viernes, 7 de marzo de 2014

CAPITULO 88



Simplemente me gustaría que me contara más cosas sobre su pasado y
sus lugares oscuros. Sin embargo, él tenía miedo de compartirlo conmigo
y, aunque me molestaba, entendía su miedo. Me preguntaba si los motivos
de necesitar tocarme todo el tiempo y poseerme de tal manera durante el
sexo, y después también, tenían algo que ver con el tiempo que estuvo
prisionero. Le torturaron y atemorizaron y le hicieron daño . Solo el
recordar cómo se había sentido esa noche cuando sus pesadillas le
despertaron presa del pánico me dolía.
Le recorrí el hombro y la espalda con los dedos. Imaginé las alas del
ángel de su tatuaje y las palabras debajo de ellas. Y también sentí las
cicatrices. Pedro abrió los ojos y me embistió con fuerza.
—¿Por qué alas? Son preciosas, ya sabes.
—Las alas me recuerdan a mi madre —dijo después de un segundo o dos
de silencio—, y cubren la mayoría de las cicatrices. —Me incliné hacia
delante, besando sus labios con dulzura. Le puse las manos en la mandíbula
y decidí arriesgarme. No quería espantar a Pedro y más si estaba enfadado,
pero pensé que tenía que intentarlo de nuevo en algún momento.
—¿Y la frase? ¿Por qué esa?
Él se encogió de hombros y susurró:
—Creo que esa noche morí un poco.
Significaba mucho para mí que se abriera y compartiera cosas. Él no
estaba dispuesto a hurgar más en su pasado. Me daba cuenta.
—¿Qué quieres decir con que moriste un poco?
—Cuando no te podía encontrar después de que llegara ese mensaje a tu
móvil. —Me acarició la mejilla con el dedo y a continuación los labios;
fue un roce ligero y sentí que me invadía un escalofrío por todo el cuerpo.
—Bueno, al final me encontraste, y que sepas que no está permitido
morir, señorito. Eso sería un problemón. —Traté de bromear para que se
alegrara un poco, pero no parecía funcionar. Cuando Pedro se ponía serio
no desconectaba así de fácil.
—Me alegro de que te encuentres mejor —hizo una pausa y apretó las
caderas contra las mías con una nueva erección hasta hundirse dentro de mí
—, porque necesitaba estar así contigo, me moría de ganas.
—Estoy aquí y me tienes —murmuré contra sus labios mientras me
ponía las piernas sobre sus hombros y tomaba el control de otra ronda de
placer. Una sola ronda casi nunca era suficiente.
Pedro me hacía sentir deseada. Me hacía sentir guapa y sexi, desde las
palabras que salían de su boca hasta el roce de su cuerpo con el mío cuando
me hacía el amor. Y después, cuando me sujetaba contra su pecho como si
fuera importante.
Alguien me deseaba, a pesar de todo lo que me había sucedido en el
pasado. Alguien estaba dispuesto a luchar por mí. Yo era importante para
otra persona. Para Pedro lo era. Saber eso me cambiaba la vida.
La atención de Pedro era extrema y al principio resultaba difícil de
aceptar, pero conmigo funcionaba. Pedro y yo funcionábamos. Él podía
mostrarme lo mucho que me deseaba, y por primera vez tenía esperanzas
de que pudiéramos hacer que esta relación funcionara. La parte
«tomémoslo con calma» que habíamos acordado la primera vez que nos
conocimos no se había cumplido. Pero si hubiéramos ido con calma, dudo
muchísimo de que en este momento estuviera desnuda en la cama con él en
la costa de Somerset, en una casa solariega inglesa digna de un rey y que
resultaba ser de su hermana, y de que me estuviera follando hasta el borde
de otro magnífico orgasmo. Una chica tiene que aceptar las cosas como
vienen.
Me llevó un rato espabilarme después de la segunda ronda de sexo
salvaje, pero conseguí escabullirme de sus brazos y dirigirme al baño para
asearme y prepararme para dormir. Me encantaba cómo me tocaba todo el
rato. Lo necesitaba, así de claro, y Pedro lo sabía. Era otra cosa en la que
éramos compatibles.
Llené un vaso de agua y me tomé la pastilla que me había mandado la
doctora Roswell para los terrores nocturnos. Tenía mi propia rutina. La
píldora y vitaminas por la mañana y la pastilla para dormir por la noche,
siempre y cuando fuera a dormir. Sonreí al espejo del elegante baño que
parecía salido del palacio de Buckingham y me di cuenta de que cama y
dormir casi nunca eran sinónimos cuando estaba con Pedro. Pasábamos una
gran parte del tiempo en la cama sin dormir, pero no me quejaba.

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