anoche.
Así que ella también estaba pensando en anoche. Yo aún no sabía si
eso era bueno o no, pero esperaba que sí. Entré en el garaje de mi edificio
y aparqué el Rover. La vi siseando enfadada en el asiento.
Aparentemente, Paula no había terminado de atacarme. —Es algo
que hago la mayoría de las mañanas. No llovía y el día era perfecto para un
breve paseo hasta la esquina —Levantó las manos de nuevo—. Terminé de
correr en la cinta y quería un mocha de chocolate blanco. ¿Es eso un
crimen? No es como si hubiera irrumpido en la Torre y robado las joyas de
la corona o algo.
Rodé los ojos. —Nena, ¿tienes idea de lo que ha sido para mí esta
mañana, cuando descubrí que te habías marchado? Ningún mensaje,
ninguna nota, ¡nada de nada!
Echó la cabeza hacia atrás contra el asiento y levantó la mirada.
—¡Dios, ayúdame! ¡Te dejé una nota! Lo hice. La dejé en mi
almohada, así la verías. Decía: iré a tomar un café a Java. Regresaré
pronto. Usé el gimnasio y me di una ducha antes de irme. ¿Eso no te dio
una pista de dónde estaría? ¡No está pasando nada oculto, solo quería
hacer algo normal, Pedro!
¡No es el tipo de normalidad con la que quiero despertarme otra vez,
muchas gracias!
—¡No vi tu maldita nota! ¡Te llamé y fui al buzón de voz! ¿Por qué no
lo cogiste si solo estabas de camino a la cafetería? —Salí y abrí su puerta
de golpe. La quería de vuelta en el apartamento, en privado. Esta discusión
en público apestaba.
Ella sacudió la cabeza y salió del coche —Hablaba con mi tía Maria.
Pulsé el botón del ascensor —¿A esa hora de la mañana? —La hice
entrar en el ascensor y la acorralé contra una esquina, mis brazos
enjaulándola de forma que consiguiera intimidarla un poco. Ella era una
bala perdida en ese momento. El sonido de las puertas encerrándonos en
nuestra privacidad era el sonido más bienvenido que había oído en los
últimos momentos.
—Tía Maria es una madrugadora y sabe que salgo a correr por las
mañanas. —Paula miró mi boca, sus ojos como dardos mientras me
intentaba leerme. Me hubiera gustado saber lo que pasaba por su mente.
Lo que había en su corazón. Me empujé hasta estar muy cerca de su
cuerpo, pero sin tocarlo. Sólo quería absorber el hecho de que yo la tenía
contra la pared.
—No hagas eso otra vez, Paula. Lo digo en serio. Esas ocasiones
donde podías salir sola han terminado.
Las puertas del ascensor se abrieron y ella luchó por salir antes que
yo. La seguí por el pasillo y abrió la puerta de entrada a mi casa. Tan
pronto como estuvimos dentro sacó todo afuera. Sus ojos llamearon y se
volvieron brillantes. Estaba muy, muy enojada, y absolutamente hermosa,
de una manera que me puso duro como una piedra. —¿Así que ni siquiera
se me permite ir a Java y tomar un café? —exigió.
—No exactamente. ¡No se te permite ir sola y sobre todo sin decirle a
nadie! —Sacudí mi cabeza con exasperación ante lo que había hecho, dejé
caer mis llaves y sacudí mi cabeza—. ¿Por qué ese concepto es tan
jodidamente difícil de entender?
Me miró extrañamente, como si estuviera tratando de entenderlo. —
¿Por qué estás tan enojado realmente, Pedro? Ir a tomar café a la luz del
día con personas por todos lados no es arriesgado. —Cruzó los brazos bajo
sus pechos de nuevo.
—¡Por lo que sé, podrías haber huido mi otra vez e ido a casa! —La
verdad es cruel a veces. ¿Acabo de decir eso en voz alta?
—¡Pedro! Yo no haría eso —Me miró—. ¿Por qué crees que lo haría?
—¡Porque lo has hecho antes! —grité. Esa era la jodida verdad,
abriéndose paso y sacando a la luz mis inseguridades.
—¡Jódete! —espetó, su cabello volando mientras se daba la vuelta y
huía a la habitación, cerrando la puerta mientras entraba.

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