viernes, 14 de marzo de 2014

CAPITULO 111



Vomitar la noche anterior había sido raro, porque tan pronto como
vomité fue como si no me hubiese pasado nada en absoluto. Lo mismo
había pasado esta mañana en el desayuno. Tenía mucha hambre y luego,
cuando llegó la comida, solo quería una tostada. Ahora que lo pienso, en
ese momento tenía el estómago débil. Ese sándwich de carne asada del
almuerzo no me había sentado bien. También me dolían los pechos. Había
dormido siestas los últimos dos días.
Todo se iluminó y tomó forma en un instante de entendimiento y
apareció una terrible ansiedad. ¿Por qué estaba Pedro tan tranquilo?
También debería estar en shock si esto fuera verdad.
—No puede ser cierto. No puede ser —le dije a nadie en particular.
—Recuerda lo que te he dicho, Paula —pidió él algo nervioso.
Alargué la mano y él la cogió, yo estaba demasiado abrumada para
contestarle. ¿Qué podía decirle de todas formas? ¿Siento que mis píldoras
anticonceptivas hayan fallado? ¿Soy un desastre y siempre lo he sido, así
que por qué no quedarme preñada para joderme la vida un poco más? O: sé
que esto es complicar tu estresante vida, Pedro, lo siento muchísimo de
verdad, pero estamos embarazados.
Tragué con ansiedad. La acuosa saliva se me empezó a acumular en la
garganta. Vino más, y luego más, y supe que iba a vomitar otra vez. Me
esforcé por controlar los efectos de las náuseas, que me sorprendieron así
de repente.
Perdí.
A trompicones, corrí hacia el baño más cercano mientras mi mente
intentaba desesperadamente recordar el plano de este enorme laberinto de
casa. Con la mano sobre la boca, me tropecé con el aseo situado junto al
solárium y me lancé sobre el inodoro. Vomité hasta que ya no quedó nada
que expulsar.
Quería huir.

Era la segunda vez que estaba en esta situación con mi chica en menos de
veinticuatro horas y era una mierda. Sobre todo para ella. Hablar parecía
no servir de nada, así que no lo hice. Solo le sujeté el pelo y la dejé
concentrarse en echar lo que tuviera en el estómago. Mojé un trapo con
agua fría del lavabo y se lo pasé. Ella lo cogió, se lo puso en la cara y
gimió. Me sentí un completo inútil. Tú le has hecho esto y te odia por ello.
Mi cuñado llamó a la puerta, que estaba abierta.
—Visita a domicilio —dijo amablemente.
—¿Puedes darle algo, Angel?
Paula se quitó el trapo de la cara; estaba pálida y a punto de llorar.
Angel sonrió.
—Te puedo dar un antiemético, pero será solo sintomático.
—Por favor —contestó ella, mientras asentía con la cabeza.
—¿Qué significa eso de solo sintomático? —pregunté yo.
Angel se dirigió a Paula.
—Querida, no me siento cómodo dándote un tratamiento si no tenemos
la confirmación. ¿Estás preparada para hacerte el test? —le inquirió con
cariño—. Entonces lo sabremos seguro y tú y Pepe podran decidir qué es lo
mejor para los dos. Pero antes necesitamos esa prueba. —Hizo un gesto
rápido de aprobación con la cabeza.
—Vale. —Eso fue todo lo que ella dijo, y le habló a Angel, sin ni siquiera
mirarme. Parecía bastante fría y algo distante, como si ahora fuésemos
extraños. Eso dolía. Quería desesperadamente que me mirase a los ojos,
pero no lo hizo. Solo se sujetó el trapo mojado en la cara y mantuvo los
ojos clavados en la pared.
Angel dejó dos test de embarazo en la encimera del lavabo. Luciana me
había ayudado a elegirlos antes en el pueblo, porque yo no tenía ni idea de
lo que hacía. Después de esa conversación con mi hermana, me había
convencido de que tenía que comprarlos. La situación era surrealista. De
verdad que lo era. Aquí estábamos los tres, de pie en un cuarto de baño
intentando fingir que esto era un procedimiento estándar cuando, en
realidad, era un desastre. Mi Paula prácticamente obligada a punta de
pistola a hacerse un test de embarazo sorpresa y yo descubriendo su pasado
y la otra vez que estuvo embarazada.
¡JODER! Quería volver a darle un puñetazo a la pared pero en este lugar
no me atrevía. Estas paredes eran demasiado caras.
Un montón de ideas locas me inundaron el cerebro. ¿Y si me odia por
dejarla embarazada? ¿Y si esto rompe nuestra relación? ¿Y si quiere
abortar? ¿Y si después de todo ni siquiera está embarazada y esto la
espanta? Estaba aterrorizado pero con todo quería saberlo. Ya. Necesitaba
respuestas.
—Bien —dijo Angel—, hablaremos en un rato y trataremos de hacer que
te sientas mejor, querida. —Salió despacio de la pequeña habitación pero
volvió sobre sus pasos para decir algo más. Y allí estaba Angel, rígida,
mirando al suelo como un animal acorralado. Me rompió el corazón
presenciarlo. Vaya que si lo hizo—. Paula, estamos aquí para ayudarte y
apoyarte en todo lo que podamos. Lo digo en serio y sé que Luciana
también.
—Gracias —contestó con voz tímida.
Cuando Angel se fue nos quedamos solos. Paula no se movía, seguía ahí
de pie. Era incómodo. Quería tocarla pero me daba miedo.
—¿Paula?
Levantó los ojos y tragó; estaba abatida y pálida. En cuanto me acerqué
a ella dio un paso atrás y levantó la mano para mantenerme alejado
—Ne… necesito estar sola… —Le temblaba el labio inferior mientras se
atragantaba con las palabras. Tan diferente a cuando se elevaba en una
sonrisa sexi. Paula solía sonreír mucho más que yo. Se le iluminaba la
cara cuando lo hacía. Cada vez que sonreía, hacía que yo también quisiera
sonreír. También conseguía que quisiera muchas cosas que nunca antes me
habían importado. Pero ahora no estaba sonriendo. Estaba aterrorizada.
Me mataba verla así.
—Cariño, recuerda lo que te he dicho. —Salí del baño aunque no quería
hacerlo. Deseaba estar a su lado cuando lo averiguara. No quería dejarla
sola. La quería en mis brazos diciéndome que me amaba y que podíamos
hacer esto juntos. Ahora mismo necesitaba eso de ella y sabía que no lo iba
a conseguir. —Me miró a los ojos cuando empezó a cerrar la puerta
despacio—. No lo olvides —dije justo antes de que la cerrara, y me quedé
frente a una elegante puerta tallada en lugar de estar frente a mi chica, que
estaba pasándolo mal al otro lado.

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